LA BAHÍA
Mostraba a los tres monjes enmascarados, parados entre los arrecifes, por los cuales las olas rompían y salpicaban, con estridencia, en fugaces parcelas de espuma, extintas en el aire fieltro como pelusas después de un intruso céfiro. Querubín estaba delante de los dos serafines, antes eran tres. En su mano sostenía la foto del responsable de la muerte de uno de los serafines silenciosos y precisos que le acompañaba. Las gaviotas agitaban su vuelo, con su cántico ceremonioso, digno para la despedida, en su despliegue abanico. En cuanto a la comunión de máscaras plateadas y doradas, emitían por sí mismas constelaciones efímeras pero a su vez inolvidables. Más la arena amarilla parecía crujir por sí misma evocando llantos de viejos deseos que no alcanzaron a bailar con las acciones y tampoco se convirtieron en nuevas ideas para el innecesario deleite de que muchos las acepten y una nueva estrella nazca en el cielo de las dormidas creencias.
-¿A qué más puede aspirar el hombre excepto a ignorarlo siempre para no detenerse nunca? ¿Qué frase resume a la humanidad frente al espejo de Dios? ¿Quiero pero no puedo, puedo pero no debo, otro ya lo hizo antes? Sin embargo, el ayer es tan gemelo del hoy que sus almas son velas dispuestas en un candelabro alojado en un castillo sin cerillas. ¿Crees que te mataré por venganza? Te convenceré y lo reemplazarás por necesidad tuya y utilidad mía. Siempre tienen que ser tres serafines y un querubín, tal siempre todo país de este mundo debe tener un invierno y un otoño que los preparen, una primavera y un verano que los consuelen-comentó Querubín, observando con más detalles las cuevas de los ojos, a través de la mirada cetrina de Gregor Piorzeneki, al cual le costaba evidentemente dormir, en lo expuesto por esos cavernosos hoyuelos.
     Los dos serafines que le acompañaban, no daban un paso más. Querubín, con la máscara cada vez más reverberante como una charola recién frotada, contempló la excitación de las olas, alcanzando estas una mayor intensidad; siendo torres de agua de precipitado descenso para sembrar aldeas de espuma en las diversificadas naciones del coral, encargadas de absorberlas con la constelación de poros distribuidos en el sendero de grietas.
-Antes miraba y escuchaba como ellos, sin poder decir ninguna palabra, estando siempre atrás, siguiéndolo a todas partes-recordó Querubín su pasado como serafín, al observar a sus dos guardias.
-¿Quieren dejar de escuchar, quieren dejar de mirar? Sólo digan Yaloh, saquen sus dagas y prueben suerte. Siguen mirándome, siguen escuchándome. Eso, lejos de confortarme, me desilusiona-dijo dándose vuelta y avanzando hacia ellos, sin ningún tipo de especulación.
-Están esperando a que envejezca para poder decir Yaloh y tener suerte. Yo dije Yaloh cuando el vigésimo octavo querubín de la sociedad de los caminantes grises gritó Yaloh y acabó con el vigésimo séptimo, al cual quería y respetaba mucho, por qué me gustaba escucharlo. Grité Yaloh y mi predecesor ni siquiera tuvo un día de manifestación. Creo que el hombre, que está en esta fotografía, gritará Yaloh y pondrá más interesante mis días-resumió Querubín, abandonando a sus discípulos taciturnos.
Su anillo, con forma de rostro triangular, se introdujo en una ranura. Tras un crujido, se abrieron las dos rocas encargadas de camuflar las compuertas. Una vez que los serafines ingresaron junto a él, las compuertas volvieron a cerrarse y todo el mundo vería una gran roca pared difícil de abrir. A menudo las sociedades secretas, financiadas con el mercado de la información y el chantaje a corporativos que recibían antídotos de manos de serafines de Querubín, solían tener escondites secretos en todo el mundo. Pero dentro de esa montaña había una hermosa galería encolumnada, sobre la cual se destacaba una prolija iluminación acompañada de una mesa rectangular, en la que se encontraban Humberto Ricci, su hijo Augusto y el resto de los caminantes grises. Las ideas no pertenecen al hombre, sino a la necesidad de construir un mundo mejor, dijo quién se robó los apócrifos antes de que visitaran el fuego de la pira. Las sociedades secretas, con fuerte lavado ideológico y sociológico, no se preocupaban por ser muy autoritarios, a fin de darle continuidad a la lealtad de sus miembros. Poco a poco el fanatismo obtenía mejores resultados, confiriéndoles destinos sagrados y logrando que los líderes alaben a los súbditos para que los susodichos no perciban la explotación autoritaria y patriarcal; de la vertiente descendente.
