Hacía calor. Demasiado. Las luces estroboscópicas se movían de aquí para allá, creando dibujos de colores en las paredes, suelo y techo de aquel antro. El ambiente era opresivo. Olía a sudor, a alcohol y a sexo. Debía de estar a punto de amanecer, aunque nada en el interior del local indicaba la hora, una vieja estrategia para desorientar a los clientes. Era difícil entender cómo la gente podía estar allí durante horas, gastando su dinero, su tiempo y sus hígados. Decenas de cuerpos se movían en la pista de baile sinuosamente, insinuantes, algunos incluso demasiado insinuantes. Sí, aquel podía ser un buen motivo para pasar las horas en un sitio como ese. Chicas en mini-mini faldas, restregándose contra chicos con mini-mini camisetas, ambos demasiado ebrios para importarles el espectáculo que daban.
—¡Joder qué calor! —bufó el hombre cuando la despampanante rubia se sentó junto a él en la barra.
Ella lo miró con las cejas alzadas y una sonrisa petulante y arrebatadora, mientras se apartaba la melena de la cara.
—¿Cómo puedes tener calor tú en un lugar así? —le preguntó, dando un largo trago a su copa, pasando después la lengua por sus labios llenos solo para provocarlo. Su sonrisa se ensanchó cuando vio aquellos impresionantes ojos negros clavados en su boca, tal como ella pretendía.
—¿Por qué no voy a tener calor? Es agobiante este sitio, no hay aire y apesta. Lo que no entiendo es cómo te gusta a ti. —La miró y torció la boca al comprender de repente—. ¡Ah, vale, ya lo cojo! Ja…ja…ja.
La chica soltó una carcajada que sonó como las campanitas de una tienda en campaña navideña.
—Graciosa, sí —masculló él, vaciando su copa de un trago y haciendo una señal a la camarera para que la volviera a llenar—. Creía que odiabas los tópicos, pero al parecer conmigo te divierten, ¿no? Para tu información, no hace calor en el infierno. ¡Qué coño! Ni siquiera hay infierno.
—Solo era una broma, Amon, no te pongas melodramático. No deberías beber tan deprisa.
—¿Por qué no? —preguntó, vaciando de nuevo su copa solo para picarla, ella resopló y sacudió la cabeza. Acto seguido, la copa volvía a estar llena por arte de magia.
—¿Qué haces? —se escandalizó la mujer—. ¡Ten cuidado, idiota, alguien podría verte!
Amon soltó una carcajada que en absoluto sonó tan agradable como la de ella.
—¿Quién va a verme aquí, Gabi? Está todo el mundo borracho, drogado o demasiado salido para fijarse en mí.
—Y ese es el motivo por el que estás tú aquí, ¿no?
—Por supuesto, aunque hay sitios mejores, sin duda. Dime, ¿por qué te gusta a ti? —volvió a preguntar, mirando con cara de asco a una pareja que se metía mano descaradamente a un metro de ellos.
—No es que me guste, es cuestión de trabajo. Si tú andas por aquí… —Se encogió de hombros, como si eso lo explicara todo.
Amon le lanzó una sonrisa lobuna y se inclinó para tener su cara a solo unos centímetros de la suya.
—¿Estás reconociendo lo que ambos sabemos ya, que estás loca por mí y no desaprovechas la oportunidad de estar cerca?
—Es bonito soñar —le espetó, empujándolo con una mano para apartarlo—. Suelo venir a menudo por aquí. Hay mucho vicio, sí, pero también muchas almas arrepentidas después. Es bueno que tengan a alguien cerca dispuesta a ayudarlos.
—¡Bah! —Amon volvió a reír y señaló de nuevo a la pareja, que habían pasado a palabras mayores y se retiraban al servicio sin dejar de comerse la boca—. Ese tío lleva casado solo cinco meses, y no con ella, precisamente. Su esposa está en el hospital, cuidando a su madre enferma. La mujer… —Levantó el labio con repugnancia—. Bueno, si le queda algo de pasta al tipo después de haberlo desplumado esta noche, piensa robársela cuando se lo cepille en el baño. Y… —Entrecerró los ojos como si estuviera escuchando una conversación—. Nop, Gabi, ninguno de ellos está ni una pizca arrepentido.
—El que esos dos no lo estén no quiere decir que otros no vayan a necesitar mis servicios —contestó ella con calma, sin dejarse picar—. ¡Oye, pareces cabreado! ¿No debería alegrarte todo esto? El pecado y el vicio, de eso vives, ¿no?
—¿Y he dicho yo que no me alegre?
