Capítulo 34
Rusia
Todos los sucesos posteriores que tuvieron lugar durante esta última permanencia mía en la superficie del planeta Tierra, y que tienen que ver con la forma anormal de existencia eseral de esos seres tricerebrados que tanto te gustan, así como muchos pequeños incidentes que me revelaron los detalles característicos de su extraño psiquismo, comenzaron del siguiente modo:
Una mañana, durante uno de mis paseos a las «Pirámides», un desconocido ya de edad, cuya apariencia no era la de un ser nativo de aquellas tierras, se acercó a mí y, después de haberme saludado según la costumbre de allí, me dirigió las palabras siguientes:
«¡Doctor! ¿Podría usted quizás hacerme el favor de aceptarme como compañero durante sus paseos matutinos? He notado que usted se pasea siempre solo por estos lugares. También a mí me gusta mucho venir aquí por la mañana y ya que estoy, como usted, absolutamente solo en Egipto, me tomo la libertad de proponerle mi compañía».
Como las vibraciones de su radiación no eran demasiado «Otkaluparianas» respecto a las mías —es decir, que me parecía simpático según la expresión de tus favoritos— y como yo mismo ya había pensado establecer con alguien relaciones que me permitieran descansar de vez en cuando de la mentación activa mediante conversaciones en las que daría rienda suelta a mis asociaciones, acepté rápidamente su proposición, y desde ese día pasé el tiempo de mis paseos matutinos con él.
Después de habernos tratado más, supe que aquel extranjero pertenecía a la gran comunidad que lleva el nombre de «Rusia» y que era, entre sus compatriotas, un importante «detentador de poder».
Durante aquellos paseos juntos, nuestras conversaciones versaron pronto preferentemente, no sé por qué, sobre la falta de voluntad de los seres tricerebrados y sobre esas indignas debilidades que llaman ellos mismos «vicios», debilidades a las que se acostumbran muy rápidamente, sobre todo en nuestros días, y que acaban por convertirse en la única base en la que se apoyan tanto su existencia como la calidad de sus manifestaciones eserales.
Un día, durante una de esas conversaciones, se volvió de pronto hacia mí y me dijo:
«¿Sabe usted, querido doctor, que en mi patria se ha desarrollado y se ha propagado considerablemente en estos últimos tiempos, en todas las clases sociales, la pasión por el alcohol? Y esa pasión, como usted sabe, conduce tarde o temprano a formas de relaciones recíprocas que suelen desembocar, como lo muestra la historia, en la destrucción de las costumbres seculares y de los logros de la sociedad».
«Por ese motivo, varios de mis compatriotas de más discernimiento, habiéndose finalmente dado cuenta de la gravedad de la situación que se había creado en el país, se han reunido recientemente con el propósito de encontrar los medios de evitar esas consecuencias catastróficas. Para llevar a cabo su tarea, decidieron fundar una sociedad con el nombre de ‘Comité de protección de la temperancia del pueblo’, y me nombraron a mí para dirigir dicha empresa».
«En la actualidad, la actividad de dicho comité, encargado de tomar medidas contra ese mal nacional, está en plena efervescencia».
«Hemos hecho ya bastante, pero todavía nos queda mucho por hacer». Tras reflexionar un instante prosiguió:
«Ahora, mi querido Doctor, si usted me pide mi opinión personal sobre los resultados que uno puede esperar de nuestro Comité, hablando francamente, aunque soy su presidente, me vería en apuros para decir algo bueno de ello».
«En lo que se refiere a la situación general de nuestro Comité, por mi parte, mis únicas esperanzas están puestas en el ‘azar’».
«En mi opinión, todo el mal viene de que tal empresa está bajo la protección de varios grupos, de los que depende la realización de nuestros proyectos; y como, ante cada problema, cada uno de esos grupos persigue sus propios fines, la solución de cualquier cuestión relativa a la meta fundamental del Comité es siempre pretexto de discordia. Debido a ello, en lugar de mejorar las circunstancias que permitirían alcanzar efectivamente los objetivos para los cuales ha sido fundada esta obra, tan indispensable para mi querida patria, los miembros del Comité dejan día tras día multiplicarse entre ellos todo tipo de malentendidos, de asuntos personales, de maledicencias, de intrigas, de perfidias, y otras cosas por el estilo».
«En cuanto a mí, en estos últimos tiempos, he pensado y repensado tanto, he consultado a tantas personas con más o menos experiencia de la vida, con el fin de hallarle una salida a esa situación tan lamentable, que casi he llegado a ponerme enfermo, y me he visto obligado a instancias de mis familiares, a emprender este viaje a Egipto con el único fin de descansar. Pero ni en Egipto he podido lograrlo, pues esos sombríos pensamientos míos no me dan tregua alguna».
«Ahora, querido doctor, ya que usted conoce más o menos el fondo del problema que es la raíz y causa de mi desequilibrio moral actual, le confesaré francamente los pensamientos y las esperanzas internas que se abren paso en mí desde que lo conozco a usted».
«De hecho —continuó—, en nuestros largos y frecuentes intercambios sobre los nefastos vicios de los hombres, y sobre los medios de librarlos de ellos, me he convencido plenamente de la sutil comprensión que usted tiene sobre el psiquismo humano y de su profunda competencia acerca de las condiciones que deberían crearse para luchar contra su debilidad. Por ello, lo considero a usted como el único hombre capaz de ser fuente de iniciativa, a fin de organizar la actividad del comité que hemos fundado contra el alcoholismo, y de dirigir su aplicación en la vida».
«Ayer por la mañana, me vino a la mente una idea en la que he pensado todo el día y toda la noche, y finalmente me he decidido a preguntarle lo siguiente:
¿Consentiría usted en ir a mi tierra, Rusia, y después de haber visto sobre el terreno todo lo que allí ocurre, aceptaría usted ayudarnos a organizar nuestro Comité de tal forma que aporte realmente a mi patria los beneficios para los cuales fue fundado?».
Luego añadió:
«El amor de usted por la humanidad me da valor para dirigirle esta petición y la seguridad de que no se negará a participar en esta obra, de la cual depende tal vez la salvación de varios millones de personas».
Cuando aquel simpático anciano ruso terminó de hablar, reflexioné un instante, y le respondí que con toda probabilidad aceptaría su proposición de ir a Rusia, ya que ese país podría también ser muy adecuado a mi meta principal.
Le dije:
«En este momento tengo una sola meta, que consiste en elucidar a fondo, en todos sus detalles, las manifestaciones del psiquismo humano, tanto en los individuos aislados como en las colectividades. Pues bien, para estudiar el estado y las manifestaciones del psiquismo en las grandes colectividades, Rusia me vendrá muy bien; pues esa enfermedad que es la “pasión por el alcohol” está propagada en casi toda la población de su tierra, tal como he comprendido en estas conversaciones, y así tendré la posibilidad de hacer frecuentes experimentos con tipos variados, tanto individualmente como en grupo».
Después de esta conversación con aquel ser importante de Rusia, hice rápidamente mis preparativos y tras unos días, salí de Egipto con él. Dos semanas más tarde ya estábamos en la ciudad que era el lugar principal de existencia de aquella gran comunidad, y que en esa época todavía se llamaba San Petersburgo.
Una vez que llegamos, mi nuevo amigo se dedicó a sus asuntos pendientes, que se habían acumulado durante su larga ausencia.
En ese tiempo fue cuando se terminó, entre otras, la construcción del gran edificio asignado por el Comité al servicio de la lucha contra el alcoholismo, y mi amigo se ocupó de organizar y preparar todo para lo que allí llaman la «inauguración» del edificio y para el inicio de las correspondientes actividades que se desarrollarían en él.
Durante ese tiempo, como de costumbre, me dediqué a pasear por todas partes, y a tratar con seres pertenecientes a las distintas llamadas «clases sociales», a fin de conocer sus particulares características, sus hábitos y sus costumbres.
Fue entonces cuando pude comprobar por primera vez en la presencia de los seres pertenecientes a esa comunidad contemporánea el carácter manifiestamente dual de su «ego individualidad».
Después de esa comprobación, me dediqué a investigar especialmente el asunto y descubrí que la formación, en su presencia común, de esa doble individualidad se debía antes que nada a una falta de correspondencia entre el «ritmo propio del lugar de su aparición y de su existencia» y «la forma de su mentación eseral».
Según creo, querido nieto, comprenderás muy bien la dualidad particularmente marcada de la individualidad de los seres de esa gran comunidad cuando te haya referido palabra por palabra la opinión que de ellos me dio personalmente nuestro venerable Mulaj Nassr Eddin.
Debo decirte que, durante la segunda mitad de mi última estancia entre tus favoritos, tuve más de una vez la ocasión de encontrarme con ese sabio terrestre único, Mulaj Nassr Eddin, y de tener con él «intercambios de opinión» sobre diversas «cuestiones de la vida corriente», como dicen allí.
Nuestro encuentro en el cual él definió con una sabia sentencia la esencia verdadera de los seres de esa gran comunidad, tuvo lugar en una de las partes de tu planeta llamada «Persia», no lejos de una ciudad llamada Ispaján, donde había ido yo para realizar ciertas investigaciones sobre la Muy Santa Actividad de Ashyata Sheyimash, y para recoger informaciones sobre la manera en que surgió por primera vez esa funesta forma de su llamada «cortesía» que en la actualidad se encuentra allí por todas partes.
Antes de llegar a Ispaján, yo sabía ya que el venerable Mulaj había salido de viaje hacia la ciudad de Talayaltnikum para visitar al yerno de la hija mayor de su padrino.
En cuanto llegué a esa última ciudad, fui a buscarlo. Y durante todo el tiempo de mi estancia fui frecuentemente a su casa; sentados en la azotea, como es costumbre en ese país, discutíamos juntos todo tipo de «sutiles cuestiones filosóficas».
Una mañana, —creo que fue el segundo o el tercer día después de mi llegada allá— al ir a su casa me sorprendió el movimiento extraordinario que reinaba en las calles; por todas partes barrían, limpiaban, colgaban lo que llaman «tapices», «mantones», «banderas», etc.
Pensé: «Posiblemente son los preparativos de una de las dos famosas fiestas anuales de esa comunidad».
Una vez en la azotea, después de haber intercambiado con nuestro querido y muy eminente sabio Mulaj Nassr Eddin los saludos de costumbre, le señalé con el dedo lo que pasaba en la calle y le pregunté de qué se trataba.
En su cara se esbozó su habitual mueca benévola, y como siempre fascinante, aunque teñida de cierto menosprecio. Se disponía a decir algo, cuando en el mismo instante retumbaron en la calle los clamores de los pregoneros públicos y el galope de numerosos caballos.
Nuestro sabio Mulaj se levantó pesadamente sin decir una palabra, y tomándome por la manga, me condujo al borde de la azotea; allí, guiñando maliciosamente el ojo izquierdo, atrajo mi atención hacia la enorme «cabalgata» que pasaba a toda velocidad, compuesta principalmente, como lo descubrí más tarde, de seres llamados «Cosacos», pertenecientes a la gran comunidad de Rusia.
En el centro de aquella enorme «cabalgata» iba una «calesa rusa» uncida con cuatro caballos, que conducía un cochero a quien su extraordinaria corpulencia daba un aire «imponente». Ese aire imponente, muy al estilo ruso, se debía a unos cojines colocados debajo de su ropaje, en ciertos lugares apropiados. En la calesa iban sentados dos seres: uno de ellos tenía el aspecto característico del país, Persia, mientras que el otro era lo que se llama un típico «general ruso».
Una vez que la cabalgata hubo pasado, el Mulaj pronunció primero su dicho favorito: «Bien hecho, sí, está bien hecho para ti». «¡No hagas lo que no se debe!» y lanzando su exclamación familiar, que es algo así como «¡Zrrrrrt!», volvió a su lugar invitándome a hacer lo mismo; después de atizar en su «kalian» las brasas de carbón de leña, dio un profundo suspiro y pronunció la siguiente retahíla que, como siempre, no era inmediatamente comprensible:
«En este instante acaba de pasar, escoltada por un gran número de ‘pavos de raza’, una ‘corneja’ de este país, ‘importante’ por cierto, y de alto vuelo, pero ya muy desplumada y bastante arrugada».
«En estos últimos tiempos además, las ‘cornejas de alto rango’ de este país no dan ya un solo paso sin esos ‘pavos de raza’; ellas acarician evidentemente la esperanza de que sus plumas, cuyos lastimosos restos se encuentran así constantemente en el campo de las poderosas radiaciones de esos pavos, se reafirmarán quizás un poco, y entonces dejarán de caérseles».
No comprendí nada de lo que acababa de decirme, pero conociendo ya su costumbre de expresarse primeramente de forma alegórica, no me sorprendí en absoluto, y me abstuve de preguntarle, esperando pacientemente sus sabias posteriores explicaciones.
De hecho, después de su retahíla, y cuando el agua en su «kalian» hubo terminado de «borbotear», me dio, con la «sutil causticidad» que le es propia, la definición de toda la presencia y de la esencia misma de los seres de la comunidad contemporánea de Persia: me explicó que él comparaba a los seres de esa comunidad de Persia con los pájaros llamados «cornejas» y los seres de la gran comunidad de Rusia, de los que se componía el cortejo que acababa de galopar por la calle, con los «pavos».
