24

Dos semanas podría parecer un tiempo ridículo y del todo insuficiente para asentar una relación. Tal vez ese había sido el motivo por el que Amon había aceptado el trato tan rápido. No obstante, Gabi sabía que para aquellos dos era más que suficiente. No necesitabas más que un minuto cuando tu historia se había forjado antes incluso de nacer. «Hecha en el cielo», como solían decir los humanos.

No se había equivocado, por supuesto. En apenas unos días, Jake y Celeste habían logrado poner sus vidas en orden, planificar cómo lo harían a partir de ahora para estar juntos sin renunciar a nada de lo que ambos amaban. Jake se mudaría a España; siempre le había gustado, así que no supuso ningún sacrificio especial, no es que en Los Ángeles tuviera mucho por lo que llorar, la verdad. Tendrían que pasar algunas temporadas separados por su trabajo, pero eso no era problema para ellos. La fama… Celeste tendría que acostumbrarse a eso, pero lo haría; un personaje público podía ser discreto y llevar su vida en privado si así lo decidía. Aún le costaba asimilarlo un poco cuando alguien reconocía a Jake por la calle y lo paraba, pero sería cuestión de tiempo.

A Gabi le gustaba visitarlos cada día y recrearse con esa luz que ella siempre había sabido que podían crear juntos. Amor verdadero… Existía, claro que existía, capaz de luchar contra todas las dificultades y vencerlas. Jake y Celeste eran solo un pequeño ejemplo, una gota en todo un mar. El mundo podía estar lleno de cosas terribles, como Amon bien decía, pero todavía quedaba mucho por lo que vivir.

No obstante, en algo se equivocaba Gabi con respecto al demonio. Amon no había aceptado el trato por creer que fuera imposible, ni siquiera había lanzado la propuesta de los dos meses para intentar ganar tiempo y vencer en la apuesta. Hacía ya bastante tiempo que se había dado cuenta de que ella tenía razón, no había mucho que rascar entre esos dos para malmeter. Si se paraba a pensarlo, podría afirmar que lo había intuido desde el primer momento en el que los vio juntos. Aun así había luchado, claro que sí, quería ganar por todos los medios. Y quizás ese había sido el principal motivo por el que, al final, se había dado por vencido, cuando había comprendido de dónde procedía esa ansia por ganar. Gabi tenía razón, el amor verdadero existía. ¿Cómo no iba a existir? ¿Cómo iba a dudar de esa certeza? Él mismo era víctima de ese jodido amor verdadero. ¿Dificultades? ¿Entre un ángel y un demonio? La cuestión le provocaba ganas de reír.

En aquel momento, mientras observaba a la pareja de humanos desde su plano para no ser detectado, se dijo que, en realidad, le habría decepcionado mucho que al final no hubieran acabado juntos. ¿Por qué? Quizás se había encariñado con ellos después de seguirlos y entrometerse en sus vidas durante tanto tiempo, o tal vez era una cuestión más egoísta. Quizás era porque pensaba que, si lo de ellos era capaz de seguir a flote a pesar de todo, entonces existía una posibilidad, aunque fuera diminuta, de que su historia con Gabi también triunfara, ¿no?

Suspiró y su aliento sobrenatural formó vaho sobre el cristal del restaurante donde la pareja cenaba entre risas y carantoñas. Amon llevaba un buen rato siguiéndolos y recreándose en ese amor que había desencadenado en toda esta aventura. Le satisfacía verlos así, al fin. Tan solo había transcurrido una semana desde que se habían reencontrado y resultaba sorprendente ver el grado de complicidad, de compenetración que irradiaban, como si llevaran cincuenta años juntos. Era cierto, después de todo, eso que decían: si amabas de verdad, bastaba con un minuto.

Amon miró al cielo, a las nubes de tormenta que se movían despacio. El viento agitaba su cabello y casi pudo sentir el frío, a pesar de ser un demonio ajeno a los elementos. El invierno se acercaba, y por primera vez en su larga existencia sintió que su estado de ánimo se oscurecía como el tiempo. Miró de nuevo a Celeste y a Jake, que reían mientras compartían el postre en el interior, resguardados de la tormenta que se avecinaba, la que iba a descargar el cielo, la que aún les quedaba por vivir…

Se sintió vacío, triste, derrotado en algo mucho más profundo que una absurda apuesta con un precioso ángel. En realidad, el premio que hubiera logrado de haber ganado ya no le satisfacía. ¿De qué le servirían unas horas con Gabi? Él deseaba esa eternidad que Jake y Celeste iban a compartir, una eternidad que no tenía nada que ver con el tiempo mortal. Él quería un amor verdadero.

