Caminó erguido y sin molestarse demasiado en disimular la suave cojera que aún arrastraba a pesar de la rehabilitación. Lo que sí trataba de fingir lo mejor que podía era calma. Le hubiera gustado presentarse a esa reunión con la cabeza completamente fría y ni una pizca del fuego que le abrasaba las venas desde que Hernán le había informado de la situación en la que se encontraba Celeste. En cualquier caso, creía que estaba haciendo un buen trabajo en dominarse y en planificarlo todo. Daisy pensaba que estaba como una cabra, pero lo había apoyado, como siempre, especialmente porque pensaba que había algo maravilloso y romántico en dilapidar tu fortuna por amor. Un amor que no tenía la certeza de que fuera correspondido. Una fortuna que no sabía si resurgiría, teniendo en cuenta que su memoria no era su mejor amiga en esos días, y la necesitaba para trabajar.
Le hubiera gustado que su amiga estuviera a su lado para otorgarle algo de calma, pero no podía pedirle que renunciara a su trabajo, demasiado estaba haciendo ya por él. No obstante, no podía quejarse de la compañía, desde luego; Hernán caminaba a su lado, elegante y silencioso, una figura sobria en la que apoyarse. Cuando le había dicho que le gustaría hacer lo que estuviera en su mano para ayudar a Celeste, el hombre se había convertido automáticamente en su asistente, ayudante, consejero, informador y, para su sorpresa y fortuna, también en abogado. Lo había puesto al instante en contacto con el de la chica para que le contara todos los detalles, detalles que aumentaron su odio hacia aquel cerdo que había estado casado con ella.
No solo se había dedicado a tener a Celeste como una bonita posesión durante tres años, intimidándola, anulándola, maltratándola psicológicamente hasta convertirla en apenas una sombra de la mujer que él creía conocer, sino que además se había atrevido a levantarle la mano en alguna ocasión. Saber eso lo hacía detenerse para aspirar aire y tratar de serenarse un poco. Por supuesto, un cabrón de esa índole no iba a aceptar por las buenas que una mujer fuerte como ella decidiera plantarle cara y cortar por lo sano. En ese momento, mientras Jake se acercaba paso a paso a un cara a cara con aquel grandísimo desgraciado, el fuego que sentía en las venas casi lo incineraba. Lo que peor llevaba era el saber que aún la molestaba y amenazaba. Ese tipo estaba obsesionado con Celeste, y una obsesión en una mente tan pérfida como esa…
Óscar, el abogado de la joven, se había ofrecido encantado a ayudarlo con toda esa locura cuando Hernán lo había llamado, a pesar de que en un principio no estuvo de acuerdo con guardarle el secreto. Sentía tal lealtad hacia su amiga que le costó bastante convencerlo de que debía mantener el anonimato y de que ella no podía saber quién era él. Era lógico que no lo comprendiera. ¿Por qué iba a querer el gran Jake Smart mantener su nombre fuera de aquello? ¡Celeste lo adoraba! Y, ¿por qué alguien como él se interesaba por los problemas de una chica sencilla como ella?
A Jake le sorprendió que Celeste no les hubiera contado nada a sus amigos de lo suyo. No sabía cómo tomarlo, ni quería pensar demasiado en ello. No podía creer que, para ella, lo vivido en Trujillo no hubiera sido lo bastante importante como para mencionarlo, pero tampoco deseaba recordar que la había amenazado con desplumarla si lo hacía… En fin, ese pensamiento debería quedarse en un rinconcito de su mente por el momento. Él no contó nada tampoco, solo las justas pinceladas para lograr la complicidad de Óscar y Hernán. ¿Las razones que dio para querer mantener el anonimato? Modestia. Había conocido a Celeste a través de internet. Cuando se enteró del caso completo al llegar a Barcelona, la historia del albergue, el festival, no se había podido resistir a intervenir, pero no quería que se conociera su nombre. ¡Excusas! Habían servido para convencer a los abogados, pero no a él mismo. Lo cierto era que tenía miedo a su reacción. Por más que Daisy, Hernán e incluso el propio Óscar le dijeran que Celeste estaría feliz de verlo, de saber que trataba de ayudarla, Jake no podía olvidar aquellos ojos ambarinos llenos de dolor y decepción, las lágrimas luchando al fondo por no derramarse, su risa histérica… ¡Por Dios, la había llamado jodida loca patética! La había pisado, pataleado, clavado el pie en su cabeza cuando ella ya luchaba como podía por salir a flote después de haber pasado por una situación terrible. No podía llegar y decir simplemente «lo siento». Y, si la conocía como creía conocerla, tampoco serviría llegar en plan héroe después de haberla cagado hasta el fondo. No, mejor tratar de aliviar un poco las cosas primero, quitarle a Celeste algunos de sus problemas.
