ELVIRA
15 de febrero de 1939
LLEGUÉ al Havre en el primer
tren de la mañana. El comité Francisco Ferrer de ayuda a los
refugiados españoles buscaba a una maestra que se encargase de los
niños refugiados del centro de acogida del mismo nombre. Antonio
Cuéllar, un joven vasco de unos 30 años alojado en el centro con su
hijo Antonio, vino a recogerme en furgoneta a la estación de
ferrocarril y me llevó hasta una casa particular situada en la
parte alta de la ciudad. Fue allí, en el número 75 de la calle
Félix Faure, donde se creó en junio de 1937 el orfanato Francisco
Ferrer para acoger a los primeros niños vascos evacuados tras el
innoble bombardeo de Guernica del 26 de abril del mismo año.
Antonio me explicó que tuvo que escapar de España poco después de
la ofensiva franquista contra Bilbao y que desde que llegó a
Normandía al mes siguiente, ejerce allí de factótum. Nada más
llegar, él mismo quiso llevar mi pequeño hatillo a la habitación
del piso que de ahora en adelante me estaría destinada. El cuarto
no es grande, la verdad, pero ¡cuán lujoso me pareció tras aquellos
días de vagabundeo y de incertidumbre! El enjalbegado de sus
paredes, desprovistas de crucifijo, la colcha de flores, la jarra
de loza y su jofaina colocadas encima de un mueble en un rincón del
cuarto le infunden cierto aspecto de limpieza que de inmediato me
alegró y me serenó. La ventana da a un parque arbolado que todavía
no oculta el paisaje de este fin de invierno gris y desapacible.
Más abajo, a lo lejos, se divisa el mar. No tiene ningún parecido
con el que veía desde mi ventana del barrio de la Barceloneta. Es
un mar que arrastra gruesas olas furiosas llenas de espuma, pero en
fin es el mar... Antonio me dejó instalarme tranquilamente e
insistió para que descansara, puntualizando que no iría por mí sino
antes de la hora del almuerzo para que yo conociera a todo el
equipo del establecimiento.
La acogida se desarrolló con sencillez pero
fue de lo más caluroso. El equipo se reunió con todos sus miembros
para darme la bienvenida, y el señor Equilbecq, el vicepresidente
del comité Ferrer, también presente, me presentó al personal de
dirección. El señor Lecomte administra los fondos mientras la
directora, la señora Krugell, se encarga de supervisar la buena
marcha cotidiana de la intendencia, y el señor Vautier desempeña
las funciones de director adjunto. También tuve el placer de
conocer a dos de mis compatriotas, a la maestra Ascensión Andrés, a
quien ayudaré en clase, y a Dolores Petite, nuestra cocinera, lo
cual echando cuentas e incluyendo a Antonio y a mí, lleva a cuatro
el número de adultos que supervisan a los pensionistas. Con motivo
de mi llegada, todo el pequeño grupo de niños, con edades entre los
2 y los 17 años, acortó su recreo porque me habían preparado una
sorpresa: antes de ir a comer, recitaron expresamente para mí un
poema de nuestro querido Antonio Machado, “Recuerdo Infantil”. Me
emocionó de veras su delicada atención pero de pronto la emoción
dejó paso al asombro cuando, entre los veinticinco niños que están
en el centro, reconocí a ese chico alto que hizo de intérprete para
nosotros en el centro de tránsito de Le Boulou. Su hermanita y él
fueron los primeros en saludarme. La pequeña Nena, que no abandonó
la costumbre de llevar a todas partes su muñeca consigo, vino a
darme un beso y, a falta de palabras, me gratificó con una sonrisa
ancha. Me agradó mucho volver a verlos.
Estoy segura de que voy a sentirme a gusto
aquí. Voy a realizar una gran labor.
19 de febrero de 1939
Durante la noche del sábado al domingo,
unos copitos de nieve cayeron recios y apretados sobre El Havre, y
el orfanato despertó bajo una espesa capa de nieve que acentúa mi
desorientación ante ese entorno que desconozco. Precisamente este
domingo los niños me hicieron descubrir una parte de él muy
sorprendente. Avisados de mi llegada por Ascensión, se concertaron
todos para determinar el lugar al que les gustaría llevarme y
optaron por un chalé muy singular que aquí llaman el Castillo de
Gadelles, vocablo normando que alude a los groselleros que rodean
la finca. Por la mañana, con unas sonrisitas maliciosas, salvaron
todas mis preguntas como si de antemano se deleitaran en la
sorpresa que me reservaban, y la perspectiva de un paseo bajo la
nieve se añadió a ese sencillo placer. Los mayores comprobaron que
los menores estaban equipados de gorros y bufandas, comenzamos a
subir la cuesta que serpentea desde el orfanato hasta la calle
Cochet y allí, ante nuestros ojos asombrados, descubrí una réplica
¡casi idéntica a la puerta Santa María de Burgos! ¡Qué sensación
tan extraña topar aquí, en suelo normando, con un rinconcito
español! Esta especie de castillo reducido, con una fachada de
ladrillos rosa descollando sobre la ladera de una colina arbolada y
nevada, impregnó nuestro paseo de un matiz mágico, algo nostálgico
por parte de los mayores, confesémoslo. Pero algunos niños se
dedicaron entonces a hacer grandes muñecos de nieve, y luego los
patinazos y las batallas de nieve subsiguientes pronto disiparon la
añoranza, y con alegría y buen humor volvimos al orfanato en
sentido contrario a la espera de reanudar nuestras clases a la
mañana siguiente.
