EL
OVILLO
Es un amigo-enemigo de todo escritor en un
largo proceso de pensamiento deshilvanado, en el trazo de sus
diversas historias. Repite conceptos, con la esperanza de
desenredar surcos y llegar a nuevas significaciones, un hilo lleva
a otro y luego otro a otro pero aun sigues viendo el ovillo, que es
más pequeño que antes pero no deja de ser un ovillo que guarda algo
importante y magnífico para ti.
Como todas las experiencias divorciadas de
la presión del resultado, la posibilidad de unirse al todo se abre
como una ostra de perlas. Sin embargo, aunque el ovillo sea más
pequeño y veas los restos de hilos sueltos por las baldosas, aun no
crees haber logrado nada. Existen ciertos remolinos esperándote en
la vida, qué atrapan tu interpretación y te hacen necesitar lo que
no quieres, de un modo tan pernicioso como cadencioso. Si no tiene
algo diferente, totalmente nuevo, no puede ser tuyo.
Si puedes entenderlo pero no explicarlo, no
viene seguramente de ti y eso asusta tanto como emociona. En las
cuevas del delirio soplan flautas de hidalguía y solitarios
compromisos, acompañadas de tambores y arpeos de ignorancias
maravillosas y secretos despiadados. Si lo hechas a andar tras
darle cuerda y no sube ni baja nada, el destino, la verdad, la
historia miran hacia otra parte y es otro hilo más fuera del
interminable ovillo.
La llegada a Nantes, por medio del tren
expreso, se celebró con dos horas de anticipación, accediendo a un
ritmo frenético, nocivo para alguien de la edad de Gretel. Pero por
suerte los asientos, con cobertura azul, eran blandos, amplios y
cómodos, ideales para dormir. Más el servicio de cafetería y
cathering del expreso podía ser comparado al de las aerolíneas más
prestigiosas del mundo sin ruborizarse para nada. Siempre con la
velocidad parecía que se nos iban cosas y con la lentitud que
entraban, paradigma que su padre nunca le pudo resolver, en esos
solitarios paseos de plaza, donde ella tiraba el disco e iba a
buscarlo una y otra vez, rogando por un perro que él no quería
comprar y que se conforme con la planta pero ella no se movía y
dejaba de ser interesante.
Clement Richellier, dentro de la
universidad republicana de Nantes, era bastante conocido. Sin
embargo, allí no estaban de feria, por tanto un guía los
acompañó.
-Solamente ejerció la docencia durante 5
años en esta prestigiosa universidad. Pudo haber sido cardenal pero
no sabía callarse la boca. Siempre criticó al Vaticano a través de
escandalosos escritos y cartas. Sin embargo, llegó a ser Obispo de
Nantes y le tenemos una gran estima ya que además de hablar bonito
obraba con mucha mayor belleza. Inauguró las primeras escuelas y
hospitales de Nantes. Todavía conservamos su pequeña habitación, no
la hemos tocado por nada del mundo. Huele muy mal pero la hemos
aislado y seguirá así hasta el fin de los tiempos-contó un hombre
viejo, edecán de Clement Richellier. La habitación estaba cerrada
con llave, con la vieja puerta de roble, la cual ostentaba una
vieja reseña en latín: hombre hoy, Dios mañana, en una dialéctica
interpretable pero no posible de legitimar.
-Odiaba los lujos y las ostentaciones. Mi
bisabuelo me dijo que siempre pedía que le saquen esa puerta de
roble, que le pongan una de Guillermina. Estaba Clement siempre
gritando y quejándose, un viejo idealista. Tenía ideas extrañas
acerca de Dios-
-¿Cómo cuáles?-preguntó Kent Laughton.
-Decía que Dios no era un ser viviente sino
la igualdad entre el hombre real y el hombre ideal. Que la
distancia entre HR e HI medía el factor F: Fe, a mayor distancia,
mayor fe, a menor, menor. Por tanto, el nacimiento de Dios implica
la muerte de la fe según Clement. Todas las noches deambulo por
estos pasillos, con mi linterna y mi macana, en aras de qué los
jóvenes vándalos no alteren estos valiosos documentos históricos.
