No es necesario destruir el pasado, se ha ido;

en cualquier momento, puede volver a aparecer,

parecer ser y ser presente”

Jhon Cage

 

Mi padre había planificado hacer un corto viaje de fin de semana al páramo, me gustaba ir allá, disfrutar del paisaje, pasear por el Parque Nacional Sierra Nevada, comer deliciosas fresas con crema y tomar chocolate en el Pico del Águila, aunque al bajar de nuevo a la ciudad  siempre descubro escozores en la lengua por no haber notado que el chocolate estaba demasiado caliente, y quedarnos en pleno páramo para tener, como dice él, una experiencia más cerca con la naturaleza.

-No sé qué te gusta más: ¿si venir al monte a pasar frío, a que se te congele la sangre y que te coman los mosquitos o… la sensación de vértigo cuándo te lanzas en parapente? –Solía decirle.

-Ambas cosas –Me respondía.

Era habitual ir allá, alternábamos nuestros fines de semana entre uno de diversión extrema y uno de tranquilidad extrema, creo que papá disfruta más de los que incluyen montaña y paz, después de todo mi abuelo era de estas tierras y él le había legado todo su conocimiento y amor por ellas.

El sábado por la mañana muy temprano fuimos carretera arriba saliendo de Mérida, recorrimos una hora a través de ella serpenteando por las verdes y empinadas montañas hasta alcanzar la entrada que conduce a la antigua cabaña del abuelo, ahora nuestra, siempre había disfrutado del viaje hasta allá, saqué la cabeza por la ventana del carro y dejé que el viento hondeara mi cabello, respiré profundo el aire libre del smog y el ruido de la ciudad –huele a él- pensé, tan fresco, tan natural… olor a hierbas húmedas, a flores silvestres, al pino que crece por toda la montaña, a él…

Dejamos nuestras cosas en la cabaña y salimos a caminar cuesta arriba entre los árboles siguiendo el curso del arroyo que corre sobre las piedras lisas y desgastadas por la acción del agua, sintiendo el crujir de las hojas secas bajo mis pies desconectándome de la civilización por un rato, por fin llegamos hasta una pequeña cascada en la que solía jugar cuándo era pequeña, pasé mi infancia en estos campos, y fue una infancia feliz, excepto por la ausencia de mi madre, no recuerdo nada a cerca de ella el vacío por su ausencia está ahí, papá  intentó llenar ese agujero, sin embargo sigue latente, oculto, pero presente.

Era una larga caminata montaña arriba, nos detuvimos para beber agua y comer sándwiches, reanudamos la exploración parando de cuando en cuando para tomarnos fotos y observar el panorama, ya en la tarde llegamos a un claro y nos sentamos a disfrutar del paisaje, desde ahí podía verse la ladera de la montaña, la finca donde aprendí a montar a caballo, los terrenos sembrados como trozos de alfombras de distintos tonos de verde, las casitas diminutas comenzaban a encender las luces y allá abajo se distinguía a lo lejos la carretera. Comenzó a hacer mucho frío, rápidamente bajó la temperatura y el cielo adoptó un tono gris plomo, la neblina se dejó caer sobre nosotros espesa envolviéndonos y las gotas de agua helada se precipitaban haciendo el camino más difícil de transitar.

-Zoe debemos ir bajando –Me comunicó papá -Está oscureciendo y no trajimos linternas ni abrigos.

               Asentí con la cabeza y comenzamos a descender por entre los matorrales, trozos de troncos y una cerca de piedra que tuvimos que saltar para pasar al otro lado, me resbalé varias veces por causa del pasto húmedo y al llegar a la cabaña estaba cubierta de hierbajos con lodo hasta el cuello y tiritando de frío, no dejaban de castañearme  los dientes, por suerte hacía años que papá había remodelado la sala haciendo que construyeran una chimenea, les había dado a los obreros las medidas exactas y las especificaciones de cómo elaborarla para asegurarse de que funcionara y que no solo fuera decoración, así que al llegar, él encendió el fuego y pronto estábamos calentitos otra vez.