Después desarrolló su pensamiento en una larga disertación del siguiente modo:
«Si analizamos imparcialmente el promedio estadístico de las comprensiones y de las representaciones que han adquirido los hombres de la civilización contemporánea, comparando entre sí los pueblos de Europa y los de los demás continentes, y si establecemos una analogía entre esos pueblos y las aves, los hombres que surgen y existen en el continente de Europa y que representan el ‘quid’ de la civilización actual, deberán ser llamados ‘pavos reales’, nombre del ave cuya apariencia es la más bella y la más suntuosa, mientras que los hombres de los demás continentes deberán ser llamados ‘cornejas’, nombre del pájaro más sucio y el que más manifiestamente no sirve para nada».
«Pero en cuanto a aquellos de nuestros contemporáneos que encuentran en el continente de Europa las circunstancias necesarias para su aparición y luego para su formación, pero más tarde existen, y por consiguiente son ‘rellenados’, en otros continentes —e inversamente, aquellos que vieron la luz en otro continente, y son ‘rellenados’ bajo las condiciones reinantes en el continente de Europa— no podrían ser comparados con ninguna otra ave mejor que con el pavo».
«Mejor que ninguna otra ave, el pavo representa ‘algo’ que no es ni carne ni pescado, sino que es en sí, como se suele decir, ‘una mitad y cuarto, más tres cuartos’».
«Los mejores representantes del ‘pavo’ son los habitantes contemporáneos de Rusia, y es precisamente con volátiles de ese género que estaba escoltada esa ‘corneja’ —una de las más importantes del país— que acaba de pasar como una tromba ante nosotros».
«Y ciertamente, los rusos se corresponden de manera ideal con esa original ave que es el ‘pavo’, como voy a demostrar».
«Puesto que ellos han visto la luz y se han formado en el continente de Asia, y sobre todo tienen una herencia pura, tanto orgánica como psíquicamente, forjada en el curso de muchos siglos en las condiciones de existencia que reinan en ese continente, poseen bajo cualquier punto de vista, naturaleza de asiáticos, y por consecuencia deberían ser, también ellos, ‘cornejas’. Pero, como en estos últimos tiempos se afanan mucho por convertirse en europeos, y con ese fin, se ‘rellenan’ lo mejor que pueden, dejan poco a poco de ser cornejas; y puesto que, según ciertos datos obviamente conformes con las leyes, no pueden sin embargo transformarse en verdaderos ‘pavos reales’, de ahí que, habiendo dejado de ser ‘cornejas’ sin llegar todavía a ser ‘pavos reales’ son, como ya he dicho, unos perfectos ‘pavos’».
«Por cierto, el pavo es un ave muy útil, desde el punto de vista doméstico, pues su carne —a condición, claro está, de que se mate el animal de la manera adecuada, tal como los pueblos antiguos aprendieron a hacer gracias a una práctica secular— es mejor y más gustosa que la de todas las demás aves; por el contrario, en vida, el ‘pavo’ es un ave muy extraña, de un psiquismo muy particular, que desafía toda comprensión, incluso aproximada, sobre todo por parte de nuestra gente, con su Razón medio pasiva».
«Uno de los numerosos rasgos específicos del psiquismo del pavo es que esa extraña ave considera como indispensable, no se sabe por qué, fanfarronear siempre; así que, sin ton ni son, se pavonea con mucha frecuencia».
«Fanfarronea y se pavonea hasta cuando nadie lo mira, bajo el único efecto de su imaginación y de sus estúpidos sueños».
Dicho esto, Mulaj Nassr Eddin se levantó lenta y pesadamente, pronunciando de nuevo su frase favorita: «Bien hecho, sí, te lo mereces» y añadiendo esta vez: «No te quedes sentado donde no debes», me tomó del brazo y juntos bajamos de la azotea.
Aquí, mi querido niño, sin dejar de rendir homenaje a la sutileza del análisis psicológico de nuestro muy sabio Mulaj Nassr Eddin, hay que decir en justicia que si esos rusos se han convertido en unos «pavos ejemplares», la culpa es, también en este caso, únicamente de los seres de la comunidad de Alemania.
Y la falta de esos seres de Alemania es no haber tomado en cuenta, cuando inventaron sus famosos tintes de anilina, una de las particularidades específicas de esos colores.
El hecho es que mediante esos tintes de anilina, todo color natural puede ser cambiado en cualquier otro, con la excepción de un solo color, que es el auténtico color negro natural.
Y esa imprevisión de los seres germánicos fue lo que acarreó a los pobres rusos su escandalosa desgracia.
De hecho, contra todo lo que se esperaba, las plumas de las «cornejas», que son teñidas por la Naturaleza de verdadero color negro, no pueden ser reteñidas jamás de otro color, ni incluso con la anilina de su invención. Y así, esas pobres «cornejas rusas» no pueden por consiguiente, de ningún modo, transformarse en «pavos reales». Pero lo peor es que habiendo dejado de ser «cornejas» y no siendo todavía «pavos reales», se convierten, quiéranlo o no, en «pavos», muestra perfecta de lo que nuestro querido Maestro formula así: «una mitad y un cuarto, más tres cuartos».
De este modo, gracias a la sabia definición que en persona me diera el venerable Mulaj Nassr Eddin, comprendí claramente, por primera vez, por qué todos los seres de esa gran comunidad de allá poseen, cuando llegan a la edad responsable, una individualidad tan netamente dual.
Pero dejemos eso por ahora. Te voy a contar los acontecimientos en los que hube de participar, desde mi llegada a la principal ciudad de la comunidad de Rusia, que entonces era conocida como San Petersburgo.
Como ya te dije, mientras mi amigo ruso ponía en orden sus asuntos pendientes por su ausencia, yo me paseé por todas partes, tratando con seres de todas las «clases» y de todas las «posiciones», a fin de estudiar las particularidades características de sus usos y costumbres, y explicarme las causas de su «necesidad orgánica» de alcohol, así como los efectos de esto sobre la presencia común de ellos.
Es interesante notar que desde mis primeros encuentros con diferentes seres tricerebrados pertenecientes a diversas «clases» y «posiciones», pude comprobar muchas veces el hecho, que se me hizo absolutamente evidente tras una observación más atenta, de que la mayoría de ellos llevaba ya el germen de ese «funcionamiento particular de su presencia común» que, desde hace mucho tiempo, surge en tus favoritos bajo el efecto de cierta combinación de dos causas exteriores independientes.
La primera de esas causas es una ley cósmica general existente con el nombre de «Soliunensius»; y la segunda consiste en un agudo deterioro de las circunstancias de existencia ordinaria en una parte determinada de la superficie de tu planeta.
Me refiero al germen de ese «funcionamiento particular de su presencia común» que desde muchos años se ha fijado en la presencia de todos los seres de esa comunidad, bajo esa forma que ya han conocido tus favoritos durante ciertos periodos bien definidos, y que se convierte para ellos en un «factor estimulante» de ciertas manifestaciones específicas —las cuales, son también propias solo de los seres tricerebrados del planeta Tierra— cuya totalidad ha recibido esta vez entre los seres de esa gran comunidad el nombre de «bolchevismo».
Más adelante te explicaré ese «funcionamiento particular de su presencia común».
Menciono este tema ahora solo para darte una idea de las circunstancias ya particularmente anormales de existencia eseral en medio de las cuales tuve que ejercer mi actividad durante mi estancia entre los seres de esa gran comunidad, en su capital principal, San Petersburgo. Incluso antes de mi llegada a dicha ciudad, ya había tenido la intención —e incluso había elaborado con ese objeto todo un plan y había preparado ciertos detalles indispensables— de establecer en una de sus grandes aglomeraciones algo así como un «laboratorio de química», en el cual quería yo hacer, por medios previstos de antemano, experimentos especiales sobre ciertos aspectos profundamente ocultos de su extraño psiquismo.
Así, querido nieto, cuando hube comprobado, una vez instalado en aquella ciudad, que casi la mitad de mi tiempo lo tenía libre, decidí aprovecharlo para dedicarme al mencionado proyecto.
De acuerdo con mis primeras informaciones, supe que para instalar un laboratorio, hacía falta antes que nada la autorización de los seres «detentadores de poder», y emprendí sin demora las gestiones necesarias para obtenerla.
Los primeros pasos que di en este sentido me mostraron que, debido a ciertas leyes fijadas desde hacía mucho tiempo en el proceso de existencia de esa comunidad, la autorización para abrir tan privado laboratorio dependía de cierto «departamento» de uno de lo que ellos llaman sus «ministerios».
Así, me dirigí a ese departamento. Pero resulta que los empleados del mismo, incluso reconociendo que el otorgamiento de ese permiso era parte de sus obligaciones, no sabían qué era lo que debían hacer.
Y no lo sabían, como más tarde comprendí, simplemente porque nadie se había dirigido jamás a ellos para obtener dicho permiso, y por consiguiente, aquellos desdichados seres no habían podido adquirir el «hábito mecánico» correspondiente a dicha obligación eseral suya.
Debo hacerte notar que desde los últimos siglos, casi todas las manifestaciones eserales que exigen el cumplimiento del deber eseral en las presencias de los seres que llegan a ser «detentadores de poder», se realizan gracias al solo funcionamiento de datos constituidos en ellos por la frecuente repetición de una sola y misma cosa.
Entre los seres detentadores de poder de esa comunidad, la cristalización de esos singulares «datos eserales» automáticos se efectuaba en esa época mucho más intensamente que en cualquier otra parte, hasta el punto de que parecían estar a veces totalmente desprovistos de los datos que suscitan la aparición inmediata de los impulsos esenciales propios de los seres en general.
Dicha cristalización ocurrió en ellos, como más tarde pude comprobar, como consecuencia de la acción de la ley cósmica Soliunensius, que te mencioné no hace mucho.
Y en cuanto al hecho de que nadie se hubiera dirigido jamás a los empleados de aquel departamento para pedirles un permiso, ello no significaba en absoluto que ninguno de los habitantes de dicha capital hubieran necesitado un laboratorio químico; por el contrario, nunca había habido en esa ciudad tantos laboratorios químicos como en ese período, y sin duda alguna sus propietarios habían conseguido en alguna parte, y de alguna otra manera, la necesaria autorización.
No podían dejar de tenerla. Para ello, existía en su capital, así como en todas las grandes y pequeñas comunidades en tiempos de paz, cierto «cuerpo administrativo» sobre el cual reposa en general la «esperanza de un perfecto bienestar para los detentadores de poder», cuerpo que ellos llaman «gendarmería» o «policía», siendo una de sus principales obligaciones la de velar para que todo el que abra una empresa esté provisto del permiso correspondiente. ¿Y cómo suponer que el «ojo de lince» de los seres que representan la «esperanza del perfecto bienestar de los detentadores de poder» deje escapar la más mínima cosa y permita a un laboratorio cualquiera instalarse sin la autorización reglamentaria de los detentadores de poder?
Esta aparente contradicción tenía un origen muy distinto.
Es necesario que te diga que la actitud de los seres de aquella comunidad ante las leyes y las reglas fijadas en el pasado cuyo fin era asegurar relaciones mutuas «normales» —según la comprensión de ellos— y en general servir a su existencia ordinaria, se había hecho tal, que solo podían obtener el beneficio al cual tenían objetivamente derecho los que sabían cómo actuar justo al contrario, es decir, cómo ir en contra de las reglas y las leyes en vigor. Laboratorios privados como el que yo quería instalar, se podrían haber tenido no uno, sino millares; hubiera bastado conocer las «anormales gestiones» necesarias para obtener la autorización pertinente para abrir dicho laboratorio, y luego proceder de acuerdo con tales anomalías.
Pero teniendo en cuenta el poco tiempo que yo había pasado entre ellos, no había tenido la ocasión de elucidar todas las sutilezas de su existencia eseral ordinaria, la cual en aquella comunidad, había comenzado a convertirse, como ya te dije, en particularmente anormal.
Por eso apenas emprendí mis gestiones para obtener el permiso necesario, tuve que someterme a vejaciones sin fin, así como a sus «absurdos retrasos» instituidos también desde hacía mucho tiempo en el proceso de su existencia eseral; y todo, para no llegar a resultado alguno y ser totalmente innecesario.
Comenzó de este modo:
Cuando llegué al «departamento» en cuestión, y me dirigí a los empleados, se miraron unos a otros, muy desconcertados, y empezaron a cuchichear; algunos de ellos hojeaban febrilmente gruesos libros, con la evidente esperanza de encontrar allí algún reglamento relativo a dichos permisos. Finalmente, el de más edad de entre ellos vino hacia mí, y con aire importante, me rogó que le trajera de otro departamento ciertos «certificados de honorabilidad» acerca de mi persona.
Éste fue el punto de partida de interminables idas y venidas de un departamento a otro, de una administración a otra, de un especialista oficial a otro, y así indefinidamente.
Las cosas llegaron a tal punto en que tuve que correr como lanzadera de la «comisaría de policía» al «sacerdote de la parroquia»; y por poco no tuve que hacer una visita a la comadrona oficial de la ciudad.
