LO ÚNICO QUE PUEDE VENCER A UN QUINN ES UNA MUJER

El agente Connor Quinn estaba acostumbrado a cuidar de todo el mundo excepto de sí mismo. Cuando le encargaron custodiar a Olivia Farrell, se dio cuenta de que el que más necesitaba protección era él…

Olivia Farrell estaba bajo la protección de la policía, pero ella creía que no lo necesitaba… Hasta que conoció al agente que iba a custodiarla: el sexy Connor Quinn. La sonrisa de aquel policía le cortaba la respiración, y su oscura mirada le provocaba imágenes de noches llenas de pasión. De pronto, Olivia se dio cuenta de que su vida no era lo único que estaba en peligro…

Kate Hoffmann

La aventura del deseo

Serie: 1°- Los audaces Quinn

Título original: Conor (2001)

Prólogo

El viento aullaba y la lluvia caía a raudales en el exterior de una pequeña casa en Kilgore Street, en el sur de Boston. El viento del nordeste llevaba azotando el vecindario desde hacía casi dos días. Los agradables rayos del sol de otoño habían dado paso a los primeros fríos del invierno.

Conor Quinn arropó con la raída manta a sus hermanos pequeños, que dormían los tres en una cama. Los gemelos, Sean y Brian, ya estaban medio dormidos, con los ojos nublados de agotamiento. Liam, que tenía solo tres años, yacía acurrucado entre ellos, con las oscuras pestañas ensombreciendo las rosadas mejillas.

Sin embargo, Dylan y Brendan no terminaban de dormirse. Estaban escuchando a su padre, Seamus Quinn, mientras este les contaba otro cuento. Eran más de las once y hacía tiempo que los niños deberían haber estado dormidos. Mientras Seamus estaba ausente, Conor se aseguraba de un modo muy estricto de que los niños se fueran a la cama a la misma hora cuando al día siguiente tenían colegio, pero Seamus, que pescaba peces espada, solo pasaba en casa una o dos semanas antes de volver a la mar durante meses. Como el invierno se acercaba, Seamus y la tripulación de su barco, El Poderoso Quinn, se marcharía al sur, siguiendo al pez espada a las cálidas aguas del mar Caribe.

– Esta es la historia de uno de nuestros antepasados, Eamon Quinn. Eamon era un tipo muy, muy listo.

Conor escuchaba el colorido cuento de Seamus, preguntándose si podía encontrar el momento adecuado para sacar a colación los fallos de Dylan en clase de Matemáticas o el hábito que tenía Brendan de robar caramelos en las tiendas, o el hecho de que Brian y Sean todavía tuvieran que ponerse algunas vacunas. No obstante, había algo que no podía dejarse pasar, aunque era un problema que su padre se negara a reconocer.

La señora Smalley, su vecina y la que cuidaba habitualmente de los pequeños, se tomaba un litro de vodka al día. Conor, muy preocupado por la seguridad de sus tres hermanos pequeños, sentía mucha ansiedad por encontrar otra persona para que vigilara a los pequeños mientras Dylan, Brendan y él estaban en el colegio. Los Servicios Sociales ya les habían hecho una visita por sorpresa, pero Conor se las había arreglado para que marcharan alegando que la señora Smalley tenía alergia. Sin embargo, si los asistentes sociales se daban cuenta de que cuidaba a sus cinco hermanos casi solo, los mandarían a un orfanato.

– …Un buen día, Eamon estaba pescando frente a la isla de las Sombras. Mientras pasaba a lo largo de la rocosa costa, vio a una hermosa joven de pie, cerca del agua, con su largo cabello flotando al viento. El corazón se le llenó de amor y el rostro se le iluminó, porque Eamon nunca había visto a una criatura más hermosa…

Conor tenía toda la seguridad del mundo de que podía mantener unida a su familia. Aunque solo tenía diez años, llevaba siendo madre y padre para aquellos niños desde hacía dos años. Como el problema que la señora Smalley tenía con la bebida iba en aumento, había aprendido a lavar la ropa, a hacer la compra y a ayudar a sus hermanos con sus deberes. Tenían una vida sencilla, complicada solo por las borracheras de la señora Smalley y las visitas poco frecuentes de Seamus.

El tiempo que Seamus no pasaba con sus hijos lo pasaba en la taberna, donde despilfarraba la parte que le correspondía de la venta del pescado, invitando a beber a completos desconocidos y apostando grandes cantidades. Al final de la semana, normalmente le daba a Conor solo lo suficiente para pagar los gastos de la casa de los meses siguientes, hasta que él volvía a entrar en puerto con otro cargamento de pez espada. Solo hacía unos días habían estado cenando pan de más de una semana y la sopa que habían sacado de unas latas abolladas. Sin embargo, aquella noche, habían tomado comida preparada de Mc-Donald's y Kentucky Friend Chicken.

– … Eamon habló con la muchacha y, antes de que pasara mucho tiempo, estaba encantado. Todo el pueblo decía que iba siendo hora de que Eamon tomara una esposa, pero él nunca había encontrado a una mujer a la que pudiera amar… hasta aquel momento. Llevó su barco a la orilla, pero, cuando puso el pie en la tierra, la muchacha se convirtió en una bestia salvaje, tan fiera como un león, con el aliento de fuego y con una cola llena de espinas. Agarró a Eamon entre sus poderosas mandíbulas e hizo añicos el barco con sus gigantescas garras…

Aunque no se podía decir que Seamus fuera un buen padre o un buen pescador, tenía un talento. El padre de Conor sabía contar historias, fascinantes cuentos irlandeses llenos de acción y aventuras. Aunque Seamus siempre colocaba a un antepasado suyo en el papel del héroe y a menudo combinaba elementos de tres o cuatro historias, Conor había empezado a reconocer trozos de los mitos y leyendas irlandesas que había leído en los libros que sacaba de la biblioteca pública.

Conor prefería las historias de lo sobrenatural, hadas y brujas, duendes y fantasmas. A Dylan, que tenía ocho años, le gustaban los cuentos de hechos heroicos y a Brendan, un año más joven, las historias de aventuras en tierras lejanas. A los gemelos Sean y Brian, de cinco años, y al pequeño Liam, no les importaba lo que Seamus les contara. Solo querían que su padre estuviera en casa y que sintieran las barriguitas llenas.

Conor se sentó al lado de Dylan y observó a su padre a la tenue luz de la lámpara. A veces, al escuchar el fuerte acento de Seamus, se imaginaba la lejana Irlanda. Cielos brumosos, campos verde esmeralda alineados con muros de piedra, el pony que su abuelo le regaló por su cumpleaños y la pequeña casa cerca del agua. Todos habían nacido allí, salvo Liam, que lo había hecho en aquella casita de Bantry Bay. Por aquel entonces, la vida había sido perfecta porque tenían a su padre y a su madre.

– …Eamon sabía que. tendría que utilizar

La aventura del deseo todo su ingenio para engañar al dragón. Muchos pescadores habían sido capturados por aquel mismo monstruo y estaban prisioneros en una enorme cueva de la isla de las Sombras, pero Eamon no sería uno de ellos…

La carta que había llegado de Estados Unidos había sido el principio de los malos tiempos. El hermano de Seamus había emigrado a Boston cuando era un adolescente. Con fuerza y tesón, el tío Padriac había ahorrado lo suficiente trabajando en un trasatlántico como para comprar su propio barco de pesca. Le había ofrecido a Seamus una parte de El poderoso Quinn para poder salir de la vida de miseria que Irlanda le ofrecía. Por eso, se habían mudado al otro lado del mundo. Seamus, su hermosa esposa Fiona, embarazada de Liam, y los cinco muchachos.

Desde el principio, Conor había odiado el sur de Boston. Aunque la mitad de la población era de ascendencia irlandesa, se metían mucho con él por su acento. Al cabo de un mes, había aprendido a hablar con el tono neutro d los demás. Las ocasionales bromas tenían como resultado un ojo morado o un corte en el labio para el bromista. El colegio resultaba soportable, pero la vida doméstica se iba deteriorando día a día.

Lo que más recordaba eran las peleas, la furia soterrada, los largos silencios entre Fiona y Seamus… y la soledad de su madre, las interminables ausencias de su padre. Los suaves sollozos que escuchaba por la noche, tras la puerta de la habitación de su madre, lo herían hasta lo más hondo. Quería ir con ella, consolarla, pero cuando se acercaba a ella, las lágrimas desaparecían automáticamente y todo era perfecto.

Un día estaba allí, sonriéndole, y, al día siguiente, se marchó. Conor esperaba que volviera a casa por la mañana, como cuando Seamus volvía de la taberna justo cuando salía el sol. Sin embargo, su madre nunca regresó y, desde el día en que desapareció, Seamus no volvió a pronunciar su nombre. Las preguntas se respondían con pétreos silencios. Cuando los niños insistían, les decía que su madre había vuelto a Irlanda. Unos meses después, les confesó por fin que había muerto en un accidente de automóvil. Sin embargo, Conor sospechaba que solo era una mentira para terminar con las preguntas, una venganza por la traición de su madre.

Conor se había jurado que nunca la olvidaría. Por las noches, se imaginaba su suave y oscuro cabello, su cálida sonrisa, el modo en que lo acariciaba mientras hablaba con él y el orgullo que veía en sus ojos cuando tenía buenas notas en el colegio. Los gemelos y Liam solo la recordaban vagamente. Los recuerdos de Dylan y Brendan estaban tergiversados por su pérdida, haciéndola parecer una persona irreal, como una princesa de cuento de hadas, vestida con un traje de oro.

– … Debéis recordar esto -les advertía su padre, interrumpiendo así la ensoñación de Conor-. Como el sabio Eamon, que echó al dragón por el acantilado y salvó a muchos pescadores de un destino peor que la muerte, un hombre pierde la fuerza y el poder si se entrega a la debilidad del corazón. Amar a una mujer es lo único que puede destruir a uno de los poderosos Quinn.

– ¡Yo soy un poderoso Quinn! -gritó Brendan, golpeándose en el pecho-. ¡Y nunca voy a dejar que una chica me bese!

– ¡Shh! -susurró Conor-. Vas a despertar a Liam.

Seamus se echó a reír y golpeó suavemente la rodilla de Brendan.

– Eso es, muchacho. Pero tened esto muy en cuenta. Las mujeres sólo nos traen desgracias a los Quinn.

– Papá, es hora de que nos vayamos a la cama -dijo Conor, cansado del mismo consejo de siempre-. Tenemos colegio.

Dylan y Brendan se pusieron a protestar e hicieron un gesto de desaprobación con los ojos. Sin embargo, Seamus sacudió el dedo.

– Conor tiene razón. Además, tengo mucha sed, tanta que solo me la podrá saciar una buena pinta de Guinness.

Tras revolverles el pelo, se levantó de la cama y se dirigió a la puerta. Conor salió corriendo detrás de él.

– Papá, tenemos que hablar. ¿No puedes quedarte en casa esta noche?

– Suenas como una vieja, Conor. No seas pesado. Podemos hablar por la mañana.

Con eso, Seamus agarró la chaqueta y se marchó, dejando a su hijo con nada más que una fuerte corriente de aire y un temblor por todo el cuerpo. Sintiéndose derrotado, Conor se volvió a meter en el dormitorio. Dylan y Brendan ya se habían metido en sus literas, por lo que Conor apagó la luz y se tumbó en un colchón que había en un rincón, tapándose bien con la manta para combatir el frío.

Estaba casi dormido cuando una vocecita surgió de la oscuridad.

– ¿Cómo era, Conor? -preguntó Brendan, repitiendo la cuestión que llevaba preguntándole cada noche desde hacía unos meses.

– Cuéntanoslo otra vez -suplicó Dylan-. Háblanos de mamá…

Conor no estaba seguro de por qué de repente necesitaban saber cosas sobre ella. Tal vez sospechaban lo precaria que se había vuelto su vida y lo cerca que estaban de perderlo todo.

– Era muy buena y muy hermosa -dijo Conor-. Tenía el cabello oscuro, casi negro, como el nuestro. Y tenía unos ojos del color del mar, verdes, una mezcla de verde y azul.

– Me acuerdo del collar -murmuró Dylan-. Siempre llevaba un hermoso collar que relucía a la luz.

– Háblanos de su risa -dijo Brendan-.

Me gusta esa historia…

– Cuéntanos lo de la barra de pan, cuando se la diste al perro de la señora Smalley y mamá te pilló. Me gusta esa…

Conor empezó a narrar su historia, haciendo que sus hermanos se durmieran con imágenes de su madre, la hermosa Fiona Quinn. Sin embargo, al contrario de las historias de su padre, Conor no tenía que embellecerla. Cada palabra que decía era la pura verdad. Aunque Conor sabía que sentir amor por una mujer causaba problemas a cualquier Quinn, no creía en la advertencia de su padre. En un secreto rincón de su corazón, siempre amaría a su madre y sabía que aquello le haría fuerte.

Capítulo 1

El disparo surgió de ninguna parte, haciendo que el cristal del escaparate de Ford-Farrell saltara en mil pedazos. Al principio, Olivia Farrell pensó que una de las estanterías que tenía en el escaparate se había desplomado o que un jarrón de cristal se habría caído de su estante. Sin embargo, entonces se oyó un segundo disparo y la bala le pasó silbando muy cerca de la cabeza antes de incrustarse en la pared. Frenética, levantó la mirada y vio que los cristales caían muy cerca de un escritorio.

Su primer impulso fue lanzarse sobre el mueble para protegerlo, dado que se trataba de una rara pieza valorada en más de sesenta mil dólares. Sabía que el mueble no tendría prácticamente ningún valor para su distinguida clientela si la madera presentaba arañazos. No obstante, el sentido común se adueñó de ella y se escondió debajo de una chaise-longne de estilo Victoriano, que seguramente se beneficiaría de tener unos cuantos agujeros de bala.

– Maldita sea -murmuró, sin saber lo que hacer a continuación.

¿Debería echar a correr? ¿Debería esconderse? Lo que no podía hacer era devolver los disparos porque no tenía pistola. Pensó en cerrar con llave la puerta principal, pero quien quiera que fuera quien estuviera disparando podría entrar por el agujero que se había hecho en el escaparate.

– ¿Por que no escuché? ¿Por qué no me marché?

Se puso a evaluar la distancia que había entre el lugar en el que se encontraba y la parte trasera de la tienda, pero, ¿y si estaban esperándola en el callejón? No sabía si quien estaba intentando matarla estaba decidido a conseguirlo en aquel momento a cualquier precio o si decidiría volver a intentarlo en otra ocasión. Una vez más, habían fallado. Tal vez solo quisieran asustarla.

– Tengo que telefonear -murmuro, metiéndose la mano en el bolsillo para sacarse el teléfono móvil que siempre llevaba encima-. Nueve uno nueve.

Tras marcar el número, se puso inmediatamente a rezar. Tal vez lo mejor era que se hiciera la muerta en el caso de que irrumpieran en la tienda con la intención de terminar lo que habían empezado.

Mientras esperaba que la operadora contestara, las lágrimas se le agolpaban en los ojos y temblaba sin parar. Sin embargo, se negó a dejarse llevar por el miedo. Había aprendido a controlar sus emociones, a mantener una actitud tranquila, aunque aquello solo había sido con propósitos comerciales. Tal vez que la dispararan a través de la ventana era una buena excusa para sentir un poco de histeria.

Nada de aquello le habría ocurrido si hubiera mantenido la boca bien cerrada, si se hubiera limitado a darse la vuelta y a marcharse aquella noche, hacía unos meses. Se había asustado mucho. Había sentido miedo de que le arrebataran de las manos todo lo que tanto se había esforzado en conseguir.

Lo único que había hecho para violar la ley había sido inflar un poco las cifras en su declaración de la renta y no prestar atención al límite de velocidad en la autopista. En aquel momento, sus libros de cuentas estaban embargados, su pasado estaba siendo analizado, su socio estaba en la cárcel y su reputación estaba por los suelos. Era una testigo ocular en un juicio por asesinato y por blanqueo de dinero contra un hombre muy peligroso, un hombre que, evidentemente, quería matarla antes de que tuviera la oportunidad de contar su historia en un tribunal.

Olivia escuchó ansiosamente mientras la operadora le contestaba y entonces le contó rápidamente su situación y le dio una breve descripción de lo que había ocurrido. La operadora le pidió que siguiera al aparato y trató de tranquilizarla. Olivia siempre había oído que cuando alguien está a punto de morir, toda su vida le pasa en un momento por delante de los ojos. En lo único en lo que podía pensar en aquellos momentos era en lo mucho que odiaba sentirse tan vulnerable, tan dependiente de la ayuda de otra persona.

– Siga hablando conmigo, señorita -le decía la operadora.

– ¿Y de qué puedo hablar? -preguntó ella, algo nerviosa.

Lo único que se le ocurría era lo rápidamente que le había cambiado la vida en muy poco tiempo. Hacía dos meses, se había encontrado en lo más alto. Entonces, era la anticuaría de más éxito de todo Boston. Viajaba por todo el país, buscando las mejores antigüedades para su tienda. Recientemente, la habían nombrado para el consejo de una de las más prestigiosas sociedades históricas de Boston. Incluso se decía que podrían pedirle que apareciera en un programa de televisión. Todo aquello para una joven que había crecido en un barrio de clase trabajadora de Boston. Sin embargo, había superado sus humildes comienzos y se había creado una nueva identidad, maravillosa y excitante, repleta de viajes, fiestas y amigos influyentes. Y con seguridad económica. Solo había guardado una cosa de su niñez: el interés por cualquier cosa que tuviera cien años o más.

– Mis padres eran fanáticos de las antigüedades -murmuró por fin-. De niña, solían llevarme de subasta en subasta y se ganaban la vida con una pequeña tienda de objetos de segunda mano. Nunca sabíamos de dónde iba a venir la siguiente comida ni si conseguiríamos lo suficiente como para pagar el alquiler. Para una niña, aquella incertidumbre resultaba aterradora.

– No tenga miedo -dijo la operadora-. La policía está de camino.

– Cuando crecí, me hice una experta en los muebles del siglo XVIII y XIX de Nueva Inglaterra. Mis padres nunca tuvieron buen ojo para las buenas antigüedades y cuando yo acababa de salir del instituto, decidieron probar el negocio de la hostelería y compraron un pequeño restaurante en una salida de la interestatal en Jacksonville, Florida.

– La policía está a punto de llegar, señorita Farrell.

Olivia continuó hablando, ya que encontraba que el sonido de su voz aplacaba sus temores. Mientras pudiera hablar, seguía viva.

– Yo me quedé aquí para poder ir a la universidad. Tuve tres trabajos diferentes para poder conseguir dinero. Durante mi primer año en la universidad de Boston, pude pagar a duras penas mis clases y mi alquiler. Aquello fue algo que odié. Entonces, encontré mi primer tesoro, una silla Sheraton que compré por quince dólares en una tienda de segunda mano y que vendí por cuatro mil en una subasta.

Desde aquel momento, Olivia se había pagado sus estudios comprando y vendiendo antigüedades, Descubrió que tenía un ojo infalible para encontrar piezas valiosas en los sitios más improbables, como ventas en garajes particulares y pequeñas tiendas. Sabía distinguir una reproducción de una pieza original a cincuenta metros y se le daba muy bien el mundo de las subastas.

– Aunque me gradué en Arte en la universidad de Boston, yo pertenecía al mundo de las antigüedades. Alquilé mi primera tienda el año en que me gradué. Seis años después, formé una sociedad con uno de mis clientes, Kevin Ford, que era un hombre de dinero. Pensé que lo había conseguido. Compró una preciosa tienda en Charles Street, al pie de Beacon Hill. ¿Cómo pude ser tan ingenua?

– La policía va a llegar aproximadamente en treinta segundos, señorita…

Olivia ya oía las sirenas, pero ni siquiera la policía podría sacarla del lío en que había convertido su vida. Ella sola tenía la culpa de todo aquello. Cuando Kevin compró el edificio, tuvo sus dudas. Aunque era rico, no tenía los millones necesarios para comprar aquella tienda tan grande en Charles Street. Sin embargo, lo único que Olivia había sido capaz de ver había sido su siguiente escalón en su meteorice ascenso en la buena sociedad de Boston y todo el dinero que conseguiría.

Si hubiera confiado en lo que le decía su instinto, se habría dado cuenta que la inagotable cartera de Kevin Ford estaba relacionada con el mundo de la delincuencia. Aquel hecho quedó demostrado la noche en que oyó una conversación entre Ford y uno de sus más importantes clientes, Red Keenan, un hombre del que Olivia había sabido más tarde que era un pez gordo de los bajos fondos y que, solo el año anterior, había ordenado un buen puñado de asesinatos.

Al volver a oír el sonido de cristales rotos, se sobresaltó y se preparó para lo peor. Sin embargo, una voz familiar la sacó de su angustia.

– ¿Señorita Farrell? ¿Se encuentra bien?

Olivia sacó la cabeza de su escondite y vio al fiscal del distrito Elliott Shulman, el hombre que se encargaba de la acusación en el caso de Red Keenan.

– Sigo viva…

– Esto es inaceptable -dijo el hombre, acercándose a ella para ayudarla a levantarse-. ¿Dónde está la protección policial que requerí?

– Siguen delante de mi piso…

– ¿Quiere decir que salió de su casa sin decírselo?

Olivia asintió, avergonzándose de sí misma al oír el tono recriminatorio de aquellas palabras.

– Yo… solo necesitaba trabajar un poco.

La tienda lleva cerrada casi dos meses, tengo facturas que pagar, antigüedades que vender… Si no me ocupo de mis clientes, se irán a otra parte.

Shulman la agarró por el codo y la condujo hasta la puerta principal.

– Bueno, ya ha visto de lo que Red Keenan es capaz, señorita Farrell. Tal vez ahora nos escuche y se tome sus amenazas en serio.

– Sigo sin comprender por qué iba a querer mi muerte -replicó ella, soltándose-. Kevin puede testificar. Yo solo les oí hablando. Y tampoco oí mucho.

– Como ya le he dicho antes, señorita Farrell, su socio no va a hablar. Usted es la única testigo que puede relacionarlos a los dos. Después de lo que ha pasado esta noche, vamos a tener que ocultarla en algún sitio seguro, fuera de la ciudad.

– Yo… no me puedo marchar. Mire todo este jaleo. ¿Quién va a reparar la ventana? No puedo dejar que la lluvia entre por ese escaparate. Estas antigüedades son muy valiosas. ¿Y mis clientes? ¡Este asunto podría arruinarme económicamente!

– Llamaremos a alguien para que arregle la ventana enseguida. Hasta entonces, dejaré una patrulla fuera. Usted va a venir conmigo a la comisaría hasta que encontremos un lugar seguro para usted.

Olivia agarró su abrigo y su bolso y, de mala gana, siguió a Shulman hasta la puerta principal. Tal vez hubiera llegado el momento de esconderse. Solo faltaban un par de semanas para el juicio y, al menos, volvería a sentirse segura. Cuando salió a la acera, le entregó las llaves a un policía y le dio instrucciones sobre el código de seguridad. Luego, cerró los ojos y respiró profundamente.

– Prométame que me devolverá pronto mi vida -dijo, tratando de controlar el temblor que le atenazaba la voz.

– Haremos todo lo que podamos, señorita Farrell.

Conor Quinn sabía lo que significaba tener un mal día. Drogas, prostitutas, alcohol… aquella era su vida. Desde que trabajaba para la Brigada Antivicio del Departamento de Policía de Boston, no recordaba un día en que no le hubiera tocado saborear lo peor de la sociedad. Se metió la mano en el bolsillo para sacar su paquete de cigarrillos, su propio vicio, y recordó que lo había dejado hacía tres días.

Con una maldición, deslizó el vaso vacío sobre la barra e hizo un gesto al camarero. Seamus Quinn se acercó a él, secándose las manos con un paño. Su cabello oscuro se había vuelto gris y andaba con una ligera cojera, consecuencia de los años que había pasado partiéndose la espalda en la mar. Había dejado la pesca hacía algunos años. El barco estaba amarrado en el puerto, convertido en casa temporal para Brendan en las raras ocasiones en las que estaba en Boston. Seamus había conseguido comprar, con sus escasos ahorros, su bar favorito en el barrio donde vivían.

– ¿Quieres otra pinta, Conor? -preguntó Seamus, con su fuerte acento irlandés.

– No. Empiezo mi servicio dentro de media hora, papá. Danny va a venir a recogerme aquí.

Seamus lo miró con astucia y le sirvió un refresco antes de servir a otro cliente. Conor observó cómo su padre servía la cerveza con maestría. Sin embargo, su padre no se molestó en preguntarle nada más. Aunque sus clientes se beneficiaban de los consejos de Seamus, ninguno de sus hijos había contado con ayuda paterna para solucionar sus problemas. De hecho, había sido Conor el que diera consejo y disciplina a sus hermanos pequeños y lo seguía haciendo. Casi toda su vida, desde que tenía siete años, se había dedicado a mantener a su familia intacta y a evitar que sus hermanos cayeran en la delincuencia. Lo mismo que en aquellos momentos, solo que hacía lo mismo por medio millón de ciudadanos en vez de por cinco muchachos.

Miró a su alrededor para buscar algo que le quitara los acontecimientos del día de la cabeza. El bar de Seamus Quinn era famoso por tres cosas: por un ambiente auténticamente irlandés, por el mejor guisado irlandés de Boston y por la música irlandesa que se tocaba allí todas las noches. También por los seis hijos solteros que estaban siempre por el bar.

Dylan estaba jugando al billar con algunos de sus compañeros de la Brigada de Incendios, rodeados de mujeres que miraban embelesadas a Dylan. Brian estaba ocupado cortejando a la camarera. Liam estaba jugando a los dardos con una bonita pelirroja, mientras que Sean estaba bailando con una llamativa morena. Cuando Brendan estaba en la ciudad, tras terminar con otro encargo para una revista o regresar de otro viaje de investigación para un nuevo libro, lo primero que buscaba era una mujer. A pesar de las serias advertencias de su padre, los hermanos Quinn no habían querido privarse de lo que el sexo opuesto les ofrecía tan voluntariamente. Sin amor ni compromiso, por supuesto.

Sin embargo, últimamente, Conor se había cansado de todo de lo que había disfrutado en el pasado. Tal vez fuera el estado de ánimo en el que se encontraba, de indiferencia por la vida en general. La rubia del otro lado de la barra llevaba insinuándosele una hora y él ni siquiera le había dedicado una sonrisa. Por muy tentador que resultara tener una mujer calentándole la cama, estaba demasiado cansado como para hacer el esfuerzo de hablar con ella. Además, solo le quedaba media hora antes de tener que volver a la comisaría.

– Buenas tardes, señor. Tengo el coche fuera cuando usted quiera marcharse.

Conor se volvió para mirar a su compañero, Danny. Este se sentó a su lado, sobre uno de los taburetes. Los habían emparejado el mes anterior, para desolación de Conor. Aunque Wright era un buen detective, el muchacho le recordaba a un enorme cachorro.

– No tienes que llamarme «señor. Soy tu compañero, Wright.

– Pero los muchachos me dijeron que te gustaba que te llamaran «señor.

– Te estaban tomando el pelo. Les gusta hacer eso con los recién llegados. ¿Por qué no te tomas algo y te relajas un poco?

Ansioso por agradarle, Danny pidió un refresco y luego tomó un puñado de cacahuetes y empezó a comérselos.

– El teniente quiere que estemos en la comisaría en cuanto acabemos el turno. Dice que tiene un caso especial para nosotros.

– ¿Un caso especial? -preguntó Conor, soltando la carcajada-. Más bien será un castigo especial.

– El teniente está bastante enojado contigo. Los otros dicen que eres un buen policía, pero que tienes demasiado carácter. El teniente también dice que el detenido va a presentar cargos por brutalidad. Ya se ha conseguido un abogado.

– Ese cerdo le quitó a una anciana de ochenta y cuatro años sus ahorros de toda una vida. Cuando no quiso darle las tarjetas de crédito, le pegó hasta que estuvo a punto de quitarle la vida. Debería haberle sacado los dientes por la nuca. Tuvo suerte de llevarse solo un labio partido.

– Los muchachos dicen…

– ¿Qué es esto, Wright? ¿Es que nunca hablas por ti mismo? Déjame que te diga lo que están diciendo los muchachos. Están diciendo que esta no es la primera vez que me he pasado con un sospechoso, que Conor Quinn tiene fama al respecto y que esa fama no me ayuda a pasar a Homicidios. Combina ese labio partido con mis otros incidentes y te etiquetan como un poli que se pasa fácilmente de la raya.

– Yo… yo no quería…

– No tienes por qué preocuparte, Wright. No es contagioso.

– No me preocupo por mí. Llevas dos años esperando un puesto en Homicidios. Solo hay dos puestos vacantes Eres un buen detective. Te mereces uno de ellos.

– Ya ni siquiera estoy seguro de que me interese.

– ¿Por qué no?

– Llevo más años de los que quiero contar tratando de que esta ciudad sea segura. Pensé que podría mejorar las cosas, pero no creo que lo haya conseguido. Por cada delincuente que he metido entre rejas, ha salido otro más. ¿Por qué voy a pensar que los asesinos se me van a dar mejor?

– Porque sí.

– Diablos, es hora de que empiece a vivir mi vida. Quiero levantarme por las mañanas y mirar el día que me espera con ganas. Mira a mi hermano Brendan. Él mismo elige lo que escribe y cuándo lo escribe. Está viviendo la vida según sus términos. Y Dylan. Lo que él hace si que mejora la vida de las personas. Él les salva la vida.

– ¿Y qué vas a hacer? Eres policía. Siempre lo has sido.

– Tal vez ese sea el problema. Pasé de cuidar de mi familia a cuidar de esta ciudad. Tenía diecinueve años cuando entré en la Academia, Wright. Tenía responsabilidades en casa y necesitaba un trabajo fijo. Si no, tal vez hubiera elegido otra cosa. Creo que me habría gustado ir a la universidad…

– Te sentirás mejor cuando al teniente se le pase el enfado. No puede estar furioso contigo para siempre.

– Bueno, ¿qué clase de asunto nos tiene preparado para esta tarde? -preguntó Conor, antes de tomar un sorbo de su refresco.

– En realidad, es bastante interesante. Vamos a proteger a un testigo del caso de Red Keenan. Tenemos que llevarlo a una casa segura de Cape Cod y vigilarlo durante unos días. ¿No te parece que es un lugar un poco raro para una casa protegida?

– No. Supongo que se imaginan que se puede controlar a todos los que van y vienen en esta época del año. Solo hay una autopista, un aeropuerto. Resulta más fácil descubrir a los sospechosos.

Conor se levantó y se dirigió hacia la puerta, con Wright pisándole los talones. Se despidió de su padre con la mano y les gritó un adiós a sus hermanos. Al llegar a la calle, se subió el cuello de su cazadora de cuero. Por el olor del mar, sabía que se acercaba una tormenta. Durante un momento, pensó en Brendan, que estaba en alta mar, recogiendo material para un libro que iba a escribir sobre los pescadores cíe pez espada. Conor no entendía por que diablos tenía que escribir un libro sobre ese tema, que había causado que su madre los abandonara y que él hubiera tenido que hacerse cargo de sus hermanos.

Inclinó la cabeza y se metió las manos en los bolsillos. Entonces, echó a correr sobre el húmedo asfalto hasta el coche, con Danny detrás. Oyó que alguien se acercaba en su dirección y sus instintos se pusieron en alerta automáticamente. Vio que una mujer menuda, con el pelo oscuro, pasaba a su lado. Sus ojos se miraron solo durante un momento. Conor miró después por encima del hombro, pensando que la conocía. ¿Sería una prostituta? ¿Una policía camuflada?

Vio que la mujer se detenía delante del bar y que miraba a través de la ventana. Unos segundos después subió los escalones de entrada, pero, de repente, volvió a bajar y se perdió en la oscuridad. Conor sacudió la cabeza. ¿Estaba ya tan influenciado por su trabajo que veía delincuentes en una inocente desconocida? Tal vez unos días de soledad en Cape Cod lo ayudaran a poner todo en perspectiva.

La comisaría del distrito número cuatro estaba hirviendo de actividad cuando Conor y Danny llegaron. Conor estaba acostumbrado a hacer el turno de día, pero, dado que le habían asignado proteger a un testigo, los días se mezclarían con las noches. Le esperaba el aburrimiento y las malas comidas.

Según Danny, el testigo había sido trasladado aquella misma noche desde la comisaría de centro. El teniente no les había dado muchos detalles sobre el caso y había preferido hablarles en persona del caso. Sin duda, aprovecharía la oportunidad para hacer que la reunión fuera una lección para un policía demasiado arisco.