—No pareces muy feliz con tu destino…
Amon soltó una carcajada y golpeó la barra sacudiendo la cabeza. Gabi lo miró con una ceja alzada, dando golpecitos con sus perfectas uñas sobre su copa, esperando con paciencia a que parara de reír.
—Uf, tía, esa ha sido buena, sí —dijo al fin, limpiándose las lágrimas de la risa—. ¿Me estás camelando?
—¡Ya quisieras tú! —bufó, aunque no pudo esconder su sonrisa traviesa.
—¡Me estabas intentando camelar! —volvió a reír—. ¡Oh, preciosa! Después de tantos años, parece mentira que no me conozcas.
—Te conozco…
—Pues entonces sabes bien que me encanta lo que soy y adoro mi trabajo. No cambiaría mi naturaleza por nada. El mundo es malo, Gabi —anunció, palmeando su espalda—. Acéptalo y vente tú a mi lado, cariño, verás como es más divertido.
—¡El mundo no es malo! —exclamó ella—. ¡Sois vosotros los que hacéis que la gente se comporte así!
Amon soltó otra carcajada y esta vez no tuvo más remedio que acompañarlo.
—¡Oh, cariño, eres tan divertida! —Rodeó su cintura con el brazo y se pegó a su cuerpo de manera bastante íntima—. Si tú quisieras podríamos pasarlo tan bien juntos…
—Quita esa mano, demonio —le riñó ella sonriente, apartándole la mano que había llegado hasta su redondo trasero—. Vale, reconozco que no sois responsables de toda la maldad, pero no estoy de acuerdo contigo en eso de que el mundo es malo en general. Hay cosas realmente hermosas aquí. —Él bufó en respuesta—. ¡Es cierto! ¿Me tienes por una estúpida?
—¡Oh, no, por favor! Sabes que te adoro, a pesar de ser un maldito ángel eres la mujer de mi vida. —Amon le sonrió y volvió a estrechar su cintura, Gabi no lo apartó esta vez.
—Pues entonces sabrás que no haría lo que hago si no estuviera segura de que merece la pena.
—Nah, lo que creo es que tú crees que merece la pena; pero no, amor, no hay nada bueno en el mundo.
—¿Qué me dices de un ángel y un demonio tomando copas en una discoteca como amigos?
—Eso es simple atracción, pura y dura, pequeña. Yo te deseo y tú a mí, aunque te empeñes en negarlo —respondió con sencillez. Gabi volvió a retirar su mano y él se desahogó bebiéndose de nuevo su copa—. ¿Por qué los ángeles sois tan mojigatos? Si os abrierais al sexo descubriríais todo un mundo nuevo, en serio.
—¿Quién está ahora hablando de tópicos? —espetó ella, con los brazos en jarras y una enorme sonrisa provocativa en los labios—. Lo del ángel casto y puro pertenece a los cuentos, Amon, tú deberías saberlo.
—¿Cómo voy a saberlo si siempre me rechazas?
—Estás probando con el ángel equivocado, amigo —rio.
—¡Oh, no, en absoluto! —murmuró el demonio con una sonrisa seductora y los ojos brillantes—. Estoy probando con la correcta.
Ella se limitó a chascar la lengua y sacudió la cabeza. Dio un nuevo trago, tratando de ignorar ese brillo que le hablaba de mil promesas, todas ellas demasiado tentadoras para obviarlas. ¡Los demonios no deberían ser tan apuestos! Era injusto para el mundo. ¡Amon no debería ser tan absurdamente guapo! Había que ser de piedra para no querer dejarse convencer por sus mentiras.
—¿Apostamos algo? —soltó de repente, tratando de llevar su mente por otros derroteros menos peligrosos que quedarse idiotizada contemplando los labios de ese astuto demonio.
Amon la miró con los ojos como platos y la boca abierta. Sacudió la cabeza como si le hubieran golpeado y se llevó una mano al pecho con teatralidad.
—¡Oh, por todos los infiernos! —exclamó— ¡Un ángel apostando con un demonio! Seguro que se abre el suelo en cualquier momento y te traga.
—¡Vete al infierno! —espetó ella, sonriente, dándole un empujón.
—Fácil, soy un demonio —se burló.
—Pues vete a la mierda entonces. —Amon soltó una carcajada—. ¡Ok! ¿Apuestas o no?
—¿Qué quieres apostar?
—Te apuesto a que hay cosas buenas en el mundo.
—Demasiado vago —resopló—. Concretemos.
—El amor, por ejemplo, el amor es algo precioso y bueno. Creo que es lo mejor que tiene el mundo, los humanos.