               Se durmió sobre el sofá después de haber tomado chocolate caliente con pan y queso, lo cubrí con una manta gruesa de lana y me fui a rondar por la casa, una construcción tipo chalet de dos plantas y ático, con los techos inclinados a ambos lados de la vivienda y ventanales al frente, la fachada forrada de piedra y los grandes abetos que se erguían por todo el terreno le daban la apariencia de haber salido de un cuento de hadas. Dentro era un poco más moderna, una cocina bien planificada,  el recibo cálido y amoblado con poltronas blandas y cómodas, una escalera de madera que llevaba a la segunda planta donde estaban dos habitaciones con baño individual, un ático y un balcón que daba al jardín. Me di una ducha rápida esperando que el agua tibia apartara el frió que ya me calaba hasta los huesos de modo que al salir del baño me puse lo más abrigado que encontré en mi maleta y luego me deshice de la ropa sucia, como no tenía nada más que hacer y mi teléfono no tenía señal como para chismear con Johanna me dispuse a investigar un poco y subí al ático, me llamaban la atención los libros y cosas viejas de mi abuelo que papá aún conservaba, encendí la luz, estaba polvoriento y había repisas con libros apilados, cajas y cajas amontonadas al otro lado, una mesita-escritorio que solía usar mi abuelo para leer, él enseñó en la escuela de Letras de la Universidad cuando era joven, entre otras cosas  una mecedora, un deteriorado chifonier y un viejo baúl que tal vez era de mi abuela probablemente contenía sus pertenencias o retratos familiares; la curiosidad me llevó hasta él, las otras cosas ya las conocía así que quise ver el contenido del dichoso baúl. Era pesado, de madera con remaches de hierro y tan bien cerrado que me llevó un buen rato poder abrirlo, me armé con un martillo para ayudarme y al fin la vieja y oxidada cerradura cedió ante tanto golpe, -ya está- me dije, y levanté la tapa con dificultad, pero el contenido no tenía remotamente nada que ver con lo que yo pensé, metí mis manos en el interior y saqué un viejo libro de páginas amarillentas envuelto en una raída capa celeste que olía a humedad, debajo estaba una cota de malla metálica como las que usaban los cruzados bajo la armadura, una sobrevesta azul hecha girones y una gran espada con empuñadura en forma de cruz aún su filo reflejaba el destello que provenía del foco, por un lado tenía grabado un escudo de armas igual al de mi medallón: un castillo en un cuartel y un león con sus patas delanteras levantadas en el otro, a los lados dos espadas entrelazadas por una cinta con la inscripción LION ET VITA sosteniendo una llave en el medio, en la parte superior un yelmo con penacho en medio de unas hermosas enredaderas que caían a los lados del blasón, y al otro lado de la empuñadura las siglas coronadas A.L.

–¡Son las siglas del nombre de mi papá, Aurelio León!, pero ¿qué hace mi papá con esto aquí, de donde lo sacó?, y…¿Por qué sus siglas están en una espada?, tuve que sentarme, respiré hondo y me partí el cráneo pensando en una respuesta  lógica para todo esto, pero no se me ocurrió nada; un fuerte ruido proveniente de la escalera me hizo saltar del susto y estuve a punto de caer sobre la afilada hoja de metal.

-¿Zoe, qué haces aquí? -Escuché la voz temblorosa de mi padre detrás de mí.

               Me puse en pie y me di la vuelta con la espada aún en mis manos, delante de mí con el cabello revuelto estaba papá, se pasó una mano sobre sus rizos dorados y se la quedó mirando con expresión fría y distante.

-¿Qué   haces   con  eso?  –Dijo con voz pausada.

-¿Qué haces tú con algo así? –Respondí, las palabras salieron de mi boca como un tropel, no podía imaginar a mi padre con un arma tan letal como ésta, además ¿de dónde la había sacado?

-Deja  eso en su lugar –Respondió con sequedad.

-¿Por qué tiene grabadas tus siglas papá? –Seguí preguntando.

Se relajó un poco y se acercó a mí, me ofreció una sonrisa que no llegó a sus ojos, extendió sus manos y retiró el arma de las mías con cuidado, la sostuvo por unos instantes, parecía estar hecha a su medida, a pesar del tamaño y el peso la sostenía con tanta familiaridad como si hubiera sido su compañera o estuviera acostumbrado a ella, luego la llevó de vuelta al baúl con las otras cosas.

-Son cosas viejas hija, no les prestes mucha atención… esto… es… solamente un disfraz como… para parecer de otro tiempo, de otro lugar, esos lugares que nos gusta imaginar, es eso… -Comentó con una extraña añoranza en su rostro.