Cuando entraron en la comisaría, la puerta del despacho del teniente estaba cerrada. Conor comprobó sus mensajes y se sirvió una taza de café. Rápidamente, buscó entre el desorden que había en su escritorio el cuadernillo de con pastas de cuero que todos los detectives llevan para interrogar a un testigo. Tras encontrar el cuadernillo, dio un paso atrás. Entonces, lo que vio le dejó atónito. La puerta de la habitación que llevaba a la sala de interrogatorios estaba abierta. A través del cristal que permitía ver sin ser visto, se observaba una mesa. La única ocupante de la sala era una mujer, de esbelta figura con cabello rubio ceniza, rasgos refinados y ropas carísimas. Estaba seguro de que no era una prostituta ni una delincuente. De hecho, habría estado dispuesto a apostarse su placa a que aquella mujer no había cometido ningún delito. Parecía estar fuera de su elemento, como una mariposa entre… cucarachas. Entró en la sala y observó por el cristal. Notó cómo le temblaba la mano mientras tomaba un sorbo de café. De repente, se volvió hacia el cristal, haciendo que Conor se ocultara entre las sombras. Aunque sabía que ella no podía verlo, se sentía como si lo hubieran sorprendido mirando.

Era muy hermosa. Ninguna mujer tenía derecho a ser tan bella. Sus rasgos eran perfectos. El cabello le caía en ondas a ambos lados de la cara y descansaba sobre los hombros. Los dedos de Conor temblaron al imaginarse lo suaves que serían aquellos mechones si pudiera acariciarlos entre sus dedos…

Rápidamente, dio un paso atrás. ¿En qué diablos estaba pensando? Por lo que él sabía, aquella mujer podría ser una prostituta con clase o la novia de un ladrón de guante blanco. El que fuera hermosa no significaba que fuera pura.

¿Cuántas veces había mirado a una mujer hermosa para oír de nuevo la voz de su padre en la cabeza? Todas aquellas advertencias ocultas tras las historias de Seamus. «Un Quinn nunca debe entregarle su corazón a una mujer. Mirad más allá de la belleza y descubriréis el peligro que os acecha.

Volvió a mirar hacia la ventana y vio cómo se rodeaba a sí misma con los brazos. Le temblaba todo el cuerpo. Cuando la mujer volvió a levantar la cabeza, Conor vio el rastro de las lágrimas sobre la hermosa piel de su rostro. Conor sintió que el corazón le daba un vuelco al ver la expresión de miedo que había en sus ojos, la cruda vulnerabilidad de su apariencia. Parecía tan pequeña y tan solitaria…

Si hubiera estado a su lado, la habría tomado entre sus brazos para ocultar sus sollozos contra su pecho. Sin embargo, el cristal actuaba como una barrera impenetrable, convirtiéndolo en poco más que un voyeur. Conor nunca había visto llorar a una mujer, a excepción de las prostitutas, que lo hacían solo para conseguir piedad.

Lloró durante mucho tiempo mientras Conor la observaba. Los recuerdos del dolor de su madre acudían a su mente. Sabía que debía marcharse y dejarla con la intimidad de su dolor, pero no podía. Sentía como si tuviera los pies pegados al suelo. Tuvo que luchar contra el impulso de abrir la puerta y entrar para consolarla. Fuera quien fuera, delincuente o no, se merecía un hombro sobre el que llorar.

Conor extendió una mano para girar el pomo de la puerta, pero, en aquel mismo momento, Danny entró en la sala con una bolsa de comida en la mano. Lentamente, Conor apartó la mano, atónito por la transformación que acababa de ver en el rostro de la mujer. Casi instantáneamente, la vulnerabilidad desapareció y su rostro adquirió una fría compostura. Con un gesto solapado, se secó las lágrimas y se volvió para mirar al recién llegado con una dura expresión en los labios.

Conor encendió el intercomunicador para poder escuchar la voz de Danny.

– Señorita Farrell, soy el detective Wright. Mi compañero y yo hemos sido asignados para protegerla hasta el juicio. Siento que haya estado esperando tanto tiempo, pero hemos estado preparándolo todo para poder alojarla en un lugar seguro.

Conor contuvo el aliento. ¿Aquella mujer era el testigo que tenían que proteger?

– Maldita sea -murmuró, tirando el cuadernillo sobre una mesa cercana.

Se había imaginado que tendrían que proteger a un contable o a un chivato repugnante. Considerando la reacción que la señorita Farrell había producido en él, pasar las siguientes dos semanas en su compañía iba a ser un infierno.

– No entiendo por qué no puedo desaparecer simplemente -dijo ella, con dureza-. Puedo marcharme a Europa. Tengo socios allí que estarían encantados de…

– Señorita Farrell, nosotros la protegeremos. No tiene nada de lo que preocuparse.

– No necesito que me protejan -espetó ella, de repente, sobresaltando a Danny-. Puedo protegerme yo sola. No quiero su ayuda.

Danny dio un paso atrás, atónito por aquel exabrupto.

– Pero… pero no podemos tener certeza de que regrese para declarar.

– ¿Y si decido no hacerlo? En ese caso, tendrán que dejarme marchar, ¿no?

– Tarde o temprano, Keenan la encontrará, señorita Farrell. Si no testifica contra él, estará muy pronto en la calle y no creo que quiera dejar cabos sueltos.

– ¿Es eso lo que soy? ¿Un cabo suelto?

– No… no es eso lo que quería decir. Solo le estaba diciendo lo que Keenan pensaría. Escúcheme, voy a buscar a mi compañero para que usted deje que le hable. Es un buen policía. Él tampoco consentirá que le ocurra nada.

Conor agarró su cuadernillo y salió de la sala de observación para dirigirse a la del teniente. Quería que le asignaran otro caso inmediatamente. Incluso sería capaz de realizar trabajos de oficina si aquello le libraba de aquella mujer. Conor llamó rápidamente a la puerta y cerró los ojos mientras esperaba una respuesta.

– El teniente ha salido -comentó Rodríguez-. El comisionado va a celebrar una rueda de prensa para hablar de su programa «Policías y Niños. Habló con Danny hace unos minutos. Creo que tu testigo está en la sala.

Conor se dio la vuelta y volvió hacia su mesa, musitando entre dientes. Entonces, se encontró a Danny.

– Aquí estás -le dijo su compañero-. ¿Estás listo para marcharnos?

– El teniente va a tener que encontrar otra persona para este caso. Yo tengo demasiados casos abiertos como para ocuparme de este. Además, el distrito uno debería ocuparse de ese testigo. Es su caso.

– ¿Cómo? ¡No me puedes dejar solo ahora! Necesito que hables con esa mujer. Se llama Olivia Farrell. Los chicos de Red Keenan dispararon contra ella esta tarde y está bastante asustada. No quiere declarar. No sé qué decir para que…

– Déjala que se defienda ella sola en la calle. Si no quiere testificar, no tiene que hacerlo.

– ¿Qué estás diciendo? Tenemos una buena oportunidad de meter a Keenan entre rejas. Además de asesinar y traficar con drogas, ese tipo ha estado volviéndonos locos con sus trapicheos. Deberías querer que desapareciera de la calle.

– Claro que quiero -respondió Conor, resignado-, pero no voy a hablar con esa mujer. Tú eres el responsable, Wright. Eres el encargado de este caso. Tú la preparas y te la llevas a Cape Cod. Yo estaré en el coche de apoyo, vigilándote el trasero.

– Le he dado algo de ropa -dijo Danny-.

El teniente dijo que podríamos sacarla de aquí disfrazada, como si fuera una sospechosa que vamos a trasladar. Pasaremos por la comisaría del sur de Boston y, si ves que no nos sigue nadie, continuaremos hasta llegar a la casa.

– Me parece un buen plan -musitó Conor-. Os esperaré en el aparcamiento y os seguiré.

Conor se metió las manos en los bolsillos de su cazadora se dispuso a salir. De repente, necesitaba un poco de aire fresco. ¿Qué le había hecho aquella mujer? Con solo verla, le había quitado la fuerza y lo había convertido en un ser temeroso. Si no supiera que era imposible, habría tenido que creer que todas las advertencias de su padre eran verdad. Sin embargo, aquello solo era un trabajo y podría mantener una actitud profesional si tenía que hacerlo. Además, como con todas las mujeres que había habido en su vida, la fascinación desaparecería muy pronto.

Consumido por sus propios pensamientos, no se percató de la mujer que salía de la sala de observación. Se chocó contra él mientras Conor extendía las manos para sujetarla. Con una suave maldición, Conor solo pudo admirar los ojos verdes más extraordinarios que había visto nunca.

Se había quitado sus ropas de diseño y se había puesto una camiseta descolorida, unos raídos pantalones y un viejo sombrero. Entre las manos, llevaba una vieja chaqueta de camuflaje. Si no la hubiera reconocido, la habría tomado por una de las vagabundas que estaban siempre por el puerto. Conor se hizo a un lado, y, al mismo tiempo, ella realizó el mismo movimiento. Dos veces trataron de pasar al lado del otro y dos veces más fracasaron. Los dos parecían estar participando en un extraño tango.

Finalmente, Conor la agarró por los brazos y la colocó contra la pared. Sin embargo, en el instante en que la tocó, la furia que sentía hacia ella se disolvió. Tenía una piel cálida y suave. Una corriente eléctrica le subió por los brazos. Como si se hubiera quemado, Conor apartó rápidamente las manos.

– Lo siento -musitó.

– No… no importa -dijo ella-. Ha sido culpa mía. No miraba por dónde iba.

El sonido de su voz lo sorprendió. El intercomunicador la había distorsionado, haciéndola que sonara como una arpía. Muy al contrario, al oír su voz tan cerca de él, esta sonaba profunda, capaz de aturdirle el cerebro como una droga, convirtiéndolo en un adicto a su sonido.

– No, ha sido culpa mía.

– ¿Me puede decir dónde está el detective Wright? -preguntó ella-. Me dio esta ropa para que me la pusiera, pero me temo que no me sienta muy bien.

– El detective Wright estará con usted enseguida, señorita -dijo Conor, empujándola de nuevo hacia la puerta-. Espere ahí dentro hasta que él regrese.

Con eso, se giró y siguió andando hacia la calle.

– ¿Ves? No es nada especial -murmuró-. Solo un testigo normal y corriente. Efectivamente, es una hermosa mujer, pero, tarde o temprano, todas se convierten en fieras.

Conor se repitió aquellas palabras una y otra vez mientras se dirigía al aparcamiento. Para cuando Danny ayudó a entrar a una Olivia Farrell esposada a un coche, Conor casi se había convencido de que aquellas palabras eran ciertas. Sin embargo, mientras seguía el coche de su compañero, los recuerdos de la suavidad de su piel o de la profundidad de su voz le inundaron el cerebro.

No era como las otras. No estaba seguro de cómo lo sabía, pero Olivia Farrell era diferente. ¡Lo único que sabía con toda seguridad era que no pensaba volver a acercarse a ella!

Capítulo 2

Olivia no podía pensar en nada peor que Cape Cod con un vendaval del nordeste en el mes de octubre. Se suponía que octubre era un mes cálido y soleado, pero el cielo presentaba un aspecto desolador y el viento soplaba incansablemente desde el Atlántico, colándose por cada hueco y hendidura de aquella casa y sacudiendo los cristales de las ventanas tan frecuentemente, que Olivia pensó que se volvería loca. Por toda la casa había chimeneas encendidas, pero no había nada que pudiera retirar la humedad del aire.

Ella se asomó por una rendija de las cortinas, contemplando las revueltas aguas de la bahía. Entonces, se frotó los brazos a través del grueso jersey de lana y reprimió un temblor. ¿Cómo había logrado meterse en aquel lío?

– Señorita Farrell, por favor, aléjese de las cortinas. No sabemos quién podría estar ahí fuera.

Olivia suspiró. Llevaba dos días en aquella casa protegida y ya estaba más que harta. No podía respirar sin que lo autorizara aquel policía de libro. El detective Danny Wright aparentaba quince años. Si no hubiera sabido que era policía de verdad, habría creído que la pistola que llevaba era de juguete.

– ¿Cuánto tiempo más tenemos que estar aquí? ¿Es que no podemos encontrar un lugar en el que no haga tanto frío?

– Estamos pensando en tenerla aquí hasta el juicio.

– ¡Pero si faltan doce días!

– Tenemos hombres en el aeropuerto, en la carretera e incluso en el muelle del ferry en Provincetown. El único modo en que los hombres de Red Keenan pueden esquivarlos es viniendo en barco y atracando en la playa. Con este tiempo, eso sería una locura. Además, la policía local conoce a las personas que viven en esta parte del cabo todo el año. Este es el lugar más seguro para usted.

– Entonces, ¿por qué no puedo ir al menos a dar un paseo? Lo ha dicho usted mismo. Estoy perfectamente segura aquí. Podríamos ir de compras o a dar un paseo. ¿Qué le parece si vamos a desayunar a la ciudad?

– Me temo que no será posible, señorita. Si necesita algo, podemos enviar un hombre a comprarlo. Libros, aperitivos… lo que sea. El fiscal del distrito quiere que esté cómoda.

– ¡Genial! -exclamó Olivia-. ¡Dígale que vaya por mi viejo modo de vida! Quiero mi cama, mi gato y mi secador. Mi tienda no podrá sobrevivir otras dos semanas de puertas cerradas. Voy a perder mis clientes. ¿Pagará el fiscal del distrito todas mis pérdidas financieras?

– Lo sentimos mucho, señorita, pero está haciendo un servicio a la sociedad ayudándonos a meter a Keenan entre rejas.

Olivia suspiró y se dejó caer sobre el sofá. Sabía que debía estar agradecida porque la protegieran, pero se sentía como un rehén, retenida contra su voluntad.

– Dado que vamos a pasar tanto tiempo juntos, es mejor que me llames Olivia. Estoy cansada de lo de «señorita.

– En realidad, señorita Farrell, es mejor que no olvidemos las distancias. El Departamento de Policía dice que nuestra relación debe ser estrictamente personal.

Ella agarró el libro que había estado leyendo.

– Voy a tumbarme un poco. Anoche no dormí demasiado -dijo. Cuando vio que el detective iba a darle más recomendaciones, levantó la mano-. Y no se preocupe. No me acercaré a la ventana.

Olivia cerró la puerta del dormitorio y se apoyó contra ella. Lo menos que podrían haber hecho era meterla en una casa con calefacción. Probablemente, hacía más calor fuera. Entonces, se puso su chaqueta. En realidad, no estaba cansada. Había hecho tan poco ejercicio desde que estaba allí, que había ganado peso. Si hubiera estado en su casa, habría ido a dar su habitual paseo por el río y, antes de volver a su casa, se habría tomado un café y habría comprado los periódicos de la mañana.

Empezó a dar vueltas por la habitación, como una leona enjaulada. Si cerraba los ojos, casi podría sentir el aire fresco de la mañana en el rostro. Sin embargo, sabía que seguía presa en aquella casa.

Entonces, se acercó a la ventana y apartó las cortinas. No había tanta distancia hasta el suelo. Podría salir y volver a entrar sin hacer ruido. Lo único que necesitaba era un poco de aire fresco, tiempo para sí misma…

Rápidamente, abrió la ventana. El aire y el sonido de las olas rompiéndose contra las piedras llenaron pronto la habitación. Esperó a ver si el oficial perfecto entraba rápidamente con la pistola en mano. Cuando vio que no lo hacía, salió por la ventana. El arenoso suelo estaba húmedo y consiguió así ahogar el golpe de su caída.

Cerró la ventana y se dirigió hacia la playa, evitando ponerse delante de los enormes ventanales de la casa. El viento era muy frío, pero la sensación de libertad le provocaba una sensación tan fuerte, que le habría gustado ponerse a cantar y a bailar de alegría.

Corrió hacia las dunas y se puso a corretear a lo largo de la playa, respirando profundamente el agua salada. Nadie había salido a pasear aquella mañana. Ni una sola huella estropeaba la superficie de arena ni había un alma a la vista.

– Bueno, detective Perfecto. Ya lo ve. Estoy perfectamente a salvo. No hay ni un pistolero a la vista.

No supo cuánto tiempo había estado corriendo, pero, cuando se sentó sobre un montón de arena, estaba sin aliento. Sabía que debía volver a la casa antes de que su perro guardián descubriera que se había marchado, pero solo necesitaba unos cuantos minutos más para…

De repente, unos brazos le rodearon el torso con fuerza y sintió que alguien la levantaba del suelo. El sobresalto le sacó el aire de los pulmones y, durante un momento, Olivia no pudo gritar. Luchó por recuperar el aliento mientras un hombre de pelo oscuro le daba la vuelta y se la colocaba encima del hombro.

Volvió a subir con ella por las dunas, como si no pesara nada más que un saco de plumas. Finalmente, Olivia consiguió aspirar suficiente aire como para poder emitir un sonido. Primero, gritó y luego empezó a patalear y a darle puñetazos en la espalda.

– ¡Suélteme! Este lugar está repleto de policías. Nunca lo conseguirá.

– Yo no veo ningún policía por aquí, ¿y usted?

– Le… le propongo un trato -suplicó, mirándole al trasero y deduciendo por su aspecto que sería joven, probablemente atractivo y que estaría en forma-. No… no hablaré. Me negaré a testificar. Su jefe no tiene por qué preocuparse. No irá a la cárcel, pero no me mate…

Como pudo, se incorporó y se dio cuenta de que se dirigían hacia la casa. ¡El Detective Perfecto estaba en su interior! ¡Y tenía una pistola! ¡Dios! Se iba a ver metida entre un fuego cruzado de pistolas y, por cómo la llevaba, el primer disparo lo recibiría en el trasero.

– No puede entrar ahí -le advirtió-. Hay policías ahí dentro. ¿Ve? Yo estoy de su lado. Nunca diría nada que hiciera daño a su jefe.

Tras subir los escalones que llevaban a la casa, el hombre la agarró de la cintura y la colocó en el suelo. Olivia tragó saliva. Al mirar al hombre, vio que era atractivo para ser un criminal. Además, sus rasgos le resultaban muy familiares… ¡Conocía a ese hombre!

– ¡Usted! -gritó Olivia-. Lo vi. en la comisaría. Es… es…

– Soy el hombre que acaba de salvarle la vida -replicó él con una sonrisa en los labios-. Ahora, métase en la casa.

– ¡Es policía! -exclamó ella, sintiéndose furiosa de repente. Él asintió, lo que provocó que Olivia le diera una buena patada en la espinilla-. Pensé que era un asesino… -añadió, sin conmoverse porque él estuviera bailando sobre un pie y frotándose la pierna.

– ¡Maldita sea! ¿Por qué ha hecho eso?

– ¡Me ha dado un susto de muerte! Pensé que me iba a secuestrar. Y… y entonces, me iba a meter una bala en la cabeza o me iba a colocar un bloque de cemento en los pies. Toda la vida me pasó delante de los ojos. Casi me dio un ataque al corazón. Podría haberme muerto…

– Sí, efectivamente -replicó él, levantando la vista para mirarla a pesar de estar doblado de dolor. Olivia notó que sus ojos tenían un extraño tono del color avellana, mezclado con oro. Nunca había visto ojos de ese color, tan llenos de ira, de frialdad dirigida hacia ella-. Y quiero que recuerde lo asustada que ha estado, porque así habría sido si los hombres de Keenan la hubieran atrapado. Ahora, métase en la casa, o le pegaré un tiro yo mismo.

Tras dar un respingo, Olivia se dio la vuelta y se dispuso a entrar en la casa. ¡Qué caradura! ¿Qué derecho tenía de tratarla como si fuera una niña? Lo siguiente que haría sería colocársela sobre la rodilla y azotarla.

Cuando entró en la casa, descubrió al detective Wright paseando de arriba abajo por el salón. Al verla, la miró con tanto alivio, que Olivia casi sintió pena por él. Estaba a punto de disculparse cuando la puerta se cerró de un portazo a sus espaldas.

– ¿En qué demonios estabas pensando, Wright? Nunca, nunca, debes consentir que un testigo desaparezca de tu vista. Ahora podría estar muerta y, ¿dónde estaríamos nosotros?

Olivia se volvió a mirar al policía con frialdad, sentimiento que él le devolvió en igual medida.

– ¿No le parece que está siendo un poco dramático? Además, no es culpa suya. Yo me escapé.

– ¿Le he pedido su opinión? -le espetó él-. ¿Por qué no te encargas de vigilar la carretera y el perímetro de la casa, Wright? Yo me quedaré con la señorita Farrell por el momento.

– No quiero que se quede usted aquí – dijo ella, levantando la barbilla con desafío-. Quiero que se quede conmigo el detective Wright.

– Al detective Wright lo necesitan fuera y, dado que usted ha decidido no prestar atención a sus advertencias, tendrá que aguantarse conmigo a partir de ahora. O más exactamente, seré yo el que tendrá que aguantarse con usted. Déme los zapatos.

– ¿Cómo?

– Que se los quite -respondió Conor. Entonces, entró en su dormitorio y sacó las botas y mocasines que había metido en su equipaje antes de salir-. Se los devolveré cuando esté seguro de que se va a quedar dentro. Ahora, déme los zapatos.

Olivia tenía intención de negarse, pero, al ver el modo en que él la miraba, cambió de opinión. Se sentó en el sofá y se quitó los zapatos, que luego le tiró a la cabeza. Después, se cruzó de brazos y se reclinó entre los cojines, mirándolo con suspicacia, como si esperara una siguiente orden.

Sin embargo, él apartó al detective Wright y habló en voz baja con él, lo que le dio a Olivia la oportunidad de observarlo a placer. Era al menos media cabeza más alto que Wright y sus masculinos rasgos contrastaban con los aniñados del otro detective. Cuando no mostraba un gesto enojado, el tipo era bastante guapo. Altos pómulos, fuerte mandíbula y una boca que parecía esculpida por un artista. Tenía el cabello oscuro, casi negro, y los ojos eran de aquel extraño color que no podía describir con palabras.

Mientras Danny Wright parecía un tipo digno de confianza, aquel otro hombre tenía un aire salvaje e impredecible. El cabello era demasiado largo y las ropas demasiado informales. Tenía una constitución fibrosa, con largas piernas, anchos hombros y un vientre muy plano.

Entonces, el detective Wright se acercó al sofá.

– Señorita Farrell, voy a dejarla al cuidado del detective Quinn. Él estará con usted hasta el día del juicio. Espero que no le dé más problemas.

– Eso depende del comportamiento del detective Quinn -replicó ella, levantándose muy lentamente-. Mientras sea capaz de controlar sus tendencias de hombre de las cavernas, seré más buena que el pan.

Tras mirarlos durante un momento, Wright asintió y se apresuró a salir de la casa.

Olivia se quitó la chaqueta y se la tiró.

– Es mejor que se la quede también. ¿Quiere mis calcetines?

– Yo no quiero estar aquí más que usted, señorita Farrell, pero es mi trabajo protegerla. Si me permite llevar a cabo mis deberes, nos llevaremos bien.

Cuando no le gritaba, tenía una voz muy agradable. Su acento era de la clase trabajadora, pero había algo más, algo exótico.

– Me dio a entender que tenía que cargar conmigo. ¿Es que lo están castigando? ¿Qué es lo que ha hecho?

– Nada de lo que usted tenga que preocuparse. Mientras no me enoje, estará a salvo – dijo, mientras comprobaba puertas y ventanas.

Entonces, desapareció en el dormitorio de Olivia. Ella se lo imaginó revolviendo su ropa interior, tocando sus cosas y oliendo su perfume. Siempre sabía cuándo un hombre se sentía atraído por ella, pero con Quinn le resultaba imposible.

Cuando regresó, tenía una almohada y una colcha en las manos, que colocó encima del sofá.

– Esta noche dormirá aquí -dijo él.

– ¿Que yo duermo en el sofá y usted en mi cama? Eso no me parece justo.

– No. Usted duerme en el sofá y yo en el suelo. A partir de ahora vamos a dormir en la misma habitación, señorita Farrell. Si eso no le parece bien, podemos dormir en la misma cama. Eso depende de usted. Tengo que poder llegar a su lado con rapidez…

– Escuche, Quinn, yo…

– Conor. Puede llamarme Conor. Y no sirve de nada discutir. No voy a cambiar de opinión.

Olivia, que había abierto la boca para protestar, volvió a cerrarla. Nunca se había sentido del todo a salvo con el detective Wright, pero con Conor Quinn no había duda de que haría todo lo que tuviera que hacer para protegerla.

– Bueno, voy a hacer un poco de café – dijo de mala gana-. ¿Te apetece una taza? – añadió. Conor asintió y la siguió a la cocina. Tras comprobar metódicamente puertas y ventanas, se sentó en uno de los taburetes-. ¿Es que vas a seguirme todo el día?

– Si tengo que hacerlo… -respondió él mientras Olivia llevaba la cafetera de agua-. ¿Por qué saltó por la ventana?

– Tienes que comprender que estoy acostumbrada a tener mi propio espacio, mi propia vida. Yo nunca busqué esto, nunca quise implicarme de este modo. No debería estar aquí.

– Pero lo está.

– Traté de explicarle al fiscal que no quería testificar, pero…

– Señorita Farrell, tiene un deber que cumplir. Red Keenan es basura, un pez gordo en el mundo de la delincuencia. Con su testimonio, podremos encarcelarlo. Unas cuantas molestias por su parte no son nada comparado con el dolor que ese hombre ha causado a innumerables personas inocentes -añadió, levantándose y disponiéndose a salir de la cocina-. Y manténgase alejada de las ventanas.

El resto del día pasó en un aburrimiento absoluto. Olivia se mantuvo alejada de las ventanas y de Conor Quinn, pero él estuvo lo suficientemente cerca como para tenerla intranquila. Siempre que lo miraba, él la estaba observando, como si esperara que ella saliera corriendo. Quedaban doce días para el juicio, doce largos días en la compañía de Conor Quinn. Tendría que elegir sus armas muy cuidadosamente si quería sobrevivir.

El olor que salía de la cocina era delicioso. Conor levantó la vista de un número atrasado de Sports Illustrated y se incorporó del sillón en el que llevaba sentado más de una hora. Sin poder evitarlo, se dirigió a la cocina, donde se encontró a Olivia Farrell entre humeantes pucheros y cortando algunas hortalizas.

– Huele bien.

– Ayer le pedí al detective Wright que me comprara algunas cosas -replicó ella, apartando la atención de la ensalada que estaba preparando-. Estaba cansada de comidas preparadas y furiosa con mi situación, así que hice la lista de la compra todo lo complicada que pude.

– ¿Qué está preparando?

– Paella.

– ¿Que es eso?

– Es un plato de arroz y marisco originario de España. Probablemente les costó bastante encontrar gambas frescas y mejillones, pero yo tengo todo el tiempo del mundo, que es lo que hace falta para preparar paella.

Ella lo miró. Conor se dio cuenta de que Olivia Farrell tenía unos ojos muy hermosos. No llevaba mucho maquillaje, lo que permitía que su belleza natural resaltara por encima de todo lo demás.

– Hay una botella de vino en el frigorífico. Puedes abrirla, si quieres -añadió ella.

– No debería beber cuando estoy de servicio -dijo él, sacando el vino.

– Prometo que no volveré a intentar escaparme. Puedes tomar una copa pequeña, ¿no te parece? -dijo, sacando dos copas de uno de los armarios.

Si todo aquello hubiera ocurrido en diferentes circunstancias, Conor habría podido imaginarse que estaban en su primera cita…

– ¿Le gusta cocinar?

– No lo hago muy a menudo, o al menos, no así. Es una tontería preparar estas cosas para uno.

– En ese caso, no tiene…

– ¿Novio? Ahora no. ¿Y tú?

– No, yo tampoco tengo novio -respondió él, con una sonrisa.

– Lo que quería decir era si tenías novia. ¿Tal vez esposa?

Conor le sirvió una generosa copa de vino y luego vertió un poco en una copa para él. No bebía vino con frecuencia, pero tenía que admitir que aquel Chardonnay sabía muy bien.

– Los policías no somos buenos maridos.

– Ese acento… No puedo decir de dónde es…

– Del sur de Boston, con un ligero toque de Cork. Nací en Irlanda.

– ¿Cuándo te marchaste de allí?

– Hace veintisiete años. Yo solo tenía seis -dijo él, sin muchas ganas de hablar de sí mismo, sobre todo delante de una mujer tan sofisticada como Olivia Farrell-. ¿Dónde nació usted, señorita Farrell?

– Olivia, por favor. He vivido en Boston toda mi vida.

Un largo silencio surgió entre ellos mientras Conor observaba cómo ella preparaba la comida. Se movía con gracia, lo que hizo que él se sintiera fascinado por cada uno de sus gestos. Aunque iba vestida con un enorme jersey de lana y unos vaqueros, la elegancia y la clase parecían irradiar de su cuerpo.

– ¿Qué te hizo convertirte en policía? – preguntó ella por fin.

– Es una larga historia.

– Como dije antes, tengo mucho tiempo. Doce días, de hecho, y menos mal, porque intentar hablar contigo es como hacerlo con un… bol de verduras.

– Sí, supongo que no hablo mucho.

– ¡Vaya! Una frase con más de cinco palabras. Estamos haciendo progresos. Antes de que acabe la noche, espero por lo menos una de diez.

Entonces, metió la cuchara en la cazuela y saboreó la salsa. Luego, le extendió la cuchara a él. Conor le agarró la mano y se la sujetó mientras lamía la punta de la cuchara. Sentir su pequeña muñeca, la suavidad de su piel le provocó una descarga eléctrica que le subió rápidamente por el brazo.

Se miraron y, durante un largo momento, ninguno de los dos se movió. Si hubiera sido una primera cita, Conor podría haberle quitado la cuchara de la mano y la habría besado hasta que se hubiera perdido en el sabor de sus labios y en el tacto de su suave carne.

Sin embargo, aquella no era una primera cita. Estaba protegiendo a un testigo y tener fantasías sobre aquella mujer, por muy hermosa que fuera, solo serviría para hacerle olvidar los peligros que la acechaban.

– Voy a salir a comprobarlo todo antes de que oscurezca -murmuró, tratando de teñir su voz de indiferencia-. Quiero asegurarme que Danny no se ha dormido. No te acerques a las ventanas -añadió, antes de salir al exterior.

Conor saludó a su compañero, estacionado en un coche aparcado cerca de la carretera. Sentía la tentación de volver a cambiar de trabajo con él, darle paella y vino a cambio de interminables horas con solo café templado, donuts duros y la única compañía de la radio. Él siempre se había tomado muy en serio su trabajo, pero estaba empezando a resultarle muy difícil estando en la misma habitación que Olivia Farrell. ¿Por qué tenía que ser tan hermosa?

Había leído el expediente del caso, pero no se había molestado de hacerlo en detalle. La verdad era que no quería saber nada más sobre la atractiva y deseable Olivia Farrell. Sin embargo, después de pasarse tanto tiempo con ella, sentía curiosidad. Quería saberlo todo sobre ella y la relación que había tenido con Red Keenan.

Tal vez, después pudiera empezar a verla solo como una testigo y dejar de pensar en ella como una hermosa mujer.

La luz del fuego se había apagado. Conor se levantó para avivar las brasas. En el exterior de la casa, el viento aullaba y las olas se estampaban contra la costa. Había visto las predicciones meteorológicas y sabía que la tormenta iba a arreciar. El único consuelo era que los hombres de Keenan no se atreverían a ir hasta allí.

Dentro de la casa, los restos de la cena estaban esparcidos por la mesa de café, platos sucios, pan a medio comer y la botella vacía de vino. Al mirar al sofá, vio que Olivia estaba dormida, tapada por una suave manta, con las manos bajo la barbilla. Le recordaba a una ilustración que había visto en uno de sus libros de historias irlandesas, un dibujo de Derdriu, una mujer muy bella desposada con un rey, pero amada por un simple guerrero. El cabello de Olivia, como el de Derdriu, era de un delicado tono rubio. Ondas y rizos se esparcían por la almohada y su perfecta piel brillaba como la porcelana a la tenue luz del fuego.

Conor echó otro leño al fuego. Recordó que su padre le había contado que la belleza de Derdriu solo había llevado muerte y destrucción para su pueblo. Recordó el dibujo, la dulzura y vulnerabilidad de su rostro…

Lo habían enviado para proteger a aquella mujer, para que diera la vida por ella como si fuera un antiguo guerrero, pero, ¿qué sabía de ella? Se levantó y sacó el expediente de la policía de su bolsa de viaje. Entonces, se acercó al fuego y empezó a leer. Por lo que deducía, Olivia Farrell era una ciudadana normal y corriente atrapada en circunstancias fuera de lo normal.

Su socio, Kevin Ford, había sido arrestado por participar en un plan de blanqueo de dinero que había incluido también un asesinato. La mecánica del plan era bastante sencilla. Compraba carísimas antigüedades para Keenan, las vendía a clientes fantasmas por un valor tres o cuatro veces más alto y luego le entregaba el dinero blanqueado a Keenan.

Olivia no sabía nada del plan, pero había tenido la desgracia de escuchar una conversación entre su socio y Keenan, lo que proporcionaba la única prueba sólida que los relacionaba. Conor se preguntó si sabía el verdadero peligro que corría. También se preguntó la clase de relación que habría tenido con Kevin Ford.

Miró una foto del hombre. No era feo. Resultaba bastante sofisticado y refinado. Una mujer como Olivia lo encontraría encantador, inteligente… sexy. Tal vez hubieran sido amantes o incluso siguieran siéndolo. Conor guardó la foto y sacó el folio que resumía su vida.