Siempre rondo aquí, por este pasillo, cuidando la habitación del
viejo obispo-
-¿Hay discípulos qué hayan sobrevivido o
parientes de esos discípulos con los cuales podamos
conversar?-
-No lo creo, Doctora Sankief. Nantes se ha
convertido en una ciudad turística y ha perdido mucho rigor
académico. Lamentablemente no puedo mostrarles la habitación del
obispo. Es una cuestión de formalidades, nadie la ha visto en 150
años. Era voluntad de él antes de morir-
De regreso al hotel, todos empezaron a toser
y a sentir el ardor subiendo desde el mentón hasta la frente, como
la margarina en la tostada en una aguda pincelada de sudor; cuyo
borboteo incluso podían oír cómo sí sus mejillas fueran sartenes
para las papas fritas. Fue más que un sueño, maldición, ¡fue más
que un sueño!, objetaron golpeando la mesa, al punto que las tazas
temblaron sembrando líneas marrones y blancas sobre el mantel azul
transparente.
A pesar de que estaban sentados, el mareo
tejía deseos de desmayo y la nausea abundante promesas de vómito.
Pero, con enorme esfuerzo, lograban conservar la voluntad de
superación y descubrimiento. No sacarían nada extraoficial de mano
del amable edecán.
-Algo encontraremos en su habitación.
Debemos revisarla. No es algo que yo no haya hecho antes. Si
siempre hago lo que me dicen, este maldito mundo nunca
cambiará-echó leña Radok a sus viejos tiempos de idealista, donde
fue puntero de un partido de izquierda comunista en Praga, al
principio fue por las mujeres fáciles y la cerveza gratis pero
luego hubo algo más y empezó a participar más de las deliberaciones
que de las celebraciones.
-Es sólo la habitación de un anciano que
murió hace 200 años. Nadie se dará cuenta. Será sencillo pero ese
edecán, ese celador, siempre se pasea por los pasillos de esa
universidad como un fantasma. Así que, Gretel, necesitaremos un
pequeño favor. Eres más o menos de su edad y, con el debido
respeto, no te ves tan mal-
-¿Qué estás sugiriendo, Kent?-preguntó
Gretel, con una catarata de suspiros y palpitaciones, mientras
miraba como miraría una monja cuando se apagan todas las velas
durante la noche. Gregor cerró la cabeza y movió la cabeza de lado
a lado, en tanto Radok apoyó la mano sobre la mesa.
-Es sólo una cena, nada más. El edecán lleva
una vida solitaria. No quisiéramos tener que doblegarlo por la
noche o que dé aviso a la policía de Nantes. Invítalo a cenar y
nosotros haremos el resto. Revisar la habitación de Clement
Richellier y encontrar algo que nos sirva para continuar con la
investigación-explicó Radok, con la mirada del vendedor de helados
que ve al niño gordo sin sus padres, caminando por la plazoleta,
durante el verano.
-Estamos todos sudando y temblando de frío,
Querubín no mintió y ustedes no saben nada de él-
-¿Lo harás o no, Gretel?-
-Solo una cena, nada más, Radok-
Rue Coussons era un restaurante hecho a
medida para Jules Renard, director de la universidad de Nantes, el
cual se sintió muy a gusto con la invitación sorpresa de parte de
Gretel. Las características de ese restaurante eran que no iba
mucha gente y que había jóvenes pianistas, con gran habilidad para
interpretar música clásica. Por otro lado, había buena combinación
de velas rojas y manteles amarillos, que conferían un matiz
nostálgico al lugar. Sobre todo por sus luces anaranjadas, que
ocultaban las grietas de los rostros, bajaban los sopores y
caldeaban los fervores, detrás de las corrientes del río que
semejaban a un misterioso cabello que no terminaba de
peinarse.