—Bah, el amor dura menos de cinco meses. Luego acaba en el retrete de una discoteca de mala muerte —expuso él, refiriéndose a la pareja de antes.
—No, en absoluto. Si es verdadero, el amor siempre vence y dura eternamente, más allá de la muerte, incluso.
—Por favor, qué esclavitud…
—¡De eso nada! Es algo precioso y está en este mundo —dijo Gabi, abriendo los brazos como abarcándolo todo.
—Ok, cariño, pues demuéstralo. Apostemos eso. Tú dices que el amor verdadero existe y que siempre vence; yo digo que el amor se va por el retrete cuando se enfrenta a las dificultades de esta mierda de vida.
—Perderás —aseguró ella, cruzándose de brazos con seguridad.
—Lo veremos, no me gusta perder —expuso Amon, estrechando los ojos—. Yyyy, ¿qué nos apostamos?
—¿No te basta con saber que has ganado? —preguntó Gabi fingiendo inocencia.
—Pues no, no hago tratos si no hay un premio esperándome, nunca.
—Lo suponía. A ver… ¿qué te parece…? ¡Un deseo! El que gane puede pedir un deseo al otro y este deberá concedérselo.
—¿Cualquier deseo? —preguntó el demonio con los ojos iluminados por la lujuria y una sonrisa de depredador. Ella resopló y se echó la melena sobre el hombro con chulería.
—Eres taaan predecible. Sí, cualquier deseo. Fíjate, tan segura estoy de que voy a ganar.
—Bien, allá tú. ¡Qué pasada! ¿Ves? Ahora sí que merece la pena el juego.
—No es un juego —insistió el ángel con voz cansina.
—Muy bien, como tú digas. Ya imaginas cuál es mi deseo, ¿no? Una noche contigo. Una completa, ¿eh? Con cena, cine, copa…
—Y sexo —terminó poniendo los ojos en blanco.
—Pues claro, pero quiero el lote completo —advirtió.
—En plan romántico, ¿no?
—Yo te amo, nena, no sé cuándo vas a creerlo de una vez —murmuró él con tono juguetón. Gabi bufó.
—Ok, de todas formas no vas a ganar.
—Vale, lo que tú digas —rio—. ¿Y cuál es tu deseo?
—Lo pensaré cuando llegue el momento.
—En fin, supongo que no importa, ya que ganaré yo. Y bien, ¿cómo lo hacemos?
Gabi lo pensó durante un rato y sus ojos azules se iluminaron de repente con el destello de una idea.
—Tomaremos a una pareja que esté destinada a estar junta.
—¿Destinada? —preguntó el demonio, perplejo—. ¿De verdad existen esas cosas?
—¡Pues claro! Tomaremos a una de ellas, una de las que han nacido con el hilo rojo atado a sus dedos, para que lo entiendas. Se lo pondré difícil y al final verás cómo triunfa el amor.
—¡Ja! ¿Me tomas por tonto? ¿Qué harás, romperle una uña a ella y provocarle diarrea a él? No, amor, yo se lo pondré difícil y después veremos si triunfa ese amor tuyo.
Gabi se mordió el labio, pensando durante un instante antes de asentir con la cabeza.
—De acuerdo, yo elijo la pareja y tú se lo pones difícil —concedió al fin.
—Bien, eso es… ¡No, espera! —gruñó el demonio, señalándola con un dedo acusador y con una sonrisa de desconfianza—. No me fío de ti.
—¡Por favor, soy un ángel!
—Por eso mismo. No, tú elegirás a la pareja, pero tiene que ser algo complicado, no me vayas a coger a una de esas que tienen firmado el matrimonio desde antes de nacer y son vecinos, ya me entiendes… ¡Tiene que ser difícil o paso de jugar!
—¡No es un juego, idiota, es una demostración! Pero está bien, lo capto, algo complejo, ¿no? Y encima lo complicas… No parece muy justo para mí.
—Según tú, no hay problema si el amor es verdadero —se burló Amon—. Pero vale, si lo hacemos así, te concedo algo, puedes dar un empujón para iniciar la relación. ¡Solo un empujón para empezar, nada más!
—Veamos, una pareja complicada, tú metiendo cizaña y yo obtengo un empujón para iniciarlo, ¿no? —enumeró el ángel con fastidio—. Sigo sin verlo claro.
—¡Tienes el amor verdadero! —exclamó Amon teatral, riendo—. Vas a ganar, eres un ángel —continuó burlándose.
—Está bien, está bien —claudicó la mujer al fin—. Eres un cabronazo. ¿Por qué me da la impresión de que me estoy metiendo en la boca del lobo?
