7
Detrás de ti, hay máscaras. En ti, no hay nada.
GEORGES PEREC
1, junio
Hace mucho calor mientras te masturbas frenéticamente pensando que tu querida psicóloga y tú folláis durante la hora de consulta, y nada más terminar os ponéis una raya. Tienes que cambiar de terapeuta, pero echarás de menos su voz. Su calmada voz. Su tranquilidad. Su confianza. Su rítmico y pausado tempo al decirte que eres un luchador y que nunca vas a dejar de luchar. Sus frases de autoayuda barata que a tantas personas les funcionan. Eres inteligente, te decía, mucho y desde muy temprano. ¿Inteligente, tú? Empiezas a pensar que todo el que cree que eres inteligente es bastante idiota, o bien que el idiota eres tú por no darte cuenta del potencial que llevas dentro. La autoayuda ha empezado a hacer mella.
4, junio
Has vuelto a ver a Lucía. Estuviste con ella en Cádiz cuando saliste huyendo de Madrid. Te compraste una grabadora, le pediste prestado el coche a tu hermana mayor, llenaste una maleta con esos libros que siempre quisiste leer y te fuiste de la ciudad sin llamar a nadie ni despedirte de tus padres. A punto de llegar a tu destino fuiste consciente de que se trataba del primer viaje en toda tu vida que habías emprendido por tu propia iniciativa, sin motivo aparente y, sobre todo, sin fecha de caducidad. Era un principio, una oportunidad para empezar de cero en otro lugar.
Allí, en Cádiz, empezaste a vislumbrar una trágica y maravillosa revelación literaria tomando un café que te costó un euro con veinte céntimos. Era verano. Te habías levantado tarde y habías encendido el ordenador. Estabas escribiendo una novela que aún hoy, cinco años después, no has logrado terminar. Lucía, la mujer con la que vivías entonces, llegó del trabajo pasado el mediodía y, sin saber muy bien por qué, empezasteis a discutir. Saliste a la calle para rehuir el enfrentamiento y te resguardaste del sol en una terraza. Eran las dos de la tarde, hacía mucho calor y no tenías nada que hacer. A ratos mirabas el mar, un mar terriblemente estancado; a ratos leías La vida exagerada de Martín Romaña, de Alfredo Bryce Echenique; a ratos dejabas que la vida pasara por delante de ti como quien ve pasar un tren: con sistemática melancolía hacia lo que le depara su destino. A ratos fuiste feliz. A ratos, por supuesto, no lo fuiste en absoluto.
En aquella terraza empezaste a ser consciente de que tu vida no era ni mucho menos tan interesante como habías imaginado. No era ni la mitad de interesante que la vida exagerada de Martín Romaña. Tu primera reacción fue de consternación. La segunda, en cambio, fue de agradecimiento hacia el señor Bryce Echenique y hacia los escritores que tienen vidas interesantes o que saben hacer que su vida parezca interesante y por lo tanto consiguen que nuestra vida sea también interesante, conmovedora e infinitamente más divertida que cualquier cosa que pudiera ocurrir en Cádiz a lo largo de ese verano. A pesar de esta certeza iluminadora, durante el tiempo que estuviste allí te resististe a la evidencia y día tras día seguías escribiendo.
El respeto y la admiración hacia el escritor Bryce Echenique no te impidieron empezar a vislumbrar la trágica y maravillosa revelación literaria que sólo ahora, mucho tiempo después, has comprendido del todo. Mientras estabas sentado en esa terraza, mirando el mar y leyendo y etcétera, comenzaste a sentir el peso de la tradición, el peso de todos los libros y de todas las literaturas y de todos los hombres y mujeres que habían escrito antes que tú obras magníficas y eternas, muchas de las cuales tú no habías leído todavía y algunas más que posiblemente no ibas a leer jamás. Ese peso, muy leve al principio, fue creciendo hasta hacerse insoportable, como la culpa por traicionar a un amigo. ¿Cómo podías convertirte tú en un gran escritor si no habías leído esos libros, y a lo mejor no los leías nunca, y además bebías demasiado y tu estilo narrativo imitaba el estilo de los escritores que admirabas, como el del propio Bryce Echenique, y tu memoria retenía detalles sin importancia, como el precio del café, pero olvidaba las lecciones vitales, como reponerse ante la adversidad, y tampoco eras perseverante y no eras demasiado valiente y además no tenías amigos que te pudieran dar consejos o pistas o al menos presentarte a editores y escritores que sí lo hicieran, y para colmo de males habías logrado enemistarte con la mujer que te alojaba en su casa y que era la única persona que te aguantó durante aquel desesperante verano?
