CAPÍTULO
UNO
«TE QUIERO PERO NO ESTOY ENAMORADO DE TI»
Claves para navegar por los afectos
humanos
Una de mis amigas se acaba de separar. A este paso, y sobre todo después del verano —al parecer es una de las épocas propicias para ello—, sólo me quedarán un puñado de amigas que no se hayan separado. Algunas lo hacen con una resignación más o menos estoica, mientras otras lo pasan francamente fatal. A veces, cuando logran superar en algún grado la angustia de la separación, me dicen que se han vuelto a enamorar. Entonces me echo a temblar y con poco tacto y nulo sentido de la oportunidad, suelo exclamar: «¿Otra vez? ¿Estás segura?». Es que no sé qué pensar. Lo llaman, al parecer, «monogamia sucesiva», algo que, a tenor de lo visto, fácilmente puede convertirse en el arte de tropezar muchas veces en la misma piedra. En cualquier caso, como toda corriente sociológica que se precie, la monogamia sucesiva tiene sus biblias, y una de ellas es un libro francamente divertido Come, reza, ama (lo recomiendo con entusiasmo aunque se esté felizmente casado). Su autora, Elizabeth Gilbert, es una mujer que literalmente quiso morir cuando se separó, tanto que no tuvo más remedio que diseccionar la vida que le tocaba arrastrar mañana tras mañana para hallar nuevas razones por las que vivir. Para ello no escatimó esfuerzos y recorrió incansablemente Italia, la India e Indonesia a la búsqueda de sabores, olores y sensaciones que pudiesen colmar su vacío. Sin duda, y eso sí que lo tengo meridianamente claro tanto si se está casado como separado, vivir con pasión y con intensidad es lo que toca. Lo otro sería caer en la desgracia que describía un poeta: «Morir a los veinte, aunque no nos entierren hasta los noventa».
Pues bien, les adelanto un secreto: Elizabeth centró intuitivamente sus esfuerzos por vivir en estos ámbitos: comer, rezar y amar. Y la verdad es que, habiendo meditado muchas de las sugerencias de los filósofos más avezados de nuestro olimpo intelectual de los últimos milenios, debo reconocer que admiro la sensatez espontánea de Elizabeth. Ha resumido en estas tres palabras, que dan título a su libro, toneladas de sabiduría. Incluso el orden de su tríada del buen vivir tiene sentido: primero, cuidar del cuerpo físico, encarnarse, alimentarse, comer. Después, rezar en su sentido más amplio, es decir, comprender y soñar hasta encontrar aquello que dota de sentido a cada vida, algo que expresa admirablemente el cosmólogo Stephen Hawking, cuyo espíritu florece mientras su cuerpo sobrevive en una silla de ruedas: «Sólo somos una raza avanzada de monos…, pero podemos comprender el universo». Por último, con el cuerpo y el espíritu saneados, al fin podremos amar, es decir, comunicarnos y fundirnos con el resto del mundo.
¿En qué escalón de esta búsqueda vital se encuentra mi respetable lector? No me vengan los descreídos y los desganados, parapetados tras su soledad o tras un fino halo de persistente cinismo, a asegurarme que nada de esto forma parte fundamental de su vocabulario diario. O no me digan entonces que viven, sino admitan más bien que malviven, porque ésa es precisamente la paradoja: que aunque no pronunciemos estas palabras, cada célula de nuestro ser las reclama a gritos. Necesitamos comer, soñar y amar como el aire que respiramos. Es éste el mismísimo aliento de la vida, lo que distingue sin remedio a los vivos de los muertos.
Les invito pues a escribir en la arena, en un papel o en un rincón de sus cabezas, cómo serían sus vidas si pudiesen —que por cierto, sí que pueden— describir su vida soñada. ¿Dónde estarían ahora mismo? ¿Qué trabajo, qué labor o misión llevarían a cabo? ¿Quién y quiénes estarían a su lado? El guion de esta vida ideal debería parecerse lo más posible a su vida real. Como los escultores que cincelan con paciencia y pasión una figura soñada en un bloque de granito, cada persona que cruza la Tierra debe luchar por hacer realidad aquello que forma parte de su ser esencial. Se nos haría larga, muy larga la travesía del día a día si perdiésemos en el camino la sabiduría profunda del buen comer, soñar y amar.
RUTA 1. ¿CUÁNTO AMOR NECESITAMOS?
Un abrazo de seis segundos [2]
La piedra de toque de este libro, su arranque y su inspiración, es el amor. Ninguna vida se conforma sin una referencia constante al amor. Ningún sentimiento es más determinante en nuestras vidas, ninguno tiene un impacto más radical en nuestra capacidad de ser felices, ninguno justifica las inmensas redes sociales, las responsabilidades, los anhelos y los deseos que pesan sobre las personas desde que nacen hasta que mueren. El amor nos guía, nos da esperanza, nos entristece y nos mueve por encima de todo.
A través de los continentes y de las culturas, el amor es la vida a la búsqueda de más vida, de creatividad, de refugio, de placer, de ternura, de protección, de seguridad. Del cóctel de todas esas necesidades, a veces contradictorias, sobresale la batalla interna de cada persona entre la necesidad de autonomía y la necesidad de intimidad. No siempre necesitamos el mismo amor, ni con la misma intensidad. Pero al final, sea cual sea el color del amor en nuestras vidas, hay que encontrarle una salida, una forma de expresarse, un lugar en el que enraizarlo.
Las rutas que atraviesan nuestra necesidad de amor y de afecto son las grandes rutas de nuestras vidas, unas arterias principales que recorren nuestra geografía y que hemos de mantener abiertas, limpias de maleza, transitables, asequibles para el resto del mundo. Por esas rutas tenemos que lograr que circulen oxígeno y agua, que broten flores y plantas, que haya lugares de refugio para resguardarse de las tormentas. Como no podemos gestionar ni transformar lo que no comprendemos, en estas páginas dedicadas al amor he querido mostrar varios de sus mecanismos más comunes, para que los lectores puedan despejar dudas o adoptar estrategias que les ayuden a cohabitar y a transitar más armónicamente por este sentimiento escurridizo, fluido e imprescindible.
Pero antes de seguir, unas palabras acerca de los cimientos del amor: la empatía.
Durante las docenas de programas de El Hormiguero, creo que logré no pronunciar casi nunca la palabra «empatía». Aludí a ella, sin embargo, docenas de veces, porque es uno de los cimientos del amor en cualquiera de sus expresiones. Y uno de los mecanismos concretos que subyacen en nuestra extraordinaria capacidad de empatía, de ponernos en la piel de los demás, de sentir por ellos son las neuronas espejo. Si bostezas, si bebes agua, si te agachas para recoger una zapatilla, tus neuronas —las células de tu cerebro— se encienden y se conectan. Pero las neuronas espejo hacen algo aún más especial: se encienden sólo con ver a los demás hacer cualquier cosa, y también nos hacen sentir lo que ellos sienten. Allí radica no sólo nuestra capacidad de empatía sino también la simpatía, la compasión, la conciencia, la colaboración, la mala conciencia y el sentimiento de culpabilidad… La mirada y el sentimiento de los demás nos enciende y nos conecta. No estamos preparados para estar solos, sino para estar conectados.
El mecanismo de la empatía encierra una cierta paradoja, ya que tendemos a sentirla más fácilmente por aquellos que se parecen más a nosotros. Los parecidos y la convivencia refuerzan los mecanismos de la empatía. Probablemente una de las señales de la sofisticación moral y de la capacidad de compasión de una civilización sea lograr ensanchar los círculos de empatía. Amar fuera del clan, respetar y ponerse en la piel de personas de culturas, razas, género, edad o creencias diferentes a las propias requiere una empatía mayor que cuando amamos o respetamos a alguien de nuestra misma tribu.
La historia nos nuestra claramente que luchamos desde hace siglos para abrir nuestros círculos de empatía hacia las personas de nuestra propia especie. En las próximas décadas lograremos sin duda mostrar mayor empatía y respeto también por otras especies a las que hoy en día seguimos tratando, en muchos casos, con crueldad. Veamos un ejemplo concreto que muestra la necesidad de tantas especies de recibir afecto.
