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¿Puede alguno de ustedes decirme qué será de nosotros?

IMRE KERTÉSZ

3, diciembre

Tienes quemaduras de primer y segundo grado por todo el cuerpo y estás tumbado en la cama de un hospital. Pero ahora que tienes una tragedia que contar no te parece provechoso hacerlo.

7, diciembre

Vienen a visitarte algunos viejos amigos. Parece que se apiadan de ti porque todos ellos te cuentan historias tristes sobre sus aspiraciones no satisfechas.

Antonio no tiene clara su vocación y se siente frustrado. Mario se lamenta porque sus padres no tienen dinero para pagarle una beca, otra, en el extranjero. Emilio ha descubierto que el periodismo es una mentira repetida hasta la saciedad. Luis tiene miedo de no ser un buen padre.

Tumbado en la cama, convaleciente y risueño, descubres que los éxitos y los fracasos de los demás ya no te importan. Al principio te enorgullecían o te conmovían. Luego te llenaban de dudas y decepción. Con el tiempo generaron en ti envidia y rechazo. Al final, como no podía ser de otro modo, lo único que te provocan los actos heroicos o miserables de los demás es una infinita y silenciosa indiferencia.

De manera educada les pides a todos y cada uno de tus amigos, lo sean o no, que se callen o se marchen.

12, diciembre

Sales del hospital por tu propio pie. Tampoco ha sido para tanto. Tu hermana está en un viaje de trabajo así que te quedas en su casa para rebajar la ansiedad, para que no notes la caída, te dice. No lo entiendes pero aceptas. Estás dispuesto a aceptarlo todo. Ella no te guarda rencor por haberla echado de tu casa.

Observas con atención su casa. Está repleta de libros caros y no demasiado interesantes, telas de colores traídas de Asia que puedes encontrar en cualquier tienda de chinos de la esquina, lámparas de formas imposibles, juguetes baratos. También hay ginebra y cigarrillos. Te pasas la noche en vela gracias a ambos. Por supuesto, nada de cocaína. Cuando amanece sigues bebiendo, pero no miras las fotos de tu hermana suicida ni te concedes un segundo para pensar en la rabia, el miedo y la nostalgia y todas esas cosas que se quemaron en el incendio. Sales a la terraza y oteas el horizonte y tratas de oler la mañana pero tus fosas nasales están saturadas y sólo notas ese olor a pintura y a quemado que está instalado en tu cerebro aunque haga días que no esnifas, aunque hayan pasado dos semanas desde la catástrofe que te amenazaba y que nunca podías imaginar que se fuera a manifestar así. Tienes que dormir. No hay más bebida, no tienes cocaína y por supuesto no vas a llorar. Ni siquiera te vas a masturbar porque te parece de mal gusto. Después de abrir varios cajones y armarios encuentras un blíster de diazepam. Coges un par de pastillas y las machacas en la mesa caoba del salón y luego haces un turulo con un billete y esnifas cuatro o cinco rayas. Sin moverte del sitio, te quedas dormido como un bebé. Benditos psicofármacos.

Al día siguiente regresas a tu piso. Tus padres siguen viviendo en una pensión.

13, diciembre

Conciertas una nueva cita con la psicóloga. No le hablas del incendio. Ella te ve y te dice que tienes mejor cara. Irradias alegría, bienestar. Le dices que te has mirado al espejo del ascensor para ir a su nueva consulta en el centro de Madrid y te has reído de ti mismo, de tus canas, de tus arrugas, de tu cara de gilipollas, de tu vida de mierda. Consumo menos, le dices, escribo menos, le dices, mis amigos no tienen la culpa de lo que me pasa, le dices, mis padres no tienen la culpa de lo que me pasa, tú no tienes la culpa de lo que me pasa.

—Bien, Daniel, y ¿qué te pasa?

—No lo sé, por eso estoy aquí.

—¿Por qué estás aquí?

—No lo sé, por eso no sé lo que me pasa.

—Y ¿qué te pasa?

—¿A qué te refieres?

—Estás trabajando bien, Daniel, estás creando nuevas herramientas, deja de polarizar tus sentimientos, no dramatices, está bien que no le eches la culpa a nadie, quiérete, Daniel, algo debes de quererte para no haber seguido los pasos de tu hermana. Acuérdate de las herramientas. Los comportamientos que se repiten calman la angustia, pero aún hay síntomas de que algo va mal. ¿El qué va mal?

—No lo sé, por eso estoy aquí.

—¿Por qué estás aquí?

—¿Otra vez?