Además, uno de esos «departamentos» exigía, no sé por qué, que el certificado de otro departamento, estuviese sellado por un tercero.
En un departamento tuve que firmar un papel; en otro, responder a preguntas que no tenían nada que ver con la química; en un tercero, me explicaron con muchos consejos dónde debía dirigirme para equipar mi laboratorio, cómo debería manejar el equipo para no envenenarme y cosas así.
Como más tarde supe, había sido recibido, sin sospecharlo, por un funcionario cuyas obligaciones consistían en disuadir a aquellos que querían instalar un laboratorio químico de realizar tan «abominable» intención.
Lo más gracioso era que, para obtener dicha autorización, tenía que dirigirme a un funcionario tras otro, los cuales no tenían la menor idea de lo que era, en general, un laboratorio.
Yo no sé cómo habría terminado todo, si después de haber malgastado en vano varios meses, no hubiese renunciado finalmente a aquellas estúpidas gestiones.
Y renuncié a ello por una razón no carente de humor.
Según los reglamentos de aquel absurdo procedimiento, debía obtener, entre otros, un papel oficial de un médico, el cual certificara que el trabajo de laboratorio no haría correr a mi salud ningún peligro.
Así acudí a un médico oficial. Pero cuando insistió en que me desvistiera, con el fin de examinarme y golpearme por todas partes con su martillito, evidentemente no pude consentirlo. Y no podía, porque al desnudarme me habría visto forzado a descubrir mi cola, la cual yo siempre disimulaba cuidadosamente, en aquel planeta, entre los pliegues de mi ropaje. Como comprenderás, si uno de ellos la hubiera visto, pronto habrían sabido todos que yo no era un ser de su planeta, y se me habría hecho imposible quedarme entre ellos y proseguir los experimentos que me interesaban acerca de la extrañeza de su psiquismo.
De modo que salí del consultorio de aquel médico sin el papel necesario y ese fue el motivo de que, a partir de aquel día, renunciase a toda tentativa de obtener la autorización necesaria para instalar mi propio laboratorio.
Pese al hecho de que me pasaba el tiempo yendo de unos lugares a otros para lograr mi finalidad y tratando al mismo tiempo de conseguir el mencionado permiso, veía con frecuencia a mi amigo, el importante personaje, que estaba también muy ocupado con sus propios asuntos, pero no obstante hallaba siempre tiempo para hacerme una visita o recibirme en su casa.
Durante esos encuentros, hablábamos casi siempre del alcoholismo en su patria, y de los medios de luchar contra dicho mal.
Con cada uno de dichos intercambios de opinión, yo adquiría más experiencia, al tiempo que mis observaciones imparciales y mis investigaciones sobre todos los aspectos del psiquismo de los seres de allá cristalizaban sin cesar nuevos datos en mí.
Aquel importante ruso atribuía gran valor a mis consideraciones y a mis observaciones sobre lo que había sido hecho por el «Comité de temperancia del pueblo» así como sobre sus proyectos, y se entusiasmaba sinceramente por lo adecuado de mis comentarios.
Al comienzo, todas mis sugerencias, que él exponía en las asambleas generales del Comité, eran siempre adoptadas y realizadas.
Pero, cuando algunos de los participantes se enteraron por casualidad de que la iniciativa de muchas medidas realmente útiles procedía de un médico extranjero, que ni siquiera era europeo, todas las intrigas y «trampas» habituales empezaron de nuevo y no solo contra mí sino también contra mi amigo, el presidente de dicho comité.
Los culpables de todos los malentendidos que acarrearon el lamentable fin de una institución tan importante como dicho comité, creado para el bien de todos los seres tricerebrados de aquella comunidad de numerosos millones de seres, fueron como siempre y en todo lugar, los seres sabios «de nueva formación».
El hecho es que entre los miembros principales de aquella nueva institución se encontraban, a instancias de algunos «detentadores hereditarios de poder», varios de los llamados «sabios médicos».
Y se contaban entre los líderes de ese comité porque, en la presencia de los seres detentadores hereditarios de poder de ese período, se había fijado definitivamente, para convertirse en parte integrante de su esencia, ese «amo y soberano interior», tan nefasto para los seres tricerebrados de la Tierra, y que se ha vuelto, para esos desdichados, el propósito y la razón misma de su existencia, la llamada tranquilización de sí. Así, con el fin de evitarse el más mínimo esfuerzo eseral, insistieron absolutamente en que tales sabios médicos fuesen integrados a esa gran institución, de importante alcance social.
En estos últimos tiempos, ignoro por qué, los sabios de nueva formación son en la mayoría de los casos seres de esa profesión.
Y debo decirte que cuando esos sabios de nueva formación llegan ellos mismos a ser «detentadores de poder» y ocupan, por casualidad, importantes puestos responsables en el proceso de existencia ordinaria, generan todo tipo de malentendidos, mucho más todavía que los detentadores de poder hereditarios.
Y generan malentendidos porque en su presencia han sido adquiridas y se combinan entre sí de cierta manera las características propias de tres diferentes tipos contemporáneos de tus favoritos: los seres «detentadores de poder», los sabios de «nueva formación» y los «médicos profesionales».
Así que, querido nieto, por la iniciativa y la insistencia de varios seres detentadores hereditarios de poder de aquella comunidad —que aunque exteriormente seguían siendo detentadores de poder, interiormente no eran más que «relojes de arena vacíos», o «globos desinflados»— se llamó, para realizar aquella labor tan seria de «salvar» a varios millones de sus semejantes, a aquellos «auténticos pavos rellenos», o como ellos los llamarían, a aquellos «advenedizos».
Mientras al comienzo, dichos advenedizos llegados al poder por casualidad, se limitaron a manejar entre ellos las mezquinas intrigas que les son propias, no fue ello sino una media calamidad para la obra común, pero cuando, como resultado de sus «maquinaciones» de todo tipo, sus intrigas se hubieron extendido a todos los miembros del Comité, y cuando ellos mismos se hubieron dividido, como siempre, en varios «clanes» —costumbre ampliamente difundida allí, y que entorpece la realización de toda obra útil— aquella bienhechora institución, que era el Comité, comenzó, como dicen ellos, a «hacer agua por todas partes».
Cuando yo llegué a la capital de esa comunidad, con mi primer amigo ruso que era el jefe de dicho Comité, dichas mezquinas intrigas imperaban tanto entre los diferentes «clanes» como entre los propios miembros de aquélla tan indispensable organización.
Cuando dichos advenedizos, llegados por casualidad al poder, supieron que la mayoría de los consejos y las sugerencias destinados a mejorar su organización venían de mí, un profesional como ellos, pero que no pertenecía a lo que se llama su corporación, comprendieron que sus maniobras y sus intrigas no tendrían ningún efecto sobre mí, y por ello las dirigieron contra aquél a quien ellos habían puesto a la cabeza de su Comité.
A propósito de esto, es interesante notar que si bien los datos necesarios para diversos impulsos eserales que ellos deberían poseer, están débilmente cristalizados en la presencia de esos profesionales contemporáneos, por el contrario, por algún motivo, los datos que determinan el impulso llamado «espíritu de clase», o solidaridad, se cristalizan y funcionan en ellos con gran fuerza.
Así, querido nieto, mientras ignoré la necesidad imperiosa que tenían los seres poseedores de poder de aquella comunidad de ocuparse de intrigas y de maniobras, o como dicen ellos a veces, de «hundirse» unos a otros, continué esperando, y esperé pacientemente el momento en que ciertas circunstancias favorables me dieran al fin la posibilidad de realizar mi principal designio, es decir, dedicarme a «investigaciones experimentales» sobre el psiquismo de los seres terrestres en grupo. Pero cuando se me hizo perfectamente evidente que no podría lograrlo en aquella comunidad, por el tipo de relaciones mutuas allí establecidas, y cuando me convencí de la imposibilidad de abrir un laboratorio de química, de manera honesta, es decir, conformándome estrictamente a las leyes vigentes, decidí no perder más tiempo, y marcharme a cualquier otra comunidad europea en busca de circunstancias más adecuadas para mi finalidad.
Cuando mi amigo, el alto personaje ruso, tuvo conocimiento de mi decisión, se mostró muy entristecido, y lo mismo les sucedió a varios otros rusos, que deseaban realmente el bien de su patria y habían tenido tiempo de convencerse de que mi saber y mi experiencia habrían podido ser muy útiles para su meta fundamental.
El mismo día en que yo tenía pensado salir, el Comité se disponía a inaugurar la construcción destinada, como ya te dije, a la lucha contra el alcoholismo, y a la cual dieron los seres de allá, el nombre de su zar, bautizándolo así: «Edificio Popular del Zar Nicolás II».
Pero la víspera de mi partida, mi eminente amigo ruso vino a verme de improviso, y después de haberme dicho cuánto lamentaba verme partir, me rogó insistentemente que permaneciera algunos días más para permitirle, tras la consagración y la inauguración del edificio, viajar conmigo, lo que le permitiría reposar un poco del ajetreo y de las intrigas que acababa de sufrir.
Como ya no tenía razón alguna para apresurarme, acepté, y pospuse mi salida para una fecha indeterminada.
Dos días más tarde tuvo lugar la gran inauguración del edificio, y como la víspera había recibido lo que ellos llaman una «invitación oficial», asistí a la ceremonia.
En esa solemnidad nacional de una comunidad de más de cien millones de seres, a la cual asistió en persona «Su Majestad el Emperador», como dicen ellos, comenzó hacia mí el «Uretztaknilkarul» el cual, hablando en general, fluye siempre del conjunto de anomalías de los presentes, que se forma automáticamente en el psiquismo de cada uno de los seres tricerebrados actuales de ese desafortunado planeta y los mantiene a todos, por así decirlo, en un «círculo mágico» sin salida.
Los acontecimientos siguientes sucedieron en este orden:
El día de dicha solemnidad, mientras la ceremonia todavía se estaba efectuando, mi amigo ruso corrió de pronto hacia mí, abriéndose paso entre los seres que se exhibían con todo el brillo de sus uniformes y de sus condecoraciones, y con voz jubilosa, me anunció que tendría la «dicha» de ser presentado a su Majestad el Zar. Y después de decirme esto se alejó a toda prisa.
Resulta que en la ceremonia le había hablado de mí al emperador; a consecuencia de lo cual, se decidió entonces que yo le sería presentado. Tal presentación al «Emperador», al «Zar», o al «Rey» es considerada en todos los continentes de ese desafortunado planeta como la mayor de las suertes. Por eso, por haber obtenido ese favor, mi amigo se regocijaba por mí, más de lo que pueda expresarse.
Es evidente que pensaba brindarme así un «gran placer», y a la vez tranquilizar su conciencia, ya que se consideraba responsable de mi infructuosa estancia en aquella capital.
Pasaron dos días después de aquello.
En la mañana del tercer día, mientras miraba casualmente por la ventana de mi apartamento, me impresionó el movimiento desacostumbrado que reinaba fuera: por todas partes limpiaban, por todas partes barrían, mientras numerosos «gendarmes» y «policías» recorrían la calle de arriba abajo.
Pregunté la causa de aquella animación y nuestro viejo Ajún me explicó que ese día, en nuestra calle, se esperaba la llegada de un general muy importante.
Aquel mismo día, por la tarde, me hallaba sentado conversando con un recién conocido mío, cuando el conserje del edificio corrió hacia mí, muy agitado y desconcertado y exclamó tartamudeando:
«¡Ss… su… Exc… cel… celencia!». Pero no tuvo tiempo de terminar, pues, Su Excelencia misma entraba ya por la puerta. Cuando el pobre conserje lo vio aparecer, se quedó como fulminado por un rayo, y al recobrar su compostura, salió velozmente, «andando hacia atrás».
Su noble Excelencia, con una sonrisa amable, impregnada, sin embargo, con la arrogancia característica de los seres detentadores de poder de esa comunidad, vino hacia mí, a la vez que miraba de reojo con gran curiosidad los objetos antiguos que tenía yo en mi habitación, y estrechándome la mano de una manera especial, se sentó en mi sillón favorito.
Tras lo cual, y mirando todavía mis objetos antiguos, dijo:
«En uno o dos días será usted presentado a nuestro “Gran Autócrata”, y como soy yo el encargado de esa clase de asuntos, he venido a explicarle cómo deberá comportarse usted en esa importante circunstancia de su vida».
Dicho eso, se levantó de pronto, y acercándose a una estatuilla china muy antigua, que estaba colocada en un rincón de la habitación, exclamó con una espontánea admiración que invadía toda su presencia: «¡Qué bella es!… ¿Dónde ha encontrado usted esta maravilla de la sabiduría antigua?…».
Y sin dejar de mirar la estatua y de entregarse a su admiración o, para ser más exacto, de identificarse con ella con todo su ser, prosiguió:
«Yo también me intereso mucho por todas las artes antiguas, pero especialmente por las artes chinas; tres de las cinco habitaciones reservadas para mis colecciones están llenas únicamente de obras de arte de la Antigua China».
Mientras seguía hablando con el mismo fervor de su pasión por las obras de los antiguos maestros chinos, volvió a sentarse sin ceremonia alguna en mi sillón, y se puso a discurrir sobre las antigüedades en general, sobre su valor, y sobre los lugares donde se las puede encontrar.