—Estás pactando con el diablo, mi vida, ¿qué esperabas? —Miró al techo con el ceño fruncido cuando cambió la música, una terrible versión discotequera de un clásico de Queen—. ¡Joooder! ¿Qué coño es ese horror? Uf, si Freddie Mercury levantara la cabeza…
—Ok.
Gabi chascó los dedos y se esfumaron de la discoteca en un parpadeo. Aparecieron de repente en una sala blanca de paredes casi resplandecientes, completamente vacía a excepción de una pantalla plana enorme que parecía flotar en el centro, proyectando un centenar de imágenes de personas.
—¡Hostia! —exclamó el demonio—. ¡Qué pasada de sitio! ¿Es aquí donde maquináis los ángeles?
—No, es la sala que acabo de inventar para negociar contigo. Además, ¡los ángeles no maquinamos!
—Oye… ¿y no te meterás en líos por pactar conmigo?
—¡Ey, nada de pactar! Estamos haciendo una apuesta, una demostración.
—Sí, sí, como sea —quitó importancia Amon, mirándola con preocupación—. Pero lo digo en serio, Gabi. No querría que tuvieras problemas por mi culpa.
El ángel lo miró, sintiendo un curioso aleteo en el estómago. Tragó saliva, un poco incómoda y bastante conmovida.
—No me meteré en líos, Amon —le dijo—. Nadie tiene por que enterarse, no es que vayamos a provocar una hecatombe, ¿no?
Podría haberle dicho entonces que una de las acciones peor vista entre los suyos era la de relacionarse con los demonios. Eso de tomar copas, apostar… Bueno, era algo bastante arriesgado, si la pillaban se metería en serios problemas; pero Gabi siempre había tenido una especie de debilidad hacia Amon, algo que no se detenía demasiado a analizar, pero que indudablemente existía.
—Ok, si tú lo dices…
—Sí. —Lo miró con un brillo travieso en los ojos—. Ya que te gusta Queen…
—¡Queen no te gusta! Queen se lleva en la sangre.
—Ok, ok —rio Gabi—. Bueno, pues que sepas que en realidad le importa un bledo.
—¿El qué y a quién? —preguntó Amon frunciendo el ceño, sin comprender.
—A Freddie Mercury. Es feliz en el paraíso. Le satisface saber que su legado sigue vivo, aunque sea en forma de basura como la que hemos escuchado antes, pero lo cierto es que es bastante pasota respecto al mundo ahora.
—¡Joder! —jadeó él, mirándola con incredulidad—. Tú… ¡No te creo! No has hablado con él…
—Nop, está muerto, por Dios, ni que fuera una médium —exclamó, mientras seguía buscando imágenes en la pantalla. Finalmente eligió una y la amplió. En ella se veía a una jovencita de unos quince años—. Las almas se hacen sentir, pero eso es algo que no puedo explicarte, así que ahórrate las preguntas.
Tomó una segunda imagen y la situó junto a la de la joven. Se trataba de un apuesto muchacho de ojos verdes. Gabi se apartó un poco y sonrió satisfecha, haciéndole señales a Amon para que se acercara.
—¿Son los elegidos? —preguntó sonriente.
—Así es. Complejo, como tú querías. De hecho, ni siquiera tenía previsto unirlos en esta encarnación, demasiado difícil. Pero todo sea por la demostración.
—Eres mala. Y luego dicen que los demonios…
—¡No les va a pasar nada malo, solo voy a adelantar este amor una vida! —se defendió.
—Vale, cuéntame por qué es difícil.
—Celeste es una adolescente de catorce años normal y corriente. Noble, honrada y con una luz que la hace especial. Vive en España. Jake es un joven de diecinueve años. Su madre era española, pero él nació y vive en Los Ángeles. Ella murió cuando tenía diez años y su padre se desentendió prácticamente de él. Se educó en un internado, hasta que lo descubrió un agente. Actualmente es el actor de moda entre las jovencitas. Pronto va a estrenar su segunda película, pero está destinado a convertirse en uno de los más cotizados y deseados. Celeste lo adora, tiene su dormitorio empapelado con fotos suyas. Está enamorada hasta las trancas, enamorada de verdad, nada de ese amor platónico de adolescentes chillonas. Como ves, Celeste lo tiene muy, pero que muy difícil para tener la oportunidad de encontrarlo siquiera. Pero si lo hicieran, si se encontraran… Jake y ella tienen ese hilo rojo, así que estoy segura de que, por mucho que trataras de joderlos, acabaría ganando el amor.
