Objeto perdido
Sábado, 8 de noviembre de 2008
Maggie, ansiosa por sacar «Crestview» a la venta lo antes posible, contrató a Tejados Griggs, la empresa que siempre utilizaban, para que inspeccionaran las tejas. La mañana del sábado, al llegar en coche a la casa, vio que el señor Griggs estaba ya subido al tejado, trabajando, mientras que su hijo de diez años se encontraba fuera, ante el porche delantero. Era un muchachito muy dulce y Maggie se alegró de verlo. Mientras subía los peldaños desde el patio, vio que estaba entretenido jugando con algo. Supuso que sería un juguete o una pelota, pero al acercarse más y verlo mejor estuvo a punto de desmayarse. ¡Lo que el niño arrastraba por el suelo de piedra era el pie desaparecido!
Oh, Dios. Tenía que andarse con ojo para no alarmarlo. Se acercó con aire despreocupado y dijo:
—Hola, Warren.
Éste levantó el huesudo pie y lo agitó en el aire.
—¡Eh, mire lo que acabo de encontrar! Es un pie. ¡Con dedos y todo! —Volvió a agitarlo en el aire.
—Oh, sí, ya lo veo. ¿Dónde lo has encontrado, cariño? —preguntó ella, tratando de conservar la calma hasta donde le era posible.
—Ahí abajo, entre los arbustos —respondió el muchacho mientras señalaba el seto—. Me lo voy a llevar al colegio el lunes. Creo que es de una persona muerta de verdad.
Maggie sonrió.
—Sé que parece real, pero no lo es.
Warren volvió a agitar el pie en el aire.
—Pues a mí me lo parece.
—No, cariño, es demasiado pequeño para ser de una persona de verdad.
El niño lo levantó y lo miró.
—¿Está usted segura?
—Oh, claro. Has oído hablar de las patas de los conejitos de la suerte, ¿verdad?
—Sí, señora.
—Bueno, pues lo que has encontrado es la pata de un monito de la suerte.
—¿La pata de un monito?
—Eso es. La señora que vivía aquí lo perdió en la mudanza y se alegrará mucho de que lo hayas encontrado. Seguro que le parece bien que te dé veinticinco dólares como recompensa. ¿A que es estupendo? Si me lo das, se lo llevaré ahora mismo y luego te traeré el dinero. ¿De acuerdo?
Warren no parecía totalmente decidido a entregar el pie, así que Maggie añadió:
—Hasta puede que te recompense con treinta dólares. —Estaba dispuesta a subir hasta cincuenta, pero por suerte, el niño se contentó con eso.
Al volver a la ciudad con un pie en el bolso, Maggie estaba horrorizada. ¿En qué estaba convirtiéndose su vida? Hacía apenas tres días, había robado un cadáver y le había mentido a la policía, y ahora acababa de sobornar sin vacilar a un niño inocente. Una vez que dabas el primer paso en la senda delictiva, todo era cuesta abajo.
Brenda estaba esperándola delante del guardamuebles, y cuando aparcó, abrió la puerta del coche y se metió dentro.
—¿Dónde está? —preguntó, mientras miraba a su alrededor para ver si había alguien observándolas.
Maggie abrió el bolso.
—Aquí —dijo, mientras también ella miraba a su alrededor—. Oh, Dios, me siento como si estuviéramos en medio de una venta de drogas.
Brenda sacó el pie y lo guardó en una bolsita de Baskin-Robbins.
—Ya lo tengo. —Mientras salía del coche, añadió—: Espero que sea el pie correcto. —Y se alejó.
—¿Qué quiere decir eso del «pie correcto»? —preguntó Maggie tras ella.
Pero Brenda no la oyó. Oh, estupendo, pensó Maggie. Ahora iba a tener que preocuparse también por eso. ¿Cómo podía no ser el pie correcto? Dios la estaba castigando por robarle la venta a otra agente inmobiliaria, lo sabía. Finalmente, Brenda reapareció y se acercó con una expresión extraña.
—¿Y bien? —preguntó Maggie—. ¿Era el pie correcto?
—¿El pie correcto?
—Sí…
—Sí, lo era, pero… Detesto decirte esto, Maggie, pero le falta un dedo.
—¿Cómo? ¿Qué dedo?
—El meñique. ¿No contaste los dedos antes de meterlo en el bolso?
—¡No, no conté los dedos! Oh, Señor…
—Bueno, cálmate y mira en tu bolso. Puede que se te haya enganchado en algo…
—Dios del cielo… —Allí estaba, a plena luz del día, buscando el dedo meñique de un desconocido en el interior de su bolso. Pero pasado un minuto lo encontró y se lo entregó a Brenda. No podría volver a usar el bolso nunca más y eso que era totalmente nuevo. Pero al menos, por fin tenían todas las partes del cuerpo reunidas en un mismo sitio.