20 de febrero de 1939
El paseo de ayer permitió que me
familiarizase con el paisaje de los alrededores y sobre todo que
conociese mejor a los niños. Ayer había algunos que venían a
decirme unas palabras amables, otros me tiraban de la mano cuesta
arriba u otros me lanzaban tímidamente una inofensiva bola de
nieve. Esta mañana, Ascensión y yo decidimos escindir el grupo de
los niños en dos. Así pues ella se encargó de los mayores para
poder llevar a cabo el proyecto de elaboración de periódico que
Vicente y Mariano propusieron a los demás, y en cuanto a mí, tenía
que repasar los conocimientos de los menores acerca de los
castillos. Para terminar la mañana, les propuse a todos una
actividad que los niños suelen apreciar: dibujar un castillo.
Ramón, Corsino, Carlos y Francisco se precipitaron en coger unas
hojas de papel y unos lápices de colores para repartirlos y Joseba
me pidió permiso para dibujar el castillo que vimos ayer, imitado
de inmediato por José Luis a quien la idea resultó estupenda. Solo
Floreal mostraba cierto mohín de enfado, y cuando le aconsejé
unirse al grupo de sus compañeros, me espetó que no iba a hacerlo y
que nada dibujaría. Por todos los medios intenté persuadirle de que
su dibujo bien valdría tanto como el de los demás pero decretó
malhumorado que no representaría ningún castillo, que su padre le
contó que, de niño había en su pueblo un enorme castillo en el que
estaba prohibido penetrar y que una vez el rey del castillo lo
había cogido y pegado para castigarle por haber entrado en él, y
desde aquel entonces su padre había dicho que había que destrozar
todos los castillos. Entonces levantó la barbilla de manera
arrogante en mi dirección, se cruzó de brazos y rotundamente
reiteró su afirmación de no dibujar ningún castillo. Su carita
fruncida y el apego hosco a la figura de ese padre del cual no
sabíamos si estaba vivo o muerto me enternecieron más de la cuenta
y ya sin ánimo de reñirle, le dejé dibujar lo que quisiese. La
nieve de la víspera sedujo a este pequeño barcelonés de 7 años, el
cual de inmediato volvió a sonreírme, afirmando que iba a dibujar
para mí un gran muñeco de nieve. Al comprobar su decisión sus
compañeros rieron levemente pero al final de la mañana, cuando
expusimos todos los dibujos en la pared al lado de la pizarra,
Joseba estaba radiante de orgullo.
22 de febrero de 1939
¡Vaya niña más curiosa la Nena! El hermano,
la muñeca y la niña forman un trío inseparable cuyos miembros son
casi autosuficientes. Ella casi nunca se dirige a otro niño del
centro, ni siquiera a Mariano, un chico algo más joven que su
hermano, quien aceptó ser su tutor en clase. Siempre está
acompañada por su muñeca de trapo e invariablemente busca la
compañía de su hermano. Es obvio que está atisbando sin cesar los
momentos privilegiados durante los cuales podrá estar sola con su
hermano mayor. No por ello es más locuaz con él y pocas cosas
logran poder sacarla de su mutismo. Sin embargo, la veo hablar
frecuentemente con su muñeca y es muy desconcertante observar que
el juguete es el único destinatario de sus confidencias. Hay algo
todavía más preocupante si cabe: como Salvador se quejaba de no
poder repasar las bases de esperanto que había adquirido en
Cambrils, el señor Vautier le regaló un libro de texto suyo y desde
aquel entonces la niña participa de buena gana en los repasos del
hermano, balbuceando para imitarle algunas palabras que le oye
repetir. Pasa igual con las lecciones de francés con las que
Salvador forma sus compañeros. Ella no se expresa obligatoriamente
en voz alta pero se le nota el interés en los labios que se empeña
en mover con aplicación. ¡Pero lo que más me sorprende es que casi
nunca la oigo emplear su lengua materna! ¡Me estremezco al pensar
que está olvidándose del catalán!
¡Pero el hermano tampoco deja de ser raro!
¡Cómo aceptar que este chico tan brillante, con 17 años cumplidos,
no conozca la fecha de nacimiento de su hermanita! Y que porfía en
afirmar que la Nena es de veras el nombre de la pequeña mientras
que ¡en todas partes de España este vocablo fue siempre solamente
una tierna muestra de cariño reservado a las niñas para
demostrarles ternura! Pero no hay manera, ¡lo sostiene erre que
erre! Afirma que Nena es el nombre que su madre quiso dar a su
hermana y que en el momento de pasar a Francia perdió toda la
documentación que lo certificaba. Después de todo, no sería nada
extraño si consideramos el caos indecible de aquellos momentos de
pánico. En cambio, lo que no deja lugar a dudas, es el cariño que
le da sin escatimar. ¡Y cuánto lo necesita la niña!