—Poco a poco, Jake, primero cierra esto —susurró cuando se detuvieron frente la puerta del pequeño salón que Hernán les había cedido para la reunión. Aspiró hondo y se lamió los labios resecos por los nervios.
—¿Dónde os habíais metido? —Óscar salió a su encuentro, visiblemente nervioso también. Le lanzó una mirada de arriba abajo y silbó—. ¡Guau!
Jake sonrió, se acarició el pelo y se alegró de notarlo tupido sobre su cráneo, aunque aún fuera demasiado corto. Óscar le arregló el cuello de la camisa negra y acarició las solapas de su chaqueta.
—Ay, un hombre es más hombre embutido en un Roberto Verino —suspiró, provocándole una carcajada que logró relajar un poco el ambiente. Le guiñó un ojo cómplice a Hernán—. Aunque jamás diría no a uno en Armani.
El director se sonrojó visiblemente y bajó la vista al suelo.
—Ehm… gracias —musitó con timidez.
—¿Está ahí dentro ya ese hijo de puta? —preguntó Jake ásperamente.
—Pues no, aún no ha llegado, de ser así yo no estaría aquí. Pero quería verte unos minutos antes para repasar todo y comprobar que estás calmado, que has aprendido a esconder tu asco y esas cosas —dijo el abogado, poniéndose una mano en la cintura y frunciendo los labios. Jake volvió a sonreír y él chascó la lengua—. Confío en que dejaremos los orígenes de Fran y la honra de su madre fuera de los negocios.
—Lo siento, ha sido un impulso.
—Como impulso te juro que a mí me apetece romperle el cuello, pero tienes que entender una cosa, cariño, ese tío es rico, muy rico de hecho. Debes saber que esta venta la hace por joder a nuestra Celeste, ¿vale?, no por una necesidad ni nada por el estilo. Fran no necesita este dinero, así que a la mínima de cambio puede echarse para atrás y no te lo vas a camelar desplegando tus millones.
—Tampoco es que tenga muchos millones que desplegar… —musitó Jake.
—Pues más a mi favor —insistió el abogado—. Tiene que parecer que estas ansioso por quedarte con esas propiedades, que tienes planes a corto plazo para ellas. Hazle creer que piensas echar a patadas a su inquilina, hacerle la vida imposible para que sea ella la que salga por su propio pie, antes de que acabe el año de contrato que él tiene con ella y que te va a traspasar.
—Lo sé, lo sé —resopló con voz cansina.
—Sé que lo sabes, solo que no estoy seguro de si lo vas a recordar cuando estés delante de ese tío, Jake. Es un grandísimo hijo de puta y Celeste es tu…
—Amiga —se apresuró a contestar.
—Ya me explicarás eso algún día. Nunca podré perdonarle a Celeste que no me contara que te conocía. ¡Sabe que te adoro! —exclamó Óscar con un gruñido.
—Es una larga historia, ya te la contaremos, espero —respondió Jake esquivamente.
—Sí, en otra ocasión será, porque aquí viene nuestro hombre —murmuró el abogado, cuando uno de los botones del hotel les hizo la señal esperada desde la esquina del pasillo—. Recuerda, calma ante todo, ¿vale?