Los experimentos del doctor Harlow
Desde que nacemos, todos los primates, humanos y no humanos, tocamos a nuestras madres de muchas formas distintas. Unos experimentos clásicos en los años sesenta empezaron a sugerir que necesitamos sentirnos seguros y amparados, es decir, conectados con los demás, por encima de todo. El responsable de los experimentos fue un psicólogo norteamericano bastante siniestro llamado Harry Harlow, que retiraba a unos monitos de sus madres y los enjaulaba con madres «mecánicas»[3]. En las jaulas había una madre de tela y otra de alambre. Las dos «madres» eran muy poco atractivas, pero la de alambre tenía un dispositivo por el que se podía beber leche. Sin embargo, los monitos, asustados y desamparados, elegían pasar veintidós horas al día cerca de la madre de trapo y sólo acudían a la madre de alambre para alimentarse. Algunos monitos, obligados por el experimento, crecían sólo con la madre de alambre: digerían peor la leche y tenían sistemas inmunológicos más débiles. Esto resultó muy llamativo en una época en la que se decía que el contacto físico entre niños y adultos malcriaba y estropeaba al niño y que las emociones tenían poco peso real en la vida de la gente, frente a las necesidades fisiológicas. Ahora sabemos a ciencia cierta que, por encima de la pura supervivencia, sólo florecemos si nuestras necesidades emocionales, en especial la necesidad de protección y afecto, están atendidas.
¿Cuánto amor necesitamos?
Cuarenta millones de años de evolución aseguran que necesitamos tocarnos los unos a los otros. Tenemos la necesidad, nunca lo bastante reconocida y atendida, de sentirnos físicamente. Tocarnos y mirarnos es algo profundamente programado, pero para conectar con los demás hacen falta tiempo y ganas. Sospecho que muchos de nosotros no solemos tocar a los demás ni nos tocan como necesitamos, sintiendo física y emocionalmente a las personas que queremos. Los demás primates pasan mucho tiempo acicalándose recíprocamente y tocándose. La especie humana, en cambio, tiende a limitar el contacto físico al ámbito sexual. Podemos recordar lo bien que sienta tocarse con un sencillo ejercicio: durante veinte segundos, con los ojos cerrados y como si fuésemos primates, palpemos nuestras caras y manos. Este ejercicio puede hacerse solo o en compañía de otras personas.
¿Cómo puedo saber cuándo logro conectar realmente con los demás?
Cuando conectamos de verdad con los demás somos capaces de observarnos, de comprendernos y de aprender a través de esta observación. Conectar es absorber algo de la otra persona, y eso requiere una atención especial.
¿Qué sentidos importan más para conectar con los demás?
Los sentidos que más pesan cuando conectamos con los demás son la vista, el tacto y el oído: ver, tocar y escuchar, en este orden. El órgano más importante para tocar a los demás es la piel. Para sentir, las manos, seguidas de cerca por los labios y la lengua. La piel de las manos es especialmente sensible, ya que tiene un sistema nervioso capaz de detectar el dolor, el tacto y la temperatura.
¿Por qué es tan importante el tacto para sentir al otro? Cuando nos tocan, nos relajamos y baja el cortisol, la hormona del estrés. Tal vez por ello los humanos pagamos dinero para masajes y cuidados similares, aunque nos los den completos extraños.
¿Y las redes sociales? ¿Sirven para conectarse?
Depende, porque para comunicarse y conectar con otra persona necesitamos tiempo de calidad. Es difícil conectar sin tocarse ni mirarse. Por ello determinados usos de las redes sociales no bastan para satisfacer nuestra necesidad profunda de contacto físico y emocional con las personas.
¿Qué impide que podamos conectar con los demás?
Por encima del contacto físico, lo que puede impedirnos conectar con los demás es la falta de atención. Para acceder a nuestra extraordinaria capacidad para la empatía, esto es, ponernos en la piel del otro y sentir por esa persona, basta con interrumpir la conexión. Por tanto la indiferencia o la falta de tiempo suelen dinamitar las relaciones entre las personas. A modo de ejemplo, vamos a relatar un conocido experimento que se llevó a cabo en la Universidad de Princeton.
El estudio partió de la observación de cuarenta seminaristas que, a modo de examen, tenían que dar un sermón. A la mitad de los seminaristas se les asignó un tema al azar y a la otra mitad se les pidió que hablaran sobre la parábola del Buen Samaritano, que se narra en el evangelio de San Lucas y que habla de que sólo un extraño se brindó a ayudar a un pobre hombre en apuros, mientras todos los demás le ignoraban. Para dar su sermón, los seminaristas tenían que cruzar un patio de la universidad camino del aula del examen. En el patio había un hombre que gemía, tirado por el suelo, aparentemente desesperado. El hombre era un actor, pero los seminaristas no lo sabían. Tan sólo veinticuatro de los cuarenta seminaristas tuvieron a bien pararse para socorrer a ese hombre. Los demás pasaron de largo. Los que se pararon no fueron los que llevaban preparado el sermón sobre el Buen Samaritano, sino los que iban con menos prisa. Es decir, que para conectar, ¡hay que tener tiempo! La falta de tiempo, sin embargo, es un problema que hoy en día arrastramos constantemente.
¿Por qué es importante tomarme tiempo para poder relacionarme con los demás?
Estamos biológicamente programados para sentir a los demás, y por tanto para querer ayudarlos. Pero cuando corremos por la calle de una gran ciudad o cuando nos conectamos a la red a toda prisa es casi imposible sentir empatía. De hecho, la gente es capaz de pasar de largo en determinados trechos de las grandes avenidas urbanas aunque vea cómo están robando a otras personas. ¿Por qué parecemos de repente tan fríos? Pues porque para conectar necesitas mirar y sentir al otro, darle ese tiempo. Si pasas de largo deprisa tu cerebro prácticamente no se involucra y te da la señal de que el problema de la otra persona no va contigo. Es un mecanismo que nos ayuda a no cargar con todos los problemas del mundo, aunque puede ser tremendo porque podemos terminar conviviendo con grandes injusticias sin mover un dedo, simplemente porque estamos desconectados.
¿Cuánto tardamos en conectar, en dejar que broten las emociones que nos vinculan a los demás?
Tardamos sólo unas décimas de segundo en reaccionar ante estímulos evidentes, como presenciar que otra persona sufre un accidente. Pero tardamos mucho más, entre seis y ocho segundos, en poder sentir determinadas emociones por los demás, como por ejemplo la admiración. También necesitamos tiempo para tomar una decisión moral que tenga que ver con la justicia o con el deber.
¿Y en los telediarios?
Allí el tiempo que se presta a cada noticia es muy corto, y eso dificulta que podamos ponernos en la piel de los demás, conectar con esa noticia y reflexionar acerca de ella. El sentido de la emoción, del sentimiento, es conectarte con el otro, expresarte, comunicarte. Cuando «apagas y enciendes» el sentimiento sin tomarte el tiempo de darle su valor, éste pierde su sentido.
Para sentir al otro, para dar la oportunidad de que las emociones de los demás, sus problemas y sus alegrías nos lleguen, tenemos que darles tiempo y, si es posible, utilizar los sentidos. Quisiera recomendar un gesto que tenemos muy a mano para conectar con los demás que nos hará sentir mucho mejor. Vamos a practicar darnos un abrazo de verdad, de los que ayudan a mejorar la salud física y mental de niños y mayores.
¿Cuánto debe durar un abrazo?
Un buen abrazo tiene que durar al menos seis segundos, para que pueda consolidarse el proceso químico correspondiente en el cerebro. Se puede abrazar el cuerpo entero de las personas, frente a frente, o sólo de lado. El abrazo comunica que no hay miedo, por lo que la actitud es importante. Hay que mirarse y conectar antes de abrazarse. Y, por supuesto, nunca abraces a alguien si no quiere ser abrazado por ti…
Conectarse sin emoción es como no estar conectados. El abrazo nos hace sentir bien, alivia la soledad, ayuda a superar el miedo… Y no hay que olvidar que las personas que abrazan envejecen más despacio. En casa, en el coche, en la calle, si estás con un amigo, con tus hijos, tus padres, tus abuelos, los vecinos… Recuerda cada día que un abrazo verdadero, de al menos seis segundos, es una gran terapia para todos.
¿Cuántos amigos necesitamos para sentirnos bien?
¿Es cierto que los humanos vivimos en redes sociales más amplias que las de las demás especies?