—Bueno, te lo diré yo. Tu vida no es tan dura ni tu mente tan compleja como crees. Tu comportamiento es simple y binario, de lo más infantil. Eres un niño asustado que se enfada con el mundo porque no le hacen caso. Todos tus comportamientos compulsivos, tus fobias, tus manías, tus depresiones, tus adicciones y tu locura transitoria se explican por el rechazo que te mostraron tus padres y tus hermanos y algunos de los que decían ser tus amigos cuando eras un infante. Y todas las mujeres de tu vida, empezando por tu madre, pasando por tu hermana y acabando por María. La reacción a ese rechazo la has asumido como una amenaza constante y que de alguna manera te mereces, eso es lo que te ha llevado hasta aquí. Que intentes ser un escritor marginal no es casualidad, sino una deriva lógica y coherente de tu presencia en el mundo. Pero si no logras esa anhelada aceptación nada cambiará en tu vida, mientras que si la logras y te unes al grupo corres el riesgo de perder aquello que te hace único y diferente, corres el riesgo de perder tu fuerza y tu leitmotiv.

—Todo eso está muy bien, pero ¿cuál es mi leitmotiv?

14, diciembre

Tus padres van a cobrar una estimable suma de dinero gracias al seguro de la casa.

Al fin y al cabo no es tan difícil. Siempre llega el día en que te levantas dispuesto a empezar una nueva vida como has visto que sucede en las malas películas o en los anuncios de Ikea. Te cortas el pelo, te afeitas, recoges la casa, friegas los platos, cambias las sábanas, das la vuelta al colchón, sacudes las mantas, tiras cuanto sale a tu paso. Luego bajas a la calle y te acercas a El Corte Inglés y por el mismo precio que un gramo de cocaína te compras una camisa de marca para estar guapo en estas fechas.

15, diciembre

—¿Qué te gustaría que pasara ahora, hijo? —te pregunta tu madre al otro lado del teléfono.

Tu madre, no sabes muy bien por qué, está convencida de que ahora sí, ahora es el momento de remontar, ya que habéis cumplido el cupo de tragedias por familia y año. Pero si revisas las tragedias de las que te has librado, en realidad aún te quedan muchas por padecer.

¿Qué te gustaría que pasara ahora? Te gustaría enamorarte de nuevo porque has dejado de medicarte por tu cuenta y riesgo y vuelves a sentir emociones puras, o eso te gusta pensar, puesto que te descubres llorando viendo películas románticas de la peor estofa. Te gustaría tener un orgasmo en el que no hayan tenido nada que ver el alcohol y las drogas. Te gustaría luchar cada día por ser mejor persona, te gustaría pensar que eres un tipo con suerte y que saldrás adelante y que te vas a reponer y volverás a ser el buen chico que fuiste. Te gustaría decirle al mundo que nada va a poder contigo y que siempre hay esperanza y que nunca, nunca, bajo ningún concepto, hay que rendirse.

16, diciembre

Querido SotoIvars:

Me he pasado varias semanas encerrado en mi cuarto, sentado a la mesa, sintiéndome solo y desamparado, rodeado de pastillas para la psicosis, libros nuevos y tabaco de liar, aislado, conectado al mundo a través de internet aunque sólo lo utilizara para leer noticias literarias y mirar pornografía gratuita, días y días sin querer ver a nadie, sin mirarme al espejo porque interiormente me había convertido en un monstruo, sin hacer mucho ruido, sin molestar al vecino y sin ser molestado, enajenado y aburrido, agonizante y desesperado, sedado y entristecido, hasta que una madrugada me harté y subí a la azotea y sopesé la idea de lanzarme al vacío. Esperé demasiado tiempo, el tiempo que nunca esperan los verdaderos suicidas, y sin reparar en todo lo que significaba aquello vi salir el sol por el horizonte. Me quedé quieto, absorto, contemplando el amanecer. Hacía meses que no posaba la atención en un punto luminoso del mundo. Y entonces fui plenamente consciente de que seguía vivo y de que lo único que podía hacer era salir adelante de una vez. Fue entonces cuando decidí empezar esta novela.

Reordenas una serie de escritos inacabados y se los envías por email al tirano SotoIvars. Durante el proceso te descubres comparando esos textos con los de José Ángel Mañas, Alberto Olmos, Ray Loriga, Agustín Fernández Mallo y algunos autores más que en su momento fueron una revelación y dieron alas a una generación de escritores. Tus objetivos son más ambiciosos y tus pretensiones superlativas, lo cual no dice nada en tu favor, pero tal vez ellos también creyeron, en sus inicios, que eran diferentes y que serían diferentes y que su rebeldía y su escritura no era deudora de nadie y que su maestrazgo crearía escuela aunque nadie que supere la treintena vaya a leer jamás cualquiera de sus libros. Ser joven y ser escritor te coloca en una tesitura incómoda que no es fácil de manejar. Ser joven, ser escritor y ser famoso te convierte en un auténtico gilipollas.