-Antes Rue Coussons, este sitio, era un
broquel de Jóvenes Idealistas Armados. El JIA, como usted sabrá,
quería derrocar la tiranía Charles De Gaulle. Antes el JIA ayudó a
los norteamericanos a sacar a los nazis de Paris. Aquí, en este
restaurante, celebraban sus reuniones secretas-dijo Jules.
-¿Usted fue miembro del JIA?-
-Oh, no, era un joven asustadizo que siempre
le llevaba la leche a su madre y leía libros bajo la mesa mientras
ocurría la balacera. Solamente quise hacer un comentario
pintoresco, a ver si usted sentía la vibración histórica. Antes, en
donde estamos sentados ahora, el JIA celebraba las reuniones para
tratar de boicotear a los nazis primero y a De Gaulle después. La
Sureté los emboscó y los hizo pedazos. Entre ellos estaba mi primo
Arnauld. Cambiando de tema, ¿qué pasó con el resto de la
pandilla?-preguntó Jules Renard, en alusión a Gregor y el equipo de
investigación.
-Oh, ellos tienen otro tipo de salidas,
billar, cerveza, mujeres con poca ropa pidiendo billetes en una
tarima, no encajo en ese cuadro, bueno, son más jóvenes y debo
entender sus fervores-expresó Gretel Sankief, mientras Jules le
servía vino blanco, a través de un chorro lento y suave.
-Me sorprendió su invitación. Al principio
temí dejar la universidad sola, vivo en ella, pero no está mal de
vez en cuando desafiar la rutina. Siempre hay que hacer algo nuevo
para que el agua entre y el aspa del molino dé otra vuelta. Usted
me entiende-
El rostro de Gretel se endureció como si
viera a sus padres en posición indecorosa, al escuchar la palabra
agua, aspa y molino, un tanto inapropiada según su gusto y
exageradas de parte de Jules. Entretanto, en la habitación vieja de
Clement Richellier, con pasamontañas, Gregor, Thomas, Radok y Kent
ingresaron, encendiendo sus linternas y tosiendo por el polvo
acumulado en ese lugar que hedía horriblemente. Ojalá al bueno de
Jules no se le haya olvidado retirar el cuerpo del camastro con
borceguíes. Las linternas, con sus túneles de luz con lunares,
iluminaban los muebles antiguos. De regreso a Rue Coussons…
-Siempre digo lo mismo, señor Renard-
-Dígame Jules, por favor-
-Jules, la gente soberbia y arrogante que
siempre declara ser la mejor en cualquier aspecto o área de la
vida, no recibió de niña o joven reconocimiento o afecto de parte
de sus padres. Se dan lo que no les dieron. Todos los soberbios de
adultos no fueron amados y atendidos de niños por sus padres. Hay
un patrón muy establecido-
-No entiendo. ¿Quiere decir que cómo sus
padres no los apoyaron, ellos se sienten obligados a ser soberbios
y engreídos para no perder el autoestima?-
-Exacto. Todos necesitamos el reconocimiento
y la aceptación del prójimo. Como la sociedad no es ávida en tales
cualidades, es normal que en nuestra sociedad abunden los soberbios
y los bocones pero no lo hacen por maldad sino por necesidad. Es
una autoalimentación, se dan a sí mismos lo que los demás no les
proporcionan. Si además de criticar elogiáramos, habría menos
soberbios. La abundancia de soberbios prepotentes se debe a nuestra
incapacidad de reconocer algo bueno en alguien-
-Humm, nunca lo había visto de ese modo.
Interesante, Doctora Sankief. Así que la gente que de adulta es
soberbia y pedante, de niños sufrieron una infancia carente de
afecto, apoyo y aprobación por parte de sus padres-
-Oh, por favor, dígame Gretel-
-¿Quiere otra copa de vino blanco?-
-Bueno, sólo otra-
Entretanto, el mesero les servía langostas
con salsa blanca. Al mismo tiempo, en el reservado aposento del
Obispo Richellier, los infiltrados abrían cajones y cofres,
tratando de guardar cartas, documentos y correspondencia. Luego
retiraron los cuadros por si el obispo guardaba alguna caja fuerte.
