CAFÉ DE
WHISTLE STOP
WHISTLE STOP (ALABAMA)
22 DE NOVIEMBRE DE 1930
Hacía frío, pero la atmósfera era de una extraordinaria limpidez aquel día. En el café ya aguardaban la hora de uno de sus programas de radio preferidos. Grady Kilgore estaba terminando de tomar su segundo café, y Sipsey, que barría las colillas que habían tirado al suelo los de la hora del desayuno, fue la primera en verlos a través de la ventana.
Sin apenas hacer ruido, dos camionetas de color negro aparcaron frente al café, y unos doce miembros del Ku Klux Klan, con su clásica indumentaria, fueron lenta y calculadamente situándose en fila delante del local.
—Ay, Dios; ahí están… Me lo temía; es que me lo temía.
Ruth estaba trajinando detrás de la barra.
—¿Qué pasa? —le preguntó a Sipsey, a la vez que se acercaba a mirar.
—¡Onzell! —gritó Ruth en cuanto los vio—, cierra la puerta de atrás y trae al niño.
Los kukluxklaneros se limitaban a seguir allí de pie en la acera, frente a la fachada del café, como estatuas. Uno llevaba un cartón en el que habían escrito con letras de color rojo: CUIDADO CON EL IMPERIO INVISIBLE… LA ANTORCHA Y LA SOGA ESTÁN ANSIOSAS.
Grady Kilgore se levantó a ver, hurgándose los dientes con un palillo a la vez que observaba atentamente a los encapuchados.
El locutor decía por la radio en aquel momento: «Y, a continuación, para los muchos amigos que lo esperan, presentamos Simplemente Bill, el Barbero de Harville… la historia de un hombre que podría ser su vecino…».
Idgie, que estaba en el cuarto de baño, salió y los vio a todos mirar a través de la ventana.
—Pero ¿qué pasa? —dijo.
—Ven aquí, Idgie —dijo Ruth.
—¡Mierda ya! —exclamó Idgie al mirar hacia afuera.
Onzell puso al pequeño en brazos de Ruth y siguió allí, sin moverse de su lado.
—¿Qué puñeta es todo esto? —le dijo Idgie a Grady.
Grady, que seguía hurgándose los dientes, le contestó sin la menor vacilación.
—No son de aquí.
—Bueno, ¿y quiénes son?
Grady dejó caer una moneda de cinco centavos en la barra.
—Tú no te muevas de aquí, que ya verás tú qué pronto lo averiguo.
Sipsey estaba al fondo, en un rincón, barriendo y murmurando por lo bajo: «A mí no me asustan esos fantasmones blancos. No señó».
Grady salió y habló con dos de los encapuchados.
Al cabo de unos minutos, uno de ellos asintió con la cabeza y les habló a los demás. Entonces, uno a uno, empezaron a marcharse, tan tranquilamente como habían llegado.
Ruth no estaba segura, pero le había parecido que uno de los encapuchados los había estado mirando, con especial detenimiento, a ella y al niño. Entonces recordó algo que Idgie dijo una vez, y dirigió la mirada a los zapatos de aquel hombre al subir éste a la camioneta.
Al ver los relucientes zapatos de charol, sintió pánico.
Grady volvió a entrar en el café con talante despreocupado.
—No querían nada. No eran más que una pandilla que quería asustaros un poco. Uno de ellos estuvo por aquí el otro día no sé a qué, y vio que les vendíais comida a los negros por la puerta de atrás, y han querido meteros un poco de miedo en el cuerpo. Eso es todo.
Idgie le preguntó qué les había dicho para que se marchasen tan deprisa. Grady cogió su sombrero del perchero.
—Ah, pues sólo les he dicho que son nuestros negros y que no tiene que venir ningún georgiano a decirnos lo que debemos o no debemos hacer —explicó mirando a Idgie con fijeza—. Y ya te garantizo yo que por aquí no vuelven —añadió poniéndose el sombrero y dejando el local.
Y, pese a que Grady era miembro fundador de la Peña del Hinojo y un consumado embustero, en aquella ocasión había dicho la verdad. Lo que Idgie y Ruth no sabían era que, aunque aquellos georgianos eran de cuidado, no eran tan estúpidos como para andarse con bromas con el Ku Klux Klan de Alabama, y tuvieron el buen sentido de largarse a toda prisa y no pensar en volver.
De ahí que cuando Frank Bennett decidió volver a pesar de todo, tuviese que hacerlo solo… y además de noche.