22

Óscar tamborileó con los dedos encima de la mesa del despacho de Hernán. Escuchaba a través del manos libres del teléfono, tratando de tener paciencia y consiguiéndolo a medias. Sus ojos fijos en los verdes de un actor guapísimo —y con la cabeza más dura que el Peñón de Gibraltar—, que lo contemplaba con evidente nerviosismo, mientras se mordía una uña.

—A ver, nena, ¿no puedes confiar en mí? —resopló—. Creo que sé un poco de esto y te digo que todo es correcto.

—¡Pues claro que confío en ti, Óscar! —La voz de Celeste se escuchó a través del altavoz, algo airada. A Jake le trotaba el corazón a mil cada vez que la escuchaba. Le costaba horrores mantenerse quieto y en silencio mientras ella hablaba. Tan cerca…—. Pero yo conozco a Fran mucho mejor que tú y te digo que todo esto es muy raro. Te lo repito, cariño, no cuela.

—¿Pero qué más tengo que decirte, Celeste? —gruñó el abogado—. La venta está hecha, Fran ya no es el dueño ni del albergue ni de la librería. El abogado del nuevo dueño me lo ha confirmado esta misma mañana.

—Que eso está muy bien, Óscar; lo esperábamos, ¿no? No es una sorpresa. Lo que no me creo es el cambio en mi contrato de alquiler. —Un nuevo suspiro de exasperación—. Pero, ¿es que no lo ves? Nadie da nada sin esperar algo a cambio. Tiene que ser un nuevo truco de ese cerdo.

—No es un truco, cielo —insistió él con voz cansina—. He leído y releído todo y está bien. Celeste, ¿por qué te cuesta tanto creer que hay gente con buen corazón por ahí?

Ella soltó una carcajada que lo hizo poner los ojos en blanco. Jake sonrió sin poder evitarlo y Óscar lo fulminó con la mirada.

—Déjame pensarlo… ¿Por qué será? ¡Con la de gente de ese tipo que me encuentro yo a diario…!

—Cariño, es muy tarde y estás cansada e insoportable. Seguro que mañana lo ves todo más positivamente. ¿Hablamos entonces? —pidió Óscar.

—Podemos hablar cuando quieras, pero mi respuesta seguirá siendo la misma. No. No pienso firmar ningún nuevo contrato sin conocer personalmente a ese buen samaritano y pedirle que me diga cara a cara por qué hace esto. ¿Ceder los terrenos para que el albergue siga tal y como estaba? Fíjate que eso me lo podría creer, hay gente rica que se vuelca con causas sociales y nosotros hemos hecho mucho ruido con lo de los niños. Pero no pretendas hacerme creer que San Anónimo del Niño Jesús quiere hacer lo mismo con Nubes y mi apartamento por amor a mi trabajo, porque eso no se lo cree nadie, Óscar.

—¡Que no te está regalando nada!

—¡Óscar! —gruñó ella alzando la voz—. ¡Me regala cinco años completos de alquiler y me da la opción a compra transcurrido ese tiempo sin subir el precio actual! ¿Pero tú de qué nube te has caído? —Jake no pudo esconder la sonrisa al escuchar esa frase. Su «chica de nubes»…—. Por cierto, amor, gracias por lo de insoportable, ¿eh?

—Entonces, ¿qué? —bufó el abogado—. Renuncias a esta oferta, ¡que te repito es completamente legal!, haces las maletas y bye bye a toda tu vida, ¿no? ¿Eso es lo que quieres?

—No será la primera vez —musitó ella con tristeza.

—Nena…

—Ya me había hecho a la idea, lo sabes.

—Nadie se hace a la idea de perder su vida, sus sueños, sus ilusiones…

Celeste volvió a reír, con un sonido tan derrotado que el corazón de Jake se estremeció de pena.

—¡Ay! No me hables de perder sueños e ilusiones, si yo te contara… Hoy por hoy, creo que eso de soñar y volar es un lujo para unos pocos.

El actor se tensó y se puso rígido. Empezó a hacerle señales a Óscar, que lo miró con ganas de lanzarle algo a la cabeza.

