EL
EVEREST
Conminó a comprar equipamiento duro y
reforzado. Pasaron del calor de Marruecos al frío de esa parte del
Tíbet. Botas, camperas, buzos y sensores térmicos. Realmente a
Radok le molestó pelar la chequera, pero ésta vez le tocaba a él ya
que Thomas se había ocupado de los gastos en Lucerna, Gretel en
Nantes y Gregor en Casablanca. No siempre los últimos reían mejor.
Al metro 37 del collado sur, vislumbraron una cruz. El día, para su
beneficio, estaba tan irascible que la presencia de personas se
tornaba casi ridícula. Las ventiscas se percibían blancas como
colmillos fantasmas de viejas bestias, acuciantes de una presa más.
Gregor, con un vocifero, empezó a profanar la tumba, subiendo y
bajando la pala; tal la cuchara con la azúcar en el café de Radok
dentro de la carpa amarilla. Como todo niño o mejor dicho muchos
niños, Gregor Piorzeneki trató de ganar la aprobación de su padre a
través de los deportes y de su madre a través del arte.
Competencia, sensibilidad, bastiones tan frágiles. Practicó boxeo,
baloncesto y soccer. Piano, pintura y poemas. Sin embargo, sus
vientos de esmero visitaron muros indiferentes e inquebrantables.
Luego, más por resignación que por voluntad propia, perdió todo
tipo de interés por ser aceptado por parte de sus progenitores.
Pero aún así cualquier desgraciado abandonado encuentra una figura
paterna o materna, en algún desconocido o desconocida que no le da
la espalda en un momento difícil. Aunque Gregor Piorzeneki no gozó
de esa suerte. Pese a su aspecto y a su crianza, no fue ningún
problema en la escuela. Era callado, obediente y aplicado. Nunca
pedía que le posterguen el tiempo de los exámenes, resolvía el
trabajo a tiempo, sin demoras. Hizo amistades con un profesor de
lógica, llamado Ralph, el cual vio algo más que la corpulencia y la
hosquedad de Gregor, recomendándole que participe de la academia de
detectives. Ralph era una persona gorda, solitaria y joven, casi
como un hermano apenas mayor para Gregor. Al principio no le prestó
atención a la sugerencia, pero alguien como Ralph, que preparaba
tanto sus clases e insistía tanto en el detalle, no podía tener
malas intenciones.
Ralph sufría de asma y todos se burlaban
cuando usaba su inhalador, entre toses y espasmos. Lo trataban de
drogadicto. Había gente empujada por la vida, que la querían en la
orilla, lejos de las cosas importantes. Gregor pensó que no sería
malo beber un café con Ralph y ver cómo podía ingresar a la
academia. Ralph, como era de esperarse, hizo la conexión y Gregor
empezó a capacitarse. Era Ralph tan amable y educado que Gregor,
aunque nunca lo dijo abiertamente, pensó que Ralph era homosexual,
que sus talentos como posible detective no existían y que solo
quería un romance, un flirteo con él. Sin embargo, una mesera de un
restaurante al que Ralph iba seguido, se enamoró de él. Dejó
Checoeslovaquia y fue a Bélgica, despidiéndose de Gregor. La pala
dejó de morder la tierra, encontrándose con el féretro.
