RESIDENCIA

ROSE TERRACE

ANTIGUA AUTOPISTA MONTGOMERY,

BIRMINGHAM (ALABAMA)

19 DE ENERO DE 1986

Mrs. Threadgoode pensó que Evelyn no habría ido aquel domingo a la Residencia, y deambulaba por uno de los pasillos laterales, por donde tenían las muletas y las sillas de ruedas, cuando de pronto vio a Evelyn, sentada allí sola en una silla de ruedas, chupando una piruleta y con unos lagrimones como garbanzos que le rodaban por las mejillas Mrs. Threadgoode se le acercó.

—Pero, por Dios, ¿qué te pasa, encanto?

—No lo sé —dijo Evelyn mirándola, sin dejar de llorar ni de chupar la piruleta.

—Vamos, encanto, coge el bolso y demos un paseo —dijo Mrs. Threadgoode, que la tomó de la mano haciendo que se levantase de la silla y empezó a caminar con ella por el pasillo arriba y abajo.

—Pero, bueno, encanto, ¿qué es lo que pasa? ¿Qué te sucede? ¿Por qué estás tan triste?

—No lo sé —dijo Evelyn rompiendo de nuevo a llorar.

—Pero, cariño, que no hay que desesperarse por nada. Cuéntamelo; poquito a poco. Dime qué es lo que te pasa.

—Bueno… quizá sea que desde que mis hijos se fueron a la Universidad me siento inútil.

—Eso es algo perfectamente comprensible, cariño —dijo Mrs. Threadgoode—. Todos pasamos por eso.

Evelyn se animó entonces a proseguir.

—Y… y no hago más que comer, no puedo parar. Y mira que lo intento; todos los días al levantarme me propongo ceñirme a mi dieta, pero no lo cumplo ni un solo día. Me escondo las tabletas de chocolate y los caramelos por toda la casa, incluso en el garaje. No sé lo que me pasa.

—Bueno, encanto, una piruleta no te hace ningún daño —dijo Mrs. Threadgoode.

—Una no —dijo Evelyn—, pero siete u ocho… Ojalá tuviese valor para ponerme como una vaca y dejar de preocuparme; o tener la suficiente fuerza de voluntad para perder peso y estar realmente delgada. Me siento en la estacada. El movimiento de liberación de la mujer ha llegado demasiado tarde para mí… Estaba ya casada y con dos hijos cuando descubrí que no tenía que haberme casado. Creí que es lo que una tenía que hacer. Pero ¿qué sabía yo? Y ahora es demasiado tarde para cambiar… Me siento como si la vida hubiese pasado de largo —añadió mirando a Mrs. Threadgoode y sin dejar de llorar—. Y es que, Mrs. Threadgoode, soy demasiado joven para ser vieja y demasiado vieja para ser joven. No encajo en ninguna parte. Ojalá tuviera valor para matarme, pero no lo tengo.

Mrs. Threadgoode se quedó de una pieza.

—Ah, no: Evelyn Couch no debe siquiera pensarlo. ¡Eso sería como volver a crucificar a Jesús! Una tontería, encanto. Lo que tienes que hacer es sobreponerte y abrirle tu corazón a Dios. Él te ayudará. Mira, contéstame una cosa: ¿te duelen los pechos?

Evelyn la miró.

—Bueno, a veces.

—¿Te duelen a veces la espalda y las piernas?

—Sí. ¿Cómo lo sabe?

—Pues muy sencillo, encanto. Lo tuyo es un caso de menopausia aguda; eso es todo lo que te pasa. Lo que necesitas es tomar hormonas, salir todos los días a pasear, respirar aire puro y superarlo tú sola. Es lo que hice yo cuando pasé por lo mismo. Solía echarme a llorar al comer un filete pensando en la pobre vaca. Casi vuelvo loco a Cleo; todo el día llorando… Y creía que nadie me quería. Pero, por más que lo sacase de quicio, él me decía: «Oye, Ninny, que es la hora de tu inyección de vitamina B-12». Y él mismo me ponía la inyección de vitamina B-12 en la nalga.