—¡Dile que no diga eso! —susurró—. Ella no, por favor. Nunca puede dejar de volar ni soñar.

—¿Quién está ahí? —preguntó la chica.

El abogado le hizo gestos a Jake para que cerrara el pico y este se volvió a dejar caer en el sillón con frustración.

—Es Hernán, cielo, estoy en su despacho.

—¿Ah sí? ¿Y eso?

—Hola, Celeste, bonita —saludó el director desde el rincón donde había permanecido en silencio.

—Hola, Hernán, ¿qué tal?

—Todo bien. Óscar se ha pasado por el hotel para saludar. Andaba por aquí cerca y…

—Genial. Bueno, chicos, es tarde. Estoy muy cansada y me gustaría irme a la cama pronto —suspiró con agotamiento—. Ya lo sabes, Óscar, si quieres que me piense lo de ese contrato mágico, tiene que ser el propio dueño el que me lo presente, si no, seguiré pensando que detrás de todo esto está la cabeza de Fran.

—¿Y si va su abogado en su lugar?

—¡Solo él, joder! —casi gritó sin paciencia—. Y, aun así, solo firmaré si consigue convencerme de que no hay nada escondido.

—Pero…

—Buenas noche, chicos —se despidió antes de colgar.

—Yyyy esta es nuestra Celeste —resopló Óscar, encogiendo los hombros—. Dime, San Anónimo del Niño Jesús, ¿esperabas que me la camelara como a una niñita tonta e indefensa?

—No, pero…

—Esa muchacha ha sufrido tanto en la vida que no se fía ni de su sombra. Y, francamente, ya viste con qué rata estuvo casada, no puedes juzgarla.

—Pero, ¿qué problema hay en presentarte ante ella y decirle que todo es cosa tuya? —Hernán formuló con timidez la pregunta que ya le habían hecho al menos veinte veces—. Si sois amigos, ella te creerá y se pondrá muy feliz.

—Bueno, veréis… Celeste y yo tuvimos un problemilla —musitó sin mirarlos a los ojos, pellizcándose el puente de la nariz, donde comenzaba a nacer una molesta jaqueca—. No estoy tan seguro de que se alegre de verme. Así que, no es tan sencillo…

—¡Ay, Señor, qué voy a hacer con vosotros! —suspiró Óscar teatralmente—. Es muy, pero que muy sencillo, Jake. O te plantas delante de esa chica como uno de esos héroes de tus películas, o mañana mismo la tienes haciendo las maletas y tú tendrás una bonita librería de la que hacerte cargo.

Celeste cortó la llamada y dejó el teléfono sobre la mesa. Se levantó del sofá y se asomó a la ventana del salón, miró en todas direcciones antes de bajar la persiana y echar la cortina. Repitió la operación con el balcón de su dormitorio. ¿Cuándo dejaría de temer encontrarse a Fran abajo, en la calle?

Suspiró y se acercó a la cocina. Estaba cansada esa noche, irascible y bastante nerviosa, sabía que no había sido muy amable con su amigo, pero la tensión que sufría estaba agriando su humor. En cualquier caso, lo que Óscar pretendía que se tragara era tan absurdo que, de no estar tan segura de que se trataba de un nuevo truco de Fran para mortificarla, se habría puesto a reír.

Se preparó un bocadillo y cogió una lata de cerveza de la nevera. Cuando se dirigía de nuevo al salón, el teléfono volvió a sonar sobre la mesa. Tras el sobresalto inicial que siempre sufría al escuchar el aparato, resopló, recriminándose por ser tan estúpida.

—¿Cuándo dejaré de temer por todo? —gruñó—. Nunca, nunca dejaré de ser suya si no dejo de temerle.

Cogió el teléfono y sus palabras quedaron en un rincón olvidado al ver la pantalla. Se mordió el labio mientras el móvil seguía parpadeando en su mano, anunciando una llamada oculta. Aspiró entrecortadamente y lo volvió a dejar sobre la mesa.

—Tranquila, Celeste, solo será alguien de una compañía telefónica.