Sí. Se ha comprobado que en el resto de los seres vivos existe una relación entre la cantidad de relaciones que mantienen entre ellos y el tamaño del cerebro. Los pájaros más promiscuos tienen cerebros más pequeños, tal vez porque no tienen tantas habilidades sociales. El cerebro humano, en cambio, consume mucha energía —un 20 por ciento del consumo de la energía total de nuestro cuerpo—, y ello se relaciona con la necesidad de gestionar redes sociales muy complejas: amantes, familias, amigos, compañeros… Vivimos rodeados.
¿Hay algún límite a la cantidad de personas con las que podemos relacionarnos?
El máximo número de relaciones que nuestro cerebro consigue mantener de forma simultánea es de ciento cincuenta, una cifra denominada «número de Dunbar», en homenaje al antropólogo y biólogo evolucionista que investigó estas cuestiones, Robin Dunbar. De estas ciento cincuenta relaciones, hay un núcleo íntimo de entre cinco y doce personas que son con las que tenemos un trato más intenso, a las que se añade otro grupo de unas cien personas adicionales con las que hablamos, de media, una vez al año.
¿Podemos llamar «amigos» a los cientos o miles de contactos que tenemos a través de las comunidades virtuales de Internet?
Dunbar dice que no se puede llamar amigos a tus contactos virtuales, porque más allá de ciento cincuenta personas apenas puedes saber nada de ellos.
Facebook, por ejemplo, utiliza la palabra «amigo» en un sentido muy amplio: es un cajón de sastre donde caben los conocidos, las personas con las que puedes tener alguna afinidad, los amigos de los amigos, los viejos enemigos, lo que llaman «frenemigos» (por ejemplo, el chaval que te martirizaba en el cole cuando eras pequeño y que ahora quiere ser tu «amigo» en Internet)… En Facebook podrían haber utilizado la palabra «contacto», sería más sincero aunque suene peor, algo así como cuando dices amor y quieres decir sexo. Así que embellecemos un poco el nombre para hacerlo más atractivo. ¿Quién va a negarse a tener mil trescientos amigos?
Recordemos que lo que las personas quieren de verdad es afecto y amor por encima de todo, incluso del sexo.
Por otra parte, me parece que el uso de la palabra «amigo» refleja una tendencia actual, que creo que es positiva, a estar más abierto a los demás, a no exigir tanto antes de poder conocer a personas nuevas. Es la marca de una sociedad más plural, más abierta.
¿Cómo te haces amigo de alguien?
Probablemente te cueste mucho más que a un niño. Fíjate con qué facilidad se hacen amigos los niños: utilizan el método sencillo, pero fundamental, de estar abiertos a los demás y de pedir compañía sin falsas vergüenzas. No ponen tantas defensas como los adultos. Los mayores nos pasamos la vida esperando que los demás den el primer paso, y eso acarrea mucha soledad. El método infantil de decir abiertamente «quiero ser tu amigo» es recomendable, pero un amigo requiere, además del deseo de tenerlo, una conexión emocional. No se trata de estar cerca físicamente, sino de sentirse emocionalmente conectado: conoces al otro, sabes quién es de verdad, qué le importa, qué le hace feliz. La admiración o el deseo no bastan: la intimidad, en algún grado, es necesaria para tejer vínculos entre dos amigos.
¿Todos nos sentimos solos?
Es un sentimiento universal, y por ello buscamos amparo y afecto en los demás. Concretamente, los estudios dicen que las personas suelen sentirse solas una media de cuarenta y ocho días al año y que cada amigo reduce tu soledad unos dos días al año.
¿Es mejor que te toque la lotería o tener un amigo feliz?
Si dispones de unos trece mil euros adicionales al año, aumenta tu felicidad un 2 por ciento. ¡Compara esto con el 15 por ciento de felicidad que te aporta un amigo feliz! Es fortísimo el poder de la amistad y del amor en nosotros. Se ha demostrado que cuando alguien muere en una pareja, las probabilidades de que el viudo o viuda mueran aumentan. Y este impacto que tienen los demás en nosotros no se reduce sólo al grupo íntimo, sino que se ha comprobado que si el amigo del amigo de tu amigo engorda, tú también engordas. Si esa persona deja de fumar, tú también lo harás. Son efectos de contagio que se verifican en las estadísticas, lo llaman «la regla de la influencia de los tres grados». Recuerda: una persona tiene un 15 por ciento más de posibilidades de ser feliz si está directamente conectada a una persona feliz. Y cada amigo infeliz reduce tus posibilidades de ser feliz un 7 por ciento.
¿Cuántos amigos necesitamos para ser felices?
Nos sentimos cómodos y más felices si tenemos entre cinco y doce amigos o relaciones cercanas. Es algo así como nuestro núcleo íntimo. Lo malo es que en general este núcleo envejece mal, porque vamos perdiendo personas queridas a lo largo de la vida. Habría que hacer un esfuerzo consciente para que este núcleo no disminuya. No podemos remplazar a quienes perdemos pero podemos estar abiertos a tener más relaciones de afecto y amistad, como los niños, y no encerrarnos en pequeños grupos afectivos rígidos que menguan y nos dejan sensación de vacío, de dependencia y de soledad.
¿Cómo puedo agrandar mi círculo íntimo y tener más amigos, sin depender sólo de Internet?
Una solución es diversificar tu vida social y afectiva para que no estés enganchado a una sola fuente de afectos. Amplía tus intereses y equilibra tus relaciones virtuales con reuniones físicas de antiguos alumnos; acude a conferencias y charlas; apúntate a grupos con los que compartas aficiones, viajes o deporte; haz voluntariado, o lo que sea que te ayude a disfrutar más de la vida y a generar oportunidades. Sé activo en este sentido, recupera la mirada de un niño y no te cierres a la posibilidad de ampliar tu círculo. Prácticamente todas las personas que están allí fuera están deseando hacer lo mismo, aunque la mayoría no se atreva. No dejes que la ansiedad o la timidez te aíslen del resto del mundo. ¡Sé valiente!
¿Por qué me gusta tanto estar pendiente de mis contactos y amigos por Internet?
Las investigaciones apuntan que revisar los mensajes de Twitter o de Facebook y responder a un e-mail podría causar más adicción que el alcohol o el tabaco.
Esta adicción es aún más tentadora, dado que no tiene coste ni efectos secundarios evidentes y alivia sin embargo nuestra necesidad apremiante de pertenecer a un grupo y de recabar información. Como veremos a continuación, la tentación de saber qué pasa a nuestro alrededor es otra necesidad atávica muy difícil de resistir…
Ventajas y peligros de ser cotillas
Los humanos pasamos dos terceras partes de nuestras vidas de cotilleo, es decir, que cotilleamos más que dormimos o comemos… ¿Por qué lo hacemos? En este caso una imagen vale más que mil palabras: piensa en cómo los demás primates se sacan las pulgas. Tal vez lo hagan porque no tienen tanta facilidad como nosotros para hablar. Robin Dunbar tiene claro que los humanos cotilleamos porque tenemos grupos sociales más amplios que los de los demás primates, así que hemos tenido que desarrollar un método eficaz para estar en contacto con el resto del mundo. Y nuestra alternativa humana es el habla.
¿Cómo aprendemos a hablar?
Adquirimos de forma instintiva trece mil palabras en los primeros seis años de vida y hasta sesenta mil cuando somos adultos. Es lo que llaman el «instinto del lenguaje». En comparación, los perros no entienden más de ciento cincuenta palabras. Los humanos utilizamos el habla, y más concretamente el cotilleo, como una forma rápida de diseminar y de recibir información a lo largo y ancho del mundo. Por ello, instrumentos como Twitter, que son una forma de cotilleo planetario, responden perfectamente a nuestra necesidad de estar conectados e informados.
¿Por qué nos importa tanto enterarnos de lo que saben y lo que piensan los demás?
Lo tenemos programado en los genes. Creemos que necesitamos a los demás para que nos protejan, para que nos quieran, para enterarnos de los peligros y de las oportunidades que hay, y en este sentido el cotilleo nos ayuda a sentirnos aceptados e informados. ¡De la información depende tal vez tu supervivencia! De hecho, cuando en los grupos humanos como las oficinas queremos excluir a alguien, ¿qué hacemos? Excluimos a esa persona del cotilleo. Es muy doloroso para la gente excluida, porque cuando nos sentimos aislados y rechazados se nos encienden todas las alarmas, ya no sabemos dónde acecha el peligro o qué oportunidad nos vamos a perder… Es de lo más cruel que se le puede hacer a alguien.
