La pequeña isla de Cabrera, vecina de Mallorca, apenas un peñón en el mar Mediterráneo, fue elegida por las autoridades españolas como campo de concentración improvisado en el que recluir a las tropas napoleónicas vencidas en Bailén. Puede decirse que fue el primero de la Historia sobre el que se tienen noticias documentadas y concretas. A él fueron a parar, además de soldados y oficiales, españoles, franceses o polacos, sus mujeres, amantes, prostitutas, mercaderes y expósitos, gente de toda patria y condición que por entonces seguía a los convoyes militares. Su camino hasta allí, su lucha por sobrevivir y recobrar la libertad, cobran vida en estas páginas auténticamente magistrales, salpicadas de pinceladas sobrecogedoras, en las que personajes de ficción acompañan a otros cuyos diarios dieron y dan testimonio todavía de un mundo donde el honor, el amor y la fe en un porvenir mejor intentan alzarse sobre los desastres de un país, imagen y preludio de otras actuales Españas divididas.Jesús Fernández Santos incide ahora con lenguaje de ayer y ojos de hoy en lo que bien podría llamarse «moderna estilización» de la picaresca; una picaresca despojada de ribetes irónicos, traspasada empero por un sentimiento de compasión admirativa y un aliento de resistencia indomable frente a toda clase de adversidades.<

No es mucho lo que se sabe de Doménico Theotocópuli el Greco; tan sólo lo que él mismo quiso contar, y que no fue demasiado tampoco. Lo que nos reveló nos habla de su nacimiento en Creta, su estancia en Italia y su viaje definitivo a España quizá para colaborar de algún modo en la empresa del Escorial. Parece ser que estuvo en Madrid alguna vez que otra más después de asentarse en Toledo. Apenas dejó la ciudad del Tajo salvo para algún breve viaje de trabajo.En Toledo conoció a la mujer que más amó, con la que vivió de por vida y la que le dio un hijo al que llamaron Jorge Manuel. Nunca explicó el padre por qué no se casó nunca con doña Jerónima, ni cómo pudo sobrevivir su amor en el ambiente mezquino que los acogió. Tampoco nos dijo si estuvo a punto de volver a su patria viendo su obra rechazada por el rey, pero no por el pueblo, que siempre estuvo de su parte.La verdad es que pocos pintores han sido juzgados con tan distintos raseros, según el gusto y saber de cada época.A pesar de todo, al autor de este libro le ha sido preciso recurrir a la fantasía para llenar el lado oculto de tan oscura vida. Tal es la razón de una novela como ésta que bien pudo suceder en el mundo cerrado y recoleto de la sin par Toledo, negra de noche, amarilla de muerte a lo largo del día.<

Don Antonio, el hombre de los santos, se va acercando a la vejez. Pudo haber sido un gran pintor, todos lo decían. Pudo haber conquistado a su prima Tere, de la que siempre ha estado enamorado. No hizo nada de eso. Se dedica a recuperar antiguos frescos en conventos e iglesias en ruinas y se casó con su vecina Carmen, con la que convive en una tranquila rutina desapasionada.Ahora su hija Anita acaba de casarse. Ella también tenía cualidades artísticas, pero acabó trabajando en publicidad.El trabajo de don Antonio le lleva a pasar largas temporadas fuera de Madrid, en aldeas perdidas y ancladas en el pasado. Allá vive en un compás de espera indefinido, abstraído en su trabajo e inmerso en su soledad. Cuando acaba su trabajo y se va, a menudo llevándose el único patrimonio del lugar, no deja atrás sino el vacío. Entre uno y otro encargo vuelve a Madrid, donde, desasosegado, se refugia en la bebida.El hombre de los santos —novela con la que Jesús Fernández Santos obtuvo el Premio de la Crítica en 1969— se ha convertido en un clásico de la narrativa española contemporánea. Sus vinculaciones con el mito y el paisaje de España —un paisaje minucioso y poético— convierten la anécdota de esta novela en una parábola más de todas las que la pueblan.<

En esta novela, Fernández Sántos plantea el tema del dolor producido por la enfermedad. Y lo hace de una manera acuciante, poderosa. La enfermedad —la tuberculosis en el relato— que se apodera de un ser humano, rebajándole y a veces aniquilándole las posibilidades vitales. Pero no es la enfermedad en sí misma lo que da sentido a esta novela sino el anhelo del propio vivir, anhelo que está en la base misma del sentimiento amoroso. Pocas veces la literatura española ha sabido presentarnos un tema semejante con tanta veracidad. La novela nos arrastra, nos introduce, nos hace intimar —el estilo es capital para este logro— con la vida amenazada, provisional, de estos personajes.<

En La que no tiene nombre se aúnan dos historias con el escenario común de la montaña de León, en sus límites con Asturias, donde Fernández Santos ya desarrolló Los Bravos. El episodio histórico se sitúa en la Edad Media, recreando la tragedia de una mujer que realmente combatió con los Reyes Católicos, siendo asesinada por otros caballeros que envidiaban su posición. La narración más actual se refiere a un pueblo en el que no quedan más que dos habitantes, que se resisten a abandonarlo, esperando la muerte y recordando la guerra. Todo ello en medio de un lirismo, una tensión contenida y una riqueza de lenguaje difícilmente comparable, en que la muerte es el principal protagonista.Algunos críticos consideran que La que no tiene nombre es la obra maestra de Fernández Santos.<

Un grupo de amigos y conocidos, jóvenes pintores o gente relacionada con la pintura, se reúne en Segovia durante la Semana Santa. Son días de vaciedad provinciana, incrementada por el recogimiento de la pequeña población con ocasión de las fiestas religiosas.Las contradicciones y conflictos que cuadriculan la vida de los personajes se ponen de relieve con especial crudeza: la delgadez de la vida moral a través la crisis de una pareja, los mecanismos vergonzosos del mercado del talento o la connivencia de algunos de los presentes con la cultura franquista oficial de la época.Laberintos, que en cierto modo es lo que en Italia se denominó una «novela sectorial», muestra las constantes, a menudo disimuladas, que revelan la mezquindad del mundo artístico.<

Libro de las memorias de las cosas hace referencia a momentos distintos de la historia de los protestantes en España. En primer lugar, la obra de los fundadores —Cecil y Sedano en la novela—, que tienen una entrevista con el Primer Ministro para obtener los permisos que les niegan las autoridades locales y provinciales, y de las dos hermanas solteras que protagonizan la historia, Margarita y Virginia. Es un retrato intimista, bastante oscuro, en que la soledad y la frustración sexual se mezclan con las grandezas y miserias de esta pequeña comunidad.El segundo momento de la novela es en 1968 —tras la aprobación de la ley de libertad religiosa del año anterior y los debates que provocan una división entre los protestantes—. Encontramos acontecimientos reales, como el Congreso Evangélico de Barcelona del año 69, narrados en la novela con todo detalle. La cada vez mayor secularización de la sociedad española sitúa a los protagonistas, protestantes de segunda (Molina y Margarita) y tercera generación (Adela y Alfredo), a punto de abandonar la iglesia.No son muy abundantes son las novelas que en la literatura española han concedido al tema religioso del protestantismo un papel relevante: Galdós en Rosalía, Delibes en El hereje y Fernández Santos en el Libro de las memorias de las cosas lo han hecho. El aislamiento que rodea la Comunidad de Hermanos protestantes le sirve para ahondar en uno de sus temas habituales: el principio de libertad en contra de las «vallas» ciegas que pretenden aislar y encerrar conciencias con reglas y normas restrictivas o defensivas.<

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