WHISTLE STOP
(ALABAMA)
DÍA DE NAVIDAD DE 1937
Casi todo el mundo se había comprado la pistola de pistones para Navidad, y la mayoría se reunieron en el patio trasero del doctor Hadley, por la tarde, a disparar. Todo el patio olía al azufre de los pistones que hicieron estallar allí afuera, pese a que el aire era bastante frío. Todos debieron de morir no menos de un centenar de veces. ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Té mate!
¡Bang! ¡Bang!
«¡Ay, que me has dado!… ¡Ay!».
El pequeño Dwane Kilgore, que tenía ocho años, se llevó las manos al pecho, cayó al suelo y estuvo tres minutos muriéndose. Al dar el último estertor, se levantó de un salto, sacó otra tira roja de pistones y volvió a cargar frenéticamente la pistola.
Muñón Threadgoode llegó de los últimos al tiroteo, justo después de acabar de cenar en el café con la familia y con Smokey Lonesome. Salió corriendo al patio en un momento oportuno, pues todos acababan de cargar sus armas y estaban preparados. Fue a parapetarse detrás de un árbol y apuntó a Vernon Hadley. ¡Bang! ¡Bang!
PUM, PUM, PUM… Vernon, que estaba tras unas matas, asomó gritando: «¡Fallaste, gusano asqueroso!».
Muñón, que había disparado toda la carga de pistones, trataba desesperadamente de volver a cargar cuando Bobby Lee Scroggins, un muchacho mayor, corrió hacia él y le disparó a quemarropa.
«¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!… ¡Te di!».
Y antes de que tuviese tiempo de reaccionar, Muñón moría… Pero Muñón no se resignaba así como así. Cargaba una y otra vez, y una y otra vez lo mataban…
Peggy Hadley, la hermana pequeña de Vernon, que iba a la misma clase que Muñón, salió de tiros largos, con su nuevo chaquetón marrón y su nueva muñeca, y se sentó en los escalones a mirar. De pronto, a Muñón no le pareció tan divertido que siempre lo matasen a él, y trató desesperadamente de darle a alguno de ellos. Pero eran demasiados, y no podía volver a cargar lo suficientemente rápido como para protegerse.
PUM, PUM, PUM… ¡Muerto otra vez! Pero él, dale que te pego. Lo volvía a intentar. Salió huyendo a la desesperada y fue a ocultarse detrás de un grueso roble que había en el centro del patio, desde donde podía asomarse, disparar y volver a ocultarse. Ya había liquidado a Dwane con un buen disparo y estaba tratando de cazar a Vernon, cuando Bobby Lee asomó por detrás de él, parapetado tras un montón de ladrillos… Muñón giró en redondo, pero demasiado tarde.
Bobby Lee llevaba dos revólveres y le vació los dos cargadores.
¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!
—¡Te maté! ¡Te he matado dos veces! ¡Así que muere!
Y Muñón no tuvo más remedio que morirse delante de Peggy.
Fue una muerte rápida y decorosa. Pero en seguida se levantó y dijo: «Tengo que volver a casa por más pistones. Volveré en seguida».
Tenía muchos pistones, pero quería morirse de verdad. Peggy había visto cómo lo mataban una y otra vez.
Al marcharse Muñón, Peggy se levantó y le gritó a su hermano:
—Eso es a traición. El pobre Muñón sólo tiene un brazo. Así que eso es traición. ¡Se lo voy a decir a mamá; para que te enteres, Vernon!
Muñón entró corriendo en su dormitorio, tiró la pistola al suelo y le pegó una patada a su tren eléctrico, estrellándolo contra la pared, furioso y llorando de impotencia. Al entrar Idgie y Ruth, se lo encontraron haciendo polvo el Mecano.
Al verlas, empezó a llorar, gritando al mismo tiempo: «¡No puedo hacer nada con esto!». Y empezó a pegarse en el muñón.
—¿Qué te pasa, cariño? —le dijo Ruth sujetándolo—. ¿Qué ha pasado?
—¡Todos con dos revólveres menos yo! Así no puedo ganarles. ¡Me han estado matando toda la tarde!
