“Los libros son, entre mis concejeros,
los que más me agradan,
porque ni el temor ni la esperanza
les impiden decirme lo que debo hacer.”
Alfonso V El Magnánimo
En la mañana cuando desperté aún podía recordar algunos detalles del sueño que tuve durante la noche, ese sueño recurrente que he tenido casi desde que tengo uso de razón, en el que veo los personajes de una obra de teatro medieval que visten llamativos atuendos, las damas van de vestido largo con mangas anchas y ajustados corpiños, y los caballeros suelen blandir relucientes espadas. En mi sueño estoy en una habitación de techos altos y abovedados, unos monolitos de piedra superpuestos forman las gruesas paredes decoradas con estilo antiguo y rústico, la chimenea calienta el interior lúgubre apenas iluminado por antorchas colocadas estratégicamente aquí y allá, la alfombra de piel de leopardo se derrama extendida por el suelo y en un extremo la pesada puerta de madera con cerrojos de hierro permanece entreabierta como esperando la salida fugitiva de quienes en el interior del salón aguardan impacientes; sentada en un sillón una joven mujer con rostro dulce y expresión angustiada me abraza y me susurra una tonada infantil con voz trémula: “…el amor y el perdón son la fuerza más poderosa que existe…” tararea, es hermosa a pesar de lo abatida que se ve, sus largos cabellos caen en una cascada del color del fuego a uno y otro lado de su cara, una exquisita piedra azul de agua marina engastada finamente en una pieza de plata pende de una cadena sobre su pecho, un medallón, de hecho es mi medallón, el que era de mi madre, a quién no recuerdo por haber muerto cuando aún yo era muy pequeña, la mente suele hacerte jugarretas mientras sueñas… dos doncellas están atentas a los ruidos de afuera al galopar de caballos desbocados, al chirriar de golpes metálicos seguidos de gritos y profundos lamentos, el fuego consume la madera seca de las construcciones, los sollozos continúan al tiempo que el caos se incrementa, gente corre y grita algo en una lengua que no comprendo pero que sin embargo sé que he oído antes, el humo comienza a colarse en el interior del vestíbulo y las llamas suben sobre las paredes lamiendo todo a su paso hasta llegar al techo de donde se desprenden las vigas de madera que vienen a caer sobre la dama, un hombre cuyo rostro no puedo ver con una espada en la mano empuja la puerta, y entonces… despierto.
Siempre he tenido una extraña fascinación por ese período de la historia, no sé, quizás por aquello del Oscurantismo que da la impresión de algo misterioso, de que hay historias que no fueron escritas, nombres, fechas y eventos que se perdieron en el tiempo y de los cuales no quedaron registros, bueno, eso es al menos lo que dice mi padre, tal vez ese gusto lo heredé de él quién es un amante de lo antiguo, lo fabuloso y lo mítico como maestro de literatura que es.
Todavía estaba en mi ensueño de caballeros con armaduras y princesas atrapadas en torres cuándo sonó el despertador y me sobresaltó anunciándome que ya era hora de levantarme, otro lunes, otra semana que comenzaba, otra jornada más, miré el reloj: 05:30 am.
Me puse de pie y respiré hondo, casi podía oler el humo dentro de mi habitación como si el fuego del castillo se hubiera colado desde la tierra de Morpheus hasta mi cuarto, era así siempre que tenía ese sueño, a veces me despertaba gritando cosas inentendibles y en más de una ocasión le di sustos de muerte a mi papá que sabía de mis pesadillas desde niña; me dirigí directo a la ducha en donde estuve unos veinte minutos bajo el agua tibia para sacudirme la pereza. Me vestí de forma habitual, con unos jeans, una camiseta sin mangas, botas de piel hasta media pierna y una chaqueta, por si llueve, en Mérida nunca se sabe si estará soleado o si de pronto después del medio día se desploma un chaparrón así que hay que estar preparada, busqué en un cajón una muñequera y me la puse en mi mano izquierda para ocultar mi marca de nacimiento una mancha rosa de la que todo el mundo quiere saber por qué si es un lunar parece más un león con sus patas delanteras levantadas y las fauces abiertas.