Has vuelto a ver a Lucía. Desde que te marchaste de Cádiz fueron pasando cosas, cosas que hicisteis vosotros y otras cosas que escapaban a vuestro control y que os llevaron a separaros igual que antes os habían juntado. No habéis hablado mucho de aquello. En realidad no habéis hablado mucho de nada. Le has regalado un ejemplar de La vida exagerada de Martín Romaña, el libro que leías aquella tarde en una terraza de Cádiz mientras tomabas un café por un euro con veinte céntimos y empezabas a vislumbrar una trágica y maravillosa revelación literaria que sólo ahora se muestra en su totalidad: que la literatura no es una materia objetiva ni inmutable, que la literatura está viva, crece, muta, funda linajes y tronos y derriba reyes y reinados, que cualquier escritor puede resultar interesante un día y mortalmente aburrido esa misma noche, y que la literatura es un juego muy serio, posiblemente el más serio de todos, y también, desde luego, el más inútil, el más burlón.
¿Por qué seguir escribiendo y leyendo cuando hay tantas mujeres solas caminando por la calle y tantos hombres solos buscando pareja por internet? Bryce Echenique lo expresó así en la dedicatoria que precede al libro que le has regalado a Lucía: A Silvie Lafaye de Micheaux, porque es cierto que uno escribe para que lo quieran más.
¿Qué harás si al final de todo descubres que la literatura se reduce a eso?
5, junio
Cualquier texto es mejor que la vida real porque en una ficción siempre habrá más sentido y verdad que los hechos insustanciales de la cotidianidad. Estás harto de escribir este Diario de un cocainómano, estas Confesiones de un madrileño consumidor de cocaína, esta Historia de un cocainómano contada por sí mismo, este Autorretrato con cocaína, esta lucha desesperada por salir adelante. La literatura ¿podrá salvarte? ¿Qué o quién lo hará? ¿Existe la salvación? ¿Está a tu alcance?
9, junio
Has vuelto a darte un homenaje de cocaína, alcohol y ansiolíticos. Ahora que no ves a la psicóloga te resulta menos penoso. Un segundo antes de quedarte dormido, en ese instante de lucidez y clarividencia que precede al sueño, entiendes por qué tantos suicidas elijen este fácil y agradable método para quitarse de en medio. No mancha, no duele y te permite la posibilidad de disfrutar al máximo tu última fiesta. Te preguntas cuándo y dónde será la tuya.
11, junio
Las resacas cada vez te duran más, a veces varios días. Todas ellas son nefastas, pero en medio de algunas de ellas algo se agita en tu interior y te obliga a recordar instantes de la vida en La Majada, momentos que podrías llamar de felicidad si no te diera miedo, respeto y asco dicha palabra. Las noches que te pasaste escribiendo hasta el amanecer que auguraban los pájaros y entonces salías a dar una vuelta por la oscuridad minutos antes de que saliera el sol. Los paseos con tu viejo chucho al atardecer, dos seres solitarios que apenas se mezclaban con el resto de los seres vivos. Alguna comida en familia riéndoos a mandíbula batiente después de que tu padre contara un chiste logrado. Alguna cena con María cuando estabas solo en casa porque tus padres se iban para dejarte tranquilo el fin de semana. Ayudar a tu madre a colocar la compra en la nevera y en los estantes de la cocina mientras tu padre preparaba un aperitivo. Nadar en la piscina municipal y tumbarte en el césped al sol, sin nadie alrededor, a la hora de la comida, mirando el cielo azul y pensando en los buenos amigos que tuviste. Despertarte tarde para ir al trabajo y escuchar el sonido del exprimidor porque tu madre estaba preparándote un zumo de naranja. Algunos buenos libros leídos en la cama. Poner el punto y final a dos o tres relatos que creíste memorables y que ya no recuerdas. Escuchar una canción de Bon Iver mientras tomabas el primer café del día y fumabas un cigarrillo de liar. Rodear la vieja fábrica una noche de luna llena fumando un porro de hachís. Correr por las calles escuchando Arcade Fire mientras estaba anocheciendo y luego disfrutar de una larga ducha de agua caliente. Volver a casa con una hamburguesa y mirar la televisión con la mente en blanco un día de resaca. Salir de la librería y sentarte en un banco donde aún daba el sol y leer a Coetzee y levantar la vista y pensar que tu vida no era una desgracia.
