RESIDENCIA
ROSE TERRACE
ANTIGUA AUTOPISTA MONTGOMERY,
BIRMINGHAM (ALABAMA)
7 DE SETIEMBRE DE 1986
Aquella semana, el «menú» de Evelyn y Ninny constaba de ganchitos de maíz, colas y bizcocho de chocolate con nueces hecho en casa.
—Tenías que haber estado esta mañana aquí, encanto; te has perdido todo un número. Estábamos desayunando y allá que aparece Vesta Adcock con un panecillo en la cabeza bailando el hulahop, delante de todos, en el comedor. ¡Era para verlo! El pobre Mr. Dunaway se excitó tanto que tuvieron que darle un tranquilizante y llevarlo a su dormitorio. Geneene, esa enfermera menudita de color, la hizo sentarse y comerse el panecillo. Nos hacen comer todos los días uno de esos panecillos de salvado para evitar las diarreas. Porque, con los años, el sistema digestivo se afloja —dijo, inclinándose hacia Evelyn susurrante—. Aquí hay muchos que sueltan gases y ni siquiera se dan cuenta —añadió bebiendo un sorbo de cola—. Y, sabes, a muchos de aquí no les gusta que haya enfermeras de color. Una dijo un día que ésos tan negros odian a los blancos y que, si tuvieran la oportunidad, esas enfermeras nos matarían mientras dormimos.
Evelyn dijo que era lo más estúpido que había oído nunca.
—Eso pensé yo cuando lo dijo, pero como fue tu suegra me callé la boca.
—Ah, no me extraña.
—Pero no es sólo ella, eh. Te sorprendería ver cuántos hay aquí que piensan así. A mí, vaya, es que ni se me ocurre. He vivido entre negros toda mi vida. Mira: cuando murió mamá Threadgoode y la pusieron en el salón para el velatorio, aquella tarde, vimos a través de la ventana que, una a una, todas las mujeres de color de Troutville se reunían junto a la ventana del patio y empezaban a cantar uno de sus espirituales: Cuando llegue al cielo, me sentaré a descansar un rato… Nunca lo olvidaré. No habrás oído nunca cantar así; todavía se me pone la carne de gallina al recordarlo.
»Y, piensa en Idgie, por ejemplo. Tenía tantos amigos en Troutville como en Whistle Stop. Siempre iba allí a decir unas palabras en los funerales, si moría alguno de sus amigos. Una vez me dijo que prefería a los negros, antes que a algunos blancos que conocía. Recuerdo que una vez me dijo: “Ninny, un negro malo es simplemente malo, pero un blanco vil es peor que un perro”.
»Claro que no digo que todos sean así, pero nunca he visto a nadie más consagrado a una persona que Onzell a Ruth. Tenía debilidad por Ruth, y no lo ocultaba. No habría permitido que nadie se metiese con Ruth.
»Recuerdo una vez, cuando Idgie estaba poniéndose en evidencia, bebiendo, siempre por ahí sin volver a casa por la noche, que le dijo, allí mismo en la cocina, por la mañana: “Mire, Miss Idgie, le voy a decir una cosa: a Miss Ruth no le costó mucho marcharse una vez, y le sería igual de fácil marcharse otra vez, y me tiene a mí para ayudarla a hacer las maletas”.
»Idgie salió de la cocina sin replicar, porque sabía que Onzell no toleraba que le tocasen a Ruth.
»Pese a lo cariñosa que era, Onzell podía ser también dura. Y tenía que serlo, para poder con tanto niño, y ayudar a criarlos y trabajar en el café todo el día. Cuando Artis o Pájaro Travieso le acababan la paciencia, le bastaba una mirada para echarlos de la cocina sin perder punto de lo que estuviese haciendo.
»Pero, con Ruth, era como un corderito. Y cuando a Ruth se le declaró el cáncer en la matriz y tuvo que ir a Birmingham a operarse, Onzell fue también con Idgie y conmigo. Estábamos las tres en la sala de espera cuando vino el médico. Todavía con el gorro y la bata puestos nos dijo: “Siento tener que decírselo, pero no puedo hacer nada por ella”. Se le había extendido al páncreas y, si te afecta al páncreas, se acabó. Así que dijo que se había limitado a coserla e intubarla. Nos la llevamos a casa y la instalamos en uno de los dormitorios de arriba para que estuviese más cómoda y, desde aquel mismo momento, Onzell se instaló también allí y no se movió de su lado.
»Idgie quería contratar a una enfermera, pero Onzell se opuso en redondo. Todos sus críos eran ya mayores, pero Big George tuvo incluso que hacerse su comida.
»Idgie y Muñón, los pobres, se sintieron como arrinconados. Se pasaban las horas sentados abajo con la mirada perdida. Ruth se agravó muy deprisa, y sufría muchísimo. Trataba de disimularlo, pero se notaba que lo estaba pasando muy mal. Onzell estaba siempre allí, las veinticuatro horas del día, dándole las medicinas; y, durante la última semana, Onzell no se la dejó ver más que a Idgie y a Muñón. Decía que Ruth le había rogado que no dejase que nadie la viese en tal estado.
»Nunca olvidaré lo que dijo Onzell, allí de pie, en la entrada del dormitorio: “Miss Ruth es una señora, y siempre sabe cuándo ha de dejar una fiesta”, y que entonces no iba a hacer una excepción, mientras ella estuviese allí.
»Y cumplió su palabra. Porque Big George, Muñón e Idgie estaban en el bosque recogiendo piñas cuando Ruth murió, y al regresar ya se la habían llevado.
»Onzell había llamado al doctor Hadley, que mandó una ambulancia para que recogiese el cuerpo de Ruth y lo llevase al servicio de pompas fúnebres de Birmingham. Cleo y yo fuimos con ella y, mientras la metían en la ambulancia, el doctor Hadley dijo: “Ahora, Onzell, tú vete a casa, que ya me encargaré yo de todo”.
»Pero… ni hablar, encanto: Onzell se irguió y le dijo al doctor Hadley: “No señó, yo he de estar en mi sitio”. Y lo siguió, subió a la parte de atrás de la ambulancia y cerró la puerta. Llevaba una bolsa con ropa y cosas de tocador, y no salió del velatorio aquella noche hasta que consiguió que el cuerpo de Ruth tuviese el aspecto que ella quería.
»Así que nadie va a decirme que los negros odian a los blancos. ¡En absoluto! He conocido a demasiados negros como para creer eso.
»El otro día le dije a Cleo: “Me gustaría que fuésemos en el tren a Memphis para poder ver a Jasper y saber qué tal le va. Trabaja en los coches-cama”».
Evelyn miró a su amiga perpleja y comprendió que, como en tantas otras ocasiones, Mrs. Threadgoode había perdido por un momento la noción del tiempo.