29

Dos meses después…

Apenas habían transcurrido tres horas desde que habían abierto las puertas y ya podía afirmar con seguridad que el festival Garras y Patas estaba siendo todo un éxito. La gente hacía cola en las mesas de firmas de los autores, actores, artistas, cantantes… Toda una amalgama de gente con corazón que había decidido pasar el día allí y ayudar a recaudar fondos para restaurar el albergue.

Conciertos; ventas de libros, de los que se donaba parte de los beneficios; obras originales cedidas por ilustradores, pintores, escultores… Algo grande y hermoso que pasaría a la historia, seguro. Tanto era así, que muchos le preguntaban a Celeste si se repetiría el próximo año. Era imposible no sentir el corazón henchido de satisfacción, por supuesto. Aunque no de dicha, la dicha no tenía cabida en su corazón ni en ningún lugar dentro de ella.

Echó una mirada a la mesa de firmas más concurrida del evento. Una sonriente y despampanante Daisy B. firmaba fotografías y posaba junto a una larga fila de fans. A su lado, sin levantarse apenas de su sillón, la sombra del que fuera el gran Jake Smart sonreía y firmaba, y también se dejaba fotografiar, aunque Celeste sabía que lo hacía a desgana.

Por más que tratara de disimular, era bastante obvio que no se encontraba bien. Las últimas sesiones de quimioterapia estaban siendo peores incluso que las que ya había sufrido, no por la intensidad del tratamiento, sino por la debilidad de su cuerpo. Bajo su gorra de Barrio Sésamo no había ningún cabello, sus cejas solo se adivinaban por una fina sombra sobre unos ojos hundidos y apagados, había perdido mucho peso y presentaba un color enfermizo. Celeste lo veía levantarse a veces y acudir al baño. Quería correr hasta él, llevárselo de allí, pero sabía que aquello le molestaría. Jake había dado su palabra de que estaría en el festival y tratarlo como a un enfermo sería un error. Así pues, se veía obligada a permanecer en su sitio, tras el mostrador de información de Garras y Patas, atendiendo a la gente con una sonrisa forzada, y sin apartar su atención de él, a la espera de esa señal que le haría dejarlo todo y alejarlo de allí.

—Una moneda por tus pensamientos. —Celeste sonrió a Iker con tristeza, él suspiró y miró a Jake—. No se encuentra bien, ¿no?

—No. No le está sentando nada bien el tratamiento —confirmó ella con pesar—. Y, ¿sabes qué es lo peor? Su médico le ha dicho que, en realidad, hay muy pocas posibilidades de que esta vez funcione.

—¡Tiene que funcionar! ¿Por qué se lo iban a poner, sino?

—Porque así lo ha pedido Jake —murmuró Celeste con lágrimas en los ojos—. Debe de ser algo terrorífico sentarse sin más a esperar la muerte, ¿no crees? Creo que necesita saber que está quemando todos los cartuchos.

—Cariño…

Ella se secó las lágrimas con la mano y sonrió a su amigo.

—Mi parte en esta historia es hacerlo feliz, Iker. Mientras esté conmigo arrancaré cualquier resquicio de felicidad que pueda para él.

—Nunca hay que perder la esperanza. ¡Ya sabes que nuestro equipo cuenta con un ángel guardián en sus filas! —bromeó con una sonrisa.

Eso la hizo reír. Era un tema frecuente entre ellos después de todos los acontecimientos pasados. ¿Quién no podía pensar que algo sobrenatural los protegía después de tantos hechos inexplicables? Volvió a dirigir su mirada hacia Jake y sus ojos se cruzaron. Su sonrisa cansada le partió el alma. Estaba tan demacrado… Podía ver el miedo en sus facciones, aunque se esforzara en ocultárselo. Señor… ¿Cómo podía el destino haberle concedido todo para arrebatárselo después?

—Soy una egoísta —musitó al darse cuenta de lo que acababa de pensar.

—¿Qué dices? —exclamó Javi cuando regresaba a su puesto en el mostrador. Repartió botellas de agua para todos los voluntarios y volvió junto a sus amigos—. Eres la persona menos egoísta que he conocido en mi vida.

—Solo pienso en lo que perderé, en el dolor que sentiré cuando él se vaya. Pero, ¿y qué hay de Jake?

—¿Eres egoísta por tener miedo a perderlo? —rumió Iker—. No serías humana de no sentir eso.