Luego, en mitad de la conversación, sacó precipitadamente su reloj del bolsillo, le echó un vistazo maquinal, se levantó de un salto, y me dijo:
«¡Qué lástima! Me veo obligado a interrumpir esta conversación tan interesante, pues tengo que apresurarme a volver a mi casa donde probablemente ya me espera un gran amigo de la infancia y su encantadora esposa».
«Viene de provincias y está solo de paso, antes de dirigirse al extranjero; no he vuelto a verlo desde el tiempo en que servíamos en el mismo regimiento. Después, se nos asignó a cada uno un destino diferente, yo en la Corte, él en un cargo civil».
Y añadió:
«En lo que respecta a las instrucciones que he sido encargado de darle a usted y para las que he venido, le enviaré hoy mismo a mi ayudante; él le explicará todo, y no lo hará peor de como yo mismo lo habría hecho».
Después de lo cual, con aire de gran importancia, se despidió de mí.
Y de hecho, aquella misma noche, tal como Su Noble Excelencia me había prometido, uno de sus ayudantes, que aún era, como dicen allí, un «joven», es decir un ser que apenas acababa de alcanzar la edad responsable, vino a verme. Dicho ayudante mostraba los rasgos específicos bien acusados de un tipo de ser terrestre tricerebrado que se encuentra con frecuencia en estos últimos tiempos entre tus favoritos y que se puede definir muy bien con estas palabras:
«un niño de papá… y de mamá».
Al llegar, ese niño de papá, cuando me dirigió la palabra, se manifestó hacia mí automáticamente, según los datos fijados en su presencia común por las reglas del «buen tono» que le habían sido inculcadas.
Pero un poco después, cuando se hizo evidente a su rumiación eseral que yo no pertenecía ni a su casta ni a una casta superior a la suya, y que parecía uno de esos seres que, según la comprensión anormal de sus semejantes, apenas son considerados un poco por encima de lo que ellos llaman «salvajes», rápidamente cambió de tono. Desde ese momento se manifestó hacia mí, de nuevo automáticamente, pero según los datos de «mando», y de «ordeno», fijados también en la presencia común de aquellos que, en esa comunidad, pertenecen a la misma casta, y comenzó a mostrarme cómo debía yo entrar, salir y moverme, qué palabras debía decir y cuándo debía pronunciarlas.
Aunque pasó dos horas mostrándome cómo debía comportarme, dijo que volvería a la mañana siguiente, y me encomendó ejercitarme para no cometer equivocaciones susceptibles de conducirme «donde Makar jamás llevó sus cabras».
El día de mi, como ellos dicen, «suprema presentación», llegué al lugar de residencia del jefe de esa gran comunidad. Fui recibido en la estación de tren por su Alta Excelencia en persona, escoltado por cinco o seis de sus ayudantes y desde ese momento, se puso él a subyugar —sin ninguna participación de su «iniciativa subjetiva personal» por supuesto, sino bajo la única dirección del hábito automático adquirido por la repetición de una sola y misma cosa— todas mis partes espiritualizadas separadas y todas las manifestaciones de mi presencia común, tomándolas, por así decirlo, bajo la directiva de su propio «yo»:
A partir de ese momento, yo tuve, en cuanto a mis manifestaciones exteriores, que «bailar al son de su flauta», como diría nuestro venerable Mulaj Nassr Eddin.
Apenas abandonamos la estación para sentarnos en el carruaje, se puso a explicarme y a indicarme lo que yo tenía que hacer y decir, y lo que yo no debía hacer ni decir.
En cuanto a la manera en que me lo enseñó y en la que guio mi presencia, un poco más tarde, en la sala donde debía tener lugar la famosa presentación… uno ni siquiera podría hablar de eso en la lengua de Scherezade, menos aún describirlo con la pluma de «Don Hijo de Perro». En esa sala, cada uno de mis movimientos, cada uno de mis pasos, e incluso el mínimo guiño de mis párpados estaba previsto por adelantado, y me eran «soplados» por dicho importante general.
Sin embargo, a pesar de todo el absurdo de esa forma de proceder, si se toma en consideración que el perfeccionamiento de un ser depende de la cantidad y la calidad de sus experiencias interiores, la justicia objetiva me obliga a reconocer que tus favoritos me obligaron ese día, inconscientemente por supuesto, a experimentar y a sentir más cosas de las que quizás había experimentado y sentido en todos los siglos de mis estancias entre ellos.
De cualquier modo, habiendo aceptado esa famosa presentación con el objeto de observar y estudiar el psiquismo tan singular y tan «distorsionado» de tus favoritos, debo decir que después de la «dura prueba» a la que fui sometido ese día, no respiré libremente hasta que estuve en el vagón, cuando mis verdugos, y sobre todo el mencionado general importante, me dejaron por fin solo.
Durante todo ese día, estuve tan absorto en el cumplimiento de las innumerables y estúpidas manipulaciones que exigían de mí, y que debido a mi edad avanzada, me cansaban, que ni siquiera pude observar cómo era el rostro del desdichado «emperador», ni cuál fue su comportamiento en toda aquella comedia.
Y ahora, querido nieto, si te esfuerzas por asimilar bien lo que voy a decirte sobre los acontecimientos que me sucedieron luego, y que fueron consecuencia de esa «famosa presentación a Su Majestad el Emperador», probablemente podrás representarte claramente y comprender cómo entre tus favoritos, —sobre todo en la gran comunidad de Rusia de esa época— eso que se llama la «importancia individual», se evalúa y se establece únicamente de acuerdo con efímeros «Vetrouretzneles» exteriores, como fue mi caso.
Poco a poco se ha ido fijando en ellos la costumbre de juzgar los méritos de los seres según su efímera apariencia exterior, y ello no ha cesado de desarrollar y de reforzar su ilusión de que a esa apariencia, precisamente, se reduce la adquisición del «ser individualidad», y todos, subjetivamente, no se esfuerzan más que en eso.
Por eso en la actualidad, desde su llegada al mundo, sus presencias comunes pierden poco a poco el «gusto», e incluso hasta el «deseo» de lo que se llama el «Ser eseral objetivo».
Las manifestaciones de esos mencionados «Vetrouretzneles» hacia mi persona comenzaron a hacerse sentir ya desde la mañana siguiente, en el sentido de que todos los datos para una representación eseral de mi personalidad, ya sólidamente fijados en la presencia de todos los seres de allí que me conocían, habían cambiado bruscamente, solo por el hecho de mi objetivamente funesta presentación oficial a su más elevado «detentador de poder».
La idea que se hacían de mi importancia personal, así como de mis cualidades y méritos cambió de pronto para ellos. Me convertí para todos en un ser «importante», «inteligente», «extraordinario», e «interesante», es decir, en poseedor de todo tipo de fantásticas cualidades eserales de su invención.
Como ejemplos de lo que acabo de decirte, te relataré algunos casos:
El propietario de la tienda donde, antes de ir a mis asuntos, compraba yo las provisiones para mi cocina, al día siguiente de mi «audiencia imperial», quiso a toda costa llevarme él mismo mis compras a casa. Todos los agentes de policía del distrito donde residía temporalmente, que me conocían ya como médico extranjero, ahora, en cuanto me veían de lejos, llevaban la mano a su visera como para saludar al más importante de sus generales.
Aquella misma noche, el jefe del primer departamento al que inicialmente me había dirigido yo, me trajo, él mismo, a domicilio, el desafortunado permiso que me daba derecho a la instalación de mi propio laboratorio, que había esperado durante tres meses, llamando a las puertas de todos los establecimientos oficiales y no oficiales. Y al día siguiente, recibí otras cuatro autorizaciones procedentes de diversos departamentos de otros ministerios, cuyas atribuciones no incluían en modo alguno el otorgamiento de dichas autorizaciones, pero a los que, sin embargo, tuve que dirigirme durante mis absurdas gestiones.
Los propietarios de las casas, los tenderos, los niños, y en general todos aquellos que vivían en mi calle se volvieron tan amables conmigo como si yo tuviese la intención de dejarles a cada uno de ellos una inmensa herencia. Y así sucesivamente.
Después de este suceso, para mí «vidocraneano», me enteré de que el desdichado zar también se preparaba para esos encuentros oficiales con seres extranjeros.
Y tiene muchos encuentros oficiales de este tipo, casi todos los días y algunas veces incluso varias veces por día; aquí un desfile militar, allá una «audiencia» con un embajador de otro emperador; por la mañana, una «delegación»; mediodía, una «presentación» del tipo de la mía; más tarde, la «recepción» de diferentes «representantes del pueblo», y con todos ellos tiene que hablar, o a veces, incluso hacerles un discurso completo.
Dado que la más mínima palabra de esos zares terrestres puede tener, y de hecho tiene con frecuencia, importantes consecuencias no solo para todos los seres de la comunidad de la que él es zar, sino también para seres de otras comunidades, cada palabra que él pronuncia debe ser pensada y examinada desde todos sus ángulos.
Por eso, alrededor de esos zares o emperadores —ya sean por derecho hereditario o por elección— hay muchos especialistas elegidos entre los seres tricerebrados ordinarios de allá, encargados de «soplarles» lo que deben hacer y lo que deben decir en toda circunstancia, y además, esas indicaciones deben ser dadas de tal manera que los extraños no puedan darse cuenta de que su emperador o zar se manifiesta, no por su propia iniciativa sino según la de otros.
Para acordarse de todo eso, esos zares, deben también, por supuesto, practicar.
Y lo que significa esa práctica, puedes probablemente figurártelo ya después de lo que acabo de relatarte. Yo mismo lo comprendí con todo mi ser, cuando me preparé para la ilustre presentación.
En toda mi existencia en su planeta solo tuve que sufrir semejante preparación una sola vez. Que semejante preparación sea necesaria cada día, y para cada caso particular, ¡que la suerte nos evite a todos esa prueba!
En lo que a mí respecta, no quisiera por nada del mundo estar en el pellejo de uno de esos emperadores o zares terrestres, ni se lo desearía a mi peor enemigo, ni incluso a los enemigos de mis seres queridos.
Después de aquella inolvidable «suprema presentación», salí pronto de San Petersburgo para dirigirme a otras partes del continente de Europa, teniendo como lugar de existencia diversas ciudades situadas en el continente de Europa, y también en otros continentes. Más tarde, volví con frecuencia, por diversos asuntos, a esa comunidad de Rusia donde se efectuó, durante ese período del fluir del tiempo, el gran proceso de destrucción mutua y de aniquilamiento de todo lo que habían logrado hasta entonces, proceso que ellos llamaron esta vez, como ya te mencioné, «bolchevismo».
Como recordarás, prometí explicarte las verdaderas causas fundamentales de ese archifenomenal proceso.
Debo decirte que este triste fenómeno surge allí bajo la acción de dos factores independientes: el primero es la ley cósmica «Soliunensius» y el segundo, las circunstancias anormales de existencia eseral ordinaria establecidas por ellos mismos.
A fin de que comprendas mejor en qué consisten esos dos factores, te los explicaré separadamente, comenzando por la ley cósmica «Soliunensius».
En primer lugar, debes saber que todos los seres tricerebrados, cualquiera que sea el planeta en el que surgen y cualquiera que sea su revestimiento exterior, esperan siempre las manifestaciones de la acción de esa ley con mucha impaciencia y alegría, un poco como tus favoritos esperan sus grandes fiestas llamadas «Pascuas», «Bairam», «Zadik», «Ramadán», «Kaialana», y tantas otras.
La única diferencia es que si tus favoritos aguardan sus fiestas con impaciencia, se debe a que en sus «días santos» han adquirido la costumbre de «divertirse» sin reparos y de «embriagarse» libremente; mientras que en los demás planetas los seres aguardan con impaciencia las manifestaciones de la acción del Soliunensius porque, gracias a ella, se incrementa la necesidad de evolucionar en el sentido de adquisición de la Razón Objetiva.
En cuanto a las causas que desencadenan directamente la acción de esa ley cósmica, difieren según los planetas, pero fluyen y dependen siempre de lo que se llama el «movimiento armónico universal»; en lo referente al planeta Tierra, lo que se llama el «centro de gravitación de las causas» está constituido por la «tensión periódica» del sol de ese sistema, la cual es provocada a su vez por la acción que sobre él ejerce el sistema solar vecino, que existe con el nombre de «Baleaooto».
En este último sistema, sin embargo, el «centro de gravitación de las causas» es determinado por la presencia entre sus concentraciones del gran cometa «Soini», el cual, debido a ciertas combinaciones del «movimiento armónico universal», se aproxima a veces, en su caída, muy cerca de su sol Baleaooto, que debe entonces acrecentar fuertemente su «tensión» para mantenerse en la trayectoria de su propia caída. Esa tensión ocasiona una tensión en los soles de los sistemas solares vecinos, entre los cuales se encuentra el sistema de Ors; y cuando, a su vez, el sol Ors aumenta su tensión para no modificar la trayectoria de caída que le es propia, provoca igualmente la tensión de todas las concentraciones de su sistema, entre las cuales está también el planeta Tierra.
