LAS LINTERNAS
Iluminaban la vieja casona del Conde de Prego, Ernesto De La María, comprador de las vigas del armazón del Ilh Lhar conducido por Jin Lao Ten. Huong sabía que esa propiedad todavía estaba ocupada, no por descendientes sino por empresarios que organizaban orgías en esa casona. Había mucha gente y muchos autos, por lo que Kent, Thomas, Huong y Radok, disfrazados de meseros, ingresaron a la mansión. Ernesto De La María era un esclavista de indígenas, luego probó con negros, exprimiéndolos hasta la última gota. Usó las cuatro vigas para construir dos cruces en donde castigar a los rebeldes. Todo eso les había comentado Huong y no sabía nada más del asunto, por lo que debían indagar y depender de la fortuna. Irrumpieron en la fiesta en la cual vieron de todo en materia de degradación, sexo y drogas con unos polvillos celestes aspirados en las tablas de la barra, más personas haciendo el amor disfrazadas de lobos los hombres y de ovejitas las mujeres en algo indigno para la colección, no obstante según el mapa qué obtuvieron de parte del municipio esa casa tenía un gran museo en su sótano. Debían escabullirse allí sin llamar la atención. Había dos guardias custodiando el acceso. Irresoluto, Radok infló la carótida con aire en uno de los guardias. El otro metió la mano dentro de su saco pero Kent, ya sin las esposas, imitó a su maestro. Thomas, decepcionado, cerró los ojos. Ya dos personas habían muerto por un libro escrito hace miles de años y seguían sumándose víctimas innecesarias con él latir de los siglos. Con un gotero con ácido, Huong, mientras todos reían y se drogaban, abrió el acceso al lugar subterráneo. El candado y la cadena tomaron vacaciones en el piso entablado de roble.
En el hospital, Gregor, ya parchado, decidió suspender sus pantorrillas sobre la camilla y quitarse el suero de vía sanguínea. Al poco tiempo, algo afiebrado y mareado, vio a Gretel, ingresando:
-Nunca recibirás el antídoto y morirás. Es mejor que sea uno y no dos, Gretel. Sácame de aquí. Te ayudaré a encontrar a esos cretinos-prometió Gregor.
-Otra vez volvieron los temblores y los chuchos de frío, el sedante de Querubín dejó de hacer efecto, Gregor, no quiero quedarme mucho, me iré contigo, un poco después, tratemos de pasar nuestros últimos momentos con tranquilidad-
-No puedo rendirme, Gretel. No podemos rendirnos. El Querubín sabe que los serafines siempre piensan en reemplazarlo y en algún momento intentan algo que por la lucha no pueden. Envenenarlo. El querubín lleva el antídoto consigo. Es su propia sangre, acostumbrada a todo tipo de veneno y ponzoña. Él espera todo, por eso no pierde nada. Si mato a Querubín, su sangre nos salvará y nos hará invencibles a cualquier sustancia ponzoñosa-prometió Gregor, quitándose la vía de otro suero, de nutrición en este caso.
-Sólo buscaba que nuestras vacaciones se pongan interesantes-dijo Gretel, con el rostro sudado y hundido por el regreso de la ponzoña letal de Querubín, quién seguramente había vuelto a recibirla mientras ella dormía.
-Lo has logrado-sonrió Gregor-Alcánzame el pantalón y la camisa, yo iré por los zapatos y los calcetines-
-No todo fue malo, Gretel. Ese anciano no quiso tirarme lejos de él como una pelota, quiso construirme un camino. Al fin puedo dejar de mirar atrás, mi alma respira y este es el momento más hermoso de mi vida. Quiero inspirarme y agradecerle su noble intención-
-Naciste para luchar, Gregor. Déjame abotonarte la camisa, hijo. Terminemos con esto. Que al menos les sea difícil lograrlo-
Extensible, inmodificable, apropiable, nada de eso había en la amistad, en grupos humanos unidos por pequeñas vínculos cimentados por compartir ciertos intereses y necesidades. Las aleosis del tiempo dicen que la verdad es un ser que tiene todo adentro y no puede ser destruido, el último en quedar con vida (de pie) luego de la batalla final. En tanto, destino, en su perfección, sería la unión de todos los seres humanos y luego la posterior fisión en Diablo y Dios según defectos y virtudes bien separados con la paja del trigo. Los dos, empapados y con la ropa muy apretada, soldándose en hombros, salieron del hospital, mientras todos dirimían sus corrientes rutinas sin advertirlos. El auto todavía estaba estacionado en el lugar correcto, no obstante los efectos de la ponzoña de Querubín cortaban el ánimo de Gretel, sobrecargando el esfuerzo en Gregor, quien suspiró y abrió la puerta del acompañante para que ella pudiera subir.
