A Luke Grey lo acababan de dejar al cuidado de una hermanastra que ni siquiera sabía que existiera. Un ejecutivo soltero como él no podía hacerse cargo de una niña tan pequeña, así que… ¿a quién se lo podía pedir?

En el orfanato de Bay Beach llegó a un trato con Wendy Mather: ella cuidaría a la pequeña si él les proporcionaba un hogar donde pudiera cuidar también de otra niña. ¡La casa de Luke era perfecta para tal propósito! Siempre y cuando él no se acostumbrara a tener una familia tan perfecta…

Marion Lennox

En un lugar del corazón

CAPÍTULO 1

LA GENTE no solía llegar al Orfanato de Bay Beach montada en una fortuna sobre ruedas. Al menos, no hasta ese momento.

Wendy Maher se ocupaba de niños huérfanos o de hijos de familias rotas y sin dinero. Los padres de acogida solían ser personas que gastaban más en los niños ilur en sus coches, al igual que el personal del orfanato. I k modo que Wendy no reconoció aquel coche deportivo: un deslumbrante Aston Martin DB7 Vantage Voluntc de color verde oscuro. Y, naturalmente, también ignoraba su valor.

Observó el aerodinámico vehículo que rugía a la enIr;ul;i de la casa y notó que empezaba a hervirle la sangre al pensar en lo que debía de costar. Como le hervía siempre, cuando veía tales derroches de dinero.

Se puso de pie, muy tiesa. A su alrededor, en el suelo, había un montón de ropa de niña, pero Wendy ya no prestaba atención a la maleta. Adam hubiera matado luir un coche como aquel, pensó sombríamente. Adam, cuyo amor por los coches caros y la velocidad había destrozado su vida. Y no solo la suya.

¡Cielos! ¿En qué estaba pensando? Se obligó a volver al presente. Recordar a Adam aún le partía el corazón. Y tenía mejores cosas en las que pensar.

Como, por ejemplo, en qué demonios hacía allí aquel coche. Su casa, una de las muchas idénticas que Formaban parte del Orfanato de Bay Beach, estaba en una calle cortada. Tal vez el conductor se hubiera metido en ella por error.

– Será alguien que viene a preguntar una dirección -le dijo a Gabbie. La niña, de cinco años de edad, también había perdido el interés por la maleta y miraba por la ventana aquel fabuloso coche. Ambas lo observaban fijamente. Luego, cuando salió el conductor, lo miraron a él.

Y, ciertamente, merecía atención. Parecía tres o cuatro años mayor que Wendy, que tenía veintiocho. Y era guapísimo. Tenía el pelo castaño y dorado por el sol, y lo llevaba atractivamente despeinado. Medía un metro ochenta y cinco, o quizás un poco más. Estaba agradablemente bronceado. Llevaba unos pantalones de algodón de color crema y una fina camisa de lino de cuello abierto, todo ello de aspecto caro pero informal. Llevaba, también, una soberbia chaqueta de cuero.

Soberbia, si una admiraba el lujo, pensó Wendy, contrariada. Y ese no era su caso. Aquel hombre y su coche parecían salidos de las páginas de la revista bogue. Ella podría pagar más de un mes de su futuro alquiler solo con lo que debía de costar su chaqueta. La idea le hizo arrugar el ceño mientras se dirigía hacia la puerta. Quizá pudiera tomarse una pequeña revancha al indicarle la dirección. Sonrió por primera vez aquel día, acarició los rizos pelirrojos de Gabbie, y cruzó el vestíbulo.

– Hola -dijo, abriendo del todo la puerta y componiendo una sonrisa de bienvenida-. ¿Qué puedo hacer por usted?

– Espero que pueda librarme de una carga -respondió él-. ¿Es aquí donde se deja a los bebés?

Silencio.

Wendy lo miró fijamente. Aquel hombre, con su sonrisa de modelo, preguntaba si podía dejar a un bebé como si se dispusiera a entregar un paquete. Sus ojos verdes brillaban seductoramente, a juego con su sonrisa. Parecía acostumbrado a hacer lo que se le antojaba, pensó Wendy. Tenía una sonrisa maravillosa. Una sonrisa de esas que la empujaban a una a hacer cosas que no quería hacer, y que la hizo retroceder unos pasos, desconfiada.

– Me temo que no lo entiendo -dijo, perpleja.

– Me han dicho que esto es un orfanato -su sonrisa vaciló un poco-. La señal de ahí afuera dice «Hogar Infantil de Bay Beach».

Tenía razón. Y, como si quisiera dársela, Gabbie apareció en ese momento junto a Wendy. Sin decir nada, la niña se agarró a la falda de Wendy, se metió el pulgar en la boca y se quedó mirando al hombre. Este miró inquisitivamente a una y a otra. Hacían una buena pareja,, pero no se parecían en nada. Wendy tenía unos lustrosos rizos negros, recogidos descuidadamente en un moño suelto del que se escapaban mechones desordenados. Era alta: tal vez un metro setenta, o más. Tenía la piel morena, los ojos grises, una cara amplia y agradable y, aunque nadie se hubiera atrevido a llamarla gorda, era agradablemente rellenita. Con su falda floreada y su delicada camisa blanca, parecía salida de un cuento celta. Tenía un aire competente, amable y maternal.

Cuando acabó de examinar a Wendy, el hombre miró a la niña. Se parecían muy poco.

La pequeña tenía un pelo increíblemente rojo, atado en dos cortas trenzas. Su naricilla chata era opuesta a la de Wendy, y sus ojos eran de un verde profundo e insondable. Las pecas resaltaban sobre su cara demasiado blanca. Tenía una fina estructura ósea, y no habría podido ser más distinta de Wendy aunque lo hubiera intentado.

No eran madre e hija, pareció concluir aquel hombre. Había ido al sitio adecuado. Su sonrisa volvió a aparecer cuando miró a Wendy. No era su tipo de mujer, pero era lo quee necesitaba en ese momento. Junto con la sonrisa, pareció retornarle la confianza.

– Usted forma parte del orfanato -declaró.

– Sí -Wendy apoyó las manos en los hombros de Gabbie. La niña se pasaba nerviosamente el pulgar de un lado a otro de la boca. Tenía miedo de todo, y su principal temor era que la apartaran de su querida Wendy. Por desgracia, no era un temor infundado-. Esto es un hogar infantil. Pero, en respuesta a su pregunta… -respiró hondo-. ¿Ha preguntado si aquí se dejan bebés? -arrugó el ceño. Le dieron ganas de cerrar la puerta en su atractiva cara, pero sabía que no podía hacerlo si había un niño implicado-. ¿Tiene un bebé?

– Bueno, sí -dijo el hombre, como pidiendo disculpas. Sonrió otra vez-. Puedo traerla, ¿verdad?

Wendy lo siguió hasta el coche y, con Gabbie todavía colgada de su falda, esperó mientras él extraía un fardo del asiento de atrás. El bebé, metido en un capacho, estaba al menos arropado convenientemente. En su trabajo, Wendy había visto niños metidos en cajas de cartón, en cajones de oficina… en cualquier cosa.

Pero aquella niña no parecía descuidada. Era una versión en miniatura del hombre que la sostenía torpemente, como si estuviera hecha de cristal. ¡Era tan bonita! Era el bebé más bonito que Wendy había visto nunca, y había visto muchos bebés. Tenía los mismos rizos entre castaños y rubios de aquel hombre, y los mismos vivaces ojos verdes, brillantes de placer. Estaba toda envuelta en rosa y parecía tener cinco o seis meses. Su mirada parecía proclamar que el mundo era maravilloso. Estaba regordeta, bien cuidada y contenta. Wendy, acostumbrada a ver las cosas terribles que la gente podía hacerles a sus propios hijos, dejó escapar un suspiro de alivio al comprobar que, al menos, la niña parecía estar sana.

– Me marcho esta noche. Tengo que estar en Nueva York este fin de semana -dijo el hombre, tendiéndosela a Wendy-. Pero usted se encargará de ella, ¿verdad? Después de todo, ese es su trabajo.

Solo había una respuesta para aquello.

– No -dijo Wendy suavemente, mirándolo a los ojos. Los serenos e imperturbables ojos de Wendy habían visto lo terrible que podía ser el mundo. Pensaba que ya nada podía sorprenderla… pero siempre había algo nuevo-. Ese no es mi trabajo. Encargarse de esta niña es su trabajo.

– Usted no lo entiende -él volvió a tenderle el fardo rosa, pero ella no lo tomó, sino que agarró con una mano los deditos de Gabbie y mantuvo la otra firme mente pegada a su costado.

– Supongo que es su hija -le dijo. Debía de serlo. El parecido era innegable-. Ignoro lo que le ocurre, señor…

– Grey. Me llamo Luke Grey. Y, no, no es mi hija.

– Señor Grey -dijo ella, respirando hondo-, no puede usted abandonar a un bebé solo porque tenga que irse a Nueva York. 0 a cualquier otro sitio, lo mismo da -su voz era tranquila y firme-. Pero tiene razón en una cosa. No lo entiendo. Explíquemelo.

– ¡Este bebé no es mío! -pero se interrumpió antes de decir nada más. Del interior de la casa surgió un alarido.

Era Craig. Como siempre. Wendy se dio la vuelta y vio al niño en la terraza. Llevaba un camión de bomberos de juguete en las manos y su expresión parecía proclamar que había llegado el fin del mundo. ¡Justo en ese momento! Aunque no era de extrañar. La media de calamidades de Craig era más o menos de un desastre por hora.

– Wendy, Sam ha roto el gancho de mi camión -chilló, como si quisiera anunciar aquella catástrofe a todo Hay Beach-. Ha roto el gancho de la grúa. ¡Wendy, lo ha roto…!

– No te preocupes, Craig. Tenemos pegamento -le dijo Wendy, como si aquello fuera de lo más normal. Y lo era-. Déjalo encima de la mesa de la cocina y yo te lo pegaré. Pero primero… -lanzó una mirada al coche de Luke-, mira lo que tenemos aquí -le dijo al niño-. llama a Sam y a Cherie para que vean lo bonito que es el coche de este señor.

Se rio para sus adentros al ver que Luke se ponía pálido. Le dio igual. Aquel coche les proporcionaría un poco de diversión a sus niños.

Y así fue. El niño dejó de lloriquear inmediatamente.

– ¡Guau! -asombrado, el pequeño Craig, de cinco años, observó el automóvil como si acabara de aterrizar procedente de Marte-. ¿Es de verdad?

– ¡No lo toques! -gritó Luke, y Wendy volvió a reírse para sus adentros. ¿Qué daño podían hacerle unos cuantos dedos pegajosos?

– Venga adentro, señor Grey -le dijo-. Todavía tiene que darme una explicación.

– ¿Puede sostenerla usted? -preguntó él, con voz suplicante. Le tendió a la niña-. Está… mojada.

– Los niños suelen estarlo -dijo Wendy plácidamente, ignorando su ruego. Subió las escaleras de la terraza con Gabbie de la mano, dejando que él la siguiera-. Bien, le cambiaremos el pañal y luego podrá contarme sus problemas. Pero, no, señor Grey, no sostendré a su niña. La llevará usted en brazos hasta que me haya explicado qué sucede.

– No es mi hija.

– Eso ya lo dijo antes.

Sentado en la cocina de Wendy, Luke todavía sostenía en brazos al bebé. Wendy le había cambiado el pañal y la había envuelto en un manta seca, pero luego se la había devuelto otra vez. Estaba haciendo café mientras él, incómodamente sentado con la niña en el regazo, procuraba no pensar en lo que veía a través de la ventana.

Había tres niños dentro de su coche. Decidió que no podían causarle ningún daño, pero, de todas formas, elevó una pequeña plegaria. Por favor, que la soberbia tapicería de cuero siguiera limpia…

– Entonces, ¿de quién es la niña? -Wendy siguió su mirada a través de la ventana y luego volvió su atención a la cocina. Tomó una taza de café y se sirvió. Gabbie se sentó en su regazo y se apoyó contra ella. Wendy la abrazó instintivamente. Sobre el regazo de Luke, el bebé balbucía, se reía y tendía las manos hacia la taza.

– ¿Le importaría decirles a esos niños que salgan de mi coche? -preguntó él, inquieto.

– Tenga cuidado con su café -le dijo ella-. La niña podría quemarse. Puede poner el coche en la acera, si quiere -continuó, sin dejarse intimidar-. Mientras esté en mi patio delantero, no puedo evitar que los niños se suban a él.

– Entonces, ¿puede sujetar a la niña mientras lo muevo? -le rogó él. Ella meneó la cabeza.

– No, señor Grey.

No sujetaría a la niña mientras él iba a mover el coche. Su instinto le decía que, si lo hacía, no volvería a verlo. Él comprendió lo que estaba pensando y la miró por encima de la mesa, indignado.

– Mire, podía haberla abandonado aquí y haber salido corriendo -exclamó.

– Y no lo ha hecho -admitió ella, sin dejarse impresionar lo más mínimo. Aquel hombre podía tener una sonrisa perturbadora, pero con ella no iba a funcionarle. Parecía mucho más preocupado por su coche que por el bebé-. Eso ha sido muy noble de su parte.

Su tono de censura era evidente. El arrugó el ceño, enfadado.

– Usted piensa que soy una rata.

– Mi trabajo no consiste en pensar esas cosas -le dijo ella-. Me pagan por preocuparme de los niños, no por juzgar a la gente que no se preocupa de ellos.

– ¡Eh! ¡Se ha hecho pis encima de mí!

– ¿De veras? -los ojos grises de Wendy se abrieron con cortés incredulidad; miró a la niña y luego a él otra vez-. ¿Sabe? -dijo suavemente-, se parece mucho a usted.

– Supongo que sí -dijo Luke amargamente-. Sin embargo, no es mi hija. Se lo juro.

– ¿Pero son parientes?

– Creo que sí -dijo Luke lentamente, y por primera vez dejó de prestar atención a su preciado coche-. Lo he estado pensando -lanzó una mirada dubitativa a la niña que sostenía en brazos, como si todavía tratara de averiguar cómo había llegado hasta allí. La pequeña había agarrado una cucharilla de café y la golpeaba contra la mesa, divirtiéndose inmensamente-. Es mi… mi medio hermana.

– Su medio hermana -Wendy se recostó en la silla y bebió un par de sorbos de café, abrazando a Gabbie. Tenía que darle tiempo para que se explicara. Entretanto, Gabbie seguía temblando. Llevaba todo el día así, debido a la mudanza inminente. Necesitaba que la abrazaran, y Wendy lo hacía encantada. En cuanto a los demás niños, estos tenían un nuevo juguete con el que entretenerse: ¡un juguete de un par de cientos de miles de dólares! Y, a pesar del hecho de que tenía que tomar un tren, ella no tenía prisa.

Por el bien de la niña, esperaría.

– Hasta hoy no he sabido que existía -dijo Luke sombríamente-. Diablos. Está usted ahí sentada, juzgándome por abandonarla, y hasta esta misma mañana yo ni siquiera sabía que tenía una medio hermana -le sostuvo la mirada, intentando que lo creyera.

Y, de pronto, inopinadamente, Wendy lo creyó. Pero la mirada de Luke pedía también su comprensión. Ella no lo comprendía, pero dejó temporalmente en suspenso su juicio y desestimó su impresión inicial de que era un crápula con una hija ilegítima. Por el momento.

– Hábleme de ello -dijo suavemente, y miró por la ventana: Sam estaba sentado detrás del volante, Craig en el asiento del pasajero, y Cherie fingía ser una gran dama en el asiento de atrás. Estaban descalzos, pensó Wendy, y no llevaban cinturones con hebillas. No arañarían su preciosa tapicería.

Pero, en ese momento, Luke no prestaba atención al coche. Solo tenía ojos para Wendy. Quería que lo comprendiera.

– Es de mi padre -dijo lentamente-. Es la hija de mi padre.

La mente de Wendy asumió rápidamente aquella palabras. Estaba acostumbrada a los problemas familiares. Había sido adiestrada para tratar con ellos.

– ¿Quiere decir que su padre es también el padre de la niña?

– Supongo que sí -Luke miró con incertidumbre al bebé-. Se parece a mí, ¿verdad?

– Desde luego -la voz de Wendy se suavizó-. Es su vivo retrato, señor Grey. Excepto porque son de sexos opuestos, parecen gemelos idénticos. Con treinta años de diferencia, por supuesto.

El se quedó mirando a la niña y luego se encogió de hombros.

– Quizá sea mejor que empiece desde el principio y le explique todo este maldito embrollo.

– Tengo tiempo de sobra.

El asintió. Aquella mujer parecía la persona más sosegada del mundo, pensó de repente. Él estaba al borde del pánico desde que había abierto la puerta de su casa esa mañana, a las seis. Alguien había llamado, pero, cuando había abierto, solo había encontrado un bulto. El bebé.

– Mi padre no era un hombre muy responsable -dijo, despacio. Respiró hondo y esperó la reacción de la mujer. No hubo ninguna. Su cara permaneció inexpresiva. Luke tuvo la sensación de que no se dejaba impresionar fácilmente-. Bueno, quizá eso no sea del todo exacto. Yo… quiero me entienda. Mi padre tenía mucho carisma. Conseguía todo lo que quería. Solo tenía que sonreír…

Wendy asintió. Se lo imaginaba. Solo tenía que mirar la sonrisa de Luke para imaginárselo.

– Se casó con mi madre -continuó él; su sonrisa desapareció por completo y su tono se hizo más amargo-. Supongo que eso ya fue algo. Su matrimonio duró solo un año, pero al menos yo fui un hijo legítimo. Él siempre decía que quería tener hijos, pero en realidad no le interesaba la paternidad. Le cortaba las alas. Cuando nos abandonó, mi madre volvió a la granja de sus padres, a las afueras de Bay Beach, y allí fue donde yo crecí. Hasta cierto punto.

– ¿Hasta cierto punto? -ella nunca había oído hablar de aquel hombre, pensó, y llevaba muchos años en aquel distrito.

– Sí, claro, hasta cierto punto. A mi padre no le gustaba que su hijo fuera educado como un pueblerino. Para él, el ego era lo más importante -dijo Luke con amargura-. Yo debía tener lo mejor. A pesar de las protestas de mi madre, me mandó a los mejores internados y a la universidad más prestigiosa de Australia. Ignoro cómo consiguió pagarlo. El hecho de que mi madre viviera al borde de la miseria no le importaba lo más mínimo. Él iba de deuda en deuda. Mentía, engañaba, estafaba… Se buscaba la vida. Yo no lo sabía. Mi madre me lo ocultó. Ella murió cuando yo tenía doce años, así que solo me enteré hace unos años de cuál era el verdadero estilo de vida de mi padre.

– ¿Y la niña?

– La niña es el resultado de un lío que tuvo con una mujer cuarenta años más joven que él-dijo Luke-. Esta mañana, esa mujer me dejó una carta, explicándomelo todo. Al parecer, la engañó, como las engañaba a todas: con el lujo. Mi padre derrochaba mucho dinero, y ella no sospechaba que en realidad no tenía nada. Se quedó embarazada y tuvo a su hija. A él todavía debía de atraerlo, porque, de alguna forma, la mantuvo. Y luego, hace un mes, mi padre murió.

Wendy hizo una mueca.

– Lo lamento.

– No se preocupe -dijo él secamente-. No nos teníamos mucho afecto. Cuando fui lo bastante mayor para darme cuenta de cómo vivía, no volví a aceptar un céntimo suyo. Lindy, en cambio, dependía de él. Me imagino que completamente. Y, ahora que él ha muerto, la han echado del apartamento.

– Ya veo -Wendy volvió a mirar hacia el coche. Y en su mirada había una pregunta.

Él la captó inmediatamente. La comprensión brilló en sus ojos y, con ella, la cólera.

– Soy agente de bolsa -exclamó, adivinando lo que Wendy estaba pensando-. Soy rico, desde luego, pero me gano la vida honestamente. No tengo nada que ver con mi padre.

– ¿Y no piensa ayudarla? ¿A…? ¿Cómo ha dicho que se llama? ¿Lindy?

– Pero si ni siquiera me ha dado la oportunidad de hacerlo -exclamó él-. Aunque estuviera dispuesto a mantener a la amante de mi padre, que no lo estoy, ella no me lo ha pedido. Yo estaba fuera del país cuando mi padre murió, y no tenía ni idea de que Lindy existía. Hacía años que no tenía contacto con él. Yo pagué el funeral y pensé que eso era todo. Pero hoy…

– ¿Hoy?

– Lindy me conocía -dijo él agriamente-. Tal vez mi padre le habló de mí y luego ella me buscó. El caso es que esta mañana me he encontrado a la niña en la puerta, con su cestita. Lindy ha dejado una nota en la que dice que solo la tuvo porque mi padre la convenció. Pero ahora no tiene dinero y no quiere cargar con una hija. Así que, se ha ido. La nota decía que la niña es toda mía.

Wendy lo miró por encima de la mesa y él le sostuvo la mirada. Líbreme de este problema, suplicaban sus ojos.

Y esos ojos… los ojos de su padre… podían persuadir a una mujer para hacer cualquier cosa, pensó ella. Habían persuadido a una joven para tener una hija que no quería tener. Y podían persuadirla a ella para…¡No! Debía mantenerse firme.

Los lazos de sangre eran el vínculo más importante para un bebé, y Wendy lo sabía. Le habían repetido esa idea una y otra vez a lo largo de su carrera como trabajadora social. Mantener los lazos familiares a toda costa. Reemplazar esos lazos solo si el niño estaba en peligro.

Aquella niña estaba sentada en el regazo de su hermanastro, agitando su cucharilla y gorjeando como si el mundo fuera su reino. Tenía un espléndido hermano mayor, sano, rico y en buena posición económica, que podía mantenerla.

– Supongo que ya no vive en Bay Beach -dijo Wendy suavemente.

– No. Tengo un apartamento en Sidney y otro en Nueva York. Viajo mucho.

– ¿Ha traído a la niña desde Sidney?

El pareció un poco desconcertado por la pregunta.

– Sí.

– ¿Puedo preguntar por qué? -dijo ella, mirándolo fijamente-. En Sidney hay muchos hogares infantiles. Solo tenía que mirar en la guía telefónica para encontrar uno.

– Yo quería…

– ¿Qué quería?

El alzó la vista y la miró fijamente, titubeando.

– Diablos -dijo, por fin-. Qué difícil es explicar esto.

– Lo comprendo.

– ¿Cómo se llama? -preguntó él de repente, y ella sonrió.

– Perdone, debería habérselo dicho. Me llamo Wendy. Wendy Maher.

– Bueno, Wendy… -él sacudió su cabeza, todavía confundido. Su hermanita había dejado caer la cucharilla y se retorcía contra su pecho, con los ojos medio cerrados. Él debía de haber parado en el camino para darle de comer, pensó. La niña parecía ahíta y soñolienta. Inconscientemente, Luke la apretó en sus brazos y la pequeña se acurrucó contra él. La mirada de Wendy se dulcificó al mirarla. Tal vez…

– Yo sabía que aquí había un orfanato -dijo él-. Me acordé y llamé para asegurarme de que todavía existía.

Cuando era niño, pasé algún tiempo aquí, en el antiguo edificio, una vez que mi madre se puso enferma y mis abuelos no podían ocuparse de mí.

– Ya veo.

– Y… -él intentaba denodadamente hacerse entender- Bay Beach es un sitio precioso para crecer.

– Sí que lo es -Wendy apretó a Gabbie. Ella no podía hacer que Gabbie creciera en Bay Beach, pensó con amargura. Pero un hogar estable era preferible a un lugar concreto.

– Pasé la mejor época de mi vida aquí, de niño -continuó él, mirándola como si tratara de adivinar sus pensamientos-. Cuando vivían mi madre y mis abuelos, todo era fantástico. La playa… la libertad… -señaló a los niños que había fuera-. Esos niños tienen suerte.

Sí, claro. Qué bonito. Abandonar a su hermana y salir corriendo, y luego decirse a sí mismo que Bay Beach era un sitio precioso para crecer…

– No, señor Grey, esos niños no tienen suerte -dijo Wendy con severidad-. Esos niños tienen problemas. No tienen padres que se ocupen de ellos. Están solos en el mundo. A mí me pagan por cuidarlos, y solo me tienen a mí o a gente como yo.

Hubo un largo y embarazoso silencio. La hermanita de Luke cerró por fin los ojos y se acurrucó en sus brazos con absoluta confianza.

Él miró a Wendy por encima de la mesa. Aquella mujer todavía era joven, pensó, pero había vivido mucho más que las mujeres con las que solía pasar su tiempo libre. Estaba muy lejos de ellas. En sus ojos había ternura, compasión y preocupación. Podía ser hermosa, pensó. Con un poco de maquillaje, un peinado moderno, algo de ropa decente… Pero no. Ya era hermosa, decidió. No necesitaba ninguna de esas cosas.

Luke contempló aquellos serenos y luminosos ojos grises y se dio cuenta de que, a pesar de lo que ella dijera,- aquellos niños tenían suerte. Sin duda, tenían problemas terribles, pero, en medio de su miseria, habían encontrado a Wendy.

– Mi hermana tiene que quedarse aquí -dijo suavemente-. No hay otro remedio. Su madre la ha abandonado, y creo que estará mejor con usted que con cualquier otra persona.

CAPÍTULO 2

EL SEÑOR Grey ya había tomado una decisión, pensó Wendy, mirándolo por encima de la mesa con preocupación. Mientras trataba de encontrar las palabras justas para responderle, se oyó un golpe en la puerta y una mujer irrumpió en la cocina. Era Erin, que llegaba tarde, como siempre.

Erin tenía veintitantos años, al igual que Wendy, pero, a diferencia de esta, era rubia, nerviosa y parecía extraordinariamente complacida con la vida. Sonrió a Wendy y levantó las manos en señal de disculpa.

– Siento llegar tarde. Debías de estar aterrorizada. ¿Pero qué demonios es eso? ¡Menudo coche! Es fabuloso. Nunca había visto uno igual. ¿No me digas que has encontrado a alguien que te lleve a Sidney? ¿Pero dónde vas a meter las maletas? Ahí no caben… -se interrumpió para tomar aliento y, al darse cuenta de que Wendy no estaba sola, dirigió una enorme sonrisa a Luke-. Ah, hola… Lo siento… -entonces reparó en el bebé. Su efervescencia se desvaneció y miró a Wendy con ojos inquisitivos.

Erin también era cuidadora, y las cuidadoras tenían sus normas. Entre ellas, no interrumpir. Las mesas de cocina de los hogares que componían el Orfanato de Bay Beach contemplaban auténticas tragedias emocionales, y tanto Wendy como Erin estaban entrenadas para afrontarlas. Y también para desaparecer cuando la situación lo requería.

– ¿Quieres que salga y saque a los niños del coche? -preguntó, dirigiéndose a la puerta-. Craig está haciendo todo lo posible por quitar el freno de mano.

– No -dijo Wendy, sacudiendo la cabeza como si saliera de un sueño. Aquel ya no era su trabajo. Ya no-. Tengo que irme -dio a Gabbie un rápido abrazo, la dejó en el suelo y se levantó-. Señor Grey, esta es Erin Lexton, la nueva cuidadora del hogar. Erin, este es el señor Luke Grey, y esa pequeñina es su medio hermana -se quedó de pie, mirándolos, y luego se inclinó sobre el bebé dormido-. Por cierto, no me ha dicho si su hermana tiene nombre.

– Grace -dijo Luke, levantándose también-. Se llama Grace.

– Un nombre muy bonito -dijo Erin, captándolo todo con su inteligente mirada-. ¿Su… medio hermana, ha dicho Wendy?

– Sí.

– Luke quiere que nos hagamos cargo de Grace -dijo Wendy-. Estaba a punto de decirle que es imposible.

– Así es -Erin sonrió comprensivamente y se encogió de hombros-. Estamos al completo. En cuanto Gabbie y Wendy se marchen, vendrán unos gemelos. Tienen ocho años y son la calamidad personificada. Los otros hogares también están llenos -luego arrugó el ceño, sometiendo a Luke a una mirada más detenida-. Disculpe que diga esto, pero, con ese coche, aunque no pueda ocuparse personalmente de su hermana, seguramente podrá permitirse pagar a una niñera que lo haga por usted. No parece que necesite nuestra asistencia.

– Eso precisamente estaba a punto de decirle al señor Grey cuando llegaste -añadió Wendy-. Con lo que debe de costar cambiarle una rueda a ese cacharro -no pudo evitar un cierto tono de desdén-, podría pagar el salario de un mes a una niñera. En Sidney hay agencias de niñeras, algunas de ellas excelentes. Nosotras podemos recomendarle algunas.

Luke frunció el ceño, contrariado.

– No quiero que la niña se quede en Sidney con una niñera.

Wendy suspiró. Oh, cielos… Pero aquello ya no erg problema suyo. Su época como cuidadora en Bay Beach había concluido.

– Erin, el señor Grey ha tenido que hacerse cargo de su hermana de manera inesperada -dijo-. Necesita ayuda para localizar a la madre, consejos prácticos y quizás algún servicio social. ¿Podrías llamar a Tom y concertarle una cita? -intentó sonreír a Luke, agarró a Gabbie de la mano y se obligó a ponerse en movimiento. Marcharse era lo más duro. Pero tenía que hacerlo. Por Gabbie-. Me temo que yo ya no trabajo aquí -dijo suavemente-. Lo siento, señor Grey, pero Erin es la nueva cuidadora. Si nos disculpa, Gabbie y yo tenemos que tomar un tren.

– ¡No! -exclamó él secamente. Era una orden de un hombre acostumbrado a mandar. Wendy alzó las cejas, sorprendida.

– ¿No?

– Eso he dicho. ¡No! ¿Qué significa que se va? -Luke tendió un brazo, la tomó de la mano y la sostuvo agarrada. Parecía un hombre a punto de ahogarse, aferrándose a una tabla de salvación-. No puede irse. Quiero que sea usted quien cuide de mi hermana.

Wendy observó sus manos unidas y frunció el ceño. I;ra… extraño. Aquel era su trabajo, se dijo. Se había visto en situaciones parecidas muchas otras veces. Pero normalmente no se sentía así.

– Señor Grey, Wendy ha presentado su dimisión -dijo Erin. Ella sabía mejor que nadie por lo que estaba pasando Wendy, y sabía también que Wendy debía marcharse. Pero había algo en Luke Grey…

Aparentemente, Wendy no tenía nada que ver con él. Su primera y descabellada idea de que un novio rico había surgido del pasado de Wendy había sido infundada. E iba contra las normas romper la confidencialidad. Pero, por otra parte, Erin tampoco seguía las normas al pie de la letra. Su mente incisiva solía adelantarse a los acontecimientos. Llevaba semanas preocupada por su amiga y, de pronto, parecía vislumbrar una solución. Tal vez, si pudiera arreglarlo…

– Señor Grey, Wendy se va a hacer cargo de Gabbie de forma permanente, como madre de acogida -le dijo, ignorando el suspiro de Wendy-. La madre de Gabbie no permite su adopción y se lleva a la niña de vez en cuando, aunque solo durante unas semanas. Y, cada vez que Gabbie vuelve al orfanato, hay que meterla allí donde hay sitio. Wendy ha decidido que quiere estar disponible a tiempo completo para la niña, de forma que, cuando su madre biológica la abandone, Gabbie siempre pueda volver con ella..

– Oh, por todos los santos, Erin… -empezó a decir Wendy, mirando perpleja a su compañera.

– Y se ha despedido -prosiguió esta, ignorándola completamente-. Lleva años despidiéndose de niños y ya no lo soporta. Por otra parte, antes de que llegara aquí… Bueno, eso no importa. El caso es que ha decidido dejarlo. El único problema es que dispone de poco dinero. No puede vivir en Bay Beach, debido a lo caros que son los alquileres en esta zona. Y aquí tampoco hay trabajo, excepto el que hacía hasta ahora. Wendy se gastaba hasta el último centavo que ganaba en sus niños. Así que, ha alquilado un apartamento de una sola habitación en Sidney. Una auténtica ratonera.

– Erin, eso no es asunto del señor Grey -le reprochó Wendy.

– ¿Ah, no? -Erin sonrió y sus ojos brillaron maquiavélicamente. Aquella mujer era incorregible-. ¿No lo es? -se volvió hacia Luke y le sonrió a él-. De pronto, se me ha ocurrido una solución. Usted necesita que alguien se ocupe de su hermana y quiere que ese alguien sea Wendy. Y Wendy necesita un salario. Y, además, preferiría quedarse aquí, en Bay Beach…

– ¡Erin, basta! -Wendy estaba a punto de estrangularla-. No puedo quedarme aquí -exclamó-. No hay casas disponibles, aunque pudiera pagar el alquiler.