Olivia Farrell. Graduada por la universidad de Boston, vivía en una hermosa calle del South End. No tenía antecedentes penales. Soltera. Veintiocho años. Copropietaria de una de las galerías de antigüedades de más éxito de todo Boston. Muy conocida en ciertos círculos sociales. Había salido con un experto en inversiones y un abogado. No había tenido relaciones estables desde la universidad. Los dos padres vivían en Jacksonville, Florida.

Conor cerró el expediente y se volvió a mirarla.

– Testaruda hasta la exageración. Sería buena en el kick-boxing. Lengua afilada. Gran cocinera. De increíble belleza.

Le miró la boca. El vino y la buena comida habían ayudado a que la triste expresión que había tenido todo el día desapareciera. Habían charlado durante la cena. Cada uno de ellos había revelado lo suficiente como para que la conversación resultara interesante. Ella le había hablado de la tienda, de la emoción de encontrar antigüedades de valor, de los ricos clientes con los que trabajaba, de las elegantes fiestas a las que asistía.

Él le había hablado del oscuro mundo en el que se movía un policía, de los planes que los delincuentes encontraban para violar la ley, de las frustraciones que sentía cuando se salían con la suya. Para su sorpresa, pareció fascinada por su trabajo y le preguntó hasta que él le contó los casos más interesantes en los que había trabajado. Conor suspiró, sabiendo que aquello no debía sorprenderle. Seguramente hacía sentirse a un enterrador como si fuera el hombre más intrigante del mundo.

A pesar de que sabía que era demasiada mujer para él, no podía evitar sentirse atraído por ella, como siempre le había ocurrido con las mujeres de evidente belleza. Los rasgos de Olivia Farrell eran sutiles, casi sencillos, pero tan perfectamente proporcionados, que no podían pasar desapercibidos. Tenía un aspecto fresco, limpio… puro.

Se puso de pie y se acercó a ella. Casi sin pensar, extendió una mano y le tomó un mechón de cabello entre los dedos. Sorprendido de su suavidad, se inclinó sobre ella para examinarle el rostro más detenidamente.

Una ligera sonrisa curvaba las comisuras de los labios. Dormía profundamente, sintiéndose protegida por saber que él estaba allí para vigilar. Sin embargo, a Conor no le pasaba inadvertido que Keenan haría todo lo posible para no ir a la cárcel. Tenía dinero y poder, una combinación que podía convencer a cualquier hombre sin escrúpulos de que un favor hecho para Keenan sería generosamente recompensado, aunque implicara matar a una mujer inocente.

Al verla, tan confiada, tan vulnerable, Conor supo que sería capaz de morir por ella, no solo porque fuera su deber, sino porque en aquel caso su actuación sí serviría de algo. Olivia Farrell merecía vivir y, por primera vez desde hacía mucho tiempo, Conor se sentía orgulloso de la profesión que había elegido.

Extendió la mano y la arropó un poco más. Ella se estiró, haciendo que Conor se apartara un poco y que contuviera el aliento.

– ¿Va… todo bien? -murmuró, somnolienta. Conor asintió, se levantó y se acercó al fuego-. Estás preocupado, ¿verdad?

– No estoy preocupado, sino que siento mucha cautela. Este lugar está muy aislado, pero eso también puede perjudicarnos.

– ¿De verdad crees que vendrán a buscarme hasta aquí?

– No -mintió, sintiéndose culpable por el temor que había escuchado en su voz-. Tu testimonio es importante, pero creo que Keenan tiene que preocuparse más por lo que pueda hacer tu socio. Espero que hagan que Ford cambie de opinión antes de que tengan que hacerte subir al estrado.

– ¿Cómo es eso?

– Le ofrecieron un trato por su testimonio contra Keenan. Hasta ahora, se ha negado a hablar, pero, a medida que se acerca el juicio, podría cambiar de opinión. Si Ford habla, tu testimonio no será tan importante y Keenan no tendrá que arriesgarse con otro asesinato.

– Eso me hace sentirme mejor -murmuró ella, más tranquila-. Gracias.

Cerró los ojos y se acurrucó bajo la manta. Durante un momento, Conor pensó que se había vuelto a dormir. Entonces, su voz volvió a quebrar el silencio.

– Pero me alegro de que estés aquí. Conor sonrió. Resultaba extraño, pero, en aquellos momentos, no había otro lugar del mundo en el que él prefiriera estar.

Capítulo 3

Olivia se despertó sobresaltada. De repente, no podía respirar. Lentamente, comprendió que Conor estaba tumbado encima de ella, tapándole la boca con la mano. Ella se rebulló bajo su peso, pero él se negó a levantarse.

– No hagas ruido -le advirtió él con un hilo de voz-. Hay alguien ahí fuera.

– ¿Qué vamos a hacer? -susurró ella, sintiendo que el miedo se apoderaba de ella.

– Ponte esto rápidamente -respondió Conor, dándole sus zapatos y su chaqueta-. Quiero que vayas al dormitorio, que abras la ventana y esperes. Yo me ocuparé de quien esté allí fuera y luego me reuniré contigo.

– ¿No deberíamos pedir ayuda?

– Intenté despertar al oficial de ahí fuera con mi radio, pero no contestó. Si Keenan te ha encontrado aquí, tenemos un soplón en el departamento y tenemos que marcharnos de aquí tan rápidamente como podamos. Ahora, vete al dormitorio y espera bajo la ventana. Si oyes disparos, quiero que salgas tan rápidamente como puedas y que no dejes de correr hasta que estés segura, ¿me comprendes?

Olivia asintió y él sonrió. Entonces, le dio un tierno beso en los labios. Aquella osadía no la sorprendió, sino que le dio más seguridad en sí misma y encendió una cálida llama en su interior.

– Todo saldrá bien. Te lo prometo.

– Por favor, no dejes que te disparen. No estoy segura de poder hacer esto yo sola. Además, me desmayo si veo sangre.

– Estarás bien. Si alguien te agarra, dale una buena patada en la entrepierna. Eso debería darte una buena ventaja.

Entonces, Conor desapareció entre las sombras de la habitación. Olivia esperó unos segundos y, tras armarse de valor, empezó a avanzar lentamente hacia el dormitorio. El corazón le latía fuertemente en el pecho.

Esperó durante lo que le pareció una eternidad, rezando porque el siguiente ruido que escuchara fuera la voz de Conor y no un disparo. Cuando oyó que alguien la llamaba suavemente desde el exterior, Olivia estuvo a punto de gritar de alegría. Saltó por la ventana y él la agarró, bajándola con cuidado al suelo.

– ¿Qué está pasando?

– No estoy seguro. El policía que relevó a Danny ya no está en su sitio. El coche y él han desaparecido.

Conor la rodeó con un brazo y la llevó hacia la playa. Solo entonces fue cuando ella notó que llevaba una pistola en la otra mano. Empezaron a andar por la playa. Después, se acercaron todo lo posible al agua y avanzaron en dirección opuesta. La oscuridad era total. El agua helada le inundaba los zapatos. Trató de tomar aliento, pero Conor le impidió detenerse. De vez en cuando, se paraban y escuchaban. Entonces, seguían andando.

Cuando ella creía que no podría seguir andando, Conor la llevó por encima de un muro hasta llegar a una casa. En silencio, hizo que entrara en su interior y luego cerró la puerta.

Olivia sentía que las rodillas se le doblaban. Conor la agarró por la cintura para soportar el peso. Entonces, le frotó la espalda para hacer que entrara en calor.

– Tranquila -murmuro-. Aquí estamos a salvo, al menos durante un rato.

– También se suponía que estábamos a salvo en la otra casa. ¿Qué ocurrió?

– No lo sé. El teléfono no funcionaba había alguien merodeando por la puerta. Pudo ser el viento, pero no creo.

– No quiero seguir con esto -dijo Olivia, con lágrimas en los ojos-. Solo quiero marcharme muy lejos, donde nadie me conozca.

Sin embargo, si no testificaba y no metían a Keenan en la cárcel, ¿cómo iba a volver a sentirse a salvo?

Se pasaría el resto de su vida mirando por encima del hombro, esperando que él o uno de sus hombres fuera a silenciarla.

– Yo… quiero olvidar lo que oí. No puedes retenerme aquí. No voy a testificar.

– No hables así, Olivia. Te prometo que yo te protegeré. De ahora en adelante, solo estamos tú y yo. Y las personas en las que sé que puedo confiar.

Fueron a la cocina y sacó su teléfono móvil. Rápidamente marcó un número.

– ¿Dylan? Soy Conor. Sé que es muy tarde, pero esto es muy importante. Necesito que consigas un barco. ¿Cuándo ha llegado? – añadió, después de un silencio-. Quiero que los dos traigáis a El Poderoso Quinn a través de la bahía hasta el puerto de Provincetown. Si sales ahora mismo, podrás estar aquí antes de que amanezca. Amarra en el muelle de la gasolina e invéntate alguna excusa para estar allí. Espera hasta que yo llegue. Entonces te lo explicaré todo.

Tras colgar el teléfono, se volvió de nuevo a Olivia, y empezó a frotarle los brazos distraídamente.

– Necesito encontrar transporte para llegar a la ciudad. Vas a quedarte aquí tú sola, pero solo durante un rato.

– No. Yo voy contigo.

– De acuerdo. Esta casa tiene garaje. Esperemos que los dueños hayan dejado también un coche.

Avanzaron por la casa a oscuras, tratando de que sus ojos se adaptaran a la oscuridad. La puerta del garaje salía de la cocina. Cuando encendieron la luz, ambos se protegieron los ojos.

– Bingo -musitó él, señalando un todoterreno-. No tiene ni techo ni ventanas, pero tiene cuatro ruedas. Puede que pasemos un poco de frío, pero por lo menos no tendremos que ir andando a la ciudad. Pero primero descansemos un poco. No es necesario que nos marchemos todavía.

– ¿No deberíamos buscar las llaves?

– Si no están en el contacto, haré un puente. Venga, mis hermanos estarán aquí antes del amanecer y quien nos está buscando continuará la búsqueda cuando salga el sol.

– Yo… no creo que pueda dormir.

– Haremos que entres en calor y te sentirás mucho mejor -musitó él, entrelazando sus dedos con los de ella.

Volvieron al interior de la casa y Conor la condujo al sofá. Entonces, se sentó a su lado y la tomó entre sus brazos. ¿Cómo habían intimado tan rápidamente? ¿Era el peligro al que se enfrentaban o era simplemente una táctica policial para hacer que ella cumpliera con todo lo que él le pidiera? Olivia cerró los ojos y se apoyó contra su hombro.

Hacía mucho que no estaba con un hombre. Últimamente, la búsqueda de antigüedades le había resultado mucho más satisfactoria que el amor. Sin embargo, nunca se había sentido tan cercana a otro hombre como se sentía con Conor. ¿Cuánto tiempo había estado buscando aquel sentimiento, la seguridad de saber que otra persona, aunque fuera prácticamente un extraño, se preocupaba por ella?

Olivia respiró profundamente y trató de calmar sus caóticos pensamientos. Sería tan fácil enamorarse de aquel hombre… Pero dentro de once días él desaparecería de su vida, dejando que ella tratara de juntar las piezas de su rompecabezas como si nada hubiera ocurrido.

No quería pensar en el futuro. En aquellos momentos, solo podía pensar en el presente, en el siguiente minuto, en la siguiente hora. Si pensaba demasiado en el futuro, el miedo se adueñaría de ella, dejándola demasiado aterrada para abrir los ojos, demasiado aterrada para respirar.

– Háblame -murmuró-. Podré dormirme si oigo tu voz.

– Pero si me has dicho que no soy un gran conversador.

– Me gusta el sonido de tu voz. Tiene magia.

– Entonces, te contaré una historia mágica -dijo él, poniendo un fuerte acento irlandés.

Olivia escuchó a Conor mientras le contaba una fascinante historia de una hermosa hada llamada Etain. Le explicó pacientemente que las hadas, o las Sidh, no eran pequeñas criaturas aladas, sino de tamaño humano. Vivían en un mundo paralelo, un mundo que se reunía a veces con el mundo real cuando una cosa se convertía en otra, como el atardecer en noche, el amanecer en día, el verano en otoño…

Etain había embrujado a un rey con su belleza, pero cuando el hermano del rey la conoció, se enamoró de ella también. Conor llenó la historia de vivos detalles y, para cuando hubo terminado, Olivia se sentía completamente cautivada por las imágenes que él había evocado. Pensaba que era un hombre muy complejo, duro y calculador en el exterior y muy sensible en el interior.

– ¿Cómo sabes esa historia?

– Mi padre solía contárnosla. No estaba mucho en casa, así que tratábamos de memo-rizar todos los detalles para poder contárnosla nosotros mismos cuando él ya se había marchado. Era como una competición entre mis hermanos y yo para ver quién la podía contar mejor.

Sin pensar, ella levantó la mano y se la colocó en la mejilla. Conor la miró a los ojos y, durante un momento, Olivia estuvo segura de que iba a besarla. Pensó también en hacer ella misma el primer movimiento, curiosa por conocer cómo sería su sabor y sus labios.

– No deberíamos hacer esto -murmuró él, sin poder apartar los ojos de sus labios-. Tú eres testigo en un juicio y yo debo protegerte.

Olivia apartó la mano. No debería haber pensado que él se sentiría tan atraído por ella como ella por él. Era una fantasía desear al hombre que la estaba protegiendo y, al mismo tiempo, un modo de escapar de los problemas de su vida diaria.

– Lo siento.

– No tienes por qué -replicó Conor-, es algo bastante común. Tú tienes miedo, yo te protejo… Ocurre constantemente.

– Entonces, ¿te ha ocurrido antes?

– No, nunca.

– Bueno, entonces eso me hace sentir mucho mejor -dijo ella, levantándose del sofá-. Voy a ver si puedo encontrar una cama. Despiértame cuando sea hora de marcharnos.

Caminó por un largo pasillo, deseando poner tanta distancia como fuera posible entre Conor y ella. Cuando finalmente alcanzó la puerta de un dormitorio, la cerró tras ella y respiró aliviada. Todo parecía tan irreal como si se estuviera viendo en una película. ¿Qué le había pasado a su vida? Solo unos pocos meses antes había estado tan ocupada con su trabajo, que no había encontrado tiempo para ocuparse de su patética vida social.

En aquel momento, estaba en compañía del hombre más intrigante y guapo que había conocido nunca. Debería estar encantada, pero, cuanto más conocía al detective Quinn, más empezaba a creer que Red Keenan no era quien suponía un peligro para ella. Era Conor Quinn.

Conor contemplaba el puerto de Provincetown, vigilando el horizonte para captar cualquier señal de Brendan y Dylan. El sol estaba empezando a salir y el cielo estaba más despejado. Las estrellas eran visibles a través de los claros que se veían en las nubes, pero el viento había vuelto a soplar con fuerza. El pequeño pueblo estaba despertándose y Conor tenía miedo de que todavía siguieran esperando cuando saliera el sol.

Había aparcado el todoterreno entre unas casetas de pescadores cerca del puerto, lo que le daba una buena visión del agua y de todos los que se acercaran a la ciudad.

– Maldita sea, Brendan, ¿dónde estás?

– ¿Y si no viene? -preguntó Olivia.

– Vendrá -afirmó Conor. Habría deseado tocarla, tomarla entre sus brazos, pero no volvería a hacerlo nunca más. No pensaba consentir que ella le nublara la concentración y los pusiera a los dos en peligre.)-. Lo he llamado y vendrá.

Sintió que ella lo miraba, buscando la cercanía de la que habían disfrutado horas antes. Como no la encontró, se hundió en sí misma y se rodeó con los brazos, tratando de protegerse así del frío de la mañana.

– Si no llega dentro de diez minutos, creo que deberíamos marcharnos -dijo Olivia.

– ¡Yo decidiré si nos marchamos y cuándo lo hacemos!

– Lo único que digo es que…

– ¡No necesito tu opinión! -le espetó él, arrepintiéndose en el momento en que aquellas palabras le salieron de los labios.

– Pareces olvidarte de que es mi vida. Quieren matarme a mí, no a ti. Al menos debería tener voz y voto en la…

– Y si te niegas a escucharme, tal vez yo me vea envuelto en el fuego cruzado, así que, ya ves, no solo es tu vida, sino la mía también. Estamos juntos en esto.

Al menos, hasta que consiguiera que Olivia estuviera segura. En ese momento, pensaba llamar a su teniente para hacer que otro agente se ocupara de ella. Se aseguraría que ese hombre fuera digno de confianza, por supuesto, y ahí se acabaría todo. Prefería enfrentarse a un año de trabajo en comisaría que arriesgarse a sucumbir a la tentación del cuerpo de Olivia Farrell.

– Se acerca un barco -comentó ella, de repente, interrumpiendo sus pensamientos-.

¿Lo ves?

Conor oyó el característico sonido de los motores diesel. Como por arte de magia, el barco de su padre salió de la oscuridad. Conor nunca se había preocupado por aquel barco, ya que, en su opinión, había sido la causa de la separación de sus padres y lo había obligado a él a crecer demasiado rápido. Sin embargo, en aquel momento, se alegró muchísimo de verlo.

El barco maniobró entre los estrechos muelles y se dirigió hasta el lugar donde estaban las bombas de combustible.

– Venga, ahora podemos marcharnos. Conor salió del todoterreno y lo rodeó para ayudarla a salir a ella. La tomó de la mano y bajaron tranquilamente hacia el puerto. Conor le protegía la espalda y miraba cuidadosamente a su alrededor. Cuando llegaron por fin al puerto, le colocó la mano en la espalda, animándola a que continuara.

Brendan no hizo ninguna pregunta. Simplemente extendió la mano y agarró a Olivia. Cuando ella se hubo acomodado, Conor subió rápidamente y enseguida se vieron de nuevo engullidos por la oscuridad. De momento, estaban a salvo de Red Keenan.

Las luces de posición del barco casi no eran visibles por la pesada bruma que había sobre la bahía, pero el agua no estaba tan picada como Conor había esperado. Miró a Olivia, pero ella estaba contemplando el horizonte; la brisa le alborotaba el pelo y el frío hacía que sus mejillas se sonrojaran.

No se sentiría a salvo hasta que estuvieran lejos de allí, en un lugar cálido y seguro. No estaba seguro de dónde podrían ir. Su apartamento era un lugar demasiado evidente y probablemente no estaba lo suficientemente ordenado como para recibir huéspedes.

Miró hacia la cabina y vio que sus hermanos estaban hablando tranquilamente. Cuando Dylan se dio cuenta de que Conor los estaba mirando, le dedicó una lasciva sonrisa y emitió, un silbido, señalando con la cabeza el lugar en el que Olivia estaba. Conor sacudió la cabeza y se reunió con sus hermanos.

– Ni lo pienses -dijo cuando entraba en el interior de la cabina.

– ¿Ni piense qué? -susurró Dylan.

– En lo que siempre estás pensando cuando ves a una mujer hermosa.

– Ay, hermano. Evidentemente, una mujer como esta está desperdiciada contigo -comentó Dylan.

– Es una mujer muy bella, ¿verdad? -añadió Brendan.

Conor gruñó y se preguntó si sus hermanos pequeños crecerían alguna vez. ¿Se darían cuenta alguna vez que la vida era algo más que una larga sucesión de mujeres saliendo de sus dormitorios?

– Vayamos a Hull -les ordenó-. Eso es todo lo que necesito de vosotros en estos momentos.

Volvió a salir fuera de la cabina y fue a reunirse con Olivia. Parecía estar algo mareada y completamente agotada. Suavemente le tomó las manos heladas y la llevó hasta el camarote principal. Brendan lo había caldeado y las luces brillaban suavemente en su espacio interior. Conor vertió café de un enorme termo en una taza y se la ofreció a Olivia.

– ¿Te encuentras bien?

Ella se sentó, muy lentamente, tratando de compensar el movimiento del barco.

– Te acostumbrarás muy pronto al movimiento. Además, cuando hayamos atravesado la bahía, se calmará. Toma un poco de café.

– Aquí se está muy caliente -susurró ella, tras tomar un sorbo del café-. Hace dos días que no entro en calor. ¿Cómo puedes ser tan brusco un momento y tan amable al siguiente? -añadió, interrogándolo con la mirada.

– Es mi trabajo -respondió él, sirviéndose también una taza.

– ¿Eso es todo?

– ¿Qué otra cosa podría ser?

– Entonces, supongo que debería disculparme, por lo de antes. No quería… dejarme llevar. Es solo que últimamente he estado un poco nerviosa y pensé que tú…

– No importa…

Conor no iba a decirle que deseaba besarla tanto como ella a él. No iba a confesarle lo mucho que había tenido que controlarse para apartarse, para resistirse. Nada le habría gustado más que olvidarse de todas sus responsabilidades y dejarse llevar, dejar a un lado la cautela y acostarse con ella. Sin embargo, no pensaba darle nada más a su jefe para que pudiera utilizarlo contra él. Una aventura con un testigo era más de lo necesario para costarle la placa.

– ¿Dónde vamos ahora? -preguntó ella.

– Volvemos a Boston… o a Hull, para ser más preciso. Después de eso, no sé.

– Si fueron capaces de encontrarme en la casa de Cape Cod, no creo que importe dónde me esconda. Me encontrará de todos modos.

– No dejaré que eso ocurra.

– En cuanto regresemos a Boston, tengo que ir a mi apartamento. No tengo ropa. Nos dejamos todo en la casa de la playa. Y hay algo más que necesito recoger.

– No, no podemos. Sería demasiado peligroso. Te compraremos ropa nueva.

– Por Favor… No tengo nada. Mi tienda está cerrada, mi apartamento vacío. No he dormido en mi cama desde hace días. Solo quiero volver a ver a mi alrededor cosas que de verdad son mías.

No quería escuchar sus súplicas. De hecho, tenía miedo de ceder. Resultaba difícil negarle nada a Olivia, especialmente cuando veía la vulnerabilidad que había en sus ojos. Lo único que quería era protegerla, pero, en cierto modo, sus instintos como hombre estaban en conflicto directo con sus instintos como policía.

– Te he dicho que no -replicó él. Entonces, se giró y se dispuso a marcharse-. Si me necesitas estaré en el puente.

Conor volvió con sus hermanos. Dylan y Brendan se volvieron a mirarlo, observándolo con ojos a los que no se les podía ocultar ningún secreto.

– Bueno, ¿qué está pasando entre vosotros?

– Nada. Es solo un testigo -dijo Conor, encogiéndose de hombros.

– ¡Venga ya, Conor! -exclamó Brendan-. Ya nos hemos dado cuenta del modo en que la miras, en que te acercas a ella. ¿Cuándo fue la última vez que trataste a una mujer de ese modo?

– Nunca -respondió Dylan-. La trata como si estuviera hecha de oro. ¿Te has dado cuenta Brendan? ¡Como si fuera de oro!

– Es parte de mi trabajo. Si no está contenta, no testifica o, lo que es peor aún, se escapa y consigue que la maten y yo consigo que me echen de una patada del departamento por omisión del deber.

– Se ha enamorado de ella -comentó Dylan-, pero está engañándose a sí mismo.

Conor se echó a reír. Dylan era muy rápido en sacar conclusiones, pero en aquello se equivocaba. Lo último que quería era enamorarse de Olivia Farrell. Efectivamente, se sentía muy atraído por ella. ¿Qué hombre no lo estaría? Era una mujer muy hermosa, pero, a pesar de todo, no había nada más.

– Te olvidas de que me criaron con las mismas historias que a ti. Sé lo que ocurre cuando un Quinn se enamora. ¡Diablos! Es mejor que me tire de un acantilado y les ahorre a todo el mundo los problemas.

– Me sorprende que no hayamos salido todos con daños psicológicos -musitó Dylan.

– Tal vez los tengamos -dijo Brendan-. No veo a ninguno de nosotros embarcándose en una relación de verdad. En algo permanente, que dure más de un mes. Somos seis tipos que no estamos mal físicamente, con buenos trabajos… ¿Qué no los impide?

En realidad, Conor se había hecho muchas veces la misma pregunta. No podía negar que la actitud de su padre tenía algo que ver en cómo se relacionaba con las mujeres. Recordaba todas las historias. También recordaba a su madre y el dolor que había sentido cuando ella se había marchado.

Olivia Farrell le haría sentir de nuevo aquel dolor. Sin embargo, no se lo consentiría. No iba a enamorarse de ella porque, tan pronto como llegaran a la costa, iba a llamar a la comisaría e iba a conseguir que lo trasladaran a otro caso. Olivia Farrell no tendría la oportunidad de derrotar a un Quinn.

Olivia no estaba segura de dónde estaba cuando abrió los ojos. Solo sabía que no tenía frío y que había dormido profundamente por primera vez desde hacía días. No sabía dónde estalla, pero se sentía a salvo.

– Buenos días.

Asustada al oír una voz que no le resultaba familiar, Olivia se sentó en la cama de un salto. Sin embargo, la voz poco familiar venía con un rostro muy conocido. Un hombre muy guapo, con el mismo pelo oscuro y el mismo color de ojos que Conor, estaba sentado frente a la pequeña mesa del comedor, leyendo el periódico. Entonces, ella frunció el ceño, como si tratara de recordar su nombre.

– Brendan -dijo él.

– Brendan, ¿dónde estamos? -preguntó, mirando a su alrededor.

– En Hull. Hemos llegado hace cuatro o cinco horas.

– ¿Dónde está Conor? -quiso saber ella, tras darse cuenta de que eran más de las dos de la tarde.

– Ha salido para buscar un lugar seguro en el que puedas alojarte.

– ¿Y tu otro hermano?

– ¿Dylan? Ha salido a comprar algo de comer.

– Entonces, tú fuiste el que sacó la pajita más corta y se vio obligado a cuidar de mí, ¿no?

– Como mi padre solía decir, una cabeza sabia mantiene la boca cerrada. O algo por el estilo.

Aunque parecía indicar lo contrario, Olivia habría jurado que Brendan acababa de echarle un piropo.

– Bueno, al menos alguien quiere pasar el tiempo conmigo. Tu hermano se comporta como si tuviera que llevar a una prima con acné al baile de fin de curso.

– Mi hermano se toma sus responsabilidades muy en serio -replicó él, sacando una taza-. Algunas veces demasiado en serio.

Aquel comentario azuzó la curiosidad de Olivia. Sabía tan poco sobre el hombre que se había hecho con el control de su vida que pensó que tal vez Brendan podría sacarla un poco de su ignorancia. Cuando el joven le dio una taza de café, ella se incorporó sobre la manta.

– Háblame de él. ¿Por qué es siempre tan gruñón?

– ¿Te apetece algo de desayunar? -replicó él, sin contestar su pregunta-. Puedo prepararte unos huevos y creo que tengo un poco de beicon. Dylan va a traer zumo de naranja y, cuando llegue Conor, podremos enviarlo a por…

– Conor está aquí.

Brendan y Olivia miraron hacia la entrada al camarote y se encontraron a Conor observándolos. Rápidamente bajó los escalones y se colocó en medio de la cabina. Comparado con la alegre disposición de Brendan, Conor pareció haber helado los rayos del sol al entrar en el barco. Olivia levantó sus defensas, lista para protegerse del malhumor de Conor,

– Brendan nos iba a preparar algo de desayunar.

– Estoy seguro de ello -musitó Conor, enviando a su hermano una mirada asesina-. En lo que se refiere a las damas, él sabe muy bien lo que hay que hacer.

– ¡Oye! -exclamó Brendan-. Yo solo estaba siendo…

Conor levantó una mano para interrumpir a su hermano. Entonces, se volvió a Olivia.

– Venga. Tenemos que marcharnos. He encontrado un lugar en el que nos podremos esconder durante un rato. Recoge tus cosas y vayámonos.

– ¿Cosas? ¡Pero si no tengo nada!

– Mejor -replicó él, agarrándola del brazo para ponerla de pie-. Entonces, no tendré que esperar mientras te aplicas el lápiz de labios y te rizas el pelo.

– Eres encantador, ¿verdad, hermano? No me extraña que las mujeres se peleen por ti…

Aquella vez, la mirada que Conor echó a su hermano fue puro veneno. Olivia decidió que, probablemente, era mucho mejor dejarse llevar por el plan antes de que los hermanos llegaran a las manos por un simple desayuno.

Se atusó el cabello y luego se acercó a Brendan, dedicándole una afectuosa sonrisa.

– Gracias por tu hospitalidad y por ayudar a rescatarme.

Brendan le devolvió la sonrisa y, entonces, le tomó la mano y, tras llevársela a los labios, depositó un beso sobre las puntas de los dedos de la joven.

– El placer ha sido todo mío.

Conor gruñó impacientemente y rápidamente apartó la mano de Olivia de la de su hermano.

– Brendan también es muy famoso por sus besitos de despedida. Disfraza sus motivos tan bien, que las mujeres en realidad se sienten bien cuando él las deja.

Con eso, Conor tiró de Olivia y la sacó del barco. Cuando llegaron al muelle, ella se volvió hacia su protector y tiró fuertemente del brazo por el que él la tenía agarrada.

– Ya puedes dejar de ejercer tu poder sobre mí -dijo ella-. Ya no hay necesidad de presumir delante de tu hermano.

– Créeme. Si no hubiera regresado cuando lo hice, un desayuno no habría sido lo único que habríais compartido.

Olivia se quedó boquiabierta ante aquella increíble sugerencia.

– Bueno, en ese caso supongo que tengo suerte de tenerte para que me protejas.

Echó a andar rápidamente por el muelle, decidida a poner algo de distancia entre ellos. Sin embargo, unos segundos después, él volvió a ponerse a su lado, mirando a su alrededor como si estuviera calculando de dónde iba a venir el siguiente ataque y listo para ponerse entre ella y una bala.

Mientras iban saliendo del puerto, Olivia trató de mantener si indignación, pero, en realidad, todo aquello parecía no tener importancia y resultar algo infantil. Aquel hombre estaba dedicado en cuerpo y alma a mantenerla con vida y lo único que ella hacía era quejarse.

Dylan los estaba esperando, apoyado contra el lateral de un Mustang rojo, cuyas llaves le entregó a Conor. Entonces, abrió la puerta para Olivia.

– Si encuentro una sola abolladura, un arañazo, te prometo que me las pagarás.

Cuando Conor y ella estuvieron dentro, Olivia se volvió a él deseosa de arreglar las cosas entre ellos. Sin embargo, encontró que la expresión de él resultaba tan distante, que cambió de opinión. Para cuando llegaron a un motel, en la carretera de Cohasset, Olivia había decidido que era mejor no abrir la boca.

Conor la ayudó a salir del coche y luego se metió la mano en el bolsillo y se sacó una llave del bolsillo. Cuando abrió la puerta, se hizo a un lado. Entonces, Olivia pudo comprobar lo mucho que había bajado su nivel de vida. La habitación parecía sacada de una película de terror. Había una cama de hierro contra la pared y papel pintado, completamente desteñido, en tonos verdes y naranjas. El suelo de linóleo estaba marcado con quemaduras de cigarrillos y la habitación olía a humo y a humedad. Lentamente, se dirigió al cuarto de baño, temerosa de lo que podría encontrar allí. Sin embargo, todo estaba muy limpio. Los viejos sanitarios relucían y olía a un fuerte desinfectante.

– No es un palacio -murmuró él-, pero aquí estaremos a salvo por ahora. Si tenemos que huir, el barco de Brendan está solo a unos pocos kilómetros.

– Lo siento -dijo ella, con una sonrisa forzada-. No quería parecer desagradecida.

– Y yo no quería resultar tan dictatorial. Resulta muy difícil cuando tú no haces lo que yo te pido. Conozco a Red Keenan y sé que no se detendrá en nada para evitar que testifiques.

– Me siento como si me hubieran arrebatado la vida. No tengo mas ropa que la que llevo puesta. Estoy preocupada sobre mi negocio, mi apartamento, sobre Tommy…

Le preocupaba cómo estaría sobreviviendo el gato solo con la patrona. Normalmente, la señora Callaban cuidaba al gato, pero Olivia tenía miedo de que alguien hubiera entrado por la fuerza en el piso y de que Tommy se hubiera escapado y estuviera solo en la calle. La señora Callaban odiaba a los gatos y, de mala gana, había accedido a ocuparse del gato por una nueva adquisición para su enorme colección de figuritas Hummel.

– ¿Tommy?

– Lo dejé al cuidado de mi casera -explicó Olivia-. Vive un poco más abajo de la calle. No quería que se viera implicado en todo esto. Ella lo ha cuidado antes, pero me gustaría tenerlo conmigo. Dormiría mejor sabiendo que él está a salvo.

– ¿Es que tienes un hijo? -preguntó él, boquiabierto-. ¿Cómo no se lo dijiste a la policía?

Olivia abrió la boca para corregirlo, pero se lo pensó mejor.

– Tommy lo es todo para mí -añadió-. Tengo miedo de que Red Keenan lo descubra y…

– Tengo que ir a por él. No estará a salvo si no está con nosotros. ¿Cuántos años tiene?

– Nueve.

– ¿Y su padre?

