Capítulo 41
El derviche Bujariano Jadyi-Asvatz-Truv

Mi primer encuentro con ese ser terrestre tricerebrado contemporáneo, en cuya casa vi estos experimentos será, supongo, muy interesante para ti y no menos instructivo, pues, con toda probabilidad, será gracias a él, que toda la información concerniente a la fundamental ley cósmica sagrada del Heptaparaparshinoj volverá a establecerse allí y se volverá accesible a todos los seres ordinarios que tengan sed de conocimiento, incluso a los contemporáneos. Así que te relataré este encuentro con todos sus detalles.

El primer encuentro entre nosotros tuvo lugar tres años terrestres antes de mi partida definitiva de ese sistema solar.

Cierta vez, mientras viajaba por el continente asiático, en la región que se denomina «Bujara», llegué a establecer relaciones amistosas con cierto ser tricerebrado perteneciente al grupo que habita en esa región de la superficie de tu planeta; era miembro de una cofradía de «derviches» y se llamaba «Jadyi-Zéfir-Boga-Edin».

Era un típico representante de esos seres tricerebrados contemporáneos que tienen la tendencia a entusiasmarse por «materias elevadas», como dicen allá, y se automatizan a hablar de ello, con cualquiera que se encuentran, tanto en ocasiones oportunas como en las que no lo son, antes de que hayan tomado conciencia de ello con toda su esencia. Conmigo, como con los demás, en cada uno de nuestros encuentros, no hablaba de otra cosa que de estos asuntos.

Cierto día, comenzamos a hablar de la «antigua ciencia china» que allá se llama «Shat-Chai-Mernís».

Esa ciencia no consiste más que en fragmentos de un conjunto de informaciones verdaderas referentes a la sagrada ley del Heptaparaparshinoj, informaciones de las que habían tomado conciencia los dos grandes hermanos gemelos chinos y así como otros verdaderos sabios de la antigüedad y que habían llamado «Conjunto de verdaderos conocimientos acerca de la ley de Nueve».

Ya te he dicho, que ciertos fragmentos de esos conocimientos permanecidos intactos por casualidad habían sido transmitidos de generación en generación a través de un número muy restringido de seres iniciados de allá.

Debo decirte ahora que, si estos fragmentos, que por casualidad han permanecido intactos y continúan pasando de generación en generación por medio de este pequeño número de seres iniciados, no caen en manos de los «sabios» terrestres contemporáneos, los futuros seres tricerebrados de tu planeta podrán considerarse muy afortunados.

Y lo serán porque, si esos fragmentos intactos de verdaderos conocimientos cayeran en manos de los «sabios» contemporáneos de allá, gracias a su sabihondez característica, cocinarían inevitablemente toda suerte de «guisos científicos» acerca del sentido de dichos fragmentos, y, por ende, la Razón casi apagada de todos los otros seres tricerebrados se extinguiría por completo; y además, esos últimos restos de los grandes descubrimientos de sus antepasados serían totalmente «borrados» de la faz de ese desgraciado planeta.

Un día que me encontraba hablando con el derviche Jadyi-Zéfir-Boga-Edin acerca de la antigua ciencia china Shat-Chai-Mernís, me propuso en el curso de la conversación, que visitáramos a otro derviche amigo suyo, que era una gran autoridad en esta antigua ciencia china, para hablar con él acerca de ella.

Me dijo que su amigo vivía alejado de todos en el alto «Bujara», donde se dedicaba a ciertos experimentos relacionados con dicha ciencia.

Puesto que no tenía asuntos especiales en la ciudad donde nos encontrábamos y como ese sabio derviche residía precisamente en ciertas montañas cuya naturaleza quería estudiar desde hacía mucho tiempo, acepté inmediatamente su proposición y partimos al día siguiente.

Caminamos durante tres días alejándonos de la ciudad donde residíamos. Finalmente, nos detuvimos en una pequeña garganta situada en las montañas del alto Bujara.

Esta región tiene el nombre de alto «Bujara», porque sus montañas dominan el resto del país, el bajo «Bujara».

En dicha garganta, mi conocido, el derviche Jadyi-Zéfir-Boga-Edin, me pidió que lo ayudara a levantar una losa de piedra que, cuando la hubimos desplazado, apareció ante nuestros ojos una pequeña abertura de cuyos bordes sobresalían dos varillas de hierro.

El derviche unió ambas varillas y aplicó el oído.

Al cabo de breves instantes, surgió de ellas un extraño murmullo y, para gran sorpresa mía, Jadyi-Zéfir-Boga-Edin se puso a su vez a hablar por esa abertura, en un idioma que me era desconocido.

Cuando terminó de hablar, colocamos la losa de piedra en su lugar y seguimos avanzando.

Después de recorrer una distancia considerable, nos detuvimos frente a una roca y Jadyi-Zéfir-Boga-Edin empezó a aguardar que ocurriera algo con atención concentrada, cuando de pronto, la enorme roca que se encontraba allí, se deslizó descubriendo la entrada de una caverna.

Penetramos en esa caverna y avanzamos hacia el fondo, observé que nuestro camino estaba iluminado alternadamente por gas y electricidad.

Ese alumbrado me asombraba muy particularmente; sin embargo, no podía decidirme a desviar con mis preguntas la profunda y concentrada atención que prestaba mi acompañante.

Cuando hubimos recorrido una distancia considerable, vimos, en uno de los recodos, que hacia nosotros avanzaba otro ser tricerebrado terrestre, quien nos recibió con los saludos acostumbrados en tales ocasiones y nos condujo hacia el interior de la cueva.

Se trataba, según parecía, del amigo del derviche que me acompañaba.

Tenía ya mucha edad, según los cánones terrestres, y muy alto en comparación con los otros seres terrestres, por lo cual parecía extremadamente delgado.

Su nombre era Jadyi-Asvatz-Truv.

Mientras caminaba a nuestro lado, nos llevó hacia una pequeña sala de la caverna, donde todos nos sentamos sobre el fieltro que cubría el suelo y, mientras conversábamos, comenzamos a comer lo que se llama «Shila Pilaff» frío del país, servido en vasijas de barro que el ser anciano nos trajo de una sección vecina.

Mientras comíamos, mi amigo derviche le dijo que también yo me hallaba interesado en la ciencia Shat-Chai-Mernís y le explicó brevemente qué problemas me eran bien conocidos y lo que habíamos hablado previamente al respecto.

Después de eso, el derviche Jadyi-Asvatz-Truv comenzó a interrogarme y le di las respuestas correspondientes, naturalmente que en la forma que ya me era habitual y por medio de la cual podía ocultar siempre mi verdadera naturaleza.

En tu planeta llegué a adquirir tal habilidad para hablar de esta forma, que tus favoritos siempre me tomaban por uno de sus colegas sabios.

A través de conversaciones posteriores, llegué a comprender que Jadyi-Asvatz-Truv estaba interesado en el conocimiento mencionado desde hacía mucho y que, durante los últimos diez años, se había dedicado a estudiar exclusivamente su aspecto práctico.

También supe que, mediante estos estudios, había logrado resultados que siempre creí inalcanzables para los seres tricerebrados terrestres.

Cuando hube llegado a todas estas conclusiones, me sentí aún más sorprendido y quise saber cómo había ocurrido todo esto, porque sabía muy bien que ese conocimiento había dejado de existir hacía ya mucho en la Razón de los seres tricerebrados de la Tierra y que ese venerable Jadyi no podía haberlo escuchado con tanta frecuencia como para que se formara gradualmente en él un interés por esta cuestión.

E indudablemente, querido nieto, es ya una antigua característica de los seres tricerebrados que han despertado tu simpatía, interesarse únicamente por lo que ven u oyen con frecuencia, y cuando se interesan por algo, ese interés ahoga en ellos todas las otras necesidades eserales y siempre les parece obvio que lo que les preocupa en el momento es precisamente aquello que «hace girar al mundo entero».

Cuando se hubieron establecido entre el simpático derviche Jadyi-Asvatz-Truv y yo las relaciones necesarias en una situación semejante, es decir, cuando hubo comenzado a hablarme en forma más o menos normal sin la «máscara», por así decirlo, que tus favoritos contemporáneos utilizan en sus relaciones con otros seres semejantes a ellos, especialmente cuando los conocen por primera vez, le pregunté, dándole por supuesto la forma requerida, por qué y cómo había llegado a interesarse por esa rama de la verdadera ciencia.

Es conveniente que sepas, de paso, que, en cada una de las partes de la superficie del planeta Tierra, se han ido estableciendo gradualmente durante el proceso de la existencia eseral ordinaria de estos extraños seres tricerebrados, sus propias formas particulares de relaciones externas que se transmiten de generación en generación.

Y esas diferentes formas de relaciones se han constituido por sí mismas, después que se atrofió por completo en su psiquismo, la propiedad eseral de percibir el sentimiento interior de otro ser hacia uno mismo, propiedad que debe existir infaliblemente en todos los seres de nuestro Gran Universo, sin distinción de su forma o del lugar de su aparición.

En la actualidad, las relaciones recíprocas, buenas o malas, se establecen entre tus favoritos exclusivamente de acuerdo con las manifestaciones exteriores artificiales, y sobre todo, con lo que ellos llaman «amabilidad», esto es, palabras vacías que no contienen un solo átomo de lo que se denomina el «resultado de un impulso interior benévolo», como el que aparece, en general, en la presencia de todo ser cuando se encuentra con uno de sus semejantes.

En nuestros días, sea cual sea el sentimiento benévolo que un ser experimente con respecto a otro, si por alguna razón, dirige a este último palabras que las «buenas costumbres» consideran inadecuadas, se acabó todo; en todas las localizaciones separadamente espiritualizadas de éste, se cristalizarán entonces, sin duda, datos que suscitarán en él, por asociación, la convicción de que este ser, que en realidad le desea bien, ha sido enviado al mundo solo para hacerle, a cada instante, todo tipo de «villanías».

De modo que se ha vuelto muy importante allá, particularmente durante los últimos tiempos, si uno quiere hacer amigos y no atraerse «enemigos», conocer ante todo, las numerosas maneras de «dirigir la palabra» a las personas.

La existencia anormal que llevan estos extraños seres tricerebrados no solo ha perjudicado su propia psiquis, sino, además, por repercusión, el de casi todos los otros seres terrestres unicerebrales y bicerebrales.