—Eso crees, ¿no? —Amon se frotó las manos con un brillo cruel en sus bonitos ojos negros—. Lo veremos. La adolescencia… Aburrida que te cagas. ¿Por qué no nos la saltamos?
Ella lo miró, meditando la respuesta. Suspiró y asintió.
—Creo que será lo mejor, adelantaremos esto un poco, por algo somos seres sobrenaturales. De todas formas, no están destinados a estar juntos hasta dentro de diez años.
—Vale, meteré mi mano ahora para que las cosas se vayan fraguando y formando tal y como deseo, y después tú y yo saltamos en el tiempo para verlos en la época que importa, ¿te parece bien?
—Ok.
—Pues allá va. ¡No quiero pegas! ¿Estamos? Has aceptado el trato y no acabará hasta que esto termine. Sin intervenciones, ¿eh? Si alguno interviene o se rinde antes de tiempo, tendrá que pagar el doble —le advirtió el demonio, estrechando los ojos con malicia.
—¡Soy un ángel, tengo palabra! En cualquier caso, todo el mundo sabe que un ángel no puede meter mano en las acciones de un demonio…
—Ya, tampoco los demonios podemos hacer nada con los tejemanejes de los tuyos, pero eres una chica lista, hay formas más sutiles de intervenir. ¡Prohibido intervenir!
—Tengo palabra, Amon —repitió Gabi con voz cansina—. Solo confío en que tú seas igual.
—¡Ok, venga, que voy!
Amon alzó sus manos al aire y un remolino de negrura se formó entre sus dedos. Le dio vueltas y vueltas, apartando algunos ramilletes de humo oscuro y desechándolos, valorando otros, pensando cuáles serían las mejores complicaciones para esos dos. Después de un rato, su mirada se iluminó y su sonrisa se ensanchó. Tomó varios puñados de hilos grises y los entretejió con maestría hasta formar dos tramas complejas de humo y oscuridad. Cuando las tuvo terminadas, las contempló con orgullo.
—¡Oh, eres un hijo de puta! —exclamó Gabi, indignada, al ver lo que tenía preparado para la pobre pareja—. ¡Eso es trampa!
—No lo es y lo sabes. No hay nada en nuestro trato que me impida hacer esto. —Se dispuso a lanzarlos contra la pantalla, pero Gabi se colgó de su brazo para detenerlo. Él la miró con una ceja alzada y sonrisa ladina—. ¿Te rindes ya? Pues tendrás que pagarme con el doble de lo acordado, amor. Para mí será tooodo un placer.
—No, no… pero… —Gabi se debatió con su conciencia antes de suspirar resignada. No le gustaba perder, y menos sin luchar—. Está bien, pero, por favor, solo hazme una promesa, ¿vale? Aunque no tenga que ver con la apuesta. Amon, prométeme que al menos les concederás una oportunidad de ser felices, más allá del amor, que estoy segura de que triunfará; pero esto… Dime que al menos tendrán una vida plena, por favor.
El demonio la miró, recreándose en esos preciosos ojos azules que lo cautivaban, en sus labios gruesos y deseables que lo volvían loco, y esa dulzura que tanto deseaba probar. Le acarició la mejilla con la yema de los dedos y le sonrió con ternura.
—¡Pues claro que sí, cariño! —la tranquilizó—. No soy un monstruo, ¿sabes?
—Amon, eres un demonio. —Él soltó una carcajada antes de lanzar su tejido de oscuridad sobre las imágenes sonrientes de la pantalla. Gabi se mordió el labio con nerviosismo—. Bien, allá vamos.
—Allá vamos —confirmó él, la cogió por la cintura y chascó los dedos.
El mundo giró y se sacudió un poco mientras daban un salto en el tiempo. La pantalla reflejaba ahora la imagen de dos personas adultas y apuestas, ambas cargadas de unos problemas terribles, que podrían haber evitado si un ángel y un demonio no se hubieran puesto a beber y a apostar de madrugada, en una discoteca de mala muerte, diez años atrás.
—Me toca mover —dijo Gabi mirando al demonio. Él le hizo un gesto con la mano y una pequeña reverencia, animándola—. Bien, pues que empiece el juego.
Se esfumó de la habitación, dejando tras de sí una estela de luz plateada y olor a flores silvestres. Amon aspiró hondo con los ojos cerrados y expresión extasiada. Sonrió y sacudió la cabeza.
—Creía que no se trataba de un juego —murmuró, antes de chascar los dedos y desaparecer también él, dejando un rastro desagradable como de papel quemado.