El modo en que Conor la miraba le dijo que aquella se pregunta se debía a más de un interés simplemente policial. Quería saber si había tenido una relación apasionada con otro hombre.

– Bueno, no tengo relación con él. Tenía el instinto de… un gato callejero.

Sabía que debía decirle la verdad, pero aquella era su manera de recuperar en cierto modo el control sobre su vida.

– Voy a por él -dijo Conor, sacando las llaves del coche-. Quiero que llames a tu patrona y le digas que voy de camino. No te demores mucho ni respondas a ninguna pregunta, ¿de acuerdo? Escríbeme su dirección.

– Estará encantada de verte -explicó Olivia-. Se alegrará mucho de no tener que cuidar más de Tommy.

– ¡Dios mío, Olivia! ¿Por qué no me dijiste nada? -preguntó él, atónito de que ella fuera madre.

– Conor, no tienes por qué… -respondió, sintiéndose algo culpable. Entonces, para su sorpresa, él levantó la mano y le acarició la mejilla. Luego, le colocó un dedo en los labios.

– No pasará nada -dijo él-. Puedo entrar y salir sin que nadie se dé cuenta. Si los hombres de Keenan están vigilando tu piso, no me verán ni a mí ni a Tommy. Tú te quedarás en el barco con Brendan mientras voy por él.

– Pero pensé que estaba a salvo aquí y… bueno, en realidad estaba deseando darme una ducha bien caliente. Te prometo que no me marcharé de esta habitación.

Tras considerar la petición durante un momento, mostró su acuerdo dándole un breve pero potente beso. Olivia lo miró y vio que aquel impulso le había pillado a él también por sorpresa. Entonces, se aclaró la garganta y sonrió.

– De todos modos, voy a pedirle a Brendan que vigile por aquí fuera.

Olivia parpadeó. ¡Aquello había ido demasiado lejos! Tenía que decirle que Tommy era un gato. Sin embargo, ya había recibido bastante ira durante un día. Tendría que enfrentarse a él cuando regresara.

– ¿Estás seguro de que estarás bien? Conor asintió y se dirigió a la puerta. Cuando la cerró tras él, Olivia se llevó la mano a la boca y se tocó los labios. Todavía estaban cálidos y húmedos por su beso.

– Si le disparan, nunca podrás perdonarte. Sin embargo, aquello no podría pasarle a Conor. Era valiente y fuerte. Cuando regresara, estaría furioso con ella, pero no la abandonaría, por mucho que ella se mereciera aquel castigo. A pesar de que solo hacía un día que lo conocía, ya sabía que no había otra persona a la que prefiriera confiarle su vida que a Conor Quinn.

Capítulo 4

Conor rodeó el bloque un par de veces para asegurarme que no estaban vigilándolo. No esperaba que nadie estuviera controlando la casa de la patrona, pero nunca estaba de más asegurarse. Además, quería asegurarse de que nadie estaba vigilando el piso de Olivia. Había visto un coche oscuro con ventanas ahumadas cerca, por lo que tomó nota para poder llamar a Danny y pedirle que lo comprobara.

Aparcó el Mustang de Dylan en la siguiente bocacalle y luego se mantuvo pegado a las sombras de las casas. Miró por encima del hombro una vez más antes de llamar al timbre. Como tantas otras casas de aquella zona, la enorme casa, que en el pasado había pertenecido a una sola familia, estaba dividida en varios apartamentos.

La cortina de encaje que había sobre la ventana se agitó un poco y luego se abrió la puerta de par en par. Se encontró cara a cara con una mujer mayor, de pelo canoso y vestida con un arrugado vestido.

– Ya iba siendo hora -musitó.

– ¿Es usted la señora Callaban? -preguntó Conor. La mujer asintió-. He venido a recoger a Tommy.

Ella le hizo un gesto para que pasara. Los dos se vieron en un pequeño recibidor, en el que Conor tuvo que apretarse contra la pared para que la mujer pudiera pasar.

– Estoy encantada de poder librarme de él. No da nada más que problemas. Se pasa despierto toda la noche, duerme todo el día y no deja de comer. Y el ruido está a punto de volverme loca.

Olivia debía haberse sentido desesperada para haber dejado a su hijo con tal arpía. Se alegraba de poder reunir a la madre con su hijo y, aunque proteger a ambos sería más trabajo, merecía la pena.

– ¿Dónde está?

– Está encima de mi cama, en mi dormitorio.

– Le agradecería mucho si pudiera recoger sus cosas. No tengo mucho tiempo.

– Debería hacer que fuera usted quien lo sacara de ahí. Tiene muy mal genio. Te araña todo lo que puede y más. Espere aquí -le ordenó.

Mientras Conor esperaba, se asomó por las cortinas de encaje, sin comprender lo que la mujer le había dicho. Prefería no dar a los vecinos nada de qué hablar. Si podía meter al niño en el coche sin que lo viera nadie, mejor que mejor.

Unos momentos más tarde, oyó unos gritos y luego una serie de gruñidos que parecían más propios de un animal que de un ser humano. Cuando estaba a punto de entrar en el dormitorio para ver qué pasaba, la puerta volvió a abrirse.

– Que te vaya bien -dijo ella, colocándole una caja de cartón entre los brazos. Entonces, trató de cerrar la puerta de nuevo, pero Conor se lo impidió, haciendo cuña con el pie.

– Espere un momento. ¿Dónde está Tommy?

– En esa caja.

– ¿En la caja? -preguntó Conor, colocando la caja cuidadosamente sobre el suelo. Entonces, se asomó por uno de los agujeros y pudo escuchar un profundo gruñido que salía del interior. Antes de que pudiera apartar la mano, una garra salió rápidamente por un agujero y le arañó. Conor gimió, sacudiendo la mano-. ¿Que Tommy es un gato?

– Sí -dijo la señora Callaban-. ¿Qué creía que era? ¿Uno de esos caniches franceses?

Conor no se molestó en responder. En aquellos momentos, tenía suficiente con tratar de controlar su genio. Aquello era ridículo… Estaba furioso, tanto, que apretó los dientes con fuerza. Sin embargo, decidió guardar su ira para cuando se encontrara con Olivia Farrell.

– ¿Tiene cosas? Es decir, juguetes, comida o cosas por el estilo.

– Está todo en la caja. No le toque la cola -le advirtió-, o tendrá que buscar los trozos de su mano en el techo.

Con eso, lo empujó y cerró la puerta, dejando a Conor apretujado en el pequeño recibidor, con solo una fina capa de cartón entre él y aquella fiera. Entonces, se giró y abrió la puerta de la calle.

– Vas a pagar por esto, Olivia Farrell. Mientras se dirigía al coche con el gato, este hizo un valiente intento por escapar. Aunque Conor sentía la tentación de abrir la tapa de la caja y dejar que el animal se escapara, después de todas las molestias que se había tomado no estaba dispuesta a hacerlo. Después de todo, el gato era una prueba, prueba que Olivia Farrell le había mentido y, de paso, había puesto su vida en peligro.

Uno de los hombres de Keenan podría haberlo reconocido y haberle disparado. Tal vez podrían haberlo seguido al motel, para así ocuparse también de Olivia. Conor comprobó la calle otra vez y se metió rápidamente en el coche, dejando la caja en el asiento del pasajero.

No dejó de vigilar por el retrovisor mientras hacía una serie de giros completamente ilógicos hasta que se aseguró de que no lo seguían. Entonces, se puso a repasar mentalmente la conversación que iba a tener con Olivia.

Aunque quería regañarla hasta conseguir que se disculpara, Conor se sentía aliviado en secreto. No tenía un hijo. Sin un hijo, no había nada que se interpusiera entre ellos. No había estado seguro de lo que pensar cuando había mencionado por primera vez a Tommy, pero había sentido una ligera envidia de que su corazón pudiera pertenecerle a otra persona.

¿Por qué envidia? Había tratado de convencerse de que lo que sentía por ella era algo simplemente profesional. Después de todo, lo que mejor se le había dado desde niño era proteger a los demás, Sin embargo, no podía ignorar la atracción que existía entre ellos, los repentinos deseos de tocarla y besarla.

Había oído historias de policías que se enamoraban de mujeres a las que tenían que proteger y siempre había pensado que un hombre tenía que estar loco para arriesgar su profesión por una mujer. De hecho, ya sabía cómo ocurría. Se sentía tan asustada y necesitaba que su primer instinto era protegerla… Algunas veces, no había mejor modo de demostrarlo que con un beso o una caricia.

Conor contuvo el aliento. Ya sabía cómo eran las reglas y los castigos por implicarse sentimentalmente con un testigo. Si lo descubrieran, sería el final de su carrera. Volvería a trabajar haciendo rondas o, peor aún, lo expulsarían del Cuerpo. Y todo por una mujer. Recordó las palabras de su padre. «Lo único que puede derribar a un Quinn es una mujer.

– Mantén las distancias con ella -murmuró.

A pesar de todo, mientras iba conduciendo, no pudo evitar preguntarse si Olivia Farrell merecía el riesgo. Tal vez lo afectaba tanto porque era muy diferente de las otras chicas con las que salía habitualmente. Olivia era sofisticada y refinada, elegante… el tipo de mujer que parecía completamente inalcanzable.

Solo había habido una mujer en su vida que se le hubiera escapado. Se había sentido destrozado cuando su madre se había marchado, pero seguía considerándola un dechado de virtudes. Se parecía mucho a Olivia. Era hermosa, delicada… Aunque habían sido muy pobres, la mesa siempre había estado bien puesta y se había tomado muchas molestias con su apariencia.

La aventura del deseo

De hecho, siempre se había preguntado porque se habría casado con su padre. Eran como el caviar y las sardinas. Sin embargo, entrelazado con aquellas imágenes, estaba el rostro de Olivia. Aquella vez, no lo apartó de su mente, sino que dejó que lo empapara, corno la lluvia sobre el cristal. A partir de aquel momento, aquello sería lo único que se permitiría: un pensamiento impuro sobre ella pero muy ocasional.

Para cuando estaba a punto de llegar al motel, la ira y la rabia habían desaparecido. No dejaba de pensar en Olivia. De repente, un repentino ruido lo distrajo de sus pensamientos. Miró por el retrovisor, preparándose mentalmente para un disparo, pero entonces se dio cuenta de que el revuelo provenía del interior del coche.

Miró la caja que contenía el gato y vio que estaba abierta y vacía.

– Maldita sea -murmuró.

Aquello era como un ciclón. Había pelo por todas partes. Tommy había empezado a dar vueltas por el coche, saltando del asiento trasero al delantero y viceversa. Conor trató de agarrarlo, pero el gato era demasiado rápido y sus garras demasiado afiladas. Arañó a Conor en la mejilla y en la barbilla en una de sus vueltas y en la otra le alcanzó en la mano.

– ¡Basta ya! ¡Ya he tenido más que suficiente! -exclamó. Se detuvo en el arcén y se preparó para enfrentarse al diablo-, ¡No pienso dejar que un felino se haga dueño de este coche!

Cuando el gato pasó la siguiente vez a su lado, Conor apretó los dientes y agarró al animal. Como pudo, volvió a meterlo en la caja, pero no antes de sufrir otra tanda de arañazos.

– Debería haberme limitado a abrir la ventanilla -musitó, mientras volvía a arrancar el coche, sin apartar la vista de la caja.

Para cuando llegó al aparcamiento del motel, la mayoría de sus arañazos sangraban profusamente, pero era su orgullo lo que más había sufrido. Le daba vergüenza que, después de haber detenido a terribles delincuentes y a hombres sin piedad, lo hubiera derrotado un gato.

Conor agarró la caja y se dirigió hacia la puerta de la habitación.

– Espero que por lo menos esté agradecida -musitó-. Que por lo menos esté agradecida…

No pensaba sentirse satisfecho con menos de un beso, un beso largo profundo y húmedo. Brendan apareció de entre las sombras y lo saludó con la mano.

– ¿Dónde está el niño? -le preguntó-. ¿Y qué te ha pasado?

– No había niño -respondió Conor, tocándose la mejilla para descubrir que la tenía llena de sangre.

– ¿Quieres decir que lo tienen esos hombres?

– Tommy es un gato -replicó, mostrándole la caja-. Échale un vistazo. Es salvaje.

Brendan extendió un dedo por uno de los agujeros y recibió un buen gruñido y un arañazo.

– ¡Vaya! ¿Qué le has hecho al pobre?

– ¿Que qué le he hecho? ¡Mira lo que me ha hecho él a mí!

Brendan se echó a reír y golpeó a su hermano cariñosamente en la espalda.

– Primero una hermosa mujer, luego un gato… Sabía que, cuando finalmente te enamoraras, lo harías bien, Conor. Buena suerte. Estoy seguro de que la vas a necesitar.

Conor se quedó de pie un momento mientras contemplaba cómo Brendan volvía a desaparecer en la oscuridad. Entonces, respiró profundamente y se sacó la llave de la habitación del bolsillo.

– Contrólate, muchacho -se dijo-. Y vigila tu lengua. Solo te quedan diez días con esa mujer y es mejor que hagas que sean lo más llevaderos posible.

Cuando entró en la habitación, la encontró vacía. El miedo se apoderó de él, impidiéndole respirar. Tiró la caja encima de la cama, sin prestar atención alguna a las protestas que surgieron del interior. ¿Habría conseguido Keenan pasar sin que Brendan lo viera? ¿O había Olivia salido sin que nadie la viera? Cuando fue a comprobar la ventana, se oyó el ruido de la ducha.

Con una suave maldición. Conor se dirigió a la puerta del cuarto de baño y pegó una oreja a la puerta. Al principio, sintió la tentación de abrirla para asegurarse de que ella se encontraba bien, pero cuando la oyó cantando, decidió esperar hasta que ella saliera por sí misma.

Se sentó en la cama, al lado de la caja, para esperar. Dentro de la caja, se oyó un profundo gruñido y luego silencio. Conor dio un golpe encima de la caja.

– Tú y yo vamos a poner algo en claro – murmuró-. Yo soy el que está a cargo aquí, o me escuchas o te veo comiendo tripas de pescado en un muelle del puerto. ¿Está claro?

Al asomarse a uno de los agujeros, vio una nariz rosada. Estuvo a punto de darle un golpe, pero se contuvo.

Unos minutos más tarde, Olivia salió del cuarto de baño, con una toalla encima de la cabeza, cubriéndole los ojos. Llevaba otra alrededor del cuerpo, sujeta entre los pechos. Conor contuvo el aliento, sin saber lo que hacer. La decencia le decía que anunciara su presencia, antes de que, accidentalmente, se quitara las dos toallas. Tal vez debiera darse la vuelta y mirar hacia la pared…

El momento de tomar la decisión pasó en cuanto se quitó la toalla y echó la cabeza hacia atrás. Cuando lo vio sentado en el borde de la cama, se quedó atónita. Conor esperó, preguntándose lo ofendida que ella se sentiría. Después de todo, solo iba a cubierta por una toalla y no hacía mucho que se conocían. Él se puso de pie lentamente, sin apartar la mirada de la de ella.

Sin embargo, en vez de la esperada indignación, su rostro reflejó un profundo alivio. Dejó escapar un pequeño grito y se lanzó sobre él, rodeándolo con sus brazos y abrazándolo fieramente. Al principio, Conor no sabía qué hacer. Entonces, hizo lo único que se le ocurrió. Le rodeó la cintura con los brazos y la besó.

Olivia se había sentido tan aliviada, que no se paró a pensar en las consecuencias de besar a Conor. Echarse en sus brazos había sido la cosa más natural del mundo. Estaba vivo, había regresado sano y salvo y la culpa que había sentido por mandarle por el gato podría ser olvidada.

Olivia no estaba segura de quién había terminado el beso, aunque ninguno de los dos parecía muy ansioso por hacerlo. Cuando ella finalmente levantó la mirada, se encontró que los ojos de Conor estaban llenos de deseo. Entonces, notó la sangre que le cubría la mejilla.

– Estás herido…

– No es nada -susurró él, inclinándose sobre ella como si quisiera volver a besarla. Sin embargo, Olivia se escapó de entre sus brazos. La preocupación que sentía por sus heridas era más importante que el deseo.

– Siéntate -le ordenó Olivia, obligándolo a sentarse en el borde de la cama.

Entonces, fue corriendo al cuarto de baño y regresó con un trapo húmedo. Se arrodilló en la cama al lado de él y examinó sus heridas. ¡Se lo merecía! Lo había enviado por su gato y había estado a punto de recibir una bala en la cara.

– Lo siento -murmuró-. Fui muy egoísta. Sabía que pensabas que Tommy era un niño. Llevo sintiéndome culpable desde que te marchaste. Nunca quise que te ocurriera esto. ¿Fue Keenan?

– No exactamente.

– ¿Uno de sus hombres, entonces?

– No. Fue tu gato.

– ¿Que Tommy te hizo esto? -preguntó, incorporándose un poco.

– Sí. Y si me vuelves a hacer esto, te colocaré un par de zapatos de cemento y te tiraré al puerto de Boston yo mismo.

– ¿Me perdonas?

– Deberías haberme dicho que Tommy era tu gato. Podría haber ido mejor preparado. Ha desgarrado toda la tapicería del coche de Dylan. Además, yo aspiré tanto pelo que creo que voy a echar una bola dentro de un par de horas -bromeó él-. Y si vas a sacarlo de la caja, es mejor que lo mantengas alejado de mí.

Entre risas, Olivia se inclinó sobre la caja y empezó a llamar al gato. El animal maulló un poco hasta que Olivia retiró las pestañas de la caja. Como una bala, el gato, de pelaje naranja, saltó encima de la cama. Ella lo tomó entre sus brazos y apretó la cara contra la piel del animal, sorprendida de lo mucho que se alegraba de verla.

– ¿Te has portado mal con el tío Conor?

– Debería acusarlo de ataque a un oficial de policía.

Olivia dejó al gato en el suelo y le acarició la tripa antes de volverse a Conor. Al ver cómo la miraba, sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Notó que había algo mucho más peligroso que su ira latiendo entre ellos. Entonces, se puso a rebuscar en su bolsa de maquillaje y sacó un pequeño frasco de un líquido antiséptico.

– Esperaba que me fueras a arrancar la cabeza -Olivia dijo, mientras echaba un poco de líquido en el trapo.

– Créeme si te digo que lo pensé. Conor hizo un gesto de dolor cuando ella le aplicó el líquido en la mejilla. Olivia se inclinó sobre él y le sopló suavemente en la mejilla para aliviarlo.

– Ya está…

Él se volvió lentamente para mirarla. Sus miradas se entrelazaron durante un largo momento. Olivia no podía respirar. De repente, fue consciente de que solo iba cubierta con una toalla, que podía desaparecer con un simple gesto de los dedos de Conor. Otro temblor sacudió su piel. Sin poder evitarlo, miró fijamente los labios de él, duros y bien esculpidos.

Aquella mirada fue como una silenciosa invitación que él aceptó. Se inclinó y le tocó suavemente los labios. Aquella era la primera vez que la besaba solo por el gusto de besarla. Las veces anteriores había sido por impulso. Aquel beso fue lento y medido, deliberado. Conor se tomó su tiempo con ella, saboreándola y tentándola hasta que ella, poco a poco, se abrió a él.

A medida que sus labios fueron separándose, cualquier intento de resistencia se esfumó también. Olivia sabía que no estaba bien, ni por lo que la profesión de Conor dictaba ni por sus propias reglas. Él era un policía y ella una testigo. Hacía muy poco que se conocían. Aunque aquel beso no iba a costarle nada a ella, a Conor podría costarle su empleo.

Sin embargo, en aquellos momentos no podía pensar en nada. Conor lentamente la había colocado encima de la cama. Su boca se iba deslizando hacia la curva del cuello, trazando un cálido camino hasta el hombro. Olivia cerró los ojos y suspiró. Las sensaciones que le creaba la boca de él le hacían vibrar de la cabeza a los pies.

Hacía tanto tiempo desde que un hombre la había tocado, que no podía soportar que se terminara ni tampoco podía negar la atracción que sentía por Conor. Tal vez era una reacción típica entre la mujer vulnerable y el protector policía, pero la necesidad que ella sentía era fuerte y real.

Conor no se parecía a ningún hombre de los que había conocido. En un secreto rincón de su corazón, anhelaba poder conocerlo más íntimamente. Era valiente y volátil, divertido y vulnerable, silencioso y fuerte. Todas aquellas cualidades formaban un fascinante rompecabezas. ¿Que había debajo de aquel exterior de acero? ¿Qué le hacía vibrar? Un hombre con tanta pasión por su trabajo, debía ser igual de apasionado en otros aspectos. Pasarían juntos diez días y Olivia sabía que le resultaría imposible contener su curiosidad ni su deseo.

– ¿Por qué eres tan suave? -murmuró él contra su piel.

– ¿Y por qué eres tú tan fuerte? -replicó ella, enredándole los dedos en el pelo.

Conor levantó la mirada y ella lo leyó en sus ojos; como si el sonido de su voz hubiera hecho que, de repente, se diera cuenta de lo que estaban a punto de hacer. La mandíbula se le tensó y, entonces, maldijo suavemente y se levantó de la cama.

– Creo que es mejor que te vistas… El arrepentimiento se notaba claramente en su voz, pero, ¿era por lo que ya habían hecho o por lo que no podían hacer? Olivia se ajustó la toalla y se sentó en la cama, tratando de mantener la compostura. De repente, la toalla le pareció demasiado pequeña.

– Creo que no deberíamos volver a hacerlo -dijo ella, forzando una sonrisa.

– No sería recomendable. Creo que va contra todas las reglas del departamento de policía.

– ¿Y si no hubiera reglas?

– Soy policía y trato con hechos, no con hipótesis. ¿Qué te parece si voy por algo de comer? Tú puedes terminar… bueno, lo que tengas que terminar.

Olivia asintió y se metió rápidamente en el cuarto de baño. Cerró la puerta y se apoyó contra ella. Todavía tenía el pulso acelerado y un rubor le cubría todo el cuerpo. Se miró al espejo y suspiró.

¿Qué golpe de suerte, o de desgracia, era el culpable de todo aquello? ¿Por qué había tenido que asociarse con Kevin Ford? ¿Por qué había tenido que entrar en el despacho en el mismo momento en que su socio estaba reunido con Red Keenan? ¿Y por qué el detective al que se le había asignado su protección era Conor Quinn?

– Solías ser una chica con suerte. Y ahora te persigue la desgracia -le dijo a la imagen que se reflejaba en el espejo.

Se quitó la toalla y recogió la ropa, que estaba en el suelo. Sin embargo, no quería volver a ponérsela. Llevaba lo mismo desde que se habían escapado de Cape Cod.

– Ni siquiera tengo una muda limpia de ropa interior.

Olivia se puso los vaqueros sin las braguitas y luego se puso la camisola y el jersey. Después del incidente de Tommy, no estaba segura de la credibilidad que tenía con Conor. Seguramente la historia de su falta de ropa interior no caería demasiado bien.

Se peinó el cabello húmedo mientras consideraba la mejor táctica. Entonces, se acordó de Tommy. Necesitaría comida, arena, una bandeja y tal vez unos juguetes. Una visita al mercado más cercano solucionaría todo aquello y, además, le proporcionaría ropa limpia y objetos de aseo, como pasta de dientes y desodorante.

Lentamente, abrió la puerta del cuarto de baño, pero el sonido de la voz de Conor la detuvo. Entonces, se dio cuenta de que estaba hablando por teléfono con su comisaría.

– Está bien -decía-. ¿Qué le pasó al oficial que estaba de guardia delante de la casa de Cape Cod? Se suponía que tenía que estar vigilando la carretera y luego se marchó. ¿Que fue a tomarse un café y a comprar unos donuts? -añadió, tras una pausa-. Escucha, quiero que Cariyie o Sampson se hagan cargo de este caso. De hecho, envíalos a los dos. No vayas por los canales habituales. Sigo creyendo que Keenan podría tener a alguien dentro del departamento… No puedo. No, no saldría bien. Es difícil. Ella ha desarrollado ciertos sentimientos por mí. Sí. Ya sabes lo que pasa… No puedo ocuparme de ella. De acuerdo. Media hora. Estupendo.

Olivia cerró lentamente la puerta y se sentó en el borde de la bañera. ¿La dejaba a cargo de otra persona? ¿Así? Se mordió el labio inferior cuando este le empezó a temblar. Ella confiaba en Conor. Era el único que podía protegerla de Red Keenan. ¡No quería que la dejara!

Luchó contra la necesidad de salir del cuarto de baño y decirle exactamente lo que pensaba de él, pero entonces recordó de nuevo las palabras que él había pronunciado. «Ella ha desarrollado ciertos sentimientos por mí… No saldría bien… No puedo ocuparme de ella…»

– ¿Que no puede ocuparse de mí?

Había creído que todo lo que había ocurrido entre ellos había sido por un deseo mutuo. ¿Es que había interpretado mal la situación? ¿Solo estaba soportándola hasta que pudiera pasarla a uno de sus compañeros? ¡Qué humillante!

– Tengo que salir de aquí -murmuró-. No puedo volver a enfrentarme a él.

La ventana parecía demasiado pequeña para poder pasar por ella. Tal vez si se encerraba en el cuarto de baño hasta que llegaran los otros policías, no tendría que volver a hablar con él. Sin embargo, no podía esperar. ¡En lo único en lo que podía pensar era en escapar!

Conor miró la puerta del cuarto de baño y luego consultó la hora. Olivia llevaba allí metida más de quince minutos, tiempo suficiente para que a él le hubiera dado tiempo a ir al supermercado más cercano y comprar un par de bocadillos y una bolsa de arena para gatos. ¿Cuánto tiempo tardaba en arreglarse? Si hubiera crecido con una mujer en la casa, tal vez lo sabría, pero le parecía que quince minutos era más que suficiente.

Se puso de pie y se acercó a la puerta. Al comprobar que no se oía nada, llamó.

– ¿Olivia? ¿Qué estás haciendo? ¿Has terminado ya? He ido a por algo de comer -dijo, esperando que ella contestara. Al no recibir respuesta, volvió a llamar. Trató de abrir, pero se dio cuenta de que la puerta estaba cerrada con llave-. ¡Olivia! ¡Abre la puerta! ¡Maldita sea, Olivia, abre la puerta o la echo abajo! – añadió. No recibió respuesta alguna-. Si estás cerca de la puerta, es mejor que te apartes.

Con una firme patada le bastó para hacer saltar el pequeño pestillo. Entró rápidamente, esperando encontrársela en la bañera, pero lo único que vio fue un par de largas piernas asomando por la pequeña ventana que había en el cuarto.

– ¿Qué diablos estás haciendo? ¡No puedes salir por esa ventana! ¡Es demasiado pequeña!

Conor la agarró por las piernas y tiró de ella. Sin embargo, Olivia le respondió con una fuerte patada. El tacón lo golpeó en la nariz.

– ¡Déjame en paz! -exclamó ella, desde el otro lado de la ventana.

Conor se frotó la nariz. Se había llevado buenos golpes en toda su carrera como policía, pero aquel caso lo estaba matando.

– No serás capaz de salir por ahí. Estás atascada.

– ¿Es que crees que no lo sé?

– Entonces, quédate quieta y déjame que te saque -respondió, agarrándola por las piernas con firmeza, para que ella no pudiera golpearlo de nuevo-. Ahora, levanta los brazos.

Con un buen tirón, Olivia volvió a estar en el cuarto de baño.

Los dos cayeron al suelo. Entonces, ella se apartó rápidamente de él.

– ¿En qué estabas pensando? -preguntó Conor.

– Evidentemente, estaba pensando que estaba mucho más delgada de lo que realmente estoy. Recuérdame que no coma patatas fritas.

– ¿Dónde pensabas ir?

– De compras.

– ¿De compras?

– ¡Sí! Si tienes que saberlo, necesito ropa interior limpia. Salimos tan precipitadamente de la casa de Cape Cod, que no tuve tiempo de agarrar mis cosas. Llevo la misma ropa interior desde hace dos días.

– ¿Alguien anda por ahí fuera y lo único que te preocupa es conseguir ropa interior limpia?

Olivia asintió. Conor la observó, atónito. Aquello era algo que no entendía de las mujeres. Aquella obsesión por la ropa interior, el encaje, la seda… La ropa interior era solo ropa interior. Nadie la veía, entonces, ¿qué importaba?

– ¿Por qué no lo pediste?

– Porque a ti no te importa lo que yo quiera o lo que necesite.

– ¿Que no me importa? ¿Quién arriesgó la vida para ir por tu maldito gato?

– Si realmente te importa, ¿por qué vas a dejar de protegerme? ¿Por qué has llamado a otro policía para que venga a cuidar de mí?

Conor se quedó inmóvil al comprobar que ella había escuchado la conversación telefónica y había oído las mentiras que había dicho. De repente, sus razones para escapar por la ventana resultaron mucho más evidentes. Había herido sus sentimientos, la había humillado tanto, que no podía soportar estar en la misma habitación que él.

– Lo siento. Es que…

– Lo sé. Te lo pongo muy difícil. No puedes ocuparte de mí. Has descrito la situación como si yo me estuviera tirando constantemente encima de ti. Pensé que la atracción era mutua.

– Lo era… Lo es. Por eso debo marcharme. Olivia se giró hacia él, arrodillándose en el suelo a su lado, con una expresión ansiosa en el rostro.

– ¿Y si te prometiera que no voy a volver a besarte? ¿Te quedarías entonces?

– No eres tú, Olivia, sino yo -murmuró, acariciándole suavemente la mejilla con las yemas de los dedos-. No puedo prometer que no volveré a besarte… ni a tocarte. Y si no puedo prometerlo, no soy el mejor hombre para protegerte. Necesito tener la cabeza sobre los hombros para hacerlo o, si no, los dos estaremos en peligro.

– Yo confío en ti. No quiero a nadie más.

– Los dos hombres que han enviado son buenos. Los conozco a los dos y no les dejaría quedarse contigo si no estuviera seguro de que iban a protegerte muy bien. Sin embargo, quiero que me prometas que no volverás a salir por ninguna ventana y que no les enviarás por más mascotas.

– No quiero que te vayas… -susurró ella, bajando la cara

– ¿Me lo prometes? -insistió él, obligándola a mirarlo.

De mala gana, Olivia asintió, pero Conor no se conformó con eso. Cedió a sus impulsos y se inclinó sobre ella para besarla suavemente. Un último beso. ¿Qué mal había en ello? Sin embargo, si había pensado que con ello le bastaría, se había equivocado. En el momento en que los labios de ella se abrieron bajo los suyos, se perdió en la calidez de su boca. Un bajo gemido rugió en su garganta y la tomó con pasión entre sus brazos.

El sabor de su boca era como una droga, tan adictiva que Conor habría sido capaz de todo para volver a saborearla una vez más. Nunca antes había sentido la obsesiva atracción que experimentaba por Olivia. Su cerebro se nublaba con el fresco aroma de su cabello y las cálidas sensaciones que le proporcionaba la lengua.

Necesitó de toda su fuerza de voluntad para apartarse de ella. La miró fijamente y observó cómo abría por fin los ojos.

– Quiero que sepas que mentí en todo lo que dije por teléfono. Besarte no me resulta difícil. Es no hacerlo lo que me cuesta.

Esbozó una trémula sonrisa, pero esta desapareció rápidamente cuando alguien llamó a la puerta. Miró a Conor con desesperación y él sonrió.

– Te prometo que todo irá bien. Él se puso de pie y extendió una mano para ayudarla a que hiciera lo mismo. Avanzó hacia la puerta, con la mano de Olivia todavía en la suya. Quería sentirla todo el tiempo que fuera posible. Cuando, aquella noche, estuviera solo en su apartamento, podría recordar la delicadeza de sus dedos y la dulzura de su voz. Podría recordar todos los segundos que había pasado con ella.

Con mucho cuidado, apartó la cortina y vio a Don Cariyie. Entonces, llevó a Olivia a la cama, sobre la que Tommy se había tumbado sobre una de las almohadas.

– Espera aquí. Solo tardaré un minuto Conor salió al exterior y cerró la puerta tras él.

– ¿Cuál es el plan? -le preguntó a Cariyie.

– Tengo un lugar para ella en Framingham. Sampson está esperando en el coche. Bueno, ¿qué es lo que le pasa? ¿Siente debilidad por los policías o es una de esas mujeres que se sienten atraídas por todo lo que lleve pantalones?

La furia que sintió fue tan intensa, que Conor no pudo pensar antes de actuar. Con un rápido movimiento, inmovilizó a Cariyie contra la puerta.

– Si intentas algo con ella, aunque sea mirarla de perfil, te meteré la mano en la boca y te volveré del revés. ¿Me oyes?

– Sí, claro -susurró Cariyie-. Vaya, Quinn, ¿qué diablos te pasa? Tú eres el que pidió que te sustituyera.

– Recuerda lo que te acabo de decir. Es una dama. Trátala en consecuencia -concluyó Conor, soltando a su amigo.

Tras aquel intercambio, volvió a abrir la puerta, entrando acompañado de Cariyie. Olivia seguía tumbada en la cama, triste y vulnerable, abrazando a su gato.