Los datos que suscitan el impulso eseral interior ya mencionado, han dejado ya de constituirse en la presencia de los seres unicerebrales y bicerebrales con los cuales, los extraños seres tricerebrados que te agradan, tienen desde hace mucho tiempo frecuente contacto y relación.

Estos datos eserales todavía aparecen en la presencia de algunos seres unicerebrales y bicerebrales de allá, tales como los llamados «tigres», «leones», «osos», «hienas», «serpientes», «falangias», «escorpiones», etc., cuyo género de existencia jamás ha exigido el menor contacto o relación con tus favoritos bípedos. Sin embargo, debido a las condiciones anormales de existencia ordinaria establecidas por tus favoritos, se ha constituido ya, en la presencia de los seres que acabo de enumerar, una particularidad muy extraña y de lo más interesante, que es que estos tigres, leones, osos, hienas, serpientes, falangias, escorpiones, etc., perciben el sentimiento de miedo que sienten ante ellos los demás seres como animosidad contra ellos y, por eso, hacen lo posible por destruirlos para librarse de su «amenaza».

Y esto sucede porque tus favoritos, siempre debido a sus condiciones anormales de existencia, se han convertido, poco a poco, de pies a cabeza, en «tristes cobardes», como ellos mismos dicen, y porque, al mismo tiempo, la necesidad de destruir la existencia de los demás, se ha arraigado también en ellos, con igual intensidad. Por eso es que, cuando tus favoritos, que ahora son unos cobardes «de primera clase», salen a destruir la existencia de esos seres de otras formas —que se han hecho para su desgracia y, a pesar nuestro, mucho más fuertes que ellos, tanto físicamente como en lo que se refiere a otros méritos eserales— o cuando los encuentran por casualidad, les tienen un pavor tal, que, «se lo hacen en los pantalones» como se dice en semejante caso.

Al mismo tiempo, empujados por la necesidad, arraigada en su presencia, de destruir la existencia de otros seres que pueblan su planeta, hallan en seguida el medio para ello.

Y como resultado de todo esto, a partir de las irradiaciones propias de estos originales seres, se forma gradualmente en la presencia común de los seres de otras formas, en lugar de los datos que debieran encontrarse allí para suscitar el impulso de un «testimonio instintivo de respeto y simpatía» otro dato, cuya función particular consiste en hacerles tomar como una «amenaza», el sentimiento de cobardía que experimentan tus favoritos, ante ellos.

Ese es el motivo por el cual, estos seres terrestres unicerebrales y bicerebrales cuando se encuentran con tus favoritos, siempre se esfuerzan por destruir la existencia de estos para librar de todo peligro a la suya.

Antiguamente, todos los seres en tu planeta, a pesar de la diversidad de sus formas exteriores y de sus sistemas de cerebros, existían juntos en paz y concordia. Aun hoy, sucede todavía, cuando ocasionalmente, uno de tus favoritos se perfecciona hasta el punto de percibir con todas sus partes espiritualizadas que todo ser, o, como también se dice, «toda criatura viviente» es para nuestro PADRE CREADOR COMÚN, igualmente cercano y querido y, por otra parte, de llegar, cumpliendo los deberes eserales de Partkdolg, a la total destrucción de los datos que suscitan en la presencia de él un impulso de cobardía ante los seres de otras formas; de modo que estos últimos no solo no intentan ya destruir la existencia de este ser perfeccionado, sino que hasta demuestran hacia él respeto y se muestran dispuestos a servirle, como a un ser que tiene más posibilidades objetivas que ellos.

En resumen, una multitud de pequeños factores que también provienen de la existencia anormal de tus favoritos, han ocasionado, finalmente, la formación de diversas formas de «amenidades verbales», como dicen ellos, para las relaciones mutuas, y, como ya te he dicho, cada localidad posee su propia forma especial.

La actitud adoptada por ese simpático ser tricerebrado terrestre Jadyi-Asvatz-Truv fue sumamente benévola hacia mí, principalmente porque yo era amigo de su mejor amigo.

Debo destacar, de paso, que los seres tricerebrados de esa parte de la superficie de tu planeta son hoy los únicos entre quienes existe una relación verdaderamente amistosa.

Entre ellos, como ocurre en general entre todos los seres tricerebrados, y tal como ocurrió también en tu planeta en las primeras épocas, la relación amistosa no solo se establece con el amigo mismo, sino también con sus parientes cercanos y sus propios amigos y se los trata igual que al propio amigo.

Yo quería establecer con Jadyi-Asvatz-Truv, relaciones aún mejores, porque quería saber cómo se había interesado él en esa ciencia, y cómo había llegado a resultados científicos sin precedentes en la tierra; de modo que desplegué liberalmente en la conversación todas las fórmulas de «amabilidad verbal» acostumbradas en esa localidad.

Durante nuestra charla, que giró exclusivamente alrededor del conocimiento que ahora se denomina Shat-Chai-Mernís, llegamos a propósito de la naturaleza y del significado de las vibraciones en general, a hablar de la octava de sonidos.

Jadyi-Asvatz-Truv dijo entonces que la octava de sonidos presenta siete aspectos de manifestaciones totales relativamente independientes, y que además las vibraciones de cualquiera de esas manifestaciones relativamente independientes obedecen a la misma ley, tanto en su modo de surgimiento como en sus manifestaciones.

Refiriéndose siempre a las leyes de vibraciones de los sonidos, dijo:

«Si yo mismo me he interesado en la ciencia Shat-Chai-Mernís ha sido precisamente a través de esas leyes de las vibraciones de los sonidos y éstas fueron la causa de que, desde entonces, haya dedicado toda mi vida a esa ciencia».

Reflexionó un instante, y continuó:

«Debo deciros en primer lugar, amigos, que, aunque fui un hombre sumamente rico antes de entrar en la cofradía de los derviches, era muy aficionado a trabajar en cierto oficio, esto es, solía fabricar diversos instrumentos de cuerda del tipo denominado ‘saazis’, ‘taris’, ‘kiamiantchis’, etc».

«E incluso después de haber entrado en la cofradía, dedicaba todo mi tiempo libre a la construcción de instrumentos musicales, principalmente para nuestros derviches».

«He aquí por qué se apoderó de mi tan fuerte interés por las leyes de las vibraciones».

«Cierta vez, el Jeque de nuestro monasterio me mandó a llamar y me dijo:»

«¡Jadyi! En el monasterio donde yo todavía no era más que un simple derviche, cada vez que los monjes músicos, durante ciertos misterios, tocaban las melodías de los cánticos sagrados, nosotros los derviches experimentábamos al oír esas melodías sagradas, sensaciones particulares, correspondientes al texto mismo del cántico».

«Pero aquí, durante mis prolongadas y cuidadosas observaciones, no he notado jamás ningún efecto particular producido por esos mismos cánticos sagrados sobre nuestros hermanos derviches».

«¿Qué es lo que sucede pues? ¿Cuál es la razón de esto?»

«Conocer esa razón se ha convertido desde hace poco en mi meta y te he hecho venir para hablarte de ello; puede que, como fabricante aficionado de instrumentos de música, me ayudes a elucidar ese interesante asunto».

«Dicho esto, nos pusimos a examinar el problema en todas sus fases».

«Después de largas deliberaciones, decidimos finalmente que la razón buscada residía, probablemente, en la naturaleza misma de las vibraciones de los sonidos. Y llegamos a esta conclusión porque, al intercambiar datos, descubrimos que en el monasterio donde nuestro Jeque había sido un simple derviche, tocaban, además del tambor, instrumentos musicales de cuerda, mientras que aquí en nuestro monasterio, esas mismas melodías sagradas eran ejecutadas exclusivamente en instrumentos de viento».

«Decidimos entonces reemplazar inmediatamente todos los instrumentos de viento de nuestro monasterio por instrumentos de cuerda; pero eso planteaba un problema muy importante, el de la imposibilidad de encontrar entre nuestros derviches un número suficiente de especialistas para tocar esos instrumentos de cuerda».

«Entonces nuestro Jeque, después de meditar durante unos instantes, me dijo:»

«Jadyi, tú que eres experto en la materia, ¡prueba! Puede ser, que logres construir un instrumento de cuerda en el que cualquier derviche, sin ser un especialista, pueda producir los sonidos de la melodía necesaria por una simple acción mecánica, por ejemplo, una torsión, un golpe, o una presión».

«Esa proposición de nuestro Jeque me interesó enormemente, por lo que inmediatamente acepté con gran placer la tarea que me había sido encomendada».

«Después de esta decisión, me puse en pie y, tras recibir su bendición, me dirigí a mi casa».

«Una vez allí, me senté y reflexioné seriamente durante largo tiempo; y el resultado de mis reflexiones fue que resolví hacer címbalos de cuerda, e inventar, con la ayuda de mi amigo, el derviche Kerbalai-Azis-Nuarán, un mecanismo de pequeños martillos cuyos golpes produjeran los sonidos deseados».

«Y esa misma noche, fui adonde mi amigo, el derviche Kerbalai-Azis-Nuarán».

«Aun cuando este pasaba entre sus camaradas y conocidos por un gran original, todos lo respetaban y lo estimaban porque era muy inteligente y muy sabio y proponía con frecuencia preguntas que forzaban a cada uno a reflexionar seriamente, quisiéralo o no».

«Antes de haber entrado en la cofradía de los derviches, él había sido un verdadero ‘saatki’ profesional, en otras palabras un relojero».

«En el monasterio consagraba, él también, todo su tiempo libre a ese oficio que apreciaba tanto».

«Mi amigo, el derviche Kerbalai-Azis-Nuarán, estaba muy entusiasmado desde hacía tiempo con cierta ‘idea extravagante’, pues estaba tratando de construir un reloj mecánico que marcara la hora muy exactamente sin la ayuda de ninguna clase de resorte».

Explicaba esa inusitada idea con la siguiente formulación breve y simple:

«Ninguna cosa en nuestro planeta, decía, se encuentra en estado de estabilidad absoluta, porque la Tierra misma se mueve. Solo la gravedad representa en la Tierra una estabilidad y es así solo en la mitad del espacio ocupado por su volumen. Quiero obtener un equilibrio de las palancas, tan perfecto que la velocidad misma del desplazamiento de la Tierra, les imprima un movimiento que corresponda exactamente a la marcha de las agujas de un reloj».