– Sí, sí que las hay -la voz de Luke pareció surgir de la nada. Ambas mujeres se volvieron para mirarlo.

– ¿Perdón? -Wendy estaba tan fuera de sus casillas que ni siquiera sabía si lo había oído bien.

– Hay un lugar donde podría quedarse sin pagar nada -le dijo él-. Cuide usted de mi hermana, Wendy Maher, y yo le proporcionaré una casa en Bay Beach durante todo el tiempo que necesite.

Se hizo tal silencio que podía haber oído caer una gota de agua. Nadie dijo nada. Incluso la vivaz Erin se había quedado muda. Estaba completamente asombrada. Había lanzado al aire el embrión de una idea y, de pronto, había sucedido un milagro.

– Yo… -Wendy se apartó un par de rizos de la cara e intentó retirar la mano de la de Luke, pero este no se lo permitió-. Por favor -intentó retirarla otra vez-. Tengo que tomar un tren.

– ¿Para vivir en un apartamento en Sidney cuando en realidad quiere quedarse aquí? ¿Y de qué va a vivir?

– Puedo conseguir un empleo cuidando niños mientras Gabbie va al colegio.

– Sabes perfectamente que esa clase de empleos no da para vivir -replicó Erin, y reparó en la mirada de su amiga. Oh, cielos, tal vez había ido demasiado lejos.

– Yo le pagaré bien -dijo Luke. Aquel hombre estaba acostumbrado a tomar decisiones rápidas, y acababa de tomar una-. Su amiga tiene razón. Puedo permitirme pagar a una niñera. Me enteraré de cuál es la tarifa normal, y le pagaré más. Además de los gastos diarios. Y puede vivir en la granja.

– ¿La granja?

– Sí, tengo una granja -él sonrió al observar la cara ele perplejidad de Wendy. Le apretó ligeramente la mano y luego la soltó. Ella la dejó caer, pero siguió mirándosela como si contuviera… ¿qué? No lo sabía. ¿Un presagio de problemas futuros? Algo que no entendía en absoluto.

– Ya le he dicho que mis abuelos tenían una granja a las afueras de Bay Beach -continuó él-. Está justo al sur de aquí y es preciosa. Tiene cien hectáreas de pastos, da al mar y el río forma el límite norte. Mis abuelos me la dejaron al morir. A mí me encanta, por eso nunca la ha vendido. Un granjero de la vecindad lleva a su ganado a pastar allí. Pero la casa está vacía. Si la quiere, es suya.

– ¿Si la quiero? -Wendy lo miró como si se hubiera vuelto loco. Una granja. Allí. ¡Que si la quería…!

– Claro que la quiere -dijo Erin rápidamente-. Di que sí, Wendy -atravesó a su amiga con la mirada-. Di que sí, idiota. ¡Vamos!

– ¡No! -Wendy sacudió la cabeza. Gabbie, por su parte, lo observaba todo, atemorizada. Recordándole que debía ser prudente. El mundo ya había golpeado demasiadas veces a aquella niña. Wendy no debía asumir ningún riesgo que volviera a ponerla en peligro. Una vocecita interior le gritaba que tuviera cuidado-.¿Dónde dice que está la granja? -preguntó.

– A dos kilómetros de la ciudad -Luke volvió a sonreír. Por fin parecía que aquel lío iba a resolverse.

– ¿Cómo se llamaban sus abuelos?

– Brehaut.

– ¡La granja Brehaut! -Wendy se quedó boquiabierta. Erin dejó escapar un gemido de alegría.

– Oh, es maravilloso. La granja de los Brehaut…

– En esa casa no vive nadie desde hace veinte años -dijo Wendy, aturdida-. Nadie sabía por qué.

– Pues ya lo sabemos -dijo Erin, exultarte-. ¿No es increíble?

– ¿Está habitable?

– Sí, creo que sí -una sombra de incertidumbre cruzó los ojos de Luke-. El granjero que usa los pastos se en carga de arreglar el tejado.

– Eso no significa que esté habitable.

– Oh, por Dios, Wendy -exclamó Erin-. Tú podrías arreglarla.

– ¿Mientras me ocupo de un bebé y de una niña de cinco años? -Wendy sacudió la cabeza-. Señor Grey…

– Luke.

– Luke -le sostuvo la mirada fríamente. En apariencia, aquella oferta era demasiado buena para rechazarla, pero debía pensar en Gabbie-. ¿El trato incluiría a Gabbie? -preguntó-. ¿Dispondría de la granja y Gabbie podría quedarse conmigo?

– La casa tiene cinco habitaciones -dijo él, sintiendo que su problema se disolvía rápidamente. Aquello iba cada vez mejor. Llevaba años resistiéndose a vender la gran ja. Por sentimentalismo, suponía, aunque se decía a sí mismo que era una inversión razonable. Y, ahora, Wendy iba a ocuparse de ella… a convertirla en un hogar…

– ¿Estaría dispuesto a firmar un acuerdo legal? -preguntó ella.

– Por supuesto -respondió él-. Tengo que irme a Nueva York esta noche, pero le enviaré a mi abogado desde Sidney. Le diré que se encargue de todo.

Wendy parpadeó, incrédula. Tenía que haber alguna pega. En alguna parte.

Contempló al bebé dormido en brazos de Luke. trace. trace y Gabbie. Se ocuparía de dos niñas peque¡las… Aquello podía ser perfecto. Así, cuando la madre de Gabbie quisiera pasar una temporada con su hija, su vida no se quedaría vacía. Seguiría haciendo lo que más le gustaba, y Gabbie tendría un hogar al que volver.

Pero en la granja no vivía nadie desde hacía muchos años. Y la madre del bebé podía volver en cualquier momento y reclamar a su hija. La había abandonado esa misma mañana. Era razonable suponer que cambiaría ¡ir opinión y, entonces, ¿qué sería de Gabbie y de ella?

¡No! Había peligros allí donde mirara, y, si no tomaba el tren, no llegaría a tiempo de recoger las llaves de su nuevo apartamento. Lo perdería y se quedaría sin alojamiento en Sidney.

Por otra parte, si aceptaba y se llevaba a las dos pequeñas a una granja desolada y Luke se marchaba aquella noche a Nueva York… Estaría atrapada, pensó sombríamente. Podía encontrarse metida en un atolladero, y no solo ella. También estarían Gabbie y'Grace. No tenía derechos legales para hacerse responsable del bebé. Y tampoco sabía si Luke los tenía. Probablemente, no. Así que, tenía que decirlo.

– No -dijo con firmeza, y se mordió el labio cuando se oyó a sí misma. Era una idea tan tentadora… Pero debía ser sensata.

– ¡Wendy! -exclamó Erin.

– ¿Puedo preguntar por qué? -dijo Luke en tono profesional, poniendo en marcha su capacidad de organización-. Es una oferta muy ventajosa.

– Puede que sí -dijo ella-. Pero si la granja está en ruinas, no lo es tanto. Y tampoco lo es si me acusan de llevarme a Grace sin tener derecho legal para ocuparme de ella. Imagino que no ha pensado usted en las complejidades legales de su situación, ¿verdad?

Él palideció. Evidentemente, no había pensado en ello.

– No.

– Entonces, le agradezco mucho su amable oferta -dijo ella con firmeza-, pero no puedo aceptarla. A menos que…

– ¿Qué?

– A menos que posponga su viaje y pase con nosotras el tiempo necesario para asegurarse de que la granja esté habitable. No se vaya a Nueva York hasta que todo esté legalmente aclarado y yo esté segura de que las niñas tienen un buen lugar donde vivir tranquilas.

A él no pareció gustarle la idea. Durante los siguientes diez minutos, sacó todos los argumentos que se le ocurrieron para hacerle cambiar de opinión. Pero Wendy tomó a Gabbie de la mano y salió de la habitación.

– Tenemos que tomar un tren -dijo sencillamente-. Tengo muy poco tiempo. Adiós, Luke.

Aturdido, él la siguió con la mirada. La puerta de la cocina se cerró tras ellas y Luke se volvió para mirar a Erin.

– Tiene razón -dijo esta, desalentada-. Wendy necesita un permiso legal para ocuparse del bebé. Y, si nadie ti.¡ vivido en la granja en los últimos veinte años, la casa debe de estar hecha un desastre.

– Pero tengo que irme a Nueva York…

– Entonces, es que tiene otras prioridades -dijo ella-. ¿Cuándo piensa marcharse?

Esta misma noche, si consigo llegar a tiempo a Sidney.

– ¿Y qué piensa hacer con Grace?

No puedo hacerme cargo de ella -contestó él débilmente, mirando a la niña dormida en sus brazos.

– En ese caso, déjela en el servicio de acogida y ellos le encontrarán un sitio en Sidney -Erin alzó la barbilla. Estaba corriendo un gran riesgo y lo sabía. Contuvo el aliento.

Él la miró otra vez y luego volvió a mirar a la niña.

– Yo…

– No quiere hacerlo, ¿verdad? -preguntó Erin amablemente.

– No.

– ¿Qué hay tan importante en Nueva York?

– Reuniones. Me dedico a la bolsa.

– Apuesto a que dispone de Internet y de correo electrónico y de toda clase dé artilugios tecnológicos para superar esta crisis -dijo ella vivamente-. ¿Teleconferencias, tal vez? He oído que funcionan muy bien.

Él titubeó.

Pero en la granja ni siquiera hay teléfono…

– Por eso Wendy tiene razón al no querer vivir allí todavía. ¿No tiene usted teléfono móvil?

– Claro que lo tengo, pero…

– Entonces, todo arreglado -ella sonrió otra vez-. Si yo fuera usted, no dejaría que Wendy se marchara -continuó amablemente-. Si ella toma ese tren, perderá usted a la mejor niñera que pueda encontrar. Wendy es sencillamente la mejor.

Luke sabía que tenía razón. Había comprendido instintivamente que podía confiarle a Wendy el cuidado de su bebé. ¿Su bebé? Grace no era su bebé.

Pero… Miró a la niña dormida. Esta estiró los bracitos y se acurrucó.

– ¡Qué locura!

– Lo es, ¿verdad? -dijo Erin comprensivamente-. 0 lo será, si no impide que Wendy tome ese tren. Nueva York o Wendy, señor Grey. Usted elige… pero elija ya.

Una hora después, Wendy iba sentada en el asiento del pasajero de un Aston Martin que se dirigía al sur.

Aquello era una locura. En ese momento, debía estar en un tren en Sidney, se dijo. Si estuviera en el tren, el viento no le desordenaría el pelo, llevaría todas sus maletas en el compartimento para el equipaje sobre su cabeza, y tendría a Gabbie sentada sobre las rodillas.

Pero, en realidad, el viento alborotaba su pelo y le había deshecho prácticamente el descuidado moño. Su equipaje se había quedado en Bay Beach porque no cabía en el minúsculo maletero del coche, y Luke había encargado que un taxi fuera a recogerlo más tarde. '~ Grace iba en su capazo, y Gabbie estaba sentada en el asiento de atrás con la boca tan abierta como los ojos. Estaba conmocionada. Igual que Wendy.

– Estoy alucinada -dijo-. Todavía no sé qué estoy haciendo aquí.

– Ya somos dos -dijo Luke, no sin simpatía-. Ahora mismo, debería estar de camino al aeropuerto -pasó las manos por el volante e hizo una mueca-. Esto está pegajoso -vio horrorizado que había dos manchas grises sobre el volante-. ¡Lo han tocado con las manos sucias!

«Dios mío», pensó Wendy lúgubremente. Después de todo lo que había ocurrido, a aquel tipo solo lo preocupaba su volante.

– Yo lo limpiaré -dijo secamente.

– ¿Está segura?

– Oh, por el amor de Dios, solo es mermelada de fresa. Los niños la toman para merendar. Se quita con agua caliente.

– Hay mermelada de fresa en mi volante -gruñó él. Observó las manchas más de cerca. No eran rojas. Definitivamente, eran grises-. ¿Cómo va a ser esto mermelada de fresa?

– Es mermelada de fresa mezclada con otras cosas ella tuvo la temeridad de sonreír-. Plastilina, barro, pinturas…

– ¡No quiero saberlo!

Silencio. Luke sintió la desaprobación de Wendy desde el otro asiento.

– Le tiene mucho apego a su coche, ¿no? -dijo ella con cautela, y él intentó sonreír.

– ¿Usted no se lo tendría? Es fantástico. Si supiera lo que me ha costado…

– Puedo hacerme una idea -dijo Wendy agriamente-. Aston Martin Vantage Volante. ¡Guau! Realmente, debe de valer una fortuna.

– No lo sabe usted bien…

– Apuesto a que sí lo sé. Unos cien mil dólares, más t) menos. Pero, de todas formas, si se tiene un coche armo este, ¿qué son cien mil dólares? -sonrió con ironía-. ¿Qué más puedo adivinar sobre este coche? -lo pensó, y el tono reverencial de Adam resonó en sus oídos-. Me imagino que tiene llantas de aleación, navegador y motor de doce cilindros y cuarenta y ocho válvulas. De cero a cien en unos cinco segundos. Velocidad máxima, unos doscientos cincuenta kilómetros por hora. Sí, menudo juguetito tiene usted, señor Grey.

– ¿Cómo demonios…?

– Si supiera lo que haría yo con la cuarta parte de lo que vale este coche…

– Oiga, que yo soy su jefe -la interrumpió él-. ¡No está usted aquí para echarme sermones!

– Pues despídame -dijo ella tranquilamente-. Los sermones van incluidos en el paquete.

Durante un instante, Wendy pensó que iba a hacerlo.

Luke levantó el pie del acelerador, pero entonces Grace balbució desde el asiento de atrás, y él recordó que no podía despedir a aquella mujer.

– ¿Cómo es que sabe tanto de coches? -preguntó de mala gana.

Ella arrugó la nariz.

– Mi ex marido era un fanático de los coches.

– Oh -él la miró de reojo-. ¿Está divorciada?

– Él murió.

Hubo algo en su forma de decirlo que lo disuadió de seguir preguntando.

– Oh, vaya.

– ¿Usted no está casado?

– No -él sonrió y volvió a mirarla de reojo-. Prefiero los coches a las mujeres. Son más baratos.

– Ah, claro -ella respiró hondo-. Señor Grey, ¿tiene usted idea de dónde se ha metido? En un solo día, se ha hecho cargo de una niña, ha aceptado dar cobijo a otra y ha contratado a una niñera…

– No importa -dijo él-. Puedo permitírmelo. Mientras no me causen problemas…

– ¿Y si se los causamos?

– Entonces, me marcharé -él sonrió con ironía-. Aunque lo haré, de todas formas. Los lazos emocionales no son mi fuerte. Solucionaré todos los problemas legales y luego me iré.

– Cuando la casa esté habitable, supongo.

– Lo estará.

Pero no lo estaba.

Nadie había entrado en aquella casa en veinte años. Era como volver atrás en el tiempo, pensó Wendy, desalentada. Caminó de habitación en habitación con Gabie pegada a su costado. Luke iba a su lado, con Grace en brazos, y tampoco decía nada.

Era un lugar fantasmal. Las ventanas estaban rotas y desencajadas. Los muebles estaban cubiertos de polvo y del techo colgaban enormes telarañas. Pero, a pesar de todo, la casa era grande, hermosa y antigua. Los muebles eran buenos, pero las cortinas estaban hechas jirones', las alfombras raídas y una gruesa capa de polvo lo cubría todo.

Aquella casa era un pedazo de historia olvidado por el tiempo. Debía de estar llena de recuerdos para Luke, pensó Wendy.

Había fotografías por todas partes, y la mayoría eran de él. Wendy tomó un marco que había sobre una mesa de madera labrada y sopló para quitarle el polvo. Allí estaba Luke, con unos cinco años de edad, de pie entre una pareja de ancianos que lo agarraba de las manos ron orgullo. El amor brillaba incluso a través del polvo.

No era de extrañar que Luke hubiera conservado la pensó Wendy. Ni era de extrañar que, de forma Instintiva, hubiera llevado allí a Grace. Aquel lugar había sido su hogar.

Y tal vez todavía lo fuera. Wendy lo miró de soslayo y percibió la tristeza que había en su mirada.

– Aparte del polvo y de las ventanas, está igual que el día que llevamos a mi abuela al hospital -dijo Luke por fin, con un susurro.

Debe de haber sido una casa muy bonita.

– Pero ahora está inhabitable -dijo él tristemente.

– No tanto -Wendy se encogió de hombros y miró a Gabbie-. A nosotras nos gustan los desafíos, ¿verdad, Gabbie?

– ¿Vamos a vivir aquí? -preguntó la niña con voz trémula. Wendy la tomó en brazos y la apretó fuerte.

– Sí. Claro que sí. Y va a ser una casa preciosa. ¡Debajo de todo este polvo, es muuuuuy bonita!

– Tendremos que pasar la noche en un hotel -dijo Luke-. Quizá si traemos un equipo de limpieza y carpinteros… -podía ver su viaje a América pospuesto indefinidamente. Maldición. Al principioo le había parecido una buena idea. Pero, de repente…

Wendy sacudió la cabeza.

– No. La casa está bien. Mejor de lo que yo pensaba. No hace falta que vayamos a un hotel. Gabbie se ha pasado la vida de un lado para otro. Si esta va a ser nuestra casa, lo será desde ahora mismo.

Estaban en lo que antaño debía de haber sido el cuarto de estar. Wendy se acercó a una ventana y empujó una de las hojas. Cuando se abrió, una ráfaga de aire salino entró en la habitación y Wendy vio…

– ¡El mar! -dijo, exultante-. ¡Mira, Gabbie, el mar! -más allá de la amplia terraza y de un prado donde pastaban plácidamente las vacas, se extendía el océano. Desde allí parecía verse una playa de arena. Quizá incluso pudieran nadar. ¡Era maravilloso!-. ¡El mar, el mar, el mar! -Wendy alzó a Gabbie y dio vueltas con ella en brazos. El placer brillaba en sus ojos. Aquello parecía un sueño-. Nos va a encantar vivir junto al mar, Gabbie, cariño. Cuando tu madre no te quiera, vivirás aquí conmigo. Junto al mar. En esta casa, que va a ser el lugar más maravilloso de la tierra -luego, sonriendo, dejó a Gabbie en el suelo, se arremangó y observó a Luke con mirada especulativa-. Solo hace falta un poco de trabajo.

– Eh, yo soy agente de bolsa -dijo Luke, alarmado, adivinando lo que ella tramaba-. No limpiador.

– Y yo soy trabajadora social, y Gabbie es una niña de cinco años bajo custodia del estado. Pero, desde este momento, todos somos limpiadores. La necesidad manda, señor Grey. Gabbie, vamos a elegir una habitación para ti, y la limpiaremos de arriba abajo. Porque la habitación de Gabbie es la más importante de la casa.

– ¡Eh!

– ¿Sí? -Wendy alzó las cejas amablemente-. ¿No le parece bien?

– Podemos pagar a alguien para que venga a limpiarla.

– Esta noche, no. Nosotros somos los limpiadores. Si quiere que convirtamos esto en un hogar, tendrá que esforzarse un poco.

– No voy vestido para limpiar -miró su chaqueta de cuero y sus pantalones inmaculados.

Wendy sonrió.

– ¿Y tiene ropa de limpiar en su casa? Vamos, Luke Grey. Sorpréndame. Dígame que tiene monos viejos manchados de pintura en el garaje… para esas chapuciIlas que hace los fines de semana.

El puso una media sonrisa.

– Bueno, tal vez no.

– Y esa ropa que lleva no es la mejor que tiene, ¿a que no?

Luke pensó en sus trajes de diseño.

– ¡Demonios, claro que no!

– ¿Lo ve? Podría haber sido peor -dijo ella alegremente, colocando con cuidado el capazo de Grace sobre un butacón cubierto de polvo y cubriéndolo con un chal-. Bueno, ya está. Su hermanita está plácidamente dormida, y a los demás nos toca trabajar. La habitación de Gabbie, lo primero.

– Pensaba que… -Luke estaba tan asombrado que apenas podía hablar-… la cocina, tal vez…

– Tenemos dos niñas, Luke Grey -dijo ella suavemente-. Hay que establecer las prioridades. Hay que hacer fuego… fuera, creo, porque apuesto a que la chimenea está bloqueada, y necesitamos agua caliente. Hará falta uña persona valiente para encender el fogón de la cocina, y quizá yo no sea la persona adecuada. Al menos, esta noche no. Y si yo no tengo suficiente valor, estoy segura de qué usted tampoco. ¡Irnos a un hotel! Cielos, qué estupidez. Bueno, Luke. Bueno, Gabbie. Hagamos de esta casa un lugar habitable.

Si alguien le hubiera dicho a Luke cuando se había despertado aquella mañana que, en lugar de volar a Nueva York, se pasaría la tarde de rodillas con un cepillo de raíz en la mano y la nariz en el polvo, le habría contestado que estaba soñando.

Pero eso era justamente lo que había ocurrido. Wendy no lo dejó parar ni un momento. Mientras Grace dormitaba, lo puso a trabajar como si no hubiera más días y, con la etiqueta de «estúpido» zumbándole en las orejas, él apretó los dientes y obedeció.

La habitación que Gabbie había elegido era un cuartito diminuto adosado a un extremo de la casa. Las ventanas daban sobre el océano, pero la niña no lo había elegido por eso.

– Dime dónde vas a dormir tú -le había pedido a Wendy, y esta había asentido y había elegido cuidadosamente la habitación cuya puerta interior daba a aquel cuartito.

– Así podremos dormir con las puertas abiertas y hablar -le había susurrado a Gabbie, y Luke se había preguntado, no por primera vez, qué había detrás del terror de aquella niña.

Aunque no había tenido mucho tiempo para hacerse preguntas.

– No nos iremos a la cama hasta que la habitación de Gabbie quede perfecta -decretó Wendy, y, mientras él fregaba, ella salió al exterior llevando sábanas, mantas, alfombras y cortinas para colgarlas en el viejo tendedero. Armó a Gabbie con una escoba, se buscó una más grande para ella, y las dos juntas comenzaron a librar a toda aquella ropa de generaciones y generaciones de polvo.

Después de airear las mantas a la brisa del mar y de inspeccionar el trabajo de Luke, Wendy decretó la recogida de la ropa. Tuvo a Gabbie entrando y saliendo con almohadas sobre la cabeza, y puso a fregar a Luke como si su vida dependiera de ello.

Aquella no era una relación jefe-empleada, se dijo Luke amargamente. Y, si lo era, estaba claro quién era el jefe. Y, desde luego, no era él.

Finalmente, sin embargo, Wendy ordenó parar.

– Bien. Tenemos una habitación y un cuarto de estar limpios. Más o menos. Ahora, hay que cenar.

– Cenar… -Luke se sentó en el suelo y contempló el resultado de sus esfuerzos con una especie de orgullo desinteresado.

La habitación de Gabbie tenía buen aspecto. Habían desencajado las dos ventanas intactas y desde ellas se veía el mar. Luke tenía la impresión de haber retrocedido veinte años. Había dormido muchas veces en aquella habitación, recordó. Su habitación oficial era una de las grandes de la parte frontal de la casa, pero la habitación contigua a aquella había sido la de su madre y, a veces, él dormía en aquel cuartito cuando estaba enfermo, o cuando lo estaba su madre y él tenía miedo, o en los días anteriores a su partida hacia el internado. Le gustaba aquella habitación porque podía hablar con su madre hasta que se quedaba dormido. Eso era lo mejor…

La cama estaba cubierta otra vez con una colcha bordada que recordaba haber visto hacer a su madre y a su abuela, y había un cuadro en la pared que su abuelo había comprado. Al abuelo le habría gustado que Gabbie durmiera bajo aquel cuadro, decidió Luke, y sorprendió a Wendy mirándolo con una expresión extraña. Como si;adivinara lo que estaba pensando.

Pero ella no dijo nada. En lugar de eso, le dirigió una sonrisa burlona.

– ¿Durmiéndose en los laureles, señor Grey?

– No sé por qué no -respondió él, molesto-. Creo que me lo merezco -levantó las manos-. Mire. ¡Ampollas! Tengo las manos de una fregona, señorita. Y…

– ¿Y?

– Tengo hambre.

En realidad, estaba muerto de hambre. Pero no había comida en la casa.

– Todo está arreglado -Wendy sonrió más ampliamente, y él la miró, sorprendido. Realmente, era una mujer extraordinaria-. Me he tomado la libertad…

– ¡Otra libertad! -gruñó él, poniéndose en pie y mirándose las manos con horror-. Mujer, si se toma alguna más…

– El taxista que ha traído mi equipaje volverá a las siete y media -dijo ella, imperturbable, y miró el reloj-. Solo quedan diez minutos. Va a traer un montón de comida. Le di una lista. Incluyendo comida para niños, pañales… ¡y pizza!

– ¡Pizza! ¿Vamos a tener una pizza dentro diez minutos?

– Primero nos lavaremos y luego comeremos -dijo ella-. He encontrado jabón y he sacudido algunas toallas. llas. Cenaremos fuera, junto al fuego, señor Grey. Lávese y podrá reunirse con nosotras.

¿Cómo iba él a resistirse a semejante invitación? Se dirigió al cuarto de baño, que, aunque deteriorado por el tiempo, aún olía extrañamente a su madre y a su abuela. Se lavó con agua fría y luego se quedó un buen rato mirándose al espejo polvoriento.

La última vez que se había mirado en aquel espejo, era un niño. Había vuelto del internado para pasar el fin de semana en casa y su abuela había sufrido un ataque al corazón.

– Ve a lavarte, chico -le había dicho un vecino, compadeciéndose de él. La ambulancia se había ido, y el niño no podía quedarse allí, solo-. Te llevaremos de vuelta a la escuela.

Y él había obedecido. Se había quedado largo rato mirándose al espejo, sabiendo que todo había cambiado irremediablemente. Se había quedado solo. Luego, había salido de la casa y había sentido en las tripas que no volvería nunca más. Que había llegado el fin de su familia. Primero su abuelo, luego su madre y finalmente su abuela…

Querer a la gente era doloroso. Y volver a estar allí, también lo era.

– Oh, por el amor de Dios, sal de aquí y cómete esa pizza -le dijo a la cara más vieja y más sabia que lo miraba desde el espejo-. No sé por qué demonios te tomas tantas molestias por esa niña. Pero, si tienes que hacerlo, hazlo. Le organizas la vida y te vas. Te montas en el coche y conduces hacia la puesta de sol. A toda velocidad.

Porque cualquier otra cosa lo conduciría a… ¿adónde?¿Al compromiso emocional? Había jurado no volver a padecer aquel sufrimiento nunca más. No podría afrontarlo.

Entonces oyó el ruido de un claxon en la puerta. La cena había llegado. Y los pañales. Y la domesticidad.

– Solo será una semana -se dijo secamente-. ¡Y, luego, podrás irte!

CAPÍTULO 3

LA CENA fue muy diferente a lo que Luke estaba acostumbrado. Normalmente, para él, era un acontecimiento social que incluía restaurantes caros, comida de gourmet y mujeres hermosas…

Allí no había decoración suntuosa, la comida ciertamente no era de gourmet y en cuanto a las mujeres… Había tres. Grace, Gabbie y Wendy. A cada cual más distinta de las que él solía frecuentar.

– ¿Qué pasa? -dijo Wendy, viéndolo mirar un trozo de pizza como si fuera comida marciana-. ¿No le gusta?

Él miró la pizza con incredulidad.

– Ni siquiera está cocida en horno de leña -contestó él.

– ¡Oh, qué lástima! Bienvenido al mundo real -sonrió Wendy-. Pizza cocida en horno de leña… ¡Cielo santo! Avive el fuego y ahúmela, si puede. Yo, por mi parte, voy a comerme mi trozo.

Lo hizo, y disfrutó de cada bocado. Bueno, ¿y por qué no? Estaban comiéndose una pizza sentados al borde de la terraza; la hoguera que habían encendido danzaba, brillando, entre ellos y el mar. Hacía una noche preciosa. La brisa era tibia y el-sonido de la marea era un murmullo que iba y venía a medida que las olas lamían la playa.

Era fantástico, pensó Wendy. Se echó hacia atrás y miró a Gabbie, que estaba muy concentrada comiéndose su pizza, y a Luke dando a su hermanita el biberón que ella había preparado, y, más allá, en los prados, a las vacas que los miraban con asombro.

– Las vacas creen que estamos locos -le dijo a Gabbie-. ¡Comer pizza, teniendo toda esta hierba!

Gabbie la miró muy seria… y luego su carita se iluminó con una sonrisa.

– Eso es una tontería.

– Sí, ¿verdad? -tomó a la niña en brazos y la apretó fuerte, con pizza y todo. No podía ser más feliz. ¡Aquello podía funcionar! Si la madre de Gabbie se mantuviera alejada…

Miró a Luke y se lo encontró observándola con expresión extraña. La miraba igual que las vacas, pensó Wendy: no entendía de dónde había salido.

– Hábleme de usted -le preguntó él suavemente-.

Por qué está aquí?

– Porque este el mejor lugar del mundo. ¿No es verdad, Gabbie?

– No, pero… -dijo él.

– ¿Pero qué? -ella alzó las cejas y él se quedó callado.

¿Cómo que qué? Ella era una empleada, se dijo. Tan solo una empleada. No debía sondearla más de lo necesario. Pero nunca había tenido una empleada como aquella, y Wendy lo tenía fascinado.

– Hábleme de su cualificación, para empezar.

– ¿Me despedirá si no tengo diploma?

Él suspiró y cambió de postura a Grace, apoyándola sobre su otra rodilla. Luego miró desalentado hacia abajo: la rodilla sobre la que la niña había estado apoyada ¡estaba mojada! Maldición, ¿cuántas veces había que cambiarles los pañales a un bebé?

– No la despediré -contestó, distraído-. ¡Dios mío! ¡Mire esto! ¿Cómo es posible que esté mojada otra vez? ¿Se da cuenta de que no he traído otros pantalones?

– Pues eso ha sido una tontería por su parte -dijo ella tranquilamente-. Nunca lleve a un bebé a ninguna parte gin ropa de repuesto para todo el mundo. Es la primera regla de la paternidad, señor Grey.

– Pues me alegro de no tener que aprender las demás -dijo él ásperamente, y luego se calló al ver que Grace lo estaba mirando con los ojos muy abiertos, como si hubiera entendido lo que había dicho y lo observara con reproche.

¡Diablos! Aquello no era solo un bebé. ¡Era una persona! Era una niñita que crecería y querría conocer a su familia. Que querría explicaciones…

De pronto, se sintió sobrecogido. Wendy, al mirarlo, vio que el pánico, danzaba en sus ojos. Y comprendió.

– Luke, tómeselo con calma -dijo suavemente, sonriendo-. Concéntrese en sus pantalones mojados. No hace falta que se preocupe de nada más por el momento. Verá, cuando alguien sufre una crisis que le supera, los trabajadores sociales siempre solemos aconsejarle que intente concentrarse en los siguientes minutos. Luego, en la hora siguiente. La supervivencia es lo primero, Luke. Lo demás, viene después.

– Así que -el pánico se desvaneció ante la serenidad de Wendy-, ¿me recomienda que me coma otro trozo de pizza?

– Sí -ella sonrió con una sonrisa encantadora que, por alguna razón, le hizo estremecerse. Estar allí, sentado en la terraza donde, de niño, había pasado tan buenos ratos, mirando al mar, con un bebé en brazos y aquella mujer a su lado… Todo aquello estaba muy lejos de su vida de vuelos transoceánicos. Se había quitado sus zapatos Gucci y con los pies desnudos acariciaba la hierba. Su ordenador portátil estaba apagado en el maletero del coche, y su teléfono móvil permanecía silencioso. Solo quedaban las estrellas emergentes y el silencio. ¿Cuánto tiempo hacía que no disfrutaba de una noche así? ¿Y cuánto tardaría en volver a hacerlo?

Se marcharía en cuanto hubiera resuelto aquel embrollo, decidió, pero… La idea surgió de la nada, como un regalo. ¡Cuando volviera de sus viajes, podría ir a visitarlas! Siempre que estuviera en Australia, podría ir al campo a ver a su hermanita… y a aquella mujer, y a Gabbie. Y ellas lo estarían esperando, como una familia.

La perspectiva le produjo una cierta tibieza en el corazón y no pudo evitar esbozar una tenue sonrisa.

Fantástico. Aquello era fantástico.

– ¿Vendrá con frecuencia? -preguntó Wendy, sobresaltándolo. Por la expresión de su cara, parecía saber exactamente lo que Luke estaba pensando.