Así que el cotilleo tiene una parte oscura…
Claro que la tiene, porque es muy poderoso. Puedes utilizar el cotilleo para sentir que perteneces y para forjar alianzas estratégicas. Tú me das información y yo te doy más información a cambio: ¿Quién es la amante del jefe? ¿Qué acciones van a subir en bolsa? ¿Qué tienda vende los tomates más baratos? A través del cotilleo puedes intercambiar información útil, pero también puedes utilizar información o inventarla para machacar la reputación de alguien, tal vez alguien que es un rival o al que detestas por pura envidia…
Afortunadamente los humanos somos perceptivos y pasa algo curioso con las personas que hablan mal de los demás: cuando eres un cotilla negativo, alguien que utiliza la información para hacer daño, el asunto se te puede volver en contra. Resulta que si hablas mal de los demás la gente puede acabar fácilmente achacándote los defectos que reprochas a otros. Una segunda buena razón para evitar decir cosas negativas de los demás es que se ha comprobado que las personas que cotillean para hacer daño suelen tener altos niveles de ansiedad y no son populares porque no son de fiar.
En el fondo la maldad tiene un precio alto porque estamos programados para el amor, para compartir y para comprender. Así que es mejor remplazar la necesidad de cotillear por un acto de amabilidad o de cariño. La ansiedad y la necesidad de pertenecer que todos llevamos dentro se calma mucho mejor así. Vamos a ver qué gestos concretos pueden ayudarnos a expresar y a consolidar nuestra necesidad de afecto.
RUTA 2. GESTOS QUE EXPRESAN Y CONSOLIDAN EL AMOR
Muchas de las consultas al psicólogo tienen que ver con historias afectivas dolorosas que el paciente podría haber evitado con un poco de madurez emocional y de comprensión. El amor es uno de los grandes patrones emocionales que rigen nuestras vidas y dicta ámbitos tan fundamentales como nuestra capacidad de relacionarnos con los demás, la forma de sentir acerca de nosotros mismos o cómo nos valoramos. Este patrón se conforma en los primeros años de vida, cuando aún dependemos de que los demás nos digan cuánto amor merecemos y cómo hemos de amar. Aprendemos a amar de forma automática, observando a los adultos que nos rodean, registrando sus palabras y experiencias acerca del amor, sintiendo cómo nos aman, cómo nos rechazan, qué desaprueban y qué esperan de nosotros. ¿Qué te dijeron acerca del amor? Esa pregunta merece que le demos una respuesta sobria y objetiva porque esa es la mochila afectiva que cada uno arrastra desde la infancia.
Por todo ello el amor es más que una simple emoción: es un complejo y poderoso sistema de motivación, una fuerza que nos guía y nos propulsa en la vida diaria.
A veces dependemos tanto de los beneficios del amor, de la seguridad que nos aporta, que lo desvirtuamos y forzamos nuestras relaciones en acuerdos inflexibles y dependientes que ahogan a quienes los soportan. Podemos cuestionar y transformar ese patrón emocional a base de reflexión y esfuerzo. Merecerá sin duda la pena, porque estaremos transformando algo esencial que cambiará nuestra forma de sentir y de relacionarnos a cada momento.
Sin embargo, cuestionar nuestra forma de amar no nos resulta fácil, porque ni en las escuelas ni en casa nos enseñan a comprender el poder del amor, los estragos que su ausencia provoca, cómo expresarlo, a qué responde, cuánto amor necesitamos o qué sacrificios requiere, si es que hubiera que hacerlos… No desgranamos desde pequeños el extenso vocabulario del amor, sus matices, sus lealtades, sus ausencias, sus espinas, sus trampas, sus dependencias. Aunque el amor sea el motor de la vida de las personas psíquicamente sanas, no aprendemos a comprénderlo y a amaéstrarlo, a distinguir sus etapas y entender su química. Porque el amor no es ciego, sino que tiene etapas muy definidas.
Las etapas del amor
Asegura el psiquiatra y escritor Andrew Marshall que si hasta hace pocos años el matrimonio era la piedra de toque de una sociedad dispuesta a que sus individuos mantuviesen el tejido social a cualquier precio, ahora rige el convencimiento de que los adultos tienen derecho a tener experiencias afectivas plenas a lo largo de toda su vida. El problema que ve Marshall es que el indicador que utilizamos para medir la vigencia de nuestras parejas ya no es el afecto o el amor, sino el enamoramiento. Y que el grito de guerra que más escucha en su consulta es: «Te quiero…, pero no estoy enamorado de ti». ¿Y qué diantres puede contestar el otro ante semejante reproche?
¿Es cierto que el enamoramiento se parece a una enfermedad compulsiva?
A mí, de entrada, la simple idea de estar enamorada como el primer día me agota, literalmente. Me dan la razón los estudios más rigurosos, que afirman que el enamoramiento se parece como una gota de agua, químicamente y por sintomatología, a un desorden obsesivo-compulsivo. Sospecho que la única razón por la cual no han catalogado el enamoramiento como enfermedad común es porque no pueden encerrarnos a todos.
¿De qué sirve enamorarse?
El enamoramiento es un proceso puñetero pero que puede resultar útil de cara a la transformación y al aprendizaje personal. Es el momento, tal vez uno de los pocos, en que logras hacerte vulnerable, y por tanto abierto al cambio. El precio a pagar puede ser alto, porque a la naturaleza le importa muy poco que sufras o no: sólo quiere asegurarse de que, desafiando el sentido común, dos personas formen un nido en el que criar a un par de ejemplares de la especie humana. Y casi todos picamos, sin tener en cuenta que el amor tiene etapas y que, aunque cueste creerlo, todas podrían ser interesantes.
¿Cuál es la primera etapa del enamoramiento?
La piel de plátano en la que resbalamos para iniciar el proceso del enamoramiento se llama «limerencia». Aquí nos sentimos de repente libres como el aire, gran paradoja, porque es justo entonces cuando nos ponemos la soga al cuello. En esos meses iniciales te acicalas, te obsesionas, fantaseas y sientes un deseo compulsivo de fundirte con el otro. Sospecho que es un proceso universal que resulta muy popular porque parece la respuesta a la plegaria con la que nacimos: «Tengo miedo, no quiero estar solo, quiero que me quieran».
¿Y cuando el enamoramiento acaba?
Superado ese trance patológico viene la sensatez, lo que Marshall denomina el establecimiento del vínculo amoroso. La diferencia entre la limerencia y el vínculo amoroso es sencilla: la primera, al ser una estrategia interesada de la naturaleza, funciona sola. No hay que hacer nada, sólo dejarse llevar por las promesas del amor eterno. En cambio, el vínculo amoroso necesita cuidados y esfuerzos continuados. Y a veces, atosigados por las preocupaciones y el cansancio diarios, nos descuidamos…, hasta que el vínculo amoroso se transforma en simple afecto. Ahí empiezan los problemas, porque el afecto es perfecto para los hijos y para los amigos, pero no es suficiente para la pareja. La pareja necesita que mantengamos vivo el vínculo amoroso.
¿Cómo mantengo vivo el vínculo amoroso?
Básicamente se trata de recuperar dos elementos: la conexión emocional y el contacto físico. ¿Recordáis cuando flotábamos, eufóricos, en la etapa de la limerencia? Podíamos pasar horas mirando, tocando y sintiendo al otro, sin más. Ése es el alimento del amor duradero.
¿Existen trucos para recuperar esa conexión?
Sí. Ahí van algunos: de entrada, volver a escuchar a la pareja de forma que se sienta escuchada, no solo oída; ello implica parar el tiempo e interesarse de corazón por el otro. Ser generosos en lo grande y en lo pequeño, como cuando todo lo queríamos compartir con el otro. Reavivar el placer sencillo del contacto físico: caricias, miradas, abrazos… Y también derrochar a conciencia sentido del humor, porque la risa y la sonrisa son una fuente de alegría cómplice, fantástica y gratuita.
Para los más decididos, Marshall sugiere un ejercicio que puede dejar atónitas a nuestras parejas pero que al parecer resulta muy eficaz: hay que mirar al otro a los ojos, sin decir nada, durante unos minutos, todos los días. Así conseguiremos empezar a reconectar, que es la esencia imprescindible del vínculo amoroso.
¿Cuál es mi estilo amoroso?
En nuestras relaciones románticas tendemos a querer a los demás, y a esperar que ellos nos quieran, de una determinada manera, de acuerdo a nuestro estilo amoroso.