El tirano SotoIvars te asegura por teléfono que gracias a la tragedia que has padecido y a las cicatrices que ha dejado en tu cuerpo es más fácil que ahora te publiquen. La franqueza de su comentario no logra devolverte la esperanza, pero corrobora la ausencia de escrúpulos del negocio literario. Antes de colgar, te felicita y te previene. Hace falta mucho valor para escribir este libro, pero hace falta mucho más para atreverse a publicarlo.

19, diciembre

Quedas una vez más con Cristina. Habláis de Hacienda, bebéis vino, recordáis a vuestros hermanos muertos, lloráis, os abrazáis, decís frases hechas que no alivian a nadie y que no sirven para nada, la vida sigue, al menos ya no están sufriendo, a veces las cosas pasan por algo y no lo podemos evitar, no hay que tirar la toalla jamás, siempre estarán vivos en nuestros recuerdos, la vida es así, el fútbol son once contra once y no hay rival pequeño. Salís a pasear, intentáis reíros, acordaros de los viejos amigos a los que hace años que no veis porque ya no son amigos aunque cada vez sean más viejos. Entráis en un bar. Apenas tenéis apetito y ni siquiera tenéis ganas de emborracharos así que dejáis que el tiempo se consuma y sólo cuando empezáis a bostezar os despedís a las puertas de ninguna parte deseándoos una Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo. Cuando vuelves a casa más triste y más solo pero extrañamente sereno, sólo piensas en que al menos no te has gastado mucho dinero y que aún estás a tiempo de llamar a Andrés.

Coges el teléfono. Cuando sientes la cercanía de lo inevitable empiezas a mover la cabeza de un lado a otro, abres y cierras los ojos de manera frenética, mueves las mandíbulas, la boca, aprietas los dientes, giras el cuello, estiras los brazos, sueltas los dedos de las manos, pisas con fuerza en el suelo. ¿Por qué haces eso? Te estás preparando para la batalla.

—¿Diga?

—…

—¿Hola?

Cuelgas, coges aire y lanzas el teléfono al suelo. Se hace pedazos al instante, como si fuera un espejo viejo y ahumado. Como si fuera el cráneo de un niño pequeño. El niño que hay dentro de ti.

22, diciembre

Madrid apesta en estas fechas. La gente, las luces, la alegría contaminada. No quieres llamar a Andrés, pero ¿qué mejor momento que éste? No tienes ningún número almacenado en la agenda de tu nuevo móvil.

Para mantenerte ocupado te das una vuelta por todos los gimnasios de la zona hasta conseguir que te den una invitación en uno de ellos. Te pones un chándal y entras. Corres, haces bicicleta y levantas algunas pesas sintiéndote un intruso, un huido de la justicia. Un ser patético, en definitiva, como casi todos los hombres que se miran los bíceps con admiración y casi todas las mujeres que se preocupan por realzar sus nalgas. Puede que tu caso no sea tan grave, después de todo. Entras en la sauna. Te sientas. Cierras los ojos. ¿Qué es lo que has conseguido tú en la vida? Entra un hombre. Está desnudo. Te mira provocadoramente. Sales de allí, te vistes y antes de salir del gimnasio recuerdas el número de Andrés.

—¿Diga?

—Hola, Andrés.

—Me parece que se ha equivocado.

Te asustas y te conmueves. Si no recuerdas el número de Andrés, si nunca vuelves a contactar con él, ¿significa eso que estás salvado?

24, diciembre

Tu familia al completo se reúne para pasar la Nochebuena. A pesar de los ruegos de tu madre y teniendo en cuenta las circunstancias, te atreves a rechazar la propuesta y le aseguras que vas a pasar la velada con María, pero en lugar de eso te pasas la noche solo en casa, comiendo queso y leyendo un libro que no acabas de entender. Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad.

26, diciembre

Estás terriblemente obsesionado con la finitud.

Entras en una librería, hojeas los libros y sólo lees las páginas finales. Lees estudios sobre obras que no has leído para saber qué ocurre en ellas sin tener que leerlas, como si no te interesara cómo transcurre la vida sino cómo termina, o cómo parece que va a terminar. Hasta elegir el libro que llevarte a casa supone una decisión insalvable, un motivo de duda y angustia. Después de todo, la lectura, el amor, los destinos de vacaciones, la ropa, el sexo, los amigos y los enemigos, todo es cuestión de afinidades y rechazos. Cualquier gesto, cualquier palabra, es un pequeño, manifiesto y contradictorio acto de fe.