– Yo…

– Grace necesitará tener a alguien -dijo ella suavemente-. Si realmente su madre no la quiere… entonces, le guste o no, usted será su familia.

– Creo que no me importa.

Pensó en ello, todavía sintiéndose satisfecho de su proyecto. ¿Qué problemas podía causarle un bebé? El dinero no lo preocupaba, y su secretaria podía ocuparse de comprarle los regalos. Ya lo había hecho otras veces… Pero luego pensó en su padre y en el daño que le había hecho. Su padre, que le pagaba el colegio, que le mandaba carísimos regalos con tarjetas que ni siquiera se molestaba en escribir de su puño y letra… Y que nunca quería verlo.

– Eso no funciona -dijo Wendy suavemente-. Y usted lo sabe.

– ¿Qué es lo que no funciona?

– Ser padre por poderes.

– ¿Está segura?

– Sí -ella suspiró y abrazó más fuerte a Gabbie. Algo de la tibieza de la noche pareció desvanecerse y Wendy se obligó a volver a las cosas prácticas. Y a las responsabilidades. Ese era su papel en la vida. Asumir las responsabilidades que otros rechazaban-. ¿Lista para irte a la cama? -le preguntó a la niña.

– ¿A esa cama que tiene una colcha tan bonita? -dijo Gabbie.

– Sí, a esa.

– ¿Tú te quedarás aquí?

– Sí. Luke, Grace y yo estaremos justo debajo de tu ventana. Nos quedaremos aquí un rato porque en la casa hay mucho polvo. Pero me sentaré en la cama contigo hasta que te quedes dormida. ¿De acuerdo?

– Sí -dijo Gabbie-. Te quedarás conmigo hasta que me duerma y luego tú, Luke y Grace os quedaréis debajo de mi ventana, con el fuego y las vaquitas.

– Eso es.

– Qué bien -dijo Gabbie-. Qué bien.

La mujer y la niña se fueron. Luke se quedó con los restos de la pizza y con un bebé que chupaba perezosamente su biberón y lo miraba con ojos asombrados. Tan asombrados como los suyos.

Cuando Wendy regresó, Grace se había quedado dormida y Luke estaba a punto de hacerlo. Él se sobresaltó cuando lo tocó en el hombro y luego, al darse la vuelta y verla sonriendo, sintió una inesperada sacudida. Wendy tenía una extraña cualidad espiritual, pensó. Parecía la encarnación de un sueño. Pero era real. Con una mano sujetaba el capazo de Grace y, con la otra, una pila de ropa de bebé.

– Necesitamos agua caliente -le dijo-. Y un barreño, para bañar a Grace. Esa niña lleva medio día con los pañales mojados. Si no la bañamos ahora mismo, se le irritará el culito. ¿De acuerdo?

– Sí, señora.

Grace apenas se despertó. Abrió un poco los ojitos cuando Wendy la introdujo en un barreño con agua tibia. Luego sonrió alegremente, agitó sus pequeñas manos y volvió a quedarse dormida plácidamente.

Por alguna razón, Luke no podía apartar los ojos de ella. Era su medio hermana, se dijo. Su hermana. ¿Su… familia?

Hacía mucho tiempo que no tenía familia. Y, ahora, de pronto, aquella niña era en parte suya… y era tan bonita… Su hermana…

Después del baño, pusieron a la niña sobre una toalla tibia y Wendy la vistió con ropa limpia. Grace se acurrucó en su capazo con un suspiro de contento, y se quedó dormida enseguida.

– No puedo creer que su madre la haya abandonado -dijo Wendy en voz baja, con tal expresión de pena en la cara que, durante un instante, Luke pensó que debían de ser imaginaciones suyas. Pero no lo eran. Cuando Wendy se dio la vuelta, vio el brillo de las lágrimas en sus pestañas. De modo que no era impermeable a los ini'ortunios humanos.

– Hábleme de su pasado -le preguntó él otra vez mientras Wendy arropaba a la niña.

Ella sacudió la cabeza.

– Tengo cosas que hacer.

– Sí, claro. Poner la lavadora, por ejemplo… sin electricidad, sin agua caliente y sin lavadora -dio unos golpecitos con la mano en el suelo de madera, invitándola a sentarse-. Las niñas están durmiendo. Ahora, es la hora de los mayores.

Eso la hizo sonreír.

– Supongo que para usted, siempre lo es.

– Yo nunca he estado con niños -dijo él-. Hasta ahora.

– Y ahora solo será una semana.

– Si usted lo dice… -él la miró inquisitivamente-. Vamos -extendió el brazo, la tomó de la mano y tiró de ella para que se sentara a su lado.

Por algún motivo, ella se resistía. Y no había ninguno para ello. Solo que él la hacía sentirse…

Rara. No quería ir más allá, decidió, retirando la mano. No podía permitírselo. Si había algo que Wendy Maher había decidido hacía muchos años, era que los hombres eran un problema. Y aquel parecía más problemático que la mayoría.

– Le resumiré mi currículum, si quiere -dijo, agachándose para sentarse en el borde de la terraza, mirando hacia el mar. Distanciándose Es muy bueno.

– Cuánta modestia.

– Si yo no canto mis alabanzas, ¿quién lo hará? -sonrió ella-. Me gradué con honores en asistencia social. Fui la primera de mi promoción. También estudié enfermería. Llevaba cinco años trabajando como cuidadora en Bay Beach.

Él frunció el ceño. Aquello no encajaba.

– Si fue la primera de su promoción, debería estar trabajando en un cargo directivo, no cuidando niños -dijo, pensativo.

– Me gustan los niños -dijo ella, con voz repentinamente triste.

– ¿Siempre quiso dedicarse a esto?

– No. Fue después de…de la muerte de mi marido.

– Comprendo -él asintió-. Así que, cuando dice que si no canta sus propias alabanzas nadie lo hará, es porque está completamente sola en el mundo…

– Tengo amigos.

– Los amigos no son lo mismo -dijo él suavemente-. Yo lo descubrí muy pronto.

– Cuando murió su madre.

– Sí -Luke se encogió de hombros-. Mis abuelos y mi madre murieron con dos años de diferencia. Fue muy duro.

– Me lo imagino -había una suave simpatía en su tono. Luke la miró con curiosidad. Wendy miraba a lo lejos con expresión serena y sosegada. Lo que había dicho parecía una invitación a que le contara sus problemas.

¿Cuánta gente lo habría hecho antes?, pensó él. Wendy era la clase de mujer con la que uno sentía el impulso casi irresistible de cargarla con sus preocupaciones… Pero, de alguna manera, logró no hacerlo.

– No ha acabado de hablarme de usted -dijo, y recibió una mirada sorprendida. Tenía razón. Wendy se hacía cargo de los problemas de los demás, pero se guardaba los suyos para sí.

– ¿Qué más quiere saber?

El la observó pensativamente.

– ¿Cómo murió su marido?

– En un accidente de coche -dijo ella sucintamente-. ¿Algo más?

¿Cómo que si algo más? Detrás de aquello había una historia.

– Parece usted triste.

– ¿Sí? -ella esbozó una sonrisa-. Pues no debería parecerlo. Eso ocurrió hace mucho tiempo.

– ¿Su matrimonio iba bien?

Ella contuvo el aliento. Luke se había pasado de la raya, y él lo sabia.

– Eso, señor Grey, no es asunto suyo -le dijo-. Y, además, hay mejores formas de ejercitar su inteligencia que ahondar en mi pasado.

– ¿Cómo qué?

– Como, por ejemplo, dónde vamos a dormir -siempre práctica, la mente de Wendy se cerró completamente a las emociones que él había despertado. No quería pensar en el pasado. Debía pensar en lo que había que hacer en ese preciso instante, y hacerlo-. Necesitamos colchones -dijo con firmeza.

– ¿Perdón?

– Usted puede dormir en la casa, si quiere -contestó ella-. Pero yo, no. Me pasaría la noche estornudando. Dormiré en un colchón aquí fuera, debajo de la ventana Je Gabbie, por si me llama.

– ¿Está segura de que no quiere que vayamos a un hotel? -dijo él casi desesperado, y ella sonrió.

– ¿Y su sentido de la aventura, señor Grey? Dormir al raso fortalece el espíritu. Dos colchones y un par de mantas, y estaremos listos para pasar la noche.

– Pero…

– Oh, por Dios, Luke -dijo ella, exasperada-. Esta es nuestra nueva casa, y vamos a quedarnos en ella.

Sacaron colchones al exterior y los cubrieron con mantas. Wendy se lavó en el cuarto de baño con agua fría. Cuando, a su vez, Luke salió del cuarto de baño, se la encontró ya metida bajo las mantas, lista para dormir. No podía hacer otra cosa más que seguir su ejemplo y meterse bajo las mantas en su colchón, a unos metros de ella.

¡Todo era tan diferente!

Desde que había acabado la universidad, estaba acostumbrado al dinero. Había estudiado comercio y derecho, y su brillante inteligencia le había proporcionado un empleo antes de que se secara la tinta del diploma. Se había metido de cabeza en un mundo en el que el dinero se contaba por millones y había vivido rodeado de lujo desde entonces.

Casi había olvidado sus raíces. Casi había olvidado la razón por la cual su madre había luchado por obtener su custodia y por criarlo en la granja. Había olvidado que había cosas que el dinero no podía comprar. Como aquel lugar. La brisa del mar. El silencio.

Se tumbó boca arriba en el colchón, con las manos unidas bajo la cabeza, contempló el tejado de la terraza y vio dos cabos de cuerda deshilachados de los que antaño había colgado un balancín. Un balancín en el que su madre lo había columpiado una y otra vez.

Gabbie podría tener un balancín como aquel, pensó… y, después de Gabbie, Grace.

– Hábleme de Gabbie -dijo suavemente, en medio del silencio solo roto por el murmullo del mar. Sabía que Wendy no dormía, y le apetecía hablar-. No parece tener cinco años -prosiguió-. Y parece… asustada.

– Su historia no es agradable -murmuró Wendy en la oscuridad, y Luke comprendió que, una vez más, estaba pensando en él. Dejándole olvidarse de aquella pregunta por si realmente no quería escuchar la respuesta. Cielos, ¿es que nunca pensaba en sí misma?

Pero Wendy no iba a hablarle de ella. El lo sabía. Era preferible concentrarse en Gabbie.

– ¿Cuál es su historia? -preguntó, y ella suspiró.

– Si realmente quiere conocerla…

– Si esto funciona, Gabbie crecerá con mi hermana -gruñó él-. Necesito conocer sus orígenes.

En la oscuridad, sintió la sonrisa de Wendy.

– Supongo que sí. Naturalmente, no debe usted permitir que alguien que no tenga las mejores referencias se acerque a su hermana…

– No se burle de mí, mujer -dijo él, y ella se rio.

«Bien», pensó Luke. Wendy tenía una risa muy bonita. Sonora y baja, y tan cálida que daban ganas de estirar la mano y…

¡Alto!, se ordenó a sí mismo. Aquella mujer era su empleada. Si echaba a perder su relación laboral, tendría que buscar otra niñera. Debía recordar la regla de oro: no mezclar el placer con los negocios.

0 los negocios con… el sexo.

– Hábleme de Gabbie -dijo apresuradamente, devolviendo sus pensamientos al plano de la lógica con un estremecimiento. Luego se quedó escuchando y se preguntó si ella respondería.

Pero Wendy se tomó su tiempo. Por fin, apartó la colcha y se levantó. ¿Qué llevaba puesto?, pensó él, confundido, al mirarla a la luz de la luna. ¿Una especie Je suave camisón increíblementee bonito? De pronto, aparecieron en su mente toda clase de pensamientos torturadores, y ninguno de ellos tenía que ver con el tema.fue había planteado.

Pero Wendy estaba concentrada en Gabbie. Se acercó a la ventana abierta y se quedó escuchando la tranquila respiración de la niña que dormía al otro lado. Luego, convencida de que Gabbie dormía profundamente, volvió a meterse bajo la manta y se acomodó en el colchón. Y, de nuevo, en la mente de Luke surgieron pensamientos sensuales incontrolables.

Finalmente, ella contestó a su pregunta.

– La madre de Gabbie es una persona odiosa -dijo en voz baja, y pronunció aquellas duras palabras tan suavemente que, durante un momento, Luke pensó que no la había entendido bien. Aquella no era la clase de descripción que esperaba de ella-. He conocido a mucha gente desgraciada desde que empecé a trabajar en esto, y a niños que habían sufrido todo tipo de abusos. Normalmente, puedo comprender las razones. 0, al menos, intento comprenderlas. Pero la madre de Gabbie, Sonia… -su voz se volvió dura, implacable-. Si pudiese agitar una varita mágica y hacerla desaparecer de la faz de la tierra, lo haría.

– ¿Sí? -Luke miraba de nuevo los pedazos de cuerda de los que antaño había colgado su balancín, pero ya no pensaba en su pasado, ni en Wendy como una mujer muy deseable-. ¿Va a decirme por qué?

Ella respiró hondo y dejó escapar un suspiro, y Luke comprendió cuánto la hacía sufrir todo aquello.

– Sonia es ambiciosa, egocéntrica, manipuladora -dijo ella-. El padre de Gabbie era contable. Según mis fuentes, Howard Rolands era un buen hombre, pero cometió un grave error cuando se casó con Sonia.

– ¿En qué sentido?

Wendy se encogió de hombros.

– Dicen que ella se casó por el dinero y lo arruinó. Yo solo sé que su matrimonio duró muy poco. Howard la abandonó. Se llevó a Gabbie y Sonia luchó con todas sus fuerzas por obtener la custodia. Y la consiguió, al final -continuó Wendy amargamente-. Pero no porque quisiera a Gabbie. Solo quiso recuperarla para herir a Howard y, durante los dos años siguientes, la utilizó para hacerle daño. Le impedía verla, maltrataba a la niña… Nunca lo bastante para perder la custodia, claro. Pero hay formas de maltrato que no dejan huellas físicas. Tenemos un dossier de cinco centímetros de grosor con las peticiones que el pobre hombre presentó para poder ver a su hija con más frecuencia. Finalmente, cayó en una depresión y se suicidó.

– Qué horror -dijo Luke en la oscuridad, y Wendy asintió.

– Sí. Fue un infierno. Después de eso, Sonia ya no tenía nada que ganar al quedarse con Gabbie. Ya no tenía a nadie a quien hacer daño. Así que la dejó en el orfanato y firmó los papeles de la preadopción. Yo tuve a la niña por primera vez cuando tenía tres años. Era tímida y retraída. Y tenía miedo hasta de abrir la boca.

– ¿Y se encariñó con ella?

– Me he encariñado con muchos niños -dijo Wendy sombríamente-. Son gajes del oficio. Pero Gabbie era especial. La cuidé y floreció. Luego, cuando pensamos que estaba preparada, le pedimos a Sonia que firmara los papeles para la adopción.

_¿y?

– La respuesta de Sonia fue sacarla del orfanato. Lizo un excelente papel de madre devota y consiguió llevársela.

– ¿Pero por qué?

– Quién sabe -dijo Wendy con amargura-. Desde luego, no porque la quisiera. La tuvo dos meses, arruinó todo los progresos que habíamos conseguido y luego la abandonó de nuevo. Esa vez, yo tenía sitio en el hogar en el que trabajaba y pude hacerme cargo de ella. Y lodo empezó otra vez: enseñarle a confiar en los demás; prepararla para mantener lazos emocionales estables… luego, Sonia apareció otra vez. Gabbie ha sido abandonada seis o siete veces, y, cada vez, yo he removido cielo y tierra para hacerme cargo de ella. La penúltima vez, no lo conseguí. El hogar en el que trabajaba estaba lleno, y la niña tuvo que quedarse en otro. Para entonces, había empezado a sufrir daños irreparables, y yo no podía soportarlo más…

– Y por eso dejó su trabajo.

– Sonia no la quiere realmente -dijo Wendy, cansada-. Lo sé. La conozco. He hecho todo lo posible por arreglar las cosas, pero a ella solo le interesa impedir que Gabbie tenga una vida normal. Una y otra vez firma los papeles de la preadopción, y luego se desdice. Es como si, al no poder castigar más a su marido, quisiera castigar a Gabbie. Cuando la niña vuelve a los servicios sociales, ella ni siquiera pregunta dónde está… hasta que le llega la petición de adopción permanente -suspiró-. Sin embargo, ahora los servicios sociales han aceptado que la niña se quede conmigo -continuó-.Yo no solicitaré la adopción Simplemente, seguiremos con nuestras vidas, confiando en que Sonia nos deje en paz. Si vuelve a aparecer y se lleva otra vez a la niña, entonces, con el permiso de los servicios sociales, yo la estaré esperando cuando vuelva a abandonarla. Y Gabbie sabrá que estaré ahí, esperándola.

Luke se quedó pensando en lo que había oído, dándole vueltas en la oscuridad.

– Creo -dijo despacio- que ese es el camino hacia la locura. Querer a una niña y dejar que se marche con alguien así, una y otra vez… Se le partirá el corazón.

– Si yo no lo hago, nadie lo hará -dijo Wendy-. Yo soy la única oportunidad de Gabbie. Su madre puede hacer lo peor, pero yo debo estar ahí, como un refugio permanente. Tengo que darle una oportunidad.

– ¿Al igual que le dará una oportunidad a Grace?

– Eso es diferente -Wendy sonrió y Luke notó la sonrisa en su voz. Era extraña la forma en que empezaba a intuir sus expresiones, aunque no pudiera verla-. Es un trabajo pagado.

– Así que, ¿cree que no querrá a mi hermana tanto como a Gabbie?

– Ni lo sueñe -dijo Wendy, sorprendida-. Pagada o no, la querré mucho.

– Sabía que diría eso -Luke sonrió para sus adentros-. Querer a la gente es su especialidad, ¿no es verdad, Wendy Maher?

– Solo a los niños -dijo ella rápidamente.

– ¿Nunca ha pensado en volver a casarse? -se lo preguntó sin poder evitarlo, y después no comprendió por qué necesitaba saberlo, ni por qué la respuesta de Wendy le parecía tan importante.

Ella contestó con otra pregunta.

– ¿Para qué demonios iba a casarme otra vez?

– Debe de sentirse muy sola -dijo él suavemente-. Solo con los niños…

– ¿Tan sola como usted? -Luke notó de nuevo su sonrisa-. Usted no tiene niños, Luke Grey, pero no está solo… Tiene un coche maravilloso. Una fortuna sobre ruedas. Eso es el amor, ¿verdad, Luke? Solo hace falta un montón de chatarra sobre cuatro trozos de caucho para enamorar a un hombre -dándose la vuelta, se envolvió en la manta en un gesto que podía haber sido casi defensivo-. Buenas noches, Luke -dijo amablemente-. Yo tengo a mis niños y usted tiene su coche. ¿Para qué más?

Sí, ¿para qué más? Su magnífico coche… Luke intentó pensar en el coche mientras se subía la colcha hasta la nariz y procuraba dormirse. Wendy tenía razón… o la había tenido, hasta ese momento. Normalmente, pensar en su flamante Aston Martín era el mejor modo de olvidarse de sus problemas. Aquel coche era una extravagancia, lo admitía, pero valía lo que había pagado por él. Con un coche como aquel, uno podía meterse en la cama por la noche y saber que había conseguido sus objetivos.

Pero no aquella noche. No en ese momento. No con Wendy durmiendo a unos metros de él, con un bebé durmiendo entre los dos y con una niña necesitada al otro lado de la pared. Sus prioridades parecían haberse desvanecido. No podía pensar en su coche más de dos segundos seguidos.

Porque, a ojos de Wendy, él no había conseguido nada, pensó amargamente. Nada en absoluto.

Cuando se despertó, el sol, elevándose sobre el mar, lo envolvía todo con el resplandor del amanecer. Lo primero que vio fue a Wendy sentada al borde de la terraza, dándole el biberón a Grace.

Y se quedó mirándolas, cautivado.

Wendy llevaba el mismo camisón de la noche anterior. Bajo la luz de la luna, le había parecido suave, ajustado e increíblemente caro… la clase de camisón que un hombre deseaba tocar. Pero, a la luz del día, vio que era un simple camisón de algodón tan desgastado que parecía casi transparente. Sin embargo, Wendy seguía pareciendo igual de deseable. El pelo se le había soltado del moño y se había desparramado sobre sus hombros en una masa de desordenados rizos negros.

Era increíble, dolorosamente bella.

¿Por qué no se había dado cuenta el día anterior? 0 quizá sí lo había hecho, pero ella parecía ganar belleza cada vez que la miraba.

– Buenos días, Luke -se volvió y le sonrió. Y esa sola sonrisa lo hizo olvidarse de todo. Era como un amanecer en sí misma-. Me alegro de que haya decidido regresar al mundo de los vivos. Pensaba que Grace habría despertado a todo Bay Beach, pero al parecer Gabbie y usted están sordos como una tapia.

– Grace… -le salió un gallo, de modo que se detuvo y volvió a intentarlo. Cielos, había algo en aquella mujer que lo hacía sentirse como si tuviera quince años. Bajó deliberadamente la voz-. ¿Grace estaba llorando? -dijo, con un gruñido ridículo, y Wendy lo miró, divertida.

– Sí, Luke, estaba llorando. Berreando, más bien. Esta señorita sabe lo que quiere. Supongo que será cosa de familia…

Luke dio un respingo. ¿Cosa de familia?

¡Tenía una familia!, pensó de repente otra vez, con una sacudida de lucidez que le hizo parpadear. Justo ahí, en los brazos de aquella mujer extraordinaria, estaba su familia.

– ¿Puedo sugerir que se levante y encienda el fuego? -dijo ella, destrozando su euforia-. Me ha costado mucho calentar en las brasas el biberón de Grace, y hay que hacer el desayuno.

– ¿El desayuno? -Luke miró su reloj de pulsera-. Pero si solo son las seis -dijo débilmente. Se había pasado despierto, pensando, gran parte de la noche, y le apetecía seguir durmiendo-. Tal vez después de que le dé el biberón podamos volver un rato a la cama.

– Ni lo sueñe -ella sonrió más ampliamente-. Intente explicarle a un bebé de cinco meses que todavía no es de día. Grace ha dormido de un tirón casi toda la noche. No puede pedirle más.

Luke imaginaba que no. Sonriendo, apartó la colcha y luego deseó no haberlo hecho.

No había llevado su pijama. La noche anterior se había quitado los pantalones y la camisa y se había metido en la cama con un par boxers de seda de color negro con pequeños corazones rojos. Eran un regalo de una de las chicas de su oficina de Nueva York. Había olvidado que los llevaba puestos…

Wendy se quedó boquiabierta al verlos y sonrió maliciosamente. Luke se tapó con la manta apresuradamente.

– Eh, no se preocupe por mí -rio ella-. Yo estoy en camisón. No me importa verlo en pijama.

– No suelo acostarme con calzoncillos con corazoncitos -dijo él ásperamente, y ella volvió a reírse.

– No. Claro que no. Solo los lleva durante el día. Ya lo veo.

– ¡Wendy!

– ¿Hmm?

– ¿Es que no recuerda que soy su jefe? -dijo él, tratando de parecer severo-. Me gustaría que me tratara con respeto.

– Y lo haré. ¿Quién no respetaría a un hombre con esos calzoncillos?

Él la miró indignado. Wendy se dio la vuelta para dejar que se vistiera con dignidad.

Pero Luke sabía que seguía riéndose para sus adentros

CAPÍTULO 4

LAS PRIORIDADES, bajo mi punto de vista, son estas.

Luke parpadeó. Ese era el tono que él solía adoptar en las reuniones de negocios. No estaba acostumbrado a que se dirigieran a, él de ese modo, sobre todo si quien lo hacía era una mujer que parecía haber salido de una comuna hippie y que llevaba en brazos a dos niñas.

Habían desayunado… o algo parecido. El armario de la loza de la cocina había sido invadido por los ratones y Wendy había declarado que no tocaría nada sin desinfectarlo primero. De modo que habían ensartado rebanadas de pan en un palo, las habían tostado sobre el fuego y untado con mantequilla, se las habían comido con las manos, y habían bebido la leche que el taxista les había traído la noche anterior directamente de los envases. Curiosamente, todo le había sabido delicioso.

– Prioridad número uno, ¿agua caliente? -sugirió Luke, intentando recuperar la iniciativa. Wendy asintió.

– Lo comprobé anoche. El agua caliente corre a través del fogón de la cocina, así que ese será su primer cometido -miró su reloj-. En cuanto acabe, puede llamar a un electricista, a un cristalero y a la compañía telefónica. Con eso estarán solucionadas las necesidades más urgentes. Pero además hay que limpiar la chimenea, y conseguir un deshollinador nos llevaría semanas. No hay ninguno en Bay Beach. Así que… -le lanzó una sonrisa compasiva-, tendrá que hacerlo usted.

Luke gruñó:

– No.

– Pero si es muy fácil -rio ella-. Podemos hacerlo como en los viejos tiempos, si quiere: usted se mete dentro y nosotras encendemos el fuego. Así acabará enseguida.

– 0 me asarán para comer. Muchas gracias -volvió a gruñir él-. ¿Es que piensa tenerme toda la semana fregando? -contempló su ropa mugrienta-. Tengo que conseguir algo que ponerme.

– Ya se preocupará de eso más tarde -dijo ella y se quedó pensativa-. Creo que después de que solucione lo de la electricidad, parta un poco de madera y limpie la chimenea, podrá ausentarse un rato.

– Vaya, gracias.

– Además, debe hacer algo urgentemente respecto a Grace -añadió ella, y él frunció el ceño.

– ¿Cómo qué?

– Como buscarse alguna garantía legal -contestó ella-. Ahora mismo, si la madre de Grace volviera, podría acusarlo de toda clase de cosas. Incluyendo el secuestro. Y sería su palabra contra la de usted.

El se quedó perplejo.

– Ella no haría eso. Abandonó a la niña en mi puerta.

– La gente hace cosas de lo más extraño -dijo Wendy suavemente, abrazando a Gabbie. Tenía a Grace en el otro brazo y, con las dos pequeñas contra su pecho, parecía una gallina protegiendo a sus polluelos.

Estaba acostumbrada a luchar por los niños, pensó Luke de repente. Y luego pensó que le encantaba tenerla a su lado. ¡Era una mujer extraordinaria!

Pero, de alguna manera, consiguió volver a pensar en las cosas prácticas.

– ¿Pero por qué iba a acusarme de secuestrar a Grace?

– Si Lindy está furiosa por cómo la trató su padre, tal vez la pague con usted.

– No lo hará…

– Quizá no -dijo Wendy-. Pero debe usted protegerse. Encuéntrela, búsquese un abogado y haga que ella firme un acuerdo concediéndole la custodia de la niña. Cuanto antes lo haga, mejor.

Luke lo pensó un momento, recordando lo que le había contado sobre Sonia.

– Tal vez debería encargarme de ello ahora mismo.

– ¡Oh, nada de eso! Antes tiene que limpiar la chimenea -dijo ella-. Y hay algo más.

– ¿Qué?

– Ya se lo he dicho -continuó Wendy tranquilamente, como si aquello fuera un pequeño detalle sin importancia-. Yo tampoco tengo respaldo legal. Si usted se va, no tengo derecho legal para cuidar de Grace.

– Yo le conseguiré ese respaldo -dijo él rápidamente-. Si me voy ahora, podría estar de vuelta en un par de días.

– Ese es el problema -dijo ella, con ojos fríos y desafiantes-. La gente no vuelve. Si he aprendido algo en mi trabajo, es precisamente eso.

Él arrugó el ceño, enfadado.

– ¿No se fía de mí?

Ella permaneció impasible.

– Yo no me fío de nadie cuando el futuro de un niño está en juego -dijo ella-. No puedo permitírmelo. Pero no se preocupe -sonrió otra vez, con un brillo malicioso en la mirada-. He estado pensando y se me ha ocurrido lo que podría hacerlo volver.

– ¿Qué? -por alguna razón, Luke sospechaba lo que diría después. ¡Oh, no!

– Su coche -dijo ella dulcemente.

Sí, lo sospechaba, pero eso no significaba que estuviera preparado para oírlo. Retrocedió mientras Gabbie lo miraba con desconfianza y Wendy lo observaba como si esperara descubrir cuán serio era su propósito de ocuparse de su hermana.

– Mi coche -dijo él finalmente, sabiendo que estaba vencido de antemano.

– Eso es -ella sonrió otra vez-. Como le decía, he estado dándole vueltas a la cabeza. No puedo quedarme aquí sin transporte. ¿Qué pasaría si una de las niñas se pone enferma, o si ocurriera un accidente? Además, hay que hacer la compra, y no puedo usar taxis todo el tiempo. Debe comprender que tengo que poder ir a Bay Beach y volver. Sé que, como un jefe responsable que es, me proporcionará un coche antes de marcharse definitivamente.

– Pero…

– Pero, entretanto, podemos matar dos pájaros de un tiro -lo interrumpió ella alegremente-. Usted puede alquilar un coche en Bay Beach. Así podrá dejar su cochecito aquí, para que nosotras lo usemos.

– ¡Mi coche!

– Su cochecito, sí -Wendy se echó a reír al ver su cara-. A nosotras nos gusta, ¿verdad, Gabbie? Lo preferiríamos en amarillo chillón, pero pasaremos por alto ese pequeño inconveniente. Así podremos hacer la compra.

– ¿Usará mi coche para hacer la compra? -farfulló Luke.

– Y así nos aseguraremos de que volverá -acabó ella serenamente-. Eso, si es que todavía quiere que Gabbie y yo cuidemos de su hermanita -Wendy alzó las cejas y esperó. Él la miró asombrado y ella sonrió.

– ¿Qué clase de trato es este? -exclamó él-. Mi coche…

– Es un trato infantil -dijo ella, y su sonrisa se borró un tanto-. No hace falta que se ponga histérico. Tendremos mucho cuidado con su precioso coche, y usted sabe que también cuidaremos muy bien de su preciosa hermana. De eso se trata, ¿no? -Wendy ladeó la cabeza y observó su expresión-. De un bebé, no de un coche.

– No tengo elección -dijo él amargamente.

– Me temo que no -dijo Wendy con un leve tono de compasión, y le tocó el brazo. Era como si realmente comprendiera lo que su coche significaba para él. El contacto de su mano era fuerte y cálido y de alguna manera… cambió las cosas-. No tiene elección -continuó ella-. Pero así es la vida. Llena de tragedias. Como tener que usar un coche de alquiler durante unos días. Ahora, señor Grey -volvió a reírse-, respecto a esa chimenea…

¿Cómo diablos se había metido en aquel lío? De mala gana, Luke había empezado a limpiar la chimenea, pero solo un diez por ciento de su inteligencia estaba concentrado en la tarea. El resto intentaba comprender lo mucho que había cambiado su vida en veinticuatro horas, y por qué se había dejado convencer para dejar su preciado Aston Martín a una mujer y dos niñas…

Cuando viajaba fuera del país, dejaba el coche en un garaje especial, envuelto en una funda de automóvil que controlaba cuidadosamente la temperatura. Pero el garaje que había detrás de la casa de la granja estaba en ruinas. El coche de sus entrañas tendría que quedarse fuera, expuesto a la brisa marina… y a los cuervos y a los loros y hasta a las gaviotas…

– Debe de haber un nido bloqueando el tiro -la voz de Wendy emergió detrás de él. Luke dio un respingo, se golpeó la cabeza con la repisa y lanzó una maldición-. Eh, tranquilo -dijo ella, mirándolo con cara de reproche, mientras tapaba las orejas a Gabbie, que estaba a su lado. Ni siquiera parecía haber notado que se había hecho daño en la cabeza-. A Gabbie no le gustan las palabrotas… ¿a que no, Gabbie?

Gabbie se echó a reír y se escondió tras la falda de Wendy. Al sonreír, su carita de duende se iluminaba como por un rayo de sol. A Luke le dio un vuelco el corazón al pensar en el daño que le habían hecho a la pequeña.

¡Cielos!, pensó mientras las miraba a las dos. ¡Pero si a él no le gustaban los niños! Entonces, ¿qué le pasaba? Las emociones que sentía crecían cada vez más. Pero debía mantenerse imparcial. Estaba simplemente arreglando una casa para su hermana porque eso era lo que debía hacer, se dijo. Y, luego, se marcharía de allí.

Wendy estaba concentrada en la chimenea.

– Si se mete la cabeza dentro, no se ve la luz del día -dijo ella-. Lo intenté ayer tarde. Me costó un montón abrir el regulador del tiro, pero, cuando por fin lo conseguí, seguí viéndolo todo negro. Debe de haber un nido taponando la salida.

