Capítulo 6
—¿Te duele mucho? —pregunta un asustado Stefan.
—No, tanto —respondo, mientras me trato de levantar del suelo—. No sé cómo perdí el equilibrio de esta manera.
—Creo que Bumble tiene más fuerza de lo que pensaba.
—Ni me lo digas —respondo derrotada—, fue todo tan rápido que ya no me acuerdo en que minuto dejamos las jaulas hasta las bañeras y terminé en el suelo.
—Más de diez minutos no han pasado —me extiende la mano—. Espero que no te hayas roto nada.
—No creo —recibo su mano, para que me ayude a levantar del suelo—. ¿Me podrás? —pregunto con cierta incredulidad.
—Estoy seguro que sí —guiñé—, además estos músculos no son solamente decorativos, no soy el típico chico de gimnasio.
—Ja, ja, ja —respondo irónicamente—. ¿Cómo dices esas cosas tan graciosas?
—Porque es verdad, la mayoría de esos hombres se llenan de basura para inflar sus bíceps, y a la hora de levantar un par de kilos se quejan por semanas, porque en realidad no tienen una fuerza verdadera.
—Supongo que tienes razón, pero la verdad es que no lo sé.
—No te miento —guiñé—. Ahora sí, te levantare del suelo. ¿Preparada? —pregunta muy seguro de sí mismo.
—Sí —asiento rápidamente, él sujeta mis manos y no sé muy bien que pasa, pero termina rebelándose y cayendo encima de mi cuerpo.
—Al parecer también eres de esos musculosos de gimnasio —digo entre risas, apartándolo de mi cuerpo—. Además pesas más de lo que imaginaba —me quejo un poco para quitarlo encima de mí.
—¡Perdóname! —se coloca a reír a carcajadas—. Pero no sé qué me ha pasado —se aprieta el estómago—, yo no soy de esos de gimnasios, al contrario, creo que me he resbalado.
—¡Sí, claro! —respondo graciosamente—. Tú te resbalaste y caíste encima de mí solamente por casualidad —me logro sentar con cierta dificultad—. Sin duda esto es lo más gracioso del día.
—Lo sé —se sienta al lado mío y me besa la mejilla—. Este día ha ido mejorando con creces.
—¡Stefan! —digo algo avergonzada—, por qué…
—Te besé en la mejilla —me interrumpe rápidamente.
—Sí, por qué me besas. No crees que sea un poco rara esta efusividad por parte tuya —porque apenas y nos conocemos y creo que no tenemos tanta confianza para que él haga esto.
—Yo no lo veo así —guiñé de esa manera coqueta, que creo que ha demostrado en más de una ocasión—. Te he visto —se acerca a mi oído—, casi desnuda, creo que un beso en la mejilla no es nada extraño entre nosotros.
—En la mañana no era yo —respondo a la defensiva—. Pero es un poco raro para mí. Apenas te conozco —y estoy segura que no tenemos la confianza necesaria para esto.
—¡Rachel! —niega con la cabeza—. Te das cuenta que eras un poco exagerada.
—¡No lo soy! —respondo molesta, mientras me levanto del suelo—. No soy una exagerada como dices tú.
—Creo que si lo eres —se levanta al lado mío—. Si son solo besos en las mejillas —y besa mis mejillas como un chiflado.
—¿Qué te pasa? —digo entre risas—. ¡Creo que estás un poco loco!
—¡No! —ahora comienza a besarme la frente, la nariz, el mentón—. Son sólo besos, no veo nada extraño en estas demostraciones.
—Sí, creo que tienes razón —lo aparto de mí con cierta dificultad, porque él es mucho más grande y mis manos se ven tan pequeñas y frágiles que no tengo la fuerza necesaria que me gustaría tener en este momento—. Nunca había conocido a alguien tan efusivo como lo eres tú.
—Te dije que te veía como la hermanita pequeña que a todo el mundo le gustaría tener —me vuelve a besar la mejilla.
—Mi hermano no es así —respondo un poco confusa por su extraña confesión—, él es mucho más serio, no sé si me entiendes lo que te quiero decir.
—Si te entiendo —sonríe—. Pero él se pierde de tener una hermanita —cruza su brazo alrededor de mis hombros y me vuelve a besar la frente.
—Creo que me has gastado por tanto besarme —me llevo una mano a mi rostro, por lo menos no me ha dejado salivada cómo pensé que lo estaba haciendo, Stefan es un poco raro de eso estoy segura porque ni Kurt es así de expresivo conmigo a pesar de todos los años que nos conocemos jamás se ha comportado de esta manera.
—¡Exagerada! —responde graciosamente, mientras nos vamos a secar a Bumble—. Lo sabes, pero aun así me caes muy bien.
—Y tú también —le beso la mejilla—, eres la persona más afectuosa del mundo, y estoy segura que nos veremos más seguido de lo que creemos.
—De eso no tengo duda —guiñé coqueto lo que me arranca una sonrisa casi imperceptible—, además somos vecinos.
—Y eres el repartidor —nos quedamos mirando y nos colocamos a reír a carcajadas.
—¡Oh, claro! —sonríe—. Eso es lo más importante.
»Además yo quería conocer a la vecina del cabello rizado, que en más de una ocasión vi pasar y que no lograba hablar con ella, porque siempre se me escapaba.
—¿Así que me habías visto de antes? —pregunto un poco confundida, mientras secamos al perro—. Porque yo jamás te había visto.
—Nunca habíamos coincidido, casi siempre tú ibas saliendo del edificio, además no sabía cuál era tú apartamento. Hoy recién me entere que vivías al frente.
—¿En serio? —frunzo el ceño algo extrañada, porque si hubiese sido otro hubiera averiguado donde realmente estaba viviendo—. ¿Por qué no preguntaste donde vivía al Conserje?
—No lo sé —se encoge de hombros—. Pensé que eras una persona distinta.
—¿Cómo es eso?
—No lo sé —se queda en silencio por varios segundos, mientras me queda mirando—. No me hagas caso —se lame el labio inferior—. Ahora vamos a comer.
—Claro que sí —sonrío—. Si te soy sincera, ahora tengo mucha hambre.
—Te creo —terminamos de secar al gran danés—. ¡Bumble está listo! Otro día lo sacaremos a pasear le dice acariciándole la cabeza.
—Sería fantástico, te lo cobraré cualquiera de estos días. Iré a tú casa —sonrío—, y te sacaré a la fuerza.
—Estoy seguro que eso será al revés —ríe.
—Puede ser —asiento lentamente con la cabeza—. Pero no descarto que sea lo opuesto.
—Ahora lo iré a dejar —me queda mirando de reojo—. ¿Me esperas acá o me quieres acompañar?
—No te molesta si me quedo aquí —sonrío avergonzada—. Estoy muy cansada y sigo con algo de resaca.
—Bueno, espérame aquí no más —me despido de Bumble acariciando su lomo, y ambos se alejan de mí.