– El detective Cariyie te va a llevar a un lugar seguro. Si necesitas algo… aunque sea ropa interior, pídeselo. ¿De acuerdo?

Entonces, agarró el abrigo de ella, que estaba sobre la cama y lo sujetó para que Olivia pudiera ponérselo. A continuación, ella le dio un beso a Tommy y lo metió en la caja.

– ¿Un gato? -preguntó Cariyie-. No nos podemos llevar un gato.

– Pero yo…

– Yo me lo quedaré. Estará conmigo hasta que tú puedas ir a recogerlo después del juicio -dijo Conor.

Aunque odiaba al animal, sabía que poder devolvérselo a su dueña le daría una nueva oportunidad de ver a Olivia. Cuando todo aquello hubiera terminado y ella ya no fuera una testigo ni él el policía encargado de protegerla. Pasar unas pocas semanas con Tommy El Terrorífico era un precio muy pequeño.

– ¿De verdad?

– Claro. Para cuando vengas a recogerlo, ya seremos los dos buenos amigos.

– Gracias -murmuró ella, dándole un beso en la mejilla. Entonces, agarró su bolso y se marchó.

Conor la siguió, y, tras mirar por última vez a su alrededor, salió detrás de ella y Cariyie con la caja bajo el brazo.

Antes de que se diera cuenta, la madera de la puerta se astilló a la altura de su cabeza. Al mirar al aparcamiento, vio el destello de otro disparo, que destrozó el cartel del hotel. Sin soltar la caja, agarró a Olivia y la tiró al suelo, cayendo delante del Mustang de Dylan.

– Quédate aquí -susurró él, entregándole a Olivia la caja-. Y no levantes la cabeza.

Conor sacó su pistola y miró a su alrededor. Cariyie estaba agachado tras otro coche, disparando. Desde otro lugar del aparcamiento, Sampson había sacado su pistola y estaba apuntando. Conor volvió junto a Olivia y agarró la caja.

– Vamos a meternos en el coche -le dijo-. Saca al gato de la caja y agárralo con fuerza. Es mejor que te lo metas debajo del abrigo. Tenemos que actuar con rapidez.

Olivia hizo lo que él le había pedido y los dos se dirigieron hacia la puerta del copiloto del coche. Conor la abrió e hizo que ella se metiera. Luego, volvió hacia el lado del conductor, que estaba en la línea de fuego y, tras gritarle a Cariyie que lo cubriera, trató de subirse. Casi lo había conseguido cuando sintió un agudo dolor en el costado, como si alguien le hubiera metido un hierro al rojo entre las costillas. El dolor le cortó la respiración.

«No te rindas ahora. Tienes que sacarla de aquí», se dijo.

A pesar del dolor, consiguió cerrar la puerta y arrancar el coche. Metió la marcha atrás y salió hacia la carretera. Afortunadamente, Cariyie y Sampson consiguieron retener a los hombres de Keenan tras reventarles las ruedas del coche negro que había aparcado a la entrada del aparcamiento.

Cuando se hubieron alejado, él la miró. Tenía los ojos cerrados y los labios se movían en silencio, como si estuviera rezando. El gato la miraba con adoración, encantado de estar entre sus brazos.

– Lo hemos conseguido -dijo él.

– ¿Cómo nos han encontrado? -preguntó ella, incorporándose poco a poco en el asiento.

– Es alguien del departamento. Supongo que ahora estamos solos…

Conor empezó a sentir náuseas, pero luchó para guardar la consciencia. No quería sacar el coche de la carretera, por lo que se detuvo en el arcén. A la luz de una farola, vio la sangre que le cubría la mano.

– Creo que es mejor que conduzcas tú – murmuró Conor, agotado por el esfuerzo.

– ¿Yo? ¿Por qué?

– Muévete -dijo él.

Salió del coche, pero necesitó toda su fuerza para poder rodear el coche sin caerse. Sentía las piernas como goma y, de repente, se puso a temblar sin razón alguna. Cuando volvió a meterse en el coche, el dolor era insoportable.

– ¿Dónde vamos?

– Tenemos que volver a Hull -replicó Conor-. Con Brendan y el barco. ¿Te acuerdas de cómo llegar allí?

– Creo que sí. ¿Te encuentras bien? Parece que vayas a vomitar.

– Estoy bien -mintió él-. Solo ve allí. Cuando ella arrancó el motor, Conor cerró los ojos, seguro de que ella podría llevarlo al barco, a la seguridad. Se sentía muy cansado. Por mucho que trataba de abrir los ojos, no podía hacerlo. La oscuridad lo envolvió completamente.

Capítulo 5

Olivia se mordió el labio inferior y arrancó el coche, rezando en silencio para que Dios evitara que se viera implicada en un accidente. Sin embargo, cuando se dio cuenta de cómo eran las marchas, supo que las oraciones no le servirían de nada. El coche tenía un cambio de marchas manual, no automático, y ella solo había conducido coches automáticos.

– No puedo hacerlo -dijo, mirando a Conor.

Tenía los ojos cerrados. Sabía que había estado trabajando mucho, pero aquel no era momento para quedarse dormido. Olivia extendió una mano y le sacudió el brazo. La mano de él cayó entre los asientos. Estaba húmeda y pegajosa. Era sangre.

– ¿Conor? ¿Conor, te encuentras bien? Él abrió los ojos a medias y, al principio, no pareció reconocerla.

– ¿Ya hemos llegado?

Olivia se inclinó sobre él para examinarle el brazo y rápidamente encontró el origen de la sangre. La camisa estaba empapada en todo el costado. Ella se sintió mareada y tuvo que respirar profundamente.

– No, no, no…

Agarró la palanca de cambios y estudió el pequeño diagrama que había dibujado en la parte superior. Entonces, apretó el embrague.

– No, no, no… Aguanta, por favor. No te mueras. No te atrevas a morirte. Voy a llevarte a un hospital.

– No -musitó él-. A un hospital no. Llévame con Brendan. Él sabrá lo que hacer.

Arrancó el coche y metió primera. Las marchas chirriaban. El coche dio una sacudida, pero empezó a moverse. Para cuando dio la vuelta, había conseguido utilizar tres de las cuatro marchas que tenía el coche sin que se le calara el motor.

– Tranquila -murmuraba, buscando señales que le indicaran donde había un hospital o un teléfono para llamar a una ambulancia.

¡No quería obedecer sus órdenes! Lo habían disparado mientras estaba protegiéndola y era responsable de salvarle la vida.

– Voy a llamar a una ambulancia. Dame tu teléfono móvil.

– No. Haz lo que te digo.

– Pero el barco está al menos a diez minutos. Podrías morir antes.

– No me voy a morir, te lo prometo -susurró él, acariciándole suavemente el cabello.

– De acuerdo -dijo ella-. Iremos al barco mientras sigas hablando conmigo. Si te desmayas, voy a parar para llamar a una ambulancia. ¿Trato hecho?

– Trato hecho

– Bien. ¿De qué hablamos? Hablemos sobre ti. Háblame de tu familia -dijo ella, muy nerviosa-. Háblame de Brendan y de Dylan.

– ¿Qué quieres saber sobre ellos?

– Lo que sea. O háblame de tus padres, o de tu infancia en Irlanda. Háblame del lugar en el que naciste, de cualquier cosa, pero háblame para que yo sepa que sigues vivo.

– Nací en una casa de piedra que daba a la bahía de Bantry, en la costa sur de Irlanda, en el condado de Cork. Mi padre era pescador y mi madre… mi madre era muy hermosa…

– ¿Cuándo vinieron a los Estados Unidos? -preguntó ella, mientras rezaba en su interior y trataba por todos los medios de concentrarse para no perderse.

– Murió…

– ¿Cómo? ¿Quién murió?

– Mi padre dice que murió, pero yo no lo creo, porque yo lo habría sabido. Pero si no murió, ¿por qué no regresó nunca?

– ¿No sabes si tu madre está viva o muerta?

– Se marchó cuando yo tenía siete años. Un día estaba con nosotros y al siguiente se había marchado. Mi padre no quería hablar al respecto. Más tarde, nos dijo que había muerto en un accidente de coche, pero estaba furioso y yo creo que lo dijo porque quería que nos olvidáramos de ella. Yo nunca la olvidé. Los demás, sí, pero yo no. Todavía puedo verla… Era muy hermosa, como tú. Solo que tenía el cabello oscuro y el tuyo es como el oro.

Aquel piropo era tan sincero, que Olivia sintió que se le saltaban las lágrimas. Tenía miedo y, cuando aquello le ocurría, Conor le hacía sentirse segura. Pensar que él pudiera desaparecer le producía un dolor terrible en el corazón.

Afortunadamente, encontró el barco sin errar ni una sola vez el camino. Pisó los frenos y se volvió hacia Conor.

– Ya hemos llegado. ¿Puedes caminar? Él asintió. Olivia salió rápidamente del coche y voló al otro lado del coche, lo sacó y lo puso de pie. Conor se apoyó en ella. No había dejado de hablar ni un momento y Olivia esperó de todo corazón haber hecho bien en llevarlo allí.

– ¿Qué es…?

Olivia levantó la mirada y vio a Brendan.

– Ayúdalo. Creo que ha recibido un disparo.

Brendan bajó corriendo del barco y ayudó a Olivia a meter a su hermano en el barco. A los pocos minutos, el herido estaba tumbado sobre una litera.

– Me duele mucho -murmuró Conor-, pero no creo que haya dado en ningún órgano vital.

Olivia se apartó mientras Brendan atendía a su hermano. De repente, había comprendido el alcance de lo ocurrido y empezó a temblar. Las lágrimas amenazaban con derramarse. Cuando Brendan le quitó la chaqueta a Conor, ella gimió también, como si sintiera su dolor.

– Dios mío, Conor -exclamó Brendan-. Hay mucha sangre. Olivia. Tráeme ese botiquín de primeros auxilios y unas toallas limpias.

Ella hizo lo que le había ordenado.

– ¿No crees que deberíamos llamar a una ambulancia?

La respuesta fue una serie de gritos de dolor, que Conor emitió cuando su hermano le aplicó alcohol a la herida.

– Es el alcohol. Parece que la herida no es demasiado profunda, pero estás perdiendo mucha sangre. Tengo un amigo aquí en la ciudad que es médico. Voy a llamarlo.

– Es una herida de bala. Tendrá que informar a la policía y sabrán dónde estamos -musitó Conor-. Cósemela como le cosiste la herida a papá cuando se enganchó con el anzuelo.

– Conor, en aquel momento, estábamos a cuatrocientas millas de la costa y tuve que utilizar una aguja vieja y un poco de sedal. Le explicaré a mi amigo que eres policía e informará de ello mañana por la mañana. Para entonces, ya nos habremos marchado -dijo Brendan, sacando un teléfono móvil. Enseguida se lo explicó todo a su amigo.

Mientras tanto, Conor miró a Olivia y le dedicó una débil sonrisa. Entonces, ella se acercó a la litera y se arrodilló en el suelo, para luego agarrarlo de la mano.

– Tenía tanto miedo… Todavía lo tengo.

– Todo saldrá bien. Has sido muy valiente. Olivia estuvo a su lado, agarrándolo de la mano, hasta que llegó el médico. Entonces. Brendan la sacó de la cabina para que pudiera tomar un poco de aire fresco en la cubierta. Estuvieron allí, contemplando la negra oscuridad del puerto y escuchando el suave murmullo del agua contra los cascos de las naves.

– Menuda noche has tenido.

– Pensé que, antes de ahora, mi vida era bastante emocionante. Viajaba, iba a fiestas estupendas, me tomaba lujosas vacaciones… Nada de eso puede compararse con los días que he pasado con tu hermano.

– Gracias.

– ¿Por qué?

– Por salvarle la vida. Por ocuparte de él -dijo Brendan, rodeándole los hombros con un brazo.

– Eso no resulta difícil. Es un buen hombre. Tal vez el mejor que he conocido nunca.

– Algunas veces, hace que eso resulte un poco difícil. Mantiene las distancias y, cuando alguien se acerca demasiado, se retira.

– Me habló sobre vuestra madre.

– ¿Que Conor te habló de nuestra madre? -preguntó Brendan, sorprendido.

– No creo que supiera de lo que estaba hablando. Solo lo hacía para mantenerse consciente.

– Creo que esa es la razón de que Conor sea tan reservado con las mujeres. Cuando ella se marchó, fue el que peor lo pasó. Era solo un muchacho y tuvo que criar a cinco hermanos. No creo que quiera volver a sentir que alguien lo abandona de ese modo, así que cierra todas las posibilidades y concentra toda su energía para que los que lo rodean se sientan seguros. Sigue creyendo que nuestra madre sigue viva.

– ¿Y tú no?

– No lo sé. Cuando éramos pequeños, Conor decía que un día iría a buscarla. Tal vez por eso se hizo policía, pero no creo que haya ido a buscarla.

– ¿Por qué no?

– Creo que tiene miedo de lo que podría encontrar. Era más feliz creyendo que ella estaba viva en alguna parte, viva y viviendo una buena vida. Bueno, voy a ver cómo van. ¿Te apetece algo? ¿Café, té, un poco de whisky?

Olivia sonrió y negó con la cabeza. Cuando estuvo sola, se dejó llevar por sus emociones y se echó a llorar. Lo hizo por la vida que había tenido una vez, tranquila y ordenada, y por todas las esperanzas del futuro, por la ira que sentía por su socio, pero lloró principalmente por Conor. Había arriesgado su vida por ella. Olivia sentía que se estaba enamorando muy rápidamente de él, de un hombre que tal vez nunca le correspondería.

– ¿Olivia? Se va a poner bien -le informó Brendan-. El médico le ha cosido la herida. Afortunadamente, la bala solo le arañó la piel -añadió. Al oír aquellas palabras, ella se echó a llorar aún con más fuerza-. Venga, venga… Va a ponerse bien. El médico y yo lo hemos llevado a mi camarote para que esté más cómodo. Y he sacado tu gato del coche. ¿Por qué no vas a ver a Conor? Yo tengo que ir a esconder el coche antes de que alguien lo reconozca. Entonces, iré a traeros algo de comer. ¿Te apetece algo en especial?

– No. Solo una lata de Friskies. De atún. Y arena para gatos. Para Tommy.

– A ti te traeré una hamburguesa.

Olivia se secó las lágrimas y se pasó los dedos por el pelo, esperando que al menos estuviera presentable para bajar a ver a Conor. No sabía por qué la preocupaba tanto su apariencia, dado que Conor la había visto en peores situaciones. Tal vez quería sentirse fuerte por él y verse bien de aspecto la ayudaba a conseguirlo.

Cuando llegó al camarote, llamó a la puerta. Conor estaba tumbado en la cama, con el torso desnudo y los ojos cerrados. Una enorme venda le cubría todas las costillas. Le habían quitado también los vaqueros y la cinturilla de los calzoncillos le asomaba por encima de la sábana. Tommy estaba acostado a sus pies.

Olivia acarició al animal sin dejar de mirar a Conor. Mientras dormía, dejaba que se viera un lado que mantenía siempre muy oculto y que solo se entreveía cuando sonreía. Ella se acercó a la cama y se arrodilló a su lado. El cabello le cubría la frente, casi tocándole las cejas. Se sorprendió de no haberse dado cuenta nunca de las hermosas pestañas que tenía. Era tan guapo…

De repente, sintió que el deseo se apoderaba de ella. Olivia siempre había sido muy cuidadosa con los hombres, pero con Conor todas sus resoluciones parecían derrumbarse con solo un ligero empujón.

Era un hombre arrogante pero afectuoso, peligroso pero vulnerable, unos contrastes que a ella le resultaban irresistibles. Nunca antes había sentido un vínculo tan fuerte con un hombre.

Extendió una mano y le apartó el cabello de la frente. Entonces, sin poder evitarlo, se inclinó sobre él y lo besó suavemente en los labios.

De repente, Conor abrió los ojos.

Durante un momento, le pareció que estaba soñando. Luego, su visión se aclaró y contempló a la mujer que había confundido con un ángel.

– Hola -murmuró.

– ¿Cómo te sientes? -preguntó Olivia.

– Muy mal, pero el médico dice que me pondré bien. Me dolerá durante un tiempo. También me ha dicho que tendré que olvidarme de las Olimpiadas -bromeó.

– Brendan ha ido a buscarnos algo de comer -comentó ella, todavía riendo-. ¿Tienes hambre?

– Sí -respondió Conor, tratando de incorporarse.

– Espera, déjame que te ayude… Conor sintió que ella le rodeaba los hombros con un brazo y que lo incorporaba. El pecho de Olivia le rozó el rostro. Tuvo que luchar contra las visiones que le evocaba la cálida carne que palpitaba debajo de aquel jersey. Cerró los ojos y se reclinó sobre los cojines que ella le había colocado, tratando de enfriar el calor que le atenazaba la entrepierna.

– ¿Qué vamos a hacer ahora? -quiso saber ella.

– Brendan ha llamado a mi hermano Liam, que va a ayudarlo a llevar el barco a Salem. Mis hermanos Sean y Brian nos esperarán allí con otro coche. Después de eso, nos perderemos hasta el juicio.

– ¿No crees que deberías llamar a tu jefe y decirle que estamos bien?

– No pienso volver a cumplir las reglas. Lo hice y casi conseguí que nos mataran. Si pensaban que antes no era un policía muy ortodoxo, no han visto nada todavía.

– De acuerdo, lo que tú creas que es mejor.

Alguien llamó a la puerta. Olivia se levantó para abrir. Era Brendan, con dos bolsas de papel, que le entregó a Olivia.

– También he comprado comida para gatos. Me llevaré a Tommy para darle de comer. Ya ha llegado Liam -dijo, refiriéndose a su hermano. Vamos a zarpar dentro de media hora.

Olivia dejó las bolsas en la cama y sacó al gato del camarote. Cuando Conor y ella volvieron a estar solos, abrió cuidadosamente los recipientes de plástico.

– Tenemos hamburguesa y hamburguesa con queso.

– Mi hermano tiene gustos muy básicos en lo que se refiere a la comida.

Olivia sacó una patata frita y la sostuvo delante de la boca de Conor, que la devoró rápidamente. Le pareció que era la mejor patata que había probado nunca. Se preguntó si tenía más que ver con la compañía que con la calidad del cocinero.

Cuando hubieron terminado, Olivia lo recogió todo y sacó la basura a la cocina. Cuando regresó, se quedó en la puerta.

– Bueno, creo que debería dejarte descansar. Voy a ver si encuentro algún sitio para…

– No. Quédate aquí. Dormiré mejor si sé que estás a mi lado.

– Me quedaré hasta que te duermas -dijo ella, sentándose en el borde de la cama.

– De acuerdo. Cuéntame una historia – pidió, tras cerrar los ojos-. Cuando éramos niños, mis hermanos y yo siempre escuchábamos una historia antes de dormir.

– ¿Sobre qué?

– De hadas, gnomos y duendes.

– Bueno yo me sé la historia de Thumbelina.

– ¿Es un hada irlandesa?

– No, creo que se trata solo de un cuento de hadas.

– Supongo que tendrá que servir. Adelante.

Olivia se secó las lágrimas y se pasó los dedos por el pelo, esperando que al menos estuviera presentable para bajar a ver a Conor. No sabía por qué la preocupaba tanto su apariencia, dado que Conor la había visto en peores situaciones. Tal vez quería sentirse fuerte por él y verse bien de aspecto la ayudaba a conseguirlo.

Cuando llegó al camarote, llamó a la puerta. Conor estaba tumbado en la cama, con el torso desnudo y los ojos cerrados. Una enorme venda le cubría todas las costillas. Le habían quitado también los vaqueros y la cinturilla de los calzoncillos le asomaba por encima de la sábana. Tommy estaba acostado a sus pies.

Olivia acarició al animal sin dejar de mirar a Conor. Mientras dormía, dejaba que se viera un lado que mantenía siempre muy oculto y que solo se entreveía cuando sonreía. Ella se acercó a la cama y se arrodilló a su lado. El cabello le cubría la frente, casi tocándole las cejas. Se sorprendió de no haberse dado cuenta nunca de las hermosas pestañas que tenía. Era tan guapo…

De repente, sintió que el deseo se apoderaba de ella. Olivia siempre había sido muy cuidadosa con los hombres, pero con Conor todas sus resoluciones parecían derrumbarse con solo un ligero empujón.

Era un hombre arrogante pero afectuoso, peligroso pero vulnerable, unos contrastes que a ella le resultaban irresistibles. Nunca antes había sentido un vínculo tan fuerte con un hombre.

Extendió una mano y le apartó el cabello de la frente. Entonces, sin poder evitarlo, se inclinó sobre él y lo besó suavemente en los labios.

De repente, Conor abrió los ojos.

Durante un momento, le pareció que estaba soñando. Luego, su visión se aclaró y contempló a la mujer que había confundido con un ángel.

– Hola -murmuró.

– ¿Cómo te sientes? -preguntó Olivia.

– Muy mal, pero el médico dice que me pondré bien. Me dolerá durante un tiempo. También me ha dicho que tendré que olvidarme de las Olimpiadas -bromeó.

– Brendan ha ido a buscarnos algo de comer -comentó ella, todavía riendo-. ¿Tienes hambre?

– Sí -respondió Conor, tratando de incorporarse.

– Espera, déjame que te ayude… Conor sintió que ella le rodeaba los hombros con un brazo y que lo incorporaba. El pecho de Olivia le rozó el rostro. Tuvo que luchar contra las visiones que le evocaba la cálida carne que palpitaba debajo de aquel jersey. Cerró los ojos y se reclinó sobre los cojines que ella le había colocado, tratando de enfriar el calor que le atenazaba la entrepierna.

– ¿Qué vamos a hacer ahora? -quiso saber ella.

– Brendan ha llamado a mi hermano Liam, que va a ayudarlo a llevar el barco a Salem. Mis hermanos Sean y Brian nos esperarán allí con otro coche. Después de eso, nos perderemos hasta el juicio.

– ¿No crees que deberías llamar a tu jefe y decirle que estamos bien?

– No pienso volver a cumplir las reglas. Lo hice y casi conseguí que nos mataran. Si pensaban que antes no era un policía muy ortodoxo, no han visto nada todavía.

– De acuerdo, lo que tú creas que es mejor.

Alguien llamó a la puerta. Olivia se levantó para abrir. Era Brendan, con dos bolsas de papel, que le entregó a Olivia.

– También he comprado comida para gatos. Me llevaré a Tommy para darle de comer. Ya ha llegado Liam -dijo, refiriéndose a su hermano. Vamos a zarpar dentro de media hora.

Olivia dejó las bolsas en la cama y sacó al gato del camarote. Cuando Conor y ella volvieron a estar solos, abrió cuidadosamente los recipientes de plástico.

– Tenemos hamburguesa y hamburguesa con queso.

– Mi hermano tiene gustos muy básicos en lo que se refiere a la comida.

Olivia sacó una patata frita y la sostuvo delante de la boca de Conor, que la devoró rápidamente. Le pareció que era la mejor patata que había probado nunca. Se preguntó si tenía más que ver con la compañía que con la calidad del cocinero.

Cuando hubieron terminado, Olivia lo recogió todo y sacó la basura a la cocina. Cuando regresó, se quedó en la puerta.

– Bueno, creo que debería dejarte descansar. Voy a ver si encuentro algún sitio para…

– No. Quédate aquí. Dormiré mejor si sé que estás a mi lado.

– Me quedaré hasta que te duermas -dijo ella, sentándose en el borde de la cama.

– De acuerdo. Cuéntame una historia – pidió, tras cerrar los ojos-. Cuando éramos niños, mis hermanos y yo siempre escuchábamos una historia antes de dormir.

– ¿Sobre qué?

– De hadas, gnomos y duendes.

– Bueno yo me sé la historia de Thumbelina.

– ¿Es un hada irlandesa?

– No, creo que se trata solo de un cuento de hadas.

– Supongo que tendrá que servir. Adelante.

Aunque la historia parecía ser una recopilación de diferentes películas de Disney, a Conor no le importó. Solo quería escuchar la voz de Olivia, saber que estaba a salvo. Cuando ella introdujo un grillo en la historia, Conor le agarró la mano y se puso a juguetear distraídamente con sus dedos.

Aquel gesto hizo que ella dudara, como si el contacto le hubiera borrado las palabras de la cabeza. Con la historia, prosiguió la exploración de la suave piel de la muñeca y del brazo. De repente, él tiró de ella, hizo que se tumbara a su lado y la tomó entre sus brazos. Finalmente, pudo cerrar los ojos y dormir.

Conor se despertó muchas veces. Sin embargo, ella durmió profundamente. Como estallan en medio del mar, Conor estaba seguro de que estaba a salvo. Aunque siempre había odiado aquel barco, se sintió agradecido porque la vieja máquina les hubiera puesto a salvo.

Salem era un puerto muy concurrido. El barco podría atracar y volverse a marchar sin que nadie prestara demasiada atención. A pesar de que Conor quería seguir planeando lo que harían a partir de entonces, a su cerebro le costaba concentrarse durante demasiado tiempo. En vez de eso, se acurrucó contra

Olivia y volvió a cerrar los ojos.

No supo el tiempo que había estado durmiendo, pero se despertó cuando el barco estaba atracando. Olivia se movió ligeramente y él la agarró con fuerza para evitar que se cayera de la cama. Cuando se puso rígida, Conor supo que se había despertado.

– Solo estamos atracando -dijo él, sabiendo que aquellos movimientos la habían alarmado.

Ella no respondió, solo levantó la cara y lo miró a los ojos. Conor se inclinó sobre ella y la besó. No había esperado que ella respondiera, pero cuando lo hizo, profundizó el beso y se perdió en el dulce sabor de su boca.

Conor sintió que le resultaba imposible resistirse y supo que no quería luchar más. Llevaba solo mucho tiempo y, por primera vez en su vida, había encontrado a alguien que podría hacerle derribar todas las barreras que se había construido a su alrededor. Olivia había tocado algo dentro de él que no sabía que existía.

Su hermoso cabello se extendía por la almohada. Conor lo acarició, sintiéndolo como si fuera oro líquido entre los dedos. Ella gimió suavemente. Entonces, Conor sintió que la necesidad que Olivia sentía de él era tan fuerte como la suya propia. Aunque hubiera podido pasarse la noche entera solo besándola, la necesidad de explorar aquel cuerpo perfecto era demasiado urgente.

Una voz dentro de él le dijo que pasar la noche en la misma cama que ella era ir contra las reglas. Hacer el amor con ella podría terminar con su carrera.

– ¿Por qué sabes tan bien? Quiero parar, pero no puedo…

– Hay reglas contra esto -le recordó Olivia mientras le lamía un pezón-. Y contra esto -añadió, acariciándole suavemente el vientre.

Conor ya había decidido olvidarse de las reglas. Alguien del departamento había estado a punto de matarlos. Se suponía que la policía debía proteger a los ciudadanos. Si ni ellos mismos podían cumplir una regla básica, él tampoco lo haría.

– De ahora en adelante, haremos nuestras propias reglas. Y la primera de todas es que no habrá más reglas…

– Me gusta…

Conor rió suavemente y volvió a capturar la boca de Olivia con la suya. Trató de acercarla más contra su cuerpo, pero, al moverse, sintió un fuerte dolor en el costado.

– No creo que vayamos a poder. Casi no puedo moverme…

– Entonces, no lo hagas -dijo ella, colocándose a horcajadas encima de él-. Regla número dos. Debes quedarte muy quieto.

Ella lo besó dulcemente, y se apartó cuando él quiso más. Al sentir que Olivia se erguía, deslizó las manos bajo el jersey y gozó con la delicadeza del cuerpo que descubrió.

Parecía que ella estaba hecha para él. Cada curva encajaba perfectamente en sus manos. Aunque nunca la había tocado de aquel modo, era como si el instinto le dijera cómo debía hacerlo.

Con otras mujeres, solo había cubierto sus necesidades, pero con Olivia era diferente. Quería que ella gozara del mismo modo que él. Necesitaba ver cómo el deseo se apoderaba de ella hasta que nada pudiera apartarlos de lo inevitable.

Conor deslizó las manos por el cuerpo de ella hasta sentir bajo las palmas las suaves curvas de sus pechos. Como si hubiera estado esperando aquel gesto, Olivia se despojó del jersey.

Él se había burlado de la obsesión que sentía por la ropa interior, pero en aquel momento lo comprendió todo. El encaje de la camisola que llevaba puesta le ofrecía una su-gerente visión de sus pechos y se pegaba a su cuerpo como una segunda piel, destacando los suaves abultamientos de sus pezones.

Olivia, sin dejar de mirarlo a los ojos, se quitó también la camisola. Al contemplarla, Conor sintió un nudo en la garganta. Era la mujer más hermosa que había visto nunca. Su piel era luminosa. En aquel momento, supo que la deseaba más que a nada del mundo.

Extendió la mano y le acarició un pecho, haciendo que el pezón se irguiera aún más con las caricias del pulgar. ¿Qué golpe de fortuna había hecho que Olivia entrara en su vida? ¿Qué había hecho él para merecerla? Fuera lo que fuera, pensaba disfrutar mientras durara. Nunca podría esperar que Olivia quisiera un futuro con él.

Sentía que se estaba enamorando de ella, de sus hermosos ojos y de su increíble cuerpo. Lentamente, le deslizó la mano por la nuca, haciendo que se inclinara sobre él. Anhelaba besarla, sentir su piel contra él, despertar suavemente su deseo. Quería que aquello durara todo lo que fuera posible, ya que no sabía si volverían a tener la oportunidad. Sin embargo, cuanto más la tocaba, más irresistible le parecía.

Entonces, Olivia se levantó y se quitó los vaqueros. A continuación, él hizo lo mismo con sus calzoncillos. Para cuando ella sacó un preservativo de la mesilla de noche de Brendan, Conor estuvo seguro de que había perdido la batalla.

Olivia volvió a colocarse a horcajadas sobre él y, muy lentamente, lo acogió dentro de ella. Durante un largo momento, no se movió. Solo con verla, Conor estuvo a punto de alcanzar el clímax. Entonces, como si fuera un sueño, ella empezó a cabalgar sobre él, suavemente al principio para luego incrementar el ritmo. Él la agarró de la cintura y la frenó, hasta que Olivia estuvo a punto de unirse a él en el placer. Esperó hasta que escuchó los gemidos de gozo y hasta que sintió la tensión que le atenazaba el cuerpo.

Cuando ella estuvo lista, la tocó justo en el punto por el que estaban unidos. Olivia se quedó inmóvil y entonces, se tensó a su alrededor con un exquisito espasmo. Murmuró su nombre una y otra vez hasta que Conor se derramó dentro de ella.

El placer se apoderó de ambos, dejándolos sin aliento. Entonces, Olivia se dejó caer en brazos de Conor y cerró los ojos.

Él supo que aquella vez había sido muy diferente. Habían compartido algo que nunca antes había experimentado con una mujer, una intimidad profunda y deliciosa. Olivia había derribado sus barreras y le había llegado al corazón. En aquel mismo instante, Conor comprendió lo que era amar a una mujer.

Cerró los ojos y trató de dormir, pero no pudo. Tenía miedo de que, cuando se despertara, ella hubiera desaparecido como un sueño. Hundió el rostro en el fragante cabello de ella y le acarició suavemente el muslo. Olivia era real, al igual que todo el placer que habían compartido.

Y no quería perderla. Nunca.

Olivia se despertó al amanecer, algo confundida por lo que la rodeaba. Entonces, oyó la suave respiración de Conor y su miedo desapareció. Estaba segura, entre sus brazos. Durante largo tiempo, estuvo observándolo. La tensión que le rodeaba habitualmente la boca había desaparecido. Ella le acarició suavemente las mejillas para borrarle las últimas líneas de dolor.

Una fuerte emoción la embargó de repente. ¿Cómo había podido sentirse tan unida a aquel hombre en tan poco tiempo? Hacía menos de setenta y dos horas que se conocían, pero le parecía que llevaba toda una vida con él. La adversidad los había ayudado a construir lo que en ocasiones llevaba años.

Tenía un hermoso cuerpo, esbelto y firme. Sus anchos hombros y su amplio torso se estrechaban para convertirse en un firme vientre y en unas estrechas caderas.

No tenía por costumbre hacer el amor con un hombre al que hacía tan poco tiempo que conocía, pero Conor era diferente. Confiaba en él a toda costa, ¿por qué no le iba a confiar su cuerpo? Fuera lo que fuera lo que les deparara el futuro, estaba segura de que nunca se arrepentiría de lo que había hecho.

Recordó que la primera vez que Conor la tocó se había sentido perdida. Lo que había ocurrido entre ellos era algo inevitable, al igual que los sentimientos que estaba experimentando. Estaba tratando de convencerse de que podía separar sexo de amor. Tal vez con otro hombre lo hubiera conseguido, pero con Conor sus sentimientos eran tan intensos, tan fuertes, que no sabía decir dónde empezaba el amor y dónde el sexo.

Durante los siguientes diez días, vivirían juntos en un mundo propio. Cuando llegara el momento de regresar al mundo real, tendría que enfrentarse a las consecuencias, pero hasta entonces, disfrutaría de cada momento.