La «tensión» de todos los planetas repercute en la presencia común de todos los seres que surgen en él y que lo habitan, generando siempre en ellos, además de deseos e intenciones de las que no son conscientes, una sensación llamada «labolioonosar sagrado», que tus favoritos habrían denominado «sentimiento religioso». Y precisamente es ese sentimiento eseral el que surge algunas veces en las necesidades y tendencias —de las que te hablé recientemente—, hacia un perfeccionamiento de sí, en el sentido de una adquisición acelerada de la Razón Objetiva.
Curiosamente, cuando esa sagrada sensación —o cualquier otra sensación similar, generada por una realización cósmica— se produce en la presencia común de tus favoritos, la consideran como un síntoma de una de sus muchas enfermedades; en ese caso, por ejemplo, a esa sensación le llaman «nervios».
Debo también decirte que antiguamente ese impulso propio de la presencia de todos los seres tricerebrados de nuestro Gran Universo surgía y se desarrollaba casi normalmente en la mayoría de los seres del planeta Tierra, concretamente desde el tiempo en que el órgano Kundabuffer fue extirpado de su presencia hasta la segunda perturbación transapalniana.
Pero posteriormente, entre las calamidades generadas por las anormales circunstancias de existencia eseral ordinaria que ellos establecieron, sobre todo a partir del momento en que comenzó a predominar en la presencia de cada ser terrestre tricerebrado ese «malvado dios interior» llamado «tranquilización de sí», sucedió que bajo la acción del Soliunensius surgió entre ellos —en lugar de las necesidades y tendencias hacia un acelerado perfeccionamiento de sí mismos—, algo que ellos definen con las palabras «necesidad de libertad», y que es la causa principal de la aparición de los tristes procesos similares a este último llamado «bolchevismo».
Más adelante te explicaré cómo se representan ellos su famosa «libertad»; por el momento, solo te diré que la sensación generada por la acción del Soliunensius acrecienta en ellos la necesidad de un cambio en las circunstancias exteriores de su existencia eseral ordinaria, hasta entonces más o menos estable.
Después de la segunda perturbación transapalniana sufrida por ese desafortunado planeta, es decir, después del «desastre de la Atlántida», la acción de la ley cósmica Soliunensius sobre la presencia común de tus favoritos no se ejerció menos de cuarenta veces, y casi desde el comienzo, esa extraña «necesidad de libertad», ya fijada en la mayoría de ellos, produjo finalmente casi lo mismo que se ha producido estos últimos años en el conjunto de grupos que pueblan la parte de la superficie de tu planeta llamada «Rusia».
Es extremadamente importante darse cuenta de que esos terribles procesos no hubieran podido jamás tener lugar entre los seres tricerebrados del planeta Tierra, —si los datos que han permanecido intactos en su subconsciente para generar el impulso eseral de consciencia y hacia los cuales el Muy Santo Ashyata Sheyimash fue el primero en dirigir su atención— y con los que contó para cumplir su misión, hubiesen tomado parte en el funcionamiento de ese consciente suyo que se ha vuelto habitual durante su estado de vigilia.
Pero debido a que los datos para el impulso sagrado de «consciencia eseral» no participan en el funcionamiento de su consciente, la acción de la ley Soliunensius, así como la de otras leyes cósmicas inevitables, adquiere formas anormales y muy lamentables para ellos.
Aunque las causas del segundo factor de aparición de ese proceso son múltiples, en mi opinión la básica es esa famosa división en «castas» que se ha establecido entre ellos y caracteriza sus relaciones recíprocas, y que no ha dejado de mantenerse vigente salvo durante el período en que los resultados de los Muy Santos Trabajos de Ashyata Sheyimash se enraizaron en ellos.
La diferencia es que, en siglos pasados, la división en diversas castas se efectuaba según la consciencia y por la intención de ciertos individuos aislados, mientras que en la actualidad tiene lugar mecánicamente, sin participación alguna de la voluntad o de la consciencia de nadie.
Aquí, querido nieto, considero oportuno explicarte algo de la manera y del orden en que tus favoritos están automáticamente divididos en sus famosas castas, y cómo se subdividen ellos mismos en ellas.
Cuando, por circunstancias accidentales, un grupo importante de tus favoritos se concentra en algún lugar para llevar allí una existencia en común, algunos de ellos —en quienes, por algún motivo, han cristalizado previamente las consecuencias de las propiedades del órgano Kundabuffer cuyo conjunto da a su presencia común el impulso de lo que se llama «astucia», y que, además disponen en ese momento por algún motivo u otro de numerosos «medios de intimidación», o lo que ellos llaman «armas»— pronto se separan de los demás seres, poniéndose a sí mismos al frente de ellos, y constituyendo el núcleo de lo que se llama la «clase dirigente».
Y puesto que en todos los seres tricerebrados del planeta Tierra, sobre todo en los de los últimos tiempos, el sagrado impulso eseral llamado consciencia no toma parte en el funcionamiento de su consciente ordinario, lo cual los priva incluso del deseo de hacer el más mínimo esfuerzo eseral consciente, los seres que se han separado de los demás y han constituido la clase dirigente, aprovechándose de los citados «medios de intimidación», obligan a los demás seres del grupo a hacer en lugar de ellos incluso los esfuerzos que todo ser debe cumplir necesariamente en la existencia eseral ordinaria.
Y como los demás seres de ese grupo no desean tampoco cumplir personalmente con esos esfuerzos eserales —y menos para otros— pero al mismo tiempo tienen miedo a los citados medios de intimidación de la clase gobernante, recurren a todo tipo de artimañas para descargar «sobre los hombros del vecino» los esfuerzos eserales inexorablemente exigidos por los seres de la clase dirigente.
Como consecuencia de todo ello, los seres de todos esos grupos se seleccionan poco a poco y se dividen en diferentes categorías, según el grado de habilidad de sus artificios. Y la división de los seres en categorías de ese tipo produce, en las generaciones siguientes, la subdivisión en sus famosas castas.
El hecho de asignarse unos y otros a diversas castas cristaliza en la presencia de cada uno de ellos, hacia los seres pertenecientes a las otras castas, el dato eseral llamado «odio», que no se encuentra en ninguna otra parte ni en ningún otro ser en todo nuestro Gran Universo, y que a su vez genera inevitablemente en su presencia común los impulsos, «vergonzosos» para seres tricerebrados, que ellos llaman «envidia», «celos», «adulterio» y muchos otros del mismo estilo.
Así, querido nieto, esos terribles procesos de aniquilamiento mutuo y de destrucción de todo lo que habían adquirido se deben en gran parte a que, durante los períodos en los que la acción de la ley cósmica Soliunensius se hace sentir en su presencia común, suscitando en ellos una necesidad de «libertad», la intensidad de acción del dato que genera sin cesar el impulso de «timidez» ante los detentadores de poder —dato inherente ya a su presencia común— comienza en ellos a disminuir automáticamente, mientras aumenta la intensidad de la acción del extraño dato eseral que desencadena el «odio» hacia los seres que pertenecen a otras castas.
Por eso dije que su división en castas, la cual genera, entre otros resultados, ese extraño dato eseral cuya acción se hace sentir cada vez más, y que se debe, como seguramente tú mismo has podido deducir por lo que te he dicho, a las circunstancias de su anormal existencia eseral, fue el segundo factor de aparición de esos terribles procesos.
Esos terribles procesos usualmente surgen y se desarrollan en el siguiente orden:
Siempre comienza todo de la misma manera. Varios seres de uno de esos grupos, en los que se han cristalizado por casualidad más fuertemente que en los demás los datos que generan ese extraño impulso hacia los seres de otras castas y sobre todo hacia aquellos que pertenecen a la clase dirigente, ven y sienten más que otros la realidad bajo la influencia del Soliunensius y entonces comienzan a «gritar», como dicen allí, y esos «oradores gritones» se convierten para quienes los rodean en lo que en la actualidad llaman «líderes».
Más tarde, tanto a causa de sus «gritos» como de la acción de la ley cósmica Soliunensius, la cual se combina siempre anormalmente en sus presencias, los demás empiezan a gritar a su vez. Y cuando esos clamores de los seres ordinarios comienzan a retumbar de modo demasiado cacofónico en los «nervios afeminados de la mitad izquierda» de ciertos detentadores de poder, estos ordenan a quien corresponde untar con lo que llaman «crema escocesa» los ombligos de varios de esos gritones estruendosos; y entonces es cuando se desencadenan todos esos excesos, aumentando cada vez más hasta llegar a su culminación, aunque para desgracia de ellos, finalmente no los conducen a nada.
Si tales procesos mejoraran aunque solo fuese un poco la existencia de los seres de las generaciones siguientes, quizás no parecerían a los ojos de un observador imparcial tan terribles. Sin embargo, para desgracia de todos los seres tricerebrados de nuestro Gran Universo, apenas cesa la «acción bienhechora» de ese fenómeno cósmico de acuerdo con las leyes, y concluyen esos terribles procesos, la «vieja historia» comienza otra vez, su existencia eseral ordinaria se vuelve más «amarga» que antes, mientras se deteriora aún más en ellos la «sana consciencia del significado y de la finalidad de su existencia».
Y en mi opinión, se deteriora porque después de esos procesos, los jefes de la antigua clase dirigente usualmente son reemplazados por seres procedentes de diversas otras castas, las cuales nunca tuvieron en la persona de uno de sus representantes de generaciones pasadas o presentes, experiencia alguna de las manifestaciones eserales conscientes o inconscientes, que pueda capacitarlos para dirigir los procesos de existencia exterior, y a veces incluso interior, de los seres que los rodean, quienes, incluso siendo similares a ellos, no han alcanzado todavía el mismo grado de Razón.
En justicia, hay que reconocer que aunque en los seres tricerebrados de la antigua clase dirigente, los datos presentes en su «subconsciente» para generar la verdadera consciencia eseral, tampoco participaban en el funcionamiento correspondiente a su «estado de vigilia», en su mayoría, al menos tenían el hábito de gobernar, adquirido por herencia y que automáticamente se perfeccionaba de generación en generación.
En la presencia de los seres que llegan al poder por primera vez, no solo está ausente la verdadera consciencia eseral, como también ocurría en los seres de la antigua clase dirigente, sino que además comienzan a manifestarse en ellos diversas «maravillas» de manera particularmente tumultuosa y a dar resultados tan terribles como extraordinarios; esas «maravillas» se cristalizan en la presencia de los seres terrestres tricerebrados especialmente en tiempos recientes y son consecuencia de las propiedades del órgano Kundabuffer, entre ellas están la «vanidad», el «orgullo», la «presunción», el «amor propio» y otras, que al no haber sido satisfechas en grado suficiente, su funcionamiento es en ellos nuevo y muy notable.
A esos seres terrestres, inesperadamente convertidos en detentadores de poder sin tener en ellos el mínimo dato hereditario aunque solo fuera sobre la facultad automática de gobernar, se les aplica muy bien una de las sentencias de nuestro querido Maestro, que él formula con las siguientes palabras:
«Jamás he encontrado un idiota acostumbrado a caminar en sus viejos zapatos y que se haya sentido cómodo con unos nuevos».
Y realmente, querido nieto, cada vez que la acción del Soliunensius cesa en tu planeta Tierra, y que tus favoritos reanudan su existencia «relativamente normal» establecida de algún modo, los «detentadores de poder de última hornada» provocan cada año en ese planeta un recrudecimiento de la natalidad de lo que se llaman «babosas», «caracoles», «piojos», «cucarachas» y tantos otros parásitos, destructores de los bienes de la naturaleza.
Y puesto que he comenzado a hablarte del bolchevismo, te relataré a ese respecto, para darte una vez más un ejemplo de la peculiaridad de la existencia eseral de tus favoritos, una de sus cándidas conclusiones, no desprovista de humor.
Esa candidez, originada por su distorsionada lógica eseral, consiste en que, a pesar de que desde hace dos siglos todos los sucesos, sin excepción, que pertenecen al dominio de las relaciones mutuas de los seres, ocurren únicamente por sí mismos, sin la más mínima participación del consciente o de la intención de cualquier ser contemporáneo, sin embargo ellos atribuyen siempre sin titubeo, e incluso con envidia, todos los resultados de esos sucesos, buenos o malos, a uno u otro de sus semejantes.
Dicha anomalía, fija ya en la totalidad de sus partes espiritualizadas, se debe a las razones siguientes:
En primer lugar, de sus presencias comunes han desaparecido totalmente los datos eserales capaces de generar en la presencia de los seres la propiedad llamada «presentimiento del porvenir», lo cual los deja sin la posibilidad de prever en cualquier grado que sea los acontecimientos futuros; por otra parte, por su limitado «horizonte» y su «corta memoria», no solo no saben nada de lo que pasó mucho tiempo antes en su planeta, sino que incluso no recuerdan lo que acaba de pasar muy recientemente; y en tercer lugar, ignoran todo sobre las leyes cósmicas, en virtud de las cuales se desarrollan entre ellos esos lamentables sucesos. Así, tus favoritos contemporáneos están convencidos con toda su presencia de que el terrible proceso al que ellos dan el nombre de «bolchevismo» se produce por primera vez en su planeta, y que no ha habido jamás nada parecido; incluso están persuadidos de que ese proceso se debe a la progresiva evolución de la Razón de sus semejantes.
