La historia de la familia Crocker

Lo que la mayoría de la gente no sabía era que los Crocker tenían una larga historia como siervos de las minas y que, aunque las corveas se hubieran abolido en 1799, en los años posteriores no les fue mucho mejor.

Angus Crocker había vivido con frío, suciedad y hambre la mayor parte de su existencia junto con sus once hermanos y sus padres, habitaba una mugrienta choza situada junto a la mina de carbón en la que su padre se mataba a trabajar para sobrevivir. Angus era un buen estudiante, pero lo mismo que sus hermanos, al cumplir los diez años fue enviado a las minas. Un muchacho de su clase, sin dinero, no tenía ninguna posibilidad de dejar de ser minero, pero a los quince años, el destino intervino y le cambió la vida. En 1863, durante la guerra de Secesión, se necesitaban hombres para trabajar en las minas de Pensilvania y al oír la noticia de que una compañía minera estadounidense estaba contratando gente y pagaba buenos salarios, Angus decidió aprovechar la ocasión. Trabajaba en las minas de carbón de las afueras de Pittsburgh en el turno de noche, y acudía a la escuela durante el día. En ocho años se convirtió en jefe de mina, de ahí pasó a capataz y luego a superintendente. Ambicioso e inteligente, llamó la atención de gente importante. Impresionados por su trato y su habilidad para controlar a sus hombres, lo ascendieron a un puesto directivo y, al cabo de poco tiempo, viajaba a Escocia para negociar allí en nombre de la compañía. Gozando ya de una posición social mucho más desahogada, en uno de esos viajes a Edimburgo conoció a Edwina Sperry, la única hija del industrial James Edward Sperry, con quien contrajo matrimonio. La joven era un gran partido. A la muerte del padre de ella, Angus dispondría por ley del control total de su herencia y de todas las minas Sperry en Escocia. Como buen yerno, abandonó su trabajo en América y se dedicó a trabajar en exclusiva en las empresas de su suegro. Trece años después, tras la muerte de éste, su esposa y él se trasladaron a la gran mansión que la familia tenía en Edimburgo, y Crocker se hizo cargo de la gestión de las minas. Entre el dinero de Sperry y la propia capacidad de Angus, las minas Crocker-Sperry no tardaron en convertirse en las mayores productoras de carbón del país.

A los treinta y nueve años, Edwina Sperry-Crocker se quedó embarazada por primera vez, para enorme alivio de Angus. Al fin habría un heredero con sangre Sperry y Crocker en las venas. Para él era un nuevo e importante paso en el camino que lo alejaba de las sucias minas de carbón de su juventud. Para asegurarse de que todo iba bien, contrató a una enfermera para que se ocupara de las necesidades de su esposa en las últimas e importantes semanas de embarazo.

Al llegar finalmente el día del parto, llamaron al médico de la familia y Angus esperó en el piso de abajo, caminando arriba y abajo. Edwina no era una mujer fuerte, pero después de unas largas y duras horas, la joven enfermera, segura de complacer a su adinerado patrono, corrió al rellano de la escalera y anunció que su esposa acababa de dar a luz a gemelos. ¡Tenía un hijo y una hija! Los gemelos eran una sorpresa, pero lo único que a Angus le importaba era que tenía un hijo, al que pensaba llamar Edward. Un hijo que llevaría el nombre de Crocker-Sperry y protegería el negocio. Ahora nadie, ni siquiera sus codiciosos hermanos, siempre detrás de su dinero, podrían robarle lo que era legítimamente suyo. ¡Tenía un heredero! Extasiado, Angus se retiró al instante a su estudio, se sirvió un whisky y comenzó a planear el futuro del niño. Al día siguiente mandaría a buscar a su abogado y cambiaría el testamento. Todo lo que poseía sería para el muchacho. En el improbable caso de que Angus muriera antes de la mayoría de edad del chico, dispuso que su esposa y su hija recibieran una pensión generosa, y que el día en que Edward cumpliera los dieciocho años, las minas, las propiedades… todo pasara a ser suyo, para que a su vez pudiera transmitirlo también a sus propios hijos.

Más adelante, después de dejar Escocia y levantar su nueva casa en América, Angus, plantado en la puerta, contempló con enorme orgullo cómo los canteros grababan las palabras «NO MÁS CORVEAS» sobre la entrada.