-Bueno, ya hemos hecho el pozo. Ahora
abramos esa cosa. Saldrán bichos de todos los colores, aunque el
frío mitigará el olor-repuso Radok, mientras Kent Laughton, aún
esposado, chistaba y decía:
-Es un juego, un maldito juego entre ese
obispo cristiano y profeta musulmán que deben estar riéndose de
nosotros dentro de sus putrefactas tumbas-
Gregor, con los guantes puestos, miró hacia
atrás y destapó el sarcófago, encontrándose con un esqueleto que,
por la escasa distancia del hombro derecho con respecto al
izquierdo y por la ausencia de nuez de Adán, se trataba de una
mujer, incluso había rastros, pertenecientes a rosas marchitas, que
se deshacían al mero tacto en un estallido de cenizas. Había una
carta, la cual Gregor abrió con prolijidad. Estaba escrita en
mandarín: Thomas Hortmanen, con los anteojos puestos, a pesar de
las ráfagas, pudo leerla:
-Usted es mi padre, Albert. Su visita fue el
momento que más esperé en mi corta vida. Sin embargo, su estancia
fue tan breve como un arcoíris después de la lluvia. Escasearon sus
saludos amables y sus abrazos compasivos, llegó con el ímpetu de
una avalancha y se fue con la desconsideración de un predador. En
lugar de darme paseos en los arrozales, me confirió un libro cuyos
signos nunca entendí. Es el original, usted decía siempre. Un año,
un libro, 1.000 monedas de oro, Cho. Me trató como un mercader o
una depositaria. Impulsada por la rabia, deseé destruir el
manuscrito.
Sin embargo, confiaba en verlo al año
siguiente y en ganar su amor.
Desde luego que mis sueños fueron vanos e
ingenuos, dignos de la juventud. Mi hermano, Jin Lao Ten, que se
iniciaba como bandido y pirata, me arrebató el manuscrito con la
esperanza de venderlo en Occidente y ahorrar para tener su propio
navío. Una fiebre, hace meses, me tiene envuelta en el camastro
desde el cual le escribo esta confesión. No quería las mil monedas
de oro, solo su abrazo de amor. De ahora en más usted no es mi
padre, solamente es un hombre llamado Albert Fritzberg.
Cho Lao Ten
Con los camperones abrigándolos de las
corrientes heladas, se vieron obligados a regresar al vehículo a
fin de dirimir sobre cuestiones trascendentales. En primer lugar,
si el profeta kurbish sabía adónde Albert iría, ¿por qué rayos no
fue a buscar el manuscrito por sí mismo? En segundo lugar, si
Clement tenía copias y nunca había tenido un encuentro con el
pintor Albert Friztberg ¿de dónde sacó el susodicho el
original?
-Es simple. Jin Lao Ten entregó el original
a alguien que luego le entregó el apócrifo a Clement
Richellier-opinó Thomas Hortmanen.
-Pero aún queda un cabo flojo. Richellier e
Ilh Karg Elh Am sabían en donde se encontraba el original-
-Estuvieron investigando como nosotros,
Kent. Pero el Querubín no los dejó llegar tan lejos-explicó
Radok-Veamos si esta porquería tiene algo más que pornografía,
mercadotecnia barata y redes sociales estúpidas de amigos que saben
de qué color son sus calcetas pero jamás se han estrechado la
mano-
-Pero ¿cómo sospecharon que el pintor Albert
era uno de los portadores? Sus datos son muy precisos. Saben el
lugar de la tumba, en el mismo Everest. Me temo que hemos dado un
paso en falso. No fue una profecía, fue un juego, una broma,
concebida entre ese sacerdote musulmán y ese obispo católico. Ellos
querían alejar a la sociedad de los caminantes grises y tener
tiempo, seguramente, de repartir las copias a otros contra-agentes.
Es desinformación-dedujo Gregor.
-Sólo pornografía y redes sociales
estúpidas-vociferó Radok.
Sin embargo, Gretel decidió realizar su
aporte mientras bebía el café y leía a través de su ordenador
portátil.
-Albert Fritzberg viajó al Tíbet a pintar
sus paisajes. Allí tuvo amoríos con sus sirvientas. Sin embargo,
según esta biografía, aparece una nueva figura. Un predicador
protestante, un calvinista: Nicodemus Laurens. Eran grandes
amigos. De hecho, cuenta la historia que salvó a Albert de una
emboscada de bandidos. Seguramente Nicodemus Laurens es
descendiente de Melzer Laurens, fundador de la logia de los
caminantes grises. Albert murió en Colonia, bajo circunstancias
aparentemente naturales pero seguramente, consciente de la ponzoña,
quiso agregar esos datos para que otro ser intente recuperar el
apócrifo. Esos seres fueron Clement Richellier e Ilh Karg Elh Am.