23 de febrero de 1939
Esta mañana, observamos un minuto de
silencio en homenaje a Antonio Machado que murió ayer en Collioure,
y Manuel, uno de los chicos mayores, quiso recitarnos de nuevo el
poema que tan lindamente presidió mi llegada. Pero cuando, con una
voz temblorosa, intentó declamar la última estrofa, la emoción fue
tan fuerte que el pobre chico no pudo concluirla. Fuimos varios,
entre ellos Salvador, en tomar el relevo y al unísono recitamos el
poema hasta el final. Al evocar al viejo maestro, las palabras
siguen sonando tristes en mi memoria.
“Con timbre sonoro y huecoTruena el maestro, un ancianoMal vestido, enjuto y seco,Que lleva un libro en la mano.”
27 de febrero de 1939
Lunes funesto: el gobierno francés
reconoció ayer como único gobierno legítimo de España a la inmunda
junta rebelde de Burgos a la cabeza de la cual se pavonea el infame
Franco.
11 de marzo de 1939
Ayer proyectamos llevar a los chicos hasta
el mar. El aire de mediados de marzo estaba seco y ni un solo
momento dudamos de que al higiénico paseo vivificante se añadiera
la oportunidad de una clase de ciencias naturales. No todos los
niños proceden de Barcelona y los hay como el pequeño Juan, oriundo
de Cuenca, que todavía no están acostumbrados a esta novedad
inmensa y rugiente. Para ir bajando hasta el mar, solemos pasar por
la escalera de la Côte-Morisse y ayer hicimos allí un encuentro
realmente simpático. Al pie de la escalera nos topamos, en la calle
de Albión, con un chiquillo de unos 10 años, quien al oírnos hablar
en castellano, nos saludó con el puño en alto gritando en nuestro
idioma: “¡Viva la República!” Intrigados al oírle dirigirse a
nosotros en castellano, Antonio, Ascensión y yo, quisimos saber más
y nos paramos a entablar conversación con él. Una vez más
recurrimos al talento de Salvador al que Lucien, es el nombre del
chico, confió que iba a visitar a su abuela que vive un poco más
abajo en el barrio de los Quatre-Chemins y que gracias a su hermano
conoce las palabras de castellano con las cuales nos honró.
Empezábamos a sentir frío de tanta inmovilidad, y como Salvador le
explicó a Lucien que nos encaminábamos hacia la playa, este propuso
acompañarnos. De camino, comprendimos por qué nuestro simpático
guía se desenvuelve tan bien en nuestra lengua: como muchos otros
de sus camaradas comunistas del barrio de las Neiges, su hermano
Pierre, estibador en el puerto, se declaró voluntario en agosto de
1936 ¡para ir a defender la República española! Y desde su
repatriación en septiembre del año pasado, le enseñó estos
rudimentos de castellano a su hermanito. Los niños se entretuvieron
comprobando sus conocimientos y Lucien les hizo reír mucho con sus
fórmulas de cortesía impregnadas de su acento normando y sus
“Mushas grasias” guturales. A su vez se complació en hacerles
repetir “Lulu”, que es el apodo con el cual todos lo conocen, eso
nos explicó, y que los niños sin excepción pronuncian casi como
Lolo. Al final de la tarde se despidió de nosotros para volver al
barrio de las Neiges y nos prometió que la próxima vez que fuera a
visitar a su abuela, vendría a saludarnos con su hermano.
Conmovidas por la solidaridad que su hermano mayor mostró por
nosotros, los republicanos españoles, Ascensión y yo lo abrazamos
con efusión.
18 de marzo de 1939
¡Cuánto nos alegramos de volver a ver a
Lucien de paso por nuestro barrio! Como llamaban, fui a abrir y al
descubrirlo, exclamé: “¡Lolo!” “Lulu, tienes que decir ¡Lu-lu!”
rectificó en un perfecto castellano un joven moreno y sonriente que
estaba tras él y me corregía mi pronunciación estirando
graciosamente la boca como si fuera a darme un beso. El ruido del
timbre atrajo a nuestros pequeños curiosos que, a su vez, también
gritaron “¡Lolo!”, lo que de inmediato provocó nuestras risas
cómplices, la de Lulu y la de su hermano y como no, la mía. Por lo
tanto, como había prometido, Lucien no había venido solo, y ¡vaya
sorpresa tan agradable comprobar por nosotros mismos cómo su
hermano se expresa de maravilla en nuestro idioma!