—Dios mío… ¿Cómo lo voy a soportar?

Javi la abrazó con fuerza y no la soltó hasta que estuvo seguro de que se había repuesto de su pequeño tropezón.

—Nunca pierdas la esperanza, Celeste. La vida sería una mierda sin esperanza, cariño.

—No permitáis que me desmorone delante de él jamás, por favor —les pidió a sus amigos, volviendo sus ojos de nuevo hacia el actor.

En ese momento, se ponía en pie, murmurando lo que supuso sería alguna vaga disculpa. Lo vio dar algunos pasos vacilantes alejándose de la mesa, pero algo en su pose la hizo tensarse. Aguantó la respiración, esperando a que Jake se enderezara, continuara caminando… Fue la primera en gritar cuando se desplomó contra el suelo, sobresaltando a sus amigos. Saltó el mostrador y corrió como una posesa. Cuando llegó a su lado, Jake convulsionaba con los ojos en blanco.

—¡Llamad a una ambulancia! —escuchó que Daisy gritaba.

—¡Jake! —gritó, arrodillándose a su lado. Le tomó la cabeza y se la puso en su regazo—. ¡Está teniendo un ataque! Javi, necesito algo para que muerda.

Le tendieron algo que ni siquiera se paró analizar, solo lo introdujo en la boca, para evitar que se mordiera su propia lengua, y permaneció a su lado, susurrándole palabras tranquilizadoras, hasta que lo sintió relajarse. Jake abrió unos ojos velados en los que algún capilar había reventado, produciendo un derrame rojo que no hacía más que agravar su aspecto. Trató de acariciarle la mejilla, pero su mano volvió a resbalar sin fuerza.

—Lo siento —susurró con voz apenas audible—. Lo he estropeado todo…

—¡Cállate! —trató de reprimir las lágrimas, de verdad que lo intentó con todas sus fuerzas, pero estas brotaron profusas sin que pudiera dominarlas—. Todo va a estar bien. La ambulancia no tardará en llegar.

—Sí —musitó Jake, dando un suspiro y cerrando los ojos, acomodándose sobre sus rodillas.

A partir de ese momento, todo se volvió difuso y extraño, como si lo estuviera viendo a través de una pantalla de televisión. Algo que le ocurría a otra persona, algo lejano a ella y a la felicidad que había compartido con ese hombre en los últimos meses. No le estaba ocurriendo a ella, no podía ser Jake, su Jake. Todo pertenecía a otra realidad, a un mundo de película. Después, regresaría a casa y él estaría allí, esperándola, con su sonrisa de cine, sus ojos verdes brillantes y llenos de vida, se besarían, harían el amor y olvidarían esta película horrible. Todo pasaría, todo tenía que pasar…

En su propio plano, Gabi y Amon observaban compungidos cómo la ambulancia se llevaba a Jake Smart hacia el hospital. Ellos sabían bien que ese sería su último viaje. Celeste lo acompañaba y no se separaría de él ni siquiera cuando expirara su último aliento. Ella lo amaría, como decía la canción, «a seis pies bajo tierra».

—Amon, supongo que, a estas alturas, no queda duda de que la apuesta la he ganado yo, ¿no? —musitó Gabi, secándose las lágrimas.

Él resopló y dio una patada a una piedra.

—¿Eso te hace sentirte mejor?

—Necesito una confirmación formal, ya que fue un trato formal —explicó el ángel, mirándolo con seriedad. El demonio gruñó y asintió.

—De acuerdo —concedió extendiendo la mano y haciendo una reverencia—. Tuya es la apuesta, tú ganas.

Algo crepitó en el ambiente con olor a papel quemado. Las chispas rodearon a Gabi, dando la confirmación oficial de que ella era la ganadora de esa absurda apuesta que tanto los había cambiado a ambos.

—¿Y bien? ¿Cuál será tú deseo? —preguntó Amon, cruzándose de brazos con expresión sombría. Ella miró a la ambulancia que se alejaba y se lamió los labios—. ¡Oh, no, sabes que no puedo hacer eso!

Pero la manera en que lo dijo le dio a entender a Gabi que él ya había estado contemplando esa posibilidad, valorando las consecuencias.

—Amon…

—¿Sabes cuál es el castigo por intervenir en una muerte? Yo sí, Gabi, porque ya lo he sufrido en mis carnes. No creo que merezca la pena, realmente.