14, junio
Tienes que buscar un trabajo. Normalmente no te ha costado mucho conseguirlo, lo difícil siempre era mantenerlo. Sin ánimo de ser exhaustivo, recuerdas la cantidad de trabajos que has perdido por diferentes circunstancias, casi todas ellas relacionadas con el alcohol y las drogas. Al principio siempre empiezas con ganas. Trabajas durante un mes sin salir y luego no puedes más y llega el día en que te emborrachas hasta perder el sentido y al día siguiente no acudes al lugar de trabajo o acudes con una resaca de tres pares de cojones y entonces te echan. Algunas veces, incluso, te personaste en el trabajo borracho. Lo hiciste estando en un periódico universitario, trabajando en Telecinco, en una docena de bares, en una tienda de ropa, en una empresa de catering, lo hiciste cuando trabajabas en la Casa del Libro y también en FNAC. También dejaste tirado a un librero de bien en plena Feria del Libro. Te presentaste en una entrevista con una escritora alemana sin haber dormido después de haber estado toda la noche esnifando la peor cocaína de la ciudad. Lo has hecho tantas veces que hace mucho tiempo que dejó de tener gracia.
¿Lo volverás a hacer ahora que tienes una entrevista para trabajar en un bar moderno en pleno centro de Madrid?
17, junio
Lucía te dijo algo que ha estado dando vueltas en tu cabeza. Dijo: Yo sólo quiero un hombre que no me dé muchos problemas ni dolores de cabeza ni tormentos pasionales, aunque me cueste dinero, pero, eso sí, que al menos tenga una buena polla. Te preguntas qué pasaría si tú dijeras lo mismo de una mujer, que te vale con sus grandes tetas, si pasaría algo o si está claro que ya es lo normal, que todos deseamos eso, sexo de grandes proporciones con el mínimo riesgo para la salud mental.
21, junio
Dos jóvenes modernos conversan en la barra del bar donde estás esperando a que te hagan la entrevista.
—Y la gente dice que no entiende el arte contemporáneo. ¿Sabes por qué pintaban las paredes los hombres de las cavernas?
—No.
—No tenían por qué hacerlo.
—Ya.
—Ellos cazaban, recolectaban, follaban y sobrevivían.
—Entiendo.
—¿Por qué pintar en las cuevas?
—No lo sé.
—Ahí está la clave.
—¿Dónde?
—Era una necesidad.
—Ah.
—¿Quién necesita ahora el arte?
—Eso, ¿quién?
—¿Quién necesita ser artista?
—Yo no.
—A la mierda los artistas.
—A la mierda.
—¿Bajamos al baño?
—¡Por favor!
Te asusta descubrir tanto odio en tu interior, un odio que se manifiesta en grado sumo los días de resaca y las noches de insomnio. Odias al encargado que te hace la entrevista, odias a los modernos, odias a los cocainómanos, odias a tus futuros compañeros de trabajo, has llegado a odiar a tus hermanos y a sus familias, a tus amigos, a las mujeres que amaste, a tus sufridos progenitores. Hubo un tiempo en que no fue así, o al menos eso te gusta creer, un tiempo en que sólo odiabas a los políticos de derechas y a los jugadores rivales y no a tus seres queridos a los que quieres pensar que manifestabas respeto, comprensión y cariño. Sólo cuando estás drogado se disipa el odio y puedes seguir fingiendo que eres una persona normal. Pero no, está claro que no lo eres. Aunque tal vez, quién sabe, tal vez lo normal sea eso, la mezquindad, la ruindad, el odio y la rabia, y lo indeciblemente raro hoy en día sea sentir amor hacia las personas que nos rodean.