—Vamos, Óscar, te olvidas de que seré yo quien lo represente. No voy a dejar que nuestro amigo haga ninguna estupidez —lo tranquilizó Hernán con una sonrisa—. Venga, márchate, porque como ese tipo te vea aquí todo se habrá ido al garete.
—Tienes razón, tienes razón —musitó, nervioso. Se volvió de nuevo hacia Jake—. ¡Mucha suerte! Estaré aquí mismo cuando terminéis. ¡Prométeme que serás bueno! —le pidió, antes de entrar como una exhalación dentro de uno de los salones vacíos que había a su izquierda y encerrarse dentro.
—Prometi… —Jake se mordió la lengua antes de formular su promesa. Reconoció al instante al hombre orgulloso y petulante que caminaba por el pasillo hacia ellos como si se creyera el rey del mundo, flanqueado por dos gorilas vestidos de oscuro. Era el tipo del restaurante, el que había ordenado a uno de sus hombres que siguiera y vigilara a «su mujer». El alma se le cayó a los pies cuando entendió a quién era a la que había espiado y mantenido vigilada aquel día—. ¡Hijo de puta!
—¡Schiss! —exclamó Hernán, mientras plantaba su sonrisa falsa y le daba un codazo para que él hiciera lo mismo.
Le costó horrores, pero lo logró. Incluso fue capaz de presentarse y estrechar la mano de ese gusano sin dar arcadas.
—Caramba, qué curioso, diría que lo conozco de algo —dijo Fran, entrecerrando los ojos y lazando una larga mirada a Jake. Él se limitó a sonreír—. En fin, supongo que tal vez hayamos coincidido en algún sitio, ¿no?
—Tal vez —respondió escuetamente.
—¡Oh! Aquí viene el señor notario. —Hernán dio un pequeño suspiro de alivio.
Una vez estuvieron todas las partes reunidas, el director les abrió él mismo la puerta del salón, en el que habían dispuesto una mesa circular con botellas de agua y cómodos sillones de piel en los que sentarse.
—Un momento —exclamó Jake con el ceño fruncido cuando los dos gorilas hicieron ademán de cruzar las puertas—. Si no le importa, señor Menéndez, preferiría que solo las partes implicadas presenciaran la reunión, no me siento muy cómodo si hay demasiada gente, esto es algo personal y…
Fran lo miró con mala cara, pero su abogado asintió, como dando a entender que era algo perfectamente comprensible. Al final, optó por encogerse de hombros y entrar solo en el salón.
—En fin, señores, estamos aquí reunidos para…
El notario habló y habló durante casi una hora, una hora eterna en la que Jake apenas escuchó lo que se decía y en la que imaginaba diferentes formas de tortura para Fran, mientras lo miraba de vez en cuando y le sonreía con un encanto que solo un actor era capaz de fingir. No se preocupó en lo que se leía allí, confiaba en Hernán para aquella operación pues estaba tan interesado en que todo saliera bien como él mismo, además, las escrituras ya habían sido supervisadas hacía unos días y todo era correcto. El contrato de alquiler de Celeste fue algo un poco más complejo, pero como el abogado le había dicho, ese cerdo estaba tan ansioso por fastidiar a la chica que solo le hicieron falta algunas palabras despectivas sobre los ocupas y la infección que eran, para convencerlo de que pretendía ponerle las cosas difíciles.
Si se paraba a pensarlo, le provocaba náuseas saber que un asunto que había estado robando el sueño, provocando las lágrimas y la desesperación de una mujer tan increíble como Celeste durante meses, era tratado con tanta sencillez y en tan poco tiempo por personas prácticamente ajenas a ella, o al menos, en apariencia ajenas. Y todo gracias al dinero. Si Jake no hubiera contando con una poderosa cuenta corriente en la que apoyarse no hubiera tenido la más mínima posibilidad de ayudarla en un plazo tan corto de tiempo. En cambio, todo fue rápido y fácil, sin bancos de por medio, solo palabras y una transferencia con la cantidad íntegra y directa a la cuenta del señor Menéndez. Incluso la cuestión del notario fue sencilla, Hernán tenía amigos en todas partes y no le costó convencer a uno de ellos para que hiciera un hueco en su agenda. Perfecto y limpio.