Pierre depositó una bolsa de nueces que
Manuel se llevó a la cocina y mientras nos juntamos todos para
cascarlas como merienda para los niños, aquel evocó con nosotros su
pasado reciente de brigadista. Destinado a la XIII Brigada
Internacional, más precisamente al batallón Vuillemin, combatió en
Extremadura e incluso en Madrid, y nos afirmó que, de no llegar la
orden de desmovilizar a las Brigadas en septiembre de 1938, todavía
estaría allí. Desgraciadamente todos sus amigos no tuvieron la
suerte de poder volver ya que unos de ellos fueron sesgados por los
disparos franquistas y, a pesar de no ocultar la alegría de haber
vuelto a ver a los suyos, nos confió que la vida en el barrio de
las Neiges no es la misma sin sus amigos Daniel y Roger, caídos en
España por defender a nuestra querida República. Sin embargo
todavía tiene fe en el porvenir. Los estibadores del Havre no se
cruzan de brazos: bloquean todos los fletes militares procedentes
de Italia o Alemania y organizan envíos de armas clandestinos desde
el aeródromo de Octeville. Sin olvidar la labor de sensibilización
efectuada en la población: recogidas de fondos, ventas de sellos en
beneficio de los refugiados, retenciones voluntarias en los
salarios, son todas las acciones que dan testimonio de su
compromiso. Por cierto, prosiguió, ¿por qué no podríamos asistir,
Ascensión y yo, mañana a la proyección de actualidades españolas en
el cine El Edén? Pilladas de improviso, no supimos qué responder y
¡Pierre lo zanjó inmediatamente! ¡Trato hecho! Pasará a recogernos
al orfanato mañana domingo con el camión de su padre.
19 de marzo de 1939
Parece que ayer Ascensión se constipó y hoy
se levantó con una migraña tenaz y escalofríos. Dolores y yo la
obligamos a volver a la cama y yo estaba dispuesta a renunciar a la
sesión de cine prevista pero Dolores se opuso a ello con
vehemencia, arguyendo que Antonio y ella bastaban para ocuparse de
los niños. También podíamos contar con los mayores para ayudarles y
dos de ellos, Leoncio y Vicente, pasaban el día en casa de sus
madrinas normandas. Además, añadió guiñándome un ojo “¡Bien
merecido tienes el derecho a divertirte!” Me parece que si no
hiciera tanto frío, ¡me echaría ya encantada a la calle a esperar a
Pierre! Pero están llamando...
20 de marzo
Ayer conocí a los amigos de Pierre con los
cuales habíamos quedado en la avenida de la República delante del
cine El Edén. Como solo tuvimos tiempo para saludarnos, después de
la proyección del documental “Aragón trabaja y lucha” nos fuimos
andando hasta los soportales de la plaza Gambetta que cobijan un
sinfín de cafés. Caminando, mientras los chicos, Alain, Denis y
Bruno se mofaban alegremente de mi acento, Alejandra y Virginia,
dos chicas militantes del comité de Mujeres me hicieron preguntas
sobre mis últimos días pasados en España. La mayor parte del tiempo
Pierre iba traduciendo y casi sin darnos cuenta llegamos al Café de
las Flores, que al parecer suelen frecuentar con regularidad. Allí
me hicieron probar un aperitivo de moda que llaman el “pastis de
Marsella”, nombre de una ciudad del sur de Francia, cuyo sabor
anisado me recordó el del Anís del Mono. Transcurrió tan veloz el
tiempo en su compañía que por poco me olvidé de la hora de volver
al orfanato para ayudar a servir el almuerzo. Pero al dejarme en la
calle Félix Faure, Pierre me aseguró que de ahí en adelante las
oportunidades de vernos no iban a faltar.
21 de marzo de 1939
¡Vaya trajín por la mañana en el centro! El
señor Sechet, el director de la colonia de vacaciones del bosque de
Montgeon, recibió del prefecto la orden de transferir a cuatro
pequeños refugiados a nuestro centro. Fue a raíz de la petición que
Jean Equilbecq hizo hace poco al prefecto del Havre, y para acoger
con dignidad a Manuel, Carmelo y José, estos adolescentes ya
mayorcitos, de 14 y 15 años, y a la pequeña Lucía, tuvimos que
arreglar una parte del dormitorio inicialmente previsto para una
veintena de niños, recuperar en el ropero la ropa necesaria para
los recién llegados sin hablar de los trámites de ingreso y los
papeleos de los que tuvimos que ocuparnos. Nuestros ingresos se
vienen abajo y no sé cómo vamos a costear a estos gastos
adicionales. Jean Equilbecq insistió y por fin se salió con la
suya: ¡ni hablar de devolver a estos chicos a un destino incierto
en España, aunque debiéramos encargarnos de ellos con nuestros
propios fondos!
10 de abril de 1939
Dolores recibió noticias de su familia que
permanecía en Pedrosa del Rey, en la provincia de Valladolid. Con
alivio se enteró de que su padre seguía vivo pero por desgracia
está preso por desempeñar las funciones de secretario de los
obreros de la construcción de la ciudad. Tiene que purgar una pena
de doce años de cárcel. Su madre le pidió que regresara cuanto
antes ya que ella sola no podía asumir la carga de sus tres
hermanitos. Dolores no vaciló ni un solo momento. Se despedirá de
nosotros a fin de mes.
