RESIDENCIA
ROSE TERRACE
ANTIGUA AUTOPISTA MONTGOMERY,
BIRMINGHAM (ALABAMA)
2 DE MARZO DE 1986
Mientras daba cuenta de un vasito de helado de vainilla con una cucharita de madera, Mrs. Threadgoode le estaba hablando a Evelyn de los tiempos de la Gran Depresión…
—Directa o indirectamente, murió mucha gente a causa de ella. Fue muy duro. Especialmente para los negros, que nunca tuvieron mucho, además. Decía Sipsey que la mitad de la gente de Troutville habría muerto congelada o de hambre de no ser por Bill el del Ferrocarril.
—¿Quién era Bill el del Ferrocarril? —preguntó Evelyn, que era la primera vez que oía aquel nombre.
Mrs. Threadgoode pareció sorprendida.
—¿No te he hablado nunca de Bill el del Ferrocarril?
—No, me parece que no.
—Bueno, pues era un famoso bandido. Decían que era un negro que se colaba en los trenes y lanzaba al exterior comida y carbón que los mercancías del Gobierno transportaban a los economatos. Lo hacía por la noche, y los negros que vivían junto a las vías salían al alba a recogerlo y se lo llevaban a casa a toda prisa.
»Me parece que nunca lo atraparon ni descubrieron quién era. Grady Kilgore, que era uno de los inspectores de la policía del ferrocarril, amigo de Idgie, solía ir al café todos los días. Idgie se echaba a reír delante de él y decía: "He oído que Bill el del Ferrocarril sigue suelto. ¿Cómo es eso, muchachos?". El se enfadaba muchísimo, tanto que a veces pedía que le proporcionasen más agentes —hasta veinte en una ocasión—; y ofrecieron un abono gratuito y vitalicio para el ferrocarril L&N a cualquiera que diese información que permitiese localizar a Bill, pero nadie la dio. ¡Cómo le tomaba el pelo Idgie con aquello! Pero siempre fueron buenos amigos. Formaba parte de la Peña del Hinojo en Vinagre…
—¿De la peña de qué? —dijo Evelyn.
Mrs. Threadgoode se echó a reír.
—De la Peña del Hinojo en Vinagre, de aquella bobada de peña que fundaron Idgie, Grady, y Jack Butts.
—¿Y qué clase de peña era?
—Bueno, ellos decían que era una peña para organizar desayunos entre amigos, pero en realidad no era más que un grupo de amigotes de Idgie: ella, unos del Ferrocarril, Eva Bates y Smokey Lonesome. Todo lo que hacían era beber whiskey y contar disparates. En cuanto te pillaban desprevenida, te gastaban bromas de esas que mejor habrían hecho en ahorrarse.
»Así se divertían ellos, contando disparates. Gastándose bromas pesadas. En una ocasión, Ruth acababa de llegar de la iglesia, e Idgie, que estaba sentada con sus amigotes, va y le dice: "No quería contártelo, pero mientras estabas fuera, Muñón se ha tragado una bala del calibre 22".
»A1 ver la cara de susto de Ruth, Idgie le dijo: "No te preocupes, que está bien. Lo he llevado al doctor Hadley, que le ha dado media botella de aceite de castor y ha dicho que podía volver con el niño a casa, pero que no apuntase a nadie con él".
Evelyn se echó a reír.
—Como puedes imaginar —prosiguió Mrs. Threadgoode—, a Ruth la peña no le interesaba ni poco ni mucho. Idgie era la Presidenta y siempre estaba convocando reuniones secretas. Cleo decía que aquellas reuniones secretas no eran más que timbas de póquer para jugar con dinero de verdad. Pero también decía que la peña hacía algunas cosas buenas, aunque nunca explicaba qué.
»El predicador baptista, el reverendo Scroggins, no les caía nada bien, porque era abstemio; y siempre que algún inocentón preguntaba dónde podía comprar whiskey o cebos vivos, lo enviaban a su casa. Y el pobre hombre se ponía furiosísimo.
»Sipsey fue admitida en la peña, a pesar de ser negra, porque mentía tan bien como ellos. Una vez les dijo que ayudó a parir a una que no acababa de soltarlo; entonces le dio una cucharadita de rapé y la mujer estornudó tan fuerte que la criatura salió disparada desde la cama y fue a parar a la habitación de al lado…».
—¡Oh, no! —exclamó Evelyn.
—¡Oh, sí! —exclamó Mrs. Threadgoode—. Y luego les contó lo de una amiga suya de Troutville que se llamaba Lizzy y que, estando embarazada, tuvo el antojo de comer almidón a puñados y, claro está, el niño nació blanco como la nieve y tieso como un tablón.
—¡Por el amor de Dios!
—Lo gordo, Evelyn, es que bien pudo ser verdad. A mí me constaba, por ejemplo, que algunas negras comían yeso.
—No me lo puedo creer.
—Pues eso aseguran, encanto. Pero puede que sólo fuesen barritas de tiza.
Evelyn meneó la cabeza, sonriéndole a su amiga.
—Desde luego, Mrs. Threadgoode, tiene usted mucho sentido del humor.
Mrs. Threadgoode hizo como si sopesase su opinión, con talante complacido.
—Eso debe de ser, me digo yo.