DANIEL

Salí como alma que lleva el diablo, Syrah se había encontrado con Jane, mierda. Llegué al departamento me alivié al instante al notar que en la puerta no se encontraba nadie pero al entrar a la sala vi a Jane y frente a ella una copa de vino, saltó en cuánto me vio para llegar hasta mi lado en pocos segundos.

—¡Daniel! —no pude evitar que me abrazara.

—¿Cómo entraste?

—El portero me dejo entrar, espero que no te moleste pero estaba demasiado aburrida de esperar fuera —odiaba el tono de su voz.

Poco a poco la obligué a que me soltara, hace un tiempo sin duda no hubiera despreciado una sola de sus caricias pero en este momento me parecía repugnante sentir su calor, el aroma de su perfume se impregnó en mi ropa al instante.

—¿Qué haces en México? —le pregunté bruscamente.

—Vamos Daniel, ¿no podrías ser un poco más amable? —puso sus brazos como jarras.

—¿Qué es lo que quieres, Jane? —volví a insistir aún más hostil que antes.

—¿Al menos nos podríamos sentar? —asentí y caminé hacia la sala pasé junto al sillón para sentarme frente a ella lo más alejado posible.

—No tengo mucho tiempo, Jane —la miré con impaciencia.

—Está bien, seamos sinceros, te extraño —puse los ojos en blanco cuando escuche esas dos palabras. —Sí Daniel, cada día que pasa te extraño más, he venido a implorarte que regresemos, sin ti nada es lo mismo, es más estoy dispuesta a mudarme aquí con tal de estar a tu lado.

Me levanté de golpe. —¿Qué? No estarás hablando en serio, Jane.

—Nunca he estado más segura de algo en mi vida y por lo que puedo ver tú también me echas de menos —también se levantó y acortó nuestra distancia pero levanté las manos indicándole que no se acercara.

—No, Jane, no podemos estar juntos, regresa a Londres y olvídate de mí —le dije mientras me pasaba las manos por el cabello, todo me daba vueltas.

—Resistí todo lo que pude Daniel, por favor, intentémoslo una vez más, prometo no volver hacerte daño, seamos felices cariño —esto no podía ser real, no podía regresar con ella.

Me di la vuelta, no quería que supiera el dilema en el que me encontraba, aunque deseaba a Syrah una pequeña parte de mí todavía amaba a Jane, el orden de los recuerdos no altera el olvido y Jane por momentos aún llegaba a inundar mis pensamientos pero tenía que luchar por Syrah lograr que se alejara de Adam y que fuera completamente mía, pero cuando estaba a punto de decirle a Jane que regresara a Londres porque nunca volvería a estar con ella, llegó hasta mí su voz.

—No, Adam, bájame —su risa era tan envolvente. —Adam —gritó más fuerte pero cuando me asomé por la puerta sólo alcancé a ver su cara sonrojada, muerta de risa, Adam la iba cargando en su hombro, tan solo levantó la mirada cuando sintió mi presencia.

—¿Qué sucede, Daniel? —Jane colocó su mano en mi hombro. —¿Siempre son así de escandalosos tus vecinos? —preguntó en voz baja a modo que solo yo le escuchara.

—No, no suelen ser así —contesté con brusquedad, lo que me faltaba.

—Bueno cariño, es lo de menos, tal vez en unos meses podríamos mudarnos.

—¿Qué? —el pasillo ya se encontraba vacío. —¿Mudarnos?

—Ya te lo he dicho Daniel, quiero que volvamos a estar juntos, te amo cariño —recargué la cabeza sobre la puerta. —Entonces, ¿qué dices?

Tengo una razón y volveré a actuar, no hay impunidad pero voy a actuar, no sabía a donde me llevaría esa decisión pero Syrah no dejaría a Adam y lo había demostrado porque con él reía todo el tiempo, siempre parecía tan relajada y nunca había visto que le rechazara una sola de sus caricias, maldije por lo bajo mientras una multitud de pensamientos atravesó mi mente mientras trataba de llegar a una decisión por lo que me costó demasiado decir:

—Está bien Jane, intentémoslo de nuevo, puedes mudarte cuando lo desees —le di un pequeño beso en la frente y giré sobre mis talones hacía la recámara.

Con miedo de conocer mi suerte intenté tomar todo por el lado positivo, volvía a tener a Jane pero se podía encontrar con Adam en cualquier momento y se repetiría la misma historia por lo que llamé a Richard con alguien tenía que descargar toda mi frustración.