El móvil dejó de sonar al fin y suspiró con alivio, pero, de repente, el teléfono fijo del dormitorio lo sustituyó, provocando que su corazón diera un brinco. Miró hacia la puerta, respirando con agitación. No solía dar ese número, solo lo conocían sus amigos más íntimos, así que comenzó a temerse que algo malo hubiera pasado. Se acercó despacio, reticente a descolgar y a la vez sintiendo que debía hacerlo.

—¡Basta, Celeste! —Alzó el auricular y se lo puso en la oreja—. ¿Sí? —Silencio al otro lado, solo una suave respiración rompiéndolo—. ¿Sí?

Nada. Su corazón se aceleró y notó que se le secaba la garganta. Con un golpe seco, colgó y se quedó mirando el aparato con los ojos muy abiertos. Apenas habían transcurrido unos segundos cuando volvió a sonar. Tragó saliva y volvió a descolgar con rabia.

—¡Diga! —De nuevo, nadie contestó, solo una respiración al otro lado—. Si no tienes nada que decir, deja de molestar, seas quien seas.

—Tengo tantas, tantas cosas que decir, que no sé por dónde empezar.

Celeste se tensó mientras un escalofrío le recorría la espalda de arriba abajo. Fue incapaz de reconocer la voz porque usaba algún truco para distorsionarla, pero no le cupo duda de que se trataba de él, su eterna pesadilla. Sintió miedo e indignación a partes iguales.

—¿Pretendes asustarme?

—Uhm… Asustada estás preciosa, sí.

—¡Vete a la mierda, Fran! —gritó.

—No sé quién es ese —dijo la voz con sorna.

—Sigue así, al final cometerás un error y tendré con qué cogerte. Entonces no te librarás de la orden de alejamiento con tus maquinaciones. —Solo una risa ronca como respuesta. Celeste colgó el teléfono con fuerza.

—Cerdo…

El aparato volvió a sonar y ella descolgó, colgó y dejó el auricular sobre la mesita. Después de aquello, estaba claro que le costaría conciliar el sueño, así que se fue al salón y buscó en su mueble alguna película para ver. Saltó la vista con rapidez por los títulos de Jake Smart, descartándolos como venía haciendo desde que regresó de Trujillo. Demasiado doloroso… Cogió un DVD al azar y lo puso. No logró ver ni cinco minutos antes de que la asaltara el miedo otra vez. Una nueva llamada al móvil que la obligó a apagarlo y, lo más preocupante… ¿no se escuchaba ruido abajo, en la librería?

—Hace viento, Celeste. Quizás hayas dejado alguna ventana abierta. —Ridículo pensamiento, ella jamás cometía ese tipo de desliz.

En cualquier caso, no tenía la más mínima intención de bajar a comprobarlo. En lugar de eso, atrancó la puerta del apartamento con el mueble de la entrada y la del salón con una mesita. Con el corazón a mil, cerró los ojos y suspiró.

—Tranquila… tranquila…

Lanzó una mirada anhelante a su portátil, añorando con toda su alma tener noticias de Jake. En noches como esa, en las que se sentía más sola e indefensa que nunca, era cuando más lo necesitaba. No solo a él, sino la idea de «él en el mundo». La idea de Jake otorgaba algo de aire fresco a sus días, aunque ya jamás fuera para ella.

—Dios, cómo te echo de menos —gimió, rodeándose con los brazos y sin poder contener las lágrimas.

Se las limpió con decisión y regresó al mueble de las películas para coger todos sus títulos.

—¿Quieres pasar otra noche conmigo? Una de ensueño para mí… —«Una noche de ensueño para ti será una noche mágica para mí», la voz de Jake vibró clara y potente en sus recuerdos, arrancándole más lágrimas. Sí, él siempre estaría ahí, para ella, mientras existieran esos preciosos recuerdos.

—¡Buenos días!

Celeste se volvió al escuchar la campanita de la puerta, con la cafetera en la mano y una sonrisa cansada.

—¡Ey, buenos días! ¿Cómo por aquí tan temprano? —Iker le estampó un besazo en la mejilla y ella se lo devolvió.