Comí en la cafetería de la facultad pastelitos con jugo de naranja y luego caminé a través de la plaza pasando junto a la estatua donde Don Simón Rodríguez permanece sentado en una banca de parque, inmóvil y eterno con su mirada sabia y tres niños a sus pies como queriendo escuchar la enseñanza de su maestro, unas chicas se retrataban paradas a un lado, sentadas en la misma banca y haciendo muecas, sonreí ante la escena, desde que pusieron esa pieza de arte ahí la gente no pierde oportunidad de tomarse fotos con ella.
Seguí escaleras abajo y doblé hacia la derecha para entrar al edificio, atravesé el pasillo hasta mi mesa preferida de la biblioteca, me gusta llegar temprano para disfrutar de la soledad y el silencio, y así poder leer un poco antes de las clases, además ha sido una costumbre desde que estaba en el colegio, cuando era niña pasaba los ratos de descanso en la biblioteca, mi lugar favorito, siempre preferí la compañía de un libro a la de la gente y creo que sigue siendo así, he conocido a muchas personas pero me cuesta mantener las relaciones sociales llamar por teléfono o enviar mensajes, creo que me comunico mejor con los personajes de las historias que suelo leer que con los seres humanos comunes y corrientes.
Hice tiempo hasta el primer bloque de mi nuevo horario, bueno hasta que divisé al otro lado del salón a una parejita en una situación incómoda, se trataba de Adriana una joven con la que había cursado buena parte de mi carrera, estaba con un chico alto y musculoso de cabello negro, solo lo vi de espaldas por unos segundos y no creo que fuera estudiante de la escuela no me pareció familiar, pero conociéndola supuse que sería su novio de turno, no quise quedarme a ver los detalles de su encuentro así que me retiré con prudencia.
Después de haber recorrido las estanterías repletas de revistas en la hemeroteca, mire mi reloj y me di cuenta que estaba sobre la hora, así que me encamine a clase de literatura española, estamos comenzando semestre, mi cuarto semestre de letras, bueno para la mayoría de los que estamos en el curso, el grupo ha sido bastante compacto hasta ahora, están los come libros, que vienen a clase solo por el título porque ya se han leído la biblioteca completa, los raros, que visten de negro y se hacen tatuajes aparentando ser algo que no son, los hippies, que traen el cabello pegado y oculto bajo un enorme gorro de lana tejido, los despreocupados que son esos que desde que comenzaron han manifestado que su objetivo no es estudiar letras sino haber ingresado a la universidad para luego cambiar de carrera pero que aun así siguen aquí, quizás porque muy en el fondo les agrada la literatura o porque no han podido realizar el cambio, quién sabe… y los que no encajamos en ninguno de esos grupos, que vestimos normal y tenemos gustos… normales.
Llegué atenta a lo que iríamos a leer esta vez, el profesor hablaba de los cantares de gesta, la epopeya española y El Cantar del Mio Cid, aunque leí parte del poema en el bachillerato me alegra poder releerlo, esta vez completo y con ojo más crítico.
El ambiente en el salón era como es en la mayoría de las clases, algunos de los chicos bostezaban aburridos, otros estaban pegados como siempre al teléfono móvil, sonriendo estúpidamente de cuando en cuando cada vez que sonaba un ¡ping!, Adriana a quién ya había visto hacía un rato, no dejaba de mirarse al espejo y depilarse las cejas con una pinza, por un momento pensé que se sacaría un ojo haciendo un mal movimiento para evitar que el profesor viera su rutina de embellecimiento, una pareja sentada dos filas delante de mí se pasaba papelitos por debajo de la mesa cuándo los pilló el Sr. Torres y les hizo un gesto de desaprobación, otros, tomaban apuntes de cada palabra y garabato que aparecía en la pizarra, así que saqué mi libreta y me dispuse también a copiar de buena gana la bibliografía recomendada para el curso.