– No voy a meter la cabeza dentro de la chimenea -dijo Luke, atónito-. Usted tiene aquí todo su equipaje, señorita. Pero yo no tengo ni unos pantalones para cambiarme.

– Puede comprar algo de ropa en Bay Beach de camino a Sidney -dijo ella amablemente-. Después de todo, ¿qué son un par de trajes más para un adinerado agente de bolsa como usted?

El la miró fijamente.

– ¿Quiere que entre en una tienda de ropa de Bay Beach con esta pinta?

– Solo era una sugerencia -dijo ella apresuradamente-. Pero si se pone así…

– Yo no me pongo de ninguna manera.

– Vamos, Gabbie -Wendy empujó a Gabbie hacia la puerta, con mirada divertida-. Dejaremos al tío Luke que limpie la chimenea… sin meter la cabeza dentro.

– ¿Y qué demonios va a hacer usted? -gritó él, exasperado.

– Cosas de mujeres -respondió Wendy alegremente-. Gabbie y yo vamos a tirar una bolsa de pañales sucios. ¿Quiere cambiarme el puesto, señor Grey?

– No, gracias -dijo él rápidamente… y metió la cabeza debajo de la chimenea.

Wendy tenía razón. Por el tiro de la chimenea no se veía ni un resquicio de luz. Suspirando, Luke se fue al garaje a ver si podía encontrar una escalera.

– ¿Ya se ha dado por vencido? -lo llamó Wendy.

Grace estaba tendida en una manta sobre la hierba, junto a la terraza, y Wendy y Gabbie metían en un cubo cosas que Luke prefería no identificar. Era una escena increíblemente doméstica, pero, imperceptiblemente, su humor cambió. Aquellas podrían ser sus hijas y su mujer…

– Hay una escalera en el trastero -le dijo ella, y su euforia se desvaneció un tanto al ver la mirada de preocupación de Wendy-. Si eso es lo que busca. Pero tenga mucho cuidado en el tejado.

– Lo tengo todo bajo control -dijo él, alzando la barbilla como un cavernícola listo para cazar el dinosaurio para el almuerzo-. Usted ocúpese de sus asuntos, que yo me ocuparé de los míos.

Wendy estaba preocupada.

Luke se balanceaba en la escalera que había utilizado para subirse al tejado y que luego había arrastrado detrás de él para apoyarla contra la chimenea.

Había un nido dentro de la chimenea. Pero, al menos, no había ni huevos ni crías en su interior, pensó, aliviado. Debía de ser un nido antiguo.

– ¿Cuál es el problema?

Luke miró hacia abajo… y luego deseó no haberlo hecho. Wendy estaba muy, muy abajo, mirándolo ansiosamente.

– Ninguno -demonios, un hombre tenía su orgullo. Tomó aliento y luego consiguió alzar sobre su cabeza el rastrillo que había llevado consigo-. Es un nido. Voy a quitarlo.

Miró hacia arriba, hacia el círculo de cuervos que volaba sobre su cabeza. Los pájaros habían comenzado a chillar en cuanto había puesto un pie en el tejado, para defender su territorio.

– 0 nosotros o los cuervos, así que no hay elección -le gritó a Wendy-. Un hombre debe hacer lo que debe hacer -metió el rastrillo en el tiro.

– Luke…

– Si lo engancho, podré sacarlo por arriba.

– No creo que…

No. De repente, él tampoco lo creía. El rastrillo enganchó el borde del nido y, cuando un lado se descolgó, todo la estructura de ramitas y barro se hundió y se desplomó dentro del tiro.

Wendy estaba tan cubierta de hollín como Luke. Habían vuelto a la cocina y estaban sacando pedazos de nido del resquicio que dejaba el regulador del tiro. Era un trabajo sucio y desagradable.

– ¿Está seguro de que no había crías en el nido? -preguntó ella.

– ¿Tengo aspecto de echar a las crías de su nido? -preguntó él, ofendido.

– Los cuervos de ahí arriba parecían preocupados.

– A mí no me preocupa que los cuervos estén preocupados -Luke tiró de un palito que salía por la ranura. El palo salió por fin, junto con una ráfaga de hollín. Una lluvia negra cayó sobre ellos-. ¡Diablos!

– ¡Estaban armando tanto ruido!

– No había pájaros en el nido -dijo Luke otra vez-. Era un nido antiguo y… -no acabó la frase. Del interior de la chimenea surgió un chillido aterrorizado y una nube de hollín más grande que las anteriores cayó sobre ellos.

¿Qué demonios…?

Los chillidos se hicieron cada vez más altos. Al parecer, un pájaro había caído por el interior del tiro y trataba de salir, pero no podía. El regulador del tiro se lo impedía.

– Debe de ser una cría que acababa de dejar el nido -Wendy se puso en cuclillas, mirando horrorizada la nube de plumas y hollín que caía al suelo.

El pájaro atrapado chillaba sin cesar y, sobre el tejado, todos los cuervos en diez kilómetros a la redonda se habían reunido para echarle una mano. 0 un ala. O lo que fuera.

– ¿Cómo lo sabe?

Luke parecía desalentado. Qué estúpido había sido. ¿Qué iban a hacer? La cara normalmente pálida de Gabbie se estaba poniendo gris. La niña esperaba lo peor, y Luke empezaba a sentirse igual.

– Si acababa de abandonar el nido, probablemente habrá intentado volver sin darse cuenta de que había un problema -dijo Wendy-. En lugar de una plataforma de ramitas, se ha encontrado con el vacío y se ha caído por el tiro -miró el interior de la chimenea como si pudiera encontrar allí una solución-. ¿Cree que…? ¿Sería posible hacer que volviera a subir?

– No.

Llevaban cinco minutos escuchando luchar al animal y, cuanto más luchaba, más desesperada era su situación.

– ¿No podemos sacar el regulador? -murmuró Wendy.

Luke miró otra vez dentro de la chimenea y sacó la cara llena de hollín.

– Me llevaría horas quitarlo y, además, necesitaría herramientas especiales -dijo. Ignoraba qué herramientas eran esas, pero tenía que decir algo-. El pájaro moriría antes de que lo hubiera sacado.

– Se va a morir -sollozó Gabbie, y Luke hizo una mueca.

– No podrá pasar por la ranura del regulador -dijo Wendy. De vez en cuando, una pata o un ala aparecían un instante, pero por aquel resquicio de apenas unos centímetros de anchura no podía entrar un cuervo-. ¿Cree que podríamos atraparlo con un lazo desde arriba y subirlo? Hay cuerda en el sótano.

– Oh, sí, claro. Yo no soy muy hábil echando el lazo ¿Y usted?

– Luke… -Wendy cerró los ojos, cada vez más descorazonada-. Supongo…

– ¿Qué supone?

No supondría nada mientras Gabbie estuviera escuchando.

– Cariño, ¿puedes salir a la terraza a mirar si Grace está bien? -dijo, empujando suavemente a la niña hacia la puerta. Gabbie obedeció, pero se detuvo en el umbral y miró hacia atrás.

– ¿Salvarás al pajarito? -preguntó, y sus ojitos angustiados se dirigieron directamente hacia Luke.

¿Qué podía hacer él con una mirada como esa?

– Haré lo que pueda -dijo, y la niña lo miró con confianza.

– El tío Luke te sacará de ahí -le gritó Gabbie al pájaro, y se marchó, cerrando la puerta tras de sí.

Los dos se quedaron en silencio. No sabían qué decir.

– Tendremos que librarlo de su sufrimiento.

– ¿Perdón? -Luke miraba con impotencia el interior de la chimenea, intentando encontrar una solución. Luego, reparó en lo que ella había dicho y retrocedió. ¿Matarlo? ¡No!-. Por el amor de Dios…

– Bueno, pues piense en otra cosa -exclamó ella-. No voy a dejar que el pobre animal sufra durante días hasta que se muera de hambre. Al fin y al cabo ha sido usted quien ha tirado el nido. ¡Haga algo!

Aquello era demasiado para Wendy. Al parecer, el tema de los pájaros atrapados en chimeneas no estaba incluido en su manual para solucionar crisis.

Hacer algo. ¿Pero qué?

Tal vez… Luke se encontró mirando las patas del cuervo que aparecían y desaparecían por el resquicio.

– ¿Ha dicho que teníamos una cuerda? -preguntó.

La expresión de Wendy cambió.

– Sí. He visto una en el sótano.

– Si puedo atársela a las garras…

– ¿Y sacarlo por arriba? -de nuevo, ella se encontró al borde del pánico-. No pasará por el tiro por mucho que tire. ¿No lo ve? Luke, no sea tonto. Lo aplastará si tira de él, y no quiero que muera.

– Ni yo tampoco -dijo él, ceñudo. Wendy estaba pálida. De pronto, parecía haber algo más en juego que la vida del pájaro-. No sé si puedo hacerlo, Wendy, pero déjeme intentarlo. Tráigame la cuerda, por favor. Y déjeme pensar.

Necesitaba unos guantes. Las garras de los cuervos eran auténticas armas de destrucción. Tenía que protegerse las manos.

Mientras Wendy buscaba la cuerda, Luke dio una rápida vuelta a la casa. Las mantas que encontró eran finas y se harían trizas. Las colchas eran más gruesas, pero estaban hechas a manos y eran espléndidas. Se estropearían, y no deseaba sacrificarlas. Entonces, ¿qué? ¿Las alfombras? No. Eran demasiado gruesas y rígidas.

Suspiró. La cara de Wendy lo acompañaba, pálida y asustada. ¡Diablos! Él no era precisamente un héroe, pero solo podía hacerse una cosa, aunque no le gustara. Debía sacrificarlo todo por el pájaro…

Cuando Wendy regresó a la cocina, Luke estaba arrodillado frente a la chimenea, esperando. Había hecho sendos nudos en los puños de su chaqueta de cuero, tenía las manos metidas en las mangas y estaba probando cuánta flexibilidad le permitían.

Su espléndida chaqueta de cuero… Wendy le tendió la cuerda, muda por el asombro.

– Luke, su chaqueta…

– No importa.

En realidad, le encantaba esa chaqueta, pero el recuerdo de la cara de Gabbie lo asaltaba una y otra vez. Y de la de Wendy. Quizá, sobre todo, de la de Wendy. Si podía sacar al condenado pájaro de la chimenea sin matarlo, el sacrificio valdría la pena.

– Vamos a ver si funciona -esbozó una sonrisa y luego probó su primer plan de ataque. Estiró las manos protegidas por el cuero y agarró una de las patas del pájaro cuando apareció en la ranura. El cuervo lanzó un graznido aterrorizado, pero Luke logró sujetar la garra el tiempo suficiente para saber que podía volver a hacerlo. ¡Fantástico! No tenía sentido seguir sujetándola, así que la soltó. Liberado, el cuervo intentó subir por el tiro y volvió a caer sobre el regulador, vencido.

En silencio, Luke examinó la cuerda. Era vieja y suave, y no demasiado gruesa. ¡Bien! Con suerte, podría funcionar. Luego, sin decir una palabra, salió al exterior. Wendy lo siguió, confusa.

– Veremos qué pasa -dijo él-. Puede que no funcione, pero es nuestra única posibilidad.

Gabbie y Wendy se quedaron mirándolo, desconcertadas, mientras se subía otra vez al tejado. Una vez más, subió tras de sí la escalera. Ató un cabo de la cuerda a la antigua antena de televisión y luego subió al tope de la chimenea con el otro cabo en la mano.

Una treintena de cuervos volaba en círculos sobre su cabeza, graznando a pleno pulmón.

– Si uno de vosotros vuelve a caerse en la chimenea, me buscaré una escopeta -rezongó, agitando inútilmente un puño hacia los pájaros. Luego soltó el cabo de la cuerda cuidadosamente tiro abajo.

La cuerda descendió. La primera parte de la tarea estaba hecha. Con el otro cabo de la cuerda todavía atado a la antena, Luke volvió a descender hasta donde Wendy y Gabbie lo esperaban.

– ¿Le importaría decirme qué está haciendo? -la cara de Wendy era la confusión misma, y Luke estuvo a punto de sonreír. No estaba mal que, por una vez, no fuera ella quien llevara la iniciativa. Luke se encogió de hombros y se dirigió a la terraza.

– Tranquila -sonrió a Gabbie y le desordenó el pelo-. Hasta ahora, todo va bien. Nuestro pequeño cuervo todavía podría reunirse con su madre.

Sin más explicaciones, volvió a la cocina. El cabo de la cuerda colgaba por la ranura del regulador. Metiendo otra vez las manos en las mangas de cuero para protegerse de las garras del pájaro, le agarró una pata. Rápidamente, ató la garra con la cuerda y la sujetó. Esperó hasta que la otra garra apareció en el resquicio y, de alguna manera, consiguió atraparla y atarla junto con la otra pata. Cruzando los dedos, soltó al aterrorizado cuervo, que empezó a agitarse dentro de su prisión.

– Tengo que volver a subirme al tejado -les dijo a sus boquiabiertas espectadoras-. Cruzad los dedos.

– Cruzaré lo que haga falta -dijo Wendy, completamente asombrada-. Y Gabbie, también.

La niña estaba demasiado impactada para hablar.

De nuevo en el tejado, subido en la escalera, Luke fue izando cuidadosamente la cuerda.

Al principio, el cuervo se agitó frenéticamente, pero, luego, inexplicablemente, pareció relajarse un poco. Agitaba las alas, pero sin la misma energía que antes. Quizás estaba demasiado exhausto. 0 quizá sentía que esa era su única oportunidad.

Luke tiraba y tiraba de la cuerda, y el mundo entero parecía contener el aliento. Estaba allí arriba solo, pero, extrañamente, no se sentía solo. Wendy estaba allí, contemplándolo, al igual que Gabbie.

De pronto, el pájaro surgió a la luz del día, agitándose alegremente. Pero todavía estaba atado. A Luke le costó mucho esfuerzo mantener el equilibrio en la escalera. Sin embargo, de alguna forma, consiguió bajar al tejado con el cuervo agitando las alas locamente. Allí, con las manos todavía en las mangas de la chaqueta y apoyado contra la chimenea para equilibrarse, agarró al pájaro y le desató las patas. El animal agitó las alas un poco y cayó sobre el tejado. Con un graznido final, remontó el vuelo, fue acogido en el círculo de sus congéneres y todos juntos se alejaron, lanzando chillidos de júbilo.

Luke se quedó sentado en el tejado, con una cuerda y una chaqueta rota en las manos, pero con una enorme sonrisa en la cara.

Y sus espectadoras lo habían visto todo.

– ¡Lo has conseguido! Oh, ven aquí… -allá abajo, Wendy se reía y lloraba al mismo tiempo. Había tomado en brazos a Gabbie y las dos bailaban en la hierba-. ¡Baja, Luke Grey! ¡Eres un hombre realmente maravilloso!

Luke bajó lo más rápido que pudo. Wendy y Gabbie sujetaron la escalera y, en cuanto tocó el suelo, lo abrazaron.

– Oh, Luke, qué bien -Wendy se reía entre lágrimas, y Gabbie no dejaba de sonreír. Wendy sujetaba a la niña en sus brazos y, de pronto, Gabbie se encontró entre los dos.

Se estaba acostumbrando al hecho de ser abrazado, cuando Wendy lo soltó y le puso en brazos a Gabbie. Pero Wendy solo había ido a recoger a Grace de su manta, para envolver al bebé en aquel abrazo.

– Luke, eso ha sido lo más maravilloso… lo más maravilloso… -entre risas y lágrimas, de alguna forma, Wendy se inclinó y lo besó.

Y, con ese beso, algo cambió para siempre.

Ella había dado el primer paso, pensaría él después, cuando trató de saber cómo había empezado todo. Wendy lo había besado. Se había inclinado y sus labios habían tocado los de Luke. Pero, de pronto, ya no era solo Wendy quien besaba. Gabbie y la pequeña Grace estaban en medio, pero Luke besaba a Wendy y sentía sus labios carnosos, cálidos y deliciosos… y su sabor no se parecía al de ninguna mujer a la que hubiera besado antes. Luke sintió que se estremecía y que su vida, de alguna manera, cambiaba en ese preciso instante. Las cosas que antes parecían oscuras se volvían claras, y las cosas que antes le parecían importantes se difuminaban de repente.

Algo inmenso había sucedido. ¿Pero el qué? No lo sabía. Solo sabía que Wendy era maravillosa.

La abrazó más fuerte. No entendía lo que le ocurría, lo que les ocurría a ambos. Wendy…

– Eh, me estáis espachurrando -por debajo del nivel del beso, Gabbie parecía reírse. Luke volvió a la realidad. Se echó hacia atrás y miró la cara emocionada de Wendy… y vio su propia confusión reflejada en sus ojos.

– El pajarito se ha salvado -chilló Gabbie alegremente-. Lo hemos salvado.

– Sí, Gabbie, lo hemos salvado -Luke todavía miraba a Wendy, pero ella pareció volver su atención hacia la niña con un estremecimiento. Le lanzó una única mirada sorprendida, le quitó a Gabbie de los brazos y le dio a Grace. Luego retrocedió y dejó a Gabbie en el suelo, dejando a Luke con el bebé en brazos. Pero él vio que se había sonrojado bajo su bronceado.

Y Luke todavía no entendía lo que había pasado. Solo sabía que era algo grande. ¡Inmenso!

– Se ha ido volando con su mamá y su papá -dijo Gabbie con orgullo.

– Claro que sí -a Luke le costó mucho trabajo hablar.

¿Qué le ocurría? Había besado a otras mujeres, a muchas mujeres, y nunca se había sentido así.

– Y sus hermanitos y hermanitas lo estaban esperando -continuó Gabbie, resplandeciente-. Le hemos salvado la vida.

– Y tú has sujetado la escalera -le dijo Luke, recobrándose un poco-. Nunca lo hubiera conseguido si tú no hubieras sujetado la escalera.

– ¿De verdad? -la niña parecía a punto de estallar de alegría.

– De verdad.

– Bueno… -Gabbie suspiró y luego apoyó la barbilla sobre el pecho, observando a Luke con una mirada que él empezaba a reconocer. Aquella niña interiorizaba su alegría. No se atrevía a expresarla por si la rechazaban. Luego, Gabbie pareció ganar confianza. Alzó la vista hacia Luke y se echó a reír-. Pareces… tonto -dijo.

– ¡Gabbie! -exclamó Wendy en tono de reproche, pero luego se atrevió a mirar a Luke y no pudo evitar sonreír-. Aunque, en realidad…

– ¿En realidad, qué? -preguntó Luke, molesto, temiéndose lo peor.

– Pareces un deshollinador andrajoso que hace dos semanas que no se lava -dijo ella, riendo-. Además… Oh, Luke, tienes un arañazo en la mejilla, y tu pobre chaqueta… está hecha pedazos.

– No importa -logró decir él, aturdido.

– Claro que importa, Luke Grey -dijo ella suavemente, sosteniéndole la mirada-. Importa, y mucho. Ha sido lo más maravilloso que he visto en mucho, mucho tiempo. ¿No crees, Gabbie?

Gabbie sonrió tímidamente.

– Pero necesitas un buen baño -dijo Wendy-. Y nosotras también… antes de que lleguen los electricistas y los cristaleros y todos los demás. Gabbie, ¿te apetece nadar?

– ¿Nadar? -la niña pareció dudar.

– Sí, nadar. Vamos a llevarnos una barra de jabón, o seis barras de jabón, al mar. Podemos poner a Grace en su cestita mientras metemos al tío Luke en el agua y lo restregamos hasta que vuelva a tener un aspecto decente. ¿Te apetece, Gabbie, cariño?

– Sí -dijo Gabbie rápidamente.

Y Luke no pudo hacer otra cosa, más que seguirlas. Adonde quisieran llevarlo.

CAPÍTULO 5

EL BAÑO fue maravilloso, pero no impidió que Luke siguiera sintiéndose confuso. En realidad, cuando salió del agua, se sentía tan confundido como si se hubiera quedado dormido y hubiera despertado en otro mundo.

Llevaba veinte años sin bañarse en el mar. Aquel no fue un baño como los que solía tomar en la piscina del gimnasio de la ciudad para tonificar el cuerpo y compensar las muchas horas que pasaba sentado delante del ordenador o en reuniones interminables.

Todos se habían bañado. Hasta la pequeña Grace. Wendy y Gabbie salieron corriendo hacia la playa, con Luke detrás, llevando en brazos a Grace. Cuando él alcanzó la cima de las dunas, ellas ya estaban en el agua, completamente vestidas.

– Nosotras también estamos hechas un asco -gritó Wendy, sonriendo, invitándolo a unirse a ellas-. El agua está muy buena. Quítale la ropa a Grace y tráela aquí.

Dos minutos después, Luke estaba sentado entre las olas, abrazando a un bebé desnudo sobre las rodillas. A un bebé que parecía pensar que aquello era la sensación más maravillosa del mundo.

Y lo mismo pensaba Luke. Dejó que Wendy y la pequeña Gabbie le restregaran el pelo con jabón, le quitaran los tiznajos de la cara y le lavaran sus muchas magulladuras, y experimentó sensaciones que nunca antes había sentido.

A pesar de sus protestas, le quitaron la camisa y solo mediante la táctica de negarse a levantarse consiguió conservar puestos los pantalones.

Un hombre tenía su orgullo. Podía estar empapado hasta la cintura, y emocionalmente desconcertado, pero si llegaban los electricistas o los cristaleros y solo llevaba unos calzoncillos con corazones…

Las olas le lamían las piernas, las chicas chapoteaban y él se sentía como si hubiera sido transportado a otro planeta.

– Hay que ponerte antiséptico en este arañazo -la voz de Wendy lo devolvió a la realidad. De algún modo, el pájaro le había arañado la cara.

Wendy se sentó junto a él en la orilla, con la falda flotando a su alrededor en el agua en un suave remolino azul y la blusa pegada a la piel. Le pasó un dedo por la mejilla arañada. Había llevado con ella una toallita. Con mucho cuidado, le limpió el arañazo. El roce de sus dedos bastó para ponerlo en órbita otra vez.

– El agua salada es estupenda para esto -dijo ella suavemente-. Es justo lo que necesitas.

No solo el agua salada era estupenda. ¡Aquello era maravilloso! Las olas lamían la arena dorada. El sol de la mañana le entibiaba la cara, el pecho desnudo y la espalda. Gabbie reía y chapoteaba junto a ellos, y Grace manoteaba en el agua y balbuceaba de alegría cada vez que se acercaba una ola. Y Wendy sonreía y sonreía…

– ¡Ya basta! -Luke se puso en pie bruscamente. Tenía que salir de allí. Inmediatamente-. Viene un camión -dijo, mirando hacia la casa, aliviado. Aunque apenas se había metido en el agua, sentía como si se estuviera ahogando-. Deben de ser los electricistas. Tengo que hablar con ellos.

Wendy, sentada junto a Gabbie en el agua, observó su cara y frunció el ceño. El hechizo se había roto.

– Yo cuidaré de Grace -tendió los brazos y tomó al bebé, murmurando dulcemente-. Eh, Grace, está bien. Jugaremos un poquito más -no volvió a mirar a Luke-. Vete a hablar con los obreros -dijo-. Yo iré luego, con las niñas.

– Yo… sí. ¿Estarás bien?

– Puedo arreglármelas -dijo ella suavemente-. Tú eres el jefe, pero no te necesitamos, Luke.

Y Luke comprendió que le estaba dando un mensaje mucho más profundo de lo que parecía aparentemente.

– Tengo que irme.

Maldición, ¿por qué se sentía como- si tuviera que disculparse?

– Por supuesto.

Wendy sonrió, pero de nuevo Luke tuvo la sensación de que le había cerrado las puertas. Él apenas había notado que se las hubiera abierto, pero en el fondo de la mirada de Wendy había una expresión de dolor que no comprendía. Parecía una niña a la que hubieran desilusionado repentinamente, y Luke no comprendía qué había hecho. No sabía qué había podido herirla. Pero, de pronto, deseó saberlo.

– Wendy…

– Vete -su voz se volvió seca, profesional, y Luke comprendió que aquella era su forma de protegerse. ¿Pero de qué? ¿Del compromiso emocional?, se preguntó. Seguramente, no. Se habían besado solo una vez, por el amor de Dios, y seguramente solo había sido un beso de alegría. No de pasión. No había de qué preocuparse. ¿0 sí?

Y aunque lo hubiera, lo mejor era largarse de allí a toda prisa, se dijo. Inmediatamente.

– Os veré en la casa, entonces -dijo, con tono neutro.

– Claro -Wendy abrazó a la pequeña Grace-. Vamos, Gabbie. Grace quiere darse otro baño.

– ¿Y Luke no quiere? -preguntó Gabbie con curiosidad, chapoteando con los pies en el agua. Wendy le dirigió una sonrisa tensa.

– El tío Luke tiene trabajo que hacer. Un trabajo muy importante. Pero nosotras tenemos mucha suerte. Vamos a quedarnos aquí, sentadas en la orilla, chapoteando.

Gabbie se lo pensó y asintió lentamente. Alzó su carita hacia Luke y lo miró con expresión solemne.

– Me alegro de no ser un papá -dijo-. Es triste que no puedas quedarte a jugar con nosotras.

Y, de pronto, Luke comprendió que así era precisamente como se sentía: triste y muy, muy contrariado.

Después de aquello, el día discurrió en un torbellino de quehaceres. Luke subió a la casa para ver al electricista. Se dio una ducha para quitarse la sal del cuerpo y de la ropa y, cuando salió del baño, el cristalero y el fontanero también habían llegado.

Una hora después, cuando Wendy y las niñas subieron alegremente de la playa, Luke estaba harto. De pie, en la terraza, discutía acerca de qué ventanas convenía arreglar inmediatamente. Al ver la pequeña procesión procedente de la playa, se calló en mitad de una frase y se quedó mirándolas. El cristalero también se volvió para mirar.

– ¿Son su mujer y sus hijos? -preguntó el hombre y, luego, sorprendido, reconoció a Wendy-. ¡Eh! ¿No es esa Wendy Maher, del hogar infantil?

– Sí, es ella. Va a quedarse aquí para cuidar de mi hermana y de su hija adoptiva. Por eso necesito arreglar este sitio rápidamente.

El hombre silbó entre dientes.

– Vaya, qué sorpresa. Había oído que Wendy iba a dejar el hogar. Tiene carácter, desde luego, pero es fantástica. Tiene un corazón tan grande como Africa. ¿Por qué no me dijo que esto era para Wendy? ¿Le dije que solo podía colocar media docena de ventanas hoy? Si es Wendy quien va a vivir aquí, traeré a toda mi cuadrilla y las habremos cambiado todas antes de que anochezca. Esa mujer es una campeona.

Luke se quedó mirando a aquella pequeña familia que acababa de crear. Wendy todavía estaba empapada, con la falda y la blusa pegadas al cuerpo, de forma que se notaban todas sus magníficas curvas. Iba canturreando una cancioncilla absurda, riendo, abrazando contra su pecho a Grace dormida y con Gabbie de la mano. Luke sintió tal punzada de emoción al verlas que se quedó impresionado.

¿Qué demonios le ocurría?, se preguntó desesperadamente. Tenía que salir de allí. ¡Enseguida!

Pero salir de allí iba a resultarle más fácil de lo que pensaba. Al parecer, si el trabajo era para Wendy, todo era posible. Así que, a media tarde, tenían electricidad y agua caliente, en la chimenea ardía un fuego y habían arreglado una habitación para Wendy. Además, Luke había conseguido un coche de alquiler.

– Bueno, ya nada te impide marcharte -le dijo Wendy cuando los cristaleros se marcharon-. Cuanto antes te vayas, antes arreglaremos las cuestiones legales -lo miró titubeante, percibiendo su confusión-. Y, si no te vas ahora, no llegarás a tiempo de comprarte algo de ropa en Bay Beach -lo observó un momento. Aunque había intentado estirar la ropa, esta no volvería nunca a presentar un aspecto respetable-. Enséñales tus billetes nada más entrar en la tienda, o te echarán a patadas.

– ¿Tan mal aspecto tengo? -Luke se frotó la mejilla sin afeitar, y ella sonrió, con una extraña y distante mirada en los ojos.

– Estás hecho un desastre -dijo Wendy con franqueza. Luego miró hacia el coche de alquiler y se echó a reír.

El coche era un sedán de color naranja chillón. 0 lo era a medias, pues la parte de atrás había sido repintada en un extraño color grisáceo. Tenía abolladuras por todas partes. Pero era el único que había podido alquilar en Bay Beach.

– Te va como anillo al dedo -dijo Wendy.

– Vaya, gracias.

– Vamos, márchate -dijo ella, y le dio un ligero empujón hacia la puerta-. Las llaves y los papeles de tu Aston Martin están en el escritorio del cuarto de estar, ¿no?

– Sí.

– Entonces, sé qué volverás -dijo ella con serenidad-. Tarde o temprano. Para… recuperar tu coche. Pero, cuando Luke salió de la granja en su extraño y abollado automóvil, no pensaba en volver para recupe rar su coche.

En realidad, su coche ocupaba el cuarto lugar en su lista de prioridades.

Siguió un periodo de paz para Wendy. Pero no por mucho tiempo.

– ¡Cuéntamelo todo! ¡Vamos!

Habían pasado tres días y Shanni, la mejor amiga de Wendy, había llegado a la granja en estado de estupefacción. Fresca, vivaz y recién llegada de su segunda luna de miel, Shanni había ido a rescatar a su amiga del peligro, y Wendy había tenido que poner en práctica todas sus habilidades para tranquilizarla.

– No hay nada que contar -Wendy sonrió con su mejor sonrisa-. Solo es un trabajo. Tú tienes muchas más cosas que contar. Háblame de tu luna de miel. ¿Qué tal te ha ido?

– Estupendamente. Pero…

– ¿Qué tal están Nick y Harry?

– Bien, pero…

– ¿Y tu casa nueva? ¿Ya puedes mudarte?

– Wendy Maher, deja de cambiar de tema de una vez -Shanni la miró indignada por encima de la mesa-. Me marcho dos meses, ¿y qué sucede? Vuelvo a casa y me encuentro con que has dimitido. Y Erig me dice que te has largado con el tipo más impresionante que había visto en toda su vida. ¡Para vivir con él! ¡Si no lo veo, no lo creo! -miró a su alrededor, achicando los ojos-. ¿Dónde está?

– Lo tengo escondido debajo de la cama -rio Wendy-. Para usarlo cuando las niñas se duermen -luego se puso seria-. No, Shanni, mi jefe no está aquí. Está en Londres, viendo a la madre de Grace.

– ¡En Londres! -Shanni la miró con los ojos como platos-. Sí, claro. Tu jefe está en Londres. Y te ha dejado aquí, sola. ¡Wendy, hay un Aston Martin ahí fuera!

– Bueno, no podía dejarme en la granja sin un coche -le explicó Wendy, sonriendo-. Es mi carrito de la compra.

Shanni se atragantó.

– ¿Tu… tu carrito de la compra? ¿Un Aston Martin deportivo? ¿Se ha ido y te ha dejado su coche para que vayas a la compra?

– Por supuesto -dijo ella plácidamente, todavía sonriendo.

Hubo un silencio mientras Shanni trataba de asumir lo que acababa de oír. Frunció muy despacio los labios y la observó, pensativa.

– Nick tenía un coche deportivo -dijo finalmente-. Hasta que nos conoció a Harry y a mí.

– Bueno, Luke todavía lo tiene -Wendy se encogió de hombros y se levantó para hacer café-. No hagas una montaña de un grano de arena, Shanni. Solo lo ha dejado aquí como garantía.

– ¿Cómo garantía de qué?

– De que volverá.

– ¿Crees que, si no, se largaría?

– No lo sé -contestó Wendy-. No tengo ni la menor idea de lo que haría Luke Grey.

Pero su amiga siguió mirándola con incredulidad. Luego miró a su alrededor. Tres días y un ejército de obreros habían hecho maravillas. La casa había empezado a recuperar su antiguo aspecto. Era elegante, acogedora y muy bonita.

Y las niñas…

Shanni había sido maestra de Gabbie en la guardería, así que era una de las pocas personas en el mundo en las que la niña confiaba. Así pues, Gabbie decidió que su visita no era lo bastante importante como para interrumpir la tarta de barro que estaba haciendo en la terraza. A través de la ventana, Gabbie parecía concentrada, manchada de barro hasta las orejas, y feliz. Y en el cuarto de estar, Grace dormitaba plácidamente sobre una mantita de lana.