Después de haber besado a Gabi, había comprendido al fin la realidad. No quería unas migajas, no una limosna robada; la quería a ella, por entero, cada día de su larga eternidad. El haber encontrado entre los labios del ángel el mismo anhelo le había satisfecho al principio, hasta que se dio cuenta de que para ella sentir lo que sentía era como un crimen. Jamás daría rienda suelta a esos sentimientos. No, el amor verdadero que su ángel tanto defendía estaba vedado para los demonios como él. ¡Qué hipocresía por su parte! Entonces, ¿qué le quedaba? ¿Renunciar a su naturaleza? No parecía demasiado justo que solo él tuviera que hacer sacrificios, no estaba muy seguro de que las cosas funcionaran así, la verdad.

Una pareja muy elegante se acercó al restaurante en ese instante, rescatándolo de sus sombríos pensamientos. Amon los miró con apatía, pero su actitud cambió al ver de quién se trataba. Alzó las cejas y enderezó la espalda a la expectativa.

—El mundo es un jodido pañuelo, ¿no? —masculló.

El hombre se acercó a la cristalera y echó un vistazo furtivo al interior. Amon se dio cuenta de que ponía especial cuidado en quedar oculto tras los grandes macetones que adornaban la entrada. Cuando encontró el objeto de su búsqueda, sus ojos de hielo centellearon peligrosamente. El demonio chascó la lengua.

—O tal vez no es un pañuelo —gruñó. Estaba claro que la presencia de Fran allí no era una desafortunada casualidad. Y, en esta ocasión, tampoco había sido cosa suya. Estrechó los ojos y lo observó con desconfianza—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Fran sacó el móvil del interior de su abrigo y marcó.

—¡Ey, Fran! ¿Entramos o no? —preguntó la chica que lo acompañaba con voz nasal y algo estúpida.

El tipejo la ignoró y ella se cruzó de brazos y puso morritos como una niña. Un maniquí para pasear y mostrar, pero también al que ignorar. ¿O alguien con el que fabricar una coartada? Amon escuchó con atención y no pudo evitar sentir indignación y furia con cada palabra escupida de aquella boca cruel.

—Escucha con atención, quiero que hagáis lo que planeamos y no quiero errores, ¿estamos? —decía Fran al aparato. Un momento de escucha—. Sí, ahora mismo, ya se ha reído de mí bastante. Se está luciendo por toda la ciudad con ese hijo de puta, se acabó el juego.

—Fran, tengo frío… —insistió la Barbie.

—¿Quieres callarte de una puta vez? —bramó él, alzándole una mano. La chica encogió la cabeza como un animal asustado.

La ira se convirtió en fuego en las venas de Amon. Volvió a centrar su atención en aquel monstruo, con ganas de saltarle encima y darle una tunda de golpes invisibles que no supiera por dónde le venían.

—No quiero excusas. Llamadme cuando halláis terminado, solo con resultados positivos, por supuesto. ¡Ah, que no quede ni un solo saco de pulgas en pie! ¿Ha quedado claro? Eso espero… —Colgó el móvil y lanzó una nueva mirada al interior del restaurante, a Celeste y a Jake, que reían felices y ajenos a esa amenaza—. Te dije que solo había una opción, mi amor. Tú solita te lo has buscado. ¡Venga, nos vamos!

—¿No… entramos? —se atrevió a preguntar la chica.

—¿Qué parte de «nos vamos» no has entendido, cabeza hueca? —gruñó él, cogiéndola del brazo y arrastrándola calle arriba.

Amon lo observó durante un instante. Acababa de ser testigo de algo horrible y él no había tenido nada que ver esta vez; de hecho… ¿por qué no sentía ni una pizca de satisfacción? Fran había dado el paso definitivo para perder su alma, tan solo tenía que extender las manos, cogerla y añadirla a su larga lista de almas corruptas. ¿Por qué en lugar de eso sentía un nudo en el pecho, una sensación de pena tan intensa? Deseaba poseer su esencia para toda la eternidad, pero principalmente para tener la oportunidad de torturarlo y atormentarlo él mismo cada día. ¡Odiaba a ese tío!