La conclusión confrontativa que ellos sacan del desenvolvimiento de los procesos similares que se han repetido con tanta frecuencia en su planeta, es un buen ejemplo para ilustrar y caracterizar la fenomenal estupidez y la estrechez de sus consideraciones eserales.
De acuerdo con el simple sentido común de todo ser tricerebrado, tales procesos no podrían dejar de producirse. Desde que me intereso por el extraño psiquismo de tus favoritos, y me aplico a observarlo en todos sus aspectos, he asistido yo mismo más de cuarenta veces a procesos exactamente semejantes, que yo llamaría «procesos de destrucción de todo lo que cae en el campo visual».
Es interesante notar que casi la mitad de esos terribles procesos se produjeron no lejos de los lugares donde se concentra en la actualidad lo que ellos llaman su «centro cultural», pues tuvieron lugar en la parte de la superficie de tu planeta a la que ellos dan el nombre de Egipto.
Y si esos terribles procesos se efectuaron con tanta frecuencia en Egipto, ello se debe a que, durante largos períodos, esa parte de la superficie de tu planeta ocupó, con relación al «movimiento armónico universal común», la posición de lo que se llama el «centro de gravedad de las radiaciones» y por eso, la acción de la ley cósmica Soliunensius se hizo sentir con frecuencia en la presencia de los seres tricerebrados que la habitaban, provocando en ellos cada vez la misma anormalidad.
Una comparación paralela entre los datos reales relativos a los sucesos que tuvieron lugar en Egipto, y los que a ese respecto se han fijado en la representación y en la comprensión de casi cada uno de los seres responsables formados por su famosa «cultura» contemporánea, —y que han sido supuestamente descubiertos gracias a su «razón perfeccionada»— servirá como ejemplo evidente de los datos a partir de los cuales se constituye y de los que consiste su «pensar lógico» durante el periodo de su existencia responsable, ello me permitirá subrayarte una vez más toda la maleficencia, en el sentido objetivo, del uso que ellos han establecido definitivamente en el proceso de su existencia ordinaria, y que adornan con los rimbombantes nombres de «educación» e «instrucción» de la generación joven.
De hecho, entre las informaciones efímeras y fantásticas cuyo conjunto ha generado esa extraña Razón que es propia solo de ellos, está precisamente incluida la historia de ese Egipto.
Dicha fantástica historia, evidentemente inventada por algún candidato a Hasnamuss, se ha convertido en «materia obligatoria» en todos los establecimientos de instrucción; allí, junto con otras estupideces del mismo género, la «meten a martillazos» en las distintas concentraciones destinadas al funcionamiento de percepciones y de manifestaciones espiritualizadas, o como ellos dirían, en los «cerebros» de los desafortunados futuros seres responsables; y luego cuando llegan a serlo, esas informaciones fantásticas que aprendieron como loros, les sirven de base para sus asociaciones eserales y para su tentación confrontativa lógica.
Por eso, querido nieto, en ese desafortunado planeta, todo ser contemporáneo llegado a la edad responsable, en lugar de tener el conocimiento real de los sucesos que han pasado antiguamente en su planeta, y que debería poseer como ser tricerebrado normal, tiene acerca de todas las cosas, tanto por la «idea inconsciente» que de ello toma con todo su ser, como por las conjeturas de su Razón eseral, un conocimiento semejante al que él tiene de la historia egipcia.
No hace falta decir que, gracias a su sistema de «educación» y de «instrucción», todo ser tricerebrado supuestamente responsable de ese extraño planeta conoce la historia de los seres que existían en Egipto en otros tiempos.
Pero de qué manera la conoce, después de haber asimilado esas informaciones según el método que ellos mismos llaman «aprender como loros», y qué conjunto de representaciones eserales resulta de ello para sus tres partes eserales espiritualizadas, lo comprenderás claramente por el ejemplo que voy a darte.
Casi todos ellos «saben» que los antiguos egipcios tuvieron veinticuatro dinastías. Pero si se le pregunta a cualquiera de ellos: «¿Y por qué tuvieron tantas dinastías?» veríamos que jamás pensó en ello.
Y si insistiésemos en obtener una respuesta, ese mismo ser, que un momento antes «sabía» y afirmaba con toda su presencia que los antiguos egipcios habían tenido veinticuatro dinastías, en el mejor de los casos —a condición, claro está, de que se le ayude a ser sincero y a expresar en voz alta las asociaciones que surgen en su mentación— revelará la secuencia de mentación lógica que sigue:
«Los egipcios tuvieron veinticuatro dinastías…».
«Bueno…».
«Eso prueba que entre los egipcios existía una organización de estado monárquico y que el cargo de “rey” se transmitía por herencia de padre a hijo. Pero era costumbre que los reyes de un mismo linaje llevaran el mismo apellido, y que todos los reyes que llevaban el mismo apellido constituyeran una dinastía; por lo tanto, hubo tantas dinastías como apellidos de reyes…». Todo esto es tan evidente y claro como un «remiendo» en los pantalones bombachos del honorable Mulaj Nassr Eddin.
«Y si alguien, de los seres de “cultura” contemporánea, quisiera conocer por completo las causas de los frecuentes cambios de familias en los reyes del antiguo Egipto y continuara “emperrándose” en lograr una explicación para su Razón, una vez más en el mejor de los casos, su mentación eseral seguiría aproximadamente la siguiente secuencia»:
«Es evidente que en los tiempos antiguos sucedía con frecuencia en Egipto que el “rey”, o como ellos lo llamaban, el “faraón”, se cansaba de reinar y abdicaba su poder en otro. Y muy probablemente dicha abdicación sucedía en las circunstancias siguientes»:
«Supongamos que cierto faraón llamado “Juan Pérez” vive y reina en paz y satisfactoriamente sobre todos los egipcios».
«Pero, resulta que ese rey o faraón “Juan Pérez” un buen día se siente cansado de reinar y, una noche en la que no podía conciliar el sueño, mientras reflexiona sobre su “trabajo de rey”, comprueba por primera vez y reconoce con todo su ser que uno se cansa de reinar, y que esa ocupación es un trabajo bastante pesado, y que además no es demasiado satisfactoria y en cuanto a su seguridad es bastante dudosa».
«Entonces el faraón Juan Pérez se sorprende mucho de las conclusiones a las que ha llegado y aprovechando la experiencia adquirida durante su existencia, decide entonces hallar la forma de “convencer” a alguien, para que ese alguien lo libre de su indeseable carga».
«Con esa finalidad, probablemente invita a un José Rodríguez cualquiera, hasta entonces desconocido, y muy cortésmente se dirige a él en estos términos»:
«Muy Honorable y extremadamente servicial Rodríguez, le confieso a usted con toda franqueza, como a mi único amigo y merecedor de toda mi confianza, que el reino se ha convertido en una carga demasiado pesada para mí y ello se debe quizás a que estoy demasiado fatigado».
«En cuanto a mi querido hijo y heredero, a quien podría haber legado mi reino, aquí entre nosotros le diré que, aunque tiene aspecto de ser fuerte y sano, en realidad no es ni lo uno ni lo otro».
«Usted, como padre cuyo amor por sus hijos es bien conocido, me comprenderá seguramente si le digo que amo profundamente a mi hijo, y que por ello no quisiera verlo reinar y fatigarse como yo; por eso he resuelto proponerle a usted, a usted precisamente que es mi leal súbdito y mi amigo personal, que nos ahorre a mí y a mi hijo la tarea de reinar, y que asuma usted esta elevada obligación».
«Y como el mencionado José Rodríguez, entonces todavía desconocido, era lo que se dice un ‘buen muchacho’, y como por otra parte al sinvergüenza no le falta ‘vanidad’, con lágrimas en los ojos y encogiéndose de hombros —ya que no ve escapatoria— se deja convencer, y desde el día siguiente, comienza a reinar».
«Como el apellido Rodríguez es diferente al del anterior faraón, desde la mañana siguiente ha aumentado en una unidad el número de dinastías egipcias».
«Y como numerosos faraones de Egipto se sintieron cansados y por amor a sus hijos no quisieron que a ellos les sucediera lo mismo, renunciaban a su reinado de la misma manera, por eso se amontonaron allí tantas dinastías».
Sin embargo, en la realidad, el cambio de dinastías en Egipto no se efectuaba tan sencillamente y, entre dos dinastías, se producían tales perturbaciones que en comparación, el «bolchevismo» no es más que un juego de niños.
En la época de mayor efervescencia del bolchevismo, fui varias veces testigo de la sincera indignación de ciertas personas que, por razones evidentemente independientes de ellas, no habían participado en el propio proceso, y por consiguiente pudieron observar desde fuera a medias conscientemente, e indignarse con toda su presencia ante las actuaciones de sus semejantes, a los que llamaban y llaman todavía en la actualidad los «bolcheviques».
En mi opinión, no está de más decirte con relación a esto, que esa emoción eseral, caracterizada de manera admirable por la expresión:
«indignarse sinceramente en vano» es, también una de las desafortunadas particularidades del psiquismo de los seres tricerebrados que te agradan, especialmente en la actualidad.
Debido a esa anomalía psíquica, gradualmente se llegan a perturbar en su presencia común numerosos funcionamientos de su cuerpo planetario, ya desarreglados, e incluso de su cuerpo Kessdyan, claro que solo si ese segundo cuerpo eseral se ha revestido ya en ellos y si ha alcanzado la llamada «individualidad» necesaria.
Y esa anomalía de su psiquis, esto es, el «indignarse sinceramente en vano» o, como dicen ellos mismos, «conmoverse sinceramente en vano», deriva a su vez del hecho de que el «horizonte eseral» así como la «captación instintiva de la realidad en su verdadera luz», propios de todos los seres tricerebrados, han desaparecido desde hace mucho tiempo de su presencia común.
Debido a que esas dos particularidades están ausentes de su psiquis, ni siquiera sospechan que los seres semejantes a ellos en ningún modo son la causa de esos terribles procesos, y que dichos procesos tienen lugar en su desafortunado planeta por la acción de dos causas grandes e inevitables. La primera de ellas es justamente la ley cósmica Soliunensius, totalmente independiente de ellos; y la segunda causa, que parcialmente sí depende de ellos, consiste en que el conjunto de los resultados de las circunstancias de existencia eseral ordinaria, anormalmente establecidas por ellos, impide que los datos que continúan cristalizándose en su presencia común, para generar en ella el impulso sagrado de la «consciencia», no participen usualmente en el funcionamiento de su «estado de vigilia», a consecuencia de lo cual, la acción de la primera causa toma esa terrible forma.
Como ya dije, ellos no pueden imaginarse ni remotamente, que unas personas aisladas no podrían jamás ser la causa de esos terribles procesos planetarios, ni comprender que solo por casualidad ocupan esas personas ciertos puestos, y que debido a las circunstancias de existencia en común establecidas, el propio hecho de ocupar esos puestos las obliga a manifestarse en un papel u otro, y los resultados de esos papeles toman una forma u otra, de acuerdo con unas leyes cuyo funcionamiento es totalmente independiente de dichas personas. En plena efervescencia del último de dichos procesos, el bolchevismo ruso, los seres de las otras comunidades se indignaron muy sinceramente, al enterarse de que los seres que casualmente se habían mostrado «activos» en ese aflictivo proceso habían dado a otros seres ordinarios la orden de fusilar a tal o cual Juan, Enrique o José.
Para arrojar más luz sobre mis posteriores explicaciones sobre estos terribles procesos, debo decirte que los mismos tienen todavía lugar en la actualidad en una porción relativamente grande de la superficie de ese desafortunado planeta, y también que durante estos últimos tiempos el número de tus favoritos se ha incrementado considerablemente. Pero si comparamos el total de seres tricerebrados destruidos en los procesos anteriores con el del proceso actual, este último parecerá realmente un «juego de niños».
Para que comprendas mejor, y compares los procesos anteriores con el actual bolchevismo, te mostraré dos pequeños cuadros de la historia antigua, por ejemplo, de Egipto, puesto que acabo de hablar de él.
En el intervalo entre dos dinastías de faraones o reyes egipcios se desarrollaba en Egipto un proceso análogo al bolchevismo contemporáneo. El comité central de los revolucionarios anunciaba entre otras cosas a la población del país que pronto se iba a proceder a la elección de los jefes de sus grandes y pequeños centros, o como ellos dicen, de sus ciudades y pueblos, y que dichas elecciones se desarrollarían según el siguiente principio:
Serían elegidos como jefes de las ciudades y pueblos quienes depositaran en sus urnas sagradas más «kroanes» que los demás. Un kroan era el nombre que en Egipto se daba a las ofrendas.
El asunto es que, según lo que llaman la «religión» de los seres de aquel país, era costumbre, durante las ceremonias religiosas, celebradas en lugares especiales, colocar delante de cada ser ordinario asistente a esas ceremonias una urna especial de arcilla cocida, en la que debía depositar, después de cada recitación de ciertas oraciones, las legumbres o frutas designadas ese día.
Esos objetos «dignos» de ser ofrecidos en sacrificio eran llamados «kroanes». Según toda probabilidad, esa «manipulación» había sido inventada como fuente de ingresos por los teócratas de la época, en provecho propio y de sus vasallos.