El olor a café empezó a llegar desde la cocina. Al mirar el reloj, vio que eran las seis de la mañana. Aunque quería despertar a Conor con lánguidos besos y descubrir de nuevo la pasión que habían compartido, sabía que él tenía que descansar.

Lentamente, se levantó de la cama, con cuidado de no molestarlo. Se vistió y fue a al cuarto de baño. Tras cepillarse los dientes con los dedos y pasarse las manos por el cabello, fue a la cocina, ansiando una taza de café.

Olivia esperaba encontrar a Brendan, pero se encontró con un puñado de hombres. Todos estaban reunidos alrededor de la mesa. Incluso Tommy estaba allí, aceptando lo que le daban los demás.

– Buenos días -murmuró, preguntándose si lo que había pasado la noche anterior se notaría en su aspecto.

– Hola, Olivia -dijo Brendan-. ¿Qué tal va el paciente?

– Sigue durmiendo. Creo que se encuentra… Bien -respondió, sonrojándose ligeramente.

– No creo que conozcas a todo el mundo. Bueno, conociste a Dylan hace algunas noches -replicó, señalando al más joven de todos-. Ese es Liam Y estos Sean y Brian.

– ¿Sois gemelos?

Los dos muchachos asintieron rápidamente. Olivia, que había sido hija única, siempre se había preguntado por los vínculos entre hermanos. Todos debían querer mucho a Conor para acudir en su ayuda tan rápidamente.

– Venga -dijo Brendan-, toma un poco de café. Liam nos ha traído unos donuts. Espero que no te moleste que haya dado de comer a tu gato…

Olivia se sentó entre los gemelos. Tommy la miraba muy atento. Nunca había creído que su gato fuera un animal muy social, pero parecía sentirse muy a gusto en el barco. Al notar que había una lata de atún encima de la mesa, dedujo que se lo habían ganado por el estómago.

– ¿A qué te dedicas? -le preguntó Dylan-. Es decir, cuando Conor y tú no estáis esquivando balas.

– Vendo antigüedades. Tengo una tienda en Charles Street. De hecho, así fue como empezó todo. Mi socio estaba blanqueando dinero para un mañoso.

– ¿Y cómo es vivir veinticuatro horas al día con Conor? -quiso saber Sean.

– Agradable.

– ¡Venga ya! -exclamó Brian, riendo-. ¿Estamos hablando del mismo Conor?

– No es tan malo. Me cuida muy bien. Algunas veces se pone algo impaciente, pero es solo porque se preocupa por mi seguridad y yo…

– ¿Qué estáis haciendo, muchachos? Todos se volvieron para mirar a Conor, que acababa de entrar en la cocina. Había conseguido ponerse los vaqueros, pero llevaba el botón superior sin abrochar. Tenía el cabello revuelto. La venda resaltaba contra su piel.

– ¿Qué estás haciendo fuera de la cama?

– preguntó Olivia, acercándose rápidamente a él.

Conor le pasó un brazo por los hombros y se acercó hasta la mesa. No se sentó. Olivia dedujo que le dolía bastante, pero que no quería mostrar ninguna debilidad.

– Bueno, decidme qué tenéis para mí – dijo Conor, mirando a sus hermanos.

– Brian ha traído un coche -respondió Dylan-. Está aparcado al final del muelle. Es muy feo, pero funciona. Yo te he traído ropa limpia.

– Toma. Puedes llevarte mi teléfono móvil

– añadió Brendan-. No estoy seguro de si pueden rastrear las llamadas del tuyo, pero es mejor no correr riesgos.

– Deberíamos quedarnos aquí un poco más -sugirió Olivia-. Tú necesitas descansar.

– No -replicó Conor, sin molestarse en mirarla-. Nos marcharemos dentro de media hora.

– Pero…

– No pienso discutir esto. Lo haremos a mi modo.

Olivia sintió una gran tristeza al escuchar aquel tono de voz, tan distinto del que había utilizado la noche anterior. Entonces, sin decir nada más, Conor volvió al camarote.

– Debería descansar. Está herido -murmuró de nuevo.

– Con siempre hace las cosas a su modo -dijo Brendan, encogiéndose de hombros.

Olivia se levantó y se fue detrás de Conor al camarote. Él estaba tratando de ponerse una camisa.

– ¿Por qué tenemos que marcharnos? Aquí estamos seguros y tú necesitas descansar. ¿Qué es lo que te pasa? ¿Es que estás decidido a matarte solo para demostrar a tus hermanos lo duro que eres?

– No creas que por lo que pasó anoche voy a dejar de realizar mi trabajo. Me pagan para protegerte y, si eso significa que tenemos que marcharnos, nos marchamos.

Atónita por el tono de indiferencia con el que la había hablado, Olivia se quedó sin palabras. ¿Se habría imaginado lo que habían compartido la noche anterior? ¿Acaso era tan ingenua como para creer que aquello cambiaba las cosas entre ellos?

Olivia lanzó una maldición y, tras recoger sus zapatos y su abrigo, abrió la puerta del camarote.

– Perdóname. No me había dado cuenta de que lo que pasó anoche entre nosotros era parte de tu trabajo.

Tras decir aquello, se marchó y no se molestó en regresar cuando él la llamó. Tal vez todo aquello fuera lo mejor. Se habían divertido un poco y era hora de volver al trabajo. Ella era una testigo y él un policía. Sería mejor que no olvidara aquello en el futuro.

Sin embargo, Olivia sabía que tardaría mucho tiempo en olvidar la noche que había pasado con Conor. Eso, si podía olvidarla…

Capítulo 6

– ¿Qué diablos estás haciendo?

Cuando Conor salió del camarote, dos de sus hermanos le estaban bloqueando la salida.

– ¿Qué queréis decir?

– Ella está en cubierta y creo que está llorando -dijo Dylan-. ¿Qué le has hecho?

– Nada. Solo estoy haciendo mi trabajo.

Esto es todo.

– La has seducido, ¿verdad? -afirmó Dylan-, te has acostado con una testigo…

– Yo no…

– Venga ya -intervino Brendan-. Solo hay que mirar el rostro de esa mujer para saber lo que pasó en mi camarote anoche. Y en mi cama. Tenía un aspecto pleno, satisfecho.

Y sabiendo tu falta de preparación en lo que se refiere a los asuntos del corazón, estoy seguro de que lo único que tengo que hacer es contar los preservativos que tengo en la mesilla para saber lo verdaderamente especial que fue la noche.

– De acuerdo -admitió Conor-. Tuvimos… cierta intimidad. No me digáis que nunca habéis perdido el control con una mujer.

– Yo no -dijo Dylan.

– Nunca -confesó Brendan.

– Bueno, pues ya os pasará algún día y entonces sabréis lo que es. No pude evitarlo. Me parecía… no era lo que tenía que hacer. Yo… me preocupo por ella -concluyó antes de rodearlos e ir a la cocina a tomar una taza de café-. Papá siempre nos previno contra las mujeres. Anoche no me importó nada de eso. Anoche quería olvidarme de sus palabras…

– Entonces, ¿qué piensas hacer ahora? – preguntó Dylan.

Conor agradeció el cambio de tema. Dado que había admitido su debilidad, no quería hablar más del tema. No estaba seguro de lo que había significado para él lo que había ocurrido la noche anterior, pero sabía que había cambiado algo muy dentro de él, que había abierto una puerta que siempre había mantenido cerrada…

– He llamado a mi compañero.

– Me refería a qué es lo que piensas hacer con Olivia. Si yo fuera tú, me disculparía enseguida y le daría las gracias a los astros por hacer que una mujer como ella entrara en mi vida.

– Bueno, pero yo no soy tú, Dylan. Danny nos ha encontrado un lugar en donde alojarnos.

– ¿ruedes confiar en él? -preguntó Brendan.

– Solo hace tres meses que lo trasladaron.

Ni siquiera el policía más corrupto lo consigue tan rápido. Su abuela acaba de mudarse a Florida y él tiene que venderle el piso. Sigue amueblado y me ha dicho que podemos quedarnos allí todo el tiempo que queramos.

– Es decir, que vas a jugar a las parejitas con Olivia hasta el día del juicio -comentó

Dylan.

– Estoy protegiéndola.

– Es una mujer estupenda, Conor -dijo

Brendan-. No querría verla sufrir más de lo que ya lo ha hecho… Y no estoy hablando de balas.

– Yo tampoco -murmuró Conor, preguntándose que tal vez ya le había hecho daño simplemente haciéndole el amor. Sabía que él no podía ofrecerle todo lo que ella necesitaba.

Sin embargo, muy pronto se verían libres para marcharse por caminos separados. La cuestión era si podrían hacerlo…

– Ahora todo me parece algo irreal -dijo él-. Los sentimientos se magnifican por las circunstancias. Ella no sabe lo que siente realmente. Para ella, soy un héroe. Creedme, si le dais tiempo, se dará cuenta de lo que soy realmente.

– ¿Y si cuando lo haga no se da la vuelta ni sale corriendo? -preguntó Dylan.

– ¿Te has parado a pensar alguna vez que ella podría ser la mujer de tu vida? -le sugirió Brendan.

– Tal vez, pero no quiero pensarlo ahora. En lo sucesivo, tengo que concentrarme en mi trabajo y en nada más.

– Espero que sepas darle una oportunidad -murmuró Brendan mientras subía las escaleras de cubierta.

Conor y Dylan subieron también y se encontraron a Olivia sentada, con las manos en el regazo. Se había recogido el pelo en una coleta y no llevaba maquillaje. Tanto a la luz del sol como a la de una lámpara, a Conor le parecía la mujer más hermosa que había visto jamás.

– Estoy lista -murmuró, poniéndose de pie.

Si tuviera opción, a Conor le habría gustado poder tomarla de la mano y llevársela al camarote para besarla y aliviar la tensión que se había creado entre ellos. Incluso tal vez pudieran quedarse en el barco… Al darse cuenta de lo que había pensado, Conor se maldijo. Ella ya estaba haciéndole que cuestionara sus decisiones.

– Le dije a Olivia que yo cuidaría de

Tommy -explicó Brendan-. Parece gustarle el barco y a mí me podría venir bien la compañía. Cuando todo haya vuelto a su cauce, podrá venir a recogerlo.

– Gracias -dijo Olivia, dándole un beso en la mejilla.

Fue solo un beso de gratitud, pero a Conor no le gustó. Conocía a Brendan demasiado bien y sabía que podría muy bien seducir a cualquier dama con su encanto, una habilidad de la que carecía.

– Sí, gracias -dijo él, agarrándola. Olivia se despidió luego de Dylan. Conor vio cómo su hermano le rodeaba la cintura con las manos para ayudarla a saltar al muelle. Luego, bajó tras ella para ayudar a Conor. Este prefirió apretar los dientes y bajar al muelle él solo, a pesar del fuerte dolor que sintió en el costado.

Los dos hermanos los acompañaron hasta el coche. Cuando llegaron al vehículo, Dylan le dio las llaves a su hermano y luego, galantemente, abrió la puerta para Olivia. Antes de cerrarla, se inclinó sobre ella y le susurró algo al oído. La joven se echó a reír y se despidió de él. Conor arrancó el coche y se alejó rápidamente del puerto. Mientras atravesaban la ciudad, ninguno de los dos dijo ni una sola palabra. Cuando se dirigían hacia la autopista, Conor se giró un poco para mirarla. Deseaba saber lo que Dylan le había dicho, pero era demasiado orgulloso como para preguntárselo. Olivia iba mirando al frente, con las manos en el regazo, como si estar sentada a su lado la incomodara mucho.

De repente, Conor vio un cartel que indicaba que había un supermercado. Sin pensarlo, se metió en el aparcamiento.

– ¿Dónde vamos?

– Ya lo verás -respondió él, con una sonrisa.

Tras aparcar cerca de la entrada, saltó del coche para abrirle la puerta, pero ella ya se había bajado. Conor la tomó de la mano y la llevó hacia la tienda. Tras tomar un carrito, la acompañó hasta el departamento de lencería. Entonces, se sacó la cartera y, tras extraer una tarjeta de crédito, se la dio a Olivia.

– ¿Para qué es eso?

– Para que te compres ropa interior. A cuenta del departamento de policía de Boston. Compra lo que quieras.

– ¿Ropa interior?

– Sé que estás acostumbrada a marcas de diseño, pero esto es lo único que puedo ofrecerte por ahora. Y compra cualquier otra cosa que necesites.

Tras lanzar un grito de alegría, Olivia lo abrazó con fuerza. Su enfado había desaparecido. Entonces, lo miró a los ojos durante un largo momento. Conor tuvo que contenerse para no besarla. Dejó a un lado los vivos recuerdos de los besos que habían compartido, pero al final no pudo resistirse y le robó uno más.

Inclinó la cabeza y la besó dulcemente, lo suficiente para satisfacer su anhelo. Entonces, Olivia se dio la vuelta y empezó a elegir entre los diferentes modelos. Al principio, Conor se limitó a observar, pero, cuando ella se fue al probador, se acercó a una sección de prendas negras. Tomó un par de braguitas, poco más que un poco de encaje y dos tiras de raso y las estudió durante un momento.

– ¿Puedo ayudarlo? -le preguntó una vendedora.

– No… Solo estaba esperando a alguien.

– No estará pensando robar esas braguitas, ¿verdad?

– Soy policía -replicó él, sacando su placa. Justo en aquel momento, Olivia salió del probador.

– Bueno, ya está -dijo ella, echando lo que había elegido al carrito-. ¿Podemos mirar unas camisetas y unos jerseys?

– Claro -respondió Conor, echando las braguitas negras disimuladamente al carrito. Entonces, sonrió a la vendedora-. Venga, vayámonos.

Recorrieron toda la tienda. Olivia se detuvo a mirar en casi todos los departamentos. Cuando llegaron a la sección de caballeros, ella eligió un par de camisas de franela y tres camisetas. Aunque no comentó nada, a Conor le agradaba que ella le hubiera elegido su ropa. Era un gesto familiar, íntimo.

– Antes de marcharnos, necesitamos comprar algunas cosas en la farmacia, como vendas, alcohol y esparadrapo -dijo él, cuando ya llevaban una hora en la tienda.

– Oh… Lo siento. Se me había olvidado por completo tu herida. Vamos.

De camino a la farmacia, pasaron por la sección de ropa interior masculina. Entonces, él recordó que no le vendrían más unos cuantos calzoncillos más. Seguía teniendo la esperanza de que Olivia volviera a verlo en ropa interior y no estaba seguro de cómo serían los que le había llevado Dylan. Rápidamente, agarró unos cuantos y los echó en el carrito.

Cuando llegaron a la caja, Olivia sacó todo lo que habían comprado y lo puso en la cinta. Cuando encontró las braguitas negras, las tomó y miró a Conor. Él sonrió y se encogió de hombros.

– ¿Cómo han llegado esas braguitas al carro?

Durante un momento, pensó que las iba a devolver, pero luego las colocó junto a las otras con una sonrisa en los labios. Conor suspiró, imaginándosela con ellas puestas.

Mientras salían de la tienda, él consideró las posibilidades que contenían aquellas compras. Aunque sabía que debería olvidarse de aquello, Conor no pudo evitar pensar lo que les ofrecería su siguiente noche juntos.

– Es un complejo para jubilados – murmuró Olivia, a la entrada del bloque de apartamentos en el que estaba el de la abuela de Danny-. No creo que vayamos a pasar desapercibidos aquí.

– Tal vez no, pero también es el último lugar en el que nos buscaría Red Keenan. Dudo que los inquilinos de este lugar tengan muchas conexiones con el mundo de la delincuencia. Y es gratuito. Así nadie podrá encontrarnos.

Olivia había aprendido a sospechar de todos. Se suponía que iban a estar seguros en el motel y Conor había resultado herido.

– ¿Estás seguro de que puedes confiar en tu compañero? ¿Y si le dice a alguien dónde estamos?

– No lo hará. Tal vez no tenga mucha experiencia, pero es un buen tipo -comentó Conor, mientras buscaban el edificio en el que se encontraba el apartamento y aparcaban. Antes de salir del coche, se volvió a mirarla-. Necesitamos una historia.

– ¿Con hadas y gnomos?

– No, una tapadera. Algo que contar a los que nos pregunten.

– Podríamos decir que hemos alquilado el apartamento mientras Danny lo vende. Así ayudamos a que su abuela disponga de un poco más de dinero.

– Muy bien. Nos convierte en personas agradables. Y creo que deberíamos decir que estamos casados.

– ¿Cómo?

– Tiene sentido. Seguramente aquí hay muchas personas que no aprueban las relaciones prematrimoniales… bueno, ya sabes qué relaciones. Una pareja que vivan juntos sin estar casados podría levantar muchos chismes.

– De acuerdo. Les diremos que somos recién casados. Que nos fugamos la semana pasada.

– ¿Que nos fugamos?

– No tenemos anillos.

– De acuerdo. Esto se te da muy bien…

– Tengo un buen maestro -replicó ella-. Por cierto, ¿cómo vamos a explicar la falta de equipaje?

– Nos van a mandar nuestras cosas desde… Seattle. Y va a llevar tiempo. Después, podemos decir que el camión que las traía tuvo un accidente y que se destruyeron todas.

Olivia asintió. Se alegraba de que aquella noche fueran a dormir en un lugar decente. Se imaginó un baño y una cómoda cama. Había dormido tan poco durante los últimos días, que lo único que quería era meterse entre las sábanas y descansar durante un par de días. Sin embargo, se le ocurrió alguna otra fantasía que podría incluir a Conor.

Cada vez que pensaba en que iban a estar a solas, se imaginaba haciéndolo en la ducha, en la cama e incluso en la encimera de la cocina. No podía evitar preguntarse qué le depararía la noche. Solo de pensarlo tembló de placer.

Ni Conor ni ella habían vuelto a hablar de lo que había ocurrido la noche anterior. Cada vez que lo miraba, esperaba ver un rastro del Conor que le había hecho el amor, pero parecía haber desaparecido. En su lugar, estaba el Conor cuyo único propósito era salvarla para que pudiera testificar.

Aquello le hizo pensar un poco más en lo que había pasado entre ellos. ¿Le había hecho el amor porque sentía algo por ella o solo porque quería tranquilizarla? Turbada por aquellos pensamientos, saltó de nuevo del coche antes de que él pudiera abrirle la puerta.

Tras subir las escaleras, encontraron la llave donde Danny les había dicho. Olivia entró en el piso enseguida, ansiosa de ver el lugar donde iban a pasar los siguientes nueve días. Era un apartamento muy pequeño, pero estaba muy ordenado. Vio que, sobre la alfombra del salón, había un par de bolsas de basura.

– Son nuestras cosas de la casa de la playa -dijo ella, tras examinarlas.

Aparte del salón había un pequeño comedor y una cocina americana, completamente equipada. Al final del pasillo, había un dormitorio y un pequeño cuarto de baño.

– Es muy bonito -concluyó ella-, mucho mejor que el motel…

– Aquí estaremos a salvo y eso es lo que cuenta.

Cuando volvían a la cocina, alguien llamó a la puerta. Era una anciana.

– Hola -dijo con cierta cautela.

– Hola -replicó Conor.

– Siento interrumpirlos, pero solo quería echar un vistazo al apartamento de Lila. Aquí vive Lila Wright. ¿Son ustedes amigos de Lila? Nos gusta cuidarnos los unos a los otros. Lila se ha mudado a Florida para vivir con su hermana y…

– Soy amigo del nieto de Lila -explicó él-. De Danny Wright. Él nos lo alquila hasta que pueda venderlo, ya sabe. Así ayudamos un poco a Lila. Me llamo Conor, Conor Smith y esta es Olivia Ear… Olivia Smith. Mi esposa.

– Acabamos de casarnos -dijo Olivia alegremente.

– Y estamos muy felizmente casados -apostilló Conor.

– Creo que seremos muy felices aquí – añadió ella.

La mujer los miró dubitativamente.

– Supongo que ya sabéis que esto es un complejo residencial para jubilados. Por aquí no hay mucha emoción, a menos que contemos las discusiones que surgen por los juegos de cartas…

– Bueno, yo siempre he sido muy maduro para mi edad -la interrumpió Conor-. Además, hemos venido aquí buscando tranquilidad. Ni música alta, ni fiestas. Somos personas muy reservadas.

– Yo vivo al otro lado de la escalera. Me llamo Sadie Lewis. Enhorabuena, querida – añadió, extendiendo una mano en dirección a Olivia.

– ¿Por qué?

– Por tu matrimonio. Los dos parecéis muy felices.

– Lo somos. Muy felices -comentó Conor-. Después de todo, somos recién casados.

– En ese caso, os dejaré solos -dijo Sadie, como si hubiera entendido el mensaje-. Si necesitáis algo, no dudéis en pedírmelo.

– Claro que no. Adiós -dijo Conor, antes de cerrar la puerta.

Enseguida, Olivia se acercó a él y le dio un golpe en el hombro.

– ¡Vaya! ¿Por qué andarse por las ramas? ¿Por qué no le has dicho directamente que queríamos hacer el amor ahora mismo y que le agradeceríamos mucho si se marchaba?

– Pensé que era el modo más rápido de librarse de ella. Parece algo cotilla y las personas así siempre se quedan tanto tiempo como uno se lo permita. ¿Qué? ¿Estás avergonzada? Solo estamos fingiendo…

– No, pero no quería que esa mujer pensara que…

– ¿Pensara que estamos locos el uno por el otro?

¿Por qué no mencionaba lo que habían compartido? Olivia se mordió el labio para no hacerle directamente aquella pregunta. Ya sabía que Conor no era el tipo de hombre que revelaba sus sentimientos más íntimos.

– Tengo que cambiarme la venda -dijo él por fin-. ¿Por qué no preparas una lista de la compra y salimos por algo para cenar?

Con eso, tomó lo que habían comprado en el supermercado y se metió en el cuarto de baño.

Después de examinar rápidamente la cocina, Olivia redactó rápidamente una lista de alimentos que necesitaban. Cuando había escrito lo necesario para los nueve días que iban a estar allí, Conor todavía no había salido del cuarto de baño.

– ¿Conor? ¿Te encuentras bien?

– Sí -respondió él, desde el otro lado de la puerta-. Bueno, no.

Olivia abrió la puerta y lo vio, sin camisa, tratando de ponerse una venda limpia.

– Necesito ayuda. No puedo yo solo. Olivia lo contempló durante un momento. A la dura luz de la lámpara parecía aún más impresionante que en el barco. Se le notaba cada músculo, cada tendón… Olivia habría querido tocarlo, pero el sentido común le dijo que lo que debía hacer era ayudarlo.

El cuarto de baño era tan pequeño, que se vio obligada a cerrar la puerta para tener suficiente espacio para trabajar,

– Levanta el brazo.

Cuando lo hizo, Olivia contempló por primera vez la herida. Era una línea muy enrojecida, unida por una larga hilera de puntos.

– Parece muy doloroso.

– En realidad, no lo es tanto. Lo he desinfectado con el alcohol y me he puesto un poco de esa crema antibiótica que me dio el médico. Solo me duele cuando me giro.

Olivia colocó hábilmente la venda y la sujetó con esparadrapo.

– Ya está…

El cuarto era tan pequeño, que no pudieron evitar tocarse. El cuerpo de él se frotó contra el de ella, cuyos pechos se apretaron contra el torso de Conor. De repente, se encontró entre sus brazos y, rápidamente, él le capturó la boca con un frenético beso. Sin embargo, justo cuando ella se estaba permitiendo gozar con el sabor de sus labios, Conor se apartó de ella igual de súbitamente, como si quisiera hacerle parecer que el beso no había ocurrido.

– No deberíamos hacer eso.

– ¿Por qué no? -preguntó ella, sin soltarse del cuello de Conor

– Simplemente no deberíamos. Lo complica todo.

– No tiene por qué ser así. Lo que compartamos aquí queda entre nosotros. Nadie más lo sabrá.

En los ojos de Conor, vio una batalla entre el sentido común y los placeres carnales. De repente, él se apartó de ella.

– Tengo que marcharme.

– ¿Adonde? -preguntó ella, sorprendida.

– Tengo cosas que hacer.

– Iré contigo.

– Estarás más segura aquí.

– ¿Es que no tienes miedo de que pueda escaparme?

– No. Ya sabes los peligros que hay fuera, pero, si quieres marcharte, no puedo impedírtelo. Sin embargo, me enfadaré mucho si regreso y veo que me hirieron por una mujer a la que le importa menos su vida que a mí.

– Sí. Estaré aquí cuando regreses -afirmó Olivia, sintiendo que sería una traición marcharse después de lo que él había hecho por ella-. No tienes que preocuparte.

Ella se quedó en el cuarto de baño y escuchó cómo se alejaba hacia la puerta. Durante unos minutos, había creído que comprendía a Conor Quinn, pero entonces, él había vuelto a crear murallas a su alrededor, decidido a mantener las distancias entre ellos. Sin embargo, sentía que no podía culparlo. Después de lo que sabía de su niñez, no le extrañaba que fuera muy cauteloso con las mujeres.

– Debería encontrarme un tipo normal – murmuró, mientras se sentaba en la bañera.

Sin embargo, no quería un hombre normal, sino uno peligroso. Si los últimos días habían demostrado algo era que estaba empezando a gustarle el peligro.

El oficial de guardia reconoció a Conor en el momento en el que entró. Se acercó al mostrador de la cárcel del condado de Suffolk y sacó su placa. Sin embargo, no firmó, saltándose los estrictos requerimientos para cuando se visitaba a un prisionero. Conor había contado con el código de silencio entre policías.

– Quinn -dijo el oficial.

– Mullaney -replicó Conor.

– No esperaba que te presentaras aquí. He oído que están a punto de cortarte la cabeza. Has secuestrado a una testigo.

– Solo estoy haciendo mi trabajo. Se supone que tengo que mantenerla con vida hasta el día del juicio, pero parece que alguien del departamento la quiere muerta.

– Supongo que debería olvidar que te he visto esta noche.

– Y, de paso, también puedes olvidarte de que llamaste a Kevin Ford a una de las salas de interrogatorios por error y que dio la casualidad de que yo estaba en esa sala cuando entró.

– Si se enteran de esto, tu carrera en la policía habrá terminado.

– Sigo siendo policía y él es uno de los chicos malos. Hasta que llame a su abogado, solo somos un par de amigos charlando sobre una amiga mutua.

– Si alguien pregunta, yo nunca te he visto. Asegúrate de que nadie más te vea. Sala siete.

El oficial llamó al agente que estaba de guardia y luego dejó que pasara Conor. Como había estado en aquella cárcel cientos de veces para interrogar a sospechosos, sabía cómo pasar desapercibido. Entró rápidamente en la sala de interrogatorios y, unos momentos más tarde, un oficial sin uniforme llevó a Kevin Ford.

Ford iba vestido con el uniforme de la cárcel, pero, a pesar de todo, parecía estar completamente fuera de lugar. Sus gafas le daban el aspecto de un profesor de Harvard.

– No pienso hablar sin mi abogado. Y no voy a testificar contra Keenan, así que es mejor que no pierda el tiempo.

– Sí. Estoy seguro de que tu calendario social está muy lleno. Nada de lo que digas va a salir de esta sala. Oficialmente, no estoy aquí y oficialmente, no estamos hablando.

– ¿Qué es lo que quiere? ¿Lo envía Keenan?

– ¿Keenan? Supongo que ya te ha enviado a sus polis para hablar contigo. ¿Te envió policías uniformados o detectives?

Ford no contestó, pero Conor lo leyó en sus ojos. Alguien del departamento había ido a hablar con él.

– Bueno, no tienes que responder. Si te hubiera enviado a los tipos de más rango, estarías todavía más implicado en este asunto, ¿Sabes lo que no entiendo? Que un tipo como tú, elegante, sofisticado, con buenos modales pueda haber implicado en esto a Olivia Farrell. Ella no ha hecho nada más que confiar en ti. Eras su amigo. Y ahora los hombres de Keenan quieren matarla. Testificará y su testimonio os meterá a los dos en la cárcel durante mucho tiempo. Sin embargo, ella se pasará el resto de su vida mirando por encima del hombro.

– Yo no quería implicarla -susurró Ford. Con aquella confesión, Conor vio la verdad. ¡Kevin Ford estaba enamorado de Olivia!

– Entonces, ¿por qué lo hiciste?

– Yo compré la tienda de Charles Street. La hipoteca me estaba matando. Hice algunas malas amistades y, de repente, estuve a punto de perderlo todo. Yo no podía defraudarla, así que cuando Keenan apareció en escena, acepté su oferta. Al principio, se suponía que sería un acuerdo por poco tiempo, pero cuando estuve metido, no pude zafarme.

– Has dicho que un policía vino a hablar contigo, ¿no? -dijo Conor. Ford asintió-. ¿Y si yo encontrara un modo de que pudieras testificar contra Keenan y lo metiéramos en la cárcel durante los próximos veinte años?

– No voy a testificar.

– ¿Y si no tuvieras que cumplir condena? Podría conseguirte eso.

– Mi abogado dice que tal vez no tenga que cumplir condena.

– Tu abogado es muy optimista. El testimonio de Olivia te meterá en la cárcel y me atrevo a decir que no eres la clase de hombre que se desenvuelve bien en la cárcel. Aunque solo sea unos pocos años, te pasarán factura.

– ¿Por qué se preocupa usted tanto por mí?

– No me preocupo por ti, sino por Olivia. Intercambiaron una larga mirada. Conor supo que se entendían a la perfección. Los dos se habían enamorado de la misma mujer y tenían el mismo instinto de protegerla.

– Si puede garantizarme que no tendré que ir a la cárcel, testificaré contra Keenan.

– No le digas a nadie que hemos hablado de esto, ni siquiera a tu abogado. Voy a enviarte un detective para que hable contigo. Se llama Danny Wright y trabaja para los policías íntegros. Él lo preparará todo. Puedes confiar en él.

Conor se dirigió a la puerta y golpeó con fuerza la ventana. El guardia le abrió la puerta. Rápidamente, Conor se digirió a la salida, sin detenerse para hablar con nadie. Cuando salió al exterior, repasó de nuevo su plan.

Hasta aquel momento, cuando miró a los ojos de Ford, no había sido capaz de reconocer lo que sentía por Olivia ni había creído que pudieran tener un futuro juntos, pero ya lo sabía con toda seguridad. Estaba enamorado de Olivia. Solo hacía tres días que la conocía y ya quería pasarse la vida a su lado.

Sin embargo, no todo era tan fácil como parecía. Aunque quisiera que Olivia estuviera a su lado, no sabía si tenía un futuro que ofrecerle. Ni siquiera sabía cómo iba a salir todo aquello. Aun cuando Ford accediera al trato, él seguía enfrentándose a acusaciones muy graves, tanto que podrían costarle su trabajo. Sin empleo, ¿cómo podría planear un futuro para ellos?

– ¡Quinn!

Conor se dio la vuelta. Danny Wright se acercaba por la acera. Conor esperó a su compañero y señaló la calle en la que había aparcado su coche.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó Danny.

– He venido a visitar a Kevin Ford.

– ¿Que has hablado con Ford? ¡Dios santo, hombre! Mira, no quiero cuestionar tus métodos, pero todo el mundo está hablando en la comisaría. Primero, desapareces con una testigo, una mujer muy hermosa, y ahora te pones a interrogar a los acusados.

– ¿Cómo sabías que yo estaba aquí?

– Me llamó Mullaney. Me dijo que viniera a recoger mis cosas. Tardé un rato en comprender lo que me decía, pero me di cuenta de que tenías que ser tú.

– Bueno, puedes decirme todo lo que quieras, pero, en estos momentos, no te voy a escuchar. Tengo otras cosas en la cabeza. Mira, Keenan tiene un infiltrado en el departamento. Es así como nos encuentran siempre. Kevin Ford sabe quién es. Le dije que tú irías a visitarlo. Quiero que averigües todo lo que puedas y que luego lo lleves a asuntos internos. Quiero que le ofrezcan a Ford un trato por su declaración. Así Olivia no tendrá que testificar.

– Pero y si…

– Hazlo. Y ten mucho cuidado. Danny asintió. Conor le dio un manotazo en el hombro y sonrió.

– Eres un buen detective, Wright -concluyó, provocando una enorme sonrisa en su compañero.

Entonces, se metió rápidamente en su coche y se marchó. Mientras se alejaba de la cárcel, respiró profundamente.

– Esto tiene que funcionar -murmuró. Era el único medio de asegurarse de que Olivia vivía a salvo el resto de su vida. En aquellos momentos, aquello era lo único que le preocupaba. En cuando a lo de su futuro juntos, tendría que pensarlo en otra ocasión.

– Un paso cada vez -añadió, suavemente.

Capítulo 7

Se había despertado en medio de un maravilloso sueño. Todo era cálido y cómodo, en aquellas pequeña vacaciones en Jamaica. Olivia sonrió y se acurrucó bajo el edredón que había quitado de la cama. La televisión brillaba en la oscuridad.