No, no la merecía. Todavía sentía en su piel las huellas del castigo que había recibido dos meses atrás. A sus superiores no les había hecho mucha gracia cuando se enteraron de su apuesta, pero lo consideraron un mal menor comparado con todo lo demás: despertar al actor del coma, el albergue, Fran, enamorarse de un ángel… Sí, sus superiores se habían desquitado bien con él, desde luego, aún le dolían los latigazos y las cicatrices de la tortura. ¿Volver a hacerlo, volver a desafiarlos? No, no merecía la pena. No, especialmente cuando él había regresado quebrado por el dolor en busca de su ángel y ella se había mostrado de nuevo fría y distante, como siempre, como ella era. Y solo entonces lo había visto por fin claro: ella era un ángel, era fría y distante porque esa era su naturaleza.

—¡Es culpa tuya que Jake se esté muriendo! —le espetó Gabi, furiosa.

Amon le lanzó una mirada helada que la hizo retroceder un paso.

—¿Culpa mía? —ronroneó con frialdad—. No, amor, todo esto lo planeaste tú, te lo recuerdo. Yo soy un demonio y tú formalizaste una apuesta conmigo, eso me da el permiso para intervenir de la manera que mejor me parezca para ganar.

—Pues de igual modo ahora podrías…

—¿Qué? ¿Jugarme la eternidad por satisfacer otro capricho tuyo? —escupió con desprecio—. Estoy muy cansado de jugar según tus normas, Gabi. No creo que nadie merezca tanto, la verdad. No creo que tú lo merezcas, al menos.

—Es mi deseo, no puedes negármelo, Amon.

—Y eso reafirma lo que he dicho antes: realmente, no mereces la pena, Gabi —murmuró el demonio con tristeza, mirándola con ojos vacíos—. Me has manipulado y utilizado desde el principio, te has reído de mis sentimientos, has jugado conmigo…

—¡Eso no es cierto, Amon!

—En ningún momento te importaron las consecuencias que yo tendría que afrontar por someterme a tus jueguecitos. ¡Soy un demonio, maldita sea, y me gusta serlo! Ya estoy harto de actuar según lo que tú esperas de mí, tratando de que me mires con otros ojos, que olvides mi naturaleza, como yo olvido que eres un jodido ángel, cínico y sin alma.

Fueron las palabras que más daño le hicieron en toda su larga existencia, y lo hicieron porque, por primera vez en siglos, fue capaz de tragarse su maldito orgullo y reconocer en su fuero interno que él tenía razón. Había jugado con sus sentimientos, se había aprovechado en todo momento de ellos y no había tenido para nada en cuenta los problemas que Amon podría tener por jugar ese juego con un ángel. Él lo había hecho porque la amaba, se había arriesgado por la simple promesa de una noche junto a ella, nada más; tan solo para demostrarle que su amor era sincero. ¿Ella? ¿Por qué lo había hecho ella? Tan solo por orgullo, por demostrar que podía vencer a un demonio. ¡Oh, también corría el riesgo de ser castigada, por supuesto! Pero sabía bien que los ángeles serían más benevolentes con ella que los demonios con él. Y, aun así, Amon lo había dado todo, cumpliendo todos sus caprichos. ¡Claro que había hecho trampas, al igual que ella misma! Pero sus motivos, debía reconocer, eran mucho más nobles que los suyos. Y comprender eso era lo que la había aterrorizado, lo que había provocado que Gabi se escondiera tras su máscara de cristal cuando Amon regresó, quebrado por el castigo que le habían infligido a causa de su jueguecito estúpido: él, un demonio, era capaz de amar con mucha más fuerza y pureza que ella, un ángel.

—Amon…

—Se acabó, Gabi —suspiró él.

Miró en la dirección por la que la ambulancia se había marchado, aspiró aire y pronunció unas palabras que sonaron a crepitar de llamas. El ángel sintió su poder hervir en las venas. Un poder que debía sentir oscuro y repugnante, que debía producirle un rechazo instintivo, pero que, por el contrario, le otorgaba una calidez y ternura como nada en el mundo había hecho antes. Amon estaba entregando su inmortalidad, ella lo sabía; esa osadía jamás sería perdonada. Lo hacía resignado, pero fiel a su promesa, a pesar de que era un demonio astuto y con toda seguridad habría podido encontrar alguna cláusula para invalidar su contrato. Lo hizo. Y ella lo había tachado de malvado…

—Ahí lo tienes —dijo al cabo de un rato, volviendo sus ojos profundos hacia ella—. Tu deseo se ha cumplido, aunque, como con todo lo que he hecho hasta ahora, no me he molestado mucho en disimular el carácter sobrenatural del milagro. Total, qué más da. Ya estoy condenado en cualquier caso.