Las niñas estaban perfectamente, pensó Shanni. Y aquel lugar parecía salido de una revista de decoración, solo que era mucho, mucho más acogedor. Pero quedaban tantas cosas por explicar…

– Wendy, voy a estallar si no me lo cuentas -declaró. Se levantó, rodeó la mesa, tomó a su amiga por los hombros y la obligó a mirarla a la cara-. 0 me cuentas lo que pasa o te juro, te juro que… que me estallarán los tirantes.

– ¡Pero si no llevas tirantes!

– ¡Podría llevarlos! Las mujeres casadas ensanchamos de forma alarmante -murmuró Shanni-. Sobre todo, si estamos embarazadas.

– Shanni, ¿no estarás embarazada?

– Solo un poquito -Shanni sonrió, radiante-. Además, tenemos una gata nueva que se llama Darryl, y Harry quiere adoptar una cabra. Bueno, ya te he contado todas mis noticias. Ahora vas a contármelo todo, y no te soltaré hasta que lo hayas hecho. Si crees que voy a dejar a mi mejor amiga en manos de… de un tipo que conduce un Aston Martín…

– Yo no estoy en sus manos.

– Convénceme. w -Lo haré.

Pero, al cabo de media hora de explicaciones, más otra media hora de preguntas, Shanni no estaba en absoluto convencida.

– ¿Cómo sabes que volverá?

– ¿Bromeas? -Wendy salió al exterior-. ¿Sabes cuánto vale ese cacharro? Volverá.

– ¿Y no crees que tal vez vuelva porque quiera a su hermanita?

– Quizá lo haga con el tiempo -dijo Wendy, titubeando-. Pero, si la quiere, aún no lo sabe.

– Así que, ¿crees que volverá, te dará respaldo legal como niñera y luego se marchará?

– Ese es el plan.

– Pero… ¿vendrá de visita alguna vez?

– Espero que sí -Wendy no parecía muy segura-. Es importante para Grace que lo haga.

– Sabes… -Shanni observó a su amiga pensativamente-, si ese Luke es como Erin me lo describió, sería muy fácil enamorarse de él.

– ¡Estás de broma!

– Cosas más raras ocurren. Piensa en Nick y en mí, por ejemplo.

– Yo ya estoy escarmentada del amor -dijo Wendy, con voz clara y firme-. Luke es atractivo, no lo niego, pero no hay ninguna posibilidad de que yo vuelva a cometer ese error.

– Adam lleva muerto seis años.

– Al igual que el niño al que mató. Eso sigue sin ser fácil de asumir.

– Pero tú quieres a Gabbie -dijo Shanni suavemente, emocionada-. Wendy, tú te culpas por lo que pasó, pero eso no ha impedido que vuelvas a querer. Quieres a Gabbie. Y ahora a Grace… Y si has aprendido a querer otra vez…

Pero la expresión de Wendy se había hecho impenetrable.

– Querer a los niños es diferente.

– ¿Diferente de querer a un hombre? Tal vez. Porque fue Adam quien te causó ese sufrimiento -dijo Shanni dulcemente. Sabía que aquello debía dolerle a Wendy, pero debía decírselo-. Pero no todos los hombres son como Adam, Wendy. No puedes culpar a Luke de los errores de tu marido.

– Porque yo amaba demasiado a Adam, murió un niño -dijo Wendy con dureza-. Nunca debí dejarle conducir así. Pero él se pavoneaba como un niño con un juguete, con su maldito coche… ¡y parecía tan feliz! Fui una estúpida… porque estaba enamorada… Y.el bebé que iba en el otro coche pagó por mi estupidez. Y sus padres.

– Adam también pagó su precio -le recordó Shanni-. Está muerto. Se acabó, Wendy.

– Sí, se acabó -Wendy se dio la vuelta y se sentó a la mesa-. Lo sé. Se ha acabado. Pero yo quería demasiado a Adam, y perdí el control. Eso nunca volverá a pasar. Querré a mis niñas, las protegeré, y ya está.

– Wendy…

– Por el amor de Dios, Luke está fuera de mi alcance, de todos modos -dijo Wendy, intentando sonreír-. Es rico y guapísimo. ¿Qué podría ver en mí un hombre como él?

En ese preciso instante, a veinte mil kilómetros de distancia, Luke estaba cara a cara con la madre de Grace y, de pronto, inexplicablemente, deseó que Wendy estuviera a su lado.

Lindy era impresionante. ¿Cómo era posible que su padre, un hombre de casi setenta años, hubiera conseguido atraer a una mujer así? Luke observó a la mujer a la que finalmente había encontrado en uno de los mejores hoteles de Londres, y no encontró la respuesta. Desdee luego, su padre había sido un hombre con encanto, pero una sola mirada bastaba para comprender que aquella mujer estaba acostumbrada a lo mejor que podía comprar el dinero.

Lindy era modelo, y se notaba. Medía casi un metro ochenta; era esbelta como un junco y unos espléndidos rizos castaños le caían cuidadosamente sobre los pechos. Sus ojos eran de un azul celeste, inmensos y maravillosos. Sus labios carnosos se habían fruncido en un mohín al ver a su inesperado visitante, y su suntuoso kimono dorado parecía recién salido de la colección de un diseñador.

Aquella mujer debía de haberle costado a su padre una fortuna, pensó Luke cínicamente. No era de extrañar que el viejo hubiera dejado tantas deudas. ¿Pero por qué al mirarla le daban ganas de salir corriendo?

– No hacía falta que viniera hasta aquí para verme -le dijo Lindy, modulando cuidadosamente la voz hasta convertirla en un susurro sensual. La desconfianza de Luke aumentó. Sabía que ella hablaría de esa forma con todos los hombres atractivos que encontrara en su camino.

– Me ha costado mucho encontrarla -admitió Luke en tono profesional-. Una persona de la agencia de modelos me dijo dónde estaba.

Los ojos de Lindy brillaron de rabia.

– No deberían habérselo dicho. Les avisé de…

– ¿De veras no quería que la encontrara? -preguntó Luke con curiosidad-. ¿De veras no quiere volver a saber nada de su hija?

– Para empezar, yo no quería tenerla -dijo ella en tono petulante-. Pero su padre, sí, y me pilló en un momento bajo. Mi carrera como modelo estaba atravesando un bache, y todas mis amigas tenías niños, así que pensé, bueno, ¿por qué no? Los bebés son tan monos, y su padre me dijo que siempre habría dinero para pagar a las mejores niñeras.

A las mejores, no, pensó Luke involuntariamente. Él tenía a la mejor niñera del mundo… allá, en Bay Beach. Donde deseaba estar en ese momento.

– Pero, luego, su padre murió, y no quedó nada -la voz de la chica había perdido su tono sensual y dejaba traslucir su descontento y su rabia. Pero no era por la muerte de su padre, pensó Luke. Era porque se había quedado sin dinero-. Me prometió que siempre tendríamos dinero, y en realidad no tenía nada -continuó ella-. ¡Nada! ¡Me echaron del apartamento! Mi niñera se fue porque no podía pagarla. Y yo nunca en mi vida había cambiado un pañal. De repente, tenía que encargarme de todo. Y lo odiaba. Luego me llamaron de la agencia para decirme que tenían trabajo para mí, en Europa. Estaré aquí tres meses. 0 más, si mis planes se cumplen. Como ve, no puedo hacerme cargo de un bebé.

– No puede ocuparse de Grace mientras viaja -admitió Luke en voz baja, con evidente disgusto-. ¿Pero querrá recuperarla después?

Los enormes, ojos de Lindy se ensancharon por la sorpresa, como si aquella pregunta fuera obvia.

– ¿Para qué?

– Es su hija.

– No -la mujer sacudió su espléndida mata de pelo con firmeza-. Yo no lo siento así. Su padre me utilizó. Me mintió. Me engañó para que la tuviera y yo no quiero responsabilizarme de su futuro.

– Pero sigue siendo muy mona -dijo Luke, expectante.

– ¿Ah, sí? Levántese usted a las dos de la madrugada y verá lo mona que es. Y el coste de las niñeras… -de pronto, la cara de Lindy se suavizó-. Pero usted debe de ser rico. El tipo al que contraté para que lo encontrara me dijo que era una especie de agente de bolsa. Y si puede permitirse venir a Londres solo para verme… Si usted paga a una niñera y algo para nuestra manutención, entonces me lo pensaría -sus ojos se achicaron; el signo del dólar parecía brillar en ellos-. Al fin y al cabo, su padre me estafó. Usted me lo debe.

– Yo no le debo nada -la cara de Luke se endureció. La idea de dejar a su hermana con aquella mujer le hacía hervir la sangre-. No estoy legalmente obligado a cuidar de otros hijos de mi padre.

– Lo sé -dijo ella-. Mi abogado me dijo que no podía pedirle nada. Pero Grace es su hermanastra.

– ¿Y si no me hago cargo de ella?

– Entonces, la daré en adopción -dijo Lindy brutalmente-. Ya se lo he dicho, no puedo quedarme con ella. ¿Qué hombre iba a mirarme teniendo que cargar con una niña?

Ese era el quid de la cuestión, pensó Luke, asqueado.

– Si me hago cargo de ella… -dijo lentamente, con cautela.

– ¿Lo hará? -ella lo miró sorprendida, y Luke dio mentalmente un paso atrás. Sería peligroso que aquella mujer pensara que su hermana le importaba.

– Lo he pensado mucho y he tomado una decisión. Si realmente quiere deshacerse de Grace, yo me haré cargo de ella… en memoria de mi padre.

Ella lo miró con asombro.

– No habrá heredado ese sentido de la responsabilidad de su padre, desde luego -dijo, y su voz adoptó un tono defensivo-. Eso sería estupendo. Si usted…

– Si eso es lo que quiere, necesito que me nombre su tutor legal -dijo Luke.

– No quiero firmar nada -contestó ella.

– Pero no puedo hacerme cargo de la niña si no tengo el derecho legal para hacerlo -dijo Luke cautelosamente-. He consultado a un abogado, y necesito su permiso para ocuparme de su custodia.

– No.

– Lo siento, Lindy, pero no podemos dejar esto así. En este momento, Grace está en el limbo. Yo no tengo derechos legales para hacerme cargo de ella, y usted no la quiere.

– Entonces, ¿qué?

La cara de Luke se endureció. Pero, advertido por Wendy y por sus abogados, había ido preparado para hacer frente a una situación semejante.

– Entonces, tendremos que hacerlo público -dijo, mirándola fijamente-. Le diré a la prensa que ha abandonado a su hija.

Ella palideció.

– No lo hará.

– Solo quiero que me dé permiso legal para cuidar de ella -dijo él otra vez, recordando a Wendy-. Así, yo cargaré con toda la responsabilidad y usted no tendrá que preocuparse de nada más.

– Pero -la mujer se mordió el labio-, si yo…

– ¿Si cambiara de opinión? -la expresión de Luke se suavizó un poco-. Lindy, la mujer que está cuidando a su hija es una asistente social -dijo-. Es la mejor… y me ha dicho que, cuando crezca, Grace necesitará tener contacto con usted, aunque solo sea muy de vez en cuando. Podemos incluir el derecho de visita en el acuerdo de custodia. De esa forma, usted siempre sabrá dónde está la niña, y, si quiere verla, podrá hacerlo.

– ¿Pero no podré recuperarla?

– Eso es -con las palabras de Wendy todavía zumbándole en los oídos, pronunció su ultimátum final-. Es lo más justo para Grace. Si quiere que me haga cargo de la niña para el resto de su vida, estoy dispuesto a hacerlo, pero solo de manera legal.

Lindy lo miró largamente.

– Sabe, es usted realmente encantador -dijo lentamente, pillándolo desprevenido-. ¿No supondrá…?

– Yo no supongo nada -dijo Luke duramente. Cielos, aquella mujer lo asustaba. Cada vez anhelaba más a Wendy. Wendy que, con sus faldas floreadas, sus rizos desordenados y su cualidad mística, estaba a años luz del glamour de aquella mujer-. Si acepta, nos reuniremos con mis abogados mañana por la mañana. ¿De acuerdo?

Ella se mordió el labio unos segundos. Era evidente que aquella decisión era tan importante para ella como el color de la laca de uñas que debía ponerse.

– Sí -dijo finalmente-. Y, luego, podré seguir con mi vida.

– El Aston Martin todavía está ahí, por lo que veo.

Wendy estaba arrancando hierbajos de lo que antaño había sido una rosaleda. Shanni había llegado por sorpresa y se había sentado en el suelo, al sol, junto a su amiga.

– ¿Cuándo vuelve tu príncipe azul?

– El martes, tal vez.

– El martes -repitió Shanni-. ¿Puedo conocerlo?

Wendy suspiró y dejó de escarbar.

– Es mi jefe, Shanni. No mi amigo. Así que, no, no puedes conocerlo. Solo se quedará una hora o así. Va a traer los papeles de la custodia de Grace y un contrato para mí. Después de eso, será libre para ir adonde quiera.

– ¿Va a adoptar a Grace?

– Eso parece -Wendy se sentó en cuclillas y miró con orgullo la tierra que acababa de limpiar. Después de mucho trabajo, la casa y el jardín empezaban a tener un aspecto estupendo-. A mí también me sorprende -admitió-, pero así es. Está dispuesto a ocuparse de ella para siempre. Llamó desde Londres ayer. El proceso de adopción tardará aún tres meses. Lindy podría cambiar de opinión en ese intervalo, pero él está seguro de que no lo hará. Luke es ahora el tutor legal de Grace.

– Así que, ¿se quedará con la niña para siempre?

– Sí.

– Y tú… -Shanni miró a su amiga de reojo. Nunca la había visto tan feliz. Tan en paz con el mundo. Por una vez, las cosas parecían irle bien a Wendy, y ello llenaba de alegría a Shanni-. Tú tendrás un empleo y una casa para siempre.

– Dudo que el señor Grey quiera cargar con una niña mientras viaja alrededor del mundo haciendo esas cosas tan importantes -dijo Wendy alegremente-. Después de todo, es un gran hombre de negocios.

– ¿Y tú querrás quedarte aquí y mantener el fuego encendido mientras él viaja por el mundo?

– Shanni, este acuerdo proporcionará a Gabbie un hogar -murmuró Wendy. Lejos de las tensiones del orfanato, la niña florecía con cada minuto que pasaba-. Mi Gabbie tiene una preciosa hermana menor, y me tiene a mí -prosiguió suavemente-. Eso es lo único que importa.

Pero la aguda mente de Shanni se hacía toda clase de preguntas. Al fin y al cabo, aquella casa tenía todo lo que necesitaba una familia… salvo una cosa.

CAPÍTULO 6

LUKE llegó a casa a medianoche del lunes. A casa…

Entró con el coche en el patio y se quedó mirando la casa a oscuras, sintiendo una alegría que no había sentido desde su niñez. Aquel, realmente, era su hogar. Y hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que lo echaba de menos.

El lugar tenía un aspecto distinto, incluso en penumbra. A la luz de la una, observó que los viejos rosales que rodeaban la entrada principal habían sido podados. Había cristales en todas las ventanas, y cortinas tras cada cristal. La casa parecía limpia y acogedora, y en la terraza había un par de sillas antiguas en las que uno podía sentarse y contemplar el mar. ¡Era fantástico!

Luke salió muy despacio del coche y estiró las piernas. Un vuelo de veinticuatro horas, seguido de una ración de compras urgentes y de un largo viaje en coche, era demasiado para cualquiera. Debía haber pasado la noche en la ciudad, y lo sabía, pero tenía tantas ganas de volver… Y, además, estaba Bruce.

Las chicas estarían durmiendo, pensó. Así que, no las molestaría. Se quitó los zapatos y cruzó sigilosamente la terraza y el cuarto de estar y entró a la cocina.

– Las visitas deben llamar a la puerta -dijo Wendy detrás de él, y Luke dio un respingo.

Por alguna razón, se quedó sin habla al darse la vuela y verla. Wendy llevaba su desgastado camisón y los rizos le caían sueltos sobre los hombros. Estaba en la puerta entre el cuarto de estar y la cocina, con la pequeña Grace en brazos. A la luz de la luna que entraba por la ventana, su cara parecía dulce y, de alguna forma, vulnerable.

– Aunque supongo que tú no eres realmente una visita -ella sonrió mientras acunaba a la niña-. No enciendas la luz. Grace acaba de quedarse dormida.

– ¿Está…? -Luke se inclinó sobre su hermana. La niña parecía profundamente dormida y sonreía con tal expresión de felicidad que le dio un vuelco el corazón-. ¿Está bien?

– ¿Tú qué crees? -Wendy se rio suavemente-. No debería tomar un biberón a medianoche, pero ¿crees que he podido convencerla? Esta jovencita tiene ideas propias… como su hermano, diría yo.

– Ya veo -pero no era cierto. Por alguna razón, tenía el cerebro bloqueado. Afortunadamente, Wendy no parecía haberlo notado.

– Es hora de irse a la cama, señorita -le dijo Wendy a Grace-. ¡Para toda la noche! -dirigió a la niña una mirada de advertencia que la ternura de sus ojos desmentía.

Luke sintió un nudo en el estómago. Aquel sentimiento que estaba experimentando, no se debía solo a su hermanita.

Pero Wendy no le prestaba atención. Estaba concentrada en llevar a la cama a Grace sin despertarla.

– Espera -le dijo suavemente a Luke-. Volveré enseguida -sin más, Wendy se dio la vuelta y se llevó a la niña a su dormitorio.

Luke esperó en silencio. Se quedó allí, completamente quieto, empapándose de la atmósfera de su antigua casa hasta que ella volvió, caminando descalza. Wendy encendió una lámpara de mesa, y él se sintió aún más confundido al ver la cocina transformada.

– ¿Qué demonios has hecho con este sitio?

– Lo he limpiado -dijo ella con orgullo-. Y he pintado las paredes. No quiero jactarme, pero está muy bien, ¿verdad?

Desde luego que sí. Wendy había transformado completamente la cocina. El fogón relucía, y la mesa y los antiguos bancos de madera habían sido fregados a conciencia. Las paredes habían sido pintadas de un bonito color azul y había cortinas nuevas en la ventana. Todo estaba… maravilloso.

– ¿Lo has hecho todo tú sola?

– Con la ayuda de tu tarjeta de crédito -Wendy sonrió, burlona-. Trabajo y dinero. ¡Una buena combinación! -su sonrisa se desvaneció-. _¿Has conseguido lo que necesitábamos de Lindy?

El asintió, y sacó los papeles del bolsillo de su chaqueta. Pero no pensaba en los papeles. Le costaba pensar en otra cosa que no fuera Wendy. Estaba tan increíblemente guapa. Tan deseable… ¡Tan Wendy!

– Lindy ha firmado los papeles de la preadopción -dijo, con esfuerzo-. Lo hizo en Londres, en presencia de dos abogados y de un testigo de la embajada. Si no cambia de opinión en los próximos tres meses, y me sorprendería que lo hiciera, Grace será nuestra -observó la mirada extrañada de Wendy, y sintió que le fallaba el suelo bajo los pies-. Quiero decir que…

– Que será tuya -dijo Wendy amablemente-. Recuerda que yo solo soy la niñera.

– Sí… claro -Luke estaba aturdido. Trataba de concentrarse en la adopción de Grace, pero solo veía a Wendy. Estaba tan atractiva, tan sexy, que casi no podía reprimir el deseo de rodear la mesa y tomarla en sus brazos.

– Tu cama está hecha en el dormitorio de tus abuelos -dijo ella plácidamente, ajena al torbellino de emociones que se agitaba en la habitación-. Al menos, he supuesto que sería el de tus abuelos. El grande, con la cama de matrimonio.

– Sí.

– Allí estarás bien -dijo ella-. Hay sábanas y toallas limpias. Lo malo es que… -Wendy sonrió-, hay dos hoyos. Y me imagino que tú eres mucho más grande que tu abuelo.

Luke se quedó atónito. No tenía ni idea de lo que estaba hablando.

– ¿Dos hoyos?

– Supongo que tus abuelos usaron la misma cama durante toda su vida de casados -dijo ella alegremente-. Gabbie y yo la hicimos ayer, y se ve perfectamente dónde dormían. Hay dos hondonadas donde durmieron pegados el uno al otro durante años -la ternura retornó a su expresión-. Creo que no te resultará muy cómodo, pero no sé. Esos huecos son… muy agradables.

Debían de serlo, pensó Luke, asombrado. Sus abuelos… Dos amantes tumbados uno junto al otro, dejando su impronta en el colchón noche tras noche… ¿Por qué pensar en ello lo hacía estremecerse?

– Está bien -dijo, en tono más brusco de lo que había pretendido, y ella lo miró un instante, percibiendo su confusión.

Luego, Wendy también pareció estremecerse. Quizás había empezado a sentir la emoción que zumbaba en la habitación como una corriente eléctrica. 0 quizá solo pensaba que Luke era un imbécil.

– ¿Quieres que te haga una taza de té? ¿0 puedes arreglártelas solo? -ella quería irse, era evidente. Quería volver a la cama, a dormir, sola, como era correcto y conveniente. El era su jefe. Ella era su niñera. Pero Luke deseaba prolongar aquel momento. Lo deseaba desesperadamente.

– ¿Qué… qué tal está Gabbie? -preguntó.

La expresión de Wendy se dulcificó.

– Muy bien. Estupendamente -dijo-. Le encanta este lugar. Igual que a mí -levantó la vista hacia él, sonriendo con gratitud, y Luke volvió a sentir el impulso de besarla.

– Le he traído un regalo -dijo él, bruscamente.

– ¿Un regalo?

– Yo… -farfullaba como un colegial. Así era como lo hacía sentirse Wendy. Como si tuviera trece años y se hubiera enamorado por primera vez-. Está en el coche. Tengo que traerlo ahora mismo.

– ¿No puede esperar hasta mañana? -ella parecía confundida-. Gabbie está dormida.

– He venido en un coche de alquiler -dijo él con firmeza-, pero no quiero ni imaginarme cómo estaría mañana si lo dejo allí. No, señorita Maher… -de alguna forma, Luke consiguió sonreír-. No quiero una taza de té, pero te agradecería mucho que calentaras un poco de leche. Yo traeré a Bruce.

– ¿Bruce?

– He vuelto a las andadas -dijo él, en tono de disculpa-. Parece que no puedo evitarlo. Lo siento, Wendy, pero te he traído otro bebé.

– ¿Qué? -Wendy dio un respingo. Luke sonrió al ver su reacción.

– Espera y verás.

Luke ignoraba qué había esperado que ocurriera. En el avión, de camino a Inglaterra, se le había ocurrido una idea maravillosa. En Londres, había llamado a su secretaria en Australia y ella se había encargado de todo mientras él negociaba con Lindy. De vuelta en Australia, solo tuvo que ir a recoger a Bruce y pagar una insignificante cantidad de dinero.

Al verlo por primera vez, le había parecido que Bruce era una idea brillante. Bruce era… bueno, era simplemente Bruce. Aunque no solía enamorarse a primera vista, Luke había sucumbido ante Bruce nada más conocerlo.

Pero, esa noche, mientras llevaba al cachorro dormido a la cocina, le entraron dudas. ¿Y si a Wendy no le gustaban los perros? ¿Y si odiaba a los animales? ¿Y si…?

Y, entonces, sus temores se vieron confirmados. Entró en la cocina y puso al pequeño y soñoliento cachorro de basset-hound en el suelo. Bruce miró a su alrededor, asombrado, todo ojos y orejas. Wendy miró el cachorro y se quedó muda. El perrito la observó un momento y luego, olfateando la leche tibia, se acercó lentamente a ella, mirándola con sus ojos inmensos. Su cuerpecito a manchas blancas y marrones temblaba de ansiedad. Lentamente, el perro comenzó a mover la cola. Pero Wendy se agachó sin decir una palabra. Acarició ligeramente sus orejas aterciopeladas… y rompió a llorar.

¡Demonios! Aquello era espantoso. ¿Qué iba a hacer Luke ahora? La había hecho llorar…

– No hace falta que te lo quedes. Yo no quería,… Puedo llevármelo -se inclinó hacia delante y se detuvo al ver que el cachorro se arrojaba en brazos de Wendy Y que esta lo acogía como si fuera una gallina protegiendo a sus pollitos.

– ¿Llevártelo? -dijo ella, emocionada, con lágrimas en las mejillas-. ¿Llevártelo? ¡No te atreverás!

– Pero… ¿No te gusta? ¿He hecho mal? -inconscientemente, Luke se agachó también, de modo que sus ojos quedaron a la altura de los de Wendy.

Tomó su pañuelo y le secó las lágrimas. Wendy se había sentado en el suelo y sollozaba desconsoladamente, con Bruce en brazos. Pero también parecía sonreír. ¿Estaba riendo y llorando al mismo tiempo?

– ¿No quieres que me lo lleve? -preguntó él con cautela, y vio que ella se echaba a reír. Le sonreía a través de las lágrimas y sus ojos brillaban. Abrazaba al cachorro y sonreía y sonreía… y el corazón de Luke bombeaba como nunca antes lo había hecho.

– Luke, si supieras cuánto he deseado regalarle un cachorro a Gabbie… -murmuró ella-. En el hogar había perros entrenados para tratar con niños, y a Gabbie le encantaban. Pero no eran suyos y, cada vez que se mudaba, eran perros diferentes. Pero este pequeñín… Gabbie necesita tanto querer a alguien…

– Igual que tú -dijo él, pensativo, observando su cara. Empezaba a sentirse realmente bien. ¡Había acertado! Había hecho feliz a Wendy. ¡La había hecho feliz!

– Y yo también -dijo ella tímidamente-. Lo admito. Siempre he querido tener un perro. Ahora tengo a Gabbie y a Grace y a Bruce -se volvió para mirarlo con la misma expresión con que había mirado al perro-. Oh, Luke, gracias. No sé qué decir…

– No hace falta que digas nada -él le enjugó una última lágrima con el dedo.

Y, de pronto, estaba tan cerca de ella… Y era tan bonita… Uno tenía que ser inhumano para resistirse a una visión como aquella. Y él no lo era.

Se acercó a Wendy casi imperceptiblemente. Y la besó.

Y aquel beso tuvo el poder de cambiar el mundo. 0, al menos, el mundo de las dos personas cuyos labios se tocaron.

Wendy era fantástica. Sus labios, cálidos, suaves y carnosos, sabían ligeramente a las lágrimas que había derramado. Era maravillosa. Era parte de la magia de la noche, pensó Luke. Parte del descubrimiento de su regreso a casa. A casa…

Aquel era su hogar. Wendy era su hogar.

Esa dulce certeza que se abrió pasó suavemente a través de su conciencia. En ese momento descubrió que en su vida faltaba un vínculo que no había conocido hasta entonces.

¿Pero y Wendy?

La certeza que acababa de sentir Luke también la había tocado a ella. Era como un sortilegio que nublaba su cerebro, dejándola ajena a todo salvo al sabor de aquel hombre, a la fuera de sus manos que la sujetaban por los hombros, a la tibieza de su boca… Qué dolorosamente vacía estaba su vida sin… ¿Sin qué? ¿Sin un hombre? Aquella idea sacudió su cerebro como una descarga de un millón de voltios, dejándola rígida de miedo.

Luke todavía la estaba besando, pero, de pronto, todo pareció cambiar. La neblina se disipó. Ella había cometido antes aquel mismo error. Se había dejado llevar…

– ¡No! -de alguna forma, Wendy consiguió apartarse, con los ojos llenos de temor.

– Cariño, ¿qué ocurre?

¿Qué la había llamado? ¿«Cariño»? Debía de estar bromeando.

– ¿Qué diablos crees que estás haciendo? -Wendy apretó al cachorro contra sí.

Luke contestó con voz algo temblorosa.

– Pensaba que te estaba besando -esbozó una leve sonrisa-. Y que tú me besabas a mí.

– Debe de haber sido por el cachorro -balbuceó ella, poniéndose en pie-. Yo no quería…

– ¿No querías besarme? ¡Embustera!

– ¡Luke! -en su voz había auténtico disgusto. Luke lo notó y la miró con preocupación.

– Wendy, ¿qué te ocurre? -Esto es… ridículo.

– ¿Que nos besemos es ridículo?

– Sí -ella respiró hondo, intentando calmarse-. Tú eres mi jefe. Tenemos una relación laboral, nada más -cerró los ojos y abrazó a Bruce-. Nada más. Lo otro… sería un desastre.

Él asintió, observándola. Sabía que, si daba un paso hacia delante, ella huiría. Y él que no quería que eso ocurriera. «Tranquilízate», se dijo. La había asustado. Ninguna mujer a la que hubiera besado había reaccionado así. Pero Wendy, sí, y él deseaba desesperadamente que ella se quedara.

– Siempre beso a las mujeres cuando lloran -dijo con ligereza-. Es muy eficaz para parar el llanto.

– Yo no estaba llorando. Solo… me he emocionado un poquito al ver al cachorro -ella también procuró parecer sonreír-. ¿De veras es para Gabbie?

– Sí -él sonrió animosamente-. Pero será mejor dárselo mañana. Esta noche, puede dormir en mi cuarto -ella lo miró con asombro y él esbozó una sonrisa burlona-. Bueno, ¿qué te sorprende tanto?

– Supongo que eras el tipo de hombre que hace dormir al perro en la terraza.

– Sí, claro -Luke casi había conseguido controlar su voz-. Ya lo intenté. Más o menos.

– ¿Qué quieres decir?

– Lo metí en un caja de cartón cuando lo recogí en la tienda. Lo puse en el asiento de atrás del coche y allí duró exactamente cinco minutos. Al principio, gimió tanto que parecía que me perseguía un coche de policía con la alarma puesta. Luego, empezó a comerse la caja.

Una vez se la hubo comido, salió de ella y siguió gimiendo.

– ¡Oh, Luke! -los momentos de tensión habían pasado. Casi. Luke la había hecho reír-. ¿Qué hiciste?

– Lo que haría cualquier persona sensata -dijo él, suspirando-. Pasó el resto del viaje en mis rodillas, lo cual es ilegal y peligroso, pero también una forma razonablemente tranquila de llevar a un perro. Al caboo de una hora se quedó tan profundamente dormido que se deslizó al asiento de al lado. Pero incluso entonces siguió vigilándome. Así que, si lo dejamos en la terraza, ¿crees que tenemos alguna oportunidad de dormir esta noche?

– Ninguna, diría yo -dijo Wendy, sonriendo, y Luke asintió.

– Bueno, entonces, vamos. Tú pasarás la noche con tu bebé y yo con el mío. Espero que a ninguno de los dos les entre hambre. Y espero que el mío no ronque.

Pero roncaba.

Bruce durmió de un tirón, resoplando plácidamente en una cesta justo debajo de Luke. Sus ronquidos bastaban para volver loco a un hombre, pero, a decir verdad, no eran lo que mantenía despierto a Luke.

Tumbado en la cama de sus abuelos, Luke permaneció despierto en la oscuridad, buscando respuestas donde no las había. Ignoraba por qué se sentía así. Ni siquiera estaba seguro de lo que sentía. Solo sabía que, cada vez que veía a Wendy, su mundo parecía salirse de su eje.

La deseaba tanto que aquello no podía ser solo algo físico. ¿Pero por qué? Ella no era su tipo de mujer, se decía una y otra vez. ¿Cómo podía encajar en su vida?

No, podía. Luke no la veía entreteniendo a sus sofisticados amigos de la ciudad… Pero, de pronto, la idea de entretener a sus sofisticados amigos ya no le parecía apetecible, comparada con la idea de estar en la granja. De estar con Wendy.

Aquello era pasajero, se dijo, desesperado, dando vueltas en la cama y golpeando la almohada como si tuviera la culpa de algo. Lo que ocurría es que nunca había conocido a nadie como Wendy, y ella era una novedad. Se le pasaría. Si pasaba un poco más de tiempo allí…

Hmm. Un poco más de tiempo allí… La idea le gustó.

Bueno, ¿y por qué no? ¿Qué prisa tenía por volver a la ciudad, después de todo? Había llevado consigo su ordenador portátil. Tenía su teléfono móvil. Podía arreglar una de las habitaciones como despacho, hacerse instalar una conexión a Internet, y dedicarse a redescubrir de nuevo aquel lugar. Conocer a Gabbie y a Grace. Jugar con Bruce… Y dejar de obsesionarse con Wendy.

Sí, eso sería lo mejor. Al menos, tenía que intentarlo.

Wendy tampoco podía dormir. Mientras Luke daba vueltas en su cama, ella hacía lo mismo en la suya y hablaba con Grace.