Pero no salieron ni de Marruecos, ni de Francia. Querubín, de ese
tiempo, ahorró el trabajo. En tanto, Albert trataba de averiguar
qué pasó con la vida del hermanastro de su hija, Jin Lao Ten pero
no tuvo tiempo de hacerlo. El querubín que andaba en ese siglo
cortaba todo de raíz, no era tan especulador como él de este siglo.
Una simetría vanguardista muy interesante, por cierto-describió
Gretel, sorbiendo los últimos recorridos de ese viaje de café que
no la conducía más lejos del valle de la suposición.
-Los Ten son la tercera dinastía más larga
de los tibetanos después de los Ming y los Liu. Tendremos que
consultar con un historiador de la dinastía Ten, el cual, por
supuesto, no debe saber nada del apócrifo y debe pensar que nuestro
único interés es científico, antropológico-analizó Thomas
Hortmanen.
Por su parte, tomando la carta rala escrita
por Cho Lao Ten, Radok Tchaikosky sacó unos elementos de su equipo
científico, en aras de analizar la antigüedad del papel. El método
del carbono catorce era infalible y contaba con tecnología de la
mejor. Esos ocho meses en cama, por su tétrica enfermedad, alejaron
al niño risueño amante de los globos y de los payasos. Con el ceño
fruncido, desde sus 8 a 15 años, Radok, en soledad, aprendió sobre
minuciosidad y detallismo para que la precisión le fuera una amante
leal.
-20 DC-dijo Radok, tragando toneladas de
saliva-antes los libros eran como cartas, se dejaba una hoja en
blanco para que el lector escriba su opinión y una vez leído el
libro, se la devolvía al escritor. Generalmente un libro era un
regalo de mucho aprecio hacia un amigo de mucha confianza. Siempre
se dejaba una hoja en blanco para obtener la respuesta del amigo.
Todavía se conserva esa tradición, incluso en los best-sellers.
Nadie sabe para qué es esa hoja en blanco, es para escribir tu
opinión después de leer el libro-
-O sea que la hija de Albert usó la hoja en
blanco del apócrifo para escribir la carta. ¡Esta página amarilla,
oscura y rugosa que estás sosteniendo, pertenece al apócrifo
original!-alardeó Kent.
-¿Qué sabes de Nicodemus Laurens?-preguntó
Gregor, sacando su pistola para colocarla en el cuello de Kent,
cuyo rostro enrojeció horriblemente-Y espero que lo que respondas
sea superior a lo escrito en internet, nada de historia oficial,
Kent-
-Es solo una teoría, pero se supone que
Nicodemus Laurens, Gregor, es quién robó los apócrifos e hizo
copias. A partir de ese momento, la dinastía Laurens fue envenenada
y aceptó beber de esas copas en vergüenza por la actuación de
Nicodemus. En tanto, los Ricci se erigieron como nuevos fundadores
de la logia de los caminantes grises. Nicodemus Laurens buscó
refugio entre los calvinistas, pero creo que nunca les entregó las
copias. Jamás adhirió a su ideología religiosa, solamente fingió
para vivir un poco más de tiempo. Martín Lutero, una noche, se
reunió con Nicodemus Laurens, al cual protegía y lo presionó en la
abadía de Frouss en Torino durante un intenso interrogatorio. Los
protestantes pensaban que Nicodemus Laurens tenía secretos, capaces
de destruir para siempre la credibilidad humana hacia la Iglesia
Católica. No obstante, jamás les reveló nada y dijo que ingresó
entre los protestantes porque no podía cumplir con sus votos de
castidad.