«Cuando acudí a ese extraño amigo mío y le expliqué lo que deseaba obtener y cuál era la ayuda que esperaba de él, se mostró inmediatamente interesado y prometió ayudarme en todo lo que estuviera a su alcance».

«Y al día siguiente comenzamos a trabajar juntos».

«Gracias a esta labor conjunta, pronto estuvo lista la caja del instrumento musical mecánico que yo había diseñado. Yo mismo marqué y separé los lugares correspondientes a las cuerdas, mientras mi amigo continuaba trabajando con el mecanismo de los pequeños martillos».

«Y cuando hube terminado de tender las cuerdas y de afinarlas del modo apropiado, hice una constatación de tal interés que me llevó a realizar experimentos sobre las leyes de las vibraciones, que aun prosigo hoy día».

«Todo empezó así»:

«Debo decirle primero que yo sabía ya muy bien que media cuerda da un número de vibraciones doble del que da una cuerda entera del mismo diámetro y de la misma densidad, y, de acuerdo a ese principio, dispuse sobre los címbalos unos ‘caballetes’ para las cuerdas, luego las afiné todas de modo que correspondieran a una antigua melodía sagrada, toda ella en ‘octavos de tono’, sirviéndome para ese efecto, por supuesto, de mi ‘Perambarsasidaván’, o, como lo llaman los Europeos, de mi ‘diapasón’, que daba las vibraciones del ‘do absoluto’ chino».

«Mientras me dedicaba a esta afinación, fue cuando comprobé claramente por vez primera que el principio de que el número de vibraciones de una cuerda es inversamente proporcional a su longitud no coincide siempre, sino solo algunas veces, por una ‘fusión general de consonancia armoniosa’».

«Y esta comprobación me interesó de tal modo que dediqué toda mi atención a la investigación de ese problema y abandoné la construcción de los címbalos».

«Aconteció entonces que mi amigo también se sintió profundamente interesado por el mismo asunto y juntos comenzamos a investigar ese hecho que tanto nos había asombrado».

«Solo después de varios días, mi amigo y yo observamos que estábamos descuidando nuestra principal tarea y, por consiguiente, decidimos dedicar la mitad de nuestro tiempo a terminar los címbalos y la otra mitad a las mencionadas investigaciones».

«Y pronto logramos realizar ambas tareas de forma tal que ninguna perjudicaba a la otra».

«Al poco tiempo, terminamos los címbalos mecánicos que yo había diseñado; nos parecieron completamente satisfactorios y debo decir que resultaron ser algo parecido a un ‘organillo griego’, pero de tamaño ligeramente mayor y con sonidos de un cuarto de tono».

«Se ponían en marcha haciéndolos girar, con lo cual los pequeños martillos golpeaban las cuerdas correspondientes; y esta correspondencia se obtenía por medio de un atado de junquillos aplanados, en los cuales habíamos tallado unas muescas, en las que caían los extremos de los pequeños martillos y hacían que vibraran las cuerdas correspondientes».

«Para cada una de las melodías sagradas, preparamos un atado distinto de junquillos aplanados, que podíamos cambiar a voluntad según la melodía que deseáramos obtener».

«Cuando finalmente entregamos nuestros címbalos a nuestro Jeque y le hablamos de lo que más nos interesaba en ese momento, éste no solo nos dio su bendición para que abandonáramos el monasterio durante un tiempo y nos dedicáramos a lo que nos interesaba, sino que puso a nuestra disposición una importante suma de dinero procedente de las reservas acumuladas en el monasterio».

«Entonces nos trasladamos aquí y comenzamos a vivir lejos de la gente y fuera de nuestra cofradía».

«Vivimos aquí todo el tiempo en completa paz y concordia, hasta hace muy poco, que perdí para siempre a mi inolvidable e irreemplazable amigo».

«Y lo perdí en circunstancias lamentables:

»Hace varias semanas, mi amigo partió en dirección a la ciudad de X…, en las riveras del río Amu-Daria, con el propósito de adquirir diversos materiales e instrumentos».

«Cuando salía de dicha ciudad de regreso a nuestra morada, una bala perdida, procedente de la lucha que tenía lugar entre los rusos y los Anglo-Afganos, lo hirió mortalmente. Un amigo común, un santo que acertaba a pasar por el lugar, me informó inmediatamente de esta desgracia».

«Varios días más tarde, traje aquí sus restos y lo enterré allí, agregó, indicando un rincón de la caverna donde se observaba una especie de montículo».

Habiendo dicho esto, Jadyi-Asvatz-Truv se puso de pie y, murmurando una plegaria por el reposo del alma de su amigo, nos indicó con la cabeza que lo siguiéramos.

Nos pusimos en marcha, y nos encontramos nuevamente en el pasaje principal de la caverna, donde ese venerable ser terrestre se detuvo delante de un saliente sobre el cual hizo una leve presión.

Un trozo de piedra se movió hacia un costado, dejando al descubierto una entrada que conducía a otra sección de la cueva.

Esta nueva sección, además de la forma que le había dado la propia Naturaleza, estaba artificialmente construida en una forma tan original —de acuerdo con la Razón de tus favoritos contemporáneos— que quisiera describírtela con la mayor cantidad posible de detalles.

Las paredes de esa sección, la bóveda e incluso el suelo, estaban recubiertos por varias capas de un fieltro muy grueso. Según me explicaron luego, esa formación accidentalmente natural fue utilizada y adaptada de modo que no penetrara allí, procedente de las otras secciones o del exterior, la menor vibración de cualquier tipo de manifestación, ya fuera de un movimiento, un susurro, un crujido, ni siquiera las vibraciones producidas por la respiración de diversas «criaturas» grandes o pequeñas existentes en las cercanías.

En este insólito interior había varios «aparatos experimentales» de extrañas formas y, entre ellos, un espécimen del instrumento productor de sonidos que traje de la superficie de tu planeta, que tus favoritos llaman «piano de cola».

La tapa de ese piano se encontraba abierta y a cada una de las series de cuerdas visibles se ajustaban pequeños aparatos independientes que servían para medir el «grado de vivificación de las vibraciones procedentes de diversas fuentes», denominados «vibrómetros».

Cuando observé el enorme número de estos «vibrómetros», el impulso eseral del asombro aumentó en mi presencia común con una intensidad como la que expresa nuestro Mulaj Nassr Eddín con las siguientes palabras: «Pasando uno los límites de la saciedad revienta».

Ese impulso de asombro había surgido y aumentado progresivamente en mí desde el momento en que vi la iluminación con gas y electricidad en los pasadizos de la caverna.

Ya entonces me había preguntado cómo era posible que todo eso se encontrara allí.

Sabía ya muy bien que estos extraños tricerebrados habían aprendido de nuevo a servirse para su «iluminación», como dicen ellos, de tales fuentes surgidas de formaciones cósmicas, pero también sabía que el material necesario para este alumbrado exigía un equipo muy complicado que se encontraba exclusivamente donde existía una de sus grandes poblaciones.

Y de repente me encontraba con esa iluminación, lejos de cualquier población, en ausencia en todo el lugar de los signos que, entre los seres contemporáneos, acompañan por lo general a tales posibilidades.

Y cuando vi los vibrómetros antes mencionados para medir el «grado de vivificación de las vibraciones», el impulso del asombro alcanzó en mí, como ya te he dicho, el máximo límite.

Y mi sorpresa fue mayor, porque sabía muy bien que, en ese período, no existían en la Tierra los aparatos por medio de los cuales es posible medir las vibraciones y, por consiguiente, volví a preguntarme de dónde podría haber obtenido tales aparatos aquel venerable anciano que habitaba en tales salvajes montañas, tan lejos de los seres que componen la civilización contemporánea.

A pesar de mi intenso interés, no me aventuré a pedir entonces una explicación al venerable Jadyi-Asvatz-Truv; y no me aventuré a hacerlo porque temía que una pregunta tan dispar cambiara el curso de la conversación que había iniciado y de la cual esperaba obtener la elucidación del principal problema que me preocupaba.

En esta sección de la caverna había muchos otros aparatos que me eran desconocidos, entre los cuales figuraba uno sumamente extraño, que contaba con varias de las llamadas «máscaras» de las que ascendían hasta la bóveda de la caverna una especie de tubos, hechos con esófagos de vaca.

A través de estos tubos, según aprendí más tarde, pasaba el aire exterior necesario para la respiración de los seres presentes durante los experimentos, ya que el interior estaba herméticamente cerrado por todos los costados.

Los seres que se encontraban presentes durante los experimentos se colocaban sobre el rostro las máscaras fijadas al extraño aparato.

Cuando estuvimos todos sentados en el suelo de la mencionada sección de la caverna, el venerable Jadyi-Asvatz-Truv dijo, entre otras cosas, que, durante el período de sus investigaciones, él y su amigo, el derviche Kerbalai-Azis-Nuarán, habían tenido también ocasión de estudiar a fondo todas las teorías acerca de las vibraciones propuestas por los sabios terrestres más serios.

«Hemos estudiado, dijo, la teoría asiria del gran Malmanaj, la teoría árabe del famoso Selneh-Eh-Avaz, y la —del filósofo griego Pitágoras— sin contar, por supuesto, todas las teorías chinas».

«Hemos construido aparatos que son exactamente similares a los que utilizaron todos esos antiguos sabios para sus experimentos. Uno de ellos, al que además hemos agregado algo, se convirtió más tarde en nuestro principal aparato de investigación».

«Con ese aparato, Pitágoras realizó sus experimentos y lo denominó ‘monocordio’. Después de haberlo modificado, lo llamé ‘vibroshow’».

«Dicho eso, apretó fuertemente algo que se encontraba en el suelo, mientras que, con la otra mano, señalaba un aparato de forma extraña, precisando que ese era el aparato ‘monocordio’ modificado».

«El ‘aparato’ que él indicaba consistía en una tabla de dos metros, la mitad de cuya cara anterior estaba dividida en secciones llamadas “trastes”, como el mango del instrumento productor de sonidos llamado “guitarra” y sobre la cual se extendía una sola cuerda».