—¿Has traído la tarjeta de la seguridad social?
—Sí.
—Me has caído simpático, Daniel. El trabajo es tuyo.
25, junio
A veces te preguntas cosas extrañas sobre esos grandes escritores y mejores personas que nos enorgullecen a todos. ¿Cuántas veces se habrá ido de putas Arturo Pérez Reverte estando en esos lugares de Dios donde no había ley ni frontera? ¿Cuántos gramos de cocaína se tuvo que meter Javier Marías para escribir una novela tan larga y tan aburrida como Tu rostro mañana sin pegarse un tiro en medio de tal empresa? ¿Se dará Juan José Millás masajes tailandeses con final feliz para lograr esas impagables dosis de agudeza crítica y social que nos regala en cada una de sus columnas? ¿Habrá sentido Juan Manuel de Prada la tentación, paseando por las calles céntricas de la ciudad a altas horas de la noche, de meterse en un portal con un transexual dominicano? Preguntas, sin duda, de difícil respuesta, pero completamente pertinentes, o al menos así te lo parece a ti puesto que en estos momentos de exhibicionismo y rastreo existencial no crees que se pueda desligar la vida y las hazañas de un autor de su obra. El texto por sí mismo no le vale a nadie. Necesitamos saber si los autores son héroes o villanos para evaluar si son o no verdaderos escritores. Para contar cuentos de príncipes y dragones ya están los políticos, las series de televisión y la prensa. La literatura del siglo XXI exige algo más. Henry Miller escribió: la literatura del siglo XXI será autobiográfica o no será.
26, junio
Cada vez tienes menos claro por qué los escritores siguen escribiendo libros cuando ni aunque viviéramos doscientos años seríamos capaces de leer los miles de ellos que ya están escritos y que en cierto sentido son insuperables. Dicen los clasicistas que en las pocas tragedias griegas que han quedado de Sófocles, Eurípides y Esquilo está contenido el mundo. Algunos se atreven a decir que bastan La Ilíada y La odisea de Homero o unos cuantos Diálogos de Platón para entender al hombre, sus luchas y sus eternas dudas. Por supuesto, no hay que olvidar que con posterioridad escribieron libros inmortales tipos como Dante, Shakespeare, Cervantes, Goethe, Dostoyevski, Proust, Kafka, Joyce y puede que alguno más. Muy bien. Y ¿todo esto para qué si el libro más leído del año siempre es un novelón de Isabel Allende?
Ser escritor es un destino pobre para cualquiera. Entre la solemnidad y el ridículo uno se pasa la vida interpretando papeles que no acaba de entender. Son muchos, casi innumerables y no siempre excluyentes, así que uno se puede entretener de lo lindo jugando a ser el erudito, el académico, el autodidacta, el descarriado, el bohemio, el maldito, el plagiador, el plagiarista (que se parece al plagiador pero no es para nada lo mismo), el virtuoso, el insolente, el chupatintas, el lameculos, el simple contador de cuentos, el cuentacuentos (que se parece al contador de cuentos pero tampoco son lo mismo), el iluminado, el riguroso, el profesional, el sensacionalista, el escrutador de la realidad, el artista del hambre, el manipulador de las mentes, el domador de las emociones, el instigador de las masas, el ladrón de lágrimas, el buscador de tesoros, el arqueólogo de los textos, el luchador del lenguaje, el exégeta, el místico, el pornográfico, el payaso, el defensor de las causas perdidas, el baluarte de la excelencia, el inventor de palabras, el caballero de las letras, el adalid del exabrupto, el fanfarrón, el chistoso, el bufón de la corte (que se parece al chistoso pero…), el soñador, el activista, el pecador y el redentor de la humanidad.
Ortega y Gasset, hace casi un siglo, se preguntaba qué sentido tenía dar más libros superfluos a la imprenta. ¿Alguno de los libros que planeas escribir tú podrán escapar a este pobre destino?
27, junio
No te cuesta mucho encontrar un piso pequeño y no demasiado caro cerca del bar donde vas a empezar a trabajar. Has logrado salir del nido familiar una vez más, al menos eso debería hacerte sentir bien. Los últimos días en casa de tus padres transcurren más o menos así.