Repetimos esta forma de dar y recibir afecto aunque tengamos parejas variadas.
La teoría original de los estilos amorosos la formuló hace más de treinta años John Lee, un sociólogo canadiense que se refería a estos estilos como «los colores del amor». En esta sección nos vamos a centrar en tres de los principales estilos amorosos: el erótico, el cariñoso y el juguetón. Los psicólogos Hendricks y Hendricks desarrollaron un cuestionario breve que nos va a permitir descubrir a cada uno de nosotros cuál es nuestro estilo amoroso, así que atentos a las preguntas que siguen: suma un punto por cada respuesta y cuantos más puntos consigas en un estilo, más cerca estás de él.
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LOS ERÓTICOS: BELLEZA Y PASIÓN
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¿Tienes rasgos del estilo erótico? Contesta sí o no a cada pregunta:
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Me sentí atraído por mi pareja minutos después de conocerla.
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En lo que respecta a las relaciones, encuentro atractivo a cierto tipo de personas y mi pareja responde a este ideal.
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Mi pareja y yo sentimos que hemos nacido el uno para el otro.
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Los Eróticos tienen ideas firmes sobre el tipo de características físicas y psicológicas que desean en una pareja. Suelen experimentar amor a primera vista.
Ventaja: durante un tiempo las emociones de los Eróticos son apasionadas y se sienten muy vivos.
Problema: los Eróticos mantienen relaciones emocionales intensas y románticas, pero es difícil que la relación dure porque les cuesta aceptar los cambios y la pérdida de intensidad. Idealizan al otro y cuando ven sus defectos les cuesta aceptarlos.
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LOS CARIÑOSOS: PAZ Y LEALTAD
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¿Tienes rasgos del estilo cariñoso? Contesta sí o no a cada pregunta:
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Valoro las relaciones amorosas que empiezan siendo relaciones de gran amistad.
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No sé exactamente cómo me enamoré; sucedió a lo largo de un periodo considerable.
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El amor no es misterioso, es una forma extrema de cariño y de amistad.
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Estos amantes valoran más la confianza que el deseo. No buscan tanto la pasión y el sexo como al compañero compatible con el que puedan compartir sus intereses y aficiones. Se van involucrando poco a poco en la relación y los sentimientos crecen a lo largo del tiempo. A veces el Cariñoso va tan lento que es difícil saber qué tipo de relación mantiene. Esperan que el cariño se transforme poco a poco en compromiso y amor. Suelen tener pocas relaciones románticas a lo largo de su vida, y tienden a ser altruistas y confiados y a provenir de familias numerosas, por lo que se sienten cómodos con la idea de depender de los demás.
Ventaja: cuando quieren, los Cariñosos muestran una gran fidelidad y estabilidad. Son compañeros de fiar.
Problema: pueden caer en la rutina y dar una importancia muy grande a la fidelidad, que suelen asimilar a la lealtad.
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LOS JUGUETONES: DIVERSIÓN Y EMOCIÓN
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¿Tienes rasgos del estilo juguetón? Contesta sí o no a cada pregunta:
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A mi pareja no le gustaría saber algunas de las cosas que hago.
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Me gusta la idea de probar a salir con muchas parejas distintas.
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En general me recupero bastante fácilmente de los fracasos amorosos.
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Para los Juguetones, el amor es un juego. Estos amantes no tienen ningún ideal en mente sino que les gusta la variedad. Buscan variedad y emoción, se sienten incómodos con el compromiso y pasan rápidamente de una relación corta a otra. Les gusta la emoción de la caza.
Ventaja: los Juguetones son divertidos, es difícil aburrirse a su lado, les gusta el riesgo y se recuperan fácilmente de las rupturas.
Problema: si están en pareja, los Juguetones tienden más fácilmente a ser infieles. A veces este estilo amoroso surge del miedo a que les abandonen —por eso evitan intimar con los demás— o porque tienen dificultad para percibir los sentimientos de los demás.
¿Es mejor ser de un estilo o de otro?
Definitivamente, no. Pertenecemos a un gran ecosistema emocional que se nutre de distintos tipos de temperamentos y estilos. Nuestro estilo amoroso depende de lo que aprendimos de pequeños y de nuestra personalidad.
Que seamos variados en la forma de amar y de ser amados probablemente contribuya a nuestra supervivencia como especie. Eso sí, se ha visto que las relaciones de pareja basadas en estilos amorosos similares tienden a durar más. La gente a menudo busca a una pareja con su mismo estilo amoroso porque es muy agradable sentir que otra persona es parecida a ti. Esa sensación transmite seguridad y refuerzo. Y ahora que conoces tu estilo afectivo, te será más fácil saber cómo afrontar tu primera cita.
Claves para seducir en la primera cita
Aunque a la gente, de forma abrumadora, le importe más el amor que el sexo, las relaciones de pareja implican gestos de seducción. Por cierto, ¿cómo se distingue entre el amor y la lujuria? Es sencillo, basta con fijarse en los detalles…
¿Cuáles son las señales de que intereso a alguien?
Si le interesas como persona, se inclinará hacia ti cuando hables, sonreirá y asentirá con la cabeza. Pero si es lujuria no hará nada de eso… Probablemente saque la lengua con cierto disimulo y se moje los labios. Vamos a verlo con más detalle.
Las fases del flirteo.
Hay cinco fases en el flirteo y todas son importantes, pero recordemos de entrada que la diferencia principal entre las personas que ligan y las que no está sobre todo en intentarlo muchas veces y aprender de los errores.
Lo importante en la primera fase es que el otro se fije en ti, porque hay mucha competencia. Así que hay que ser persistente y si hace falta hay que ser capaz de exhibirse un poco, porque en esta fase estás diciendo: «Mírame, soy especial…». Por ello, las personas que están en esta primera fase —especialmente, y por razones evolutivas, los varones— suelen gesticular, mueven los hombros, se estiran, se balancean hacia delante y hacia atrás, suben el tono de la voz, se tocan el cuerpo, exhiben alguna destreza… Y luego miran a la chica para saber si está impresionada.
Si ella no te ha dado la espalda, puedes pasar a la segunda fase. Se trata de una fase del flirteo que hemos heredado de los demás animales y que está basada en el interés y la huida: miramos, sonreímos, desviamos la mirada y volvemos a sonreír. Si ella te devuelve la mirada es una señal clara de que puedes entrar en la tercera fase del flirteo y que podéis intercambiar algunas palabras. Puedes presentarte y charlar sobre algún tema neutral, pero recuerda que tu mensaje tiene que ser: «Soy inofensivo». Sonríe un poco y si estáis a gusto pasa ya a la cuarta fase, donde cambiará vuestro lenguaje porque las palabras van a ayudaros a transmitir seducción. No todas las palabras son iguales. Por ejemplo, ¿qué palabra crees que seduce más?
miel
glucosa
suegro
sonrisa
fresa
filete
plátano
melocotón
chorrada
vaselina
teléfono
salvaje
Las palabras que seducen suenan más dulces y recuerdan cosas más sensuales y atractivas. El tono de la voz también es más dulce, más lento, y puede que se utilicen diminutivos y se arrastren las vocales, recurriendo además a apelativos cariñosos y a juegos verbales casi infantiles. Por ejemplo, ella puede decir algo así como:
«Aaanda… Dámelo, pequeñíiin…», y él replicarle: «Veeeenga, preciosa…». Si el flirteo avanza se recurrirá a palabras que os unan, como «juntos» o «nosotros», porque empezáis a querer compartir cosas… Es probable que si eres el chico quieras moverte alrededor de ella con cualquier excusa y que intentes rodearla y tocar objetos que le pertenecen, como su bolso, por ejemplo… Es un comportamiento atávico que nos viene dado.
Ella, si está interesada, entrará en la quinta fase, en la que va a responder con gestos que muestran su deseo. Fíjate si ladea el cuello a la izquierda, si levanta las cejas, sonríe, ríe, tiene la boca abierta, si sus manos muestran las muñecas hacia fuera… Ahora los sentidos cobran mucha importancia porque la parte emocional del cerebro empieza a ganar terreno a la parte racional, por ello es bastante corriente que inconscientemente os miréis la boca u otras partes del cuerpo que tienen alguna connotación sexual.
He pasado las cinco fases y he conseguido la cita. ¿Ahora qué hago?
