Secretos de belleza

Viernes, 1 de mayo de 2009

Algún tiempo después de darse cuenta de que quería vivir, Maggie comenzó a examinar su vida para tratar de descubrir por qué había llegado a ser tan infeliz.

Entonces, un día, se le ocurrió que, aunque nunca había mentido premeditadamente a los demás, llevaba años viviendo en una mentira. Brenda por ejemplo la tenía por una persona muy buena y virtuosa, pero merecía conocer la verdad. Esperaba que eso no afectara a su amistad: en todo caso, era un riesgo que Maggie tenía que correr.

Cogió el teléfono, llamó a Brenda y la invitó a almorzar en el viejo café Irondale. Quería que tomara una buena comida antes de decírselo. Su amiga no la decepcionó. Comió higadillos de pollo, macarrones con queso y tarta de limón. Mientras la llevaba de regreso a casa, Maggie hizo acopio de valor, inspiró hondo y dijo:

—Brenda, hay algo que deberías saber sobre mí… Algo que nunca te he contado. Puede que te resulte bastante chocante.

—Lo dudo —contestó ella.

—Bueno… Ya veremos.

—Oh, vamos. ¿Qué me vas a contar? ¿Que en realidad eres ese ladrón nocturno que ha estado atracando todos los 7-eleven?

—Oh, no, nada de eso. Pero se trata de algo de lo que no me siento demasiado orgullosa.

—¿Qué es?

Maggie inspiró hondo de nuevo.

—Bueno, el hombre con quien tuve una relación en Dallas, del que te hablé… Richard.

—¿Sí? ¿Qué le pasa?

—Estaba casado.

—¿Y?

—Eso es. Que estaba casado. Tuve una aventura con un hombre casado.

—Oh.

—La razón por la que no te lo he dicho antes es porque no quería que pensaras mal de mí.

—Ya veo.

—Oh, Brenda, lo siento mucho. —Maggie la miró con preocupación—. ¿Estás muy sorprendida?

—Bueno, sí. Estoy sorprendida, pero no decepcionada.

—¿En serio? ¿De verdad no lo estás?

—No lo estoy. Todos cometemos errores. No seríamos humanos si no lo hiciéramos.

—¿No lo dices sólo para hacerme sentir bien?

—Claro que no.

Brenda estuvo inusualmente silenciosa al volver a casa y Maggie comenzó a preguntarse si se habría equivocado al contárselo. Siguieron así durante algún rato.

Su ansiedad iba en aumento hasta que, de pronto, Brenda dijo:

—Maggie, ¿te acuerdas del profesor de la universidad con el que te conté que había tenido una aventura?

—¿El que te partió el corazón cuando estudiabas último curso?

—Sí… Bueno, pues también hay algo que nunca te he contado al respecto. Ni a ti ni a nadie, por cierto… Ni siquiera a Robbie o a Tonya.

—¿El qué?

Hizo una larga pausa.

—También estaba casada —contestó al fin.

—Ahhh… No me extraña que fuese tan… —Maggie se detuvo de repente, al darse cuenta de lo que había oído, y entonces miró a Brenda—. ¿Casada?

—Ajá.

—Oh, Brenda… ¿En serio?

—Oh, sí, cariño. Casada, blanca y judía. ¿Qué puedo decir? Así que, como ves, no estás sola. Todo el mundo tiene sus secretitos. —Miró a Maggie—. ¿Estás sorprendida?

—Bueno, sí… Supongo que sí.

—¿Y decepcionada? Se te ha quedado una expresión rara.

—Oh, no… No estoy decepcionada. ¿Cómo iba a estarlo? Lo que pasa es que es… halagador que hayas confiado en mí tanto como para contármelo.

Esa vez fue Brenda la que reaccionó con alivio.

—Uf, me alegro de haberlo hecho. Ahora mismo estoy hecha un manojo de nervios. Y toda sudada —añadió, mientras sacaba una barrita Hershey de emergencia del bolso y le daba un mordisco. Luego, miró a Maggie y continuó—: Bueno… Ahora que las dos hemos sacado los cadáveres del armario, como dice la canción Ain’t nobody’s business but our own, ¿verdad?

—Sí.

—La vida ya es lo bastante dura. Yo siempre digo que todo el mundo se merece tener al menos un pequeño secreto, ¿no crees?

—Sí. —Poco después, Maggie añadió—. Brenda, deja que te haga una pregunta. ¿Crees que soy demasiado vieja para aprender a aparcar en paralelo?

—No, no lo eres. Creo que puedes hacer cualquier cosa que te propongas.

—¿En serio?

—Totalmente.

—Oh, Brenda… No sabes lo feliz que me siento… Es como si me hubiera quitado cincuenta kilos de encima.

—Lo mismo que yo.

—Ahora me siento mucho más unida a ti… ¿Y tú?

—Oh, sí.

Las dos sonrieron durante el resto del camino. Era muy agradable tener una verdadera amiga.