El moho se deslizaba en hilachas verdes en medio del sopor
amarillo, reinante en ese lugar, que junto a las linternas
fosforeaba como oro, como si fueran parte los intrusos de un caldo
gigante y asfixiante. Francamente no se podía respirar en ese lugar
y la incomodidad compraba todos los boletos, por lo que,
posiblemente, la revisión no sería del todo exhaustiva. Agazapado,
Gregor palpó debajo del armario y por entre las vigas revisaba
Kent, sin hallar nada del otro mundo.
En tanto, Thomas,
sorprendido, movió el codo haciendo caer una gran ánfora persa, la
cual al romperse reveló un narguile y sobrecillos con hashish.
Parecía que el sacerdote también buscaba medicinas para el olvido,
evento que reafirmaba la teoría de que vivía una existencia tensa y
peligrosa como agente de los caminantes grises. El aire, amarillo y
mohoso, apenas permitía ver. Las películas de polvo y de telaraña
eran de por sí asquerosas. Agazapándose con la linterna, Gregor
Piorzeneki observó un detalle más:
-Esa hierba tiene un distinto color, no
murió de causas naturales, fue envenenado. Alguien visitó su
habitación antes que nosotros hace un par de siglos, seguramente
alguien que conocía los hábitos orientales del obispo y de ángel
tiene solo el nombre- explicó Gregor, mirando el narguile, al
interponerle delante del sueldo bordó embaldosado la máscara del
Querubín.
-Debemos revisar bien y cotejar cada
detalle. No creo que la doctora Sankief acucie cenar otra vez con
el edecán Renard-opinó Radok, con guiño cómplice. Acto seguido, fue
el turno de revisar debajo de la alfombra.
-Ya bebió bastante, doctora Sankief. Vamos a
bailar, el vals es bueno para aligerar la digestión. Sabe que en
este piso una vez estuvo Fred Astaire, yo lo vi desde aquí con mi
madre, era un niño vestido de marinerito con moñito rojo-comentó el
edecán Jules Renard. A su vez, algo mareada y cansada, seguramente
por la langosta, Gretel empezó a reír sola pero acompañó a su
compañero de citas en el vals.
-Disculpe, hace mucho tiempo que no hago
esto. ¿Dice que Fred zapateó en donde estamos deslizándonos
ahora?-
Jules asintió.
-Era un jovencito que recién empezaba y no
sabía que iba a pasar con su futuro, por eso no mezquinaba nada.
Exponía todo, era maravilloso, un delfín luchando contra las
olas-expuso Jules Renard.
-Habla mucho de otros, poco de usted. ¿Es
por qué no quiere parecer pedante o por qué teme
entristecer?-
-Mi vida no fue interesante, doctora
Sankief. Estudié, me gradué, me desposé, tuve hijos, mi mujer
falleció y ellos fueron a construir sus vidas en otra parte. Los
veo una vez por año; es la universidad o el asilo. Todavía quiero
sentirme útil-
-Te acercas a la rama, crees que es un
petirrojo pero es otro vulgar gorrión, aplaudes fuerte y lo dejas
ir. Sé lo que se siente. Toda mi vida huí del error, del ridículo,
y en eso me convertí, en una espectadora, sentada en las gradas.
Ahora estoy en la pista como usted y pensé que sentiría distinto
pero no. ¿Eso le molesta?-
Jules, sin decir nada, movió la cabeza de
lado a lado. Gretel, en su diario oficio de terapeuta, estaba
acostumbrada a que los hombres la confundieran con la madre o la
esposa, pero desde que estaba en Nantes no llevaba el trabajo fuera
de su oficina. Por primera vez se sentía lejos de su oficina y su
gala adquiría nuevos matices.
-¿No está acostumbrada a beber,
verdad?-
Ante el dicho de Jules, Gretel movió la
cabeza de lado a lado.