Al cabo de unos minutos la puerta se abrió y un aroma fresco a pino y a brisa se coló en el lugar haciendo que algunos voltearan la mirada en su dirección mientras lentamente asomaba un rostro que nunca antes había visto en clase, ni en la biblioteca, ni en el patio o la cafetería de la escuela.
-Buenos días –Dijo una voz profundamente masculina- Permiso profesor Torres. ¿Puedo pasar?
Enseguida un palpitar como una corriente eléctrica en mi muñeca izquierda me sacó de mi concentración, me llevé la mano hasta el lugar en donde tengo la pequeña marca de nacimiento.
-Creo que es un poco tarde ¿Señor…? –Contestó el profesor mirando al chico de arriba abajo y dando pequeños golpecitos con los dedos a su reloj.
-Aquila, Sí, disculpe profesor es que… bueno… me perdí, no encontraba el aula…
-Está bien, adelante, ¡y que no se repita! -Masculló molesto.
-Gracias –Respondió en voz baja.
El señor Torres parecía ser un buen tipo, de rostro agradable y extenso vocabulario, pero también era uno de esos maestros que se tomaban muy en serio su trabajo de lograr que los estudiantes cumplieran con las normas y aprendieran algo al terminar el curso.
El chico comenzó a caminar y los ojos de todas las féminas se posaron sobre él, pisaba con seguridad y traía los libros en la mano, avanzaba con aire despreocupado y casual directo hacia la silla vacía junto a mi puesto, lo único que pude hacer fue quedármelo viendo como en cámara lenta desde que cruzó por la puerta hasta que se sentó. ¡Wao! –Pensé- este es uno de esos especímenes que no se ven todos los días, y de los que parecen actores de cine.
Detallé su atuendo de jeans rotos en las rodillas y camiseta blanca con chaqueta de cuero de cuello alto, muy de un chico de unos veinte años.
Era alto, de tez clara, cabello rubio y despeinado, de hombros anchos, fuertes brazos que dejan ver que practica algún deporte porque solo con mucho ejercicio se pueden tener unos bíceps tan desarrollados, su bien formado cuerpo se movía con gracia y despedía un aroma fresco a pino y a brisa, y sus ojos, ah sus ojos… verdes surcados por largas pestañas y unas pobladas cejas hacían juego perfectamente con sus labios.
Un ligero calor emanó de mi medallón, llevé mi mano hasta él y creí ver un resplandor en el centro de la piedra, no le presté mucha atención, a veces el cristal de agua marina parece cambiar de color para tornarse totalmente blanco.
Paré de respirar cuándo noté que se dirigía hacia mí, y comencé a tomar aire de nuevo antes de ponerme en evidencia.
-Hola, buenos días, ¿Puedo? -Saludó
-Hola, eh….¿Poder qué?....
-Sentarme
-¡Oh sí!, disculpa, claro.
¡Aush! qué horror, ¿qué debió haber pensado de mí?, ¡que soy una tonta deslumbrada! debe estar acostumbrado, debe sucederle todo el tiempo, no soy el tipo de mujer fácilmente impresionable pero él tenía algo además de su físico que me había atraído de inmediato, y para ser sincera nunca en mis cortos diecinueve años había visto tanta gracia junta en un hombre, salvo en mi padre que con sus treinta y nueve aún despierta cualquier cantidad de comentarios en las chicas, especialmente en sus alumnas del colegio en donde trabaja e incluso en mi amiga Johanna que siempre tiene alguna flor que lanzarle, es que aparenta unos diez años menos además de tener una forma muy particular de ser, muy atento, caballeroso y con unos modales que ya la gente no se molesta en practicar, yo solo río cada vez que ella me lo dice, es raro escuchar a alguien hablar así de tu papá contigo, yo en cambio suelo pensar en él como en un gran hombre, cariñoso y respetable, inteligente, muy divertido y protector aunque siempre ha sabido darme mi espacio, pues tuvo que criarme y trabajar después de que mi madre murió, él nunca habla de eso y jamás lo he visto en plan de nuevas conquistas, en ocasiones le he dicho que ya soy grande y que aún puede rehacer su vida sentimental pero me contesta que hay responsabilidades que no puede eludir.