Jake se tensó un poco cuando el notario leyó la última hoja. Hernán parecía el hombre más tranquilo del mundo, le sonrió con disimulo para decirle que todo estaba bien, pero llegaban al final y no veía la hora de plantar su firma al lado de la de ese cabrón y salir de allí. Fran aún estaba por molestar un poco, con algunas preguntas absurdas que su propio abogado respondía con cara de estar repitiendo lo mismo solo por gusto de su caprichoso cliente.
—Muy bien, pues si no tienen nada más que decir —intervino el notario—, el vendedor debe firmar aquí, aquí…
Jake se mordió el carrillo con impaciencia, echado hacia delante en su sillón, observando cómo Fran estampaba su elegante garabato, con una lentitud pasmosa, en todos los papeles que el hombre le iba indicando.
—Señor Smart… —murmuró el notario con voz aburrida, ofreciéndole los primeros folios para que los revisara.
En ese momento, cuando aún le quedaba un puñetero documento por firmar, Fran levantó su pluma y lo miró con renovado interés y un brillo de reconocimiento en los ojos. «Joder, no, ahora no».
—¡Smart, claro! —exclamó jubiloso, señalándolo con la pluma—. ¡Es usted Jake Smart, el actor!
Jake desplegó su sonrisa de un millón de dólares. Hora de actuar.
—¡Vaya, al final me ha pescado!
—¡Caramba, caramba! —Fran soltó una carcajada alegre, como si se riera de un chiste que solo él conocía—. ¡Oh, Señor, esto es cada vez más divertido! ¿Por qué no me dijo nada, hombre?
—Bueno, ya sabe, temía que se corriera la voz —explicó—. No hay nada peor que tratar de cerrar un negocio con una horda de fans histéricas a mis puertas.
—¡Ah, sí, lo entiendo! Bueno, qué leche, no lo entiendo. —Una nueva carcajada—. Ojalá yo tuviera hordas de hembras jóvenes a mis puertas cada día. —Más risas—. ¡Ah, hombre, lo que debe de ser eso! Seguro que tiene una nueva para elegir cada noche, ¿me equivoco?
—Bueno, no puedo quejarme.
—Ni yo, en verdad, para qué pedir más. Tengo una mujercita preciosa que no tardará en regresar a casa, y una chica nueva cada vez que ella no se muestre del todo complaciente, ya me entiende.
Esa carcajada le costó responderla, pero Fran se inclinó de nuevo sobre el último papel y estampó por fin su firma. Cuando el notario le entregó a él el resto de papeles, se apresuró a pasar las hojas rápido, firmando y asegurándose de que ese cretino no había dejado nada en blanco.
—¡Ay, señor Smart! —continuó Fran, recostado con chulería en su sillón—. Pero qué curiosa que es la vida. Si le dijera que mi esposa es una de esas fans histéricas de las que habla. —Jake alzó un poco los ojos hacia él—. ¡Eh, pero qué digo! No me malinterprete, no me refería a esas putillas que se cuelan en su cama, por supuesto.
—¡Por supuesto! —murmuró él con la garganta seca.
—Vamos, de hecho, creo que sería capaz de darle una paliza si me enterara de que va por ahí persiguiéndolo.
En esta ocasión, Fran no fue capaz de ocultar la rabia al hablar, aunque se apresuró a sonreír para mitigar el efecto. Jake apretó el bolígrafo con fuerza y se lamió los labios, sin atreverse a mirarlo por miedo a que notara todo el odio en sus ojos. Podía sentir a Hernán a su espalda, tensándose.
—Eso suena un poco… radical, ¿no? —murmuró con los dientes apretados, aún sin mirarlo.
