Lo que había hecho Babs
Unos seis meses después de que Babs Bingington abriera su oficina, se enteró de que la inmobiliaria Red Mountain iba a hacerse con un enorme contrato de una nueva compañía de seguros que se trasladaba a la ciudad. Babs sabía que conseguir ese contrato podía significar el éxito o el fracaso para cualquier empresa. Que una importante compañía se trasladase a Birmingham, significaba que había que encontrarle casa a centenares de personas, y Babs no estaba dispuesta a dejar que una inmobiliaria de medio pelo con debilidad por las minorías le quitara el negocio. Voló a Filadelfia, sede de la compañía de seguros, llamó al presidente de la misma y solicitó una reunión. Le dijo a su secretaria que estaba allí como representante de la Junta de Agentes Inmobiliarios de Birmingham y que era de vital importancia para la compañía que se reunieran lo antes posible. Cuando la secretaria le transmitió el mensaje al director, éste pensó que se trataba de otra reunión de relaciones públicas. A esas alturas, había estrechado la mano de toda la ciudad de Birmingham, y estaba exhausto, pero quería mantener una actitud positiva, así que accedió a verse con ella.
A la mañana siguiente, escoltaron a Babs hasta la oficina del director. Con su mejor acento sureño de imitación, comenzó diciéndole:
—Oh, señor Jackson, gracias por reunirse conmigo. No sabe lo duro que es esto para mí. Estoy al borde de un ataque de nervios, pero estamos… todos nosotros… estamos tan encantados y orgullosos de que su compañía se traslade a Birmingham que no queremos que nada salga mal.
El interés del director aumentó de repente.
—¿Cómo?
—Me temo que la inmobiliaria que usted ha contratado es… ¿Me permite que le hable confidencialmente?
—Por supuesto.
—Creemos que debe usted saber que no le conviene asociarse a la inmobiliaria Red Mountain en este momento.
El hombre la miró.
—¿De veras? ¿Y por qué?
Babs adoptó una expresión de falsa pena.
—Bueno, verá usted, señor Jackson… Me han escogido como representante de la Junta de Agentes Inmobiliarios para decirle que disponemos de información privilegiada, según la cual, Hazel Whisenknott está a punto de ser acusada de malversación y fraude por un gran jurado federal, y cuando eso suceda… Bueno, creemos que tal vez debería usted considerar las posibles consecuencias para su empresa. Sé que su reputación es muy importante para ustedes.
Babs metió una mano en el bolso, sacó un pañuelo bordado, parpadeó varias veces y consiguió parecer al borde de las lágrimas.
—Ay, ojalá no me hubieran escogido a mí para venir a decírselo, pero en Birmingham nos preocupa mucho que su compañía disponga de la mejor representación. Nos moriríamos si algo saliera mal. De hecho, para mí sería un privilegio administrar personalmente su cuenta, y sólo le cobraría una comisión del cinco por ciento, como gesto de cortesía. Espero que se dé cuenta de la alta estima en que tenemos a su empresa, señor Jackson —añadió, mientras deslizaba su tarjeta sobre la mesa—. Naturalmente, la decisión es suya. Haga lo que mejor le parezca, pero al menos ahora dispone de todos los datos.
Después de que Babs se marchara, el señor Jackson pensó en lo que le había dicho. La otra agente inmobiliaria le había caído bien, pero lo que le había dicho aquélla era cierto, si tenía problemas, ellos podían verse perjudicados. Aunque retiraran los cargos, sin duda tendría que hacer frente a un proceso civil. No quería llevar a cabo sus negocios en medio de semejante embrollo y no quería empezar con mal pie en una ciudad nueva. Así que, ¿por qué arriesgarse? Haría que alguien la llamara y le dijera que habían cambiado de opinión.
Cogió la tarjeta de Babs y la miró. Hacían falta agallas para volar hasta allí para advertirle y, además, le había gustado la reducción del uno por ciento en la comisión que le había ofrecido.
Babs era una maestra fingiendo sinceridad y como, en general, trataba con hombres que se dejaban engañar fácilmente por una mujer que supiera soltar unas lagrimitas en el momento oportuno, la jugada le salía bien la mayoría de las veces.
Hazel, que solía pensar bien de todo el mundo, no comprendía por qué, de repente, su oficina había comenzado a perder tantos contratos en favor de la empresa de Babs. Pero lo único que dijo al respecto fue:
—Bueno, me quito el sombrero ante ella. Es una vendedora condenadamente buena.