—¿Sacos de pulgas? —Había que ser mezquino, monstruo—. ¡Pero qué asco!

Rumió durante un rato, dándole mil vueltas a su cabeza, pensando que era un demonio después de todo, que debería hacerse a un lado, ignorar lo que había escuchado y esperar a que esa alma asquerosa viniera a él. Sin embargo… ¡Joder, es que ni el más cabrón de los demonios sería capaz de hacer daño a unos perrillos abandonados! Los demonios jugaban con los seres débiles e inferiores, no con almas elevadas de luz. ¡Los animales no se tocaban!

Bufando de indignación, lanzó una última mirada a la pareja, que en ese momento pagaban la cuenta y parecían tan a salvo. Gruñó de nuevo y desapareció de allí con un chasquido de sus dedos, dejando un desagradable olor a papel quemado en el ambiente húmedo de la noche.

—Buenas noche, Lina.

—¡Ey, Iker! ¿Qué haces por aquí esta noche? Creí que vendría Toni.

—Ya, pero le surgió algo y me pidió que viniera en su lugar.

—Llevas tres noches seguidas… —La muchacha se hizo a un lado para dejar pasar a su compañero y cerró la puerta del albergue cuando este estuvo dentro.

—Tampoco es que tenga nada mejor que hacer —masculló él, quitándose la chaqueta—. ¿Alguna complicación hoy?

—Bueno, a Pelusa le han quitado esta mañana los puntos y tiene la patita bastante bien, y por la tarde nos han traído un abuelito.

—Buf, ¿y qué tal está?

—Asustado, triste, en fin. —Lina suspiró con pesar—. ¿Cómo estarías tú si tu familia decidiera deshacerse de ti a los ochenta años? Lo tengo aquí dentro, porque no paraba de llorar. Ve a saludarlo mientras voy al servicio, anda.

Iker entró en la cabañita que utilizaban los voluntarios para pasar la noche. Siempre había alguien de guardia en Garras y Patas por si se daba alguna complicación. En su caso, como bien decía Lina, llevaba tres noches seguidas quedándose a dormir, y, de no ser porque luego le costaba horrores arrancar en el trabajo, se hubiera quedado cada noche de la semana. Aquí al menos se sentía necesitado. Ese agujero que se había abierto en su pecho hacía un tiempo, parecía aplacarse un poco cuando charlaba con sus compañeros, cuando acariciaba a los peludos, los sacaba a pasear y veía sus caras de felicidad y agradecimiento por tan solo una pizca de cariño. Dando todo a cambio de tan poco. ¡Cuánto tenían los humanos que aprender de los animales! Humanos… dando lo mínimo y exigiendo todo…

«¿Y qué has dado tú, Iker?», se preguntó. Se pasó la mano por el pelo con un suspiro frustrado. ¿Qué había dado? Si se paraba a pensarlo, muy, muy poco. Tomar sí; a juzgar por lo vacío que se sentía ahora, había estado tomando bastante, nutriéndose de una amistad, de una personalidad fuerte, de un carácter amable, de alguien que sabía a ciencia cierta que siempre estaría ahí, con el que siempre podía contar. Y ahora que lo había perdido, ahora que no tenía cerca esa energía de la que se había estado nutriendo durante los últimos años… Óscar tenía toda la razón del mundo, aunque le fastidiara enormemente reconocerlo: ¿por qué solo te dabas cuenta de lo que habías tenido cuando lo perdías?

—¡Maldita sea, Javi! —farfulló mientras se agachaba para rascar la cabeza del perrillo tricolor que, encogido de miedo sobre una manta, movía su frondoso rabo despacio, desconfiado—. ¿Por qué tenían que cambiar las cosas, por qué simplemente no las podías dejar como estaban?

Cambiar era evolucionar, le hubiera dicho él. Resopló y compuso una sonrisa torcida. ¿Y por qué le había afectado tanto el cambio? Se había comportado como un completo cretino, como un hipócrita que gritaba a los cuatro vientos su tolerancia y que después le daba la patada a su mejor amigo cuando se atrevía a sincerarse con él. ¿Y todo por qué? Porque su confesión había abierto una pequeña brecha en su encallecido cerebro. Una diminuta y molesta que había ido creciendo con el paso del tiempo, hasta convertirse en un cráter por donde escapaban todas las convicciones que había creído tener desde siempre. Cambiar es evolucionar… Conocernos, aceptar lo que somos, eso es madurar. En ese sentido, él era un puñetero crío.