Parecía que el solitario artista, en cuanto menos interés tuviese por controlar su futuro, más flores de inspiración y creatividad abriría en el jardín de su concepción cognitiva-sensitiva. No obstante, la logia de los caminantes grises permitía la expresión diversa, siempre y cuando no altere la operación monocorde. Cada uno de sus miembros, había sido criado aislado de la sociedad en general. No tenía consciencia de los placeres y de las ventajas del mundo moderno, no tenían contacto con la televisión o los periódicos.
   Vivían un modo de vida antiguo y abstinente, a tal punto que sus personalidades ramificaban en una absoluta fobia al cambio y la exposición. Desde niños eran instruidos acerca de las santas escrituras y del armonioso equilibrio entre la prohibición-la enseñanza que no se había plasmado en el primer libro, situación que dificultaba el esfuerzo de moldear a la raza. Prácticamente les convencían de no poseer necesidades carnales, diversificando sus intereses por el conocimiento para que los impulsos permanezcan dormidos para siempre en cubiles oscuros y secretos, a veces iluminados por linternas encendidas por situaciones inesperadas, de contacto con el exterior, que azuzaban las chances de deserción, pues dormir no era destruir (los impulsos)
     De todos modos, el entrenamiento era tan estricto que hasta la dieta era un elemento importante en la conservación ideológica y adhesión de los miembros, de hecho evitaban el consumo de carne y de vino, además de calcios, azucares y salinos. Sólo les daban agua y verduras hervidas, con poca sal, manteniéndolos siempre cansados y contemplantes. Bajo esas condiciones, todos eran lacónicos y concesivos, con poca voluntad y muchas páginas en blanco para la manipulación doctrinal. Pintaba tal régimen estricto deseos de desaparición en algunos miembros, que acudían al suicidio. Por esa razón los líderes viejos bajaron sus decibeles y adoptaron una política de adulación hacia los súbditos, en pos de garantizar un mínimo bienestar entre sus miembros más jóvenes con el cual tolerar las grandes vejaciones a las que eran sometidos.
Incluso había miembros de los caminantes grises que jamás habían visto una mujer en sus vidas. El objetivo era que no tengan puntos de comparación con los cuales confundirse y abandonar la misión de la logia, de modo que se aplicaban sobre ellos prácticas de aislamiento y confinamiento muy agudas. El principal principio era eliminar los deseos personales para tener contacto y puente con la lluvia mística de la verdad incuestionable. Como muchas organizaciones, creían que por el simple hecho de guardarlo desaparecería algún día por arte de magia pero llegado el tiempo no pudieron evitar que en la búsqueda de los apócrifos algunos de sus miembros jóvenes tuvieran contacto con el exterior y cayeran en las tentaciones de la fiesta, la mujer y la bebida, provocándose en esa segunda etapa un segundo problema, la deserción masiva.
Desde 1930 hasta 1960 la organización de 5.000 miembros se redujo a 45. La Sociedad de Los Caminantes Grises estuvo en una seria crisis, Querubín castigó a los desertores que formaron nuevas familias envenenándolos. Los miembros más viejos y autosuficientes del clan, ya sin las hormonas alborotándolos, estuvieron ante la indeseable necesidad de contactar con el mundo exterior y negociaron con hospitales con funcionarios corruptos el rapto de bebés. Con esos bebés, alejados del mundo exterior, formaron nuevos miembros en aras de recuperar el número de la logia, de 45 miembros a 549. Sabían que el contacto con el mundo exterior, por las propias guitarreadas de la sangre y silbidos de las venas, sería superior a cualquier entrenamiento ideológico y espiritual. No podrían conservar a sus miembros si eso pasaba, por tanto siempre fueron austeros y evitaron incluir la tecnología dentro de su organización, ya que los televisores u el internet eran otras formas de contacto con el exterior a partir del cual la logia podría debilitarse en la constitución de su cuerpo.
-Los libros santos, ¿recuerdas él de Abraham o él de Mateo? Tenían 8.000 páginas. Esos párbulos solo miraban cabras, así que parloteaban  y parloteaban trayendo esos libracos. Teníamos montañas de papel. Si hubiésemos colocado todo lo escrito por los autores santos, la Biblia sería tan alta como el techo de esta bóveda y ningún hombre, con sus propias manos, podría cargarla. Ni siquiera empujarla por un pabellón. Tuvimos mucho yuyal que despejar-dijo uno de los miembros de la sociedad de los caminantes grises, bebiendo del agua, alojada en su copa de oro puro. A Dios no debemos esperarlo, tenemos que enorgullecerlo, dijo el ladrón del apócrifo. No es un pastor que nos cuida, es un padre que nos enseña. Ni como rey al que temer ni como pastor al cual necesitar, solo como padre al cual enorgullecer, había dicho antes en esa mesa.