—Bueno, ya sabe usted, en España se exagera mucho cuando se habla. —Una nueva risita odiosa—. Pero sí que es cierto que a las mujeres hay que atarlas corto, ¿no le parece? Yo no lo hice demasiado con mi esposa y ahora me está dando algún que otro disgustillo. Por fortuna toda esa tontería se va a terminar pronto, y todo gracias a usted.
—¿Ah sí? —exclamó el actor con una sonrisa peligrosa, dejando a un lado el bolígrafo y entregando los papeles ya firmados al notario para que los revisara—. ¿Y cómo es eso?
—Es irónico que, de todas las personas en el mundo, sea justo usted el que se quede con las propiedades que un día fueron de mi mujer. Irónico y tronchante. ¡Ay, señor Smart, si usted supiera cómo lo admira ella! Lo adora —afirmó entre risas—. Fíjese que hubo momentos en los que discutimos porque incluso me sentía celoso de usted. Hasta me vi obligado a prohibirle que viera sus películas; discúlpeme, pero una mujer debe respetar a su marido por encima de todo, eso de andar babeando por otros, aunque sean actores, no lo podía consentir, ya me entiende.
—Tan fuerte, ¿eh? —susurró Jake, casi ahogándose de rabia.
—Ya le digo. No sé si aún seguirá con esa tontería, pero aun así… ¡Imagínese! Si usted supiera cómo ha peleado por esos terrenos que ahora son suyos, por esa librería. Y ahora están en sus manos. —Fran soltó una sonora carcajada mientras daba palmadas—. No veo el momento de contárselo…
Jake se puso en pie de un salto y el otro hombre lo miró extrañado. Hernán le puso una mano en el hombro y se adelantó un poco.
—Si me disculpa, señor Menéndez, esa cuestión entra dentro de ese pequeño punto del que hablamos, sobre la confidencialidad de mi cliente…
—¡Ah, sí! Ahora lo entiendo, le confieso que cuando me lo comentaron me pareció una tontería. —Torció los labios e hizo un sonido de fastidio—. Hombre, me robáis un poco de diversión.
—Aquí tiene el acuerdo —añadió Hernán, poniendo frente a él un nuevo documento.
Fran se lo pasó a su abogado para que lo leyera.
—No importa, en cualquier caso, mi esposa pronto regresará a mi casa con el rabo entre las patas, y será gracias a usted, el actor que ella tanto admira.
—Todavía no entiendo muy bien eso… —musitó Jake, se mordió el labio cuando el abogado asintió y le entregó de nuevo el documento a Fran. Este lo miró por encima, mientras quitaba otra vez el tapón a su pluma.
—Sí, cuando Celeste se vea de una puta vez en la calle, sin un céntimo, sin trabajo, entonces al fin se le bajarán esos humos y no tendrá más remedio que coger lo que yo le ofrezco. —Alzó los ojos hacia Jake, un destello de hielo y fuego en ellos. Tanta, tanta maldad…
—Se ve que la quiere mucho —rumió.
—Es mía —respondió el otro con un encogimiento de hombros—. Lo que es mío, lo es hasta que yo decido deshacerme de ello.
Jake se mordió la lengua cuando lo vio bajar la pluma de nuevo hacia el papel. Fran firmó por fin y el actor dejó escapar un suspiro de alivio cuando Hernán lo guardó en su carpeta.
—¿Y bien? —le preguntó con impaciencia—. ¿Ya está todo?
—Ajá —respondió el abogado cerrando el maletín, con una sonrisa cómplice—. Atado e irrompible.
Fran se puso en pie y se abrochó el botón de la chaqueta de su traje antes de extenderle la mano. Jake hizo acopio de fuerzas para obligarse a tomarla.
—Bien, pues enhorabuena, señor Smart. Ha hecho usted una compra magnífica.
—Gracias —murmuró.
—En fin, al menos, espero que sí me permitan decirle a mi esposa cuando regrese a casa que lo he conocido, ¿no?
—¡Nunca regresará! —gruñó él, dándose la vuelta para evitar seguir mirándole.