En la otra mitad de esa tabla estaban ajustados numerosos vibrómetros como los de las cuerdas del piano de cola, dispuestos de tal modo que sus agujas indicadoras se encontraban justamente encima de los mencionados trastes de la primera mitad anterior de la tabla.

En la cara posterior de esa tabla, había toda una red de tubitos de vidrio y de metal, que también servían para producir sonidos, pero sonidos que se obtenían de las vibraciones producidas por ciertos movimientos y corrientes, ya fuese en el aire ordinario, ya en un aire artificialmente comprimido o rarificado. Para medir las vibraciones de esos sonidos, uno se servía de los mismos vibrómetros que se empleaban para medir las vibraciones procedentes de las cuerdas.

El venerable Jadyi-Asvatz-Truv estaba a punto de decir algo, pero justamente entonces, desde otra sección de la cueva, apareció un muchacho del tipo «Uzbeko», trayendo un servicio de té verde y tazas sobre una bandeja.

Cuando el muchacho hubo colocado la bandeja frente a nosotros y se hubo marchado, el venerable Jadyi comenzó a verter el té en las tazas y, dirigiéndose jovialmente a nosotros, pronunció la siguiente frase, utilizada en esa localidad para tales ocasiones:

«¡Aceptemos con veneración esta gracia de la Naturaleza a fin de estar en condiciones, de contribuir a su gloria!». Después de lo cual, agregó lo siguiente:

«Siento ya disminuir las fuerzas que me sostienen, por eso me es indispensable absorber la parte justificada de lo que puede mantener la animación de todo mi yo hasta la próxima dosis».

Y, con una amable sonrisa, empezó a beber su té. Mientras lo hacía, decidí aprovechar la oportunidad para hacerle varias preguntas que me preocupaban constantemente.

En primer lugar, le pregunté lo siguiente:

¡Altamente estimado Jadyi! Hasta el presente, estaba plenamente convencido de que en ninguna parte de la Tierra existía un aparato para medir con exactitud las vibraciones. Sin embargo, veo aquí una cantidad de esos «medidores».

¿Cómo se explica eso? ¿De dónde ha sacado usted esos aparatos?

El venerable Jadyi-Asvatz-Truv respondió a mis preguntas de la siguiente manera:

«Esos aparatos fueron construidos por mi amigo, el desaparecido Kerbalai-Azis-Nuarán, y a ellos les debo todos los conocimientos que he adquirido sobre la ciencia de las vibraciones».

«Indudablemente —continuó—, una vez existieron en la Tierra, en la época de la floreciente y grande Tikliamuish, toda clase de aparatos similares, pero en la actualidad, no se conoce ninguno de esos aparatos, salvo que uno tenga en cuenta esos ‘juguetes infantiles’ que se encuentran en Europa, por medio de los cuales es supuestamente posible contar las vibraciones, y que allá se denominan ‘sirenas’. Yo mismo poseía unas de esas ‘sirenas’ cuando comencé con mis experimentos».

«La sirena fue inventada hace dos siglos, por cierto sabio físico llamado ‘Zebek’ y más tarde perfeccionada, por así decirlo, a mediados del siglo pasado, por un tal Cagniard de la Tour».

«La construcción de ese ‘juguete’ esta hecha de modo tal que una masa de aire, comprimida en un tubo, es proyectada sobre un disco giratorio que presenta pequeñas perforaciones, cada una de las cuales coincide exactamente con el tamaño de la boca del tubo de aire principal; a medida que el disco gira, el paso para el aire comprimido que penetra en esos orificios desde el tubo principal es alternadamente abierto y cerrado».

«Pues bien, durante su rotación regular el disco deja pasar a través de sus orificios oleadas de aire sucesivas que dan un sonido de elevación siempre igual; y el número de vueltas, registrado por un mecanismo de relojería, multiplicado por el número de los orificios del disco, indica el número de vibraciones de ese sonido en un intervalo de tiempo dado».

«Desgraciadamente para los europeos, ni el primer inventor de esa sirena, ni el que la perfeccionó, sabían que el sonido podía provenir tanto de la acción de las vibraciones mismas, como del simple soplo de aire; y como esta ‘sirena’ suena únicamente gracias al soplo de aire y no por medio de las vibraciones naturales, de ninguna manera podría servirse de ese aparato para determinar el número exacto de las vibraciones».

«Es un hecho sumamente interesante y satisfactorio que el sonido pueda ser producido de dos formas, esto es, a partir de las vibraciones naturales del mundo y simplemente gracias al soplo de aire, y voy a demostrarlo ahora en la práctica para vosotros».

Habiendo dicho esto, el venerable Jadyi se puso en pie y trajo de otra sección de la caverna una maceta con flores, la colocó en el centro de la sección en la cual nos hallábamos y se sentó frente al aparato vibroshow, el antiguo «monocordio» del famoso Pitágoras.

Se volvió hacia nosotros y dijo:

«Ahora produciré con esta red de tubos, cinco sonidos diferentes, siempre los mismos. En cuanto a ustedes, sírvanse dirigir su atención hacia esa maceta de flores y verificar en sus relojes el tiempo durante el cual yo continúe emitiendo esos sonidos y también que retengan las cifras indicadas por las agujas de los vibrómetros».

Luego, con un pequeño fuelle, comenzó a soplar aire en los tubos correspondientes, los cuales iniciaron una monótona melodía de cinco tonos.

Esa monótona melodía continuó durante diez minutos y no solo recordamos las cifras indicadas por las agujas de los vibrómetros, sino que los cinco sonidos quedaron profundamente grabados en nuestra memoria auditiva.

Cuando Jadyi concluyó su monótona música, vimos que las flores de la maceta se habían conservado tan frescas como antes.

Entonces Jadyi se trasladó desde el «monocordio» al instrumento productor de sonidos llamado «piano» y, después de recordarnos que observáramos las agujas de los vibrómetros, comenzó a tocar sucesivamente las teclas correspondientes del piano, las cuales emitieron la misma monótona melodía de los cinco tonos.

Y también esta vez, las agujas de los vibrómetros indicaron las mismas cifras.

No habían transcurrido aún cinco minutos, cuando, ante una señal de cabeza de Jadyi, dirigimos nuestras miradas a la maceta y vimos que las flores habían comenzado a marchitarse y cuando, después de diez minutos, el venerable Jadyi dejó de tocar, no quedaban en la maceta más que los tallos marchitos y secos de las flores que un momento antes estaban tan frescas.

Jadyi volvió entonces a sentarse frente a nosotros y dijo:

«Como mis prolongadas investigaciones me han demostrado, y como la ciencia de Shat-Chai-Mernís afirma, existen en realidad en el mundo dos clases de vibraciones: las ‘vibraciones creadoras’ y las ‘vibraciones de inercia’».

«Ahora bien, he comprobado a través de mis experimentos, que las cuerdas más aptas para producir esas vibraciones creadoras estaban hechas ya fuese de cierto metal, ya de tripas de cabra».

«Las cuerdas hechas de otros materiales no poseen la misma propiedad».

«Las vibraciones que estas engendran, así como las que suscitan los desplazamientos del aire, son vibraciones puramente inertes. En este caso, los sonidos se obtienen de las vibraciones que provienen del roce de aire en movimiento y por la acción mecánica de la fuerza de inercia».

Jadyi-Asvatz-Truv continuó así:

«Al principio, realizamos nuestros experimentos con la ayuda de ese vibroshow únicamente. Pero cierto día, cuando mi amigo Kerbalai-Azis-Nuarán había ido de compras a la ciudad Bujarariana de Z… descubrió por casualidad ese piano en una subasta, entre las pertenencias de un general ruso a punto de marcharse; habiendo observado que sus cuerdas estaban hechas precisamente del metal que necesitábamos para nuestros experimentos, lo compró, y no sin grandes dificultades, como pueden imaginárselo ustedes, lo transportó hasta aquí a través de la montaña».

«Cuando el piano estuvo ubicado, afinamos sus cuerdas exactamente de acuerdo con las leyes de las vibraciones indicadas en la antigua ciencia china Shat-Chai-Mernís».

«Para afinar el instrumento de manera correcta, decidimos no solamente basarnos en el ‘do absoluto’ de la antigua gama china, sino también, como lo recomendaba esa misma ciencia, tener en cuenta las condiciones geográficas y la presión atmosférica, la forma y la dimensión del local, la temperatura media en el espacio circundante, así como la del local mismo y así sucesivamente tomando en consideración hasta la suma de las emanaciones emitidas por los seres humanos que asistirían a los experimentos que proyectábamos».

«Una vez afinado el piano de ese modo, las vibraciones que producía adquirieron efectivamente todas las propiedades de las que se habla en esa gran ciencia Shat-Chai-Mernís».

«Ahora, voy a mostrarles lo que es posible hacer con las vibraciones producidas por ese piano ordinario, apoyándose en los conocimientos a los que ha llegado el hombre en el campo de las leyes de las vibraciones».

Después de decir esto, se puso nuevamente en pie.

Esta vez, trajo de otra sección de la caverna un sobre, papel y lápiz.

Escribió algo en el papel, colocó éste en el sobre, lo sujetó a un gancho que colgaba desde la bóveda en el centro de la habitación, volvió a sentarse frente al piano y, sin decir una palabra, comenzó a tocar ciertas teclas, produciendo nuevamente una monótona melodía.

Pero ahora, dos sonidos de la octava más baja del piano se repetían pareja y constantemente en la melodía.

Después de unos instantes, noté que a mi amigo, el derviche Jadyi-Boga-Edin no se sentía cómodo en su silla; cambiaba la pierna izquierda de lugar continuamente.

Un poco más tarde, mi amigo empezó a frotarse ligeramente la pierna izquierda, y yo veía claramente, por las muecas de su cara, que le dolía mucho.

El venerable derviche Jadyi-Asvatz-Truv no le prestaba ninguna atención; continuaba tocando las mismas teclas.

Cuando por fin terminó, se volvió hacia nosotros y, dirigiéndose a mí en particular, dijo:

«Le ruego, amigo de mi amigo, que se levante, quite usted mismo el sobre del gancho y lea su contenido».

