Segunda variable: la inversión parental

Las decisiones vinculadas a la inversión parental o familiar son, sin lugar a dudas, la segunda categoría de comportamientos que perfilan la capacidad de amar, después del apego afectivo que acabamos de analizar.

La cuantía de la inversión parental no puede ser desproporcionada. Demasiados hijos desbordan las capacidades de los cónyuges para satisfacer las demandas acumulativas de protección. Afortunadamente, el número de hijos ideal viene dado por promedios de la conducta poblacional determinada por el grado de bienestar económico. En los países occidentales esa cifra puede estimarse en dos hijos.

Pero el número de hijos no es el único factor determinante de la inversión parental. Hay otros no menos importantes, como los niveles de compromisos heredados y adquiridos para articular el soporte material y psicológico de la convivencia.

Se trata de cifrar el nivel de prudencia adecuado en la estrategia de compromisos. No dejarse deslumbrar por las demandas apremiantes de una sociedad de consumo, que ha multiplicado por mil sus ofertas de placer y bienestar, a costa de desbancar compromisos heredados o adquiridos con anterioridad.

La capacidad de amar de una persona estresada se resiente tanto a la hora de renunciar a un bien deseado -un curso de inglés en el extranjero para su hija- como a la hora de abandonar, para saciar su sed de compromisos, la consecución de uno anterior.

El lector, al cumplimentar el cuestionario para su propia evaluación de la capacidad de amar, contestará en este apartado a preguntas tales como: «No estoy dispuesta/o a renunciar a mi nivel de vida para construir un hogar mejor», o «Concilio adecuadamente mi vida social, laboral y personal».

Por último, en las componentes de la inversión parental figura la capacidad de negociación para definir -normalmente de manera inconsciente- los márgenes respectivos de libertad personal de cada miembro de la pareja. En esta negociación intervienen, a menudo, decisiones que afectan, también, a la siguiente y tercera variable de la capacidad de amar.