»Salía todos los días a pasear, siguiendo la vía del tren, arriba y abajo, tal como estamos haciendo ahora y, al poco tiempo, ya lo había superado y todo volvía a la normalidad.

—Pero es que yo tengo la sensación de ser demasiado joven para pasar por eso —dijo Evelyn—. Sólo acabo de cumplir cuarenta y ocho.

—Qué va, encanto. Muchísimas mujeres lo pasan antes. Se dio un caso con una georgiana de sólo treinta y seis años, que cogió un día el coche y subió con él por la escalinata del Palacio de Justicia del condado, bajó la ventanilla y le tiró la cabeza de su madre, a quien acababa de cortársela en la cocina, a un policía, gritándole: «¡Hala, para ti!», y volvió a bajar la escalinata con el coche. Así que, ojo, que en eso puede parar una menopausia precoz si no tienes cuidado.

—¿De verdad cree que es eso lo que me pasa, que ésa es la razón de que esté tan irritable?

—Sin duda. Eso es peor que ir montada en una noria: ¡hala, arriba y abajo… no quieres engordar, pero tampoco quedarte en los huesos! Fíjate tú en todos estos viejos; la mayoría no son más que piel y huesos. A otros les da por ir al hospital baptista a visitar a los cancerosos. A todos les encantaría engordar un poco. Se desviven por ganar unos quilos. Así que deja de preocuparte por el peso y da gracias por tener buena salud. Lo que tienes que hacer es leer todos los días la Biblia, y el salmo 90 todas las mañanas. A mí me sirvió, así que a ti también.

Evelyn le preguntó entonces a Mrs. Threadgoode si no había estado nunca deprimida, y Mrs. Threadgoode le contestó la pura verdad.

—Pues no, encanto. Por lo menos no últimamente. Estoy demasiado ocupada dando gracias a Dios por todas las cosas buenas que me concede; tantas, que no podría contarlas aunque quisiera. Lo que no significa que haya que engañarse, porque todo el mundo tiene sus penas, y unos más que otros.

—Pero parece usted tan feliz; como si nunca hubiese tenido problemas.

Mrs. Threadgoode se echó a reír ante la sola idea de no haber tenido problemas.

—¡Ay, encanto! Me ha tocado lo mío; muchos golpes, y todos igualmente dolorosos. Y, a veces, incluso he llegado a preguntarme por qué el Señor me ha abrumado con tanto pesar, hasta el punto de llegar a pensar que ni iba a poder soportarlo un día más. Pero Él aprieta pero no ahoga… y te voy a decir una cosa: lo peor que se puede hacer es hurgar en las heridas; ni hablar, porque con eso sí que consigue uno enfermar de verdad.

—Tiene razón —dijo Evelyn—. Sé que tiene razón. Ed dice que quizá debería acudir a un psiquiatra o algo así.

—Tú no necesitas nada de eso, cariño. Cuando quieras hablar con alguien, vienes a verme. Estaré encantada de hablar contigo y de que me hagas compañía.

—Así lo haré, Mrs. Threadgoode, gracias —dijo Evelyn mirando su reloj—. Ahora tengo que irme ya; Ed se me va a poner como una fiera.

Evelyn abrió el bolso y se sonó la nariz con el kleenex con el que antes había envuelto unos cacahuetes recubiertos de chocolate.

—La verdad es que ahora me siento mejor —dijo—. En serio.

—Bueno, pues me alegro; y voy a rezar para que te tranquilices, encanto. Tienes que ir a la iglesia y pedirle al Señor que te alivie de todo lo que te abruma, y superar esta mala época; y te lo concederá igual que me lo ha concedido a mí muchas veces.

—Muchas gracias por todo. Nos veremos la semana que viene —dijo Evelyn enfilando ya el pasillo.

—Y, mientras tanto —le gritó Mrs. Threadgoode—, toma el antiestresante Stresstabs Número Diez.

—¿Número Diez?

—¡Sí! ¡Número Diez!

Tomates verdes fritos
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