– Es peligroso tu hermano -le dijo a la niña, que dormía profundamente-. Ha sido una tontería dejar que me besara… -inconscientemente, se llevó los dedos a los labios, buscando la impronta del beso de Luke. Había sido maravilloso-. ¡Qué estupidez! -dijo, con rabia-. A mí no me interesan los hombres. Y, sobre todo, no me interesa un ligue pasajero, y estoy segura de que él solo busca eso, un ligue pasajero.

Suspiró y se quedó pensando. Cuando volvió a hablar, la amargura había desaparecido y solo quedaba desolación en su voz.

– Luke no puede ofrecerme nada más -dijo, en la oscuridad-. Es un hombre que toma lo que desea, cuando lo desea. Cualquiera puede verlo. Es rico, viaja y está aquí una noche y a la otra se va. Así que, Wendy Maher, ya puedes ir olvidándote de estas estúpidas emociones. Contrólate, mujer.

Todo aquello estaba muy bien, se dijo una hora después, y a la siguiente. Pero aquellas advertencias eran completamente vanas, porque solo podía pensar en aquel beso.

Finalmente, se levantó y se acercó a la ventana para ver el mar. El magnífico coche de Luke estaba aparcado justo debajo de la terraza. Al verlo, su resolución se fortaleció.

– Es igual que Adam -murmuró-. Son todos iguales. ¡Hombres! Si le permites que se acerque… tendrás que dejar este, sitio maravilloso que tanto le gusta a Gabbie, y ya no podrás ocuparte de Grace…

«Es verdad».

– Así que, compórtate con sensatez.

«Sí, señora» -le respondió su corazón.

Wendy suspiró y volvió a la cama. Pero no consiguió dormir.

CAPÍTULO 7

EL LAMENTO habría podido oírse a gran distancia: un aullido agudo, triste y desolado que llenaba la casa y se extendía hacia el mar, creciendo en intensidad.

Dormido justo debajo de aquel sonido, Luke se despertó sobresaltado.

Wendy se incorporó y miró automáticamente a la cuna junto a su cama. Pero no era su bebé el que lloraba.

Y, en el cuarto de al lado, Gabbie dio un salto y se lanzó bajo las mantas de Wendy.

– ¿Qué es eso? ¿Qué es eso? -preguntó la niña, temblando como una hoja.

– No te asustes -Wendy contuvo un suspiro-. El tío Luke vino anoche y trajo una sorpresa para ti. Supongo que es lo que hace ese ruido.

La naricilla de Gabbie emergió de entre las mantas.

– ¿Una sorpresa? ¿Para mí?

– Sí. Ve a echar un vistazo. Ya sabes dónde duerme Luke.

El lamento seguía sonando en la oscuridad, y Gabbie se aferró a la mano de Wendy.

– ¿Esa es la sorpresa? Es horrible…

– No es horrible. Ve a verlo.

Gabbie dudó.

– No, si tú no vienes conmigo.

Dando un suspiro, Wendy apartó las mantas y metió los pies en las zapatillas. Se puso una bata y agarró de la mano a Gabbie. Un balbuceo procedente de la cuna les recordó que no estaban solas.

– Grace también quiere verlo -anunció Gabbie, y Wendy asintió.

– Por supuesto. Por qué no -tomó en brazos a la niña, que la miró con los ojos muy abiertos-. Tu hermano mayor está en casa -dijo ella-. Y le ha traído a Gabbie un regalo. Un regalo que quiere romper la barrera del sonido. Bueno, niñas. Vamos a verlo, antes de que nos rompa los tímpanos.

Bruce no era feliz. Se había despertado en un lugar extraño, con una persona extraña, y sin ningún perro a la vista. Su mamá no estaba. Ni sus hermanitos.

Había empezado a llorar a pleno pulmón. Y siguió llorando, aunque Luke lo tomó en brazos, le susurró y le ofreció comida y todo lo que un cachorro podía desear. Pero el perro no quería nada. Solo lloraba y lloraba y lloraba.

Y así fue como lo encontraron Wendy, Gabbie y Grace cuando abrieron con cautela la puerta del dormitorio. Luke estaba sentado en la cama, medio dormido, con su pijama azul pálido estampado con barquitos de color rojo brillante, y Bruce estaba sentado en su regazo, con el hocico apuntando hacia la luna, gimiendo con delectación.

Wendy se quedó paralizada al contemplar la escena.¡Tenían un aspecto verdaderamente cómico!

A su lado, Gabbie dio un profundo suspiro, impresionada. Entró en la habitación con la boca abierta.

– Es un perro -murmuró-. ¡Un perro!

– Un perro muy escandaloso -dijo Wendy.

– ¿Por qué llora? -susurró Gabbie, todavía agarrada a la mano de Wendy.

– Supongo que echa de menos a su mamá.

– ¿Y dónde está su mamá? -los enormes ojos de Gabbie se posaron sobre Luke con expresión de reproche.

– Eh, yo no le he robado a su madre -dijo Luke, ofendido-. Iban a venderlo de todas formas.

– ¿A venderlo?

– Los cachorros necesitan dueño -dijo Wendy suavemente, dándole un suave empujoncito a la niña-. El tío Luke decidió que tú serías la dueña de este cachorro. Creo que eso significa que, de ahora en adelante, tú eres su mamá. Si quieres, claro.

– Oh… -la niña dejó escapar un largo suspiro-. ¿Puedo ser su mamá? -murmuró.

– Necesita una mamá -dijo Luke, lanzando una mirada incierta a Wendy y luego volviendo a concentrarse en Gabbie-. *Yo lo he intentado, pero no ha dado resultado.

– ¿Y cómo voy a ser yo su madre? -Gabbie parecía completamente aturdida.

– Para empezar, puedes tomarlo en brazos y darle el desayuno -sugirió Wendy.

La niña se quedó pensativa mientras el cachorro seguía gimiendo. Después, Gabbie pareció tomar una decisión y soltó la mano de Wendy. Se acercó y puso la mano encima de la cabeza del perro.

– No llores, perrito -dijo.

El cachorro le lanzó una mirada titubeante… y siguió gimiendo.

Pero Gabbie comprendió instintivamente lo que debía hacer. Respiró hondo, lo tomó entre las manos y lo alzó hasta que los ojos del perro quedaron al nivel de los suyos.

– Eh, perrito, aquí se está muy bien -dijo, en tono serio-. Este sitio es para niños que no tienen mamá. Grace y yo no tenemos, y Wendy hace de nuestra mamá. Aquí estamos muy bien. Si quieres, yo seré tu mamá y nos divertiremos. Y podrás jugar con mi cubito.

De pronto, se hizo el silencio. Todo el mundo contuvo el aliento cuando Bruce pareció considerar sus opciones. Wendy y Luke se miraron sin respirar. La niña y el perro estaban nariz con nariz. El cachorro observó a su nueva dueña largamente y, luego, muy despacio, comenzó a menear la cola, sacó la lengua rosada y le lamió la nariz.

Luke miró a Wendy y sonrió con satisfacción, como si hubiera hecho un milagro. Lo que, si bien se miraba, era cierto, pensó Wendy. A pesar de sus peculiares pijamas.

Después de aquello, se tiraron todos a la cama. Era una cama muy grande. Luke ya estaba en ella; Gabbie y Bruce se metieron entre los cobertores y a Wendy le pareció ridículo quedarse allí, en la puerta, de pie, mientras Gabbie le decía que se acercara para comprobar lo suaves que eran las orejas de Bruce. Así que, Wendy se acercó y se sentó al borde de la cama, manteniéndose todo lo alejada que pudo del pijama de barquitos que tanto perturbaba su serenidad. Pero Bruce intentó lamer a Grace y la niña estiró sus bracitos alegremente, tratando de asir aquel nuevo y maravilloso juguete, y Wendy tuvo que separarlos y cayó de lado…

Y ya no pudo resistirse. Así que Luke y ella quedaron tendidos el uno junto al otro, riendo.

Aquello era maravilloso. Pero también… peligroso.

Luke sostenía a Grace en el aire, sobre su cabeza, y la hacía reír de placer. Gabbie y Bruce estaban en alguna parte, bajo la colcha. La cama no era lo bastante grande para que Wendy se mantuviera separada de Luke y, de todas formas, los hoyos del colchón se lo habrían impedido. La suave tela de su camisón rozaba el pijama de barquitos, y el calor que irradiaba del lado de Luke era tan seductor…

– Hay que hacer el desayuno -dijo Wendy de repente, incorporándose de un salto, sofocada-. Y hay que sacar al perro.

– No, no hace falta -dijo Luke perezosamente, y sonrió.

– Si conocieras a los cachorros… -cielos, ¿por qué tenía aquel hombre una sonrisa tan irresistible?

– En realidad, conozco muy bien a los cachorros -dijo él, mirando a Wendy con una sonrisa extraña que a ella le aceleró el corazón-. 0, mejor dicho, conozco a un cachorro en particular. Ese cachorro está muy, muy cerca de mí. Y, justo debajo de mi pie izquierdo, noto una zona húmeda y tibia. Eso me dice que ya no hace falta sacarlo. Confío en que tengamos lavadora, señorita Maher.

– Tenemos lavadora -ella intentó parecer enfadada, pero no lo logró-. ¿Justo… justo debajo de tu pie izquierdo?

– En este momento, debajo de mi pie derecho -dijo él, y volvió a alzar a Grace otra vez, sonriendo-. Y creo que también tú estás mojada, Grace Gray. Así que, me parece que Wendy tiene razón. Tenemos que levantarnos, cambiarte los pañales y desayunar… y luego empezaremos el día. Porque hoy quiero hacer muchas cosas. Muchísimas.

– ¿No vas…?. ¿No vas a volver a Sidney? -consiguió decir Wendy, fingiendo que no le importaba.

– No, Wendy, no voy a volver -dijo él. Estiró un brazo debajo de la colcha, sacó a Bruce y lo alzó. Tenía a Grace en una mano y al cachorro en otra, y los miraba a los dos-. He decidido pasar unos días aquí para… para conocer a mi nueva familia. ¡A toda mi nueva familia!

Una hora después, Wendy intentaba hacerse a la idea de que Luke había decidido quedarse mientras colgaba las sábanas recién lavadas en el tendedero. Luke tenía todo el derecho. Pero ella no quería que se quedara.

¿Por qué? Era importante que Luke conociera a Grace. Ella lo sabía. Entonces, ¿por qué la preocupaba tanto que se quedara?

Era por ella, se dijo amargamente. Por la forma en que él la hacía sentirse. Con Luke se sentía como no se había sentido nunca antes con un hombre. Ni siquiera con Adam. Cuando él entraba en una habitación, todo parecía iluminarse.

Luke había hechizado a las dos niñas. En ese momento, estaban tendidas con él en el césped, riendo y retozando. Luke enseñaba a Gabbie lo rápido que podía rodar colina abajo, hacía rodar a Grace de un lado a otro, y trataba de mantener al perrito alejado de las narices de las niñas. Gabbie parecía completamente encantada.

«Pero yo no», se dijo Wendy secamente. «No puedo permitírmelo. Solo soy su empleada».

Y, sin embargo…

– Wendy, necesitamos ayuda -de pronto, Luke apareció a su lado, le tendió una de las sábanas limpias y agarró un extremo para que la doblaran juntos.

– ¿Necesitamos ayuda? Soy yo la que está haciendo la colada -lo miró fijamente-. No habrás dejado a las niñas solas con el perro, ¿verdad?

– Bruce no va a comérselas. Y le he enseñado a Gabbie cómo tiene que agarrarlo para que no la muerda. Es una niña muy inteligente. No tiene de qué preocuparse, señorita. Todo está en orden.

– Pero…

– Y ahora que te he ayudado a tender la colada -dijo él-, te toca a ti ayudarme. Te necesito.

«Te necesito…». Dos simples palabras que tuvieron el poder de acelerarle el corazón a Wendy. ¡Ja! ¡Necesitarla! ¡Aquel hombre no necesitaba a nadie!

– ¿Para qué? -ella lo miró con desconfianza.

– Las canoas están aún en el sótano -dijo él-. Lo he mirado. Y hay chalecos salvavidas. Creo que incluso hay uno que puedo cortar para hacerle un flotador a Bruce. Hace una mañana preciosa, señorita Maher. El trabajo más urgente ya está hecho, así que olvídate de todo. Olvida las responsabilidades. En estos alrededores hay sitios maravillosos, y será un honor para mí enseñároslos.

– Pero…

– Nada de peros. Soy tu jefe, ¿recuerdas? -puso un dedo sobre los labios de Wendy, sin comprender las emociones que esa caricia desató en ella. Ni siquiera Wendy las comprendía.

Wendy estaba impresionada. Nunca había hecho nada parecido en toda su vida. Tuvo que quedarse simplemente sentada en un extremo de la canoa, agarrar a Grace y a Bruce… y maravillarse.

Luke, Wendy y Gabbie habían empujado la canoa, con Grace y Bruce en su interior, hasta la playa. Luego Luke les había puesto los salvavidas, había atado a Grace y a Bruce al chaleco de Wendy, y habían lanzado la canoa al agua.

En realidad, no había necesidad de llevar los salvavidas. Hacía un día radiante. El agua, de un azul transparente, estaba en calma, y Bruce, Grace y Gabbie estaban tan asombrados que apenas se movían.

A la izquierda de la granja, la playa daba paso a una serie de pequeños acantilados. Hacía allí dirigió Luke la canoa, manejándola como si no hubiera hecho otra cosa en su vida.

Wendy pensaba que solo darían un paseo junto a los acantilados, pero, para su sorpresa, Luke se dirigió directamente hacia las rocas. Justo cuando empezaba a preguntarse qué demonios hacía; vio que se dirigían a una abertura entre las rocas.

Luke no se detuvo. Aprovechando el impulso de una ola, dirigió la canoa hacia aquella abertura. Era la entrada de una cueva increíble. Sencillamente, mágica.

La primera caverna era grande, oscura y tenebrosa. Gabbie se aferró a Wendy, y Wendy se aferró a Grace y al cachorro, que no se movían. La canoa se adentró en la oscuridad. Y, luego, de repente, se abrió otra hendidura en la roca.

Wendy dejó escapar un suspiro de admiración y placer. La hendidura daba paso a otra cueva. Pero esta no era lúgubre, como la anterior, sino que estaba iluminada por un sinfín de fisuras que se abrían en la roca, hacia el cielo. El sol pasaba por ellas, reflejándose en el agua. Debajo de ellos, el mar apenas tenía un metro de profundidad. El fondo era arenoso y un millar de pececillos se deslizaban junto a la canoa.

Wendy parecía extasiada.

Luke se recostó en la canoa, sonriendo, satisfecho como si hubiera sacado aquel milagro de una botella.

– Esta es mi cueva -dijo, con orgullo-. Mi abuelo me la enseñó cuando tenía cuatro años y, según creo, soy la única persona que la conoce. Quería enseñárosla.

Le estaba hablando a Gabbie. Pero Wendy, al levantar la vista del agua, vio que la miraba a ella.

– Me apetecía enseñárosla -repitió él, más suavemente, y ella comprendió que hablaba solo para ella.

Su voz era como un beso, pensó ella. Mejor que un beso. Era como una declaración. Wendy se sonrojó y empezó a balbucir.

– Es… es maravillosa. Como… la… cueva de un pirata.

– Llena de tesoros -dijo él suavemente, sin dejar de mirarla.

¡Cielos! Aquel hombre hacía de la seducción un arte. Wendy se sentía cada vez más sofocada. Aturdida, abrazó a Grace y se inclinó sobre el agua.

– Podemos dejar aquí la canoa -le dijo Luke, llevando el bote hacia el extremo más alejado de la cueva, donde el agua lamía una amplia franja de suave arena.

Wendy estaba muda de asombro ante tanta belleza. Pero algunas de sus sensaciones no tenían nada que ver con aquel lugar, si no con el modo en que Luke la miraba, con la forma en que la tomó de la mano al ayudarla al salir de la canoa y con su forma de mirarla, como si adivinara lo que sentía.

Menos mal que estaban allí las niñas. Si no…

– Esto es precioso -dijo Gabbie, maravillada-. ¿Podemos nadar un poco con los peces?

– Claro -dijo Luke-. Este es el mejor sitio del mundo para nadar. Los peces son muy tímidos y el agua no cubre. Convencí a Wendy de que trajera bañadores, toallas y algo de comer, así que el día es nuestro, y la cueva es nuestra, y el resto del mundo no existe.

– ¿Has traído tu teléfono móvil? -preguntó Wendy con cierto atisbo de amargura en la voz, pero Luke no pareció ofenderse.

– No, señorita Cínica, no he traído mi teléfono móvil -le dijo-. Me he tomado el día libre.

– ¿Y crees que el mundo lo soportará?

– Espero que sí -dijo él suavemente, mirándola a la cara-. Y, si el mundo logra sobrevivir sin mí, entonces ¿quién sabe si no me tomaré más tiempo para conocer a mi familia?

– ¿Cuánto tiempo va a quedarse?

– No lo sé. Unas semanas -dijo Wendy nerviosamente a través del teléfono-. Ha montado su despacho en una de las habitaciones pequeñas. Pasa allí un par de horas cada mañana, pero el resto del tiempo…

– ¿Lo pasa contigo? -preguntó Shanni.

– Con las niñas -contestó Wendy.

– Sí, pero tú estás con ellas.

– Sí -Wendy intentó tranquilizarse, pero no lo consiguió. Luke llevaba allí una semana, y ella cada vez estaba más inquieta-. Esto no formaba parte del acuerdo. Shanni, no sé cómo controlar esta situación.

– La mayoría de las niñeras trabajan en casa de sus jefes -dijo Shanni con cautela.

– Pero él dijo que no se quedaría…

– ¿Crees que es malo para las niñas? -la interrumpió Shanni. Wendy no se estaba explicando muy bien.

– No. Por supuesto que no. Gabbie está enamorada de él. Y está muy encariñado con Grace.

– Bueno, entonces, ¿cuál es el problema? -preguntó Shanni.

– Yo…

– ¿No te estarás enamorando de él tú también?

– No. Claro que no.

– Entonces, lo que necesitas es un buen contrato -dijo Shanni con vivacidad-. ¿Quieres que Nick te redacte uno conveniente?

– Ya tenemos un contrato.

– ¿Incluye vacaciones pagadas? ¿Días festivos? ¿Que el jefe se quede en su mitad de la casa entre la puesta y la salida del sol?

– Shanni…

– Tienes que tener mucho cuidado -gorjeó Shanni-. Me da la impresión de que ese hombre te tiene muy confundida.

– Sí -Wendy respiró hondo-. Shanni…

– Sí, cariño -su amiga percibió la preocupación que había en la voz de Wendy y reaccionó inmediatamente-. De acuerdo. Dejaré de bromear. ¿De veras estás preocupada?

– Quiere… quiere llevarnos a dar una vuelta.

Silencio. Poca gente podía comprender lo que aquello significaba para Wendy.

– ¿En su coche?

– Ajá.

– Tendrás que afrontarlo, querida -dijo Shanni con su mejor tono de institutriz, haciendo que Wendy estuviera a punto de reírse. Shanni también se rio, pero luego volvió a ponerse seria-. Debes recobrar la confianza, Wendy.

– Sí, pero Gabbie…

«Debes recobrar la confianza».

Eso lo resumía todo, pensó Wendy cuando colgó el teléfono. Aquel era el trabajo perfecto. Debía relajarse y dejar de pensar que Luke intentaba seducirla. Debía dejar de pensar que Luke pondría en peligro a las niñas cada vez que las montaba en su flamante coche.

Debía tener confianza. Pero no la tenía. En absoluto.

– ¿Cuánto tiempo piensas quedarte?

No debía preguntárselo, pero ya habían pasado diez días y Luke no mostraba signos de querer marcharse. Por el contrario, cada vez se implicaba más en las tareas dula casa. Se había hecho responsable de educar a Bruce; había ido a Bay Beach y había comprado un montón de libros infantiles; y cada noche se sentaba en la terraza con Gabbie e intentaba enseñarla a leer. Gabbie estaba tan excitada que apenas se separaba de sus libros nuevos.

Al verlos juntos, Wendy sentía una punzada de celos por la relación que se estaba creando entre ellos.

– Ven. Ayúdanos a leer -decía Luke a menudo, mirándola, pero ella se retiraba al interior de la casa para hacer alguna cosa trivial. Porque sentarse allí mientras ellos leían era cautivador y maravilloso… y, en resumen, peligroso.

Habían pasado diez días y la tensión había crecido hasta el punto de que Wendy pensó que iba a estallar. Como en ese momento. ¡El estaba tan cerca! Las niñas estaban en la cama y ella fregaba los platos de la cena. Luke había vuelto después de poner a Bruce en su cesto y había empezado a secar los platos. Como un marido. De repente, a Wendy aquello le pareció demasiado. Aquella intimidad que crecía a cada minuto…

– ¿Cuánto tiempo vas a quedarte? -preguntó de nuevo cuando él no respondió y la miró con una sonrisa inquisitiva.

– ¿Estoy invadiendo tu terreno?

Ella concentró toda su atención en una diminuta mancha que había en la sartén.

– Sí. Un poco. No sabía que pensaras quedarte.

– No pensaba hacerlo -dijo él seriamente-. Pero las cosas cambian.

– ¿Qué cosas?

Aquello fue un error. En cuanto hizo aquella pregunta, Wendy comprendió que se había equivocado. Porque requería una respuesta. Pero la pregunta quedó suspendida en el aire, como una espada desenfundada que amenazara con destruir todo a su alrededor.

– La gente cambia -dijo él suavemente. Dejó el paño de cocina y la miró directamente-. Yo, por ejemplo. Hace dos semanas, si me hubieras preguntado qué pensaba del campo, te habría dicho que, era el infierno. Estar encerrado en el campo con una mujer y dos niñas… Pero, ahora, estoy empezando a pensar que el infiernoo es estar fuera de aquí.

– Supongo… supongo que es por Grace -dijo ella, titubeando, todavía concentrada en su sartén.

Pero, de pronto, Luke le quitó la sartén, la agarró de las manos y la miró a los ojos como si fuera a declarársele.

Y eso fue lo que hizo. Ella no pudo impedírselo.

– No, Wendy -dijo él suavemente. Al percibir la mirada de angustia de Wendy, esbozó otra de sus sonrisas inquisitivas-. Sé que todo ha sucedido muy deprisa. Sé que estás asustada. De veras quisiera decir que he decidido quedarme porque me he enamorado de mi hermanita… o de Gabbie y de Bruce… pero la verdad es, amor mío, que me he enamorado de ti. De ti, Wendy.

– Luke.

– No tengas miedo -dijo él, muy serio. Y luego le sonrió con una sonrisa tan turbadora que a Wendy se le aceleró el corazón-. No quiero asustarte. No te presionaré para hacer nada que no quieras hacer, amor mío. Pero lo cierto es, Wendy, que nunca me había enamorado así de nadie. Nunca pensé que podría enamorarme y, sin embargo, estoy totalmente cautivado por ti, y estoy dispuesto a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta para conseguir que ese miedo desaparezca de tus ojos.

Ella trató de apartarse, pero él no lo consintió, y la sujetó con más fuerza.

– Es inútil -logró decir ella, y su sombría mirada de rechazo hizo que Luke frunciera el ceño.

– Me gustaría saber por qué no me das una oportunidad -dijo él suavemente-. ¿Tan espantoso soy?

– No. ¡Digo sí! -ella retrocedió. Luke la soltó y se quedó mirándola mientras ella volvía a fregar furiosamente su sartén-. No quiero tener una relación.

– Tu marido murió hace seis años -dijo él-. ¿Acaso no piensas volver a tener una relación nunca más?

– ¡Sí!

– Debía de ser un hombre excepcional.

– Sí -ella sacudió la cabeza y luego se dio cuenta, furiosa, de que tenía los ojos llenos de lágrimas. Bien, pensó. Era preferible que Luke creyera que era su dolor por la muerte de Adam lo que la mantenía alejada de él-. El matrimonio… el compromiso… es algo que solo se da una vez -logró decir-. 0, al menos, así es para mí. Y si sigues actuando… tan ridículamente… tendrás que buscarte otra niñera. Porque Gabbie y yo tendremos que mudarnos.

– Eso sería una locura.

– Sí -dijo ella, furiosa-. Lo sería. Estropear una buena relación laboral solo porque quieres tener un lío…

– Yo no quiero un lío, Wendy -dijo él, y ella le lanzó una mirada asombrada. Cielos, casi parecía que lo decía sinceramente.

– Pero solo sería eso -replicó ella-. Somos dos personas completamente opuestas. Yo soy tu empleada, Luke Grey, y quiero seguir siéndolo. Así que, es eso o nada. Ahora, ¿volverás a Sidney… o a Nueva York… o adónde sea? ¿0 no?

– No -dijo él con firmeza-. Estoy muy bien aquí. De acuerdo, no quieres que te toque. Podré soportarlo. Soy un hombre paciente. Así que, finjamos que me quedo por el bien de las niñas, y acostúmbrate a tenerme cerca. Porque voy a quedarme mucho tiempo… por el bien de las niñas. ¿De acuerdo?

– Luke…

– Así son las cosas -dijo él con dureza, recogiendo el paño de cocina para seguir secando los platos-. Parece que no tenemos elección. Ninguno de los dos.

Aquello era muy fácil de decir, se dijo a sí mismo aquella noche, en la cama. Era fácil decir que tenía todo el tiempo del mundo. Y, en cierto sentido, lo tenía. Había reorganizado su trabajo de modo que podía trabajar desde la granja viajando solo de vez en cuando.

¿Pero cómo iba a mantenerse apartado de Wendy, si cada minuto que pasaba la deseaba más, con un deseo que nunca antes había conocido?

CAPÍTULO 8

LUKE y Gabbie estaban a mitad de un cuento muy emocionante cuando llegó un coche. La chica que salió de él tenía más o menos la edad de Wendy, y era vivaz y bonita. Acostumbrado a que Gabbie corriera a esconderse cada vez que llegaba alguien, Luke se quedó perplejo al ver que la niña se lanzaba escaleras abajo para abrazar a la recién llegada. Esta la recibió con idéntica alegría. La tomó en brazos, dio varias vueltas con ella y luego la llevó a la terraza. Allí, Shanni se dejó caer en una tumbona, suspirando con alivio y mirando a Luke con satisfacción.

– Hola. Soy Shanni Daniels, maestra de la guardería local y amiga de Wendy -dijo plácidamente. Estiró una mano para apartar a Bruce, que había empezado a lamerla-. Abajo, perrito. Tu cachorro es muy bonito, Gabbie, pero ya me he bañado hoy -sonrió a Luke-. Supongo que usted es Luke.

Su sonrisa era contagiosa y Luke se la devolvió.

– Sí, soy Luke.

– Estupendo. Maravilloso. Si no me pide que me levante y le estreche la mano, tendrá una amiga para toda la vida -rezongó ella teatralmente-. Tampoco se moleste en ofrecerme un refresco. A menos… -sus ojos brillaron de ansiedad- a menos que tenga pepinillos a mano.

Luke sonrió y se sentó en una silla junto a ella, mientras Gabbie y Bruce brincaban alegremente por la terraza.

– Lo siento -le dijo, con simpatía-. Wendy ha ido a la ciudad a hacer la compra, pero no recuerdo que pusiéramos pepinillos en la lista.

– Entonces es que no está embarazado. Hace usted bien. Qué suerte, ser un hombre… -se palmeó alegremente la tripa, todavía muy plana, y luego concentró toda su atención en Luke. Lo que vio pareció satisfacerla-. Estupendo -dijo.

– ¿Perdón?

– Oh, nada -dijo ella con vivacidad-. En realidad, sabía que Wendy estaba en la ciudad. La he visto en el aparcamiento del supermercado y he hablado con ella un momento. Me he fijado en que ya no lleva el Aston Martin.

– Hemos comprado un coche familiar. A ella le gusta más -dijo Luke sucintamente. Su sonrisa se desvaneció-. Así que, sabía que Wendy estaba en la ciudad.

– Sí, pero, a pesar de todo, he venido -Shanni le dirigió una sonrisa maliciosa-. Quería echarle un vistazo mientras ella no estaba -confesó-. Verá, Wendy no me dejaba venir a visitarlo.

El parpadeó. ¿A qué jugaba Wendy? ¿A la empleada protectora?

– Eso está muy bien por parte de Wendy -dijo cautelosamente-. Pero no me desagradan las visitas.

Ella se echó a reír.

– No, eso no está nada bien. Si pensara que es porque quiere proteger su intimidad, o porque quiere guardárselo solo para ella, no habría venido. Pero lo que pasa es que no quiere que me entrometa.

– ¿Suele usted entrometerse? -Luke estaba fascinado.

– Oh, sí, todo el tiempo -confesó ella-. En cuanto a Wendy…

– ¿Qué pasa con Wendy? Ella lo observó fijamente.

– ¿Por qué se ha quedado aquí, Luke? Wendy me dijo que no pensaba hacerlo.

– Eso fue antes de… antes de…

– ¿Antes de enamorarse de ella?

Luke se quedó boquiabierto. ¡Vaya pregunta! Bajó la cara, disgustado, pero Shanni levantó las manos con un gesto de disculpa.

– Oh, por favor, no se ponga así y no me diga que no me entrometa -le rogó-. Se me da fatal no entrometerme, y le tengo tanto afecto a Wendy… Como le decía, la he visto en la ciudad y me ha dicho que todavía estaba usted aquí y que ojalá no estuviera… y que usted dijo al principio que no pensaba quedarse y que ella se siente muy incómoda con su decisión -sus vivos ojos escrutaron los de Luke-. Tengo razón, ¿verdad? -dijo, sonriendo otra vez-. Está enamorado de ella.

Luke se recostó en la silla y contempló a aquella sorprendente amiga de Wendy. Shanni le sostuvo la mirada con determinación. Y, de pronto, fue como si no hubiera nada más que decir.

– Sí -dijo él sencillamente-. Por supuesto, estoy enamorado de ella.

– ¡Sí! -exclamó ella-. Por supuesto que lo está. Wendy es maravillosa. No entiendo cómo no está todo el mundo enamorado de ella. Bueno, bueno, esto es muy satisfactorio.

– ¿Y puede decirme cómo puede ser satisfactorio si ni siquiera me deja que me acerque a ella?

– ¿Sabe usted que estuvo casada? -le preguntó Shanni, yendo al grano. Ignoró el desagrado que apareció en la expresión de Luke. Aquella conversación era absolutamente inapropiada entre dos extraños, pero a ella parecía no importarle.

– Sí, lo sabía -Luke apretó los dientes-. Con Adam, la perfección personificada.

– Yo no diría tanto -dijo Shanni con cautela.

– Pues, al parecer, el problema es esa perfección -Luke meneó la cabeza, desalentado-. Wendy dice que es mujer de un solo hombre. Que se casó para siempre. Contra eso, yo no puedo hacer nada.

Shanni se quedó pensándolo, con expresión seria.

– No debería usted ser rico, ni guapo -dijo-. Si Wendy sintiera lástima por usted, tendría más posibilidades.

– Oh, fantástico -dijo él amargamente-. Eso es muy alentador. ¿Pretende que renuncie a mi fortuna, que me vuelva cojo, o deforme, o que olvide un poquito mi higiene personal? No quiero su compasión.

Ella se echó a reír, puso las manos detrás de la cabeza y lo observó detenidamente.

– Bueno, tal vez esa no sea la solución. ¿Wendy le ha contado algo sobre Adam?

– Solo que era perfecto.

– Ella no puede haberle dicho eso, porque no es verdad -dijo Shanni francamente-. Adam era rico e irresponsable. Wendy y él solo llevaban seis meses casados cuando, un día, él intentó adelantar a un camión en medio de una lluvia torrencial. De frente venía otro coche, pero Adam pensó que su magnífico coche sería lo bastante rápido como para adelantar al camión antes de chocar. Se equivocó. Se mató, mató a un bebé que iba en el otro coche, y mandó a Wendy al hospital seis largos meses.

Luke se quedó mirando a Shanni, horrorizado e incrédulo. Shanni lo miró serenamente, observando su reacción. Lo que vio pareció satisfacerla, porque asintió y se puso en pie.

– ¿Ve? Ya sabía yo que no se lo había contado todo. Wendy nunca habla de ello. En la ciudad, todo el mundo sabe que su marido murió en un accidente y que ella quedó gravemente herida, pero no que Adam fue responsable de la muerte de un niño. Solo lo sé yo. Ella se siente de algún modo responsable de aquello. Porque no detuvo a Adam.

– ¿Por qué me lo cuenta?

– Porque es importante -dijo ella-. Y porque estoy segura de que usted es importante para Wendy. 0 que puede llegar a serlo. Verá, ella está distinta. Hay algo en usted que la ha hecho cambiar. Está… no sé… iluminada, de algún modo. Pero sé que nunca dejará que usted se le acerque si cree que es como Adam.