Gabi tragó saliva y bajó la mirada al suelo, avergonzada e incapaz de replicar nada.

—Pero, ¿sabes qué, Gabi? —exclamó él con el amago de una sonrisa en su voz. El ángel alzó los ojos y encontró que no era una sonrisa real, sino una cargada de tristeza, tristeza mezclada con dulzura y, aunque jamás lo hubiera creído de haberlo pensado al inicio de toda aquella historia, bondad. La sonrisa de aquel demonio estaba llena de tristeza y bondad—. Quiero que sepas que lo habría hecho de todas formas.

—¿Qué? —preguntó, sin comprender a qué se refería.

Amon miró al frente, con los ojos soñadores, y su sonrisa se ensanchó.

—Después de todo, supongo que también yo jugué un poco contigo —reconoció—. Lo hubiera hecho, ganara o perdiera la apuesta.

—¿A qué te refieres?

Él la miró entonces y en aquel destello que cruzó sus ojos negros, Gabi encontró la respuesta a todas sus dudas. ¡Oh, sí, lo amaba! Lo amaba tanto que le dolía el pecho cada vez que lo miraba. ¿Cómo había aguantado tanto tiempo engañándose a sí misma? La eternidad era basura si no la podía vivir a su lado.

—A Jake —respondió Amon con un encogimiento de hombros—. Le habría salvado la vida aunque tu deseo hubiera sido otro. Es más, lo habría hecho aunque hubieras perdido la apuesta, Gabi. —El ángel lo miró con la boca abierta durante unos instantes. Él sacudió la cabeza, de nuevo con tristeza—. Pero claro, ¿cómo vas a creerme? Soy un demonio, después de todo.

Se dio la vuelta y comenzó a alejarse. En un principio, a Gabi le extrañó que no desapareciera sin más, como solía hacer, pero pronto lo comprendió: en el momento en que Amon cruzara los planos, su suerte estaría echada.

—¡Amon, espera! —lo llamó, recorriendo la distancia que los separaba. Lo cogió del brazo, impidiendo que siguiera alejándose—. Espera un momento, ¿quieres?

—¿Qué pasa ahora, Gabi? —protestó, aunque en sus sensuales ojos pudo distinguirse una pequeña llama de esperanza.

—Esto… Entonces… ¿Jake está completamente curado? —La llama se extinguió al instante y el rostro del demonio se volvió duro y frío como el mármol—. Necesito estar segura, no puedo dejar esta historia sin tener la certeza de haber hecho cuanto estaba en mi mano.

—¿En tu mano? —rio él sin humor—. Son mis manos las que se han quemado, me parece a mí. Pero sí, cielo, puedes estar tranquila. Jake Smart está totalmente curado. Celeste y él tienen ahora toda una vida por delante para gozar de esa felicidad que tan esquiva se les ha vuelto. Curiosamente, también se han librado de su «archienemigo» gracias a mí.

—¡Vamos, Amon! No me seas presuntuoso, lo dices como si yo no hubiera arriesgado nada —protestó Gabi, cruzándose de brazos.

Amon le echó un vistazo de arriba abajo y sonrió antes de darse la vuelta y proseguir su camino. Ella resopló y volvió a cogerlo por el codo.

—Es cierto, ¿no? Yo también he arriesgado.

—Gabi… De verdad…, de verdad que a día de hoy no consigo entender qué demonios he visto en ti. —El ángel se envaró y lo miró fijamente, con la boca abierta. No podía estar hablando en serio—. Eres la criatura más egoísta que he conocido en mi vida. Ni siquiera estoy seguro de si el deseo que has pedido lo has hecho por los chicos o por consolar a tu maldita conciencia.

—¿Cómo te atreves?

—Olvídalo, ¿quieres? —suspiró con aire derrotado—. Estoy cansado y me gustaría ver la vida con mis ojos de demonio por última vez, tranquilo y a solas.