Me levanté, tomé el sobre, lo abrí y leí esto:

«Por las vibraciones surgidas del piano, debe formarse en ustedes dos, en la pierna izquierda, a tres centímetros debajo de la rodilla y a dos centímetros a la izquierda del centro de la pierna, lo que se llama un ‘furúnculo’».

Cuando hube terminado de leer, el venerable Jadyi nos pidió a los dos que dejáramos al descubierto los lugares indicados de nuestras respectivas piernas izquierdas.

Cuando lo hicimos, vimos en la pierna izquierda del derviche Boga-Edin, exactamente en el lugar indicado, el ‘furúnculo’ anunciado; por el contrario, en la mía, para asombro del venerable Jadyi-Asvatz-Truv, no había absolutamente nada.

Cuando Jadyi-Asvatz-Truv se convenció de ello, saltó inmediatamente de su asiento, como si fuera un hombre joven y gritó con excitación: «¡Eso no puede ser!», y comenzó a mirar fijamente mi pierna izquierda con ojos de loco.

Pasaron casi cinco minutos sin que nadie hablara. Debo confesar que, por primera vez en ese planeta, me desconcerté, y no pude hallar en el acto cómo salir del paso.

Finalmente, se acercó a mí y se disponía a decirme algo, cuando de pronto, a causa de la emoción, sus piernas empezaron a temblar violentamente; tuvo que sentarse en el suelo, y me indicó que hiciera lo mismo.

Ya sentados, me contempló con ojos muy tristes y me dijo con tono compenetrado:

«¡Amigo de mi amigo! En mi juventud yo era un hombre rico, tan rico que una decena por lo menos de mis caravanas, cada una con casi un millar de camellos, partían cada día en todas las direcciones de nuestra gran Asia».

«Mi harén estaba considerado por todos los conocedores como el mejor y el más suntuoso de la Tierra —y todo lo demás era a esa escala—; en resumen, poseía hasta la saciedad todo lo que puede ofrecer nuestra vida ordinaria».

«Pero todo esto llegó poco a poco a cansarme tan fuertemente y a saturarme a tal punto que en la noche, cuando iba a acostarme, pensaba con horror que a la mañana siguiente todo recomenzaría de la misma manera, y que tendría que arrastrar la misma ‘carga’ aplastante».

«Al fin, se me hizo insoportable vivir en tal estado interior».

«De modo que un día en que sentía más particularmente el vacío de la existencia ordinaria, me vino por primera vez la idea de ponerle fin a mi vida por medio del suicidio».

«Durante varios días, pensé en ello con la mayor sangre fría. Y para terminar, tomé la decisión categórica de hacerlo».

«La última noche, cuando entré en el cuarto en el que quería ejecutar mi proyecto, recordé de pronto que no había echado una última mirada a la que había sido de por mitad responsable en la creación y la formación de mi existencia».

«Me acordé de mi madre, que aún vivía. Y con ese recuerdo se trastornó todo en mí».

«Me representé en seguida cuánto sufriría ella al enterarse de mi muerte y, sobre todo en semejantes condiciones».

«Cuando la recordé, vi el cuadro de mi querida y anciana madre, de allí en adelante sola, suspirando con resignación, postrada en su dolor, y fui presa de tal piedad que los sollozos me subieron a la garganta, casi sofocándome».

«Solo entonces reconocí con todo mi Ser lo que había sido y lo que era para mi madre, y qué sentimiento inagotable habría debido sentir yo por ella».

«Desde ese momento, mi madre se convirtió en la fuente de donde yo sacaba el sentido de mi vida».

«En cualquier momento que fuera, tanto de día como de noche, tan pronto recordaba su querido rostro, me animaban nuevas fuerzas y sentía crecer en mí el deseo de vivir y hacer con el único fin de que su existencia transcurriera agradablemente».

«Así duraron las cosas durante diez años, hasta que una despiadada enfermedad la apartó de mi lado y volví a quedarme solo».

«Después de su muerte, mi vacío interior se me hizo cada día más intolerable».

En ese momento de su relato, cuando la mirada del venerable Jadyi-Asvatz-Truv acertó a detenerse en el derviche Boga-Edin, aquél se puso de pie apresuradamente y dijo:

«¡Mi querido amigo! En nombre de nuestra amistad, perdona a un anciano que se ha olvidado de poner fin a tu dolor, causado por las maléficas vibraciones de ese piano».

Dicho eso, se sentó frente al piano y empezó a tocar de nuevo las teclas. Esta vez, solo se oyeron dos notas, una perteneciente a la octava más alta, otra a la octava más baja, que él tocaba una tras otra, exclamando:

«Y ahora, gracias a las vibraciones provenientes de los sonidos de este mismo piano, que esta vez son portadoras de bien, cesará el dolor de mi fiel y viejo amigo».

Y, en verdad, no habían pasado cinco minutos, cuando el rostro del derviche Boga-Edin volvió a serenarse y del enorme y horrible furúnculo que hasta ese momento adornaba su pierna izquierda, no quedaba rastro.

Entonces el derviche Jadyi-Asvatz-Truv volvió a sentarse a nuestro lado y con absoluta calma continuó hablando:

«Cuatro días después de la muerte de mi querida madre, me encontraba sentado en mi habitación, pensando con desesperación qué sería de mí».

«Justamente entonces, en la calle que corría debajo de mi ventana, un derviche errante comenzó a entonar sus cánticos sagrados».

«Miré hacia la calle y, viendo que el derviche era anciano y de rostro benévolo, decidí pedirle su consejo y envié inmediatamente a mi sirviente para que lo invitara a venir a verme».

«Entró. Después de los saludos acostumbrados, cuando se sentó en el ‘mindari’, le descubrí el estado de mi alma, sin ocultarle nada».

«Cuando hube terminado, el derviche se recogió profundamente, luego, tras un largo silencio, mirándome fijamente, se levantó y dijo:»

«No hay más que una sola salida para ti: es la de consagrarte a la religión».

«Con esas palabras, se retiró salmodiando una oración y se alejó de mi casa para siempre».

«Después de su partida, volví a reflexionar».

«Esta vez el resultado de mis reflexiones fue que ese mismo día resolví, irrevocablemente, entrar en alguna ‘cofradía de derviches’, no en mi país, sino en alguna parte lejana».

«Al día siguiente, dividí y repartí toda mi fortuna entre mis parientes y los pobres y, dos semanas más tarde, dejé para siempre mi patria, y vine aquí a Bujara».

«Tan pronto llegué, entré en una de las numerosas ‘cofradías de derviches’ de la región. Había fijado mi elección en una cofradía conocida entre la gente por la austeridad de su modo de vida».

«Pero, desgraciadamente, los derviches de esa cofradía no tardaron en desilusionarme y me trasladé, por lo tanto, a otra cofradía; pero allí volvió a ocurrir lo mismo».

«Hasta que, finalmente, me enrolé en la cofradía del monasterio cuyo Jeque me impuso la tarea de diseñar ese instrumento de cuerda mecánico del que ya os he hablado».

«Y después, como ya os he dicho, me dediqué por entero a la ciencia de las leyes de las vibraciones, a cuyo estudio me he consagrado hasta el día de hoy».

«Pero hoy, esa ciencia me ha provocado el mismo estado interior que experimenté por primera vez la víspera de la muerte de mi madre —cuyo amor había sido la única fuente de calor que, durante tantos años, había sostenido mi existencia vacía e insoportable—».

«Aun hoy, no puedo recordar sin estremecerme el momento en que nuestros médicos vinieron a decirme que mi madre no pasaría de ese día».

«En el terrible estado mental en que me encontraba entonces, la primera pregunta que surgió en mí fue: ¿Cómo vivir de allí en adelante?».

«Lo que me sucedió más tarde, ya se lo he contado».

«En una palabra, al apasionarme por la ciencia de las vibraciones, descubrí poco a poco mi nueva divinidad».

«Esa ciencia fue para mí como una segunda madre. Durante muchos años, se mostró tan protectora, tan segura, tan fiel como lo había sido mi madre. Y hasta este día no he vivido ni he sido animado sino por sus verdades».

«Hasta este día, no se ha presentado ni un solo caso en que las verdades que había descubierto respecto a las leyes de las vibraciones no hayan dado, en sus manifestaciones, los resultados precisos que esperaba de ellas».

«Pero hoy, por primera vez, los resultados que esperaba con toda certeza no se han producido».

«Y lo más terrible, es, que he estado más atento que nunca en calcular exactamente las vibraciones necesarias para el caso presente, es decir, para que el furúnculo previsto se formara en su cuerpo justo en ese sitio y no en otro».

«Y he aquí que sucede algo sin precedente. No solo no está en el sitio indicado, sino que ni siquiera se ha formado en otros sitios de su cuerpo».

«Esta ciencia que me ha sido tan fiel como mi madre, me ha traicionado en este momento por primera vez, y esto despierta en mí una tristeza indecible».

«Hoy, todavía puedo resignarme a esa inmensa desgracia, pero ¿qué sucederá mañana?… No puedo ni siquiera representármelo».

«Y si por el momento llego a aceptarlo un poco, es por la única razón de que no he olvidado las palabras de nuestro gran profeta de la antigüedad, ‘Esai Nura’, según las cuales un individuo no es responsable de sus manifestaciones en su agonía y solamente durante su agonía».

«Es evidente que mi ciencia, mi divinidad, mi segunda madre, también está ‘agonizando’, puesto que ahora me traiciona».

«Y sé muy bien que la agonía siempre es seguida por la muerte».

«En cuanto a usted, querido amigo de mi amigo, usted representa para mí, sin quererlo, el mismo papel que los médicos que me anunciaron la víspera de la muerte de mi querida madre que ella no pasaría de ese día».

«Pues usted a su vez me trae la noticia de que también mi segunda fuente se extinguirá mañana».

«Siento resurgir en mí los terribles sentimientos y las sensaciones que experimenté desde el momento en que nuestros médicos me anunciaron la muerte inminente de mi madre, hasta el de su fallecimiento».

«Así como entonces yo, en medio de esos terribles sentimientos y sensaciones, abrigaba aun la esperanza de que ella quizás no moriría, del mismo modo, en este momento asoma otra vez en mí tenuemente, algo que se asemeja a esa esperanza».