– No lo soy.

– No -había suficiente duda en su voz como para picar el orgullo de Luke. Este se levantó y sostuvo fríamente la mirada de Shanni.

– Si usted cree que… Si Wendy cree que…

– Si ella lo cree, está en su mano hacerle cambiar de opinión.

– No -él cerró los ojos y, cuando los volvió a abrir, tenía una expresión sombría-. No puedo convencerla de algo tan elemental. Tiene que darse cuenta por sí misma. Es verdad, estoy muy enamorado de Wendy. Ella es… diferente. Pero no voy a pedirle que confíe en mí. Eso tiene que salir de ella.

Shanni lo miró largamente y luego suspiró.

– Tiene razón, por supuesto -dijo tristemente-. Pero no está de más que sepa a lo que se enfrenta. Y, además, hay mucho tiempo -volvió a sonreír persuasivamente-. ¿Sabía que mañana es su cumpleaños?

– No, no lo sabía -dijo él, sorprendido.

– Puede darle una sorpresa -dijo Shanni-. ¿Por qué no la lleva a cenar? Y me refiero a una verdadera cena. Hace años que Wendy no se toma un día libre. ¿Qué le parece llevarla a un sitio realmente especial? A Whispering Palms, por ejemplo. Es un restaurante precioso, al sur de la ciudad. A Wendy le vendrá bien tomarse una noche libre, lejos de los niños. Y, con un hombre como usted, podría incluso…

– Ya, ya -él sonrió-. Me hago una idea -sacudió la cabeza-. Pero Wendy no querrá dejar sola a Gabbie.

– Oh, sí querrá, si Nick, Harry y yo llegamos por sorpresa y nos quedamos con ella -dijo Shanni-. Gabbie confía en mí y se lleva muy bien con Harry, mi hijo, y con Nick. Si nos presentamos sobre las cinco, con una tarta de cumpleaños, y os animamos a salir… -observó pensativamente la casa-. Nos traeremos los pijamas y pasaremos aquí la noche. Así tendrá todo el tiempo del mundo.

– ¿Para qué?

– Si usted no lo sabe, no seré yo quien se lo diga -contestó ella, divertida-. Pero esta podría ser una buena oportunidad, Luke Grey. Si yo fuera usted, no la desperdiciaría.

¿Y cómo iba a rechazar él una invitación semejante?

Sábado.

Luke estuvo inquieto todo el día y, sobre las cinco de la tarde, Wendy estaba convencida de que pasaba algo raro. Aunque procuraba mantenerse a distancia, estaba pendiente de los cambios de humor de Luke. Y él estaba muy nervioso, aunque Wendy no sabía por qué.

0 no lo supo hasta que vio el coche familiar aparcado en el patio delantero. Nick, Shanni y Harry la saludaron alegremente por las ventanillas. Cuando se abrió la puerta del pasajero, Wendy vio que Shanni llevaba una gran tarta de cumpleaños que parecía…

– ¡Un cachorro de basset-hound!

La tarta era casi una réplica de la cabeza de Bruce, con velas en el hocico.

– Sí, porque hemos pensado que, además de tu cumpleaños, podíamos darle una fiesta de bienvenida a Bruce -explicó Shanni entre risas, presentaciones y felicitaciones-. Hasta pensamos traer a Darryl, nuestra gata, pero luego Nick dijo que era mejor no hacerlo.

– En efecto -dijo Nick, estrechando la mano a Luke-. Así que, tú eres la nueva víctima de los enredos de Shanni, ¿no? Acepta un consejo: escapa mientras puedas.

– Sí, claro, como hiciste tú -dijo Shanni, burlona-. Por eso te casaste conmigo. Wendy… -se volvió hacia ella-, ¿te ha dicho Luke dónde va a llevarte esta noche?

Wendy parecía completamente sorprendida.

– No, no me lo ha dicho.

– Dile dónde vas a llevarla, Luke.

– A Whispering Palms… -dijo Luke, tan rápidamente que Wendy lo miró asombrada.

– Es un sitio muy agradable -dijo Shanni con aprobación-. ¿No es cierto, Nick?

– Es el sitio más caro a este lado de Sidney -dijo Nick.

– Yo no pienso ir a Whispering Palms -dijo Wendy bruscamente.

– No seas tonta, cariño. Claro que vas a ir -sonrió Shanni-. Solo tienes que apagar las velas, tomarte un trozo de tarta para celebrarlo con los niños, y luego Nick y yo seguiremos divirtiéndonos con tu camada mientras Luke y tú salís a divertiros.

– No quiero…

– Claro que quieres -dijo Shanni-. A Nick y a mí nos ha costado mucho organizarlo todo esto. No todos los días el juez de la ciudad se ofrece a hacer de niñera… y a pasar la noche aquí para que no tengas que preocuparte de la hora. Así que, ya puedes ir a ponerte ese precioso vestido de seda de color melocotón que te pusiste en nuestra boda.

– ¡Shanni!

– Este es nuestro regalo de cumpleaños -gimió Shanni, haciendo pucheros-. No me digas que no lo quieres.

Wendy no sabía si reír o llorar.

– Shanni, eres una embaucadora. ¡Esto es un chantaje!

– Un chantaje muy agradable -dijo Shanni, y volvió a sonreír-. Vamos a encender las velas y luego podréis marcharos. Para pasar una inolvidable velada de cumpleaños.

Aquello no podía funcionar.

En cuanto dejaron atrás la granja, Luke comprendió que se encaminaba hacia el desastre. No hubiera debido dejarse convencer por Shanni, pensó sombríamente. Sabía que a Wendy no le gustaría.

¿Pero por qué no? Cualquiera de las mujeres con las que había salido hubiera matado por pasar una velada así.

Para empezar, la tarde era perfecta, cálida y balsámica y sin una pizca de viento. Por otra parte, Luke llevaba su mejor traje, y sabía que le sentaba bien. Y Wendy… Cuando apareció vestida con su suave traje de seda, simplemente lo dejó sin aliento.

El vestido tenía un escote de caja alto, pero que dejaba ver el principio de su canalillo. Tenía mangas japonesas e iba abotonado sobre el pecho con diminutas cuentas de madreperla. La tela, suave y vaporosa, se ajustaba como un guante a sus caderas y a sus piernas, mostrando cada curva de su espléndido cuerpo.

Allí, sentada en aquel magnífico coche, con los rizos sueltos agitados por el viento mientras se dirigían al restaurante, Wendy era la criatura más bella que Luke hubiera visto en toda su vida. Pero no parecía contenta.

– Wendy, ¿quieres hacer el favor de relajarte? -dijo él-. Las niñas estarán bien con Nick y Shanni.

– Lo sé.

– Entonces, ¿qué te pasa?

Ella sacudió la cabeza e intentó componer una sonrisa.

– No lo sé. Nada. Me estoy comportando como una estúpida. Esto… esto es realmente maravilloso, Luke.

Una verdadera sorpresa de cumpleaños. Pero no era maravilloso. Luke paró el coche en el aparcamiento del Whispering Palms, la tomó de la mano con determinación y la condujo al restaurante. Pero sabía que aquello no era maravilloso en absoluto.

Aunque debía serlo. El restaurante era de ensueño. Se componía de una serie de casas de madera construidas entre el bosque y la playa. Las paredes se abrían en las noches balsámicas como aquella, de modo que los amantes podían cenar arrullados por el sonido del mar y por la suave brisa que susurraba entre los árboles.

Pero Wendy parecía tensa. Cuando el maitre les condujo hasta su mesa, Luke se detuvo de pronto.

– No -dijo.

El camarero se paró y lo miró, extrañado.

– ¿Señor?

– Esta mesa no me gusta -dijo Luke suavemente, mirando a Wendy-. Necesitamos más intimidad.

– ¿Una mesa apartada? -el hombre sonrió con aprobación-. Eso puede arreglarse.

Pero Luke sacudió la cabeza.

– No me refiero a eso. Permítame un momento. Wendy, espera aquí, por favor -dejó a Wendy de pie junto a la mesa que les habían reservado e indicó al hombre que se acercara al mostrador de recepción-. Hay poca gente esta noche, ¿verdad?

– Sí, señor -el hombre miró a su alrededor. El restaurante estaba casi vacío.

– Entonces, si quisiéramos cenar en la playa…

– ¿Perdón?

Luke tomó una carta y la estudió un momento.

– Voy a pedir ahora mismo -dijo-. Luego, si puede arreglarlo, me gustaría que nos sirvieran la cena en la playa… justo a la vuelta del acantilado, junto, a la desembocadura del río, desde donde no se ve el restaurante. Quiero el servicio completo, pero, después del postre y el café, no quiero que nadie nos moleste. Pueden recogerlo todo por la mañana.

– ¡Pero señor! -el hombre se quedó perplejo ante tan extraordinaria petición-. No creo que…

Pero Luke abrió su cartera. Con una rápida mirada para asegurarse de que Wendy no estaba mirando, sacó tal cantidad de dinero que el hombre se quedó boquiabierto.

– Esto es por la cena, por el servicio extra y por las molestias. ¿Puede arreglarlo?

El hombre miró el dinero y las comisuras de sus labios se curvaron en un principio de sonrisa.

– Por supuesto que sí, señor -dijo, por fin-. Será un placer. Y, si me permite decirlo, es la idea más romántica que he oído nunca. Quizá podríamos inaugurar un nuevo servicio…

Así pues, en lugar de ser conducida a una de las sillas de terciopelo púrpura, Wendy fue guiada de nuevo al exterior.

– Vamos -dijo Luke, tomándola de la mano otra vez-. Por esas escaleras, Wendy. Vamos a la playa.

– Luke…

– No discutas -dijo él, y sonrió-. Van a servimos la cena, pero lo harán ahí abajo -levantó un farolillo que previamente había estado colocado en el mostrador de recepción, pero que había sido donado para mejor causa-. ¡He aquí nuestra luz! Vamos, señora mía. La cena nos espera.

Aquello estaba mucho mejor.

La atmósfera todavía era un poco tensa, pero era preferible a la formalidad del restaurante. Wendy estaba aturdida, pero parecía haber recuperado el sentido del humor, a pesar de sus recelos. La habían llevado allí casi a la fuerza, pero estaba empezando a disfrutar de la situación.

Los camareros, fingiendo que aquello era perfectamente normal, los siguieron por la playa hasta la desembocadura del río, unos cincuenta metros más allá. Esperaron pacientemente mientras Luke elegía un rincón apartado entre las dunas, y luego colocaron lo que habían llevado: una manta de picnic,. un candelabro con velas que procedieron a encender, cubiertos de plata relucientes, una cesta con panecillos calientes, mantequilla, copas, champán…

– Esto es de película -dijo Wendy, mirando con asombro el magnífico mantel, y no puedo evitar echarse a reír-. Cielos, nunca he visto tanta ostentación…

– Esto no es ostentación -dijo Luke con severidad-. Ostentación es lo de ahí arriba. Esto es un picnic.

Wendy contempló la playa y la senda que subía hacia el restaurante. Un camarero se acercó con dos bandejas de plata. Caminó solemnemente por la arena hacia su improvisada mesa y dejó las espléndidas bandejas delante de ellos con toda ceremonia.

– ¿Un picnic? -preguntó Wendy.

– Espero que te guste la langosta -dijo él-. Porque esta es la mejor langosta de Bay Beach.

A Wendy le gustaba la langosta. Y, a pesar de sus recelos, le encantó aquella extraña cena. Al principio, intentó con todas sus fuerzas mantenerse distante y formal, pero no lo consiguió, porque Luke mantenía una cómica actitud de donjuán, y los camareros iban y venían, serios e impasibles, caminando sobre la arena, llevándoles un plato magnífico tras otro.

– Deben de pensar que estamos locos -dijo ella, y Luke sonrió.

– Lo estamos -dijo él-. Pero a mí me gusta -sirvió más café de una jarrita de plata y le ofreció una bandeja con bombones artesanales-. Me parece que están rellenos de cerezas. ¡Hmm! Prueba uno.

– Si como algo más, explotaré -dijo ella, sacudiendo la cabeza-. No. Ya es suficiente, Luke -contempló la playa, esperando que algún camarero fuera a recoger la mesa, pero no apareció ninguno. La cena había acabado y estaban solos.

Hubo un silencio.

Luke se había puesto serio. Estaba bebiendo su café y mirándola a la luz de las velas. La suave brisa desordenaba los rizos de Wendy en tomo a su cara. Las sombras que proyectaban las velas danzaban en su rostro. Estaba muy, muy guapa.

– Es hora de volver a casa -dijo ella, azorada, e hizo amago de levantarse.

– No -Luke dejó su taza y la tomó de la mano, haciendo que se sentara a su lado-. Después de una cena como esta, hay que hacer ejercicio.

– Ah, sí, tal vez una carrerita por la playa -dijo ella, casi sin aliento-. Supongo que lo dices en broma -intentó retirar la mano, pero él no la dejó-. Luke, esto ha sido maravilloso, pero…

– La noche todavía es joven -dijo él-. Hace calor, la playa es preciosa y no tenemos que preocuparnos de nada. Así que, ¿qué podemos hacer? Ya lo tengo. Vamos a ver si encontramos camarones.

– ¿Camarones?

– Por si no lo has notado, hay luna creciente -dijo él-. Es el mejor momento para buscar camarones. 0 para atraparlos, si tuviéramos una red, pero creo que tendremos que contentamos solo con verlos.

– ¿Dónde? -a pesar de sus protestas, Wendy estaba fascinada.

– En el río -dijo él; alzando el farolillo-. Vamos, Wendy Maher. Divirtámonos un poco.

– Pero…

– ¿Pero qué? -él la traspasó con una mirada inquisitiva y, luego, sonrió-. ¿Por qué me miras como si fuera a morderte? ¿Acaso crees que he organizado esto para seducirte y no para pescar camarones? ¿Cómo puedes pensar tal cosa? -dijo, con voz lastimera, y Wendy tuvo que sonreír

– ¿Quieres decir que no has pensado en seducirme ni una sola vez?

Él pareció pensárselo seriamente y después sonrió suavemente, con cierto aire burlón.

– Bueno, supongo que podría cambiar mis planes -dijo, pensativo-. Si realmente quieres que te seduzca el día de tu cumpleaños…

– ¡No!

– Entonces, vamos a buscar camarones -dijo él.

Pero los camarones eran difíciles de encontrar. Luke la llevó a la orilla del río. Allí, donde el río se encontraba con el mar, la desembocadura se abría en una amplia e intrincada red de arroyuelos de unos pocos centímetros de profundidad. El agua que la marea había depositado en las pozas que se formaban entre los brazos del río estaba muy quieta y caliente. Wendy se quitó los zapatos, esperando encontrar agua fría. Pero el agua estaba casi a la temperatura del cuerpo. Se quedó en la orilla y observó a Luke escudriñar el agua, subiendo y bajando el farol.

– ¿No ha habido suerte?

– Tienen que estar aquí, en alguna parte -dijo él, como si encontrar un camarón fuera la cosa más importante del mundo.

– ¿Has venido otras veces?

– Solía venir con mi abuelo, hace muchos años, antes de que construyeran el restaurante.

– Quizás a los camarones no les gusten los turistas.

– Los camarones no tienen tan buen gusto -él sonrió en la oscuridad-. ¿Dónde demonios estarán?

– ¡Ahí! -Wendy señaló una sombra que cruzaba bajo ella-. Creo que he visto uno. Era casi transparente.

– Necesitamos una linterna acuática -gruñó Luke, y su expresión de disgusto hizo reír a Wendy.

– Sí, los farolillos de aceite no son muy eficaces bajo el agua. Mira, ahí hay otro. Son casi invisibles.

– ¡Lo tengo! No, se me ha escapado. Tienes razón; son transparentes. Se me había olvidado.

– Es un mecanismo de defensa.

– Fantástico. Y vienen aquí para aparearse. ¿Cómo demonios lo conseguirán?

– ¿Perdón? -Wendy parpadeó.

– Se supone que vienen a los estuarios a desovar -dijo él-. Pero vienen cuando apenas hay luna, y son prácticamente transparentes. Imagínate que fueras un camarón macho buscando un camarón hembra…

– Debe de ser muy difícil -convino Wendy. Sentía escalofríos que subían y bajaban por su espalda. Cielos, necesitaba agua fría. Necesitaba refrescarse.

Al igual que ella, Luke se había quitado los zapatos. Se había arremangado los pantalones y estaba metido hasta las rodillas en el agua, con su espléndida chaqueta de traje y su corbata, mirando intensamente el agua y hablando de camarones macho y camarones hembra. De pronto, Wendy sintió como si la arena comenzara a ceder bajo sus pies.

– ¿Cómo crees que la encontrará? El camarón macho a la camarona, quiero decir -preguntó Luke.

– Tal vez se chocan el uno contra el otro en la oscuridad -dijo ella, con nerviosismo-. Y se juntan.

– Podría ser -dijo él, mirando el agua-. Pero me parece triste esa falta de discriminación por parte de los camarones. ¿Y si un camarón llamado Jake quisiera específicamente a una camarona llamada Maud?

– Ella tendría que llevar un perfume distintivo -aventuró Wendy-. Eau de pez, por ejemplo.

– ¿Y tú crees que así el camarón Jake podría encontrarla? -dijo Luke, pensativo, volviendo su atención a la chica sentada a su lado-. ¿En la oscuridad?

– Si… si de verdad quiere, la encontrará.

¿Por qué le faltaba la respiración?

– Claro que quiere -Luke respiró hondo. Alzó el farolillo, apagó la llama y lo dejó sobre la arena. Cuando volvió a mirarla, en sus ojos había una expresión distinta. Como si hubiera tomado una decisión y no hubiera marcha atrás. Y ella apenas podía respirar…

– El la desea terriblemente -dijo Luke y alzó una mano para acariciar los rizos de Wendy-. Tanto, que apenas puede soportarlo.

– ¿Estamos…? -cielos, no podía respirar. Él estaba tan cerca. Aquello era tan inevitable… tan maravilloso-. ¿Estamos hablando de camarones?

– Estábamos -dijo él suavemente, retirándole el pelo de la cara. Había tan poca luz, apenas un rayo de luna, pero le bastaba para ver lo que quería. A su Wendy. A su amor-. Hemos cambiado de tema -añadió.

– Luke…

– No -le tocó los labios muy delicadamente con los dedos-. No quiero que digas nada. No quiero que pienses en el «qué pasaría si…» ¿Qué pasaría si yo fuera como Adam? ¿Qué pasaría si esto no funciona? ¿Qué pasará mañana? Porque ahora… ahora quiero que me digas lo que sientes.

– No puedo -ella parecía paralizada, pero las caricias de Luke enviaban corrientes de fuego a través de todo su cuerpo.

– Entonces, te diré lo que siento yo -respondió él. Tomó la cara de Wendy entre sus manos y la forzó a mirarlo a los ojos-. Me siento como el camarón Jake buscando desesperadamente a su amada. Solo que yo la he encontrado. ¿Y sabes lo más extraño? Me parece que me he pasado la vida buscando, sin saberlo, hasta que te encontré a ti.

– ¡No, Luke!

– Déjame hablar -dijo él con firmeza-. Me ha costado mucho esfuerzo traerte hasta aquí, así que lo menos que puedes hacer es escucharme. Aunque sea por simple cortesía.

Aquel seco discurso la sorprendió, pero consiguió reaccionar.

– Es mi cumpleaños -dijo ella ásperamente-. Si no quiero escuchar discursos, no tengo por qué hacerlo.

– Son las once y veinticinco. Si es necesario, esperaré quince minutos, hasta que ya no sea tu cumpleaños -la tomó de las manos con fuerza y continuó por donde lo había dejado-. Wendy, nunca pensé que podría enamorarme…

– ¡Enamorarte!

– Cállate -dijo él suavemente-. Sí. Enamorarme. Tú sabes lo que es eso. Y yo también. Es lo que nos ha pasado a nosotros.

– ¡No es cierto!

– No discutas -la ordenó él-. No hay más que ver el modo en que reaccionas para saberlo. Este lazo es… es como si fuéramos dos mitades de un todo y no pudiéramos sentirnos completos a menos que estemos juntos. Me he pasado los diez últimos años buscando a las mujeres más bellas. Las más ingeniosas. Las más influyentes. He salido con una ingeniosa belleza tras otra.

– No necesito saber nada sobre tu vida amorosa -dijo ella bruscamente, intentando retirar las manos.

– Sí, sí lo necesitas -dijo él, con voz repentinamente dura-. Al igual que yo necesito saber más sobre Adam. Tenemos que hablar de ello y seguir adelante. Porque esto es distinto. Es como si hubiéramos sido transportados a otra vida. Te quiero, Wendy. Te necesito. Quiero casarme contigo, vivir contigo, cuidar de ti. Tener más hijos contigo. Pero, sobre todo… lo que quiero ahora mismo es… es hacerte el amor. Quiero abrazarte y sentir la tibieza de tu cuerpo, y quiero hacerlo antes de que puedas empezar a protestar. Te quiero tanto, Wendy, que no sé cómo puedes estar ahí y no sentir lo que yo siento…

– Luke, para -le suplicó ella-. Yo no puedo…

– ¿No puedes? -él sonrió con tanta ternura que ella sintió que se derretía-. ¿No puedes?

– Yo…

– ¿Eres capaz de decirlo, amor mío? ¿Puedes mirarme a los ojos y decir que no me quieres?

¡Debía hacerlo! Pero Luke la agarraba de las manos y estaba tan cerca de ella…

Nunca se había sentido así, pensó, desesperada. Ni siquiera con Adam.

Luke enterró la cara entre sus rizos y ella sintió su cálido aliento sobre la piel y el latido de su corazón acompasado con el suyo. Todavía estaban metidos en el agua. La noche era un paño de terciopelo negro a su alrededor y no había lugar más que para la verdad.

«No pensar en el mañana…». Solo importaba el presente. Aquella noche y después… nada más.

Nada duraba para siempre, pensó sombríamente. Pero estar allí, en brazos de aquel hombre que la abrazaba cada vez más fuerte, era tan dulce… tan seductor…

– Déjame quererte, Wendy -dijo él, emocionado-. Déjame quererte, amor mío. Ahora y siempre.

Wendy cerró los ojos y, cuando volvió a abrirlos, la decisión ya no estaba en sus manos. Luke la besó intensamente, la tomó en brazos y la llevó hacia las dunas.

Y Wendy comprendió que, pasara lo que pasara al día siguiente, en ese momento solo le importaba aquella noche, aquel hombre… Y la felicidad.

CAPITULO 9

AMANECÍA.

Mientras el sol se alzaba en el horizonte, Luke se despertó, con Wendy en brazos. La abrazó más fuerte, saboreando aquel último momento de placer, y luego la besó en la nuca para despertarla.

– Cariño…

Ella se despertó, aturdida, y, al ver que era de día, se asustó.

– ¡Oh!

– Tranquila -Luke la estrechó en sus brazos. No iba a dejarla marchar por nada del mundo, pero sabía cuál sería el primer pensamiento de Wendy. Sus niñas-. Nick y Shanni están en la granja. No nos esperan hasta la hora del desayuno.

Ella se quedó pensando, todavía preocupada. Pero se sentía tan ligera y tan increíblemente bien…

– He dormido como un tronco -dijo, y él se echó a reír.

– Sí. Pero pronto… -Luke echó un vistazo a su reloj-… pronto vendrá el personal del restaurante a limpiar todo esto, y no estamos precisamente en situación de recibirlos.

Wendy se sonrojó. ¡Cielo santo! Si alguien le hubiera dicho que dormiría desnuda en una playa, cubierta solo con una manta de picnic…

– Nos damos un baño y nos vestimos -dijo Luke perezosamente-. ¿Qué te parece, amor mío?

¿Qué le parecía? Solo había una cosa que Wendy deseara más que un baño en el mar. Pero Luke tenía razón.

Tenían que comportarse con sensatez. Al menos, con un poco de sensatez.

Así que, Wendy no discutió. Y, de todas formas, ¿cómo iba a discutir si Luke la tomó en brazos y la llevó al río, cuyas aguas eran profundas y frescas por la subida de la marea, y la metió en el agua y ella rio y lo abrazó y devoró su espléndido cuerpo con los ojos?

Estaba tan enamorada de él que sentía como si pudiera flotar no solo en el agua, sino en cualquier parte. Siempre que Luke estuviera a su lado.

Pero… el mañana había llegado.

Al principio, todo fue bien. Muy bien, incluso. Después de vestirse, subieron la senda agarrados de la mano, rodearon los edificios del restaurante y salieron sin ver a nadie.

– Bien -Luke sonrió al llevar su coche hacia la autopista. Miró a Wendy y su sonrisa se intensificó-. Aunque, si nos hubieran visto, no nos habrían reconocido. Pareces una sirena, amor mío.

– ¿Te refieres a que tengo algas en el pelo? -ella agarró unos de sus rizos empapados y lo miró un momento-. Si pudiéramos entrar en casa sin que nos vieran…

– Todavía no son las siete. Seguro que podremos.

– Tenemos dos niñas y un cachorro -dijo Wendy-.

Seguro que no podremos. Nick y Shanni sacarán toda clase de conclusiones.

– Pues déjalos -Luke la miró de reojo otra vez-. No se equivocarán. A menos que piensen que ya nos hemos casado…

– Luke…

– ¿Sí, cariño?

– Vas un poco deprisa -Luke levantó el pie del acelerador y ella sonrió ligeramente-. No me refería a eso.

– ¿A qué te referías?

– Al… matrimonio.

– Pero yo quiero que nos casemos -dijo él tranquilamente-. Te quiero, Wendy. Para siempre. ¿Puedes asumirlo?

– No lo sé.

– Anoche sí lo sabías.

– Sí, pero… -ella vaciló y sacudió la cabeza-. Luke, todo esto va demasiado rápido. Yo me casé precipitadamente con Adam, y fue un error.

Él frunció el ceño.

– Yo no soy Adam.

– No, pero…

– ¿Pero qué?

Ella lo miró despacio, con la preocupación pintada en el rostro.

– ¿Venderás este coche? -le preguntó, de repente. Silencio..

Luke miró fijamente la carretera y, de forma inconsciente, pisó más fuerte el acelerador. Vender su coche…

– ¿Por qué quieres que lo venda? ¿Porque te recuerda a Adam?

– Sí -estalló ella, sin poder evitarlo-. ¡Tener un coche tan potente es una estupidez!

– No lo es, Wendy -dijo él con cautela-. Este coche es muy bonito y tenerlo me produce mucho placer. Nunca lo he usado de forma irresponsable. Pero si crees que porque lo tenga soy como Adam…

– Lo siento, pero…

– Yo no soy como Adam -dijo él con dureza-. Yo soy yo. ¿Qué querrás que haga después, si empezamos con eso? ¿Que me deshaga de los trajes que te recuerden a los de Adam? ¿Que duerma en el lado opuesto al que dormía Adam? ¿Que unte las tostadas de forma distinta a como lo hacía Adam?

– Es absurdo, lo sé…

– Sí, claro que es absurdo -dijo él-. Y también insultante. Tienes que comprender que yo soy otro. Te estoy pidiendo que te cases conmigo, Wendy. Te lo estoy pidiendo. Pero, si piensas que soy como Adam, entonces no quiero seguir con esto. Así que, no, no venderé este coche. No porque no pueda o porque me sienta más ligado a él que a ti, sino porque forma parte de lo que soy. Del paquete completo: agente de bolsa, coche deportivo, chaqueta de cuero…- Tienes que quererme tal y como soy, Wendy.

¿Qué estaba diciendo?, pensó Luke sombríamente. Se recostó en el asiento y aferró con fuerza el volante. ¿Lo había echado todo a perder?

Pero, en el fondo, sabía que tenía razón. Quería a aquella mujer con toda su alma, pero no podía pasarse el resto de su vida marchando tras el fantasma de Adam.

– Tú decides, Wendy -dijo secamente.

– Luke, yo solo… -y, entonces, ella abrió mucho los ojos y gritó, aterrorizada-. ¡Luke!

Él ya lo había visto. Había un tejón australiano sentado justo en medio de la carretera, a la salida de una curva muy cerrada. Gordo y perezoso, parecía inamovible como una roca.

Luke pisó el freno con todas sus fuerzas. El coche derrapó hacia la cuneta y los neumáticos rechinaron. El vehículo saltó, se tambaleó un momento como si intentara decidir si volcaba… y luego se posó de nuevo sobre las cuatro ruedas.

Luke y Wendy se quedaron mirando hacia delante cuando el coche se paró por fin. Luke dio gracias al sistema de frenos y a la increíble estabilidad de su Aston Martín… y a la suerte que habían tenido. ¡Ni siquiera habían herido al tejón!

– ¿Estás bien? -miró ansiosamente a Wendy y vio que estaba blanca como una sábana. Había cerrado los ojos y le temblaba todo el cuerpo-. Tranquila, cariño -dijo él suavemente-. No le hemos dado.

– Pero podíamos haberlo hecho -dijo ella, susurrando-. Luke, podía haber sido un niño.

– Pero no lo era, y no le hemos dado -él la miró con preocupación. Pero, ya que no estaba herida, tenía otras preocupaciones más urgentes. Otro coche podía doblar la curva en cualquier momento y aquella estúpida criatura no se movería. Suspiró y sacó la manta de viaje del asiento de atrás. Los tejones pesaban una tonelada, pero al volver a mirar a Wendy, comprendió que tendría que hacerlo solo.

Al cabo de cinco minutos, tras haber puesto al tejón a salvo fuera de la carretera, Luke volvió al coche y se encontró a Wendy todavía mirando fijamente hacia el infinito, pálida y crispada por el miedo.

Estaba recordando el accidente, pensó él. ¡Diablos! Eso era justo lo que no quería que ocurriera.

– Wendy, estamos bien -le dijo-. Y el tejón también, aunque no se lo merezca.

– Pero podría haber sido de otro modo.

– Pero no lo ha sido.

– Es por este coche -murmuró ella.

Luke la agarró por los hombros y la obligó a mirarlo a los ojos. Había rabia en su mirada. Demonios, él también se había dado un buen susto, y echarle la culpa al coche…

– No, Wendy, no ha sido culpa del coche -dijo-. Íbamos a la velocidad adecuada por una carretera comarcal. Sí, seguro que si tuviera un todoterreno con tracción a las cuatro ruedas, habríamos pasado por encima del tejón sin correr ningún peligro, pero lo habríamos matado. Y, si lo hubiéramos atropellado con un bonito y sensato coche familiar, podríamos haber volcado y haber resultado heridos.

– Íbamos demasiado deprisa.

– Quieres decir que yo iba demasiado deprisa.

– Sí.

– Iba por debajo del límite de velocidad -dijo él fríamente-. ¿Quieres meterte de una vez en la cabeza que yo no soy Adam?

Pero ella era incapaz de razonar.

– Si hubiéramos volcado y hubiéramos muerto… Gabbie y Grace se habrían quedado solas.

– Wendy…

– No debería haber venido -dijo ella, tapándose la cara con horror-. Ha sido una locura, una irresponsabilidad… Yo soy lo único que tiene Gabbie, Luke -respiró hondo y logró calmarse un poco-. Llévame a casa, por favor -dijo, con un tono que no admitía discusión-. He sido una auténtica estúpida. Me he comportado como una necia por segunda vez, y esta será la última.

Wendy se mantuvo inamovible. Como una roca. Luke la llevó a casa. Ella desapareció en su dormitorio sin decir una palabra y no volvieron a verse hasta que todos se reunieron ante la mesa del desayuno. Para entonces, Wendy parecía haber recuperado el control. Estaba animosa y amablemente formal, y parecía haber relegado a Luke a otro planeta. A un planeta en el que ella no habitaba.

– ¿Vais a decirnos si lo pasasteis bien? -preguntó Shanni dubitativamente, mirando a uno y a otro. Había puesto tantas esperanzas en aquella cita, pero cuando les había visto volver a casa…

– Sí, nos los pasamos bien -dijo Wendy, intentando sonreír-. Fuimos a pescar camarones, pero no encontramos ninguno.

«Ni os encontrasteis el uno al otro», pensó Shanni tristemente, intercambiando una mirada cómplice con Nick. Oh, cielos. Habían hecho cuanto habían podido, pero no había funcionado.

– Entonces, nosotros nos vamos -dijo, titubeando-. Pero llamadnos siempre que necesitéis una niñera…

– No hará falta -dijo Wendy, concentrada en su tostada-. Os agradezco mucho lo que habéis hecho. Pero Luke volverá pronto a la ciudad y yo no puedo dejar a las niñas.

