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Jake se derrumbó en el sillón y la lona crujió bajo su peso. Cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz con el inicio de una nueva jaqueca en ciernes. Escuchó cómo unos pasos se acercaban y resopló por lo bajo. No deseaba hablar con nadie en ese momento.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Mason.

Abrió los ojos con pereza y lo miró. El hombre lo escrutaba con preocupación bajo sus gruesas gafas de pasta.

—Cansado, supongo —suspiró. Mason chascó la lengua y se sentó a su lado—. No me lo digas, ¿hay que repetir la toma?

—Lo siento —se excusó con un encogimiento de hombros. Jake sonrió—. ¿Crees que podrás? Sabes que necesitamos hacerlo ahora, por la luz y eso…

—Sí, descuida, solo ha sido un ligero mareo. —Un ligero mareo que casi lo hizo caerse redondo al suelo, pero eso se lo guardaría para él.

—¿Cuándo diablos vas a ir al médico? —gruñó el director con afecto—. No me gusta que mis actores no estén en plena forma, y lo sabes.

—Estoy en plena forma, viejo. —Jake se puso en pie con una sonrisa que animó algo su rostro, aunque no pudo ocultar las ojeras bajo sus ojos—. Ya queda poco para terminar el rodaje, así que no creo que llegue a estropearlo.

—Vamos, chico, sabes que bromeaba —masculló el otro hombre, poniéndose también en pie—. Hace días que no te encuentras bien. No me gustan esos mareos, ni las jaquecas.

—¡Eh! ¿Quién ha dicho nada de jaquecas? —exclamó enfurruñado.

—Daisy me dijo que la otra noche tuviste que abandonar la fiesta porque te dolía la cabeza.

—Demasiado champán —afirmó él quitándole importancia.

—Tú nunca bebes demasiado champán.

—Siempre hay una primera vez. Oye, Mason —lo cortó cuando se disponía a hablar de nuevo—, ¿a qué viene todo esto? ¿Acaso temes que te deje tirado al final del rodaje? Sabes que jamás sería capaz de…

—¡No seas cretino! —protestó el director, airado—. Tengo plena confianza en ti; si te digo todo esto es porque soy tu amigo y me preocupo.

—No lo hagas, en serio, estoy bien.

—No es eso lo que Daisy dice…

—¿Daisy? —Vale, comenzaba a enfadarse de verdad, y el maldito dolor de cabeza no ayudaba en nada—. ¿Por qué se molesta por eso ahora? Entonces no pareció importarle demasiado. Ella se quedó en la fiesta, así que, ¿qué problema tiene?

No pudo evitar el tono de reproche. Desde luego no se entendía ni él. Esa noche había abandonado la dichosa fiesta con un dolor de cabeza insoportable y un humor de perros. Ni de coña hubiera deseado compañía, no la de Daisy, al menos. ¿Por qué se molestaba entonces porque se hubiera quedado? No podía esperar mucho más de ella, ¿no? Acudían juntos a las fiestas, se dejaban fotografiar como pareja y avivaban los rumores y cotilleos para que prendieran en las revistas y en la televisión. No es que su relación fuera precisamente de esas que hacen historia. De hecho, apenas se limitaba a alguna comida, fiestas y algo de sexo, si sus agendas se lo permitían. Desde luego, no eran fieles y leales hasta la muerte, ni siquiera estaba seguro de poderla llamar «novia», francamente, tenía más relación con Mason que con ella, excepto en lo del sexo… en eso no. Pero claro, las cosas se veían de una manera diferente en su cabecita desde que había comenzado a sentirse mal. Aquella noche, Daisy había mostrado una pequeña arruguita de preocupación en su perfecto rostro mientras le preguntaba qué le pasaba, le había dado un beso de buenas noches y un vago «te llamo mañana», lo bastante alto para ser captado por una reportera que pasaba junto a ellos. Nada nuevo, y sin embargo… ¡Para qué engañarse, hubiera deseado más calor!