 
-Nada de nada. Esto es una pérdida de tiempo-exclamó Radok Tchaikosky.
-Aún debe faltar algún lugar-insistió Kent, mientras Huong miraba en péndulos, tratando de agarrar un elemento con el cual burlar el asedio de esos dos hombres armados.
-Usó las vigas para hacer cruces y torturar a peones con mal comportamiento. No debió venderlas, debieron confiscárselas. Seguramente el vaticano-opinó Huong.
-Solo tenemos conjeturas y teorías. ¡Dejen de apuntarnos, somos un equipo, no sus rehenes!-manifestó Thomas Hortmanen, a Radok y a Kent.
-¿Seguro qué era De la María?-
Huong asintió ante Radok.
-¿A quién le vendió las vigas del armazón?-
-No lo sé, Radok. No es la primera vez que me apuntan. Por otro lado, estudié a la dinastía Ten, no a los esclavistas de Méjico Confederado. Nadie puede saberlo todo-
En el coche Gregor prestó atención a los puntos que titilaban en el tablero, luego por el GPS descubrió que esa dirección había pertenecido a Eduardo De La María, esclavista. 
-De La María era una familia famosa, tenía actividades de tortura, a pesar de sus orígenes aristocráticos-aseveró Gretel, con el rostro mojado y hundido.
-Busca entre historiadores de esclavistas en el período de conquista-
-Manuel Solar, Adriana Tejeda-replicó Gretel.
-La información nunca saldrá con el nombre oficial de De La María, a fin de proteger su linaje, el cual todavía es un apellido influyente en la industria naviera. Pon la palabra cruz, esclavista y vaticano en cualquiera de los dos-pidió Gregor, cerrando los ojos, aturdido por las luces de los semáforos y los bocinazos de los autos, enfadados por que marchaba lento en la autopista triple.
-Agregaré Siglo XV. Ya lo tengo. Adriana Tejeda, dice que la iglesia, por la orden jesuita, desfalcó a muchos esclavistas indígenas. Pero había uno especial que tenía dos cruces para crucificar a los indios. ¿Será De la María?-preguntó Gretel, desde la notebook.
-¿Qué pasó con esas cruces?-
-Año 1512, Cardenal Victorio Arenas, lo que se usó para lastimar se usará para deleitar: estas dos cruces, del esclavista innombrable, serán usadas como vigas para sostener la bóveda de la Capilla de Santa Lucía en Praga. ¡Volvemos adónde empezamos, Gregor! ¡El apócrifo estaba a un paso de nosotros y no nos dimos cuenta, dimos la vuelta alrededor del mundo sin saber que está frente a nuestros ojos detrás de la madera!-dijo Gretel.
-Debemos ir al aeropuerto-aseveró Gregor, no obstante se mareó y sus ojos chocaron contra el volante, por suerte logró frenar y acomodarse contra una banquina.
-Ya no puedo seguir, Gretel. Tendrás que conducir tú. Necesito dormir un poco-  
-Hace 30 años que no conduzco, una vez estuve a un centímetro de atropellar a una anciana. Soy muy insegura y distraída, temo ser un peligro para los demás si tomo el volante-
-No te estoy pidiendo una opinión, Gretel. Toma el volante. Cambiaremos de asientos-aseveró Gregor.
El intercambio, los suspiros, las viejas memorias, las constantes limitaciones, el compañero cerrando los ojos y confiando ciegamente en ella, sentía Gretel mucho peso bajo sus hombros. Empezó a recordar los consejos que aprendió en la academia, no obstante cuando era joven su abuelo Merrot le instruyó sobre cómo manejar un Mercedez.
-Iré despacio, no lastimaré a nadie si voy despacio-dijo Gretel. Se había enamorado de ese albañil con sueños de ser músico, al principio ella trabajaba y él pedía tiempo para su sueño, separándose de su banda y lanzándose como solista en bares. Empezó a fumar y a conocer prostitutas. Gretel estaba embarazada y sola, había un viejo sereno que la ayudaba y la contenía mientras ella estudiaba y trabajaba a la vez. Su adonis llegaba tarde, mejor, no iniciaba conversación. Pero sus olores indicaban que no estaba solo. Un día, mientras él veía televisión en el sofá, Gretel le preguntó que quería hacer. Él siguió viendo televisión y fumando. Gretel se fue con el bolso y el estómago hinchado, el siguió con los ojos rojos y perdidos. No fue un drama, tampoco un alivio, simplemente fue una soga cortándose. Nadie quería darle trabajo a una embarazada, pero por suerte su padre la sostuvo un año después del embarazo y con eso Gretel pudo terminar sus estudios de psicología. Empezó trabajando en una escuela como asesora juvenil, no obstante le costaba estar al tono de las vanguardias juveniles. Conoció a una chica llamada Sein, que quería suicidarse por qué su novio la dejaba sola durante el embarazo. Gretel la contuvo y ella tuvo un hermoso hijo. Sin embargo, Sein se fue a otra ciudad y dejó de escribirle o de llamarle por teléfono. Medio que una vez resuelta la necesidad, apagado el fuego. Gretel se acostumbró a eso.