Para todos fue una excusa barata. Vigilado
tanto por los católicos como por los protestantes, Nicodemus
Laurens fue el jamón del sándwich literalmente y tuvo una
existencia larga pero horrible, henchida de tensiones,
conspiraciones y amenazas de traición. Cansado de las tensiones, se
fue a Oriente-India, precisamente- a pasar los últimos años de su
vida creyendo que la logia no lo encontraría. Ya, siguiendo esta
teoría, les habría entregado las copias del apócrifo a sus
seguidores cristianos. Pero al envejecer empezó a gritar y a
delirar, a ver visiones. Muere de locura, se enoja tanto que su
corazón deja de funcionar para siempre; pasó los últimos días de su
vida royendo paredes, mordiendo gente, gateando como un animal y
babeando como un perro rabioso. No lo sé, quizá Querubín lo visitó
e introdujo un medicamento capaz de conducirlo hacia ese
comportamiento. Tal vez el querubín de esa época quería encontrar
el apócrifo, leerlo y llevarlo a la luz, pensando que Nicodemus lo
llevaba consigo e ignorando un encuentro previo con ese pintor
alemán, Albert Fritzberg, el maldito cabo suelto.
Molestos con el frío y con la falta de café
para seguir soportándolo, marcharon con la camioneta lejos de la
tumba profanada. Inevitablemente los climas fríos reducían los
canales de conversación, haciéndolos más pragmáticos y concisos,
dirigidos a lo inmediato. Entretanto, la nieve, la roca y el hielo
eran solitarios y mudos testigos de cómo las prisas les robaban las
risas y las conexiones con el todo de las cuales después eran más
complacientes; dignos de los pasos qué dejaban. El espíritu no
podía descansar y recuperarse si no dejábamos de pensar en nosotros
tan solo unos segundos, el Tíbet, a pesar de su inclemencia
temporal, ofrecía ese hermoso puente hacia la liberación interior.
Unos pasos avanzaron sobre la cruz aún firme de la tumba de Cho Lao
Ten. Querubín y los serafines apreciaban los hechos, sin necesitar
sentirse protagonistas pero sabiendo que las intervenciones solo
eran necesarias cuando el cambio era superior al orden y que un
nuevo comienzo no justificaba un interminable olvido. Querubín, sin
necesidad de pasado y de futuro, dio un paso delante de los dos
serafines que le seguían a todas partes como fracasos y glorias al
pincel de las almas que abren los ojos ante el último paso. La
reflexión servía para aquietar pero no para incorporar, sin embargo
era bella al no precisar del convencimiento ajeno y por supuesto
que podía dibujarla con el suspiro eterno de la causa perdida que
podía conferir esa amplitud interior del que carece de orgullo al
momento de cambiar de razones pero no de propósitos. La nevada,
eterna en el Everest, no encubría la geografía misteriosa y
ensimismada de sus máscaras, siempre viendo lo peor y sin embargo
nunca adoptando sentidos de agresión, decepción, miedo o
posesión.
-Las pasiones son más hermosas después de
las decepciones, ¿no lo creen? Han pasado miles de años, ahora se
regodean en su ciencia, sus sistemas económicos y su tecnología,
sin embargo, aunque nunca lo admitan, siempre necesitarán que
alguien les diga que hacer. No pueden decidir por sí mismos, siguen
siendo unos niños, nunca dejarán de serlo. Esperan que unas
palabras escritas hace milenios los saquen del calabozo de
prejuicios, conflictos e ignorancia en que viven. El fruto, por
otro lado, siempre será más hermoso en la rama que en tu mano. Una
vez que lo encuentren, no sonreirán tanto como acuciaban.
En deferencia a sus abundantes esfuerzos,
debería darles la oportunidad de leer el apócrifo así al menos sus
memorias pueden descansar. Sin embargo, la generosidad los
inutiliza y debilita cada vez más. Caerá de la rama pero no llegará
a sus manos. Mi fuego quemará el añorado fruto, cada pulpa, cada
cáscara, cada piel, cada carne, cada semilla. Debe ser así. Deben
sufrir y fracasar para que se les derrumbe la soberbia y la
sabiduría. El alma puede nacer antes de la muerte, sobre todo
cuando a pesar de ir más allá de nuestros límites seguimos como al
principio. Las pasiones son más hermosas después de las
decepciones, por qué ellos creen que han muerto mientras en
realidad al fin despiertan-