«¡Eh, amigo de mi amigo! Ahora que conoce usted el estado de mi alma, se lo pido sinceramente, ¿puede usted explicarme en virtud de qué fuerza sobrenatural el furúnculo que obligatoriamente debería haberse formado en su pierna izquierda no ha aparecido ahí?».

«Puesto que la certeza de que debía infaliblemente formarse se ha hecho desde hace mucho tiempo tan inquebrantable en mí como las ‘rocas Tuklunianas’».

«Y es inquebrantable porque, durante casi cuarenta años, he estudiado día y noche con perseverancia esas grandes leyes de las vibraciones del mundo, a tal punto que comprender su sentido y las condiciones de su realización se ha hecho para mí como una segunda naturaleza».

Habiendo pronunciado estas palabras, el que quizás era el último gran sabio de la Tierra, se puso a mirarme en los ojos con una expresión llena de expectativa.

¿Puedes representarte, querido niño, la posición en que me encontraba? ¿Qué podía yo contestarle?

Por segunda vez en ese mismo día, a causa de ese ser terrestre, estaba atrapado en una situación a la que no le veía salida alguna.

Esta vez, se mezclaba además a ese estado, tan poco habitual, mi «Jikdynapar eseral», o como habrían dicho tus favoritos, mi «piedad» por ese ser terrestre tricerebrado, principalmente porque yo era el causante de su sufrimiento.

Al mismo tiempo, yo sabía muy bien que habrían bastado algunas palabras, no solamente para tranquilizarlo sino para hacerle comprender que si el furúnculo no se había formado en mi pierna izquierda, eso demostraba aún más la verdad y la exactitud de la ciencia que él adoraba.

Moralmente, yo tenía todo el derecho de decirle la verdad acerca de mí, pues por sus méritos, él ya se había convertido en «Kalmenuior», es decir, en uno de esos seres tricerebrados de ese planeta con quienes no nos está prohibido, desde Lo Alto, ser completamente sinceros.

Pero me era imposible hacerlo en ese momento, en presencia del derviche Jadyi-Zéfir-Boga-Edin, quien era todavía un ser tricerebrado ordinario de allá, pues, desde hacía mucho tiempo, había sido prohibido desde Lo Alto, bajo juramento, a los miembros de nuestra tribu, comunicar en ningún caso el más mínimo conocimiento verdadero a esos seres.

Esta prohibición había sido ordenada, me parece, por iniciativa del Muy Santo Ashyata Sheyimash.

Y nos había sido ordenado por la razón de que a los seres tricerebrados de tu planeta solo les es indispensable el «conocimiento eseral».

Toda información, por verdadera que sea, no da en general a los seres más que «conocimientos mentales», y estos «conocimientos mentales», no les sirven, como ya te he dicho, más que para restringir sus posibilidades de adquirir el «conocimiento eseral».

Y como este «conocimiento eseral» ha quedado, para tus infortunados favoritos, como el único medio de liberarse definitivamente de las consecuencias de las propiedades del órgano Kundabuffer esta prohibición concerniente a los seres de la Tierra, había sido impuesta, bajo juramento, a los miembros de nuestra tribu.

He aquí por qué, muchacho, en presencia del derviche Jadyi-Zéfir-Boga-Edin, no me decidí en el momento a explicar a este digno sabio terrestre, Jadyi-Asvatz-Truv la verdadera razón de su fracaso.

Pero como los dos derviches seguían esperando mi respuesta, de todos modos tenía que decirles algo; así que, dirigiéndome a Jadyi-Asvatz-Truv le dije simplemente esto: «¡Venerable Jadyi-Asvatz-Truv! Si usted consiente en que no le responda inmediatamente, juro, por la causa de mi advenimiento, darle a usted, un poco más tarde, una explicación que le satisfará plenamente. Usted se convencerá, entonces, no solamente de que su muy amada “ciencia” es la más verdadera de todas las ciencias, sino también de que después de los Santos Chun-Kil-Tes y Chun-Tro-Pel, usted es el más grande de los sabios de la Tierra».

Después de escuchar mi respuesta, el venerable derviche Jadyi-Asvatz-Truv se limitó a colocar su mano derecha sobre el lugar donde está ubicado el corazón en los seres terrestres, y en aquel lugar, ese gesto significa «Creo y espero, sin la menor duda».

Después de lo cual volvió la cara, como si no hubiera pasado nada, hacia el derviche Boga-Edin y siguió hablando de la ciencia Shat-Chai-Mernís.

Por mi parte, para disipar todo desconcierto, indiqué con la mano un nicho de la caverna, del que colgaban muchas cintas de seda de color y le pregunté:

¡Muy estimado Jadyi!, ¿qué hacen todas esas telas, allí, en ese nicho?

A mi pregunta, respondió que esas cintas de color también servían para sus experimentos sobre las vibraciones.

Se me ha hecho claro hace poco, precisó él, «cuales eran los colores cuyas vibraciones tenían una acción nociva sobre los seres y los animales, y hasta qué punto».

«Si usted lo desea, le mostraré igualmente este experimento, que es de lo más interesante».

Volvió a ponerse en pie y se dirigió a la sección vecina, trayendo esta vez, con la ayuda de un joven, tres seres cuadrúpedos que allá llaman «perro», «oveja» y «cabra», así como varios aparatos de forma extraña, parecidos a brazaletes.

Puso uno de los brazaletes en el brazo del derviche Boga-Edin y el otro en su propio brazo, mientras me decía:

«A usted no se lo pondré… tengo poderosas razones para ello».

Entonces colocó los extraños aparatos con forma de collar en el cuello de la «cabra», la «oveja» y el «perro» y, después de señalarnos sus vibrómetros, nos pidió que recordáramos o anotáramos todas las cifras que indicaran las agujas en esos seres de aspecto tan diverso.

Observamos las cifras indicadas por los cinco vibrómetros y las escribimos en los «cuadernos de apuntes» que nos había dado el joven.

Después de esto, el derviche Asvatz-Truv volvió a sentarse sobre el fieltro y nos dijo:

«Cada forma de vida posee su propio ‘total’ de vibraciones que le es propio, el cual representa la totalidad de las vibraciones engendradas por los diversos órganos definidos de la forma de vida de que se trate; y este total varía en diferentes momentos en cada forma de vida y depende de la intensidad con que estas vibraciones causadas de diversas maneras sean transformadas por las fuentes u órganos correspondientes».

«Ahora bien, dentro de los límites de una vida entera, todas estas vibraciones heterogéneas y producidas de diversas maneras se funden en el llamado ‘acorde subjetivo de vibraciones’ de esa vida».

«Tomemos como ejemplo a mi amigo Boga-Edin y a mí mismo».

«Observen…» y mostrándome las cifras del vibrómetro que tenía adosado al brazo, continuó: «en general, yo tengo un total de tantas y tantas vibraciones; mi amigo Boga-Edin tiene tantas y tantas más».

«Esto ocurre porque él es mucho más joven que yo y, en general sus órganos funcionan con mayor intensidad que los míos, y las vibraciones correspondientes en él resultan así más intensas que las mías».

«Mirad las cifras en los vibrómetros del perro, la oveja y la cabra. La suma total de las vibraciones del perro es tres veces más elevada que en la oveja y una vez y media más elevada que la de la cabra, y, en lo que respecta al número total de su acorde general de vibraciones, es apenas más bajo que el mío y que el de mi amigo».

«Debo señalar que entre los hombres, especialmente los de tiempos recientes, son numerosos los que en su presencia común, el total del ‘acorde subjetivo de vibraciones’, es muy inferior al que acusa la presencia de este perro».

«Esto ocurre porque, en la mayoría de estos seres que acabo de mencionar, una función, por ejemplo, la función de la emoción, que materializa la mayor cantidad de vibraciones subjetivas, está ya casi completamente atrofiada y, por consiguiente, la suma total de sus vibraciones resulta ser menor que en este perro».

Habiendo dicho esto, el venerable Jadyi-Asvatz-Truv se puso nuevamente en pie y se dirigió hacia el nicho donde se encontraban las telas de diferentes colores.

«Comenzó a desenrollar dichos materiales, que consistían en la llamada ‘seda de Bujara’. Tomaba una pieza de tela de un determinado color, cubrió, por medio de unos enrolladores especialmente construidos, no solo las paredes y la bóveda, sino también el suelo de aquella sección de la caverna, de modo que todo el interior estuviera tapizado con material de un mismo color. Y cada vez que cambiaba el color, el total de vibraciones de todas las formas de ‘vida’ resultaba modificado».

Después de los experimentos realizados con los materiales de colores, este gran sabio terrestre de las últimas épocas nos pidió que lo siguiéramos y, saliendo de aquella sección de la cueva, nos internamos por un pequeño pasaje que conducía hacia un costado de la caverna. Detrás de nosotros marchaban la cabra, la oveja y el perro, con sus collares improvisados. Caminamos durante bastante tiempo, hasta que finalmente llegamos a la sección principal de esta morada subterránea.

Allí, el venerable derviche Jadyi-Asvatz-Truv se dirigió hacia uno de los nichos de aquella enorme sección subterránea y, señalando con la mano un montón de tela de color sumamente extraño, dijo:

«Esta tela está especialmente tejida con las fibras de la planta ‘chaltandr’ y ha conservado su color natural».

«Esta planta ‘chaltandr’ es una de las raras formaciones en la Tierra, cuyo color no posee la propiedad de modificar las vibraciones de las fuentes vecinas y, por otra parte, ella misma es completamente insensible a todas las demás vibraciones».

«Por eso, para emprender experimentos sobre las vibraciones emitidas por otras fuentes que no sean los colores, he encargado especialmente esta tela con la que he hecho una especie de ‘carpa’, ideada para poder a voluntad, ocupar todo este espacio o para ser desplazada en todos los sentidos y tomar cualquier forma».

«Y con esta original carpa prosigo ahora unos experimentos, que llamaré ‘arquitectónicos’. Ellos me revelan qué tipos de locales ejercen una acción nefasta en los hombres y los animales y en qué medida».

«Estos experimentos arquitectónicos me han convencido ya plenamente de que las dimensiones y la forma general del interior de un local no son las únicas que ejercen sobre los hombres y los animales una enorme influencia, sino que también las ‘curvas’, ‘ángulos’, ‘salientes’ y ‘brechas’ de las paredes, etc. contribuyen siempre, por las modificaciones que aportan a las vibraciones producidas en la atmósfera del local, a mejorar o empobrecer las vibraciones subjetivas de los hombres y de los animales presentes».