-No quería terminar así, sabe. No quería
terminar así. Mi hija murió, mi padre no me necesita, mi esposo
tiene otra historia. Parece que todos terminamos solos y que
nuestro destino es ver como nuestro árbol se despedaza hoja por
hoja, rama por rama, con el tiempo, con el viento-
-La soledad es no saber lo que queremos.
¿Qué quiere realmente para su vida, Gretel?-inquirió Jules, en el
vals, sujetándola con sus brazos.
-Volver el reloj atrás. Hacer todo al revés
de lo que lo hice, divertirme, no preocuparme tanto, no exigir
tanta perfección en los demás, abrirme a nuevas experiencias, dejar
de pensar un poco en el control y no sé, vivir, eso es lo que
quiero, girar las agujas del reloj hacia atrás e intentarlo de
nuevo, ¿puedo hacerlo?-preguntó Gretel, con un parpadeo lento,
amagando a dormirse en brazos de Jules Renard, el cual movía la
cabeza de lado a lado, comunicando su respuesta.
-Las copas, algunos las llenan con vino,
otros con cerveza, otros con ginebra, pocos con agua, ¿quiénes
gozarán más, quiénes sufrirán menos? Nadie lo sabe. Usted, Gretel,
llenó su copa, la bebió y sigue teniendo sed, la misma sed que he
visto (y en dimensiones más grandes) en personas casadas, con
hijos, nietos y bien acompañadas. Así que no se sienta condenada.
Todos seguimos teniendo sed y llenando la copa con distintas
bebidas esperando encontrar alguna vez la adecuada-
-Estoy mareada, necesito sentarme, algunas
veces, cuando algún paciente falta a su cita, abro el ventanal y
camino por el balcón, en mi consultorio, ubicado en Praga. Miro los
autos borrosos y tengo una extraña pregunta; ¿qué harán cuándo se
detengan? ¿Comerán, besarán, matarán, discutirán, golpearán,
jugarán? ¿Qué harán cuándo se detengan? No lo sé, todos andan muy
rápido. Escucho problemas de todo tipo, de toda índole. Y de algún
modo los demás ponen su ropa sucia en mi palangana y hay tanta ropa
sucia ¡qué ya no veo mi palangana, eso es tan frustrante! ¡Sus
miedos, odios, enojos, envidias, son la ropa! ¡Mi tranquilidad, mi
paciencia, mi serenidad, son mis palanganas y a veces hay tanta
ropa ajena-mugrienta en la azotea que no las veo pero necesito
verlas, ¿entiende?! –
-El hecho de que no pueda verlas no
significa que no existan o que no estén. ¿Qué diferencia nota entre
la serenidad y la tranquilidad?-
-No sé, la primera parece moverse un poco
más, no estar tan quieta, más la segunda parece guardar las cosas,
y la primera no las guarda, le resbalan, no es una palangana, es un
fuego frío, debo estar loca, ¿no?-
Jules no dijo nada, solamente le tomó las
manos.
-No todos, Gretel, somos una porquería. No
soy perfecto pero trato de hacerlo bien. Espero que valores eso,
espero que, sí algún día te visito en Praga, aceptes una invitación
a almorzar y que lo que acaba de empezar ahora sea algo más que un
escape a la rutina-
-Llámame, Jules. Aquí tienes mi
tarjeta-
-Espero que no diga repuestos de
motor-
-JA, no llego tan lejos. Digamos que en las
anteriores páginas hay ecuaciones, fórmulas y trigonometrías, no
estaría mal poner un poco de poesía en las últimas-
-¿Qué quiere decir, Gretel?-
-Descuida, yo me entiendo-
-Es lo que me decía mi ex
-No tan rápido, Jules. Soy de las de
antes-
-Con velocidad la vida es solo entrar y
salir. Con lentitud puede tener más cosas-
-Qué profundo. ¿Lo dijo su ex?-
-No, lo acabo de pensar ahora-
-Así que te inspiré-
-Podría decirse-cerró los ojos Jules,
desembocando sus labios grises-anuezcados sobre los rosados-lisos
de Gretel.