Me propuse a tomarlo con la mayor naturalidad y no dirigirme a él si no era estrictamente necesario, el día transcurrió rápido entre clase y clase, títulos de obras, fechas para los parciales y lo que teníamos que leer para las próximas semanas, al terminar estábamos corriendo hacia la biblioteca quienes llegan primero se llevan los libros así que yo ya estaba entre los que llenaban las fichas de préstamo cuándo alguien se acercó y rozó ligeramente mi hombro, estuve a punto de dejar caer mi barrita de chocolate de entre los dedos y en cambio deje un manchón sobre el lomo del libro que tenía en la mano, un aroma fresco a pino y a brisa inundó la estancia.
-Disculpa, ¿podrías indicarme que debo hacer para llevarme un libro?
Aquella voz tenía un cierto toque, un ligero acento, rastros quizás de otro lugar en donde ha estado o de otra lengua. Al mirar encontré clavados en mi rostro unos expresivos ojos verdes.
-Eh… bueno buscas la cota del libro que quieres consultar en la computadora que esta allá -Dije con un ademan hacia la esquina -Y luego llenas la ficha y retiras el libro aquí…
-¿Me creerías si te digo que la tecnología y yo no somos muy buenos amigos?
-¿Mmm?
-Que no tengo ni la menor idea de cómo operar ese aparato para buscar los datos que necesito –Contestó señalando al ordenador.
¿En pleno siglo XXI no sabe manejar un computador? si hasta las abuelitas tienen sus perfiles cargados en las redes sociales, seguro que me estaba tomando del pelo, o tal vez quería una excusa para acercarse a mí, aunque esta última suposición se desvaneció pronto porque sería muy vanidoso de mi parte creer que alguien como él se fijara en alguien como yo.
Sin embargo, me ofrecí a ayudarlo y busqué por él los títulos que traía apuntados con una perfecta caligrafía en una hoja de papel, ¿escribía con pluma?, ¿quién escribe con pluma?
-Aquí tienes, están casi todos los textos pero hay uno que no encontré.
-¿Cuál?
-Éste –Mostrándole el lugar en donde se leía Liber – Busqué por título pero no hay registros, ¿tienes el nombre del autor? no había escuchado antes de ese libro.
-No, no lo tengo, ¿hay otra manera de encontrarlo? –Con un dejo de decepción.
-Creo que con eso no puedo ayudarte, toma, debes llenar las fichas con tus datos y los de cada libro –Dije mientras le daba una hoja de papel con las cotas de los libros en ella, el joven extendió un brazo tatuado con la imponente figura de un águila azabache en pleno vuelo.
-Muy agradecido, no sé qué habría hecho sin ti.
-No fue nada –Contesté sintiendo un ligero calor en el rostro.
-De verdad, si lo fue, -Aseguró- Se me ocurre que te puedo agradecer invitándote a tomar algo, ¿qué te parece?
Me tomó desprevenida, realmente no podía creer que fuera por mí que quisiera hacerme una invitación, es que siendo sincera nunca antes un chico así me había dirigido la palabra siquiera, dudé.
-De verdad no hace falta y ya tengo que irme, tengo un compromiso-Mirando mi reloj y pensando en que seguro papá ya estaría en casa esperándome para cenar.
-Bueno será en otra ocasión, pero la invitación sigue en pie –Guiñándome un ojo.
-Seguro –Respondí apresurándome a salir de la sala.
-Espera –Dijo acortando la distancia entre nosotros –Tienes una mancha de chocolate aquí –Y pasó su dedo con delicadeza cerca de mis labios, su contacto hizo que se me erizara la piel involuntariamente y el calor inundara mi rostro, él soltó una risita juguetona y salió sin decir nada más, aunque solo veía su espalda estaba segura de que no había dejado de sonreír.