—¿Cómo lo bautizamos? —La voz de Lina a su espalda lo sobresaltó.

Iker contempló al perrillo con una sonrisa triste. En sus ojitos negros se leía una pena sin igual, desconfianza, miedo y dolor. La huella imborrable de haber sido traicionado por aquellos por los que lo había dado todo.

—Uhm… Gay —dijo al cabo del rato con una sonrisa.

—¿Cómo? —Lina soltó una carcajada.

—Es perfecto, «alegre» —se explicó él.

—No se le ve muy alegre al pobre. —La chica se agachó junto a su compañero y le ofreció una chuche al animal. Él la olisqueó mil veces, pero al final, se la comió.

—Lo estará, ya lo verás —afirmó Iker, rascándole la panza al pequeñajo—. Yo me encargaré de eso.

—¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?

—Sep, se viene conmigo a casa. No pienso dejar que pase sus últimos días en el albergue.

—¡Oh, Iker! —exclamó ella cogiéndole las mejillas y dándole un sonoro beso en los labios—. Si no supiera que eres un completo cabronazo con las chicas, me lanzaría a tu cuello esta noche.

Él soltó una carcajada y sacudió la cabeza.

—Mis días de don Juan terminaron, Lina. —Miró al perro, que olisqueaba su mano en busca de más golosinas, moviendo el rabo con un poco más de energía, como si hubiera entendido que volvía a tener una familia, que no estaría solo nunca más. Todo a cambio de tan poco… Tan sencillo, tan transparente… Amabas, lo demostrabas, fácil. ¿Por qué diablos le costaba tanto asumirlo? Tan sencillo… tan transparente… —. Creo… ¡Soy gay, Lina!

Así, sin más, fácil. Ya estaba dicho y parecía que el agujero dolía un poco menos, de hecho, hasta podía afirmar que comenzaba a respirar un poco mejor, ¿no?

—¿Qué? —exclamó la chica, mirándolo con los ojos como platos. Acto seguido soltó una carcajada. Iker frunció el ceño—. ¡Venga ya! Desde que te conozco te he visto al menos con cien tías distintas. Ya te he dicho que no pensaba enrollarme contigo, no tienes que inventar algo tan tonto.

—¡Oye! Eres la primera persona a la que se lo cuento, ¿y me saltas con estas?

—Pero, ¿a qué viene eso? ¿No será que tienes una especie de cacao mental?

—¡Pues claro que lo tengo, joder! —explotó él, pasándose una mano nerviosa por el pelo—. Ni siquiera sé por qué te lo digo a ti sabiendo que eres una cotilla redomada.

—¡Oye! —protestó Lina antes de reírse—. Es cierto, lo soy, y lo sabes.

—Supongo que ha sido el momento, llevaba tiempo rumiándolo y te ha tocado. En fin…

—Pero Iker, lo de la homosexualidad no es algo que te viene de repente, ¿sabes, majo? —Lina seguía con su sonrisa incrédula.

Él la miró un instante y se puso en pie. Gay se levantó también y lo acompañó hacia el sofá. Cuando Iker se sentó, lo miró sin dejar de menear el rabo, hasta que este lo cogió en brazos y comenzó a rascarle las orejas.

—¿No te parece raro que, como dices, me hayas visto con más de cien tías y que nunca haya sentido nada especial por ninguna?

—Ya te lo he dicho, eres un cabronazo de campeonato.

—Hasta un cabronazo tiene sentimientos, ¿sabes? —masculló—. No, no es normal.

—Iker, amigo. —La chica se sentó a su lado y le puso una mano en el hombro—. Mira, conozco a muchas personas que han tenido dudas con respecto a sus sexualidad y…

—Tengo treinta años, tía —escupió.

—¿Y qué? Las dudas pueden surgir en cualquier momento, a causa de alguna crisis, de problemas; yo qué sé, Iker. Lo único que quiero decirte es… En fin, si te has planteado tu sexualidad porque de pronto te sientes atraído hacia otro hombre, no actúes a la ligera, ¿vale? Podrías hacer mucho daño, especialmente ahora que él tiene pareja.

Iker soltó una carcajada y sacudió la cabeza.

—Tan transparente, ¿no? ¿Cómo sabes que se trata de Javi?