-La mayoría de esos libros tenían alusiones personales a sus atributos y cualidades como mercaderes, guerreros o negociadores, destacando sus posesiones personales, conquistas e influencias en los semejantes. Verdaderas autobiografías las de Isaac, Abraham y Jacob, todos esos auto-aduladores, ni hablar de Moisés, Salomón y David. Insoportables. Eran escrituras personalísimas y soberbias, pero era nuestro trabajo separar la paja del trigo. Digamos, que esos autores hablaban un 80 por ciento de ellos y un 20 de sus vínculos con Dios. Fue, según los escritos de nuestros antepasados, una tarea tediosa. Como sabemos, Melzer Laurens dijo que autores podían ser incluidos. Nosotros limpiamos sus textos extensos e interminables, al separar lo extenso personal de lo escaso religioso-comentó otro miembro.
La mesa rectangular, con mantel largo blanco y servilletas amarillas, se extendía alrededor de todos. Se trataba de un almuerzo digno y humilde, con ensaladas, sin frutas dulces. Humberto levantó su mano anuezcada y todos, en breve, cesaron el palabrerío.
-Muy pronto encontraremos el último apócrifo según la lista de Laurens. En cuanto sea incinerado, la logia de los caminantes grises se desarticulará y cada uno de nosotros podrá salir de estas catacumbas y regresar al mundo exterior a vivir como hombres normales. No se preocupen por la conectividad. La organización se ha encargado de conseguirles empleos e ingresos, con los cuales ustedes podrán llevar vidas amplias y regocijantes-aportó Humberto Ricci.
Augusto tuvo un brillo extraño en los ojos, por su parte Querubín se acercó a la mesa, con pasos largos y elegantes, en su tranco espectral, con ese respirar sin deseos que parecía quemar la humanidad para que humee el misterio eterno e incuestionable.
-Ya he dejado esencias en todos ellos, su cooperación será garantida. Sin embargo, aun siguen lejos del propósito-informó Querubín-Me llama la atención que Laurens haya mencionado  el nombre de todos los apócrifos, menos él del que estamos buscando ahora-
-Su trabajo, Querubín, no es opinar sino servir a las exigencias de la logia. Laurens habrá tenido sus razones y seguiremos ciegamente su voluntad. El hombre no tiene la sabiduría para distinguir el bien del mal, por tanto debemos esperar la segunda venida de Cristo y el reino de Dios sobre la tierra. Somos una raza imperfecta e impura, ¡qué anhela volar cuando todavía se tropieza al caminar!-repuso Humberto, elevando la voz entre los parpadeos amarillos de las velas rojas. Por su parte, Augusto Ricci decidió intervenir:
-Opino que la Santa Biblia fue presentada antes de tiempo. Debió haber un nuevo período de revisionismo. El Santo Libro tiene más prohibiciones que enseñanzas, por eso puede controlar al ser humano pero no mejorarlo-opinó el ilustre hijo.
-Usted no nació en la época en que el gran libro fue constituido. No es responsable de ello-dijo otro integrante.
-Insisto en que este último apócrifo quizá pueda equilibrar la balanza y permita dar él segundo paso. Debemos revisarlo antes de quemarlo. Si es otra porquería personalísima y presuntuosa, irá a la pira. Pero recordemos que Laurens era un hombre y como tal puede cometer errores. Tal vez haya puesto un apócrifo entre los santos y un santo entre los apócrifos. No obstante, nadie puede afirmar que la lectura de la Biblia ha creado un hombre más virtuoso y destacable. De modo que me permito y oso decir, que deberíamos trabajar en la edición de un segundo y nuevo libro, con más consejos que amenazas-persistió Augusto Ricci.