—¡Hola! —contestó al quinto timbrazo.

—¡Hola Richard! ¿Interrumpo?

—No, claro que no, dime ¿qué se te ofrece?

—¿Sabes algo sobre el proyecto en Monterrey? —sería mi escape si algo salía mal.

—Sí, de hecho podríamos unirnos en cuanto termine el semestre, me han dado todos los detalles, conseguiríamos entrar sin mayor problema, ¿lo estás considerando? —comenzaba a emocionarse.

—No lo sé, tal vez si pueda acompañarte.

—Genial, tenemos tiempo de sobra para tomar la decisión.

—Bien, sólo era para eso.

—¿Seguro? No te escucho muy bien.

—Sí, no pasa nada —traté de sonar convincente.

—Perfecto, por cierto me voy a reunir con unos amigos en un bar, ¿te gustaría venir?

—No lo creo, Jane está justo aquí y tengo que ayudarle a instalarse —se hizo el silencio al otro lado de la línea. —¿Richard sigues ahí?

—Mierda Daniel, creo que no te entendí, ¿has dicho que Jane se mudará contigo? Es una maldita broma, ¿cierto?

—No Richard, llegó hace nada, hablamos un poco y tal vez sea lo mejor tener la oportunidad de volver a estar juntos, siempre le he querido y lo sabes mejor que nadie.

—Vale, me reservaré mi opinión, pero si te apetece salir de ese encierro nos reuniremos en el bar ―La Cantata‖.

—Gracias Richard, saludos —y con esto se terminó nuestra conversación.

Tal vez sólo ese pensamiento era real para mí, tal vez sólo yo podía creer que todo estaría en su sitio y sería perfecto como hace tiempo pero el destino era demasiado poderoso y sus leyes inmutables habían dispuesto mi total destrucción.

—¿A dónde vas, Daniel? —gritó Jane desde la cocina cuando me vio pasar.

—He quedado con unos amigos para tomar unas copas, nos vemos después.

No esperé una respuesta de su parte y menos pensaba pedirle que me acompañara, salí sin más pero ese día tenía que ser aún más extraño ya que cuando estaba a punto de cerrarse la puerta del ascensor apareció la mano de Adam.

—Gracias hermano —estúpida frase.

—Claro —le contesté y me giré, prefería ver la pared que su arrogancia.

—¿Eres nuevo en el edificio? —preguntó sin entender que no quería verle la cara.

—Sí, me he mudado hace poco —respondí sin cambiar de posición.

—No me habías comentado nada Syrah —al escuchar su nombre me giré, no me había percatado que estaba ahí.

—Simplemente lo olvidé —contestó con cierto nerviosismo.

—¿Daniel Taylor? —mierda me había reconocido. —Hace mucho tiempo que no he sabido de ti —extendió su mano.

—Hola Adam Gibbs.

—¿Cómo has estado? No me lo puedo creer, nunca pensé en que vendrías a México.

Con una mierda, nunca hubiera llegado a México si no se hubiera metido con Jane, si no hubiera destrozado mi vida pero no podía partirle la cara porque se encontraba Syrah a su lado y aún no estaba preparado para hablar de mi pasado frente a ella.

—Siempre es bueno cambiar de vida sobre todo cuando ya no tienes por quien quedarte en ese lugar —quería que entendiera la indirecta.

Al instante cambió su expresión, comprendió que aún no le perdonaba lo de Jane pero no tardó mucho en recuperarse.

—Claro, tienes razón, ¿qué sabes de Jane Asher? —tensé la mandíbula, ¿cómo era capaz de preguntar por ella?

—Puedes preguntarle tu mismo, se encuentra en mi departamento, a partir de hoy viviremos juntos —se abrieron las puertas del ascensor. —Hemos retomado nuestra relación, le he perdonado por todo.

Y con esto salí sin mirar atrás, odiaba saber que Syrah se enterara de esta manera que Jane viviría conmigo pero me dolía más saber que Adam se burlaba por lo que había sucedido pero aún más que engañara a Syrah, ella no se lo merecía.

Han pasado dos semanas desde que Jane llegó a México, a los pocos días llegaron sus pertenencias y con eso su presencia a diario, se preguntarán si estoy entusiasmado con saber que se encuentra a mi lado, no la verdad es que no, extraño mi soledad pero sobre todo el llegar a casa y encontrarme con un silencio abrumador, sí he de ser honesto no me siento feliz, es frustrante no sentir lo mismo por la persona a la que hace tiempo llegaste amar con toda tu vida hasta llegar a doler pero intento hacer que vuelva a florecer, intento hacer que la chispa vuelva a prender pero cada día se ve más lejano.