Pero ese decreto del que te he hablado estipulaba que en tal circunstancia los kroanes debían ser ojos de «descastados» —nombre que los seres ordinarios daban, a sus espaldas, a todos los que pertenecían a la clase dirigente— sin exceptuar a los seres «pasivos», ni a los niños y a los ancianos.
Después se especificaba que aquél que, el día de las elecciones, tuviese más kroanes en su urna sagrada sería nombrado Jefe de todo Egipto; y que los jefes de las ciudades y pueblos serían designados proporcionalmente al número de kroanes que tuvieran sus urnas sagradas. Ya puedes figurarte, querido nieto, lo que sucedía en aquellos días por todas partes de Egipto, para que las urnas sagradas tuvieran la mayor cantidad de ojos de seres pertenecientes a la clase dirigente de esa época.
En otra ocasión fui testigo de una escena no menos terrorífica. Para que puedas imaginártelo mejor, primero debes saber que en Egipto se encontraba antiguamente en cada uno de sus grandes centros o «ciudades», una amplia plaza en la que se efectuaban todo tipo de ceremonias que ellos llaman públicas, tanto religiosas como militares. Con ocasión de esas ceremonias se reunían allí grandes muchedumbres procedentes de todo el país.
Dichos seres, cuya mayoría pertenecía en aquel momento a las clases más débiles, entorpecían las ceremonias; por ello, cierto faraón dio la orden de tender cuerdas alrededor de esas plazas con el fin de que los seres pertenecientes a las «clases más sencillas» no entorpecieran el desarrollo de la ceremonia.
Pero una vez estuvieron tendidas dichas cuerdas, se hizo evidente que no soportarían la presión de la multitud, y que acabarían por romperse. El faraón mandó entonces poner cuerdas metálicas; acto seguido, los que llaman «sacerdotes» las bendijeron y les dieron el nombre de «cables sagrados».
Dichos cables sagrados tendidos alrededor de las plazas reservadas para las ceremonias públicas, especialmente en las grandes ciudades de Egipto, tenían una longitud colosal, que alcanzaba a veces un «centrotino», o como dirían los seres de tu planeta, quince kilómetros de largo.
Pues bien, yo fui testigo de cómo una turba de seres egipcios ordinarios ensartó en uno de esos cables sagrados —como si fuera una «brocheta»— los cuerpos de seres pertenecientes a la antigua clase dirigente, sin distinción de edad ni sexo.
Aquella misma noche, con la ayuda de cuarenta pares de búfalos, esa original «brocheta» fue arrastrada hasta el río Nilo, al que fue arrojada.
Vi numerosos castigos de este tipo, unos durante mis estancias personales en la superficie de tu planeta, y otros desde el planeta Marte, a través de mi gran tesskuano.
Y tus favoritos contemporáneos, de una candidez enorme, se indignan sinceramente porque los bolcheviques de ahora han fusilado a tal o cual Juan, Pedro o Enrique.
Si comparamos los actos de los seres tricerebrados que entonces se hallaban bajo la influencia de ese «estado psíquico» con los de los bolcheviques contemporáneos, incluso deberíamos alabar a estos últimos y agradecerles el que pese a las diversas consecuencias de las propiedades del órgano Kundabuffer inevitablemente cristalizadas en sus presencias comunes —como en general lo están en todos los seres tricerebrados contemporáneos de allí— se hayan manifestado en el momento más intenso, cuando no eran sino marionetas sometidas a la influencia de la ley cósmica Soliunensius, de tal modo que al menos sea posible reconocer los cadáveres de los que han fusilado precisamente como correspondientes a Juan, Pedro o Enrique.
Belcebú suspiró profundamente y después, con la mirada fija en un punto, reflexionó pensativo.
Jassín y Ajún, sorprendidos y con tristeza en sus rostros, lo miraban inmóviles, esperando.
Un momento después, Jassín tras hacer una mueca incomprensible, se dirigió a Belcebú en un tono de inquieta ternura, mientras éste seguía sumido en sus pensamientos.
Abuelo, querido abuelo, te ruego que manifiestes en voz alta las informaciones que posees en esa presencia común tan querida para mí, adquiridas en tu larga existencia, pues podrían servirme como material para elucidar una pregunta que ha surgido en mi esencia y que ni siquiera puedo representarme aproximadamente, pues no tengo de ella el menor dato de confrontación lógica en ninguna de las partes espiritualizadas de mi presencia común.
Esa pregunta que acaba de surgir en mi esencia, y para la cual la totalidad de mi presencia necesita una respuesta, es la siguiente: ¿por qué razones independientes de ellos, esos desdichados seres tricerebrados que pueblan el planeta Tierra no tienen posibilidad, una vez llegados a la edad responsable, de alcanzar y poseer la Divina Razón Objetiva? ¿Por qué a pesar de sus anormales circunstancias, habiendo surgido hace ya tanto tiempo y habiéndose perpetuado durante tantos siglos, en el proceso de su existencia ordinaria no se han formado poco a poco en ellos, por el simple paso del tiempo, las costumbres y los «hábitos automáticos instintivos» que es propio de todo ser adquirir, y gracias a los cuales esa existencia ordinaria, tanto desde el punto de vista «egoístamente personal» como desde el punto de vista «colectivo», transcurría de manera más o menos tolerable, en un sentido de realidad objetiva? Dicho eso, nuestro pobre Jassín interrogó con la mirada a la Causa de la Causa de su surgimiento.
A esta pregunta de su nieto, Belcebú respondió:
Por supuesto, querido nieto. Durante largos siglos, como en todos los planetas donde surgen seres en los que una parte de la existencia transcurre simplemente en el proceso ordinario, muchas costumbres y lo que ellos llaman «hábitos morales» a veces excelentes y muy útiles a su existencia ordinaria, se formaron poco a poco en ellos e incluso se siguen formando en algunas de sus comunidades, pero resulta que esas adquisiciones beneficiosas, que se fijan en el proceso de su existencia ordinaria por el mero correr del tiempo y se mejoran al transmitirse de generación en generación, acaban por desaparecer, o por modificarse, en el sentido de volverse «dañinas» en sí mismas y así pasan a engrosar el número de esos factores nefastos cuyo conjunto «diluye» cada vez más no solo su psiquismo, sino incluso su propia esencia.
Si al menos poseyeran todos esos buenos hábitos, fijados por el tiempo en el proceso de su existencia, y esas «costumbres morales», eso les bastaría para hacer su existencia, tan «desolada» en el sentido objetivo de la palabra, un poco más tolerable a los ojos de un observador imparcial.
Las causas de las modificaciones o de la destrucción de esos beneficios eserales que son las excelentes costumbres y los «hábitos morales», adquiridos en el tiempo con miras a lograr una existencia tolerable, están una vez más en las circunstancias anormales de existencia eseral ordinaria que ellos mismos han establecido.
De hecho, esas circunstancias anormales han generado como resultado esencial una propiedad muy especial, recientemente surgida en su psiquis, y que se ha vuelto la principal causa de sus males; ellos la llaman «sugestibilidad».
Debido a esa extraña propiedad fijada desde hace poco en su psiquismo, el conjunto del funcionamiento de su presencia común se ha alterado paulatinamente. Así, cada uno de ellos, sobre todo los que surgieron y se han convertido en seres responsables durante los últimos siglos, han terminado por representar una formación cósmica determinada, que solo tiene la posibilidad de manifestarse si se encuentra bajo la constante influencia de una formación similar.
Y así, querido nieto, en la época actual todos los seres tricerebrados que te agradan, considerados ya sea aisladamente o en grupos pequeños o grandes, están absolutamente obligados, bien sea a «influenciar» a otros o a sufrir la «influencia» de otros.
Para que te hagas una idea y comprendas profundamente la manera en que las costumbres y los hábitos útiles a su existencia ordinaria, automáticamente adquiridos en el curso de los siglos, desaparecen sin dejar rastro o son desnaturalizados a causa de esa propiedad de su extraño psiquismo, tomemos como ejemplo los seres terrestres tricerebrados que los demás seres de tu planeta llaman «rusos», y que representan la mayor parte de la población de la comunidad llamada «Rusia».
La existencia de los seres que originaron esa gran comunidad contemporánea, así como la de las generaciones que les sucedieron, transcurrió durante numerosos siglos en la vecindad de seres pertenecientes a ciertas comunidades asiáticas que habían conservado por casualidad, durante períodos relativamente largos, su modo de vida cotidiana y en quienes, a consecuencia de ello, se habían constituido y se habían fijado en el proceso de su existencia ordinaria, —como suele ocurrir en las existencias prolongadas— muchas costumbres excelentes y algunos «hábitos morales». Así, esos rusos que se encontraban con frecuencia con los seres de aquéllas, para los terrestres, «antiguas» comunidades e incluso tenían a veces relaciones amistosas con ellos, adoptaron poco a poco e introdujeron en el proceso de su existencia ordinaria, muchas de dichas costumbres útiles y «hábitos morales».
Pues bien, querido nieto, debido a esa extraña propiedad de los seres unicerebrados de tu planeta, que como ya te dije, surgió y se fijó en su psiquismo poco después de la civilización tikliamuishiana —fijándose con una intensidad dependiente del deterioro de las circunstancias de existencia eseral ordinaria causado por ellos mismos— y que, desde el comienzo, se hizo inherente a la presencia común de los seres que constituyeron esa futura gran comunidad, a causa de ello, en el curso de los últimos siglos han estado bajo la influencia de los seres de una u otra comunidad asiática y así, todo el «modo exterior» de su existencia ordinaria y todas sus «formas psíquicas asociativas» transcurrían bajo esa influencia.
Pero, de nuevo, a consecuencia de que los seres del planeta Tierra que habitaban la parte del continente de Asia que llevaba y lleva todavía el nombre de «Rusia» dejaron definitivamente de realizar en su presencia común los «deberes eserales de Partkdolg» contribuyendo de ese modo al refuerzo gradual de la más funesta propiedad de su psiquismo que se llama la «sugestibilidad», y debido una vez más al proceso de «destrucción mutua periódica», propio de ese único planeta, se vieron privados de dicha influencia, viéndose obligados, al no poder llevar por sí mismos una existencia independiente, a someterse a nuevas influencias, ahora de los seres de diversas comunidades europeas, y sobre todo, de la comunidad que lleva el nombre de «Francia».
Desde entonces los seres de la comunidad de Francia ejercieron automáticamente su influencia sobre el psiquismo de los seres de la comunidad de Rusia, y estos últimos incluso se esforzaron por imitarlos en todo y así terminaron por olvidar poco a poco las excelentes costumbres ya presentes en su proceso de existencia, y los hábitos morales que se les habían hecho inherentes y que habían tomado mecánicamente o medio conscientemente de los seres de antiguas comunidades asiáticas, para adquirir las nuevas costumbres francesas.
Entre esos usos y costumbres automáticos que les habían sido transmitidos por los seres de las comunidades asiáticas, había miles de ellos verdaderamente buenos.
De entre esos miles de usos y costumbres útiles y buenos te citaré dos como ejemplo: el hábito de «masticar» lo que se llama el «keva», después de haber consumido el «primer alimento eseral»; y la costumbre de lavarse periódicamente en lo que se llama un «jammam». El keva es una pasta hecha a base de diferentes raíces, que se mastica después de las comidas, y que, por mucho que se mastique, no se descompone jamás, sino que se vuelve cada vez más elástica. Fue inventado por un ser muy sensato, perteneciente a una de las antiguas comunidades asiáticas.
El keva estimula la secreción de lo que en la tierra llaman «saliva», y de otras sustancias elaboradas por el cuerpo planetario de aquellos seres a fin de lograr una transformación mejor y más fácil de su primer alimento eseral o, como dirían ellos, para que ese alimento sea mejor y más fácilmente «digerido» y «asimilado».
El keva también fortalece los dientes y limpia la cavidad bucal de los restos del primer alimento; este último uso es verdaderamente indispensable para tus favoritos, pues esos restos no se descomponen mientras se mastica el keva, dejando así de despedir el desagradable olor que se ha vuelto propio de los seres tricerebrados contemporáneos de ese planeta.
La segunda costumbre, la de lavarse de vez en cuando en lugares especiales llamados «jammames» fue también ella inventada por un ser asiático de tiempos antiguos. Para que comprendas claramente la necesidad de esa segunda costumbre en el proceso de existencia de los seres terrestres, debo primero explicarte lo siguiente:
El funcionamiento del cuerpo planetario de los seres de todas las formas de revestimiento exterior está adaptado por la Naturaleza de manera tal que el proceso de nutrición del segundo alimento eseral, que tus favoritos llaman «respiración», se efectúe en ellos no solo mediante los «órganos de respiración», sino además por los llamados «poros» de su piel.
A través de los «poros» de su piel, no solo penetra el segundo alimento eseral en ellos, sino que algunos de esos poros eliminan los elementos de ese segundo alimento que ya no necesita el cuerpo planetario, resultantes de su transformación.
Esos elementos inútiles deberían eliminarse por sí mismos a través de los poros de la piel evaporándose poco a poco, gracias a los factores determinados por los procesos que se desarrollan en el entorno en que existe el ser dado, como los movimientos atmosféricos, los contactos accidentales y otros.