Reinó, a partir de su comentario, un silencio incómodo. La máscara de Querubín emitió ese destello de luz siniestro, por el cual pocos se atrevían a acercarse a él. No obstante, Humberto Ricci, por su sangre italiana, no era un artista al momento de ocultar sus emociones. Lejos de eso, apretó los nudillos y graznó:
-Ya hablamos de eso, Augusto. El libro de la revelación dice que el hombre no podrá resolver sus problemas y que necesitará a Dios en el día del juicio final. Debemos respetar su voluntad. El hombre, con la ciencia y la tecnología, se hizo soberbio, tuvo un poco de matrimonio entre sus deseos y los hechos y creyó que ya no necesitaba al supremo Padre. Sin embargo, ahora paga su orgullo con la miseria. Dios lo dejó solo para que aprenda el hombre que es un ser débil, inútil e insignificante. Pero aun no ha sufrido lo suficiente para borrar su vanidad humana y pedir ayuda divina-alegó con el rostro sádico-burlón del que mira a un niño tosiendo después de fumar- Por tanto, ordeno que el apócrifo final sea quemado y que la voluntad del altísimo no reciba obstáculos de nuestra mano. Otro comentario de esa índole y por más que seas mi hijo, Augusto, te descastaré de la logia. ¡Ya no habrá castigos, solo el exilio!-aseveró Humberto, señalándolo con el índice, con los ojos tan venosos y llenos de rabia que parecía que llevaba mil días sin comer o tan solo una vida sin haber ganado la obediencia de su curioso hijo, al que el paso de las décadas no borraba ese ímpetu de escribir algo en el libro interminable, ímpetu al que Ricardo, padre de Humberto, mitigó con varillazo en el dorso y rodillas desde las seis hasta las doce en el maíz picado pero Augusto pudo con el maíz, la varilla y la cuarentena en el pozo grasiento, oscuro y mohoso. Parecía ser algo más que ímpetu y a Humberto le aterraba tan solo pronunciar esa palabra en su pensamiento.
En esa ocasión Querubín dio dos pasos hacia delante:
-La logia de los caminantes grises, les recuerdo, fue concebida para quemar lo innecesario, no para sembrar la salvación. Declaraciones como las de Augusto son un intento de reemplazar a Dios y merecen algo más que la reprimenda verbal de su padre en presencia de todos. Si el ser humano tuviera todo adentro (o fuera completo), la vida no tendría cambios, errores, superaciones, progresos y sensaciones. Eso no es ni bueno ni malo, eso es lo que ocurrió, lo que ocurre y lo que ocurrirá hasta que el Altísimo se digne a vernos de nuevo. La dignidad la obtenemos cuando nuestro interior no necesita nada del exterior. Es horrible beber una copa de agua, es penoso morder un trozo de pan y más humillante pedir que hablen bien de nuestra obra para sentir que no hemos fracasado-disertó Querubín, en compañía de sus dos serafines, con su voz tornándose una aguja fanática y penetrante para el globo de cualquier soberbia, seguridad, expectativa o jactancia anteriormente hilvanadas por los miembros de la cofradía. Podía imaginarse los globos, de distintos colores, reventándose tras las capuchas grises después de sus certeras palabras.
Por su parte, los integrantes de la logia intercambiaron miradas de desconfianza y cautela, con las capuchas revelando de sus mapas faciales trazos en las narices y las comisuras, emparentadas a los batracios y a lo Butragueño. Augusto quiso abrir la boca pero apenas apretó los dientes con disgusto.
-¿Tiene algo que decir, hermano Augusto? ¿Alguno de mis comentarios le ha ofendido?-preguntó Querubín, viendo que Augusto tenía una roca en lugar de un globo tras la silla de alto respaldar. 
-¿Y sí Dios no es una persona, un ser viviente? ¿Si Dios es un mundo sin crisis y sin conflictos creado por los seres humanos?, ¿una igualdad entre nuestros deseos y habilidades para ser perfectos e indestructibles?-¿Sí Dios es el momento en que cada ser humano logre vivir sin dolor y sea abrazado al fin por la dicha?-protestó Augusto. 
-Dios, hermano Augusto, no es el fin de la lucha del ser humano por resolver sus problemas, no es la creación de un mundo perfecto sin sufrimiento, no es el paraíso. Dios tiene ojos, manos y pies como usted o como yo. La gran diferencia es que su interior no necesita nada del exterior, por eso puede traernos la verdad y la vida, por eso debemos estarle eternamente agradecidos-concluyó Querubín, acercando su guante derecho a su manga izquierda.
-¡Detente, Querubín! ¡Mi hijo, a pesar de sus 74 años, no ha perdido sus entusiasmos y fervores! Ha leído que otros caminantes grises han leído textos y editado los susodichos pero eran los textos santos elegidos por Laurens, nunca se leyó un apócrifo. Todos los textos santos están incluidos y es nuestro trabajo quemar el apócrifo que falta. El gran traidor que lo robó, cuyo nombre no puede ser mencionado para que no marchite nuestra semilla y estirpe, también creyó que la Biblia podía controlar al hombre pero no mejorarlo al no disponer de una balanza equitativa entre amenazas y consejos. Sin embargo, la Biblia es el mensaje de Dios al ser humano y ¡debemos respetarla! ¡Pues una enseñanza es más poderosa que mil órdenes y ya con la obra de su hijo Jesucristo en el ama al prójimo como a ti mismo se reemplazaron los 10 mandamientos de Moisés para que el ser humano se desindividualice y actúe con dignidad frente a los ojos de Dios! ¡Así doy por concluida esta asamblea!