Recuerda esto: llévala a un sitio que os dé miedo (que no sea la casa de sus padres, sino algo más emocionante, que dé miedo de verdad). Las investigaciones muestran que compartir una experiencia fuerte tiende a crear lazos románticos con otra persona. Tiene que ser una experiencia que genere adrenalina pero que termine bien, algo que podáis recordar con emoción y con la sensación de que todo lo que te pasa con la otra persona al final acaba de forma positiva. Llevarla al túnel del terror en el parque de atracciones es una idea aceptable; otra opción, para los más arriesgados, puede ser un salto en paracaídas para celebrar su cumpleaños.
¿Y el primer beso?
¿Recuerdas tu primer beso? Los expertos dicen que para la mayoría es algo inolvidable, incluso más que la primera relación sexual. Casi todos somos capaces de recordar hasta el 90 por ciento de los detalles de nuestro primer beso, da igual que ocurriese hace cincuenta años o hace unos meses.
Lo recuerdo. ¿Pero por qué besamos y por qué nos impacta tanto un beso?
Evolutivamente puede que el beso se haya desarrollado a raíz de la costumbre de los primates de alimentar a sus pequeños de boca a boca, transformándose en una estrategia para confortar a los niños hambrientos si no había comida y luego en una forma de expresar afecto. Sólo un 10 por ciento de la población mundial no se besa con los labios.
¿Qué pasa cuando un beso «funciona»?
Un beso que funciona actúa como una droga porque estimula un cóctel de hormonas y neurotransmisores. Sube lo que llaman la hormona del amor, la oxitocina, que crea vínculos a medio y largo plazo. También suele subir la dopamina, sobre todo en los primeros besos de una relación, y se fomenta el deseo, ese sentimiento de que no puedes esperar a estar con alguien cuando te enamoras. La serotonina, el neurotransmisor que tiene que ver con los sentimientos obsesivos-compulsivos —te cuesta comer, dormir…— también aumenta.
¿Y qué ocurre con un beso que fracasa?
Un beso fracasado, en cambio, te lleva a un pequeño caos químico que estimula la hormona del estrés, el cortisol, y pone freno a la relación. De hecho, el psicólogo Gordon Galup, de la Universidad de Albany (Estados Unidos), calcula que más de la mitad de las personas terminan con una pareja porque el primer beso no funcionó.
Pero si el beso te va mal, no intentes vengarte haciendo como en la saga Crepúsculo y muerdas a tu amado. La mordedura humana es más peligrosa que la de una rata o un perro. Curiosamente, no pasa nada por intercambiar gérmenes en la saliva, porque aunque dos millones de bacterias y cuarenta mil microrganismos cambian de dueño después de un beso, también generamos neuropéptidos que nos ayudan a luchar contra las infecciones.
¿Para qué sirve besar, aparte de para hacerme sentir bien?
Los labios son una de las áreas más pobladas de neuronas sensoriales de todo el cuerpo. Son cien veces más sensitivos que las yemas de los dedos… Ni siquiera los genitales son tan sensitivos como los labios humanos. Cuando besas, estas neuronas, junto a las que hay en la lengua y la boca, envían mensajes potentes al cerebro, que responde con emociones intensas, sensaciones agradables y reacciones físicas. Además, cuando besas hay un intercambio muy importante de información —olfativa, táctil y postural— que ayuda al otro a acceder a muchos datos sobre ti y sobre vuestra compatibilidad, tal vez incluso genética.
¿Cómo debo besar?
Parece ser que cuanto más entusiasta es el beso, más potencial ofrece la relación; ésta es una percepción que tienen sobre todo las mujeres. Así que si alguien te importa, bésalo con ganas. En cualquier caso, científicos, sexólogos y demás estudiosos de la materia aconsejan que se debería besar únicamente cuando se tiene ganas y nunca con una actitud de hastío, rechazo o indiferencia, ya que los efectos emocionales negativos podrían ser muy perjudiciales.
Nos hemos ido por las ramas… ¡Recuerda que estoy en la primera cita! Antes de besar, ¿de qué le hablo?
Tienes razón. Has tenido detalles románticos para conseguir la cita, habéis pasado miedo juntos y ahora… ¿De qué le hablas? Ya en esta primera cita, mantén una conversación íntima con él o con ella. Si le das y le pides un poco de información personal durante esa cena mejorarás mucho la sensación de intimidad: «Cuéntame algo que siempre hayas querido hacer…» o «Háblame del día más feliz de tu vida». Lo que nos dicen las investigaciones es que eso le dará la sensación de que te importa. Os unirá y compartiréis algo especial.
¿Por qué hablar de cosas íntimas puede mejorar las relaciones entre las personas?
Tantas veces hablamos con los demás, incluso con personas que nos importan de verdad, para no decir nada… La investigadora Brené Brown, que lleva años estudiando lo que distingue a las personas que viven intensamente —y por tanto también tienen emociones positivas de forma intensa y son intensamente felices— de las que no, dice que las personas intensas y auténticas dejan caer las máscaras y las protecciones y se arriesgan a mostrar quiénes son y qué les importa. El resto, y me temo que somos una mayoría, tenemos miedo y nos escondemos. No se trata de lanzarse a contar secretos íntimos en la primera cita, sino de mostrar un poco de vulnerabilidad y de transparencia. Eso resulta muy atractivo porque sólo lo hacen las personas valientes y que se aceptan a sí mismas, con todas sus imperfecciones.
Y recuerda: después de esa primera cita, cualquier relación necesita un cuidado regular para no caer en la rutina y en el aburrimiento. Veamos algunas pistas.
¿Por qué las parejas se mueren de aburrimiento?
A veces sospecho que si rascas un poco y preguntas cómo se sienten a la mayoría de parejas que llevan un cierto tiempo juntas, resulta que se aburren… Podemos estar tan acostumbrados a aburrirnos con nuestra pareja que hemos renunciado a sentir emociones intensas y nos hemos refugiado en la rutina y la seguridad. Sin embargo, para mantener viva una relación a largo plazo hemos visto en este capítulo que tenemos que inyectar regularmente un poco de novedad y de emoción en la relación. Ésta es una de las razones por la que queremos viajar a lugares lejanos con nuestra pareja, porque son lugares donde vives experiencias nuevas y donde estimulas la química de la dopamina, que te permite descubrir cosas nuevas acerca de tu compañero. Algo de eso hay también cuando nos compramos ropa nueva o un coche. Dice el neurólogo Norman Doidge que conocer los mecanismos y exigencias de tu cerebro forma parte del «manual de utilización inteligente del cerebro» que todos debiéramos respetar. En este caso, tu cerebro necesita aprender para sentirse bien, y por ello conviene aprender cosas nuevas también en el seno de la pareja, si quieres evitar que la relación se degrade.
Aparte de la novedad, y como ya hemos visto, otra clave fundamental en las parejas es la conexión en todos los niveles, física, mental y emocional. Conectarse y comunicarse requiere tiempo y atención y se traduce en detalles a los que a veces no prestamos la suficiente atención, como por ejemplo detalles románticos que demuestran a nuestra pareja que nos importa. Veámoslo.
¿Qué detalles románticos le pueden gustar más a mi pareja?
Precisamente para desvelarlo, el psicólogo británico Richard Wiseman realizó un estudio con mil quinientas personas en Gran Bretaña y Estados Unidos. Los investigadores querían saber qué detalles le parecen románticos a la gente. Tomad buena nota porque de entrada comprobaron que muchos hombres no dan importancia a los detalles románticos. Curiosamente no es por pereza, sino simplemente porque no les parece importante.
Dime qué gestos devuelven vida y emoción a la pareja.
A veces, cuando escuchas que la gente se queja de la monogamia como de algo aburrido, no es porque su pareja sea aburrida sino porque hay una cierta cantidad de rutina involucrada en las relaciones monógamas. Los picos de dopamina que sentías cuando estabas recién enamorado son casi como una intoxicación química; si haces más de lo mismo, no disparas la química de la dopamina.
No sorprende por tanto que los primeros puestos de la lista que elaboró el equipo de Wiseman están copados por formas de escapismo y de sorpresa, esto es, por situaciones que disparan la química de la dopamina. Así que una sugerencia segura es hacer cosas divertidas e inesperadas juntos. Los gestos más populares de la lista son «taparle los ojos y darle una agradable sorpresa (40 por ciento)» y «llevarle a pasar un fin de semana a algún sitio emocionante (40 por ciento)».