Cuando el venerable derviche comenzó sus experimentos con esta gran carpa, en el curso de los cuales noté, entre otras cosas, que las vibraciones ambientales, modificándose bajo el efecto de diversos factores circundantes, ejercían sobre la presencia común de los seres tricerebrados que han despertado tu simpatía, una acción mucho más fuerte que sobre los seres unicerebrales y bicerebrales.

Evidentemente, esto también es consecuencia de las anormales condiciones interiores y exteriores de su existencia eseral ordinaria.

Después de estas demostraciones arquitectónicas, nos condujo a otra pequeña sección donde realizó numerosos experimentos que nos hicieron ver claramente y comprender cuáles vibraciones, surgidas de diversas fuentes, actúan sobre los «acordes subjetivos de vibraciones» de tus favoritos y de qué manera.

Dichos experimentos nos mostraron también los resultados que daban las vibraciones surgidas de las radiaciones de seres tricerebrados de diversos tipos, o de seres bicerebrados y unicerebrados así como las vibraciones de su voz y las de numerosas otras fuentes.

Nos presentó entre otros, comentándolos, varios experimentos que ponían en evidencia la acción funesta que ejerce en los seres contemporáneos de allá la producción, abundante y supuestamente voluntaria, de lo que ellos llaman sus «obras de arte».

Entre estas últimas había «pinturas», «estatuas» y, naturalmente, sus famosas «composiciones musicales».

Pero de todos los experimentos presentados por ese sabio, resaltó en definitiva que las vibraciones más dañinas para los seres tricerebrados contemporáneos de allá eran las que provocan en ellos lo que se llama «medicamentos».

Permanecí cuatro días en el dominio subterráneo de ese auténtico sabio terrestre, al cabo de los cuales, regresé en compañía del derviche Boga-Edin a la ciudad de Bujara de la cual habíamos partido; y así concluyó mi primer encuentro con ese ser notable.

Durante esos cuatro días, nos mostró y nos expuso mucho otras cosas sobre las «leyes de las vibraciones». Pero lo que para mí resultó de mayor interés fue la explicación que él dio, en último lugar, de la existencia, en esa morada subterránea —perdida en esa región salvaje, lejos de todo agrupamiento de seres terrestres contemporáneos— de la luz eléctrica y del gas.

Durante su relato, ese ser terrestre tricerebrado, tan simpático, al participarnos ciertos detalles no pudo dominarse; de sus ojos corrieron de repente lágrimas sinceras que me tocaron entonces hasta tal punto que jamás he podido olvidarlo.

Ciertos datos que ese relato puso en claro podrán constituir, con miras a tu existencia futura, un excelente material de confrontación, y ayudarte a comprender los resultados de lo que se llama un «destino subjetivo», resultados que se producen en general, en nuestro Gran Megalocosmos, en todas partes donde aparecen y existen juntos una multitud de individuums relativamente independientes.

Ocurre frecuentemente en esas colectividades, que el destino para ciertos individuums se muestra absolutamente injusto, en el proceso de su existencia personal, pero por ese mismo hecho todos los demás seres que existen con ellos se benefician con una amplia cosecha de justos frutos, en el sentido objetivo de la palabra.

Por consiguiente, te hablaré de esto con todo detalle y trataré además de repetirte su relato, tan textualmente como pueda, sin cambiarle nada.

El relato tuvo lugar un poco antes de irme de este dominio subterráneo donde me había convencido de que los resultados de las adquisiciones de la Razón de los antepasados de los seres tricerebrados actuales, no habían desaparecido completamente. Por cierto que a causa de su existencia eseral anormal, al dejar los seres de las generaciones que siguieron en este extraño planeta de transmutar conscientemente en sí mismos las verdades cósmicas descubiertas por sus antepasados, esas verdades no han progresado allá, como lo hacen en todas partes; sin embargo, se han concentrado automáticamente en ese extraño imperio subterráneo de tu planeta, esperando ser desarrolladas y perfeccionadas por los seres tricerebrados venideros.

Y así, cuando le pregunté al venerable Jadyi-Asvatz-Truv acerca de los métodos que habían permitido producir este alumbrado con gas y electricidad en su imperio subterráneo, me respondió:

«Estas dos clases de alumbrado tienen orígenes completamente diferentes, y cada una de ellas tiene su propia historia».

«El alumbrado con gas existe aquí desde nuestra llegada, y fue instalado por iniciativa mía y de mi viejo amigo, el derviche Kerbalai-Azis-Nuarán».

«En cuanto al alumbrado eléctrico, existe solo desde hace muy poco tiempo, y su iniciativa corresponde a otro de mis amigos, un europeo, muy joven todavía».

«Creo que será mejor que os relate cada una de esas historias por separado».

«Comencemos con el alumbrado a gas».

«Cuando al principio llegamos aquí, había en las cercanías un lugar sagrado llamado ‘La gruta sagrada’, a la que acudían diversos ‘peregrinos’ y ‘devotos’ de todo el Turquestán».

«Y la creencia popular afirmaba que cierto ‘Jdreilav’ había vivido en esta gruta, en otra época, de donde habría sido llevado al cielo en ‘vida’».

«Se decía también que había sido llevado en forma tan inesperada que ni había tenido tiempo de apagar el fuego que alumbraba su gruta».

«Esta última creencia estaba sustentada en el hecho de que, en dicha gruta, ardía, en efecto, un ‘fuego imperecedero’».

«¡Ahora bien, amigo de mi amigo!».

«Como ni yo ni mi amigo, el derviche Kerbalai-Azis-Nuarán, podíamos dar crédito a esta creencia popular, decidimos averiguar las verdaderas causas de ese hecho insólito».

«Puesto que disponíamos en aquel entonces de recursos materiales suficientes y contábamos con las condiciones necesarias para la investigación de ese fenómeno sin que nadie pudiera molestarnos, comenzamos a averiguar su origen».

«Resultó que, no lejos de esa gruta, debajo del suelo, corría un arroyo que atravesaba una capa de tierra compuesta de minerales, cuya acción combinada provocaba al contacto con el agua un desprendimiento de un gas inflamable que por casualidad había encontrado una salida por una grieta del suelo de la gruta».

«Ese gas, al inflamarse en forma accidental, debía ser, evidentemente, el origen de ese ‘fuego perpetuo’».

«Después de haber aclarado ese misterio y descubierto que la fuente de ese arroyo se encontraba no lejos de nuestra morada subterránea, decidimos, mi amigo y yo, desviar artificialmente ese gas hacia el interior de nuestra caverna».

«Y así, desde entonces el gas fluye, a través de canalizaciones de barro cocido que construimos, hacia la sección principal de nuestra caverna, desde donde es distribuido por medio de ‘bambúes’, de acuerdo con nuestras necesidades».

«En cuanto a la presencia de la luz eléctrica en nuestra gruta, he aquí la historia:»

«Al poco tiempo de habernos instalado en esta región, cierta vez me visitó, enviado por un antiguo amigo mío, también derviche, un viajero europeo sumamente joven, que deseaba conocerme para hablar conmigo de esas leyes de las vibraciones en las cuales yo me interesaba».

«Pronto nos hicimos muy amigos, ya que resultó ser muy serio en su búsqueda de la verdad y además, porque era sumamente bondadoso y ‘susceptible con respecto a las debilidades de cada uno sin excepción’».

«Se dedicaba a estudiar las leyes de las vibraciones en general, pero sus estudios se referían principalmente a las ‘leyes de las vibraciones’ que provocan en los hombres las diversas enfermedades».

«Sus estudios, lo llevaron entre otras cosas, a descubrir el origen de la enfermedad existente en los hombres con el nombre de ‘cáncer’, así como el medio de destruir en ellos esa aparición funesta».

«Él constató, y luego demostró prácticamente, que existe para todo hombre, mediante cierta forma de vida y cierta preparación, una posibilidad de elaborar conscientemente en sí mismo vibraciones capaces —siempre que con ellas se sature al enfermo de cierta manera y en momentos determinados— de destruir de una vez por todas esa terrible enfermedad».

«Después de separarnos, estuvimos mucho tiempo sin volver a vernos, pero siempre teníamos noticias el uno del otro».

«Supe así que mi joven amigo, al poco tiempo de alejarse de aquí, había contraído matrimonio en su país y durante los años siguientes, había vivido con su mujer una vida plena de ‘amor familiar y apoyo moral recíproco’ como decimos en Asia».

«Tenía particular interés, sobre todo, en las noticias relativas a los resultados que él había obtenido en la búsqueda de un tratamiento capaz de destruir en los hombres las causas mismas de las vibraciones que cristalizan los factores de aparición de esta enfermedad, por estar estas causas en íntima relación con aquéllas cuyo estudio constituía el interés primordial de mi vida».

«Si bien mi amigo no había descubierto aún ningún tratamiento al alcance de todos. Pero recibí durante ese periodo varios informes dignos de fe por los que supe que él había descubierto, para curar a las personas que padecían esta enfermedad, un medio impracticable todavía por parte de los demás, pero con el cual él obtenía, cada vez, una destrucción radical de esta abominable plaga de la humanidad».

«Me llegaron informaciones indudables sobre los exitosos resultados que él había obtenido en varias decenas de casos».

«Posteriormente, por motivos que no dependían ni de él ni de mí, no tuve noticias sobre mi joven amigo durante diez años».

«Había olvidado ya casi completamente su existencia, cuando un día, mientras me encontraba particularmente absorto en mis ocupaciones, oí que alguien usaba nuestra señal secreta; cuando respondí y pregunté quién estaba allí, reconocí en seguida su voz. Me pidió que dejara al descubierto la entrada a nuestra morada subterránea».

«Naturalmente, estábamos los dos muy contentos de volvernos a ver y de reanudar nuestro intercambio de puntos de vista sobre nuestra querida ciencia de las ‘leyes de las vibraciones’».

«Cuando pasó la emoción provocada por nuestro nuevo encuentro, y después de desembalar todos los objetos traídos a lomo de camello por mi joven amigo, —entre los cuales se encontraba el famoso aparato europeo ‘Roentgen’, una cincuentena de ‘elementos Bunsen’, varios ‘acumuladores’ y diversos bultos de alambres eléctricos de materiales diversos— empezamos a hablar tranquilamente».