El trabajo como asesora se volvió muy rutinario y fue a un departamento de asistencia social donde tuvo su primera oficina como psicóloga comunitaria. Atendía 200 casos por día y prácticamente no tenía vida. No obstante, ahorraba en salidas para tener algún día su consultorio propio. En ese momento en una discusión por el estacionamiento, saltó Ian a la escena. Ian estaba muy molesto y Gretel no sabía cómo calmarlo.
   Luego fueron viéndose con tensión pero al final sentían que se debían una reparación, Ian y Gretel salieron en secreto pero Ian antes de pegar sus labios en los de Gretel bajo el puente Kreis, cerró los ojos y movió la cabeza de lado a lado: estoy casado, tengo cuatro hijos. Después de eso no hubo nada de nada, creyó por unos momentos ver la máscara de Querubín en el espejo retrovisor pero solamente su temor. Gregor roncaba y descansaba, con la herida aún cerrándose. Se pensaba que el dolor, a diferencia de la tristeza, todavía conservaba los deseos de intentarlo de nuevo. Pero existía un intermedio: la resignación: simplemente evitar una cosa y buscar otra. Tal vez no había romance con príncipes azules pero si aventuras con sociedades secretas y querubines. Sin embargo, el precio de la juventud no justificaba la traición de los principios.
Indefinible, lejano, inalcanzable, Querubín observaba al auto azul perdiéndose en la oscuridad. El último serafín que le acompañaba estaba a tres pasos de él, el primero por respeto, el segundo por admiración, el tercero por lealtad. Tenía el asesino religioso sus flashes. Las horas sentado con las rodillas sobre el maíz, mientras el azote de once varas tejía un mapa de estrías en su espalda. Su niñez, levaron el dolor más allá de la resistencia para que se conecte con la esencia más profunda: el nunca querer para siempre poder, frase siempre repetida por su maestro, un querubín, de la octava dinastía. NUNCA QUERER PARA SIEMPRE PODER, escuchado en el aplauso de las ramas meneadas por el viento y el murmullo de los ríos abriéndose ante las rocas. Los días en el pozo oscuro, escuchando el viaje de ese solitario grillo. Aislamiento, tribulación. Su cabeza embolsada entrando en el agua durante 3 minutos, saliendo 10 segundos, volviendo a entrar 3 minutos, durante un entrenamiento sórdido de cinco horas. Mudar las necesidades por creencias, vestir los orgullos de destinos. Meter la mano dentro de ánforas, todas con serpientes venenosas, eliminar el miedo propio para evitar la agresión ajena, la mano en las 20 ánforas y ninguna mordida entre decenas de cuerpos pequeños acompañándolo en un sacrificio inútil en un lauro de elegido oprobioso. La máscara de plata volando hacia su rostro con las alas mudadas en un guante blanco. Todos buceaban por sus memorias para dejar su color en el lienzo. Augusto Ricci caminó al lado de Querubín, apostándose en el mismo monte.
-Cambiaron de conductor, van lento, toman recaudos, eligen la senda menos poblada. Todavía siguen buscando, no están huyendo-reportó Querubín.
-Sé que, llegado el momento, desobedecerás y tratarás de destruir el apócrifo. Te concedo el derecho de intentarlo pero olvídate de la satisfacción de lograrlo-
-El dolor, el placer, la rama, la hoja, Noble Ricci. Ya conoce mi posición: si el ser humano resuelve todos sus problemas, Dios será olvidado y morirá. Siempre deben tener conflictos para que lo necesiten y él pueda respirar. ¿Quiere preservar el apócrifo? ¿Quiere quitarle el aire a Dios?-presionó Querubín, dándose vuelta para confrontarlo directamente.
-Tal vez Dios no sea un ser perfecto sino un momento glorioso donde ningún ser humano de este mundo tiene dolor. Tal vez Dios sea hombre en la cima y humanidad hombre en la ladera, Querubín-aportó Augusto Ricci, mientras torcía los labios con cierto desprecio, aunque una nube de sombras seguía tapiando su rostro limitando la exposición de su prominente mentón.
-Yo tengo mi fuego, Noble Ricci, usted el suyo y muy pronto el mundo tirará su lluvia-