Ya en casa me lance sobre la cama a descansar un rato antes de comer, pero lo menos que pude hacer fue relajarme, me costaba alejar el aire de misterio que tenía aquel joven, su rostro estaba gravado en mi mente y su voz aún sonaba en mis oídos, y ese acento que todavía no lograba identificar me tenía atontada, me parece que ya he escuchado antes esa forma de hablar, pero ¿dónde? –pensé- parece extranjero… me llevé inconscientemente la mano hasta la muñeca y recorrí el león con la punta de los dedos –el tatuaje… si no fuera por la diferencia de color y porque es totalmente absurdo diría que es una marca como la mía- aparté de plano la idea; y esa letra… me sentí avergonzada de mi propia caligrafía, se supone que las mujeres escribimos con más cuidado, o esa es la convención social, y entonces vi otra coincidencia con mi padre, él también escribe de forma hermosa y por años me la ha querido enseñar, pero con el tiempo dejó de intentarlo porque no hubo poder humano que me hiciera trazar una sola letra distinta de un garabato.
-¿Zoe, estas ahí? –Llamó mi papá.
-¡Ah!... si papi, ya bajo.
Encendí la luz del pasillo y corrí por las escaleras abajo, de un salto le di un fuerte abrazo a mi padre quien me esperaba en el descanso, siempre hemos tenido muy buena relación, de mucha confianza y para ambos la hora de la cena es realmente importante pues es prácticamente el único momento en que compartimos juntos de lunes a viernes, puesto que él sale muy temprano a su trabajo y yo, dependiendo de mi horario, paso la mayor parte del día en la universidad, excepto los fines de semana en los que siempre inventamos algo interesante que hacer, él es un aficionando a la adrenalina, supongo que yo también lo soy, desde pequeña he estado practicando cualquier cantidad de deportes extremos y en Mérida las opciones abundan: andinismo, vuelo en parapente, lanzarse en péndulo, escalada vertical, motocross y otras tantas locuras creo que si alguien me pidiera definir nuestra relación familiar diría que más que padre e hija somos los más grandes amigos, claro que eso no aplica a la hora de obedecer las reglas.
-¿Qué hay de comer?, -Lo miré con ojos divertidos- Tengo mucha hambre y hoy te toca cocinar a ti.
-Bueno pensé que podríamos ir a comer fuera, hace tiempo que no lo hacemos, ¿qué te parece?
-¡Si, si, si!, ¿a dónde quieres ir? –Pensando en salir un poco de la rutina.
-No sé, ¿y tú?
-¿Que tal a algún sitio donde podamos comer pizza?
-Me parece bien –Contestó, mi papá es más de los que comen saludable, sin embargo sabe que a mí me encanta comer fuera– ¿En la moto o en el carro?
-¡En la moto! –Grité emocionada- Dame un minuto, voy por mi chaqueta.
Tomé mi chaqueta de jean y una bufanda a rayas de distintos tonos de rosa que Johanna mi mejor amiga me había regalado, me la puse y me miré al espejo, un par de ojos azules divisaron a una chica delgada y larguirucha que se reflejó del otro lado, la luz de la lámpara hacia más pálido aquel rostro en medio de un caos de cabellos sueltos y desordenados, traté de arreglarlos un poco recogiéndolos con una goma, no es que se pudiera hacer mucho con aquella maraña roja, pero de cualquier modo intenté que se viera ordenada, me apliqué un brillo rosa y tomé un juego de sombras que tenía sobre la mesita de noche, busqué el color que fuera mejor con mis ojos pero luego me pareció que era demasiado arreglo para salir a comer una piza, así que deje el estuche en su lugar junto a la pila de mis libros favoritos: Una biblia, novelas de García Márquez y de Dumas, el Quijote, El Principito, Azul, cuentos de Brito García y otros tantos autores figuran en la lista, no tengo un gusto literario específico leo casi cualquier género siempre y cuando el texto me atrape.
