LA BÓVEDA
De ese templo estaba envuelta en un paño de sombras, aunque las antorchas producían unos arañazos anaranjados a partir de los cuales lo común podía ser resaltado con cierta reservación próxima al misterio. Una serie de hombres encapuchados llevaban unos rollos de pergaminos, que arrojaron a la pira, elevando la pared de fuego. Entre las columnas se percibían grabados religiosos con imágenes alegóricas a David y Goliat, José en el vientre de la Ballena, las siete vacas gordas y las siete vacas flacas, entre otras. Eran muchos rollos, arrojados en la pira, por esos hombres de pocos movimientos y muchos pensamientos.
-El apócrifo escribió un solo libro, fueron reescritos y transcriptos por 29 discípulos. Nadie debe mencionar su nombre o recibirá una maldición que trascenderá las tres generaciones que le precedan. Hemos hasta el momento incinerado 25 de las 29 copias-
-Hermano Ricci, la comunidad me ha dicho que traerá tres apócrifos más del innombrable. Los caminantes grises sabemos que la verdad no es llegar a la cima, sino saber que es miel y que es hiel. La hiel del apócrifo no será vista por este mundo. Algunos descendientes de sus discípulos han tratado de negociar con nosotros y hemos accedido a ciertas sumas. Pero luego fueron visitados por nuestro querubín y silenciados para siempre; de un modo indoloro y placentero-  
-Hermano Sebastián, la sociedad de Los Caminantes Grises nunca permitirá que un mentiroso mezcle lo deseado con lo sucedido en aras de perturbar el destino de nuestra raza. El apócrifo lleva tanto tiempo escondido que sus delirios por las comunidades secretas han sido tomados como profecías, aunque su grado de acierto es distorsionado y para nada considerable u verificable-explicó, levantando las manos, a fin de que sus palmas se alumbren con el fuego.
-Sólo falta el original, hermano Ricci. ¿Qué hacer con los que se propongan preservarlo y difundirlo? ¿Debemos usar otra vez a nuestro querubín para silenciarlos para siempre?-inquirió el hermano Sebastián, con su nariz engarfiada y herrumbrosa, sobresaliendo de su capucha como la cabeza de un zorzal desde un grateus.
-A veces-dijo el hermano Ricci, con voz áspera y seca-A veces, hermano Sebastián, algunas guijas resbalan sobre el risco para que la roca central siga firme e inmaculada-
-Comprendo perfectamente el mensaje, hermano Ricci. Hablaré con él querubín-
El hermano Sebastián asintió y se retiró, sin revelar nada a partir de su rostro encapuchado. Por su parte, el hermano Ricci, exhibiendo su nariz aguileña, observó los pergaminos doblándose entre los dientes de fuego alojados en la pira. La comunidad de los caminantes grises fue creada a principios del siglo VIII, por el cardenal Lorenzo Gabriel, el cual les ordenó proteger los pergaminos sagrados encargados tiempo después de constituir la Santa Biblia.
      Sin embargo, muerto Lorenzo Gabriel por envenenamiento, el arzobispo Laurens comentó que no todo lo escrito era conveniente en su santa publicación. De modo que, tras secretas asambleas, quemó muchas cosas en la pira, que jamás saldrían a la luz. A partir de ese momento, se crearon los apócrifos. Textos santos no incluidos en la Biblia, la edición siniestra-silenciosa que duró centurias. Laurens consideraba que la raza humana no debía esperar a Dios, sino mejorar por sí misma. Estimaba que los milagros de Jesucristo y de Jehová encapsulaban muchas posibilidades de superación dentro del ser humano.
  Por esa razón recortó muchas partes donde Dios ayudaba al hombre mostrándolo así más autoritario de lo necesario a fin de que el ser humano adopte sobre esa hueste una necesidad de independencia con respecto al creador supremo, pero con el tiempo los templarios persiguieron a los caminantes grises, protectores de las sacras escrituras. Tras duras persecuciones y asesinatos, se creyó que la sociedad de los caminantes grises estaba acabada. Nadie sabía de ellos excepto las partes más íntimas de la curia. Incluso la sociedad de los caminantes grises no era mencionada en ningún libro, enciclopedia o divulgo popular. Ni siquiera el pensamiento del solitario más acérrimo podía dibujar en ese entonces una función de tamaño calibre: editar la Biblia, no mostrar todo, salvo lo conveniente.
   Sin embargo, el hermano Augusto Ricci descendía de Giacomo Ricci, refundador de la sociedad de los caminantes grises. No tenían ninguna asociación con el vaticano, como sí la tuvieron desde el siglo VIII hasta el XII. Pero Giacomo Ricci reconsideró que la tarea de Laurens no estaba completa y que algunos alcanzaron a huir con textos que no fueron incluidos pero podían serlo en el porvenir. De modo que debían destruirlos en pos de no enturbiar el mensaje santo con fanatismos innecesarios, pues para los caminantes grises la Biblia daba poco lugar al razonamiento y demasiado a la pasión. Pero por lo menos esos textos no incluidos, esos apócrifos, no ayudarían a pasar de la pasión a la locura. Por lo tanto, destruirlos, en medio de tantas divisiones religiosas, destilaba un aroma superior a la obligación.