Durante mucho tiempo, estuvo entrando y saliendo de ese sueño. Se imaginaba a Conor tumbado en la arena, bañándose desnudo en el mar, haciéndole el amor en una hamaca…

Sería maravilloso tener una oportunidad como aquella para conocerse de verdad. Sin embargo, antes de que pudiera seguir imaginándose las vacaciones perfectas con el hombre perfecto, oyó que se abría la puerta. Olivia abrió los ojos y vio cómo Conor entraba en el apartamento.

Había estado ausente la mayor parte del día. Aunque no había estado preocupada, sentía curiosidad por ver en qué había empleado su tiempo.

De hecho, se sentía algo molesta de que él se hubiera despreocupado de ella mientras Olivia se pasaba el día en la casa, como una testigo responsable, aunque había aprovechado el tiempo para darse un baño, ver la televisión y pintarse las uñas de los pies.

– Por fin llegas -murmuró ella.

– ¿Estabas dormida?

– Me he portado como una perezosa todo el día. Me ha gustado poderme relajar por fin. Últimamente hemos estado muy ocupados.

– Sí, así ha sido -respondió él, sentándose en el sofá, todo lo lejos que pudo de ella para que no pudiera darle el abrazo que tanto deseaba-. Hace falta mucha energía para ir esquivando balas.

– ¿Cómo estás? ¿Te duele la herida?

– No mucho. La mayoría de las veces no me doy ni cuenta.

– ¿Qué te parece si te traigo algo de cenar? Tú túmbate y descansa. Te llamaré cuando esté lista la cena.

– Lo siento, no he traído nada de comer. Tuve que ocuparme de algunos asuntos policiales y luego me encontré con Danny y estuve hablando con él. Luego, pasé por casa de Dylan. No me di cuenta de la hora que era.

– No necesitamos nada. Tenemos vecinos. Sadie nos trajo un guisado de atún y un pastel de manzana. Louise, del piso de abajo, que está casada con un marino retirado, nos trajo un guisado de estilo mexicano y una macedonia. Y Geraldine nos trajo una cesta de luna de miel, llena de velas, champán y bombones. Luego tenemos galletas de Doris, que es muy divertida, y limonada de Ruth Ann, que se parece un poco a mi casera. Nos han invitado a jugar a la canasta el martes, al baile del sábado y a la cena del domingo.

– Veo que has estado tan ocupada como yo.

– Llevamos aquí un solo día y ya conozco a cinco de mis vecinos. Llevo en mi piso de Boston seis años y conozco a dos personas, a la mujer que alquila el apartamento del piso inferior y a mi casera.

– No te acostumbres demasiado -musitó Conor-. No viviremos aquí toda la vida.

Aquellas palabras tenían un cierto tono que Olivia nunca había oído antes.

No tenía que recordarle que solo estarían allí un periodo limitado de tiempo. Se lo recordaba ella misma todos los días, cada vez que lo miraba a los ojos o que lo tocaba.

Sin embargo, Olivia ya había decidido que no pensaría más en el futuro. Solo quería vivir el momento, disfrutar de Conor mientras lo tuviera con ella.

– ¿Por qué no te relajas? Prepararé la cena y luego podremos pasar una tarde tranquila. Sin balas ni persecuciones.

Aquello le hizo sonreír. Se estiró en el sofá y, a los pocos minutos, se había quedado dormido. Olivia lo cubrió con el edredón y se marchó a la cocina. Sacó el estofado de atún del frigorífico y lo metió en el horno. Sin saber cómo, se encontró imaginándose que él acababa de volver a casa después de un largo día de trabajo, que estaban casados y que vivían felices. Nunca antes se había imaginado una vida tan corriente para sí misma. Cuando había pensado en el matrimonio, siempre había sido de un modo más emocionante y urbano.

Había comprendido que las emociones no venían de tener un precioso apartamento o una emocionante vida social. Venían de momentos como aquel, en los que podía hacer más cómoda la vida de Conor. Sonrió y sacó dos copas de vino del armario. Entonces, se quedó inmóvil.

¿Qué estaba haciendo con todas aquellas fantasías de vacaciones y de veladas juntos?

– Él es un policía y tú una testigo -se recordó.

Tendría que recordarse la verdad más a menudo. Aquello no era un romance de cuento de hadas con un final feliz. Solo eran días robados con un policía que cumplía su misión de protegerla.

Media hora más tarde, el estofado hervía en el horno y ya lo había colocado todo en la mesita de café para una cena informal. Sacó el champán del frigorífico y encendió las velas que Geraldine había metido en la cesta. Todo parecía perfecto… y romántico.

Entonces, Olivia frunció el ceño. ¿No sería demasiado presuntuoso pensar que Conor quería compartir una velada romántica con ella? Tanto si quería reconocerlo como si no, aquella cena era el preludio para la seducción. Esperaba que las velas y el champán produjeran más besos y que aquellos besos llevaran a más.

Todo resultaba demasiado evidente. ¡Tenía que ser más dura! El rápido movimiento hizo que se le derramara cera en la mano. Tuvo que morderse el labio para no gritar. Dejó caer la vela sobre la mesa y esta fue a aterrizar sobre las servilletas de papel que había preparado. En un instante, las servilletas se prendieron. Olivia agarró la botella de champán y, con torpes dedos, trató de retirar el corcho. Antes de que pudiera hacerlo, el humo hizo que saltara la alarma de incendios.

Conor se despertó enseguida y se echó mano a la pistola que llevaba en el costado. Miró a su alrededor y se levantó rápidamente cuando vio el pequeño fuego que había sobre la mesa.

– ¿Qué diablos…?

Rápidamente le arrebató a ella la botella de champán y vacío la mitad sobre el pequeño fuego.

– ¿Qué diablos estabas haciendo? Olivia abrió la boca para explicarse, pero la cerró y salió corriendo hacia el dormitorio. Allí se sentó en la cama. ¿En qué había estado pensando? ¿En que podía seducirlo con una cena a la luz de las velas y una botella de champán?

– ¿Olivia?

– Vete -musitó ella, demasiado avergonzada como para mirarlo.

– Venga. No quería gritarte. La alarma contra incendios me sobresaltó, eso es todo. Venga, vamos a cenar. Ese estofado se está enfriando.

– ¡No tengo hambre!

– Si no te fijas en las servilletas abrasadas, la mesa está muy bonita. Y la comida parece estar deliciosa. Vamos -añadió, tirando de su mano para que se pusiera de pie.

Volvieron juntos al salón y se sentaron en el suelo. Conor encendió una de las velas,

– ¿Ves? Está muy bonita…

– ¿Qué estamos haciendo aquí? -preguntó ella, sin tocar la comida.

– Bueno, hace unos pocos minutos, estabas prendiendo fuego a nuestro escondite. Ahora, estamos cenando.

– No, me refiero a qué estamos haciendo de verdad. Tú eres policía y yo soy una testigo y en lo único en lo que puedo pensar es en cómo seducirte con un estofado de atún y champán para que vuelvas a besarme. ¿Qué va a pasar con nosotros cuando todo esto termine?

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Ya sabes a lo que me refiero. Anoche nos acostamos juntos. ¿Vamos a dejarlo cuando este asunto termine y sigamos cada uno con nuestras vidas?

– No sé, Olivia. No esperaba que esto ocurriera. Simplemente ocurrió.

– Y, en lo que a ti respecta, todo es un error.

– No está bien y yo podría perder mi trabajo por ello, pero ya no hay marcha atrás, así que supongo que no deberíamos preocuparnos al respecto.

– Claro que hay marcha atrás.

– ¿Cómo?

– Solo tenemos que parar esto ahora mismo. Fingir que nunca ocurrió -dijo ella, poniéndose de pie-. Claro que podemos hacerlo. Antes de que todo pierda el control.

– Creo ese barco ya ha zarpado.

– No, no ha zarpado. De ahora en adelante nos comportaremos del modo en que se supone que deberíamos hacerlo. Tú eres policía y yo tu testigo -murmuró, tratando de sonreír-. Creo… creo que voy a ir a dormir un poco. En mi habitación. Sola.

Como se había pasado casi toda la tarde durmiendo, no tenía sueño, pero sabía que, si no se alejaba de Conor en aquel instante, no habría modo de no desearlo.

– Me… me… me marcho.

Olivia esperó, imaginándose que él la detendría, que trataría de explicarle todas las razones por las que su plan nunca iba a funcionar, pero Conor se limitó a mirarla, con un gesto de resignación en su hermoso rostro. Olivia se sintió como si le partieran en dos el corazón. ¿Cómo podía ella desearlo tanto aun sabiendo los problemas que aquello podría ocasionar a Conor? ¿Y cómo podría él desearla tan poco como para permitir que se marchara?

– Buenas noches -murmuró ella. Con aquello, se dio la vuelta y se metió en la habitación. Esperó que él la llamara, que fuera a buscarla, pero Conor permaneció en silencio. Aquel silencio le decía todo lo que necesitaba saber.

No la deseaba o, si lo hacía, era lo suficiente fuerte como para resistirse. Olivia se sentó en la cama y respiró profundamente. Si por lo menos ella pudiera encontrar la misma fortaleza, tal vez pudiera pasar aquellos días sin volverse loca.

Olivia estuvo largo tiempo en el salón, a oscuras, contemplando el sueño de Conor a la luz de la luna. Eran casi las tres de la mañana y ella no había conseguido pegar ojo, pero Conor no tenía el mismo problema.

Olivia quería tocarlo por última vez, deslizar los dedos sobre su amplio torso. Quería volver a besarlo, perderse en el sabor de su boca…

Sin embargo, habían tomando una decisión y ella pensaba cumplirla. Ceder a sus impulsos solo sería pura debilidad. Además, la perspectiva de verse rechazada por Conor era demasiado humillante.

Entonces, se dio la vuelta para marcharse, pero no vio la mesa de café. Se golpeó la espinilla con ella. Tuvo que morderse los labios para no gritar, pero no pudo evitar maldecir en voz baja. El dolor fue pasándosele poco a poco y consiguió dar unos pasos.

– ¿Olivia? -preguntó él, incorporándose-. ¿Qué es lo que te pasa? ¿Es que no te encuentras bien?

– No…

– ¿Qué te pasa?

– Yo… tenía sed. Me levanté por un poco de agua.

Aquello sonó como una buena excusa, aunque el agua estaba en la cocina, no en el salón. Entonces, Conor se puso de pie. Olivia se dio cuenta de que solo llevaba puestos los calzoncillos y gruñó en voz baja. ¿Por qué no podían haberle enviado un oficial con una gran barriga y piernas arqueadas? ¿Por qué la habían tentado con un hombre perfecto?

– ¿Quieres que traiga un vaso de agua de la cocina?

– No deseo agua… te deseo a ti -confesó ella-. No… no puedo dormir y quiero que vengas a la cama conmigo.

– Olivia, yo…

– Sé lo que estás tratando de hacer y lo comprendo, pero sé que esto solo será una semana. Cuando los dos volvamos al mundo real, no habrá nada entre nosotros. Ahora no estamos en el mundo real. Hazme el amor, Conor. Solo una vez más. Te prometo que no volveré a pedírtelo.

Gimió suavemente cuando él extendió los dedos y le acarició suavemente la mejilla. Aquella caricia hizo que los latidos del corazón se le aceleraran. Durante un momento, estuvo segura de que la iba a rechazar. Sin embargo, él la tomó entre sus brazos y la estrechó entre ellos. Ella le acarició el rostro, decidida a memorizar centímetro a centímetro el rostro del hombre que tanto amaba.

Él podía amarla a ella. Olivia lo sabía, pero le llevaría tiempo, y aquello era algo de lo que no disponían. Lo único que podía esperar era que, cuando se separaran, Conor se diera cuenta de la profundidad de lo que sentía por ella y que volviera a su lado. Aquella noche, iba a hacer todo lo posible por que aquello ocurriera,

– Dime lo que quieres -susurró ella, quitándose la camiseta que llevaba puesta, quedándose completamente desnuda ante él.

– ¿Por qué no puedo terminar con esto?

– Porque me deseas. Igual que yo te deseo a ti.

Al mirarlo a los ojos, Olivia vio que no solo la deseaba sino que también la necesitaba, tanto como ella a él. Extendió la mano y se apartó el cabello de los hombros. Conor le miró los pechos y luego el resto del cuerpo.

– Vente a la cama conmigo…

Él le rodeó la cintura con las manos y la estrechó entre sus brazos. Se besaron, torpemente al principio y luego cada vez más desesperadamente.

– Dime que me deseas -murmuró ella, lamiéndole el pezón.

– No te deseo -gruñó él-. No puedo desearte…

– Pero me deseas y te lo puedo demostrar. Bajó las manos a la cinturilla de sus calzoncillos y lentamente se los fue bajando. La tela se le enganchó en la prueba de su deseo. Estaba tan erecto como hermoso y, mientras Olivia se inclinaba para bajarle del todo los calzoncillos, lo besó en su masculinidad.

El gemido de placer que él emitió rompió el silencio. Olivia no se movió y lenta, deliberadamente, saboreó su sexo, deslizando la lengua por encima y acogiéndolo en la boca. Aquel placer que le daba era tan íntimo, que estaba segura de que él la detendría. Sin embargo, Conor le entrelazó los dedos entre el cabello y la sujetó, observando cómo le daba placer con la boca, deteniéndola cuando las sensaciones eran demasiado fuertes y animándola cuando quería más.

De repente, la tomó de las manos e hizo que se levantara. Frenético de necesidad, la besó apasionadamente. Su erección se apretaba contra su vientre, cálida y húmeda por su saliva.

– Dime lo que deseas -susurró ella-. Dime que me deseas…

– Te deseo -dijo él, levantándola por la cintura. Rápidamente, ella le rodeó las caderas con las piernas. La punta de su erección rozó la entrada de su feminidad-. Ayúdame. Te deseo tanto que no puedo soportarlo.

Olivia inclinó la cabeza y sonrió. No se había equivocado.

Conor la llevó hasta la mesa del comedor, donde había dejado su ropa. Tras colocarla al borde de la mesa, sacó la cartera. Olivia agarró el preservativo que él había querido extraer y rasgó el envoltorio. Sin embargo, Conor se lo arrebató, como si sus caricias fueran mucho más de lo que pudiera soportar.

Tras situarse de nuevo entre sus piernas, lentamente la dejó encima de la mesa y empezó a chuparle uno de los pezones. Olivia suspiró, dejando que él tomara el control y gozando al sentir el cuerpo de Conor contra el suyo. Experimentó un delicioso placer cuando él le hizo el amor del mismo modo en que ella se lo había hecho antes.

Descubrió todos los puntos que la hacían palpitar y temblar de necesidad. Cuando finalmente saboreó el centro de su feminidad, acariciándolo suavemente con la lengua, Olivia se sintió más allá del pensamiento racional. Aquello era lo único que deseaba en la vida y él era lo único que quería y necesitaba.

– Por favor -murmuró Olivia, haciendo que él volviera a besarla en los labios-. Por favor…

Conor la acercó más al filo de la mesa y con una exquisita ternura, la penetró. Ella murmuró su nombre, arqueándose contra él, deseando que la condujera hasta el fin.

Conor se hundió en ella completamente y luego se retiró, como si quisiera hacer que lo deseara más. Con cada empuje, el movimiento se iba incrementando. Conor sentía que Olivia estaba cerca del clímax, pero sería él quien decidiera cuándo lo alcanzaba.

De repente, se detuvo en seco.

– No -gimió ella, retorciéndose contra él. Con un gruñido, Conor la agarró por las muñecas y se las inmovilizó por encima de la cabeza, sin salir de ella. Durante un momento, Olivia creyó que aquello era todo, que la había llevado al borde del placer para dejarla deseando todavía más. Entonces, él la besó dulcemente.

– Dime que me deseas -dijo él, mirándola con intensidad a los ojos.

– Te deseo -murmuró ella, gimiendo al sentir que Conor se iba deslizando al exterior.

– Vuelve a decírmelo.

– Te deseo. Te necesito, Conor, por favor… Cuando abrió los ojos, vio que la estaba mirando muy fijamente, pero con una expresión tan suave como una caricia.

– Dime que me amas. Solo por esta noche, dímelo.

Olivia sintió una gran emoción dentro de ella al escuchar aquella petición. Aunque él solo quería oír las palabras, sabía que había mucho más en su alma y en su corazón y que había una razón para que él necesitara escuchar aquellas palabras.

– Te amo -murmuró, tomando el hermoso rostro entre sus manos-. Solo por esta noche, te amo.

– Y yo te amo a ti -replicó él, besándola dulcemente-. Solo por esta noche.

Cuando los dos alcanzaron el éxtasis, Olivia se dio cuenta de algo. Cada uno formaba parte del otro. Pasara lo que pasara y fuera lo que fuera lo que los separaba, siempre les quedaría aquel momento tan maravilloso que habían compartido juntos.

El ruido lo despertó. Conor se maravillaba continuamente de cómo distinguía un ruido que le resultaba amenazador de otro que no lo era. En aquella ocasión, sus instintos se pusieron alerta. Olivia dormía plácidamente a su lado, desconocedora del peligro. Pensó en despertarla, pero decidió investigar primero.

Se levantó de la cama y recogió su pistola. Pensó en vestirse, por si acaso el intruso era una de las amigas de Lila Wright. Se limitó a ponerse solo los calzoncillos.

Salió lentamente del dormitorio y se asomó al salón. Los rayos del sol lo iluminaban todo. Entonces, los ruidos se fueron haciendo más altos. Si era uno de los hombres de Keenan, no estaba esforzándose mucho por ocultar su presencia.

Llegó a la conclusión de que los ruidos provenían de la cocina. Silenciosamente avanzó por el vestíbulo y entró en la cocina, con la pistola apuntando al pecho del intruso.

– ¡Quieto!

En aquel mismo momento, notó el olor a café. Entonces un hombre rubio, con una cazadora de cuero, levantó las manos y bajó la cabeza. En aquel momento, Conor reconoció a Danny Wright.

– ¡Maldita sea! ¡Podría haberte matado! Danny se volvió lentamente y, al ver la escueta indumentaria de su amigo, frunció el ceño. Sin embargo, no hizo ningún comentario. Solo se sonrojó un poco.

– ¿Que diablos estás haciendo aquí?

– Tenía que hablar contigo. Llamé, pero no contestó nadie. Por eso, utilicé mi llave. Me imaginé que, después de lo que los dos habíais pasado, se os habían pegado las sábanas.

– ¿Por qué estás aquí? -repitió Conor.

– Vine a decirte que el departamento ha hecho un trato con Kevin Ford, Va a testificar contra Keenan a cambio de una reducción de sus cargos. También lo entrevistó el departamento de asuntos internos y les dio el nombre del policía que trató de coaccionarlo. Ford tiene papeles y cintas que aportan suficientes pruebas como para meter a Keenan en la cárcel mucho tiempo. Olivia no tendrá que testificar.

– ¿Estás seguro?

– Claro. Ella era el único modo de conectar a Ford con Keenan. Con el cambio de actitud de Ford, muchos de los socios de Keenan decidirán declarar a cambio de favores. Está a salvo.

– De eso no podemos estar seguros hasta el día del juicio.

– Se dice por ahí que Keenan ya no está interesado en ella.

Conor se sirvió una taza de café y tomó un largo trago. Ya estaba. Podría volver a dejar a Olivia en su casa y los dos seguirían adelante con sus vidas. Lo que habían compartido la noche anterior se convertiría en un recuerdo.

– ¿Qué tal tienes el costado?

– Bien -respondió él. Casi se había olvidado.

– Hay algo más. El teniente quiere verte esta misma mañana.

– Supongo que quiere echarme una reprimenda por no fichar regularmente. O tal vez voy a tener que pagar toda las ventanas que se rompieron en el motel.

– Creo que es mucho más serio que eso. ¿Puedo hablar con libertad?

– Claro, los dos somos detectives, Danny. Compañeros. Yo no soy tu superior, a pesar de que sea unos años mayor que tú.

– Ya sabes que el capitán no es gran admirador tuyo. Después del incidente con ese delincuente, ha estado tratando de atraparte. Dice que no tienes respeto por la autoridad. Se dice que va a hacer que te investiguen y que tal vez presentará cargos contra ti.

– ¿Por qué?

– Descubrieron que fuiste a ver a Kevin Ford. Sus abogados dicen que tal vez lo amenazaste.

– ¿Se lo dijo Ford?

– No -respondió, mirando a su compañero de arriba abajo-. También cree que tú y… la testigo… estáis teniendo una relación personal. ¿Es cierto?

– ¿Qué te parece a ti?

– Que te estás acostando con ella. Y eso va contra todas las reglas tácitas y escritas que existen en el departamento de policía de Boston. Quiero que sepas que me gusta trabajar contigo, pero que me sentiría muy desilusionado si ocurriera algo que terminara con nuestro grupo de trabajo…

Conor sonrió al muchacho y le dio un golpe en el hombro.

– Puedes decirle al teniente que pasaré a verlo esta mañana para responder a todas las preguntas que quiera hacerme. Y si el capitán quiere investigar, puede hacerlo. No tengo nada que ocultar.

– ¡Danny!

Los dos hombres se giraron para mirar a Olivia, que estaba de pie al lado de la puerta de la cocina. Iba vestida con la camisa de franela de Conor y tenía el cabello revuelto. Él hubiera querido tomarla entre sus brazos y darle un beso, para empezar bien el día, pero se contuvo. La noche anterior había sido la última vez.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -añadió-. ¿Has venido para protegerme?

– En realidad, Danny ha venido para darme un mensaje de mi jefe. Y ya se marchaba, ¿verdad, Danny?

– Pero puedes quedarte a tomar un café, ¿verdad? No hemos tenido mucha compañía últimamente -explicó Olivia-. Quería darte las gracias por traer mis cosas de la casa de Cape Cod.

– No tienes por qué dármelas -replicó el muchacho inmediatamente embelesado con ella-. Además, me llevé a mi casa ese guiso de marisco.

– ¿La paella?

– Sí. Estaba muy buena. Eres una buena cocinera.

– ¿Se ha puesto el fiscal del distrito en contacto contigo, Danny?

– ¿El fiscal del distrito?

– Danny tiene que marcharse, Olivia. Ya llega tarde a trabajar.

– Pero, ¿no debería yo hablar con el fiscal del distrito antes de testificar? -preguntó ella mientras se servía un café-. Al menos eso es lo que hacen en las películas. No puedo presentarme en el juicio y responder así como así a sus preguntas. ¿No tiene que prepararme?

– Sí… -respondió Danny-. Bueno, no sé… Supongo que eso depende -añadió. Conor le dio la vuelta y lo sacó a empujones de la cocina en dirección a la puerta-. ¿Es que no vas darle las buenas noticias?

– Vuelve a la comisaría -murmuró Conor-. Yo iré después.

Tras abrir la puerta, empujó a Danny suavemente hacia el exterior. Luego, se apoyó en ella, mientras pensaba en las muchas formas que tenía de decirle que ya no tenían que seguir estando juntos. Sin embargo, no podía hacerlo todavía. Necesitaba un día o dos más, lo suficiente para ver si lo que habían compartido sería capaz de sobrevivir en el mundo real, para ver si había algo de verdad en las palabras que él le había hecho repetir la noche anterior.

Quería creer que Olivia podía amarlo, pero tenía la pura verdad delante de los ojos. Eran de dos mundos diferentes. Él era policía, con un sueldo de policía y con la vida de un policía. Olivia se merecía mucho más que eso. Tenía que tener un hombre que la llevara a fiestas de sociedad, que le hiciera conocer amigos ricos y con el que pudiera tener una conversación inteligente, no un policía que hubiera tenido que tomar clases nocturnas para terminar sus estudios y que prefería los informes de policía a la buena literatura.

– Probablemente no debería haber salido mientras Danny estaba aquí…

– No pasa nada.

– ¿Y si dice algo?

– Danny sabe cuándo tiene que mantener la boca cerrada -respondió él. Entonces, fue al comedor a recoger su ropa. Tenía miedo de volver a mirarla, de volver a tomarla entre sus brazos y de hacerle el amor durante el resto del día.

– Puedo prepararte algo de desayunar.

– No hace falta. Lo siento. Tengo que marcharme. Mi jefe quiere verme esta mañana y no puedo tenerlo esperando.

Olivia asintió y lo observó mientras se vestía. Para cuando se puso los calcetines y los zapatos, se sentía muy preocupada. Conor agarró su cazadora. Luego, se inclinó sobre ella para darle un casto beso en la mejilla.

– No salgas. Volveré enseguida. Cuando llegó al vestíbulo del edificio, se apoyó contra una pared y murmuró:

– Deberías dejarla marchar mientras todavía puedes.

Sería tan fácil. Lo único que podía hacer era enviarle a alguien al piso para darle las buenas noticias. Ella recogería sus cosas y se marcharía. Así, él no tendría que volver a verla. Sin embargo, no pudo convencerse para hacerlo. Le haría demasiado daño a Olivia.

No. Esperaría. Un par de días más era todo lo que necesitaba para asegurarse. Entonces, podrían marcharse de aquel lugar y seguir con sus vidas. Tanto si terminaban juntos como separados, Conor sabría que les habría dado una oportunidad. Aquello era lo único que pedía. Una oportunidad.

Capítulo8

– ¿Por qué no podemos salir? -protestó Olivia-. Hace un tiempo precioso y no ha intentado matarme nadie desde hace días. ¿Por qué no podemos ir a dar un paseo, aunque sea en coche? ¡Podríamos salir a comer! Iríamos al campo, donde nadie nos reconocería. Me conformo hasta con uno de esos restaurantes en los que comes en el coche.

Conor la miró desde detrás del periódico. Llevaba muy callado varios días, distante, como si algo le pesara en la mente. Había ido en algunas ocasiones a la ciudad y había regresado aún más distraído, más tenso. Olivia había pensado que su preocupación se debía a que ella tuviera que declarar, pero no quería estropear los pocos días que les quedaban juntos, así que había decidido no hacer preguntas.

Las noches no habían cambiado. Los dos se olvidaban convenientemente de sus promesas y caían en la cama cada noche con más pasión que nunca. De hecho, Conor le hacía el amor hasta que casi no podían moverse, como si estuviera con ella por última vez. Después de cada una de las noches, Olivia esperaba que desapareciera por la mañana, pero Conor estaba siempre a su lado cuando se despertaba.

Ninguno de los dos había hablado del futuro, pero Olivia sabía que cada día que pasaba los acercaba más al fin.

– Por favor, deja el periódico…

– De acuerdo -accedió Conor-. Iremos a dar un paseo en coche. Te mostraré mi rincón favorito de Boston.

Olivia aplaudió encantada y fue corriendo al dormitorio por su abrigo. No le importaba que estuvieran corriendo un riesgo. Además, necesitaba una oportunidad de ver cómo se defendían sus sentimientos en el mundo real, de ver si estaban a gusto el uno con el otro o aquel mundo irreal estallaba en pedazos.

Cuando salió de la habitación, Conor ya la estaba esperando en la puerta. Se la abrió galantemente y luego le ofreció el brazo.

– Su carruaje espera, señora -bromeó. De hecho, lo que más sorprendió a Olivia fue que accediera a salir con ella. Era siempre tan cuidadoso… sin embargo, últimamente le daba la sensación de que se había relajado un poco. Cuando salieron a la calle, ella extendió los brazos. Entonces, cerró los ojos y empezó a dar vueltas.

– Me siento como si me acabaran de soltar de la cárcel. Es un día glorioso…

Se montaron en el coche y se dirigieron en dirección a Concord. Olivia contemplaba el paisaje por la ventanilla. Aunque había visto los mismos lugares muchas veces, todo le parecía mucho más hermoso. No se había dado cuenta de lo aislada que había estado.

– ¿Dónde vamos?

– Ya lo verás.

– Sé que me voy a divertir, sea donde sea donde vayamos.

La mayor parte del camino transcurrió en silencio. Muy pronto llegaron al puerto de Boston. Allí, Conor aparcó el coche y fueron a pasear hacia el parque del puerto. Olivia entrelazó los dedos con los de él.

– Solía venir aquí de niño -explicó Conor mientras se sentaban en la hierba-. Sin embargo, ahora que me paro a pensarlo, nunca fui un niño.

– ¿No?

– No después de que se marchara mi madre. Cuando mi padre estaba pescando, yo tenía que ocuparme de mis hermanos. Solíamos venir aquí a contemplar los aviones. Si teníamos dinero, tomábamos el ferry e íbamos a Logan. Algunas veces, hasta entrábamos en el aeropuerto, aunque los de seguridad siempre nos detenían.

– ¿Y todo eso tú solo?

– Ya tenía entonces dieciséis años y mis hermanos estaban acostumbrados a obedecerme. Además, era mi excursión favorita. Si quería que mis hermanos hicieran algo, solo tenía que prometerles que íbamos a venir aquí para ver los aviones. Brendan se sabía memoria los horarios de los aviones y sabía el destino de todos ellos.

– Hiciste un buen trabajo con ellos. Todos son unos muchachos fenomenales. No los conozco muy bien, pero sé que es así.

– El problema es que no hice un trabajo tan bueno conmigo mismo.

– Eso no es cierto.

– Nunca me di mucha oportunidad de divertirme. Mis hermanos siempre me dicen que tengo que ser menos serio.

– Nosotros nos hemos divertido mucho. Bueno, eso cuando no nos disparaban.

– Sin embargo, nunca me divertí cuando era más joven. No tuve una cita con una chica hasta que no cumplí diecinueve años. A las chicas no les gustaba que me siguieran mis cinco hermanos a todas partes, pero yo no podía confiar que Dylan o Brendan se ocuparan de los gemelos y de Liam. Así que siempre me quedaba en casa. Supongo que por eso mi habilidad para relacionarme con la gente deja mucho que desear.

– Bueno, yo creo que tienes otras habilidades que la compensan -dijo ella, tumbándose en el césped.

Olivia miró al cielo. Había estado allí en otras ocasiones, pero aquella vez era diferente. Casi se imaginaba a aquellos chicos. Conor había sido un buen padre para ellos, y probablemente lo sería mucho mejor para sus propios hijos. Nunca había pensado en tener familia propia, pero, sentada allí con Conor, se imaginaba con hijos.

– Olivia, hay algo que tengo que decirte.

– No -murmuró ella. Entonces, se levantó y le colocó un dedo sobre los labios-. Este día es perfecto y no quiero estropearlo. Ya tendremos tiempo para hablar después. Ahora, solo quiero disfrutar del aire fresco y del sol -añadió, antes de volverse a dejar caer sobre la hierba-. ¿Cómo pude sentirme tan aterrorizada hace una semana y hoy encontrarme tan feliz? Quiero que esto dure.

– Me alegro.

– ¿Cómo crees que será mi vida cuando testifique contra Keenan? ¿Tendré que seguir preocupándome por él?

– No. No tendrás que volver a preocuparte nunca por Keenan.

– ¿Pero y si sale de la cárcel y quiere vengarse de mí?

– Entonces, yo te protegeré -le prometió él, tomándola de la mano y dándole un beso en la parte interior de la muñeca.

– ¿Nos veremos después del juicio?

– Tú estarás muy ocupada volviendo a levantar tu negocio. Y tendrás tus amigos. Ya no tendrás tiempo para pensar en mí.

– Eso no es cierto, Conor.

– Claro que lo es. Sé sincera, Olivia. Si yo me acercara a ti en la calle y te pidiera que salieras conmigo, saldrías corriendo en la dirección opuesta. Eres de un mundo diferente, con privilegios, sofisticada, culta. Yo soy solo un policía y no demasiado bueno.

– Yo no soy lo que tú crees. No crecí en Beacon Hill. Crecí en un piso encima de una tienda en North End. Mis padres eran hippies. Compraban y vendían lo que ellos llamaban antigüedades, pero que no eran más que trastos. Éramos muy pobres. Todo lo que ves surgió de la nada. Leí revistas para aprender a vestirme y estudié mucho para comprender a mis clientes. Incluso di clases de fonética para que me enseñaran a hablar como si tuviera dinero.

– De todos modos, ahora perteneces a ese mundo. Te has hecho tu lugar tú misma.

– Pero me gusta mucho tu mundo. Es mucho más emocionante y me hace sentir viva.

– Te propongo un trato. Cuando todo esto termine, volveremos a nuestras vidas de siempre. Si sigues sintiendo lo mismo al cabo de un mes, hablaremos.

Un mes entero sin Conor era impensable. Casi no podía pasar ni una hora sin él.

– ¿Me lo prometes? -preguntó ella-. ¿Solo un mes? Conor asintió.

– Nunca me arrepentiré de lo que hemos compartido -dijo Olivia

– Yo tampoco -le aseguró él, dándole un rápido beso en los labios-. Yo tampoco.

Las señoras se habían reunido para tomar café, como era su costumbre, pero, aquel día, se habían invitado al apartamento de Olivia para su ritual matutino. La joven no tuvo corazón para negarse y, de hecho, agradecía la compañía. Necesitaba algo que le impidiera pensar en Conor.