—¡Hice trampas! ¿Sabes? —gritó el ángel para hacerse oír cuando él se alejó de su lado de nuevo. Amon se detuvo, pero no se volvió—. Varias veces, de hecho. Y solo para beneficiar a los chicos. ¡Traicioné mi naturaleza solo para ayudarlos!

—Ya lo sé, lo he sabido siempre. La cuestión es, ¿lo hiciste realmente para ayudarlos a ellos o para ganar tu jodida apuesta?

—¿Pero por qué te empeñas siempre en pensar lo peor de mí? —gruñó Gabi con rabia, dando una patada en el suelo.

El demonio soltó una carcajada mientras sacudía la cabeza con incredulidad.

—Yo llevo haciéndome esa pregunta desde que te conozco —resopló, antes de seguir su camino.

Gabi tragó saliva y junto a ella su orgullo. Lo miró alejarse con el corazón encogido por el dolor. ¿Podía haber algo más doloroso que el desprecio en los ojos de Amon? ¡Pero no lloraría, maldición! Se lamió los labios con decisión para armarse de valor. Esto no terminaría así, no si ella podía evitarlo. ¿Acaso no había tenido siempre la sartén por el mango?

—¡También yo lo habría hecho! —gritó. El demonio ladeó ligeramente la cabeza, señal de que la había escuchado, pero no se detuvo ni se volvió—. ¡Te habría concedido tu noche ganaras o perdieras, Amon!

Entonces sí que se detuvo. Se volvió despacio, con cuidado y un desconfiado ceño fruncido. Gabi suspiró con alivio y volvió a acercarse a él.

—¿Un nuevo truco? —murmuró el demonio mirándola a los ojos, ella solo negó con la cabeza—. Lo siento, no puedo creerte.

—Pues es cierto —susurró, entreabriendo los labios y echando mano de todas sus armas de seducción. Sintió una luz de esperanza cuando los ojos de él viajaron veloces hacia su boca, mientras se la humedecía con la punta de la lengua.

Amon lanzó un hondo y tembloroso suspiro y volvió a mirarla a los ojos.

—Aun así, sigo pensando que no me mereces, Gabi.

—No lo dices en serio —susurró ella, poniéndose de puntillas, rozando su cuerpo con el suyo, hasta dejar sus labios a escasos centímetros de los de él.

—Lo digo completamente en serio —respondió, aunque su voz tembló un poco.

—Uhmmm… —ronroneó Gabi—. Tuya por toda una noche, Amon…

El demonio sonrió, tragó saliva y aspiró hondo antes de negar con la cabeza. No, ese ya no era su deseo, por tentador que fuera.

—No —respondió con firmeza.

—¿No? —musitó ella contra sus labios, haciendo un puchero de niña buena.

—¡No! —Amon la apartó e intentó alejarse, pero Gabi volvió a cogerlo por la mano. Trató de zafarse de su amarre, sin embargo, algo en los ojos del ángel lo detuvo.

—¿Tuya para siempre, entonces? —susurró con desesperación, tan bajito que creyó que lo había imaginado.

—¿Cómo dices? —graznó con voz ronca.

—No sé hasta cuándo durará ese «siempre», dadas las circunstancias —explicó Gabi, bajando la mirada—. Tú te la has jugado al salvar a Jake, yo me la he jugado al enamorarme de un demonio…

—¿Qué? —jadeó él, mirándola con ojos como platos. El ángel alzó la cabeza y asintió con firmeza.

—¿Tuya… mientras dure? —preguntó con seguridad—. Claro que tú tendrías que ser mío igualmente, la entrega ha de ser mutua, eso sí; esto sería un compromiso formal y todo ese rollo.

Amon abrió la boca como para hablar, pero volvió a cerrarla. La contempló durante unos segundos interminables, su mente hirviendo con un millón de preguntas y dudas. Pero esa boca era tan tentadora, y él deseaba tanto, tanto abrazarla, besarla, pasar el tiempo que le quedara con ella…

—¡Oh, al infierno el puto orgullo! —exclamó antes de atraerla hacia él y besarla con voracidad.

Mientras sus labios jugaban, pudieron experimentar en sus carnes eso de «como si no existiera el mañana». Su mañana era incierto, y los nubarrones negros que se formaron sobre ellos no presagiaban un final feliz. ¡Como fuera! Por primera vez en sus largas existencias tenían la certeza de estar haciendo algo bien: al menos, eran felices.