Y, a pesar de sus negativas, le hubiera venido bien tener compañía esa noche, especialmente cuando despertó tirado sobre el suelo de la cocina, con el pómulo hinchado y un dolor insufrible de cabeza. La había ansiado, sí, una compañía bien distinta a la que solía recibir. Algo de eso que llamaban maternal y que él apenas había conocido, quizás simplemente necesitaba calor humano. Un calor humano auténtico, ajeno a cifras en su cuenta bancaria, a estadísticas de taquilla o incluso a su aspecto físico.

En ese momento, quizás al pensar en eso del calor, le vino a la memoria el mensaje que había recibido hacía dos noches de su chica misteriosa. Una sonrisa involuntaria le curvó los labios. ¿Habría leído su respuesta? ¡Quizás hasta le había contestado! No había tenido tiempo ni ánimos de abrir el correo desde entonces. Aprovecharía el descanso para ojearlo en el móvil…

—Daisy también se preocupa por ti, muchacho. —Mason interrumpió sus ensoñaciones—. ¿Me prometes que irás a ver a un médico?

Se miraron unos segundos, hasta que finalmente Jake se sintió conmovido y asintió en silencio. Sabía que probablemente al director le importaba un pito su salud, solo le preocupaba la película, pero se sentía tan extrañamente necesitado de estima esos días que abrazó esos resquicios de afecto con agradecimiento.

—Claro, viejo. Veré a un matasanos y estaré a punto para todos los actos de promoción, ya lo verás —respondió con una sonrisa—. Ahora voy a aprovechar el descanso para mirar mi correo, hace varios días que no lo hago.

—Bien, pero come algo también, tienes mala cara.

—¡A sus órdenes! —bromeó, cuadrándose. Aunque en realidad no tenía intención de comer nada, por supuesto. El empalagoso olor a flores silvestres del ambientador del plató le tenía el estómago revuelto.

Se retiró a un lugar más o menos tranquilo dentro del estudio y sacó el móvil del bolsillo de su chaqueta. Curioso, no había recordado a Made in Heaven después de escribir su respuesta, pero de repente sentía una gran impaciencia por comprobar si le había contestado. ¿Qué habría sido de ella? ¿Le habría ido bien aquel día? Y, lo más inquietante… ¿por qué narices sentía cosquillas de ilusión al pensar en ella? Quizás se debiera a eso de lo que le advertían en el maldito informe que recogió de la clínica: posibles cambios de humor y personalidad. Lanzó un suave gruñido, con un pellizco de inquietud mezclado con el de la ilusión. Pensó que si no perdía la cabeza por la enfermedad, lo haría por su gilipollez crónica y su manía de darle demasiadas vueltas a las cosas.

En ese momento le pareció percibir algo así como un desagradable olor a humo, como si alguien estuviera quemando papeles en algún sitio. Miró a su alrededor y, al no ver nada, optó por ignorarlo y volver a su móvil, por desgracia, justo cuando iba a entrar en internet, el aparato vibró en su mano, sobresaltándolo.

—Perfecto —escupió, echando una mirada al número. Se relamió los labios con nerviosismo; siempre podía evitar contestar… «Y seguir esquivando la realidad, como un auténtico cobarde», se dijo. Resopló y descolgó—. ¿Sí?

—¿Señor Smart? —preguntó una voz femenina al otro lado.

—Soy yo.

—Buenas tardes, señor Smart. Soy Margaret, de la clínica Spring. Le llamaba para cerciorarme de que leyó usted el informe y las recomendaciones del doctor Marshall.

—Sí, sí, lo hice…

—¡Estupendo! Al doctor le gustaría verlo cuanto antes y comentar con usted los resultados de ese MRI.

—Lo comprendo, pero estoy bastante ocupado estos días y…

—¿Jake? —lo interrumpió una voz masculina al otro lado de la línea.

—Buenas tardes, doctor —saludó con un suspiro resignado.