Abajo me esperaba mi padre con el casco en la mano, condujo hasta un lugar cerca del centro en donde además de capuchino, helado y postres ofrecen unas pizzas cocidas en leña realmente deliciosas, el olor a café y salsa llenaba la pequeña estancia repleta de mesas y sillas un poco desordenadas en las que se sentaban los comensales a devorar bocado a bocado lo que el mesonero les ponía en frente; en el aire se dejaba escuchar suavemente “Pluma y Lira” una hermosa pieza instrumental que envolvía aquel ambiente un poco bohemio que suelen visitar los escritores y poetas en donde pueden comer y fantasear un poco en sus propios mundos mágicos. Nos sentamos y pedimos una familiar cuatro quesos con dos vasos de té helado, comimos mientras hablábamos de cómo había estado el primer día del semestre, le conté que tenía un nuevo compañero de clases y que era extraño, porque hasta ahora éramos los mismos de siempre exceptuando los que se habían quedado atrás por reprobar, y que no parecía conocer bien la facultad.
-Debe ser algún estudiante de intercambio –Comentó mientras tomaba un sorbo de su té.
-Llegó tarde, no parecía conocer el edificio –Expliqué.
-Bah… no sabes las excusas que pueden dar los estudiantes a la hora de quedar bien, créeme.
-Si tú lo dices…
Me encogí de hombros y no pensé más en el asunto. De camino a casa bajamos por la Av. Las Américas, papá aceleró para pasar un semáforo antes de que cambiara la luz pero alguien se lanzó hacia la vía como si no se hubiera percatado del foco verde, papá aplicó los frenos y el caucho trasero dibujó una media luna negra en el pavimento, logró controlar la máquina con mucha destreza, yo no habría sido capaz de mantener la moto en pie nos habríamos volcado, lancé un grito para que se detuviera, y estuvimos a punto de arrollarlo.
-¡Para! –Grité asustada pensando que le pasaríamos por encima.
-¡Carajo! –Soltó papá sin pensar maniobrando para controlar la moto- ¿Qué te pasa, es que no viste el semáforo?
Me quedé paralizada al distinguir a través del protector del casco el rostro de aquel chico, era mi nuevo compañero de clase, agradecí el hecho de no haberlo golpeado, se quedó parado en medio de la calle encandilado con la luz y desorientado, sacudió su cabeza y finalmente corrió hacia el otro lado.
-¡Esto es el colmo!, ¡la juventud cada vez está más fuera de control!, en mis tiempos hacíamos las cosas de otra forma, ¡si había que arriesgar la vida por lo menos que valiera la pena!
No entendí el significado de aquellas palabras, me sonaron extrañas, sobre todo lo de “arriesgar la vida”, pero lo tome como parte de su reacción ante el incidente, se asustó de veras –pensé- no sabe ni lo que dice.
Al llegar me duché esperando que las imágenes de la avenida se esfumaran de mi mente, no quería seguir teniendo flashes de aquellos ojos asustados y cegados frente a mí –cruzó sin ver el semáforo, es como si no hubiera sabido que estaba ahí- pensé y acaricie mecánicamente mi muñeca bordeando la marca con el dedo, como hago siempre que estoy pensativa, dejé que el agua tibia corriera por mi espalda por unos minutos, cuándo quiero relajarme tardo horas en el baño, al salir me puse mi pijama más cómoda y me dispuse a leer, necesitaba distraerme, además tenía que comenzar a adelantar la tarea, tomé el libro que había pedido prestado en la biblioteca esa mañana, lo abrí en las primeras páginas y comencé:
“De los sos ojos tan fuertemintre llorando,
Tornaba la cabeca y estávalos catando.
Vió puertas abiertas e ucos sin cañados,
Alcádaras vázias sin pielles e sin mantos
E sin falcones e sin adtores mudados.
Sospiró Mio Cid, ca mucho habié grandes cuidados,
Fabló Mio Cid bien e tan mesurado:
¡Grado a ti, señor padre, que estás tan alto!
Esto me an buetto mios enemigos malvados…”
-Definitivamente, creo que si quiero pasar el examen voy a tener que conseguir el poema actualizado.
¡No me percaté de que la obra estaba en castellano del siglo XIII!, ¡más vale que llegue temprano mañana para ver si aún queda algún ejemplar en la biblioteca que pueda leer!
Hice otro intento pero no pude entender nada, así que revisé mis apuntes, ajusté el despertador del teléfono para asegurarme de no levantarme tarde y me fui a dormir.