¿A qué diríais que las mujeres concedieron una puntuación máxima en la lista de detalles románticos?
Las mujeres concedieron una puntuación máxima a «Decirle que es la mujer más maravillosa del mundo». ¿Y sabéis cómo valoraban ellos esa opción? Pues a ellos no les parecía que fuese una opción interesante… Un dato que merece la pena tener en cuenta es que se ha estudiado que a los hombres, en general, sólo les dicen cosas bonitas y afirmativas sus parejas. Ellas reciben más elogios y cariño verbal por parte del resto de la familia y amigos, pero entre hombres no suelen decirse palabras de afirmación. Así que es muy importante que los hombres tengan parejas que les digan cosas positivas.
¿Y qué más?
Escríbele un poema o canción sobre vuestro amor (28 por ciento) y prepárale un baño de espuma cuando llega a casa cansada de trabajar (25 por ciento). Son actos sencillos de consideración al otro. Demuestras con ellos que la otra persona te importa, que quieres que se sienta bien, que no te da pereza complacerla…
Llevarle el desayuno a la cama puntúa un 22 por ciento, igual que enviarle un mensaje o un correo romántico o dejarle una nota en casa. Dejarle tu abrigo cuando tenga frío puntúa un 18 por ciento; es más barato y puntúa un poquito mejor que enviarle un ramo de flores o una caja de bombones al trabajo (16 por ciento).
La escritura expresiva es otro gesto útil para consolidar tu pareja. Esta técnica puede aumentar en un 20 por ciento tus posibilidades de tener una pareja estable.
Consiste en que cada semana escribas tus pensamientos y sentimientos respecto a tu pareja. Se llama «escritura expresiva» y ayuda a pensar y hablar acerca de tu pareja de forma más positiva.
¿Y los regalos materiales?
No puedes decirte a ti mismo que eres maravilloso, ni puedes pretender que al otro le importas si nunca hace nada para demostrártelo… Pero sí que puedes comprarte un capricho. Y lo mismo puede hacer nuestra pareja. Así que si tienes que elegir un gesto romántico para tu pareja, elige sin dudarlo, por encima del regalo material, la diversión y el sentimiento. Son regalos que no fallan.
¿Por qué regalamos cosas a la gente? ¿Qué intentamos expresar cuando regalamos? ¿Qué queremos comunicar? Gastamos mucho dinero en regalos cada año. En España, cada familia compra en Navidad una media de diez regalos. Si lo que pretendes es comunicar afecto, interés o agradecimiento con tu regalo, cuidado porque ese regalo podría convertirse en un arma de doble filo. Podrías gastarte dinero y tiempo, pero sólo conseguir que el otro se sienta decepcionado y enfadado. Para tratar de evitarlo, vamos a dar claves que te puedan ayudar a acertar con tu regalo.
¿Y por qué damos tanta importancia a los regalos?
Todos queremos que alguien nos comprenda de verdad. Por ello las investigaciones muestran que solemos enamorarnos de personas que se parecen a nosotros de alguna manera, porque nos da la sensación de que esas parejas nos comprenden. Y cuando esas parejas nos regalan algo que nos gusta, sentimos de forma concreta esa seguridad psicológica tan agradable: alguien, en este vasto mundo, nos comprende de verdad. Así que no te tomes los regalos a la ligera. Cuando regalas, a pesar de lo que dice el refrán, no es sólo la intención lo que cuenta.
¿Qué pasa si recibimos un mal regalo?
Existen estudios que indican que cuando recibimos un regalo que nos parece «inadecuado» de una persona cercana a nosotros, este hecho nos hace replantearnos la relación porque asumimos que la persona no nos conoce lo suficiente o que no le importamos, por lo cual las relaciones personales tienden a enfriarse y hacerse más distantes. Así que… ¡cuidado con hacer malos regalos!
¿A todos nos molesta recibir un mal regalo?
Un estudio de la Universidad de Columbia apunta que tal vez hombres y mujeres actúan de manera diferente ante los regalos. La tendencia es ésta: los hombres que recibieron regalos más «inadecuados» decían que no se parecían a su pareja y que la relación terminaría pronto. Realizaban esta identificación: «No me gustan ni el regalo ni la pareja». En cambio, según los investigadores, las mujeres tienden a defender sus relaciones afectivas de las adversidades y por ello, cuando reciben un mal regalo, intentan que prevalezca la relación sobre el regalo. Vamos, que las mujeres quieren creer que sus chicos son sensibles, honrados, creativos, que las apoyan, las quieren y piensan que nada es demasiado bueno para ellas… a pesar de los regalos. Parece que los chicos son más realistas.
¿Quiere eso decir que podéis regalar a vuestras chicas cualquier regalo y ellas tan contentas?
Pues no. Sabemos que en torno al 65 por ciento de los regalos que los hombres hacen a sus parejas para celebrar aniversarios, cumpleaños o lo que sea se devuelven o no se utilizan. Un buen regalo dice que alguien te importa y que merece tu tiempo y tu esfuerzo; y un mal regalo dice lo contrario, y por tanto nos fastidia a todos por igual. Si ella te sigue queriendo a pesar de recibir un mal regalo, imagina lo que pasará si le regalas algo acertado… ¡Puede ser maravilloso!
A pesar de estos peligros, ¿merece la pena regalar?
Sí. Los estudios muestran que merece la pena gastarse dinero en regalar: las personas que regalan a los demás experimentan más felicidad que las que gastan dinero para sí mismas.
¿Y regalarse algo a uno mismo?
Aquí hay un dato curioso: parece ser que cuando nos compramos algo a nosotros mismos gastamos un 20 por ciento más en el regalo que si regalásemos ese mismo objeto a otra persona.
Para acertar con los regalos os propongo esta pequeña «guía para regalar», cuyos principios hay que aplicar con sentido común y adaptándolos a las circunstancias.
Principio 1. Regalar dinero podría implicar cierta frialdad o prepotencia. Ojo, porque hay personas que agradecerán mucho que les regales dinero, pero a menos que sea un familiar, hay estudios que muestran que si le regalas dinero a un adulto —no a un niño— dificultas el sentimiento de intimidad y marcas diferencias de estatus social.
Principio 2. ¿Cómo sé si voy a acertar al regalar algo? Muy sencillo, la prueba del algodón de un regalo podría ser ésta: «Si no quieres ver la cara que pone el otro al abrir tu regalo, no se lo regales». Asegúrate de que lo que le des te llena de orgullo. Si te diese vergüenza imaginar su cara al abrir el regalo, te estás equivocando. Seguro.
Principio 3. Una promesa no es un regalo. Es sólo una promesa, algo que queda por cumplir.
Principio 4. Antes de regalar, no preguntes. Piensa. Si preguntas al otro qué quiere le va a sentar mal, porque parece que no te molestas en pensar cómo sorprenderle y agasajarle. Así que no preguntes, piensa.
Principio 5. Si te preguntan qué quieres que te regalen y decides contestar, di la verdad. Expresa bien tus deseos. Si el otro se siente incómodo, no debía haberte preguntado.
Principio 6. Piénsatelo bien antes de regalar algo que sugiera que crees que tu pareja no es perfecta: maquinitas para hacer ejercicio, pinzas para sacar los pelos de la nariz, cremas antiarrugas y libros de auto-ayuda titulados Cómo dejar de ser desagradable y neurótico en tres semanas… Entrañan algunos riesgos para la armonía íntima.
Principio 7. Piénsatelo bien antes de regalar algo que tú disfrutes más que tu pareja. ¿Es casualidad o es que se trata de un regalo que te haces a ti mismo?
Principio 8. Un regalo no tiene por qué ser un objeto, puede ser una buena experiencia que genere memorias agradables: una excursión, una visita a algún sitio que a ella o él le apetece, un viaje, una fiesta sorpresa, un recordatorio de alguna fecha especial… Regalar buenas experiencias es un excelente regalo, uno de los mejores, porque nos deja para siempre buenos recuerdos que nos harán más fuertes frente a los baches y dificultades que pueda traer el futuro.