—¿Quién?
—Dwane, Vernon y Bobby Lee Scroggins.
—Pero, cariño… —dijo Ruth conmovida.
Ya sabía ella que algún día tenía que pasar, pero no sabía qué decir. ¿Qué iba a decir? ¿Cómo se le explicaba a un niño de siete años que aquello no tenía importancia? Ruth miró a Idgie en busca de apoyo.
Idgie se quedó un largo instante mirando a Muñon, y luego hizo que se levantase de la cama, le puso el chaquetón y se lo llevó afuera, al coche.
—Venga, caballero, que va a venir usted conmigo.
—¿Adonde?
—Ya lo verás.
Muñón estuvo todo el rato callado mientras ella conducía por la carretera del río. Al llegar al tablón claveteado en el roble que decía CLUB DE PESCA WAGON WHEEL, giraron a la izquierda. Al poco, llegaron a una entrada encalada flanqueada por dos ruedas de carro. Idgie bajó del coche, abrió la verja y luego volvió a subir; cruzaron con el coche y fueron hasta una cabaña que estaba junto al río. Al llegar allí tocó la bocina y, al cabo de un instante, una pelirroja abrió la puerta.
Idgie le dijo a Muñón que se quedase en el coche, y ella bajó y fue a hablar con aquella mujer. La perrita que estaba en el interior de la cabaña saltaba como loca de contenta, brincando y meneando la cola al oírla.
Idgie estuvo hablando con la pelirroja unos minutos, y luego ésta volvió a la cabaña y salió con una pelota de goma que le pasó a Idgie. Al abrir la puerta de tela metálica, la perrita salió como una exhalación y casi se desconyunta de contenta al verla.
Idgie se alejó entonces un poco del porche.
—¡Vamos, Lady! ¡Vamos, chiquita! —dijo lanzando la pelota al aire.
La pequeña y blanca terrier dio un salto de más de un metro y cogió la pelota en el aire; corrió con ella hacia Idgie y se la devolvió. Entonces Idgie lanzó de nuevo la pelota hacia la casa y Lady dio otro salto, y de nuevo atrapó la pelota.
Entonces fue cuando Muñón se percató de que la perrita sólo tenía tres patas.
La perrita estuvo saltando y corriendo más de diez minutos sin perder el equilibrio una sola vez. Al cabo de un rato, Idgie volvió al interior a despedirse de la pelirroja.
Después salió, fue hacia el coche y regresaron con él por el camino hasta un recodo junto al río, donde aparcó.
—Muñón, quiero preguntarte una cosa, hijo.
—Dime.
—¿Te parece que la perrita se lo ha pasado bien?
—Sí.
—¿Te ha parecido contenta de vivir?
—Sí.
—¿Crees que siente lástima de sí misma?
—No.
—Bueno, pues tú eres mi hijo y te querré siempre pase lo que pase. Lo sabes, ¿no?
—Sí.
—Pero mira, no hay nada que deteste más que pensar que tienes menos sentido que esa pobre perrita coja. ¿Entendido?
—Entendido.
Idgie abrió la guantera y sacó una botella de whiskey Green River.
—Y, además, tu tío Julián y yo vamos a llevarte con nosotros la semana que viene para enseñarte a tirar con una pistola de verdad.
—¿Una pistola de verdad?
—De verdad —dijo Idgie destapando la botella y echando un trago—. Serás el mejor tirador de Alabama; a ver si se atreven entonces a ganarte a algo, ¿eh?… Anda, échate un trago.
—¿De verdad? —dijo Muñón, con los ojos como platos al acercarse la botella.
—Sí, de verdad. Pero no se lo digas a tu madre.
Ya verás tú cómo les haces morder el polvo a esos críos.
Muñón tomó un sorbo, fingiendo que no le sabía a gasolina ni le ardía en la boca.
—¿Quién era esa mujer?
—Una amiga mía.
—Tú ya habías estado aquí antes, ¿no?
—Sí, un par de veces. Pero no se lo digas a tu madre.
—De acuerdo.