—¿Y quién más? —resopló ella—. Habría que ser idiota para no ver la tensión que hay entre vosotros desde hace meses. Solo… en fin, que no actúes por impulso, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —respondió con una sonrisa agradecida.

Actuar por impulso siempre había sido su sello de identidad con las chicas, claro que, como bien había dicho, jamás había sentido nada especial por ninguna. En este caso… Cerró los ojos y se centró en todo ese remolino que giraba dentro de él. Quizás fueran imaginaciones suyas, pero de repente parecía que se calmaba, que se apaciguaba. ¿Tan fácil como decirlo en voz alta? No, tan fácil como aceptarlo de una buena vez.

—Lina, ¿crees que, independientemente de las inclinaciones sexuales de una persona, pueda existir alguien que es para ti, aunque sea de tu mismo sexo? Quiero decir… Nunca antes me había sentido atraído por un hombre, pero ahora no se trata solo de atracción, ¿entiendes?

—Bueno, a eso lo llaman «hecho en el cielo». Amor verdadero, puro y duro, sin importar más que la persona en sí, independientemente de cualquier otro factor.

—Sí… —Iker suspiró y cerró los ojos de nuevo. «Hecho en el cielo».

En ese momento, Gay levantó la cabeza de su regazo y alzó las orejas, mirando con atención hacia la puerta, con un gruñido ronco brotando de su garganta.

—¡Ey! ¿Qué te pasa, muchacho?

Iker dio un bote en el sillón cuando todos los perros en el exterior se pusieron a ladrar a la vez. El perrillo saltó de su regazo, temblando y lloriqueando, y se escondió detrás de un mueble.

—¿Qué diablos pasa ahí fuera?

La respuesta les llegó enseguida, lo suficientemente escalofriante como para provocar esa reacción en los animales. Un humo negro, cargado de un pesado olor a combustible, comenzó a filtrarse bajo la rendija de la puerta.

—¡Joder, fuego! —gritó Iker, corriendo hacia la ventana para echar un vistazo al exterior—. ¡Lina, está todo ardiendo! ¡Mierda, es imposible! ¿Cómo diablos…?

—¡Dios mío, hay que llamar a los bomberos! —La chica corrió hacia el teléfono para comprobar con desazón que la línea estaba cortada. Cogió su móvil, pero allí la cobertura nunca había sido buena—. Iker…

Su voz se cortó en un grito angustiado cuando los cristales de la habitación estallaron por efecto del calor, dejando entrar una llamarada y una nube de humo. Corrieron hacia la puerta y consiguieron abrirla, a pesar de que el pomo dejó una marca en la palma de Iker. Cogió a Gay en brazos y salieron al exterior, solo para encontrarse con que el infierno había estallado por todas partes.

—Jesús… —susurró horrorizado—. ¿Cómo se ha extendido tan pronto sin que nos diéramos cuenta?

—¡Iker, tenemos que salir de aquí!

—¿Y qué pasa con los niños? —gritó para hacerse oír por encima del fragor de las llamas.

—¡La entrada a los habitáculos es un horno, tenemos que pedir ayuda!

—No, Lina, esto está en el quinto pino de todas partes, nunca llegarán a tiempo. —Iker miró a su alrededor—. Corre, sal por el portón de visitantes, parece que aquella zona no está tan afectada; llévate a Gay.

—¿Qué? —La joven cogió al asustado animal entre sus brazos—. ¡Ven conmigo!

—No, tengo que intentar soltar a los niños, darles una oportunidad al menos.

—¡Pero es una locura, míralo todo, Iker! Es un infierno. —Lina rompió a llorar.

—¡Corre, sal de aquí y llama a los bomberos! Iré lo antes que pueda. —Le dio un empujón a su compañera y la cortó antes de que pudiera objetar algo—. ¡Maldita sea, Lina, corre de una puñetera vez!

Y, antes de que ella pudiera hacer algo para impedírselo, volvió a entrar en la casa, a pesar de que las llamas ya se daban un festín con ella. Lina salió corriendo hacia la salida y volvió la cabeza antes de marcharse. Iker corría, con una manta empapada sobre su cabeza, hacia las casetas de los animales, que aullaban y gritaban desesperados por encima de rugido de las llamas y la negrura del humo.

—¡Dios, ayúdales, por favor! —sollozó antes de cruzar el umbral y salir al exterior.