—¿Cómo dice? —preguntó Fran riendo entre dientes—. Pues claro que regresará, ya se lo he dicho, ella es mía. Creo que le soltaré la bomba de que lo he conocido cuando estemos en la cama, para ponerla a punto, usted ya me entiende.
—¡No, joder, no lo entiendo! —gritó Jake, sin poder contenerse más.
—¡Oiga! ¿A qué viene esto? —exclamó Fran, con la boca abierta por la sorpresa.
—Me cago en la puta… Que a qué viene, dice… —Jake se pasó la mano por el pelo y resopló con los nervios a flor de piel.
—Jake… —lo llamó Hernán con calma, poniéndole una tranquilizadora mano en el antebrazo.
—Hernán, ¿te importaría representarme de nuevo en un asuntillo? —le preguntó con una sonrisa tirante.
—Ehm… no, claro; lo haré encantado, pero…
Cuando Fran lo agarró del brazo para exigirle explicaciones, Jake se volvió y le asestó un puñetazo en la nariz con la mano izquierda y un gancho en la barbilla con la derecha. Fue tan rápido que ninguno de los presentes lo vio venir hasta que no escucharon al otro hombre colapsar contra el suelo, con un caño de sangre manando de su nariz rota.
—¡¿Pero qué diablos hace?! ¿Se ha vuelto loco?
El abogado de Fran siguió gritando lo que a Jake le sonaron a palabras incoherentes, debido al fuego que ardía en su mente. Se acercó al caído, que sacudía la cabeza con aturdimiento.
—¡Escúchame bien, pedazo de mierda! —gruñó con los dientes apretados, señalándolo con un dedo—. Mantén tu apestoso culo y el de tus matones lejos de Celeste, ¿me has oído? No quiero que la mires, que hables de ella, que la nombres siquiera. ¿Tú crees que impresionas con todos esos aires de mafioso de pacotilla? Pues te vas a cagar como me busques las cosquillas. No tienes ni puta idea de lo que se puede contratar en América con fama y dinero, gilipollas.
—¡Está usted loco! —seguía gritando el abogado de Fran—. Lo pienso demandar por esto…
—Hernán, ¿tienes una tarjeta? —le dijo con voz tranquila a su amigo.
—Joder, Jake… —jadeó el aludido, mientras sacaba una del bolsillo de su chaqueta y se la entregaba—. No podías mantener la calma tan solo un instante más…
—¿Estás de coña? Me he portado demasiado bien, no me jodas. —Se volvió de nuevo a Fran y le lanzó la tarjeta con chulería—. Ahí tienes, capullo, demándame, pero te advierto que se dice que ando algo enajenado últimamente, lo mismo hasta me libro.
Y, coreado por los gritos del abogado y los débiles balbuceos del otro hombre, salió del salón, con la cabeza bien alta y profiriendo un hondo suspiro de alivio.
—Ehm… Lo siento, señores —murmuró Hernán sin saber muy bien qué hacer—. Llamaré a un médico enseguida.
—¿A un médico? ¡Llame a seguridad, que detengan a ese loco! —exclamó airado el abogado. Fran se había vuelto a tumbar en el suelo, mareado.
El director suspiró mientras le abría la puerta al notario para que saliera. Una vez en el pasillo, el hombre, tan frío y ajeno hasta el momento, no pudo contenerse más, y estalló en una carcajada.
—Dios, Hernán, deberías invitarme a cosas así más a menudo —dijo entre risas—. Señor, creo que si no le llega a pegar él lo hubiera acabado haciendo yo mismo.
—¡Maldita sea, una agresión ante notario, ni más ni menos! —escupió el aludido.
—¿Qué notario? Por lo que a mí respecta, la verdad es que no estaba mirando, no sé bien lo que ha pasado.
—¡Ay, Señor, esto es una locura! —suspiró Hernán, sin poder evitar curvar los labios en una sonrisa.
—¡Una locura de película! —exclamó el notario—. Jake Smart se acaba de convertir en mi ídolo indiscutible.