RUTA 3. LOS VALLES DEL DESAMOR Y LAS PÉRDIDAS
Las etapas del desamor y de las pérdidas
Cuando hablamos en El Hormiguero de qué se puede hacer para tener una buena primera cita, nos sorprendió la cantidad de personas que nos pidieron que habláramos de lo contrario, de lo que pasa cuando hay desamor. Y es que el desamor es una experiencia universal. En un estudio se calculó que el 99 por ciento de las personas pasan por ella al menos una vez a lo largo de sus vidas. Sospecho que el 1 por ciento que lo haya podido evitar será porque se ha encerrado en casa y por si acaso no ha querido tener ni un gato para no encariñarse…
¿Y por qué es tan inevitable el desamor?
¿Por qué hay que sufrir? Parece un poco irracional, pero ya sabemos que cuando estamos intensamente enamorados se activan las mismas áreas del cerebro que se activan cuando ganas mucho dinero o tomas cocaína. En definitiva, que el enamoramiento se parece a una adicción en toda regla: generas buenas dosis de norepinefrina, de dopamina, de serotonina, de testosterona también, ya que se mezcla el deseo… Es la química del bienestar y ya sabemos que el cerebro cuando está a gusto no es razonable, sino que te pide más y más…
Quieres decir que el amor es como una droga y luego van y te la quitan…
Más o menos. Cuando te quitan el amor surgen efectos secundarios que te pueden causar mucho estrés emocional y depresión. Algunos son suaves, como el subidón de dopamina, el mismo por cierto que sentiste cuando te enamoraste; y, como entonces, puede que ya no te interese tanto la comida, que es lo que suele pasar al principio y al final de una relación.
¿Y qué otros síntomas me van a dar?
Hay síntomas del desamor que son muy pesados. El desamor, por ejemplo, puede doler físicamente. ¿Por qué? Porque el dolor físico es la respuesta del cuerpo a los problemas externos, una señal de alarma que se dispara por cualquier amenaza física o emocional. De hecho, la zona del cerebro que procesa el dolor físico también se encarga de procesar el dolor emocional, y se activa ante cualquiera de los dos. Esto les pasa a menudo a las personas que están deprimidas. Incluso las zonas implicadas en el dolor físico —las que hacen estremecerse a alguien cuando recibe una patada o un puñetazo— también se activan en esta etapa. El desamor duele, literalmente. Más aún: dejar el desamor atrás es como dejar algo a lo que eras adicto: algunos experimentos basados en imágenes de resonancias magnéticas han demostrado que las áreas del cerebro que funcionan durante el desamor también están activas en aquellos pacientes que tratan de desengancharse de la cocaína o los opioides.
Vamos, que el dolor emocional es un peligro para la salud…
¿Sabías que el desamor se asocia a una expectativa de vida más corta? Hay investigaciones que demuestran que las personas que tienen vidas de pareja infelices tienen un 50 por ciento más de probabilidades de sufrir un ataque al corazón y de tener enfermedades crónicas como migrañas… También han comprobado lo contrario: que cuanta más capacidad de superar obstáculos muestran las personas, más posibilidades tienen de vivir vidas felices y largas.
¿Es mejor no enamorarse?
El enamoramiento es un proceso intenso, pero muy útil de cara a la transformación y al aprendizaje personal. Es el momento, tal vez uno de los pocos, en el que logras hacerte vulnerable y por tanto abierto al cambio. Se ha comprobado incluso en el cerebro, que, según el neurólogo Norman Doidge, en esa etapa se vuelve más maleable, más abierto al cambio. ¿Cómo te vas a perder este regalo de la vida? Es mejor aprender a gestionarlo.
Dime entonces cómo puedo gestionar los síntomas del desamor…
Puedes evitar obsesionarte. Sabemos que estar obsesionado con otra persona hace muy difícil que puedas superar el desamor. Fíjate que tras el abandono ocurre un fenómeno curioso conocido en psicología como «la atracción de la frustración», que consiste en que la persona que sufre desamor vuelve a sentir por su ex una pasión que no tenía al final de la relación amorosa. Por tanto, tienes que entrenarte para ir dejando la obsesión atrás poco a poco, como si fuese gimnasia emocional.
Así irá cambiando tu adicción cerebral y podrás desengancharte.
¿Y esto cuánto dura? Porque parece un trabajo difícil…
Es complicado hablar de tiempos, aunque algunos expertos hablan de entre tres meses y tres años. Una buena noticia es que para muchos el desamor asusta de entrada pero no duele tanto ni tanto tiempo como tememos. Hay estudios que lo ratifican una y otra vez. Y cuando haya pasado un tiempo de la ruptura, regálate algo bonito para celebrar lo bien que lo estás llevando. Ahora eres una versión mejorada de ti mismo: eres más fuerte y más sabio.
Veamos a continuación los estadios clásicos del desamor y las pérdidas. Aunque cada persona se enfrenta a las pérdidas a su manera y a su ritmo, hay una serie de estadios que son muy típicos.
El primer estadio es la negación. Niegas que tu amor se haya ido, no aceptas el final. Es una forma de protegerte contra el dolor. Estás como en estado de susto, de shock, o incluso estás algo eufórico, como si la realidad no fuera contigo.
El segundo estadio es el de la ira, cuando reaccionas y te enfadas. Por una parte venderías tu alma al diablo para que él o ella regresase, pero por otra estás enfadado. Un estudio demuestra que la gente se recupera más deprisa si acepta que hay una época de enfado. Líbrate de los recuerdos de esta persona, ayuda a tu cerebro a no estar obsesionado, a mirar al futuro. Fuera fotos, cartas, camisetas, cepillo de dientes…
El tercer estadio es el de la negociación. Estás lleno de dolor y de sentimiento de culpa. Empiezas a reprocharte lo que has hecho mal o las cosas que no habéis podido hacer juntos… Lo mejor es hablar de lo que sientes, expresarlo, darle forma, aunque duela. Resistirte al dolor lo empeora. Llora, habla con amigos, haz deporte… Recuerda que estás pasando las etapas normales de las pérdidas y que mejorarás si te enfrentas a ello.
Ahora viene el cuarto estadio, el de la depresión. Aquí sientes tristeza y soledad. Estás empezando a aceptar que estás ante una pérdida de verdad. Eso te absorbe, te sientes vacío y es frecuente que te aísles porque nada te interesa. Pide ayuda profesional si puedes porque te será muy útil. Sabemos que las personas que logran comprender y sacar una lección de sus tristezas son las que mejor salen adelante. Hay que comprender lo que pasó para poder asimilarlo y pasar página.
No sólo estás triste, sino que además sientes que tienes que cargar sin ganas con todo lo que el otro hacía antes por ti… Si a veces te sientes incapaz de hacer lo que antes hacía él o ella, recuerda que hacer cosas que creemos que no podemos hacer, como cambiar una rueda del coche, mejora mucho la autoestima.
Somos más capaces de sobrevivir solos de lo que pensamos. Ahora eres tu propio héroe.
Ojo a la quinta y última fase, porque es fundamental: ¿resignación o aceptación? Aquí el peligro es pensar: «La vida es un asco, pero no tengo más remedio que aguantarme…». Eso sería resignación, y es lo peor que te puede pasar. Tenemos que lograr comprender lo ocurrido, aceptarlo y sacarle partido. No es fácil, habrá momentos de nostalgia y la felicidad no vuelve de repente, pero lo importante es sentir que por fin estás mirando hacia delante con un poco de ilusión.
¿Una sugerencia para esta fase?
Antonio Damasio, uno de los padres de la neurociencia, dice que una emoción negativa intensa se supera con otra emoción igual de intensa y de signo contrario.
Busca pues activamente esas emociones positivas fuertes. Una buena señal es si has hecho cambios en tu vestuario o en tu peinado… Apúntate a algo que siempre quisiste hacer, como clases de cocina japonesa, clases de salsa… Haz lo que sea que te haga reír y te regale ilusión, ¡póntelo como meta! El amor nos hace vulnerables, pero es el regalo que nos da la vida para aprender y para cambiar. El desamor, si se supera con inteligencia, puede hacerte más independiente y más consciente de lo que necesitas ahora. Por ello, la próxima persona que vas a querer va a tener mucha suerte.
Paradójicamente, el siglo XXI nos conecta como nunca lo hemos estado antes, aunque también sacude las instituciones familiares más sólidas, aquellas que tradicionalmente habían amparado nuestra necesidad de relacionarnos y de amar. Amar más allá del clan, agrandar los círculos familiares de empatía que colmaban hasta hace poco nuestras aspiraciones afectivas y encontrar nuevas formas satisfactorias de relacionarnos serán sin duda algunos de los retos fundamentales de las próximas décadas.