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Una copa

 

LA línea segura de Ulrich sonó. Miró el teléfono, preguntándose si no sería mejor no contestar. Nunca era una buena noticia. Nunca.
Sin embargo...
—Ulrich.
—Clements. ¿Podemos hablar?
—¿Por qué siempre me preguntas lo mismo? Sí, podemos. Siempre podemos. Esta es una jodida línea segura, ¿es que no lo sabes?
Hubo un silencio.
—¿Estás viendo la CNN?
—No.
—Hubo un tiroteo en Arlington. Dos muertos.
Ulrich apretó las mandíbulas.
—¿De los suyos o de los nuestros?
—De los nuestros.
Ulrich no dijo nada. Se sintió entumecido. El entumecimiento no era algo desagradable. En ese momento, lo prefería con diferencia a cualquier otra sensación que debía de estar bloqueando.
—Todavía podemos darte la vuelta a esto —dijo Clements.
Ulrich se echó a reír. Fue una risa que empezó lentamente y que aumentó hasta convertirse en una risa socarrona. Pen— y» en aquellos idiotas, metiendo la pata por doquier, creyendo que tenían una pista, arruinando despiadadamente la vida de Ulrich. Sabía que aquello no duraría, pero por el momento se deleitó en el elemento humorístico de todo el asunto.
—¿Quieres saber cómo se da uno cuenta de cuándo una guerra está perdida? —preguntó, secándose los ojos—. Cuando la gente dice de ella: «todavía se puede ganar». Bueno, eso es lo que he estado haciendo conmigo mismo desde el principio. No paro de decirme que todavía se puede ganar. Pero no es así. No lo es. Hay demasiados idiotas. Y ya no puedo seguir peleándome con ellos. Ya no puedo seguir peleándome contigo.
Volvió a dejar el auricular en la horquilla y hundió la cara en sus manos. Se echó a reír de nuevo. Y de repente se encontró llorando.
La gente no lo entendería. Se había esforzado al máximo para mantener el país a salvo. Sí, había autorizado algunas cosas difíciles, ciertas cosas que eran cuestionables. Pero lo que en ese momento parecía cuestionable no lo parecía en absoluto después del 11-S. Entonces nadie cuestionaba nada. Lo único que querían era estar a salvo, sin que importara cómo. ¿Y qué, ahora lo iban a colgar por negarse a dejar que un puñado de normas, procedimientos y trámites burocráticos le impidieran mantener a la gente a salvo? ¿Cuál era la alternativa? ¿Haber sido meticuloso y dejar que se produjera el siguiente ataque? Eso sí que habría sido un verdadero crimen.
Exhaló un largo suspiro. Tanto daba. Conocía los riesgos, ¿verdad? Jamás había estado en el ejército, pero había cumplido con su propio servicio militar. Los soldados arriesgaban la vida defendiendo a Estados Unidos. Él había arriesgado su trabajo, su reputación y su propia libertad en la misma causa. ¿Cuántas personas podrían afirmar semejante cosa? Con independencia de lo que ocurriera, tenía todos los motivos para sentirse orgulloso de lo que había hecho. Y también su familia. Aunque nadie más lo entendiera, ellos sí que lo harían.
Pensó en tomarse una copa. Era algo sencillo, la verdad, un hombre que se detiene en un bar camino de casa desde el trabajo. Ojalá lo hubiera hecho más a menudo.
Pensó que realmente debía de hacerlo ahora. Tal vez fuera un bonito recuerdo más adelante.