Prefacio
«Mi último libro, por medio del cual quiero compartir con mis semejantes, criaturas de Nuestro Padre Común, casi todos los secretos del mundo interior del hombre que han permanecido hasta ahora ignorados y de los que he tomado conocimiento accidentalmente…».
Gurdjieff escribe estas líneas el 6 de noviembre de 1934 y se entrega de inmediato al trabajo. Durante varios meses se dedica enteramente a la elaboración de esta obra.
De pronto, el 2 de abril de 1935, cesa definitivamente de escribir.
¿Por qué, se preguntarán, abandona de esta manera su proyecto, para no volver a él jamás?
¿Por qué deja inconclusa esta Tercera Serie y, según parece, renuncia a publicarla?
No es posible contestar a estas preguntas si uno mismo no ha estado comprometido en el trabajo intenso que emprendió Gurdjieff con cierto número de alumnos durante los últimos quince años de su vida, aportándoles diariamente las condiciones necesarias para un estudio directo y una efectiva puesta en práctica de sus ideas.
Además dejó entender claramente, en la última página de los Relatos de Belcebú a su nieto, que no permitirá acceso a la Tercera Serie sino solo a los que fuesen seleccionados como «capaces de comprender las verdades objetivas» que en ella él pone en evidencia.
Gurdjieff se dirige al hombre de hoy, al que ya no sabe reconocer la verdad a través de las diversas formas bajo las cuales les fue revelada desde los tiempos más remotos; a este hombre profundamente insatisfecho, que se siente aislado, sin razón de ser.
Pero ¿cómo despertar en él una inteligencia capaz de discernir lo real de lo ilusorio?
Según Gurdjieff, uno solo puede acercarse a la verdad si todas las partes que constituyen al ser humano —el pensamiento, el sentimiento, el cuerpo— son tocadas con la misma fuerza y de la única manera que conviene a cada una de ellas; sin lo cual el desarrollo seguirá siendo unilateral y tarde o temprano tendrá que detenerse.
Sin la comprensión efectiva de este principio, todo trabajo sobre sí estará condenado a la desviación. Se interpretarán falsamente las condiciones esenciales y uno verá repetirse mecánicamente formas de esfuerzo que no sobrepasarán el nivel ordinario.
Gurdjieff sabía servirse de cada circunstancia de la vida para hacer sentir la verdad.
Lo he visto en acción, atento tanto a las posibilidades de comprensión de sus diferentes grupos como a las dificultades subjetivas de cada uno. Lo he visto poner deliberadamente el acento sobre un aspecto del conocimiento, luego sobre otro, según un plan bien determinado; unas veces actuando mediante un pensamiento que estimulaba la inteligencia hasta abrirla a una visión enteramente nueva, otras veces por medio de un sentimiento que exigía el abandono de todo artificio en beneficio de una sinceridad inmediata y total, y otras, a través del despertar y la puesta en movimiento de un cuerpo que respondía libremente a lo que le era demandado servir.
Por lo tanto, ¿cuál era su intención al escribir la Tercera Serie?
El papel que él le asignaba era indisociable de su manera de enseñar. En el preciso momento en que lo consideraba necesario, hacía leer en voz alta, en su presencia, tal capítulo o tal pasaje, aportando a sus alumnos sugerencias o representaciones que de repente los ponían frente a sí mismos y a sus contradicciones interiores.
Era un camino que no los aislaba de la vida, sino que pasaba a través de la vida, un camino que tomaba en cuenta el sí y el no, todas las oposiciones, todas las fuerzas contrarias, un camino que los hacía comprender la necesidad de luchar para mantenerse por encima de la batalla sin dejar de participar en ella.
Uno se encontraba ante el umbral por franquear, y por primera vez se sentía la exigencia de una total sinceridad. El paso podía parecer duro, pero lo que uno dejaba ya no tenía más el mismo atractivo. Ante ciertas vacilaciones, la imagen que Gurdjieff daba de sí mismo hacía medir lo que era necesario comprometer, y a qué era necesario renunciar para no desviarse del camino.
Ya no era entonces la enseñanza de una doctrina, sino la acción encarnada de un conocimiento.
La Tercera Serie, aunque incompleta e inconclusa, revela la acción del maestro, de aquél que, debido a su sola presencia, lo obliga a uno a decidirse, a saber lo que uno quiere.
Antes de morir, Gurdjieff me llamó para decirme cómo veía la situación en su totalidad y me dio ciertas instrucciones:
«Publique a medida que usted esté segura de que ha llegado el momento. Publique la Primera y la Segunda Serie. Pero lo esencial, ante todo, es preparar un núcleo de gente capaz de responder a la demanda que aparecerá».
«En tanto que no haya un núcleo responsable, la acción de las ideas no sobrepasará un cierto umbral».
«Esto tomará tiempo… aún mucho tiempo». «No es necesario publicar la Tercera Serie». «Estaba destinada a otros fines».
«Sin embargo, si un día usted cree tener que hacerlo, publíquela».
La tarea era evidente. Desde que se publicara la Primera Serie, era necesario trabajar sin tregua para formar un núcleo capaz de hacer vivir, por su nivel de objetividad, de devoción y de exigencia hacia sí mismo, la corriente que había sido creada.
Jeanne de Salzmann