Le preparas a tu padre la comida porque tu madre está limpiando oficinas y tu padre no hace la comida, no porque no sepa sino porque está demasiado cansado y siempre tiene a mano un tarro de Nocilla y con eso le basta, pero tú de vez en cuando te animas y le haces la comida, un par de filetes, unas verduras a la plancha, un plato de pasta aunque él odie la pasta. Tú cocinas y durante la comida él intenta decirte que tienes que hacer algo, que a él le da igual, claro, cómo no, pero que tal vez a ti te vendría bien hacer algo, pero en fin hijo, ya eres mayor, y se tumba en el sofá y pone el western de Telemadrid y te dice, mira, hijo, el mundo nunca te va a devolver lo que tú le diste, ya lo has visto, mira a tu padre, que después de tanto trabajo, por unas cuantas malas jugadas y unos cuantos hijos de puta que se han cruzado en mi camino aquí está, muerto de hambre y sin dinero para pagar la hipoteca, pero bueno, tú sabrás, y tu padre baja el volumen del televisor y se va quedando dormido y tú llevas los platos al fregadero pero no los friegas, eso se lo dejas a tu madre porque a pesar de llegar destruida de trabajar sabes que prefiere fregarlos ella para sentir que hace algo por vosotros, por tu padre y por ti, hombres desahuciados que no podrían vivir sin ella, y entonces sales a pasear con el chucho e intentas no pensar aunque estés pensando en mil cosas a la vez y vuelves a casa y te metes corriendo en la cama porque cada día que pasas con tu padre te pareces más a él y eso, además de inevitable, podría llegar a ser un desastre.
Acabas de entrar en el baño después de que lo haya hecho él y hasta el olor de sus excrementos es igual que el tuyo.
29, junio
Tu padre es un jubilado en declive. Tu madre es un ama de casa derrotada. Su herencia gravita en torno a la locura, el resentimiento y las ganas de morir. Tu padre siente que el mundo le debe algo. Tu madre siente que tu padre le debe algo. Tú sientes que no les debes nada y que tu vida podría haber sido mejor lejos de su influencia.
Sin embargo, uno de los acontecimientos más hermosos de tu vida, entendido como se entiende en las películas donde todo puede pasar y en los libros más cursis donde todo lo que pasa es maravilloso, sucedió estando con ellos, hace ya muchos años. Viajabas con tu padre, con tu madre y con tu hermana pequeña por las calles polvorientas del sur de España a principios de los años noventa. Era verano y os dirigíais al pueblo de tu padre, pero ni tu hermana ni tú habíais aprobado ese viaje, ya que entonces el verano significaba tener más tiempo para estar con los amigos y quizá enamorar a una chica. De pronto, en mitad de un campo lleno de flores amarillas, tu padre paró el coche. No puedes saber con exactitud cuántos años tenías entonces, pero podrían ser doce. No sabías por qué paraba ni qué eran esas flores, pero tu padre detuvo el coche y os bajasteis todos de él. No había ningún movimiento alrededor, sólo el murmullo del viento. Tu padre se adentró en el campo y os animó a hacer lo mismo. Una vez allí cogió una flor y os miró. Cogedlo, os dijo a tu hermana y a ti que estabais a su lado. Tu madre os miraba complacida desde la carretera. Al coger esa flor reluciente lo visteis, visteis que de ella brotaban unas hojas que contenían pipas, esa cosa tan extraña y que tanto os gustaba a los dos, y sobre todo a vuestra madre, a quien llevasteis todas las pipas de girasol que cabían en vuestra mano. La alegría de tal descubrimiento, el lugar exacto del camino, la luz de la tarde, la sonrisa de tu padre, la reacción de tu madre, el sabor único de aquellas pipas, todo ello generó una irrepetible sensación de paz que se prolongó durante el resto del viaje y que os hizo pensar que ese viaje y ese verano habían merecido la pena.
Estas historias deberían ser descritas por un escritor delicado y estilista, un tipo de escritor que no eres, que no puedes ser tú. Porque tú, para desgracia de todos los implicados, sólo puedes escribir sobre cosas innecesarias para ser feliz.