Pero cuando tus favoritos hubieron inventado el cubrirse a sí mismos con lo que llaman «vestidos», esos «vestidos» dificultaron la eliminación normal o evaporación de esas partes del segundo alimento eseral inútiles ya para su cuerpo planetario, y esas sustancias inútiles, no teniendo la posibilidad de evaporarse en el espacio, se fueron depositando en ciertos poros de su piel, formando una «sustancia grasosa».
Desde entonces, esa «sustancia grasosa», junto a otros factores, favoreció en ese desafortunado planeta la formación de innumerables y variadas enfermedades, cuyo conjunto es la causa principal de la gradual disminución de la duración de existencia de esos desdichados.
Así, querido nieto, desde la más «remota antigüedad», como dicen tus favoritos contemporáneos, un ser asiático muy sensato y sabio, de nombre «Amambaklutre», comprobó claramente, durante sus observaciones conscientes de los hechos que tenían lugar a su alrededor, que ese cúmulo de «algo grasoso» en los poros de la piel tenía una influencia perniciosa sobre el funcionamiento general de todo el cuerpo planetario; entonces empezó a estudiar ese mal y a buscar los medios de detenerlo.
El resultado de las investigaciones y de las largas reflexiones de Amambaklutre, así como de otros varios sabios que se convirtieron en sus seguidores y asistentes suyos, fue que, ante la imposibilidad de persuadir a sus semejantes de que renunciaran a llevar vestimentas, decidieron buscar un medio de eliminar artificialmente de los poros de su piel esos residuos del segundo alimento eseral, implantando en el psiquismo de los seres que los rodeaban hábitos eserales que con el tiempo se les volverían indispensables, y así pasarían a formar parte de sus usos y costumbres.
Y lo que esos antiguos sabios asiáticos, bajo la dirección del gran Amambaklutre, elucidaron experimentalmente y realizaron en la práctica, fue el origen de esos «jammames» que aún existen en la actualidad.
Durante sus experimentos científicos, descubrieron entre otras cosas que con un lavado ordinario, incluso con agua caliente, es imposible eliminar esos depósitos grasos de los poros de la piel, dado que esas excreciones del cuerpo planetario no se encuentran en la superficie, sino en la parte profunda de los poros.
Nuevos experimentos les mostraron que no era posible limpiar los poros de la piel más que mediante un calentamiento lento, gracias al cual esos depósitos grasos adquirían la propiedad de disolverse gradualmente, para finalmente ser eliminados a través de los poros de la piel. Entonces, con ese fin, idearon la instalación de locales especiales, a los que dieron el nombre de «jammames» y supieron divulgar tan bien su significado y su utilidad entre los seres de ese continente, que implantaron en el psiquismo de todos los seres de aquella comunidad asiática la necesidad de usar dichos locales en el proceso de su existencia ordinaria.
Una vez hecha inherente a la presencia de los seres del continente de Asia esa necesidad de ir periódicamente al jammam, se transmitió a los seres de la comunidad de Rusia.
En lo que se refiere a ese depósito graso que se acumula en ciertos poros de la piel de tus favoritos, debo decirte además lo siguiente:
Puesto que esa sustancia, es decir, esa «cosa grasosa» —como todo lo que existe en nuestro Gran Universo—, no puede mantenerse mucho tiempo en el mismo estado, sufre inevitablemente, en esos poros, los procesos de evolución y de involución requeridos por la Gran Naturaleza. Y puesto que, durante esos procesos, todos los surgimientos cósmicos «efímeros» o «transitorios» eliminan lo que se llama los elementos activos secundarios, es decir, los que se cristalizan temporalmente por «inercia de las vibraciones» y como los mismos tienen como se sabe, la propiedad de ser percibidos «cacofónicamente» por los órganos del olfato, tus favoritos del planeta Tierra que no usan los mencionados jammames despiden siempre un «rastropunilo», o como dicen ellos, un olor, que ellos mismos consideran «no muy agradable».
Y de hecho, querido nieto, en ciertos continentes, y sobre todo en el continente de Europa donde no se conoce la costumbre de ir al jammam, me era muy difícil, siendo de olfato muy fino, existir entre esos seres tricerebrados debido a su «rastropunilo», o como dicen ellos, al «olor específico» que desprendían.
El desagradable olor que despedían aquéllos cuyos poros no eran sometidos jamás a una limpieza especial, era tan fuerte que yo podía por esa sola señal reconocer sin dificultad a qué comunidad pertenecía tal ser, e incluso distinguir a un ser de otro.
La variedad de esos olores específicos depende de la duración de la descomposición de esas «excreciones grasosas» que tiene lugar en los poros de su piel.
Por suerte para ellos, esos olores desagradables no les afectan demasiado. Y ello se debe a que su olfato está muy débilmente desarrollado, y a que al existir siempre entre esos olores, se acostumbran finalmente a ellos.
De este modo, querido nieto, la costumbre de lavarse periódicamente en «jammames» especiales que los rusos habían tomado prestada de los seres asiáticos, se perdió apenas cayeron bajo la influencia de los seres europeos, y sobre todo, como te dije, de los seres de la comunidad de Francia. Como los franceses no tienen la costumbre de ir al jammam, también ellos dejaron de ir, y de este modo dicha excelente costumbre establecida desde hacía siglos acabó por desaparecer.
Antiguamente, casi cada familia rusa tenía su jammam privado, pero durante mi última estancia en su capital, llamada entonces San Petersburgo, en la que existían en esa época más de dos millones de esos seres rusos, ya no había más que siete u ocho de esos jammames, y además no eran frecuentados más que por «conserjes» y por «trabajadores», es decir, por seres que llegaban de sus pueblos lejanos, donde el hábito de ir al jammam, o como dicen ellos a veces, a los «baños», no había caído todavía totalmente en desuso.
«En cuanto a la mayor parte de los habitantes de la capital, formada sobre todo por seres pertenecientes a lo que ellos llaman la “clase dirigente”, en los últimos tiempos dejaron totalmente de ir al jammam, y si algún “extravagante” iba todavía lo hacía por hábito, y trataba de que nadie de su casta se enterara de ello; en caso contrario, sería víctima de tales maledicencias que su carrera se arruinaría para siempre».
Ir al jammam es ahora considerado por los seres de la clase dirigente como algo «indecente» y poco «inteligente» y todo por la única razón de que «los más inteligentes», según ellos, de los seres contemporáneos de ese planeta, que según su actual comprensión, son los franceses, nunca van al jammam.
Por supuesto, esos desdichados ignoran que los franceses, debido siempre a las circunstancias anormalmente establecidas de existencia eseral ordinaria, hace algunas decenas de años, sobre todo los de la clase más elevada, no solo no iban al jammam, sino que se abstenían de lavarse por las mañanas, a fin de no estropear sus artificiales apariencias, cuya elaboración era muy complicada.
En cuanto a la segunda costumbre que he tomado como ejemplo, y que hace dos siglos era una necesidad orgánica en todos los seres de la comunidad de Rusia, me refiero a la costumbre de masticar el keva después de haber tomado el «primer alimento eseral», ya no existe en absoluto entre los rusos contemporáneos.
Sin embargo, debo mencionar que en la actualidad la costumbre de masticar el keva ha comenzado a implantarse entre los seres que pueblan el continente de América, sin que ellos comprendan su finalidad; allí el uso del keva, llamado por ellos «chewing gum» está tan difundido que ha generado un gran movimiento industrial y comercial. Es interesante notar que el elemento básico del chewing gum americano es importado de Rusia, de la región llamada «Cáucaso». Los seres que pueblan dicha región ni siquiera saben por qué esos «locos» americanos importan una raíz que no sirve para nada.
Naturalmente, no se les ocurre pensar que si bien los americanos, al importar esa raíz «inútil», son efectivamente «locos» en el sentido subjetivo de la palabra, en cambio, en el sentido objetivo no son ni más ni menos que «bandidos que desvalijan en pleno día» a los seres de Rusia.
Pues sí, querido nieto, del mismo modo que éstas, muchas otras excelentes costumbres y prácticas morales adoptadas en el curso de los siglos por los seres rusos, que ya estaban integradas en el proceso de su existencia ordinaria, han desaparecido poco a poco durante los últimos dos siglos, desde que los rusos comenzaron a sufrir la influencia de los seres europeos. En su lugar, nuevos usos y costumbres se han establecido entre ellos, como las costumbres de «besar la mano a las damas», de «ser amables solo con las jóvenes», de «mirar a la mujer en presencia de su marido con el ojo izquierdo», y cosas por el estilo.
Con un impulso de pesar, debo subrayar que lo mismo está ocurriendo actualmente en el proceso de existencia ordinaria de los seres de todas las comunidades de allí, en cualquier continente que se hallen.
Espero, querido nieto, que ahora podrás casi responder por ti mismo a la pregunta surgida en tu joven ser, y representarte claramente por qué, pese a que su especie existe desde hace tanto tiempo, tus desdichados favoritos no han visto formarse en ellos esos hábitos eserales automáticos y esos usos instintivos gracias a los cuales su existencia habría transcurrido de manera más o menos tolerable, incluso en la ausencia de un consciente objetivo.
Lo repito, debido a esa propiedad recientemente fijada en su psiquismo general, se ha vuelto natural en ellos, como si fuera algo de acuerdo con las leyes, ya sea influenciar a otros, o bien hallarse bajo la influencia de otros.
En ambos casos, los resultados de la acción de esa extraña propiedad son obtenidos sin ninguna participación de su consciente, e incluso sin deseo alguno de su parte.
Con lo que acabo de decirte sobre el hecho de que los rusos contemporáneos siguen el ejemplo de los demás y los imitan siempre en todo, podrás comprender claramente hasta qué punto el funcionamiento de los datos propicios al pensar comparativo lógico están ya deteriorados en la presencia de los seres terrestres tricerebrados.
En general, seguir el ejemplo de otros o servir de ejemplo a otros es considerado y reconocido, por todas partes del Universo, como algo muy razonable e incluso absolutamente indispensable. Y si los seres tricerebrados de la gran comunidad de Rusia siguen el ejemplo de los seres de la comunidad de Francia, es muy sensato de su parte. ¿Por qué no seguir un ejemplo cuando es bueno?
Pero esos desdichados, debido a la ya mencionada extraña propiedad de su psiquismo, así como a muchos otros rasgos de su carácter que se han vuelto definitivamente fijos en ellos por haber perdido el hábito de realizar los deberes eserales de Partkdolg, se han convertido en lo que se llama «carne de cañón», y se han empezado a seguir también malos ejemplos, llegando a rechazar sus buenas costumbres por la única razón de que otros no las poseían.
Por ejemplo, ni siquiera pueden comprender que las circunstancias de existencia ordinaria de los franceses tal vez fueron establecidas de forma anormal y, por consiguiente, quizás no han tenido tiempo todavía de reconocer la necesidad de lavarse de vez en cuando en el jammam y de masticar el keva después de haber usado el primer alimento eseral.
Pero rechazar de este modo las buenas costumbres que ya tenían adquiridas, por la única razón de que no existen entre los seres franceses cuyo ejemplo siguen ellos, es una auténtica muestra de «pavonería».
Aunque la extraña propiedad que acabo de llamar «pavonería» se ha vuelto inherente a casi todos los seres tricerebrados que pueblan tu planeta, su manifestación y sus resultados se notan más entre los que pueblan el continente de Europa.
Lo pude comprobar y lo comprendí cuando abandoné San Petersburgo para visitar diferentes países de ese continente en el que esta vez residí mucho tiempo, al contrario de lo que había hecho en mis viajes anteriores; por ello, tuve tiempo para observar y estudiar detalladamente las sutilezas del psiquismo de los seres, tanto aisladamente, como en grupo, y en todas las circunstancias posibles.
La forma de existencia exterior de todas las comunidades del continente de Europa apenas se distingue de la de los seres de la gran comunidad de Rusia.
Pero las formas de existencia de los diversos grupos de seres de ese continente no difieren entre sí más que en la medida en que la duración accidentalmente más larga de una de esas comunidades le ha permitido adquirir por automatismo ciertas excelentes costumbres y hábitos instintivos que se vuelven así propios solo de los seres de esa comunidad.
Por cierto, es necesario resaltar que la duración de la existencia de una comunidad desempeña allí un importante papel, ya que permite a los seres adquirir hábitos y costumbres buenos.
Sin embargo, lamentablemente para todos los seres tricerebrados de nuestro Gran Universo, cualquiera que sea su grado de Razón, la existencia de cada uno de esos grupos ya más o menos organizado, es en general muy corta, debido también, a esa particularidad suya que es la «periódica destrucción mutua».
Tan pronto como se establecen buenas costumbres eserales en la existencia general de uno de sus grupos, pronto se desencadena ese terrible proceso, aniquilando las buenas costumbres y hábitos adquiridos por automatismo con el paso de los siglos; o bien, debido a la propiedad mencionada, los seres de ese grupo caen bajo la influencia de los seres de otro grupo, que no tienen nada en común con aquéllos, bajo cuya influencia se encontraban antes y por ello, todas sus costumbres y hábitos morales adquiridos tras muchos siglos son pronto reemplazados por otros «nuevos», los cuales generalmente se han creado de un modo precipitado por lo que su validez apenas alcanza, como ellos dicen, a un solo día.