30 de abril de 1939
No fuimos al cine este domingo. Una vez más
tuvimos que ingeniárnoslas y apretujarnos algo más en el dormitorio
ya que esta mañana el centro de Montgeon nos transfirió a dos
nuevos pensionistas: un niño de 8 años, José, y Clara, su madre.
Los demás niños de inmediato adoptaron a José y nosotros, los
adultos, nos alegramos de la llegada de Clara, que viene de primera
ya que desafortunadamente Dolores se va mañana. Durante mucho
tiempo Clara sirvió en una casa burguesa de Barcelona y no teme al
trabajo. De inmediato compartió la idea de seguir con los
utensilios que Dolores abandonará mañana. Su ayuda nos será muy
valiosa.
A falta de cine, sin embargo tuvimos el
placer de ver a Pierre y a Lulu, quienes vinieron a desearle suerte
a Dolores y nos trajeron ramilletes de junquillos para florecer el
orfanato. No quisieron entretenerse porque tenían que ir a casa de
su abuela, en el barrio de los Quatre-Chemins, a saludarla. Pero
quedamos a las cinco y media del lunes para participar en el
desfile del primero de mayo.
2 de mayo de 1939
Después de la visita de Pierre y Lulu, los
chicos se reunieron en grandes conciliábulos. A continuación
vinieron a vernos y nos propusieron desfilar con nosotros,
arguyendo que sus padres estarían orgullosos de su voluntad de
honrar a los trabajadores con motivo de este primero de mayo. Sin
lugar a dudas Pierre fue el más sorprendido cuando, al pasar a
recogernos con su camión, se encontró con los mayores que habían
decidido salir antes andando, dirigidos por Salvador, y juntarse
con los sindicatos reunidos en el Cercle Franklin. Los menores no
fueron a la zaga y se subieron a la parte trasera del vehículo
mientras Clara, Ascensión y yo nos apretamos delante con la Nena en
mis piernas. No sé si el aire del mar les sienta bien a los niños
pero hoy estuvieron incansables y rebosaron de energía. Los mayores
se empeñaron en encabezar el desfile con música y como solo
disponíamos de unas flautas y de unos tamboriles, algunos cogieron
tapaderas de cazos, jofainas puestas boca abajo y cucharas de
madera para acompañar a los afortunados que tenían un instrumento
de música, para mayor regocijo de chicos y grandes. No oí ni vi a
ninguno de ellos quejarse o arrastrar los pies cuesta arriba de
regreso al orfanato. Volvieron allí mientras seguían tocando esos
instrumentos tan curiosos y cantando a voz en grito. ¡Ayer no solo
fue el primero de mayo sino también la fiesta de los niños!
3 de mayo de 1939
¡Esta mañana por poco abofeteo a la pequeña
Nena! ¡No sé cómo me contuve! Estaba tan harta que ¡solo tenía
ganas de echar por la borda la pedagogía Ferrer y todo lo demás! No
obstante, al igual que todos aquí, me opongo rotundamente a
cualquier castigo físico tan fácil de administrar a niños pequeños
e indefensos, pero sin embargo creo que iba a pegarle y desde esta
mañana no dejo de arrepentirme profundamente. Respecto al estado de
nuestros fondos, de común acuerdo todos acordamos que no teníamos
la posibilidad de contratar a una cocinera y que por lo tanto Clara
supliría esta pérdida tanto más cuanto que una de nuestras vecinas
francesas, Simone, nos echa frecuente y benévolamente una mano.
Además decidimos que todos pusiéramos manos a la obra, adultos y
niños incluidos. Obviamente los niños están encantados con esta
incursión en la cocina y están orgullosos de los bollos y de las
tartas que Simone, a la que consideran ya como a una tía a la que
llaman ya Tía Simona, les ayuda a realizar. Los mayores les exponen
a los menores unos complicados cálculos de dosificación de harina,
de azúcar y de mantequilla mientras los adultos las más de las
veces tenemos la tarea de pelar frutas y verduras. Todo iba como
sobre ruedas aunque la sobrecarga de trabajo nos llevara a aflojar
un poco la vigilancia a los niños, y precisamente por eso esta
mañana las clases de cocina por poco desembocan en un drama. La
pequeña Lucía aprovechó el que estuviéramos ocupados en la cocina
para hacerse con la muñeca de la Nena y luego huir corriendo. La
Nena la persiguió inmediatamente, tomando de paso un cucharón de
una de las mesas de la cocina. Ambas se precipitaron al pasillo que
lleva al jardín y justo en el momento en el que Lucía estaba en el
umbral de la puerta, la Nena le tiró el cucharón a la cabeza. No sé
cómo lo logró pero apuntó tan bien que Lucía tropezó y cayó hacia
atrás, y cuando intentó levantarse, la Nena le golpeó repetidas
veces la cara con el cucharón del que se había apoderado
anteriormente. En medio de los gritos estridentes que daba Lucía,
ya que estaba estupefacta al ver la sangre chorrear por su frente,
tuvimos que apartar al grupo de niños que habían corrido tras ellos
abandonando harina, huevos y moldes, y luego separar a las dos
beligerantes.