—Oh, mierda —iba cerrando la puerta del departamento cuando su voz retumbó por el pasillo.

Al girarme vi a Syrah recogiendo sus compras, al instante me acerqué a ella para poder ayudarle, me agaché y comencé a tomar la ropa que estaba tirada.

—Gracias pero no es necesario —sus mejillas ardían, adoraba verla de esa manera.

—No hay problema, deseo ayudarte —sonreí abiertamente.

Tomé una de las prendas, era muy pequeña y cuando la miré con atención se trataba de ropa interior, pero no cualquier tipo, era demasiado pequeña.

—Es impresionante —mi voz se había vuelto ronca.

—Oh no, mierda —me lo arrebató de las manos.

No pude evitar reír por lo bajo, la miré divertido, mi imaginación ya se había ido de paseo al ver esa prenda, mierda, tenía que controlarme rápidamente. En pocos segundos terminamos de recoger todo el alboroto, nos levantamos y extendí la bolsa que tenía en mi control.

—Gracias por ayudarme —susurró.

—Son demasiadas bolsas —sonrió por mi comentario.

Extrañaba tanto esa sonrisa, durante las dos semanas transcurridas no habíamos estado tan cerca y mucho menos me había dedicado una sonrisa, porque siempre se repetía la misma historia: al terminar la clase salía corriendo, nunca llegaba antes de las 7:00, simplemente me evitaba a toda costa.

—Lo sé —se encogió de hombros y sonrió abiertamente. —¿Te apetece un café? Dejé un poco en la cafetera esta mañana.

—Me encantaría, Sy —mi corazón latía con demasiada fuerza.

Le quité las bolsas de las manos mientras abría la puerta, me dejó solo en la sala y se fue a la cocina.

—¿Dónde dejo las bolsas? —me acerqué a su espalda.

Sirvió el café extrañamente nerviosa; ya podía ir olvidándose de pasar un rato agradable.

Me observó con disimulo: no sabría decir muy bien por qué, pero me veía distinto.

—En la isla está bien —me dio la taza, el café olía delicioso.

Comencé a tomar el café mientras caminábamos hacia la sala, nos sentamos uno enfrente del otro en absoluto silencio, se veía tremendamente sexy, sus ojos brillaban pero recordé que Jane me estaría esperando en el bar donde se presentarían unos amigos, tenían una banda de rock.

—Gracias por el café pero tengo que irme —no estoy seguro pero me pareció ver un atisbo de decepción.

Ella asintió y se encaminó fuera de la sala, la seguí y con ello logré tener una buena perspectiva de su trasero. Sin embargo, la falta de atención por parte de Syrah, sus gestos casuales, me estaban creando cierta tensión en el interior.

Estaba tan enfadado que no me di cuenta y tropecé con ella, que se había detenido cerca de la puerta.

Syrah fue consciente en el acto de mi proximidad. Qué ridículo resultaba pensar que gracias a una torpeza por fin la había tocado.

—Lo siento —me disculpé sujetándola de un codo.

—No pasa nada —dijo volviéndose para quedar frente a mí.

Sonrió tímidamente y por un demonio al instante se me aceleró el pulso. Joder, por fin le había tocado. No la solté y ella no hizo nada por alejarme. Syrah me miró fijamente y como respuesta le aguanté la mirada. Estaba rogando por recibir una señal, quería besarla y no recibir un bofetón a cambio.

Pero por supuesto ella no sabía qué hacer o qué decir, se notaba que estaba analizando cada consecuencia que pudiera darse, fue en ese momento que entendí el por qué me evitaba todo el tiempo, seguía deseándome de la misma manera desde que nos besamos y estuvimos a punto de terminar en la cama.

A la mierda la señal.

Si recibía un bofetón, por lo menos bajaría de las nubes y podía regresar con Jane sintiéndome menos frustrado, en ese momento le daría vuelta a la página y nunca más intentaría estar cerca de Syrah, le dejaría el camino libre a Adam y en todo caso si la situación con Jane no daba para más siempre podría irme a Monterrey acompañado por Richard, no podría existir una consecuencia mayor por lo que olvidándome de Jane que no era tan difícil y además de Adam, le tomé las muñecas y me abalancé contra sus labios.

 

**CAPITULO NUEVE**