«Me contó su vida y esto es lo que supe, con gran pesar: varios años antes, cuando conforme a las leyes del mundo, las condiciones circundantes y las circunstancias eran tales que en casi toda la Tierra los hombres perdieron toda seguridad en el mañana y toda esperanza de un domicilio fijo, observó de pronto, en su muy amada mujer, los síntomas de la horrorosa enfermedad cuyo tratamiento se había constituido en una de las principales metas de su existencia».

«Y le aterró porque, en vista de las condiciones circundantes, carecía de toda posibilidad de emplear el tratamiento que había descubierto y que únicamente él podía llevar a cabo».

«Tras haber recobrado más o menos su calma después de esa tremenda comprobación, tomó la única decisión posible, esperar pacientemente tiempos más favorables y, mientras tanto, tratar de crear para su mujer condiciones de vida necesarias para demorar todo lo posible el proceso progresivo de esa terrible enfermedad».

«Transcurrieron poco más de dos años. Durante ese tiempo, las condiciones circundantes mejoraron y mi joven amigo contó con la posibilidad de prepararse, por fin, para utilizar el medio único que él conocía para curar ese mal».

«Pero mientras trabajaba para ponerse en condiciones de aplicar ese tratamiento, cierto día, muy triste para él, fue atropellado por un ‘automóvil’ a causa de los atascos provocados por una manifestación, en una de las grandes ciudades europeas, y, aunque no murió, resultó muy gravemente herido».

«Debido a sus heridas, permaneció varios meses ‘sin conocimiento’ y, además, debido a la imposibilidad en que él se encontraba de dar una dirección consciente y voluntaria a la vida ordinaria de su mujer, el proceso de la terrible enfermedad se desarrolló en ella a un ritmo acelerado, principalmente porque durante la enfermedad de su marido, ella lo cuidó sin darse tregua, en un perpetuo estado de ansiedad».

«Y así, cuando mi pobre joven amigo al fin recobró la conciencia, comprobó con horror que el proceso de la enfermedad de su mujer se encontraba ya en su última etapa».

«¿Qué hacer?… ¿a qué recurrir? Las consecuencias de sus heridas le privaban todavía de toda posibilidad de prepararse, elaborando en sí mismo la calidad requerida de vibraciones, para poner en práctica el tratamiento que él había descubierto con el objeto de destruir esa plaga».

«Por consiguiente, y en vista de que no encontraba otra solución, resolvió recurrir al tratamiento empleado por los representantes de la medicina europea contemporánea y que permite, según ellos, acabar con esa enfermedad».

«En otras palabras, decidió recurrir a lo que llaman los ‘rayos X’».

«Y las sesiones de ‘rayos X’ empezaron».

«Durante el proceso de dicho tratamiento, notó que, aunque la principal ‘concentración’ o ‘centro de gravedad’ de la enfermedad en el cuerpo de su mujer se ‘atrofiaba’, al mismo tiempo, una ‘concentración’ similar comenzaba a formarse en otra parte totalmente distinta de su cuerpo».

«Después de varios meses de “sesiones” regulares, como dicen en Europa, una nueva concentración independiente se declaró en un tercer lugar del cuerpo».

«En fin, llegó el momento en que fue preciso reconocer que los días de la enferma estaban contados».

«Ante esta desgracia, mi joven amigo decidió renunciar a todas las ‘maquinaciones’ de la medicina europea contemporánea y, sin ninguna consideración por su propio estado, comenzó a elaborar en sí mismo las vibraciones necesarias y saturar con ellas el cuerpo de la enferma».

«Si bien logró, a pesar de dificultades casi insuperables, prolongar la existencia de su mujer durante casi dos años, ella murió finalmente a causa de esa terrible enfermedad humana».

«Debo añadir que, durante el último periodo de la dolencia, cuando mi amigo decidió dejar de lado las ‘maquinaciones de la medicina contemporánea’, se vieron aparecer en el cuerpo de su mujer, dos nuevas ‘concentraciones’ independientes».

«Cuando mi joven amigo recuperó un poco de calma, después de este desenlace atroz, volvió a dedicar parte de su tiempo a sus queridos estudios e investigaciones de las grandes leyes del Mundo, quiso, entre otras cosas, averiguar por qué, durante el tratamiento del cáncer por medio de los rayos X, habían aparecido en el cuerpo de su mujer las ‘concentraciones’ independientes que él había comprobado y que jamás había encontrado en sus largos años de estudio».

«Como resultaba complicado, por no decir prácticamente imposible, elucidar en las condiciones en que él se encontraba, este asunto que le interesaba, decidió acudir a mí, para tratar con mi ayuda de resolverlo experimentalmente».

«Y por eso había traído consigo todos los materiales necesarios para estos experimentos».

«Al día siguiente, puse a su disposición una de las secciones de nuestro dominio subterráneo y varias de las llamadas cabras ‘Salmamuras’ y todo lo que podía necesitar para sus experimentos».

«Entre otros preparativos, puso a funcionar el aparato Roentgen, con la ayuda de los elementos Bunsen».

«Y no habían pasado tres días, desde su llegada, cuando ya había descubierto lo que originó el alumbrado eléctrico permanente de nuestra caverna».

«Y comenzó del siguiente modo:»

«Mientras realizábamos ciertos experimentos por medio de mis vibrómetros, y mientras calculábamos las vibraciones de la corriente eléctrica que producía los rayos X en el aparato Roentgen, observamos inmediatamente que el número de vibraciones de la corriente eléctrica producida por los elementos Bunsen aumentaba o disminuía todo el tiempo; y como era sumamente importante para nuestros experimentos, tener un flujo de corriente con un número uniforme de vibraciones en un intervalo de tiempo dado, comprendimos claramente que este tipo de corriente eléctrica no convendría de ninguna manera a nuestras investigaciones».

«Esta comprobación descorazonó y deprimió mucho a mi joven amigo».

«Quien interrumpió inmediatamente los experimentos que había comenzado y se puso a reflexionar».

«Durante los dos días siguientes, no dejó de pensar, incluso hasta pensaba en ello mientras comía».

«Al cabo del tercer día, mientras nos dirigíamos a la sección donde solíamos comer y cuando cruzábamos un puentecillo construido sobre un arroyo subterráneo que atraviesa la sección principal de nuestra caverna, se detuvo y, golpeándose la frente, exclamó muy excitado: ‘¡Eureka!’».

«El resultado de esta exclamación fue que, al día siguiente, con la ayuda de varios Tadyiks que él había contratado, se dedicó a transportar, desde diferentes minas abandonadas de la vecindad, bloques de mineral de tres clases, escogidos entre los más grandes que se podían mover. Estos fueron colocados, según cierto orden, en el lecho de nuestro arroyo subterráneo».

«Una vez terminado ese trabajo, instaló dos polos que conectó por un procedimiento muy simple, sirviéndose del mismo arroyo, a los acumuladores que él había modificado un poco. Como resultado, una corriente eléctrica de cierto amperaje comenzó a pasar a estos acumuladores».

«Y cuando, después de veinticuatro horas, conectamos nuestros vibrómetros a la corriente eléctrica así determinada, comprobamos que incluso teniendo un amperaje insuficiente, el número de vibraciones que ella daba se mantenía absolutamente estable, durante todo el tiempo de su paso a través de los vibrómetros».

«Para aumentar la fuerza de la corriente eléctrica conseguida de este modo original, mi amigo fabricó unos ‘condensadores’ de diversos materiales —pieles de cabra, cierto tipo de ‘arcilla’, polvo de ‘zinc’ y ‘resina de pino’—, produciendo así una corriente eléctrica correspondiente al amperaje y al voltaje de la máquina Roentgen que él había traído».

«Por medio de esta fuente original de corriente eléctrica, llegamos finalmente a comprobar lo siguiente:»

«Si bien el empleo de esa invención europea para el tratamiento de la espantosa enfermedad de la que hemos hablado, acarrea la atrofia de los ‘centros de gravedad’ del mal, en todo el cuerpo del hombre, facilita grandemente la ‘metástasis’ en otras glándulas y favorece la propagación y el desarrollo de la enfermedad en nuevos focos».

«Así pues, amigo de mi amigo».

«Cuando mi joven amigo se hubo sentido satisfecho después de esta elucidación, dejó de interesarse por el problema que hasta entonces lo había absorbido y, cuando regresó a Europa, nos dejó la fuente de luz que él había creado y que no requiere atención ni material extraño; desde entonces, hemos instalado poco a poco lámparas eléctricas a medida que se hicieron necesarias en nuestra caverna».

«Aunque nuestra original fuente de energía era incapaz de generar suficiente energía para todas las lámparas que poseíamos en nuestras grutas, como no malgastamos esa energía y no la empleamos sino en la medida en que nos es necesaria, ella va cargando poco a poco los acumuladores y a veces en cantidades tales que hemos instalado aparatos con el fin de utilizar su excedente para nuestras diferentes necesidades domésticas».

En ese punto del relato de Belcebú, todos los pasajeros de la nave Karnak sintieron un sabor a la vez dulce y amargo que invadía las zonas interiores de su boca.

Eso significaba que la nave Karnak se acercaba a un planeta, en el cual iba a hacer un alto, imprevisto a la salida. Ese planeta era el planeta Deskaldino.

Belcebú interrumpió su narración y regresó a su «Keshah» o cabina, así como Ajún y Jassín, para prepararse a descender en el planeta Deskaldino.

Observación: Si alguna persona se interesa por casualidad en las ideas expuestas en este capítulo —si se interesa seriamente y no «a la ligera», como lo hacen en general los hombres contemporáneos— y si esa persona dispone de datos psíquicos, morales, físicos y materiales cuya calidad sea satisfactoria, de acuerdo con mi comprensión, yo le aconsejo con insistencia poner a trabajar todas sus fuerzas con miras a reunir ante todo las condiciones necesarias para merecer llegar a ser un «alumno con todo derecho» de mi «laboratorio universal», laboratorio que tengo la intención de abrir después de haber terminado mis obras, y cuya creación será ligada a la última fase de mi intensa actividad para el bien de la humanidad entera.

El Autor.