Bueno no había pensado en eso, tenía sentido, de que otra forma tendría mi papá un traje de caballero medieval con espada y todo.

-No me digas que también fuiste actor de teatro –Dije ya más tranquila.

-Algo  mas como… un personaje…

Me imaginé a papá usando ese extravagante traje y encarnando a algún personaje trágico shakesperiano, un osado caballero  con un destino fatal, omití luego la última parte, la del destino… sacudí mi cabeza para quitar de mi mente la idea del hado implacable.

-Debiste verte muy guapo papá –Le dedique una sonrisa.

     

 

               El domingo temprano salimos rumbo a la Laguna de Mucubají, un sitio realmente mágico en donde la laguna de aguas mansas descansa en el punto más alto de la montaña en medio de los pinos y los frailejones, un lugar muy visitado por los turistas, la gente viene aquí a descansar, a tomarse un plato de pisca andina, una sopa típica de los andes venezolanos, y a comer dulcería criolla. Llegamos durante la mañana, dejamos el carro frente a la entrada del parque y nos dispusimos a disfrutar del día, corrí hacia el pequeño muelle de madera que alguna vez se usó cuando la gente acostumbraba a navegar en pequeños botes para pasear por la laguna, llamé a papá para que viniera conmigo, saqué mi teléfono celular y encendí la cámara.

-Papi, ¿me tomas una foto?

-Solo si luego nos tomamos una los dos –Me respondió, si algo le gustaba a mi papá era que nos retratáramos juntos.

               Tomamos algunas fotografías pero para captar una en donde se apreciara también el paisaje necesitábamos  ayuda, así que vi a un joven que estaba del otro lado en la caminería de piedra y me acerque para pedirle que nos la tomara.

-Disculpa, ¿podrías ayudarme?.

El muchacho se dio la vuelta con una sonrisa en los labios, un par de ojos de jade me sorprendieron, su presencia era lo único que le faltaba a este día para ser perfecto.

-Por supuesto, ¿en qué puedo ayudarte?

-¿Max?... ¡que sorpresa!, ¿cómo estás? –Dije dándole vuelta a un mechón de mi cabello.

-Mucho mejor ahora que te veo –Con esa sonrisa suya.

-He… ¿Qué haces aquí?

-Disfrutando del paisaje, y acaba de mejorar mi vista –Clavando su mirada en la mía.

-¿Podrías tomarnos una fotografía a mi papá y a mí? –Sintiéndome ruborizada.

-¡Claro, por supuesto! si me explicas cómo usar eso… –Contestó mirando mi móvil, tuve que explicarle tres veces que botón iba a presionar para hacernos la foto.

-Oh, sí, claro, ven te presentaré a mi papá.

               Nos acercamos a mi padre he hice las correspondientes presentaciones, papá se le quedó mirando e insinuó que su rostro le recordaba a alguien.

-¿Eres de por aquí? –Le dijo- me eres familiar.

-No señor, no soy de aquí. –Contestó Max.

-¿Y tienes familia en la ciudad? –Continuó mi padre.

-No, tampoco, mi familia está… bastante lejos. –Mirando hacia el bosque detrás del lago.

               Papá captó su extraña expresión al mirar en aquella dirección y entonces reanudó el interrogatorio.

-Mmm, sigo pensando que he visto tu cara en otra parte, ¿te pareces a tus padres?

-Sí, muchos me han dicho que tengo el rostro de mi padre y el cabello de mi madre.

-Tal vez lo haya conocido.

-Lo dudo, él no ha venido por estos lados –Eludiendo el cuestionario.

               Luego de la sesión fotográfica Max nos acompañó a comer cualquier cosa en una tiendita a orillas de la carretera, noté que papá miraba de cuando en cuando el reloj.

-¿Es muy tarde? –pregunté.

-Si nena, creo que debemos ir bajando ya, estamos lejos y la neblina no tarda en caer sobre la carretera… y tú… ¿tienes como regresar a Mérida, necesitas que te llevemos? –Preguntó papá a nuestro acompañante.

-Oh de verdad no quisiera molestar…

-No es molestia –Me apresuré a decir.

-Bien vamos entonces, el carro esta por allá –Emprendimos la marcha hacia la ciudad apenas deteniéndonos para llenar el tanque de gasolina, la conversación nos hizo el camino más corto.

 

 

 

 

 

 

 

Almas de papel: liber primus
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