Antonio cogió a la Nena por la cintura y la
llevó al jardín a tranquilizarse.
Creo que sin su intervención, mi primer
reflejo hubiera sido levantarle la mano a la niña y pegarle de
veras.
Salimos del trance exhaustos y contrariados
para todo el día. Odio esos desencadenamientos de violencia.
¡Maldita guerra!
11 de mayo de 1939
Esta mañana aún tuve que hacer que los
niños entraran en razón. No es que no quieran aprender, no, no es
eso. La mayoría de ellos son curiosos y ávidos de conocimientos
pero la guerra dejó en ellos su huella, con su obra de destrucción
sistemática e implacable abrumándolos con una capa de plomo que
nuestra buena voluntad por sí sola no logra levantar. Por ejemplo
es imposible que el pequeño Isidro, nacido en Inglaterra, repita
correctamente el alfabeto español. Lo conoce perfectamente y además
empieza a desenvolverse en lectura, pero en cuanto se trata de
deletrear una palabra, se empeña en reproducir los sonidos del
alfabeto inglés, que su madre Milimay Hutchinson, de la que no
tenemos noticias, le habrá enseñado. La paciencia de Mariano, quien
se encarga de ayudarle en sus deberes, no pudo resistirlo. Y esta
tarde a la vez tuve que consolar al pequeño Isidro que no podía
contener sus lágrimas y a este chico mayor de 15 años harto de sus
infructuosos intentos. En lo más profundo de mi alma, ni siquiera
yo misma sé qué es lo que más me aflige, si sus fracasos
momentáneos o ese exceso de desgracias que la guerra derramó sobre
su niñez herida.
25 de mayo de 1939
A principios de semana, el centro de
Montgeon recurrió a nuestras habilidades ya que el señor Sechet, el
director, necesitaba urgentemente un intérprete para contratar
personal agrícola entre los refugiados de su establecimiento.
Algunos seres de mentalidad triste se emocionaron al descubrir la
ociosidad de esos republicanos extranjeros mantenidos por el Estado
francés y los hubo que se acogieron inmediatamente a la
recomendación del Ministerio de Interior de ocupar cuanto antes a
esa mano de obra desocupada. El señor Vautier pensó inmediatamente
en Salvador y este pasó todo el lunes allá negociando lo mejor
posible las propuestas de contratación. Ignoro por completo lo que
le sedujo porque nos contó que, a excepción de una petición de
obreros especializados en la fabricación de hilo de seda quirúrgico
con destino a Indochina, la mayoría de las propuestas se reducía a
empleos no cualificados como los de gañán o vaquero, y que los
criterios de selección retenidos se limitaban más bien a una
constitución robusta capaz de hacer frente a la recolección de
remolachas o al ordeño de las vacas que a sólidas competencias en
el terreno. En cuanto al salario no se podía contar con más de diez
francos al día en el mejor de los casos. Pero al final de la tarde,
me avisó que él había obtenido permiso del señor Vautier para
ausentarse el sábado e ir a Montivilliers, a la finca de una joven
viuda que necesita urgentemente mano de obra para poner en marcha
su pequeña granja. También me anunció que ya lo había pensado bien
y que de momento no planeaba volver a España. Él quisiera ganar
algún dinero para instalarse en Francia, y cuanto antes mejor. Se
nota que su preocupación mayor sigue siendo la pequeña Nena y se
apresuró a recomendarme que cuidase de ella durante su
ausencia.
27 de junio de 1939
Desde hace unos días, los chicos están
dando los últimos toques al ejemplar de su periódico. Al volver de
Montgeon, Salvador les habló de uno de nuestros compatriotas,
Alberto, nativo de Olot. Este joven miliciano refugiado en el
centro no pudo participar en la contratación porque su mano derecha
todavía no se ha repuesto de la bala que recibió en su intento de
huir del ejército franquista. Acompañados por Antonio, los dos
chicos nombrados redactores jefe, Ángel y Blas, salieron temprano
el domingo por la mañana para recoger su testimonio y apuntar las
innumerables peripecias que marcaron su huida de España. Pero les
costó redactar su artículo porque el encuentro con Alberto los
conmovió y los turbó profundamente, y en un primer momento
sintieron una imperiosa necesidad de confiarse a nosotros los
adultos. En realidad por poco Alberto se libró de la muerte.