—Mejor comenzar el día con la visión de la mujer más maravillosa del mundo, ¿no? —le dijo—. Y eso que hoy esa mujer tiene aspecto de no haber dormido en toda la noche. ¿Estás bien, Celeste?

—Nada que un buen café no arregle.

—Esas son las típicas ojeras de haber estado viendo pelis hasta las tantas. Apuesto a que has pasado una de tus noches con Jake Smart —bromeó el joven, dándole un empujoncito en el hombro.

El estómago de Celeste dio uno de sus habituales vuelcos al escuchar ese nombre, pero trató de disimular lo mejor que pudo.

—¿Un café? —ofreció con una sonrisa tensa. Tras servir dos tazas, se sentó junto a su amigo en una mesita.

—En serio, nena, ¿estás bien? —repitió él, mirándola con preocupación—. Tienes mala cara.

—No he dormido demasiado —murmuró ella. Se planteó contarle sus temores de la noche anterior, pero prefirió esperar a terminar su café. Necesitaba despejar la mente, coger algo de energía para no sonar tan asustada y patética como se sentía.

—No me extraña… Anoche me llamó Javi y me contó lo del nuevo contrato de la librería —informó Iker como si tal cosa.

Celeste se levantó y fue hasta el mostrador para cobrar a un cliente, con una sonrisita en los labios. Así que Javi lo había llamado. Por fin algo de color en tanta…

De repente lo vio. Se tensó y tragó saliva amarga, notando cómo la carne se le ponía de gallina. Se obligó a sonreír mientras el cliente se despedía de ella, antes de volver a clavar los ojos en el objeto que había provocado su ataque de pánico. Una rosa roja, medio oculta por el expositor de marcapáginas, sobre el mostrador. Preciosa y envuelta con el elegante papel que ella conocía tan bien, de una de las floristerías más exclusivas de la ciudad. Esta vez no había dudas. Había tenido cientos de esas rosas de «te perdono» durante los años que habían durado su matrimonio y noviazgo.

—¿Iker? —jadeó, sin apartar la vista de la flor.

—¿Sí? —respondió él desde su mesa.

—¿Tú has traído esta rosa? —El hombre alzó los ojos con el ceño fruncido y negó con la cabeza—. Estaba aquí encima y no es mía.

Iker notó el timbre de alarma en su voz. Se puso de pie y se acercó al mostrador para mirar la flor. No recordaba si en alguna ocasión les había contado a sus amigos lo de las rosas de Fran, pero algo debió de olerse, porque su rostro era una máscara cuando habló.

—Quizás se la haya dejado olvidada el chico de antes, ¿no? —expuso sin demasiada convicción.

—Puede ser… —susurró ella, con los ojos fijos en la rosa.

Tenía que ser… Alguien se la debió de haber dejado olvidada esa misma mañana, alguno de los clientes que habían pasado por allí. Pero era muy temprano y no habían entrado muchos… No pudo evitar recordar los ruidos que había escuchado por la noche en la librería, y sintió náuseas. Imposible, la rosa no podía llevar allí desde la noche; si alguien hubiera entrado, la alarma habría saltado, ¿no?

—¡Buenos días! —La campanita de la puerta provocó que ambos dieran un respingo—. Ah… Ey, Iker, ¿qué tal?

—¡Buenos días, Javi! —Celeste salió del mostrador para ir a darle un abrazo. Le gustó ver que sus dos amigos, si bien no se habían chocado las manos como antes, al menos eran capaces de mirarse el uno al otro sin que saltaran chispas—. ¿No deberías estar tecleando palabras como loco a estas alturas del mes?

—Debería —bufó Javi mientras se servía un café, llenaba la taza de Iker y se sentaba en la mesa—, pero Óscar me llamó anoche y quedé con él aquí.

Los ojos de Celeste volaron rápidos hacia la cara de Iker para cazar el fruncimiento de sus cejas, gesto que disimuló en seguida cuando la pilló mirándolo. Se sentó frente a Javi y tomó la taza que él le había servido. Pensó que ambos parecían compenetrarse bien, sus movimientos, sus gestos, sus miradas…

—Me dijo que te llamara para ver si tú también podías venir esta mañana. Al parecer quiere contarnos algo a todos —murmuró Javier, sin mirarlo directamente a los ojos.