– ¿De veras vas a volver a Sidney? -preguntó Shanni, observando la cara angustiada de Luke.

El sacudió la cabeza.

– No lo había pensado, pero… -se encogió de hombros-, quizá sea mejor que me vaya.

Y tal vez lo fuera.

Durante los dos días siguientes, Luke procuró seguir como antes, pero le resultó imposible. La tensión que había entre ellos dos era casi insoportable. Hasta tal punto que Gabbie le preguntó por qué siempre parecía que Wendy iba a echarse a llorar cuando él salía de la habitación.

Luke sabía el porqué. Era porque Wendy estaba tan enamorada como él.

– Me quieres tanto como yo a ti -le dijo la segunda noche después de su salida, cuando las niñas estaban ya en la cama. Había salido a la terraza y la había descubierto contemplando el mar con ojos llenos de dolor y desesperación-. ¿Cómo puedes negarlo?

Ella lo observó con una mirada dolorida que lo estremeció.

– Puede que te quiera, pero sé adónde me llevó el amor en el pasado -murmuró-. Luke, por favor… no me hagas esto. Se me parte el corazón…

– ¿Y crees que a mí no?

– Tú lo superarás -dijo ella sombríamente-. No me digas que no habrá otras mujeres -se giró para mirarlo-. Oh, por el amor de Dios, Luke, olvídalo. ¿Es que no ves que no quiero tener una relación? Ha sido una locura pensar que podía quererte, hacer el amor contigo. Una locura de una sola noche…

– No -dijo él suavemente-. Aquella fue una noche de sinceridad y de placer. Fue el principio de una nueva vida juntos. Para mí no fue solo sexo, Wendy. Yo le hice el amor a la mujer con la quiero casarme… a la mujer con la que deseo pasar el resto de mi vida,… Y estoy seguro de que, bajo esa sombría fachada, eso es lo que tú también sientes.

– No, Luke -dijo ella otra vez-. Y, en cuanto a bajar mis defensas… Eso no volverá a ocurrir. No importa cuánto tiempo estés aquí. Tú eres mi jefe. Tu hermana es el bebé más bonito del mundo. Deseo quedarme aquí y cuidar de ella, pero ya te dije otra vez que, si me presionabas, tendría que marcharme.

Él la miró suplicante, pero en su cara no vio más que resolución y tristeza. La estaba haciendo infeliz, pensó de repente. La quería y la estaba haciendo infeliz.

– ¿De veras quieres que me vaya? -preguntó, y vio un destello de esperanza en su mirada.

– Esta es tu casa. Te pertenece. No puedo obligarte a marchar.

– ¿Pero quieres que lo haga?

– Luke, no puedo soportar esta situación -dijo ella sinceramente.

– ¿Porque me quieres?

– Yo… no puedo…

– Y, sin embargo, me quieres -Luke no la tocó. Ni si quiera se movió. Sabía que, si daba un paso hacia delante, ella se marcharía.

– Ya te lo he dicho -contestó ella con serenidad-. No puedo quererte.

– Esto es una tortura.

– Sí -dijo ella sombríamente-. Una peculiar forma de tortura.

– No volverás a confiar en mí.

– Gabbie solo me tiene a mí -dijo ella sencillamente.

– ¿No has pensado que, si nos casamos, Gabbie podrá tenernos a los dos? ¿Que Grace nos tendrá a los dos? ¿Que las responsabilidades y el amor pueden compartirse?

– Luke… por favor…

Él cerró los ojos. ¿Cómo podía recuperar su confianza? ¿Cómo?

No podía. Vender su coche, cambiar su forma de vestir… Esas eran cosas superficiales. El miedo de Wendy era más profundo, y esperar que cambiara de opinión era como esperar la luna. «Así que, afróntalo», se dijo con determinación.

– De acuerdo, Wendy -dijo, derrotado-. Tú ganas. Me iré por la mañana.

– Oh, Luke…

– Eso es lo que quieres, ¿no?

Solo había una respuesta para esa pregunta. Ella alzó la barbilla y se obligó a mirarlo a los ojos. -Sí.

– Entonces, no hay más que decir -dijo él-. Hasta que tengas valor para confiar en tu corazón…

– Mi corazón solo me causa problemas.

– Eso tiene gracia -dijo él, pero no había nada de divertido en su forma de decirlo-, porque mi corazón solo me causaba alegrías hasta que se encontró con tus malditas barreras, con tu desconfianza. Y, por primera vez, he aprendido lo doloroso que es esto. Me iré, Wendy. Y espero que seas feliz con tu decisión, porque estoy seguro de que yo no lo seré.

CAPÍTULO 10

LO HAS echado!

– El se ha ido. Yo no lo he echado. Si hubiera querido, habría podido quedarse. Esta casa es suya, después de todo.

– Pero tú querías que se fuera -exclamó Shanni, indignada-. ¡Tú estás loca! Qué cosa tan absurda y estúpida… Wendy Maher, ese hombre está verdaderamente enamorado de ti.

– Sí.

Shanni se quedó atónita ante aquella llana respuesta.

– ¿Quieres decir que lo sabías? -casi no tenía palabras-. Wendy, ¿a ti qué te pasa? Es guapo, rico, encantador… Tiene una hermanita preciosa. A Gabbie le encanta. Tiene su propia casa. Y te quiere…

– No confío en él.

Shanni se quedó paralizada. Había ido a ver a Wendy el día después de que Luke se marchara y se la había encontrado en la playa, mirando tristemente a Gabbie jugar en la arena mientras Grace balbucía en una mamita junto a ella. Nunca había visto aquella mirada en los ojos de su amiga, pensó Shanni. Parecía desolada.

– ¿Y qué ha hecho para que desconfíes de él?

– Sigue conduciendo ese coche.

– Oh, fantástico. El hombre tiene un coche caro.

– No es solo por eso -Wendy suspiró, cansada-. ¿Cómo puedo explicarlo? No es solo el coche. 0 el hecho de que sea rico. Es… es la forma en que me hace sentir. Como si no pudiera controlarme.

– Porque estás enamorada de él.

– Sí. ¡No! No lo sé.

– Lo estás -dijo Shanni, satisfecha-. Y no te gusta perder el control. No te gusta poner tu confianza… tu corazón… en manos de otra persona.

– No tengo derecho a poner en peligro a las niñas…

– Eso es una tontería -dijo Shanni llanamente-. Tú eres mi mejor amiga y odio decir esto, pero echar a Luke ha sido una cobardía.

Wendy la miró con preocupación.

– Eso mismo piensa él.

– Así que, ¿sabe que estás enamorada de él?

Wendy recordó la noche en que habían hecho el amor en la playa y esbozó una sonrisa.

– Supongo que sí.

– Ya sabía yo que aquella cena no sería en vano -Shanni se recostó en la silla y se abrazó las rodillas-. Así es que, Luke quiere a Wendy y Wendy quiere a Luke. Ahora, lo que tenemos que hacer es reunir otra vez a estos dos cabezas de chorlito y enseñarles un poco de sensatez.

– Shanni, no voy a volver a casarme -Grace se estiró en su mantita y Wendy se interrumpió para tomarla en brazos. Fue casi un gesto defensivo. Parecía querer decir: «Mírame, tengo a mis niñas. ¿Qué más puedo pedir?»-. Ya cometí ese error -dijo, abrazando a Grace-. Y no voy a volver a caer en otro.

– ¿Te ha pedido que te cases con él? -chilló Shanni-. ¿Tan enamorado está?

– Ya te he dicho que…

– No me has dicho nada que tenga sentido -Shanni se levantó y la miró con indignación-. Tuviste mala suerte con Adam, pero ahora estamos hablando de Luke. Dale al menos el beneficio de la duda, Wendy.

– Shanni, déjalo.

– Le habrás hecho muy infeliz…

– Lo superará.

– ¿Ah, sí? -Shanni achicó los ojos-. Si está tan enamorado como creo, puede que no lo supere.

Dos meses después, Luke no lo había superado.

Había tratado de retomar su antigua vida, pero ya no era el mismo. Pensaba sin cesar en lo que estaría ocurriendo en la granja. En lo que le estaría ocurriendo a Wendy.

Llamaba una vez a la semana, desde cualquier parte del mundo donde estuviera. Y procuraba irse lo más lejos posible. Imaginaba que le resultaba más fácil soportar aquella situación si estaba en Nueva York, porque así sabía que no podía tomar el coche y plantarse en la granja en un par de horas. La tentación le resultaba a veces casi irresistible. Así que, prefería estar en Nueva York, en Londres o en París. También se había sumergido en el trabajo con más ímpetu que en toda su vida.

Al otro lado del mundo, Wendy y las niñas parecían seguir igual. En sus llamadas semanales, Wendy, con el tono formal, le ponía al corriente de las incidencias. La casa había sido pintada completamente, por dentro y por fuera. Gabbie había empezado a ir al colegio, y le encantaba. A Grace le había salido el primer diente…

Gabbie le contaba todas aquellas cosas con un tono mucho más cariñoso y alegre cuando Wendy le pasaba el teléfono con un suspiro de alivio que a Luke le ponía enfermo. Tenía que hacer un gran esfuerzo para responder a Gabbie. Pero la niña empezaba a contarle cosas y Luke iba progresivamente prestándole atención. Una vaca había tenido un ternero y Gabbie lo había visto. Bruce ya se sentaba cuando se lo pedía, y Grace le había agarrado la cola a Bruce y al cachorro le había gustado tanto que se sentaba junto a la niña moviendo la cola para que volviera a tomarla entre sus manitas.

Todo aquello le hacía sentir tanta nostalgia que le daban ganas de colgar el teléfono, pero seguía escuchando, alargando la conversación todo lo que podía. Y luego desfogaba su mal humor en la bolsa, y su fortuna crecía cada vez más, porque estaba tan furioso que tenía que sacar toda aquella energía de algún modo.

Su secretaria se movía de puntillas a su alrededor y lo observaba con preocupación. Aquella mujer de mediana edad le tenía afecto a su jefe, y no era tonta. Adivinaba lo que le ocurría, pero no podía hacer nada al respecto. Así que, procuraba protegerlo cuanto podía y se preocupaba de él en privado hasta que, un día…

La llamada se produjo a media mañana, hora de Nueva York, y no era la clase de llamada que solía recibir Luke. La mujer al otro lado de la línea parecía joven y nerviosa y quizás un poco… ¿desesperada?

– ¿Es la oficina de Luke Grey?

– Sí, señorita, aquí es -contestó María amablemente.

– Soy Shanni Daniels. Soy una amiga de un… amigo de Luke. Nuestro… amigo común tiene problemas y necesito hablar con Luke urgentemente.

María pensó en su jefe, sepultado hasta las orejas entre papeles, y en las instrucciones que le había dado: «No me pases a nadie hasta después de la comida. A nadie, María. ¿Está claro?»

Estaba perfectamente claro. Pero…

– ¿Llama desde Australia? -preguntó, sin poder reprimir un cierto tono de esperanza.

– Sí -dijo Shanni-. Espero que allí no sea mala hora para llamar. Nick dice que no es asunto mío, pero, por favor, es muy importante.

– ¿Es ese amigo suyo una mujer?

Silencio. Y luego:

– Sí -respondió Shanni-. Sí, es una mujer.

– La paso enseguida, señorita -dijo María tranquilamente, y apretó el botón.

Diablos, aquella columna no tenía sentido. Había metido las cifras tres veces en la hoja de cálculo, pero no le salía. «Eres un imbécil», se dijo Luke. «Cálmate, Grey».

En ese momento, sonó el teléfono. Luke lo miró como si fuese su enemigo personal. Le había dicho a María que no quería que lo molestaran.

– ¡María! -rugió. No hubo respuesta.

Furioso, se lanzó hacia la puerta y la abrió de golpe. María no estaba en su mesa. Debía de haber ido al servicio y haber desviado el teléfono a su despacho. Aunque eso no era propio de ella.

¡Pues que siguiera sonando! Las cifras seguían sin encajar… El teléfono seguía sonando.

Por fin, Luke tomó el auricular y gritó, como si le gritara a María:

– ¿Qué?

– ¿Luke? -la voz al otro lado de la línea era tan débil que no la reconoció.

– ¿Sí? -bajó la voz un poco.

– Soy Shanni. Ya sabes, la amiga de Wendy.

– Oh, Dios -al otro lado del mundo, el corazón de Luke pareció hincharse y estallar-. ¿Qué ocurre?

– Es Gabbie -dijo ella-. Luke, creo que debes saberlo. La madre de Gabbie va a llevársela otra vez.

Luke se quedó con la mente en blanco, sin poder asumir lo que acababa de oír. ¡No!

No podría soportarlo, pensó, y sus pensamientos se dirigieron a Gabbie, antes que a Wendy. Después de lo que Wendy le había contado sobre su madre, permitir que se la llevara…

¿Y cómo se sentiría Wendy cuando viera que se llevaban a su querida niña…?

– ¿Puede hacerse algo al respecto?

– Tom dice que no -dijo Shanni, tan angustiada como él-. Tom es el jefe de la red de hogares infantiles de esta zona, y lo preocupa esto tanto como a nosotras, pero ella tiene permiso legal. Nuestros trabajadores podrán vigilarla, pero en el pasado ha sido siempre tan cruel con Gabbie… -la angustia de Shanni lo alcanzó al otro lado del teléfono y Luke pensó que, si ella se sentía mal, ¿cómo se sentiría Wendy?

– ¿De verdad quiere a Gabbie? -preguntó.

– Wendy piensa que es una cuestión de poder -contestó Shanni-. Sonia nunca intenta ponerse en contacto con la niña, pero de vez en cuando se aburre, o se enfurece, y entonces va en busca de su hija. Si supiera que Gabbie vive en la granja con Wendy…

– ¿Es que no lo sabe?

– No, y no debe saberlo. Wendy llevará a Gabbie a las oficinas del hogar el miércoles por la mañana, para que Sonia crea que la niña todavía vive en el orfanato. Si no, Wendy nunca la recuperará. Sonia se encargará de ello. Oh, Luke…

Había todavía algo peor. Luke lo notó en su voz.

– ¿Sí?

– Sonia habla de llevarse a Gabbie a Perth, a Australia Occidental.

– ¿Qué significa eso?

– Significa que, si vuelve a entregarla a los servicios sociales, la niña quedará en manos de las autoridades de Australia Occidental. Y Wendy no podrá recuperarla.

Un nuevo silencio. La mente de Luke, que parecía haberse quedado paralizada, empezó de pronto a trabajar a toda velocidad.

– ¿El miércoles por la mañana, dices?

– Eso es.

En Australia, era lunes por la noche en ese momento. Eso le daba treinta y seis horas.

– ¿Puedes conseguirme el número de ese tal Tom? Imagino que Erin lo tendrá. No se lo digas a Wendy, pero voy a ver si puedo poner en marcha algunos engranajes. Quizá no pueda hacer nada, pero…

– ¿Lo intentarás?

– Con todas mis fuerzas -dijo él, con firmeza.

Era una triste ceremonia. ¿Y cómo no iba a serlo?, se preguntó Wendy. Para la mayoría de los niños a los que había cuidado, el que sus padres fueran a buscarlos era un momento de felicidad. Pero Gabbie se ponía pálida, sus ojos se quedaban sin expresión y se aferraba a Wendy como si temiera ahogarse. Junto a su maleta, miraba a su madre a través de la mesa de la oficina de administración del hogar infantil, y sus dedos crispados parecían suplicarle a Wendy que se quedara con ella.

Pero Wendy tenía que dejarla marchar.

– ¿Piensa en esto como en una solución a largo plazo? -estaba preguntándole Tom a Sonia Rolands. Tom Burrows, el jefe de los Servicios Sociales del distrito, tenía unos sesenta años y llevaba mucho, mucho tiempo en aquel trabajo, pero incluso a él lo acongojaba la cara de tristeza de Gabbie.

– Podría ser -dijo Sonia en tono petulante-. He conocido a un tipo de Perth. Vamos a, ya sabe, a empezar una nueva vida. La niña puede pasar con nosotros un tiempo. Ya veremos si la cosa funciona.

«Quieres decir que no te importa destrozar la vida de tu hija», pensó Wendy, furiosa. La mujer apenas parecía haber notado la presencia de Gabbie.

– ¿No sería mejor que primero se estableciera en Perth? -sugirió Wendy con calma-. ¿Que encontrara un sitio donde vivir y que luego le mandáramos a Gabbie? -respiró hondo-. Yo le pagaría el billete de avión.

– ¿Nueva York? ¿Quién demonios es usted?

– Soy Luke Grey -podían haber estado solos en la habitación, Sonia y él. Luke estaba mostrando su lado más profesional. No pensaba dejar que nada se interpusiera en su camino-. Soy el jefe de la señorita Maher, aquí presente -señaló hacia Wendy, pero evitó mirarla a los ojos. No debía mostrarse personalmente implicado en el asunto-. La he contratado para que cuide de mi hermana. Yo hago negocios en todo el mundo y no tengo tiempo de dedicarme a la niña. La presión del trabajo, ya me entiende -lanzó a Sonia una sonrisa breve, pero no exenta de simpatía. Su sonrisa de seductor-. Estoy seguro de que, como madre soltera, debe ocurrirle algo parecido.

– Yo… sí -Sonia estaba desconcertada.

– El caso es que mi hermanita quiere mucho a su Gabbie -no mencionó que Grace tenía solo siete meses y que le gustaba todo el mundo-. Como sabrá, en su papel de madre de acogida, la señorita Maher también ha estado cuidando de su hija. Estoy aquí para ver si podemos llegar a un acuerdo que permita que las cosas sigan como hasta ahora. Es decir, que las niñas puedan seguir juntas.

Sonia achicó los ojos, desconfiada.

– La niña se viene conmigo.

Luke asintió.

– Entiendo que, como madre, no quiera usted dejar definitivamente a su hija. Pero el señor Burrows -señaló a Tom- me ha dicho que ya ha pensado usted otras veces en la adopción y que ha firmado los papeles de la preadopción, aunque luego se haya arrepentido en el último momento…

– Pues sí -contestó ella-. ¿Y qué? Estoy en mi derecho de cambiar de opinión.

– Pero, en vistas de que ya ha dejado usted a su hija varias veces en situación de acogida en los meses previos a la adopción definitiva, me preguntaba -dijo Luke suavemente-, si habría alguna posibilidad de que pudiéramos facilitar su decisión.

– ¿Cómo?

– Con dinero, por ejemplo…

– Nosotros no nos dedicamos a vender niños -dijo Tom rápidamente, y Luke asintió.

– Lo entiendo -señaló hacia los hombres que había detrás de él-. Estos señores son abogados muy cualificados. Nick es el juez local de Bay Beach. Charles es mi abogado personal. Y David está especializado en asuntos familiares. Ellos me han explicado que no puede aceptarse ningún pago en el periodo de la preadopción. Pero Gabbie ya ha pasado por eso en repetidas ocasiones. Si la señorita Rolands renunciara a ella ahora, una oferta que le facilitara las cosas en el futuro sería consideraba razonable. Sería una cuestión personal entre dos particulares que no interferiría en la adopción.

– ¿Cuánto? -la mujer miraba a Luke como si este sostuviera el Santo Grial.

– Digamos… ¿doscientos mil dólares? -sin dudarlo, Luke sacó un cheque del bolsillo de su chaqueta y lo dejó sobre la mesa. La mujer miró aquel pedazo de papel con la boca abierta.

– Esto debe de ser una broma. Doscientos de los grandes…

– No estoy bromeando, señora Rolands -dijo Luke amablemente-. Mi hermanita necesita compañía y quiero que esté con Gabbie.

– Usted está loco.

– Tal vez. Pero solo se le presentará una oportunidad así. Si se lleva a Gabbie ahora, mi hermana se encariñará con otra niña y le haré esta oferta otra persona. Mis abogados pueden arreglar los papeles inmediatamente. Una vez le haya entregado la custodia a We… a la señorita Maher…

Pero había cometido un error. Había estado a punto de decir el nombre de Wendy. Sonia alzó la vista del cheque, miró a Luke y luego su mirada se posó en Wendy. Y esta no fue capaz de ocultar su expresión de esperanza lo bastante rápido. Oh, cielos…

Y Sonia lo entendió todo.

– Hace esto por ella -exclamó la mujer-. Para que ella se quede con la niña. Es ella quien la quiere -su deseo de venganza era terrible de contemplar. ¿Qué le había ocurrido a aquella mujer en el pasado para que albergara tanto odio? Wendy no lo sabía, pero el odio estaba allí, era real-. ¡No! ¿Doscientos mil? Me los gastaría y, entonces, ¿qué? No podría recuperar a la niña -se dio la vuelta y miró por la ventana-. Y miren lo que tenemos ahí -señaló el coche de Luke, que resplandecía frente al edificio; su codicia parecía aumentar a cada segundo-. Siempre he querido tener un coche como ese. Doscientos de los grandes… Creo que con eso no podría comprármelo. Usted debe de estar forrado. Seguro que no significaría mucho para usted, y la niña…

– Puede quedarse también con el coche, si quiere…

Siguió un tenso silencio. Todos contuvieron el aliento.

– Usted… bromea -a diferencia del cheque, el coche era una cosa tangible y, por la expresión de Sonia, todos comprendieron que sabía cuánto valía.

– No bromeo -Luke se encogió de hombros, como si estuviera perdiendo interés en la conversación-. El cheque y el coche pueden ser suyos. Ahora mismo. Los papeles están en la guantera. Estoy seguro de que, con mis abogados presentes, la transferencia podría arreglarse inmediatamente. Esa es mi última oferta. Tómela o déjela.

La mujer se dio la vuelta para mirarlo. Luego bajó la vista hacia su hija, con la indecisión pintada en el rostro. Pero no por una cuestión de sentimientos. Solo por deseo de hacer daño.

Sin embargo… un coche tan caro… Un cheque como aquel…

– ¿Si firmo…?

– Quiero que quede clara una cosa -la interrumpió Tom, con cautela-. El dinero y el coche no tienen nada que ver con la adopción. Si firma ahora, su hija será apartada de usted legalmente. Podrá solicitar visitas supervisadas, pero perderá la custodia de la niña.

– ¿Pero, si firmo ahora, puedo llevarme el coche?

– Sí. Pero se irá sola.

La mujer cerró los ojos un momento y en su expresión se dibujó un destello de triunfo. Después, puso una mano en la espalda de Gabbie y la empujó hacia Wendy. La decisión había sido tomada.

– Quédese con ella -dijo con aspereza-. Yo nunca la he querido. Odiaba a su padre y la odio a ella. Díganme dónde tengo que firmar y nunca volverán a verme.

Wendy dejó que los hombres se encargaran del resto.

Mientras Sonia firmaba documento tras documento, y Luke rubricaba la transferencia de su preciado coche, ella tomó a Gabbie en sus brazos, se la llevó al pasillo y la abrazó con todas sus fuerzas.

– Vamos a olvidarnos de todo lo que ha dicho tu madre ahí dentro -dijo con firmeza-. Tu papá y tu mamá se pelearon y ella ahora ella quiere pagarlo contigo. Pero ha hecho lo mejor que podía hacer por ti. Ahora eres mía. ¿Has oído bien? Te ha dado en adopción, Gabbie, y ahora serás mi hijita para siempre. Para siempre, para siempre, para siempre…

– ¿Y puedo quedarme contigo y con Grace y con Bruce?

– Sí.

– ¿Y… -Gabbie se echó hacia atrás y miró fijamente a Wendy con unos ojos enormes y brillantes-… y Luke le ha dado su coche a mi madre para que yo pudiera quedarme contigo?

La niña lo había entendido todo. Wendy sonrió con los ojos llenos de lágrimas.

– Sí, se lo ha dado.

– ¿Tú crees…? -preguntó Gabbie muy seria-. ¿Tú crees que Luke nos quiere?

– Creo que sí -dijo Wendy con voz trémula-. Creo que nos quiere mucho, mucho, mucho…

CAPITULO 11

LUKE se había ido.

Wendy había oído el ruido de los coches al marcharse. Primero, el Aston Martin, conducido por una mano inexperta. Luego, el de otros dos coches. El de Nick y el de los abogados, supuso. Pero, cuando volvió a entrar en el despacho, encontró a Nick y a Tom esperándola.

Luke no estaba.

– Felicitaciones, señorita -le dijo Tom a Gabbie, con una mirada llena de satisfacción-. Te hemos buscado una nueva madre. Nick tiene los documentos legales. Si los firmas, Wendy, todo estará en regla -sonrió-. Sabes que tendrás que someterte a la inspección de la Seguridad Social como madre adoptiva -se echó a reír-. Será un placer para mí hacer la inspección personalmente.

– ¿Dónde está Luke? -preguntó Wendy.

– Ha ido ha llevar el coche de Sonia al concesionario de coches de segunda mano de Bay Beach -dijo Nick, mirándola fijamente.

– ¿Y… después?

– Creo que volvía a Sidney.

¿Sin verla? A Wendy se le cayó el alma a los pies.

– Tengo que verlo -dijo, desesperada-. Nick, tengo que alcanzarlo.

El sonrió.

– ¿Por qué me imaginaba que dirías eso? Bueno, yo puedo llevar a esta pequeña señorita de vuelta a la granja -tomó a Gabbie en brazos-. Gabbie, ¿sabes que Shanni y Harry están cuidando de Grace y Bruce? Wendy tiene que ir a ver a Luke, para darle las gracias por lo que ha hecho. ¿Te parece bien?

Gabbie se quedó pensativa. Luego, sonrió.

– Sí -dijo.

– Entonces, si Wendy se va a buscar a Luke, ¿vendrás a la granja conmigo?

– ¿Y luego irás tú? -le preguntó la niña a Wendy. Esta asintió.

– En cuanto encuentre a Luke.

– Dile que lo queremos -dijo Gabbie, sonriendo en brazos de Nick-. Bueno. Vámonos a casa. Tengo que decirle a Bruce que puedo quedarme con él para siempre.

Todavía estaba allí.

Bay Beach Motors estaba junto a la playa. Wendy vio que el coche de Sonia estaba aparcado cerca de la entrada. Luke esperaba pacientemente mientras un vendedor lo inspeccionaba.

– Ochocientos dólares -dijo el hombre cuando Wendy se acercó-. No puedo darle más por esta cafetera.

– Bien -Luke parecía exhausto. Los vuelos y la presión de los últimos días habían empezado a hacer mella en él. Se metió la mano en el bolsillo, sacó la cartera y extrajo de ella un fajo de billetes-. Aquí tiene otros quinientos. Haga un cheque por mil trescientos dólares a nombre de la señora Sonia Rolands, como si me hubiera pagado eso por el coche. Así, no podrá reclamarme nada. He sido más que generoso.

– Ni que lo diga -el hombre estaba asombrado-. No creo que esperara conseguir tanto por este cacharro.

– Bueno, quizá sea su día de suerte -luego, Luke se volvió, al oír a Wendy acercarse por su espalda. Se le crispó el rostro al verla.

– Hola -dijo ella.

Él no sonrió. Se quedó quieto, esperando.

Y lo mismo hizo el vendedor. Había algo entre ellos que lo hizo quedarse parado, mirándolos fijamente. Pero Wendy hizo lo que había ido a hacer, sin que le importara quién pudiera verla. Se fue directamente hacia Luke, tomó su cara entre las manos y le selló la boca con un beso.

El beso siguió y siguió. Primero, fue Wendy quien besó a Luke. Este estaba tan asombrado que se quedó rígido. Pero ella siguió besándolo y no pudo resistirse más. Wendy sintió que se relajaba y se estremecía. Y, después, ya no era ella la que llevaba la iniciativa. Luke la estaba besando con una dureza, una intensidad y un deseo que la dejaron sin aliento.

Finalmente, el beso acabó, sin que Wendyy supiera cuánto había durado. ¿Diez minutos? ¿Tal vez más?

Cuando se separaron, su audiencia había aumentado. Ahora había tres vendedores mirándolos con ávido interés, y un nutrido grupo de turistas los observaba desde la playa con bulliciosa expectación.

Pero no les importó. Luke le sonrió con aquella sonrisa que hacía que a Wendy se le acelerara el corazón.

– ¿Esto era para darme las gracias? -preguntó él en un susurro mezclado con puro deseo.

– No -ella sacudió la cabeza y lo devoró con los ojos-. Era para decirte que te quiero. Para decirte que lo siento, que me he comportado como un tonta, y que te deseo más de lo que nunca he deseado a nadie. Te quiero, Luke. Quiero casarme contigo. Si todavía… si todavía me aceptas.

Silencio. Luke se quedó mirándola largamente.

– Tal vez me compre otro deportivo -dijo, observándola inquisitivamente.

Ella sonrió.

– ¿Todavía te queda dinero?

– No mucho -suspiró él-. Tendré que ponerme a ganar más. Necesito una habitación tranquila donde pueda concentrarme… En una granja, tal vez… Y un ambiente tranquilo y familiar…

– ¿Familiar? -ella se rio alegremente-. Creo que eso puedo arreglarlo. Tengo un bebé a mano. Y también una niña de cinco años, un cachorro de basset-hound, unas cien vacas y veinte gallinas ponedoras -Wendy le lanzó una mirada llena de amor-. ¿Qué te parece?

– Yo tengo otra chaqueta de cuero en la maleta -la advirtió él-. Directamente traída de la Quinta Avenida.

– Hmm, qué apropiado -dijo ella, sonriendo-. Por si acaso tenemos que rescatar a otro cuervo.

– ¿Y si no?

– Te la pondrás para que yo te vea con ella -contestó Wendy, y su sonrisa se desvaneció-. Luke, me he comportado realmente como una estúpida…

Él puso un dedo sobre sus labios. Pero Wendy tenía aún que pasar otras pruebas. Luke miró a su alrededor, contemplando el aparcamiento lleno de coches a la venta.

– Allí hay un bonito biplaza deportivo -dijo-. Creo que voy a comprármelo ahora mismo.

– Creía que habías dicho que estabas arruinado.

– Bueno, solo relativamente -dijo él, y la tomó en sus brazos, apoyando la barbilla sobre su cabeza.

– Bueno, pues si de verdad quieres ese deportivo rojo…

Él la alejó de sí un poco y la miró fijamente.

– ¿Y a ti? ¿Qué te parecería que me lo comprara?

– Yo quiero lo que tú quieras -dijo ella simplemente-. Ahora y siempre. Si quieres un deportivo, cómpratelo. Luke, hasta el momento en que dijiste en el despacho: «Puede quedarse también con el coche…», no creí que…

– ¿Que yo no soy como Adam?

– Que no eres como Adam. Que siempre podré confiar en ti, ocurra lo que ocurra.

Pronunció aquellas palabras sencillamente, con todo su corazón. A su alrededor se congregaban los espectadores. Bay Beach estaba asistiendo a la culminación de un romance con un final feliz. 0 con un maravilloso-comienzo.

– Siempre confiaré en ti -dijo Wendy, con los ojos llenos de lágrimas-. Oh, Luke, ¿cómo he podido estar tan ciega?

– Bueno, estoy dispuesto a pasar por alto ese pequeño error de juicio -dijo él, divertido-. ¿Has firmado los papeles de la adopción? ¿Ya tienes la custodia de Gabbie?

– Sí.

– Y yo he firmado el traspaso de mi coche. Hoy debe de ser el día de las firmas.

– Supongo…

– ¿Cuál es el margen de tiempo legal para casarse en este condado? -preguntó él de repente, y sus ojos brillaron.

– Un mes mínimo. Si firmamos nuestras intenciones ahora.

– Entonces, eso es lo que haremos -dijo él suavemente, tomándola de las manos y besándola otra vez-. Ahora mismo vamos a firmar nuestras intenciones. ¿Qué te parece, amor mío?

Ella sonrió.

– Sí, cariño -dijo-. Firmaré lo que tú quieras. ¿Y después?

– Después, nos dedicaremos a vivir felices el resto de nuestras vidas -dijo él con solemnidad-. Tú y yo y Gabbie y Grace y Bruce… y los que vengan después.

– ¿Los que vengan después?

– ¿No te importará aumentar la familia un poquito? -preguntó él-. Hoy día hacen coches deportivos muy grandes.

– Oh, sí, con asientos para bebés y todo lo demás. Seguro que sí -no Wendy.

Él sostuvo su mirada a la luz del sol.

– Yo creo que un bebé sería lo perfecto. Todo esto empezó por culpa de un bebé, amor mío. ¿Qué mejor modo de acabarlo que… con un bebé?

– 0 con seis.

– ¡Seis!

– O los que vengan -dijo ella tranquilamente-. Ya veremos, amor mío. Ya veremos lo que trae el amor.

Marion Lennox

***