Después de escapar de Olot, se escondió en una granja de Beget, un
pueblecito encaramado en lo alto de la montaña, pero al anochecer,
unos soldados lo desalojaron y lo sacaron de su escondite para
llevarlo con una decena de otros jóvenes hasta el camposanto
situado a la salida del pueblo. Ninguno de ellos dudaba del final
de este “paseo”, es así como los rebeldes llaman cínicamente estas
ejecuciones sumarias. Las súplicas y los llantos de sus compañeros
de infortunio no ablandaron el encarnizamiento de sus verdugos que
les ordenaron avanzar dándoles culatazos y los alinearon contra la
tapia del cementerio antes de dispararles y fusilarlos. Alberto
cayó de los primeros pero en realidad solo tenía una herida en la
mano y entonces se jugó el todo por el todo. De un salto, se puso
de pie y echó a correr con toda la fuerza de sus piernas,
perseguido por los nacionales de los que, por fin, logró
despistarse aprovechando la oscuridad. Los chicos nos acuciaron con
preguntas porque no podían admitir que sus padres, sus hermanos o
sus amigos también pudieran ser sometidos a tratamiento tan abyecto
e injusto. No supimos qué decirles a los chicos para confortarlos,
nosotros también estábamos pensando en los nuestros que se quedaron
allá en España, expuestos al salvajismo de los rebeldes. Pero por
fin cobramos ánimo y les ayudamos a redactar su artículo porque
esto es lo que necesitan los nuestros: nuestra feroz determinación
a denunciar ante el mundo entero la innoble y vengativa barbarie
fascista.
5 de julio de 1939
Hoy la decepción de los niños fue enorme.
El periódico que tanto empeño pusieron en redactar estuvo incautado
por la policía. Ayer por la tarde, varios de ellos salieron al
barrio para vender unos ejemplares escritos en francés para mejor
comprensión de nuestros vecinos normandos y a la hora de la
merienda volvieron a casa muy alegres con unos francos en el
bolsillo. Estaban ya planeando para hoy otra gira por el barrio en
otra dirección cuando la policía irrumpió en el orfanato y le
ordenó al señor Vautier que les entregara los ejemplares restantes
y que los acompañara a la comisaría. Nos dejó estupefactos
enterarnos de que nuestras tomas de posiciones y el testimonio de
Alberto se consideraron como propaganda política susceptible de
alterar el orden público. ¡Sin embargo serán las mentes de todos
las que serán heridas para siempre y que nunca encontrarán la paz
si aceptamos bajar los brazos ante la tiranía fascista!
7 de julio de 1939
Ya hace tres días que no vemos a Salvador.
No está contratado definitivamente en la granja pero, como en los
campos de los alrededores de Montivilliers la época de la siega
está en su apogeo, se propuso para echar una mano a la joven viuda
a la que conoció en Montgeon y que ya acudió a él varias veces.
Volvió de allí al final de la tarde con una cesta llena de cerezas
que fueron la delicia de los niños, excepto de la Nena que no probó
ni una. Decididamente le puso mala cara a su hermano y fue a
aislarse al dormitorio en compañía de su sempiterna muñeca. Al
parecer no aprecia que se ausente cada vez más y se lo demuestra
claramente. La agricultora de Montivilliers no tiene hijos y se
muere de ganas por conocer a su hermanita, nos explicó Salvador.
Cuando vaya a visitarla la próxima vez, Salvador se llevará consigo
a la niña.
12 de julio de 1939
El tiempo permanece bueno desde hace unos
días y todos los días bajamos hasta la playa. Pierre y Lulu suelen
reunirse con nosotros y con la ayuda de Antonio enseñan a nadar a
los niños que no saben hacerlo. Los niños recogen guijarros con los
cuales llenan sus bolsillos y de los cuales se aligeran cuesta
arriba de regreso al orfanato para divertirse todavía más al volver
a encontrarlos al día siguiente. Esperan pacientemente a que el mar
se retire para hacer flanes de arena o dar con una estrella de mar
o un hueso de sepia que vienen a enseñarnos felices. Ascensión y yo
organizamos juegos de pelota mientras, casi siempre, Clara trae su
labor y con el rabillo del ojo vigila a nuestro mundillo manejando
sus agujas de hacer punto. ¡Qué alegría nos da ver a nuestros
pequeños pensionistas desviviéndose, corriendo, saltando detrás de
una pelota o jugueteando en el agua! Al verlos divertirse así en la
playa, ¿no se diría los niños de una colonia de vacaciones
cualquiera? ¡Cuánto me gustaría que la despreocupación de estos
meses de verano les permitiera olvidarse, siquiera por un instante,
de nuestras guerras de mayores y preservara su niñez tan
maltratada!
10 de agosto de 1939
Salvador y la Nena no se unieron a nosotros
para compartir nuestro ya habitual baño en la playa. Salvador tomó
una decisión definitiva: se instala en la granja de la señora
Vatine. Allí tiene una pequeña cabaña que Salvador arregló para
poder dormir en ella pero la niña tendrá su propia habitación en la
casa de la agricultora. No sé si ésta logrará ablandar a esta niña
que sigue siendo tan esquiva, incluso con nosotros. ¡Ojalá este
nuevo viraje les brinde nuevas y luminosas perspectivas!