—Me parece que realmente no has entendido lo que ponía en el informe, chico.

—Sí, le aseguro que lo he entendido —murmuró, inseguro, comenzando a sentir de nuevo el miedo que trataba de mantener a raya.

—¡Y un cuerno! —gritó el médico—. Si eso fuera así no habrías salido corriendo antes de que yo hablara contigo. Han pasado dos días y no te ha dado ni siquiera por llamar.

—Yo…

—Jake, entiendo que estés asustado, pero esa no es la mejor actitud —expuso el hombre, suavizando la voz—. Aún no estamos seguros de nada, hay que hacer más pruebas.

—Lo sé, pero el trabajo me tiene completamente ocupado hasta dentro de dos semanas.

—Jake, muchacho… Dos semanas podría ser demasiado tiempo según qué casos.

Ambos guardaron silencio unos instantes. Jake cerró los ojos y trató de serenarse. Se estaba comportando como un niño. ¡Menudo cobarde!

—Está bien —cedió al fin con un suspiro—. Dígame cuándo puedo ir a verlo.

—No, dímelo tú, pero que sea mañana mismo. No me importa si es por la noche, pero tengo que hacer esas pruebas cuanto antes.

—Lo sé, lo sé… Pero… he leído que tendrán que perforarme la cabeza. Me va a ser un poco difícil esconder algo así hasta que acabe el rodaje, doctor.

—¿Leído? —gruñó el médico—. ¡Ah!, los pacientes os creéis más expertos que nosotros. ¡Cuánto daño hace internet a veces!

—¿No me harán una biopsia? —preguntó esperanzado.

—En principio me gustaría estudiar cómo está afectando ese tumor a tu cerebro. Pruebas de reflejos, respiratorias, de memoria…

—Recuerdo perfectamente el guión…

—Esa es buena señal, así que, ya ves.

—Supongo —sonrió—. Está bien, mañana termino a las siete de la tarde, ¿le viene bien?

—Te estaré esperando —respondió el doctor Marshall—. Y, Jake, una cosa es darle la importancia que se merece y otra bien distinta obsesionarse por ello, ¿de acuerdo? Aún no sabemos nada claro, así que mantén la calma.

—Lo intentaré.

Cortó la comunicación y se quedó un momento con los ojos cerrados, esperando a que su corazón se calmara un poco. Tragó aire y lo soltó entrecortadamente.

—¡Se acabó el descanso, chicos! —gritó Mason, dando imperiosas palmadas.

Jake se puso en pie y se acercó a la maquilladora para recibir unos retoques, tratando de acallar cualquier maldito temor, cualquier maldito dolor, repasando mentalmente a la perfección su parte del guión y repitiéndose que aquella, en efecto, era una buena señal.

—¡Joder, sí que ha faltado poco! —refunfuñó Amon desde su plano, comprobando satisfecho cómo el actor se olvidaba por completo del dichoso mensaje de Celeste para centrarse en sus propios problemas.

Miró a su alrededor con aire culpable, temiendo encontrarse con una furiosa Gabi junto a él. Si se enteraba de que había intervenido se cabrearía muchísimo, pero merecía la pena correr el riesgo. Quería ganar esa apuesta, una oportunidad única para pasar una noche con ella y demostrarle que iba en serio. Se frotó las manos con una sonrisa soñadora. Sí, tenía que ganarla, y la impaciencia por tenerla en sus brazos le llevaban a querer terminar pronto con el juego. Si cortaba el rollo de los mensajitos la cosa nunca llegaría más lejos y pronto estaría disfrutando de una maravillosa velada con su ángel sexi.

Con un chasquido de sus dedos y una enorme sonrisa de demonio travieso, se esfumó del plató regresando a sus quehaceres, completamente seguro de que Jake Smart tendría cosas más serias en las que pensar después de visitar la clínica. ¿Quién recordaría a una fan deprimida que te escribía vía Facebook, cuando tu vida podía tener los días contados?