Guión 2
En la tradición romántica femenina, el príncipe azul, o lo que es lo mismo, el hombre atractivo, bueno, sin mancha ni pecado, aparece como el sueño de toda dama.
Este ideal sobrevive aún hoy en el imaginario femenino, aunque desde luego de forma mucho más reducida que en tiempos pasados.
El guión sentimental de la que busca al príncipe azul corresponde a la imagen de una mujer que tiene una elevada estima de sí misma, ya sea por su belleza, por su inteligencia o por sus habilidades sociales, y precisamente en virtud de ello se cree en disposición de poder apuntar alto.
Su tragedia es que, si ya en el pasado había muy pocos «príncipes azules», hoy día este tipo de hombre es, si cabe, una rareza aún mayor.
Ya he mencionado que la evolución sociocultural de las últimas décadas ha transformado al hombre fuerte tradicional en un mustio e indolente, y en el caso que nos ocupa, conviene recordar que para aspirar al título de príncipe azul este hombre debería ser capaz de hacer sentir a la compañera constantemente fascinada y protegida.
Eso requiere por su parte virtud y encanto, grandes dotes y sentido de la responsabilidad, no sólo personal sino también familiar y social, características en verdad raras en los jovencitos que han crecido en el seno de sociedades y familias irresponsables como lo son las modernas, donde para él existen muchos derechos, pocos deberes y numerosas oportunidades frente a poquísimas obligaciones.
Por tanto, como muestra claramente este cuadro, la búsqueda del príncipe azul es en todo similar a la de la piedra filosofal: una empresa improbable, tanto que, después de un tiempo, la mayoría de las «buscadoras» se acomoda y renuncia, imponiéndose la máxima de contentarse con el «menos malo» disponible. Esta elección obligada se convierte en una especie de condena, autoinfligida, a una vida sin lances amorosos con tal de evitar la soledad.
No hacen falta intuiciones proféticas para prever que la primera capa azul que nuestra desilusionada buscadora vea pasar por su lado, no importa si el príncipe tiene ya princesa propia o es soltero, desencadenará una pasión inevitable e irrefrenable.
El deseo de acapararlo se vuelve tan incontenible como un tsunami y arrolla cualquier otra realidad.
La buscadora, llevada por esta tempestad emocional, se transforma por lo general en depredadora de príncipes, es decir, en aquella que lo hace todo para seducirlos.
Por desgracia, la mayoría de las veces no lo consigue y se siente aún más víctima de su frustración, o lo hace pero pronto se da cuenta de que el azul y el príncipe estaban sólo en su imaginación, distorsionada por su necesidad insatisfecha.
La frustración, por tanto, se ve sustituida por una fría desilusión.
La variante, no menos frecuente, del guión de la que busca al príncipe azul la encarnan esas mujeres que piensan haberlo encontrado, pero que, en la mayoría de los casos, tienen una idea previa alterada con respecto a las anteriores. En efecto, a ellas la tragedia les llega mucho antes del momento de la desilusión. Ocurre cuando se dan cuenta de que el príncipe es atractivo, bueno y valiente, pero incapaz de ponerles la carne de gallina, y así, de hombre fascinante se va transformando paulatinamente en un compañero insoportable, soso y pesado.
De este modo, el primer mercenario que pase les parecerá irresistible.
En términos menos metafóricos: en general, la mujer insatisfecha por culpa de una relación basada en el respeto y en la protección, pero carente de pasión, siente una atracción incontenible hacia hombres de cualquier otra especie. En la mayoría de los casos, termina relacionándose con los clásicos sinvergüenzas, es decir, con hombres sin escrúpulos, a menudo desequilibrados, cuando no peligrosos, con los que la carne de gallina no falta, precisamente en virtud de la situación de contraste que se crea.
Y no es tan raro que la mujer mande toda su vida a hacer gárgaras para seguir y transformar al hombre indomable que ha revolucionado sus sentidos.