—No me dijiste que esto sería una «macrocita» —bufó Iker.

—Seguro que os quiere usar para convencerme de que acepte esa locura de contrato —masculló Celeste, sentándose junto a ellos.

—Y la habrá cagado —rio Iker—. A mí me parece tan mosqueante como a ti, o más.

—No sé, chicos, es Óscar; si él dice que es de fiar… —expuso Javi, sin demasiada convicción.

—¡Bah! Los héroes altruistas solo existen en las películas. —Celeste se masajeó las sienes.

—¿Estás bien, cariño? Pareces cansada.

—No he dormido demasiado esta noche —murmuró.

—¿Sesión de Jake Smart para mitigar los nervios? —preguntó el hombre con una sonrisita.

¡Joder! ¿Pero qué le pasaba a todo el mundo hoy? ¿Se habían puesto de acuerdo para retorcer su estómago? Se limitó a gruñir y a dejar la respuesta en el aire. La campanita de la puerta volvió a sonar, un nuevo sobresalto. «¡Basta, Celeste! Es un negocio, hay puerta, ¿no? ¡Pues se tiene que abrir, idiota!».

—¡Buenos días, chicos! ¡Ay, qué bien que ya estéis todos aquí! —Óscar se acercó hasta la mesa y le dio un beso a Celeste en la mejilla, uno en los morros a Javi y una leve palmadita en el hombro a Iker—. Mira, amor, he traído unos pastelitos para desayunar.

—Uhm, piensas chantajearme con azúcar, ¿eh? —rumió ella poniéndose en pie y acercándose a la cafetera para preparar más café—. Podías habértelo ahorrado.

—Nos hemos levantado simpáticas hoy, ¿no? —voceó Óscar por encima del ruido de la máquina de café. Ella lo ignoró y les dio la espalda para poner los pasteles, que tenían una pinta deliciosa, sobre un plato—. ¿Qué te pasa? ¿No has dormido bien?

¿En serio? Celeste cerró los ojos con fuerza y soltó el aire despacio. Le pareció escuchar la campanita de la puerta de nuevo entre el ruido del café filtrándose. ¡Al infierno! ¿Es que iba a pasar todo el día botando?

—Pues no, no he dormido bien —gruñó—. ¡Y sí, joder, he pasado casi toda la maldita noche viendo películas de Jake Smart! Y, ¿sabéis? ¡Está jodidamente guapo en todas y ha sido asquerosamente doloroso!

Cogió el plato de pasteles y se dio la vuelta con rabia… para chocarse de bruces con un pecho embutido en una camiseta negra con un diseño de Marisa Moral. El plato resbaló de sus manos para estrellarse contra el suelo, desperdigando nata, crema y chocolate por todas partes.

—¡No! —gritó, dando un zapatazo en el suelo.

—Esto comienza a convertirse en una tonta costumbre entre nosotros —ronroneó una voz conocida cerca de su oído.

Celeste cerró los ojos y gimió sonoramente mientras se tapaba la cara con las manos.

—¡Oh, Señor! ¿Cuántas veces puede una mujer humillarse delante del mismo hombre en una vida?

—¿Por decir que soy guapo? Eso es solo reconocer un hecho —exclamó él con el amago de una risa en su voz.

Celeste se apartó las manos de la cara despacio y afrontó al fin esos ojos verdes que tanto había evocado y anhelado. Chascó la lengua y se puso una mano en la cintura.

—Era la parte de «asquerosamente doloroso» la que me ha parecido humillante —dijo con una nota de desafío en la voz. En medio del torbellino que eran su corazón, su mente y su pulso en ese instante, aún fue vagamente consciente de que la librería había caído en un silencio espeso y sorprendido. No era de extrañar, no todos los días entraba una estrella de Hollywood en Nubes—. ¿Qué estás haciendo aquí, Jake?

—Uhm… ¿Columpiarme en las nubes? —exclamó él con un sencillo encogimiento de hombros y una sonrisa que le atascó el aire en los pulmones.