Seguir vivo es una opción inconsciente que hay que reafirmar cada día.

27, diciembre

Vuelves a la consulta de tu psicóloga. Jamás pensaste que serviría para algo pero aquí estás. Has llegado 45 minutos tarde. Una vez más, habláis del abandono. Todo el mundo te ha abandonado. Tu familia, tu hermana, tu novia, tus amigos. ¿Cómo no ibas a rodearte de cocainómanos que después de la primera raya se profesan cariño y ensalzan cualquier palabra, gesto, recuerdo o comentario de su compañero de faena? Se acaba el tiempo. Has estado quince minutos con ella y has pagado cincuenta euros. Nunca has pagado tanto dinero por tan poco. ¿Por qué lo haces? ¿Por qué sigues yendo a ver a esa mujer que no puede decirte nada de ti que no sepas? La respuesta es espeluznante y maravillosa. Te has enamorado de ella, de su fantasma, de sus promesas. Ella nunca te va a abandonar, o al menos no lo hará siempre y cuando tengas cincuenta euros con los que pagar la sesión. Después de todo, entre una adicción y otra te has ahorrado diez euros por cada transacción, y la resaca dura muchísimo menos.

Esta vez sí, vas a dejar de consumir, de sentirte poderoso o estúpido, de querer llamar la atención. Te mantendrás al margen de las conversaciones. No harás bromas y quedarás relegado a un papel secundario, no será necesario que nadie note tu presencia. Te convertirás en un don nadie, en una persona como cualquier otra, preocupada por las deudas, las relaciones sociolaborales, el lugar de veraneo y los partidos del domingo. Preocupada por caer bien. Serás una persona triste, anodina, sin carisma e imparcial, a todas luces feliz.

29, diciembre

Escribir es la única recompensa del escritor.

30, diciembre

Lo creas o no, eres un tipo con suerte. En tus treinta años de vida te has librado de participar en una guerra, de sufrir las consecuencias de un terremoto, de asistir a los devastadores efectos de un tsunami, de ver morir a tu padre en un atentado terrorista, de los asesinatos gratuitos entre bandas callejeras, de las torturas policiales, de las violaciones en los ascensores, de los secuestros por dinero, del exilio político, del hambre que asola a millones de familias, de las enfermedades venéreas, congénitas o terminales. En tus treinta años de vida, además, te has librado de ingresar en prisión por tráfico de drogas, de las mutilaciones, de los accidentes de tráfico mortales, de las estafas laborales, de la discriminación sexual, social, religiosa y racista, y te has librado de ese fantasma que ahora recorre Europa con el nombre del desahucio. Tampoco está de más saber que te has librado del maltrato paterno, de los abusos sexuales y de la pobreza extrema, te has librado de las amputaciones, de las fracturas de hueso, de las deformidades, de las picaduras de avispa, de los mordiscos de perro, de los atropellos en plena calle, del cáncer de próstata, de las palizas de los skinheads, de las erupciones cutáneas, de las ladillas y de los quistes testiculares, así como también te has librado de la varicela, de la rubeola, del sarampión y de la gripe aviar y te has salvado de la adicción a la heroína, de la tartamudez, de la sordera, de la ceguera, del trastorno límite de la personalidad, de la esquizofrenia, de la parálisis facial, del estrabismo, del labio leporino, de los pies planos, de la impotencia, de la eyaculación precoz, de la insuficiencia renal, de la leucemia, de la caspa, de la baja estatura, de la chepa y de la calvicie. Mal que bien también has conseguido evitar la mendicidad, los atracos a mano armada, las sectas religiosas y has evitado igualmente desastres tan cotidianos como las infidelidades, la asexualidad, la bipolaridad, la halitosis, las hemorroides, la agorafobia, la francofobia, la fotofobia, la necrofilia y la pederastia. Siendo del todo sinceros hay que añadir que hasta te has librado de esa sutil catástrofe que es la fealdad y de esa epidemia que afecta a tantos seres humanos y que adopta la forma de la estupidez, como causa o consecuencia de la ignorancia, si bien es cierto que ello no te exime de comportarte en demasiadas ocasiones como un auténtico imbécil.

Y ahora ¿puedes decirlo ya?, te has librado de la cocaína y te has librado de la sombra del fracaso que proyectaba para ti la literatura. Te has librado del incendio y te has librado de tu suicidio. Has escrito una novela como si fuera un testamento sin cadáver, el manuscrito hallado de un autor a quien todos creían muerto pero no lo está. Lo creas o no, eres un tipo con suerte y siempre habrá tiempo para dejar de serlo, siempre habrá tiempo para morir.

Pero no, todavía no.