Una sorpresa del pasado

Lunes 19 de enero de 2009

Aunque «Crestview» ya se había vendido, Maggie aún tenía que celebrar jornadas de casa abierta hasta que la operación se cerrara oficialmente, para así tratar de obtener una oferta de reserva. Aquel día, cuando se disponía a abandonar la mansión e irse a casa, oyó una voz masculina en el vestíbulo:

—¿Hola? ¿Hay alguien? ¿Maggie?

En el mismo instante en que pronunció su nombre, supo de quién se trataba y el corazón comenzó a acelerársele en el pecho. Fue al vestíbulo y allí estaba él. Al verla, sonrió y dijo:

—Tu viejo y decrépito ex novio ha venido a saludarte. ¿Cómo estás, Maggie?

—Charles… No puedo creer que seas tú.

—Oh, sí, soy yo. Sólo que con el pelo cano.

Se abrazaron y Maggie dijo:

—Vaya. Estoy aturdida. ¿Qué haces aquí? O sea, no aquí, sino en Birmingham.

—Teníamos que llevar a mis padres a St. Martin’s y había papeles que firmar.

—Oh, ya veo…

—Siento presentarme así, sin avisar, pero me he encontrado con la señora Dalton y me ha dicho que hoy estarías aquí, así que he pensado que por qué no.

Maggie estaba tan sorprendida de ver a Charles que se había quedado sin palabras.

—Vaya. Estoy aturdida —repitió.

—Y yo —dijo él—. ¿Qué ha pasado, Maggie? Parece que te fuiste de casa hace un par de años… pero han sido cuarenta, y yo ya tengo una nieta crecida. ¿No es increíble? Pero te juro por Dios, que no pareces un día mayor que la última vez que te vi.

—Es muy amable de tu parte decir eso, Charles, aunque no sea verdad. Tú sí que estás igual. Pasa y siéntate, ¿quieres?

—No puedo, tengo que coger un avión. Sólo quería saludarte.

—¿Vas a volver?

—Oh, claro, todos lo hacemos tarde o temprano. Lo que no sé es cuándo. La señora Dalton me ha dicho que David y Mitzi van a comprar la casa. Me alegro.

—Y yo.

Charles y Maggie se quedaron allí y charlaron un rato sobre viejos amigos, sobre lo mucho que había cambiado Birmingham con los años, sin atreverse a tocar los dos temas esenciales que flotaban en el ambiente: el de la esposa de él y las razones por las que Maggie había terminado soltera y trabajando como agente inmobiliaria.

Mientras estaba allí, mirándolo, se dio cuenta de una cosa. Con sus ojos azules y su pelo rubio, Charles era una réplica exacta, sólo que con algunos años más, de Tab Hunter, una de sus estrellas de cine predilectas. ¿Por qué no se había dado cuenta antes del parecido?

Al cabo de varios minutos más de charla intrascendente, se produjo un incómodo silencio. Entonces, de pronto, Charles la miró y dijo:

—Oh, Maggie… Me partiste el corazón, ya lo sabes.

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas al instante.

—Lo sé. También me partí el mío. Lo siento mucho.

—Siempre te he querido, ¿sabes?

—Sí, lo sé. Claro que lo sé.

Se quedaron allí un momento, sin saber qué más decir. Entonces, finalmente, Charles dijo:

—Bueno, creo que será mejor que me vaya.

Justo entonces, una preciosa mujer de pelo rubio entreabrió la puerta y asomó la cabeza.

—¿Hola? ¿Puedo entrar?

Charles puso cara de azoramiento.

—Claro, cariño, lo siento.

Maggie había oído que se había casado con una preciosa rubia, pero aquella mujer era mucho más joven de lo que esperaba (siempre lo son). Sin embargo, reaccionó bien y dijo:

—Oh, por favor, pasa.

Charles rodeó a la recién llegada con el brazo y dijo:

—Cariño, ésta es Margaret. Maggie, ella es Christine.

La joven le pasó un brazo alrededor de la cintura y sonrió a Maggie.

—¿Tú eres la famosa Margaret de la que llevo oyendo hablar toda la vida?

—Bueno, no lo sé…

—Papá siempre ha presumido de haber salido con una Miss Alabama, pero nunca lo habíamos creído. Parece que es verdad. Me alegro mucho de conocerte.

Maggie contestó:

—Oh. ¡Oh! Y yo, Christine.

—Papá ha estado como un flan durante todo el camino, y ahora entiendo por qué. Eres tan guapa como siempre nos había dicho.

Charles parecía sumamente incómodo. Consultó su reloj y dijo:

—Bueno, vamos, cariño, tenemos que irnos o perderemos el avión.

La joven le estrechó a Maggie la mano.

—Ha sido un placer conocerte. Si alguna vez pasas cerca del lago Lugano, en Suiza, ven a vernos —dijo, mientras Charles le abría la puerta—. ¿Prometido? —añadió.

—Sí, claro —dijo Maggie.

—Adiós, Maggie —contestó ella.

—Adiós, Charles.

Tendría que haberse dado cuenta de que Christine era su hija cuando la vio sonreír. Al ver que se alejaban, una oleada de tristeza la inundó. Si ella no hubiera sido una completa estúpida, aquella hermosa joven podría haber sido su hija.

Mientras el coche se alejaba, Christine dijo:

—Qué mujer tan preciosa. ¿Es tan guapa como la recordabas?

—Sí.

Ella miró a su padre.

—Papá, ¿por qué te ruborizas?

—No me ruborizo.

—Sí, claro que sí que lo haces. Creo que aún te gusta. ¿Se lo has preguntado?

—No.

—¿Llevaba una alianza?

—No.

—¿Y por qué no se lo has preguntado? Si ella no está casada y tú tampoco, ¿por qué no lo has hecho?

—Es mucho más complicado que eso. Estoy seguro de que sale con alguien.

—Tampoco perderías nada preguntándoselo, ¿no?

—Bueno, ya veremos. Puede que la próxima vez que venga a Birmingham la llame.

—Vale. Espero que no lo dejes demasiado.