31 de agosto de 1939
Aquí nadie habla sino de un acontecimiento
que se nos antoja a todos inevitable: la inminencia tan cercana de
la declaración de guerra por Francia a Alemania. Y como es natural
el espectro de la guerra también se cierne sobre el centro. Si
Francia entra en guerra, cada vez más nos costará hacer funcionar
el orfanato que los adultos ya mantenemos a pulso. El señor Lecomte
no recibió ningún subsidio desde el principio del verano y le
preocupa mucho el porvenir. Actualmente sobrevivimos gracias a
generosos donativos individuales; nuestro huerto tiene un alto
rendimiento que es suficiente para abastecernos en frutas y
verduras, pero cuando llegue el invierno y se adentre Francia en el
conflicto armado, nos enfrentaremos cada vez más a restricciones
drásticas, eso es lo que nos ha confiado esta mañana Jean
Equilbecq, antes de añadir con lágrimas en los ojos que, de ser
así, tendríamos que resignarnos a planear el cierre del
establecimiento.
1 de septiembre de 1939
Después de la visita de Jean Equilbecq al
centro, hablamos mucho Ascensión y yo de lo que nos esperaba si
cerrara el orfanato. Nuestro futuro es cada vez más incierto y
comprendo perfectamente que Ascensión ansía encontrarse con los
suyos. Anoche me dio a leer la carta que redactó para pedir permiso
a las autoridades francesas para reunirse con una hermana de su
madre refugiada en Saint-Cyr-sur-Loire. Tengo que confesar que me
da un poco de envidia. Claro, Pierre y sus amigos ya me
manifestaron su solidaridad y me afirmaron que no me abandonarían y
sé que puedo contar con ellos. Pero no tengo ningún familiar aquí
en territorio francés, y de veras pensaba haber encontrado de
manera definitiva a mi nueva familia aquí en el orfanato. Me siento
desamparada.
5 de septiembre de 1939
Ascensión ya no habla sino de eso: reunirse
con los suyos en Indre-et-Loire. Ya veo que esta tenue esperanza es
la única motivación a la cual se aferra. ¡Cómo la comprendo! En lo
que a mí respecta, no sé qué decisión tomar. No tuvimos noticias de
Dolores y aquí nadie se atreve a alegrarse por ella. Claro que está
con los suyos pero eso significa también que está expuesta a la
vindicta de esa gentuza que se pavonea a la cabeza de nuestra
nación. Lo veo muy claro, me niego rotundamente a volver a España
en estas condiciones. Hasta ahora me he opuesto con violencia a las
propuestas de repatriación de nuestros queridos pensionistas, estos
“niños arrancados” a la madre Patria, como afirmó con descaro
Franco, ese infame dictador sanguinario. No tengo más remedio que
rechazar esta eventualidad. Salir para España, ¡ni hablar! Todos
sabemos perfectamente lo que nos espera allá a nosotras las mujeres
y las hijas de “rojos”: un sistemático lavado de cerebro, un
vergonzoso alistamiento de nuestros hijos en sus 'inclusas”, esos
malditos hospicios en los que no les darán de comer, en los que
tendrán que soportar cotidianas vejaciones; los internarán en
reformatorios para doblegar a sus mentes que tanto les molestan por
ser libres de dogmas. ¡Sabemos lo que significan esas sirenas
franquistas que nos conminan a regresar al país! ¡Cómo creer que
nosotras las mujeres republicanas podríamos pisar el suelo nacional
sin ser acosadas! En cuanto lleguemos allá, como tantas otras
muchas compañeras que tuvieron que experimentarlo tan cruelmente,
¡nos encarcelarían, nos raparían de manera grotesca media cabeza
para que nuestras caras de payasos tristes nos delataran al odio de
los vencedores! ¡Me niego a que me estigmaticen por un crimen que
no cometí!
9 de septiembre de 1939
Ascensión se fue esta mañana. Nos
prometimos mutuamente hacer lo posible para mantener el contacto y
para volver a vernos pronto, pero en el momento de despedirnos, nos
vinimos abajo llorando en nuestros brazos. De nuevo una guerra se
interpone en nuestro camino.
15 de septiembre de 1939
Se acabó. El orfanato cerró oficialmente
anoche. Antes de confiarlos al chófer del autobús que vino a
recogerlos, todos abrazamos y besamos a cada uno de estos niños que
se habían vuelto un poco los nuestros. Sus padres los reclamaron a
casi todos. Exceptuando a Isidro, Salvador y su hermanita, el
centro no tenía huérfanos. Los dejamos salir con lágrimas en los
ojos y con rabia en el corazón porque de sobra sabemos que no
tendrán espacio en esa España que finge acogerlos en su seno con
los brazos abiertos. Separarnos de ellos fue un cruel
desgarramiento ya que con su salida se vuelan todas nuestras
ilusiones y todas nuestras esperanzas. Al anochecer nos animamos un
poco para clasificar el material escolar, colocar las camas del
dormitorio y los muebles de las aulas en su sitio pero se nos
encogió el corazón al tener que recoger nuestras escasas
pertenencias y resignarnos a dejar nuestra amada casa de acogida
Francisco Ferrer. Pierre vino a recogerme con su camión y me llevó
a un cuarto amueblado que el Comité de las Mujeres de la plaza del
Chillou puso a mi disposición.
Ya tomé mi decisión. Me quedo en El Havre,
en Francia. Este país será el mío.