Desde aquella excursión al parque, las cosas habían cambiado, en cierto modo para mejor, pero en muchas cosas para peor. Se habían unido emocionalmente más que nunca, compartiendo historias de sus pasados y hablando de la infancia, de sus padres… Olivia se sentía como si le hubieran dado una ventana al alma de Conor, ya que él no era la clase de hombre que dejara ver al hombre que llevaba en su interior.

Sin embargo, desde aquella pequeña excursión, Conor no había vuelto a compartir la cama con ella. Como en muchos otros temas, Olivia había sentido miedo de abordar aquel asunto. Además, sospechaba que lo que estaba haciendo era prepararla para lo inevitable. Cuando comenzara el juicio, ya no habría razón para que siguieran juntos. Era un plan muy sensato, aunque le costaba mucho quedarse dormida sin sentir a su lado a Conor. Había sentido la tentación de pedirle una última noche juntos, pero ya lo había hecho una vez y no podría hacerlo de nuevo.

Olivia respiró profundamente. Debería sentirse satisfecha con la nueva dirección de su relación, en la que la intimidad había reemplazado al placer físico. Sin embargo, en los últimos días, le parecía que había llegado a amar a Conor más que nunca y quería expresarlo tanto en palabras como en gestos.

Olivia trató de superar sus frustraciones cocinando. Preparaba unas elaboradas comidas para ambos. Conor, por su parte, ejercitaba su físico mediante el jogging. Después de una larga ducha, iba a hacer los recados. Justo antes de comer, salían a dar otro paseo, algo que llevaban haciendo los tres últimos días.

Ella había conseguido olvidarse del juicio. Su preocupación se convertía en un pequeño ataque de aprensión. No sabía como cambiaría su vida después de testificar contra Keenan y Ford, pero no hacía más que imaginarse su futuro sin Conor. Estaba locamente enamorada de él y, por primera vez en su vida, creía que se trataba del hombre que podía hacerla feliz para siempre.

– ¡Dios mío, querida! Parece como si estuvieras a miles de kilómetros de distancia -le dijo Sadie.

Olivia parpadeó y luego miró a las cinco ancianas que se habían reunido en su casa a tomar café.

– Lo siento, ¿qué estabais diciendo?

– ¿Dónde está tu guapo marido?

– Ha salido a correr. Le gusta hacer ejercicio por la mañana. Algunas veces, también por la tarde. ¿Le apetece a alguien tomar más café?

Pintonees, se dio cuenta que todavía no se habían tomado la primera taza ni los pastelitos. Todas la miraban expectantes.

– Venga -susurró Ruth Ann, dándole un codazo a Sadie-. Pregúntaselo.

– ¿Preguntarme? ¿Preguntarme qué?

– Bueno, querida. Cuéntanoslo todo. ¿Cómo es el sexo? -preguntó Sadie, con una sonrisa.

– ¿El sexo? -repitió ella, sin comprender.

– Sí, querida, cuéntanos -dijo Geraldine-. ¿Se hacen ahora cosas nuevas? Nos gustaría mantenernos al día.

– Es evidente que tú lo haces bien -comentó Ruth Ann-. Ese marido tuyo siempre parece muy satisfecho. No te avergüences, querida. El sexo es un tema de conversación muy habitual entre nosotras.

– Bueno, no creo que… -susurró Olivia, sonrojándose.

– Tal vez si aprendiera cosas nuevas – dijo Louise-, mi George no estaría siempre mirando a esa zorra de Eleanor Harrington. Desde que su marido murió, está a la caza.

– Con el porcentaje de mujeres que hay aquí, es una competición despiadada -añadió Sadie-. Yo tengo a mi Harold bajo siete llaves por miedo a que me lo quite una de esas viudas.

– ¿Cómo mantienes a tu hombre contento? -preguntó Doris-. ¿Le preparas platos especiales? He oído que las ostras ponen muy cachondos a los hombres.

– ¿Cachondos? -repitió Olivia, tragando saliva.

– No, Doris. Yo he probado las ostras con Harold y solo le dan gases -afirmó Sadie-. Creo que debe de haber nuevas técnicas. Yo veo libros en la librería, no me atrevo a leerlos. Hay uno que se llama Cómo volver a un hombre loco en la cama.

– Me preguntó si lo tendrán en la biblioteca -comentó Louise.

De repente, la puerta del piso se abrió y entró Conor. Tenía la camiseta empapada de sudor. Se había marchado antes de que llegaran las vecinas y Olivia no se había atrevido a contarle sus planes por medio a que estuviera en desacuerdo con ellos.

– ¡Hola, cariño! -exclamó, poniéndose de pie para recibirla.

Conor miró a su alrededor y, entonces, plantó un beso en los labios de Olivia, lo que la sorprendió mucho. Las señoras se echaron a reír y Conor sonrió.

– Buenos días, señoras. ¿Cómo están? – les preguntó. Todas se echaron a reír, como colegialas-. ¿Puedo hablar contigo en el dormitorio? -añadió, refiriéndose a Olivia.

Olivia lo siguió y cerró la puerta del cuarto. Todas las cosas de Conor estaban esparcidas por todas partes, ya que las había tenido que recoger precipitadamente antes de que las mujeres llegaran.

– Lo siento, sé que no te gusta que entable relación con las vecinas, pero…

– No ese eso, ¿Dónde están mis llaves?

– ¿De verdad que no te importa?

– No -repitió él, revolviendo entre la ropa-. No me importa. ¿Sabes dónde están mis llaves?

– Estaban metidas en un zapato, bajo la de café -dijo ella, tras recogerlas de encima de la cómoda-. Tuve que limpiar antes de que llegaran las ancianas.

– Tengo que marcharme. ¿Te importa quedarte sola?

– Pensé que íbamos a salir a…

– No podemos. Tengo unos asuntos de los que ocuparme en la comisaría. Voy a ir a mi casa primero para darme una ducha y cambiarme. Probablemente estaré fuera la mayor parte del día.

– ¿Tiene que ver esto con el juicio?

– No. Es un asunto del que me tengo que ocupar -dijo él, abriendo la puerta del dormitorio y saliendo disparado en dirección a la puerta de la calle.

– Conor, espera.

Olivia hizo un gesto señalando a las ancianas. Entonces, él se inclinó sobre ella y volvió a besarla en los labios.

– Te veré dentro de un rato, querida – dijo. Entonces, tras hacer un gesto de despedida para las cinco mujeres, se marchó.

– Adiós -murmuró Olivia, volviéndose a sentar con sus invitadas.

– Supongo que la luna de miel tiene que acabarse en algún momento -suspiró Sadie.

Olivia sonrió y se sirvió un poco de zumo de naranja. Entonces, notó un pequeño centro de flores que Geraldine había llevado para adornar la mesa. Las margaritas estaban colocadas en un florero de imitación a plata. Olivia arrancó una margarita y empezó a quitarle los pétalos.

Las señoras continuaron hablando mientras ella las escuchaba sin mucho interés. Entonces, tomó el florero y estudió el diseño. Para ser una imitación, era de lo más notable. Pesaba casi lo que debería pensar si fuera de plata.

– ¿Dónde conseguiste esto? -le preguntó a Geraldine. Cuando miró la parte inferior, el corazón le dio un vuelco.

– En el supermercado. Me encantan las flores y venden ramos muy baratos. Duran casi una semana.

– No me refería a las flores, sino al jarrón.

– No sé. Solía ir a muchos mercadillos cuando me casé. No teníamos mucho dinero así que tuvimos que decorar la casa con cosas de segunda mano. Supongo que será de entonces.

– ¿En un mercadillo?

– ¿Y qué importa? Es solo una cosa sin valor, pero me pareció que resultaba muy bonito como jarrón.

– ¿Te importa si lo tomo prestado?

– Bueno, como si te lo quieres quedar.

– No, no creo que quieras dármelo. Tengo que ir a Boston, pero Conor se ha llevado el coche.

– ¿Es que pasa algo malo? -preguntó Sadie.

– No. De hecho, puede resultar algo muy agradable, pero quiero asegurarme primero. ¿Me puede llevar alguien a la estación?

– ¿Qué es lo que pasa, querida? -insistió Sadie.

– Es eso. Geraldine, creo que podría ser muy valioso -dijo Olivia, levantando el jarrón-, pero no estoy segura. Tengo que comprobar algunos libros.

– ¿Valioso? ¿Ese chisme? ¿Cómo de valioso? -preguntó Geraldine.

– Muy valioso. Bueno, ¿quién me lleva? – preguntó Olivia tras recoger su bolso y su abrigo.

– Bueno, yo te llevaré -afirmó Sadie, muy emocionada-. Un tesoro muy valioso. Venga, señoras, vayámonos. Ya nos lo contará todo en el coche.

Antes de salir, Olivia se preguntó si debía dejar una nota para Conor. Al final, decidió no hacerlo. Tardaría un par de horas como mucho. No, no dejaría una nota. Volvería mucho antes que él.

Por una vez en su vida, Conor deseó volver a estar en el coche patrulla. Al menos, tendría una sirena con la que abrirse paso. En vez de eso, estaba atascado con el montón de chatarra que le había dado su hermano.

Al llegar al apartamento, se lo había encontrado vacío. Al principio había pensado que Olivia estaba en el apartamento de alguna de las ancianas. Sin embargo, al llamar al apartamento de Sadie, esta le había dicho que la había llevado a la estación de tren porque quería ir a Boston.

Primero se le ocurrió que había averiguado algo sobre Kevin Ford y que sabía que no tenía que testificar. Seguramente se había enterado de que le había mentido y le había robado aquellos cuatro días,

Después de aquella noche tan maravillosa sobre la mesa del comedor, sabía que no podría dejarla marchar. Por eso le había ocultado la verdad y Olivia nunca lo perdonaría por ello.

Siempre había tenido un fuerte sentido de la moralidad. ¿Qué le había ocurrido? Desde el día en que la conoció, había hecho cosas que antes le hubieran resultado impensables. Sin embargo, lo había hecho todo con la esperanza de que Olivia pudiera querer un futuro con él.

Charles Street, como siempre, era un hervidero de vehículos, peatones y turistas. Conor aparcó en doble fila, pero, al llegar a la tienda de Olivia, la encontró cerrada. Se asomó por las ventanas, pero no pudo ver nada en la oscuridad. El corazón empezó a latirle a toda velocidad y sus instintos se pusieron en alerta, pero, entonces, recordó que ella ya no corría ningún peligro. Rápidamente, llamó a la puerta y esperó impacientemente. Sadie le había mencionado un jarrón de plata y por eso había dado por sentado que habría ido a la tienda, aunque podría estar en su casa o en la biblioteca.

Entonces, se oyó una voz desde el otro lado de la puerta. Era Olivia.

– Estamos cerrados.

– Olivia, déjame entrar. Soy Conor.

– ¡Conor!

Rápidamente abrió la puerta y lo dejó entrar. El miró a su alrededor, impresionado por la selección de antigüedades que allí había. Aquel era su mundo, un ambiente que a él le resultaba completamente desconocido.

– Siento haberme marchado sin decírtelo. Pensé que regresaría antes de que tú volvieras. Por favor, no te enfades conmigo. He tenido mucho cuidado.

– No estoy enfadado contigo.

– Es que tenía que venir. No estaba segura de la marca, pero sabía que tenía un libro donde podría consultarlo. Pensé que nunca más me volvería a sentir así, Conor. Cada vez que me acordaba de cómo me ganaba la vida, me entristecía porque todo hubiera terminado. Entonces, vi esto y recuperé mis antiguas sensaciones.

– ¿Qué sensaciones?

– Es como un pequeño cosquilleo en el estómago. Normalmente, me digo que no hay que ser optimista. Es como cavar en el jardín y descubrir oro.

– ¿Y todo por ese jarrón?

La aventura del deseo

– Es de plata. Y es de Reveré.

– ¿Reveré? ¿Te refieres a que lo hizo Paúl Reveré?

– Efectivamente. Sus piezas han aparecido en los lugares más insospechados. ¿Tienes idea de cuánto vale? Hay muy pocas piezas y, cuando se encuentra una original, la gente se vuelve loca.

Conor la miró. Su culpabilidad fue mayor al ver lo feliz que estaba haciendo algo para que lo que tenía talento y que adoraba. Aquel era su mundo. Era allí donde debería estar. Y él la había apartado innecesariamente de todo aquello.

– Olivia, tenemos que hablar.

– Geraldine lo usaba de florero. ¿Sabes lo que significa esto? Lo pondré a la venta y todo el mundo vendrá a verlo. Mi tienda volverá a ser lo que era. El prestigio de tener esto en mi tienda me ayudará a recuperar la reputación perdida. Por favor, no te enojes conmigo. Sé que me arriesgué, pero…

– No.

– ¿No?

– No corriste ningún riesgo. Eso es lo que he venido a decirte.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Estás libre. Kevin Ford ha accedido a testificar y tiene tantas pruebas que con él bastará para meter a Keenan en la cárcel. Tú estás libre.

– ¿Ya no tengo que testificar?

– No.

Olivia le dio un beso, largo y apasionado, tanto que a él no le quedó más remedio que responder.

– No me lo puedo creer. Se ha terminado todo. Puedo volver a la vida real…

Una vida real. Aquellas palabras le dolieron tanto como si una daga le hubiera atravesado el corazón. Una vida sin él, entre sus carísimas antigüedades y sus amigos de la alta sociedad.

– Bueno, pues ya está -dijo él, tratando de aparentar indiferencia-. Puedo hacer que te lleven las cosas del piso a tu casa. Me aseguraré de que te devuelven sano y salvo a Tommy y…

– Estás hablando como si no fuéramos a volver a vernos.

– ¿Te acuerdas el trato que hicimos? Cada uno volvería a su vida y, si tú seguías sintiendo algo por mí dentro de un mes, ya hablaríamos. Bueno, pues creo que eso es lo que debemos hacer. Solo que no por un mes, sino por tres o cuatro…

– No me gusta este trato.

– Me han apartado del servicio, Olivia. Eso es lo que me han dicho en la reunión que he tenido hoy con mis superiores. Me van a investigar por… comportamiento inadecuado.

– ¡Pero si me salvaste la vida! ¿Cómo puede resultar eso inadecuado?

– Tú eras testigo en un caso y yo ejercí una influencia indebida sobre ti. Desarrollé sentimientos por ti que sabía que eran equivocados y no seguí las reglas de mi departamento. Me imagino que mi trayectoria profesional en el departamento de policía de Boston se ha terminado.

– Eso no importa. No me importa que seas o no policía.

– Pero a mí sí. Si no soy policía, no tengo nada. Esta profesión es mi vida.

– Me tienes a mí

– Pero no tengo nada que ofrecerte. Venga, Olivia, al menos deberías saber eso. Yo tengo que cuidar de la gente a la que amo. No puedo dejar que nadie me cuide a mí.

– Entonces, ¿lo admites?

– ¿Admitir qué?

– Que me amas. Y yo te amo a ti. Juntos podremos superar esto.

– No -replicó Conor, deseando poder creerla. Sin embargo, no pensaba que las personas pudieran enamorarse en una semana. Y los que lo hacían se desenamoraban igual de rápidamente-. Tengo que superarlo yo solo. Y creo que tú necesitas tiempo para darte cuenta de que lo nuestro no existía en el mundo real, en el que tú vives. En tu mundo la gente no sale con policías.

– Por favor, no me dejes…

– Dale tiempo al tiempo.

Entonces, Conor se dio la vuelta y se dispuso a salir de la tienda. Al oír un sollozo a sus espaldas, se maldijo por hacerla sufrir, pero sabía que era mejor así. Sufriría unos cuantos días y luego se daría cuenta de que nunca lo había amado en serio.

Cuando llegó a la calle, tuvo que sobreponerse al deseo de volver a entrar y dejar que el amor se llevara todas sus dudas.

– Hay que darle tiempo al tiempo – murmuró mientras regresaba a su coche-. Tiempo al tiempo…

Capítulo 9

Conor estaba frente al bar de su padre, contemplándolo desde la acera de enfrente. Sus hermanos habían insistido en que se reuniera allí con ellos para tomar una copa, pero el acallaba de descubrir lo que estaba pasando en el interior de la taberna. Cualquier celebración era bienvenida en el bar de su padre si daba motivo para tomar una pinta o dos de cerveza. Sin embargo, aquella vez, Conor sabía que la fiesta era en su honor.

A primeras horas de aquel día, le habían levantado la suspensión como detective del departamento de policía de Boston. El comportamiento inapropiado había sido desestimado y se le había informado que podía volver a su trabajo a la mañana siguiente. En opinión de sus superiores, no había sido culpable de nada más que de ofuscación. Conor suspiró. Así se resumía todo. «Ofuscación.

Le parecía una explicación muy sencilla para la época más complicada de su vida. Habían pasado poco más de tres semanas desde que llegó a la casa de Cape Cod para realizar su misión. Y, mientras realizaba su trabajo, se había enamorado de la mujer más increíble que había conocido nunca. La había protegido a toda costa, aun a expensas de incumplir las reglas de su departamento.

La palabra «ofuscación» no servía para describir sus actos de las últimas semanas. Había sufrido una locura, había vivido en un mundo irreal y, sin embargo, allí estaba, delante del bar de su padre, de vuelta a su antigua vida y a sus costumbres de siempre, listo para ahogar sus penas en un vaso de Guinness.

Había pensado en llamar a Olivia. El juicio ya había empezado y terminaría dentro de tres días. Red Keenan había decidido negociar, ante la magnitud de las pruebas que se presentaban contra él por sus propios socios. Kevin Ford ni siquiera había tenido que testificar. Al final, proteger a Olivia no había tenido relevancia alguna y todo lo que habían compartido existía en un extraño limbo entre la vida real y la fantasía.

Lo más seguro era que Olivia hubiera vuelto a su vida de siempre. Una vez, él había creído que podría formar parte de aquella vida, pero entonces se había visto acuciado por la investigación en su contra. Como su trabajo estaba en peligro, había creído que no podría ofrecerle nada. Sin embargo, dado que lo había recuperado, había empezado a fantasear con que tal vez podrían hacerlo funcionar.

Ella nunca había desaparecido completamente de su vida. Pensaba en ella cada hora del día, recordando los momentos que habían vivido juntos hasta el punto de que casi podía recitar conversaciones de memoria. Había aprendido a conjurar la imagen de ella, junto con su olor y su sabor y el sonido de su risa con solo cerrar los ojos.

Por la noche, cuando estaba tumbado a solas en su cama, le parecía que todavía podía tocar su aterciopelada piel y los suaves contornos de su cuerpo. Los recuerdos eran tan intensos, que había llegado a preguntarse si los perdería alguna vez. En realidad, no quería perderlos nunca. Solo esperaba tener una vida llena de recuerdos de Olivia.

A pesar de todo, no había podido llamarla por teléfono. Seguramente estaba mejor sin él. Seguro que, tras volver a su vida de siempre, ya no se acordaba de él. Además, él nunca habría podido adaptarse a la vida doméstica.

Mentira. Claro que habría podido. Con Olivia en su vida, habría sido un marido amante y un buen padre. Ella le había hecho ver que podía amar y ser amado sin miedos ni temores. Olivia no era su madre.

De repente, sintió una fuerte necesidad de verla, de oír su voz, de tocarla. Sabía que lo suyo podría funcionar con que solo le dijera lo que sentía por ella. Conor decidió meterse en su coche, ir a buscarla y convencerla de que estaba enamorado de ella.

– ¡Maldita sea!

El sonido de aquella voz le sacó de sus pensamientos. Entonces, se fijó en una mujer que había agachada a pocos metros de él. Parecía tener problemas con el coche. Unos minutos antes, habría agradecido la interrupción, pero, dado que había decidido ir a buscar a Olivia, todos los minutos que pasaba sin verla le parecían preciosos. Sin embargo, sus obligaciones como policía estaban antes que sus deseos. Si había alguien que necesitaba ayuda, tendría que anteponerlo a todo lo demás. Cambiar un neumático. ¿Cuánto tiempo podía llevarle?

– ¿Puedo ayudarla?

La mujer gritó y se levantó enseguida, aferrándose a la llave inglesa que tenía en la mano.

– No se preocupe -dijo él, extendiendo las manos-. Soy policía. Y he venido a ayudarla.

La joven mujer lo miró cautelosa y levantó un poco más la llave.

– Muéstreme la placa.

Conor se la sacó del bolsillo y se la enseñó. Debería haberse marchado. Evidentemente, aquella mujer no quería que la ayudaran.

– ¿Lo ve? Soy el detective Conor Quinn, del departamento de policía de Boston.

– ¿Quinn? -preguntó ella, mirando automáticamente al bar.

– Sí, mi padre es el dueño -respondió. De repente, la farola iluminó el rostro de la mujer y Conor sintió una extraña sensación de haber visto aquella cara antes-. Su cara me resulta familiar. ¿Nos conocemos?

– No.

Sin embargo, Conor tenía buena memoria para las caras y sabía que había visto antes a aquella mujer. No en la comisaría o en un bar, sino en la calle, en una situación similar a aquella.

– ¿Vive usted en este barrio?

– Sí.

– ¿Dónde?

– Por allí -respondió, señalando hacia el oeste-. Bueno, ¿cree que podría ayudarme a cambiar la rueda de mi coche? Tengo un poco de prisa…

Conor agarró la llave inglesa y centró su atención en las tuercas de la rueda. Entonces, se puso manos a la obra. Sin embargo, no podía concentrarse en la tarea. Trataba de recordar dónde había visto a aquella mujer…

No era una mujer hecha y derecha ni tampoco una jovencita. Seguramente parecía más joven de lo que realmente era. Tenía el pelo muy oscuro, casi negro, muy corto. No obstante, eran los ojos lo que más le llamaban la atención. Aunque sabía que era policía, seguía mirándolo con una gran aprensión.

– ¿Sabes una cosa? Podría entrar en el bar y utilizar el teléfono para llamar a alguien. No debería estar sola a estas horas en una calle tan oscura como esta.

– No tengo amigos. Es decir, no por esta zona. Además, no están en casa. Entonces, ¿ese bar es un negocio familiar?

– Sí. Yo y mis hermanos ayudamos a mi padre los fines de semana.

– ¿Hermanos? ¿Tiene hermanos? ¿Cuántos? Conor frunció el ceño. Para ser una mujer que vivía en el barrio, pero no sabía exactamente dónde, y que no tenía amigos mostraba demasiada curiosidad. De repente, lo entendió todo. Seguramente era una de las chicas de Dylan o tal vez de Brendan. Sus hermanos siempre tenían mujeres rondándolos. Seguramente la pobre chica estaba enamorada y estaba esperando a que saliera el Quinn al que tanto quería.

– Tengo cinco hermanos.

– Cinco hermanos… No me puedo imaginar tener cinco hermanos. ¿Cómo se llaman?

– Dylan, Brendan, Sean, Brian y Liam. Todos están esperándome en el bar. ¿Por qué no entra a tomar algo? -preguntó él, sacudiéndose el polvo de la ropa tras terminar con la rueda-. Así podrá lavarse las manos. Le invito a tomar algo.

– ¡No! -exclamó, como si aquella proposición resultara escandalosa-. Tengo que marcharme. Ya llego tarde.

Tras recoger sus herramientas, las echó en el asiento trasero del coche. Segundos después, se marchaba precipitadamente, sin la rueda pinchada y sin darle a Conor las gracias.

– ¡De nada! -le gritó él.

A pesar de todo, no podía dejar de pensar en lo familiar que le resultaba. De repente, lo recordó todo. La había visto en la acera que había delante del bar la noche antes de ir a Cape Cod. Lo raro era que entonces también le había parecido reconocerla.

Conor la apartó de sus pensamientos. La única mujer en la que quería pensar era Olivia Farrell. Su única preocupación era encontrarla y decirle lo mucho que la quería. Todo lo demás podía esperar.

– ¡Kevin!

Olivia estaba en su tienda de Charles Street, mirando al hombre que había sido su socio. ¡Era la última persona que esperaba ver!

Estaba un poco más delgado, pero seguía siendo el mismo hombre, solo que entonces, todos lo consideraban un delincuente.

– Hola, Olivia.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– He salido de la cárcel. Conseguí hacer un trato por testificar contra Keenan y contra los policías que él había comprado. Sin embargo, Keenan también hizo un trato y no tuve que subirme al estrado. Soy un hombre libre.

– Supongo que debería darte las gracias. Si no fuera por ti, yo habría tenido que testificar.

– Lo siento mucho, Olivia. Sé que debería haber aceptado mi responsabilidad mucho antes en vez de pasarte mis problemas. Fue culpa mía, pero pagaré el precio. Yo seré el que tenga que mirar constantemente por encima del hombro, preguntándome si uno de los hombres de Keenan anda siguiéndome.

– Supongo que esperas volver a retomarlo todo donde lo dejaste, pero yo no quiero eso. He repasado el inventario y he separado nuestras adquisiciones. Voy a llevarme mis muebles a otra parte a finales de mes.

– De eso quería hablarte. Creo que mi credibilidad ha bajado mucho en esta ciudad y quiero cederte mi parte de la tienda. Tú puedes hacerte cargo de la hipoteca. A ti siempre se te dio mejor este negocio. Puedes retirar mi nombre del escaparate. Yo solo te pido una cosa.

– ¿Qué?

– Que me permitas vender a través de tu tienda. Voy a mudarme frecuentemente y necesitaré un modo de ganarme la vida. Yo te enviaré artículos de todo el país y tú podrás venderlos, tras cobrar una comisión.

– ¿Por qué haces esto por mí? -preguntó Olivia, que estaba encantada con el trato.

– Porque es lo que debo hacer. Voy a hacer que te llame mi abogado y que lo prepare todo. Te mandaré todas las cosas que encuentre de interés.

Con aquello, Kevin se dio la vuelta y se dispuso a marcharse.

– ¿Qué te hizo cambiar de opinión sobre testificar contra Keenan?

– Una visita de un policía llamado Quinn

– ¿Conor Quinn? ¿El te convenció para que testificaras?

– Vino a verme diez días antes del juicio.

Estaba muy preocupado por tu seguridad. Cambié de opinión después de hablar con él.

– ¿Me estás diciendo que Conor sabía que yo no tenía que testificar una semana y media antes de que empezara el juicio?

– Sí. Su compañero y él me ayudaron a conseguir el trato. Mi abogado solo tardó un día en convencer al departamento de policía. Está muy enamorado de ti, ¿lo sabías?

– ¿Cómo dices?

– Por eso estaba tan decidido a evitar que testificaras. Te quiere. Créeme, conozco los síntomas. Y si yo no me equivoco, tú también estás enamorada de él.

En el momento en que oyó aquellas palabras, Olivia se dio cuenta de la verdad que había en ellas. Había sabido desde el principio lo que sentía por Conor, pero intentar analizar sus sentimientos era misión imposible. Sin embargo, él se lo había dejado muy claro con sus actos. Se había quedado a su lado después de que la amenaza hubiera desaparecido. Solo esperaba que lo hubiera hecho porque no soportara verla marchar.

– Tengo que hablar con él -dijo ella, agarrando precipitadamente su abrigo-. Tienes llave. Cierra antes de marcharte.

No sabía dónde vivía Conor, su número de teléfono no estaba en las guías telefónicas y no podía recorrer todas las comisarías de la ciudad. Solo se le ocurrió un lugar donde buscarlo. En el bar de su padre. Sacó la dirección de un listín telefónico y se marchó rápidamente de su tienda.

Se estaba arriesgando mucho. Solo llevaban diez días separados, pero tenía que creer que, si se enfrentaba a él, Conor tal vez se viera obligado a admitir sus sentimientos.

Como tenía el coche en su casa, tomó un taxi. Mientras tanto, pensó cómo podía comenzar. Solo se le ocurría confesarle que ella estaba locamente enamorada de él y esperar que él respondiera. También podía decirle las razones por las que deberían estar juntos. Tal vez la mejor estrategia sería arrojarse a sus brazos y demostrarle con sus besos por qué no podría vivir sin ella.

Cuando el taxi la dejó a las afueras del bar, vio que aquello estaba lleno de coches. Se oía el distintivo sonido de la música irlandesa. Antes de entrar por la puerta, se alisó el cabello y respiró profundamente. Ocurriera lo que ocurriera, aquel momento cambiaría su vida para siempre.

Al entrar en el bar, se encontró en medio de una fiesta. Todo el mundo bailaba al son de la alegre música, charlando y riendo. Miró a su alrededor, rezando para que viera un rostro conocido o esperando que Conor apareciera entre la multitud y la tomara entre sus brazos.

– ¿Olivia?

Al darse la vuelta, vio a Brendan. El alivio se apoderó de ella. Entonces notó que todos los hermanos, menos Conor, estaban presentes. Cuando se acercó a ellos, Dylan se levantó para cederle su taburete.

– Estoy buscando a Conor. ¿Está aquí? – preguntó, muy nerviosa.

– No -respondió Brendan-, todos lo estamos esperando. Esta fiesta es en su honor.

– ¿Una fiesta para Conor? ¿Por qué?

– Han vuelto a admitirle en su trabajo – explicó Dylan-. ¿No te habló de la investigación a la que le estaban sometiendo?

– Sí, pero hace algún tiempo que no nos vemos. Ahora necesito hablar con él. ¿Puedes decirme dónde vive?

– Es mejor que te quedes aquí -sugirió Dylan-. Nosotros lo encontraremos por ti. Brendan, tú ve a su apartamento. Yo iré a la comisaría por si todavía sigue allí. Sean y Brian, id a los bares que frecuenta con sus amigos los policías. Y tú, Liam, quédate a hacerle compañía a Olivia. Dale algo de comer y de beber. Esta fiesta era en su honor y ya va siendo hora de que se presente, tanto si quiere como si no.

Olivia observó a todos los hermanos, todos ellos tan guapos como Conor, mientras iban a buscar al mayor de todos. Ella se volvió a Liam.

– Creo que tomaré un refresco mientras espero.

– Estás en un pub irlandés, mujer. O te tomas una Guinness o no nada.

Conor se bajó del coche frente al bar de su padre por segunda vez aquella noche. La calle estaba oscura y tranquila, pero Conor sabía el bullicio que lo esperaba en el interior del bar.

Había recorrido toda la ciudad en busca de Olivia. Incluso había hecho que dictaran una orden para localizar su coche inmediatamente, pero lo habían encontrado aparcado frente a su apartamento. Había pasado por el piso dos veces, por la tienda tres e incluso había llamado a casa de la señora Callaban. La mujer lo había mirado con sospecha y, tras asegurarse de que no le llevaba a Tommy, le había dicho que no había visto a Olivia desde la última vez que le pagó el alquiler.

También le pasó por la cabeza que estuviera con Kevin Ford, dado que él ya no tenía que ir a la cárcel, disfrutando en una playa caribeña. Había visto en los ojos del hombre que estaba perdidamente enamorado de ella.

Abrió la puerta del bar y entró en su interior. El aire estaba lleno de humo, pero ya solo quedaban unas pocas personas sentadas a la barra. Conor se sentó en un taburete y le hizo un gesto a Dylan, que le sirvió rápidamente una Guinness.

– Te has perdido tu fiesta…

– ¿Qué fiesta? -preguntó Conor con una triste sonrisa.

– ¿Dónde estabas? -le preguntó Sean-. Llevamos buscándote toda la noche. Resulta imposible localizarte cuando no quieres que te encuentren.

– Tenía algo de lo que ocuparme -dijo

Conor, tomando un largo sorbo de cerveza.

– Pues aquí también lo tenías -afirmó Sean, mientras se ponía a secar la barra.

– Lo siento, no estaba de humor para fiestas

– No está hablando de la fiesta, sino de Olivia -comentó Dylan.

– ¿Olivia?

– Brendan está jugando a los dardos con ella. Lleva esperándote toda la noche.

– ¿Esperándome?

– No, idiota, al Papa. Si fuera tú, yo iría a verla enseguida antes de que Brendan la seduzca y decida cambiar de Quinn.

Conor se quedó inmóvil. ¿Qué iba a decirle? Había cometido ya tantos errores, que lo único que se le ocurría era decirle lo mucho que la amaba.

– Lo único que tienes que hacer es decirle lo que sientes -sugirió Dylan, como si le hubiera leído los pensamientos.

– Ella te quiere, Conor -murmuró Sean-. No habría venido aquí si no fuera así. No seas idiota y ve con ella. Es hora de que demuestres que no es cierto lo de las mujeres y los

Quinn.

Conor se levantó del taburete y, tras tomar otro trago de cerveza, se dirigió a la parte trasera del bar, donde estaba el tablero de dardos.

Tanto Brendan como Olivia estaban de espaldas a él. Ella reía por las bromas de su hermano. Cuando se giraron para ir a reclamar sus dardos y contar la puntuación, Conor sintió que todo, menos ella, desaparecía de su campo de visión.

No oyó lo que Brendan le decía ni la música que sonaba en aquellos momentos. Solo vio el cálido reflejo de su cabello y el aroma de su perfume.

– Hola.

– Hola, Conor.

– Llevo buscándote toda la noche. He estado en tu apartamento y en la tienda, pero no estabas.

– Estaba aquí.

– Estás preciosa… Quería verte porque hay algunas cosas que necesito decirte.

– Yo también.

– Aquellos últimos días que estuvimos juntos, yo…

– Lo sé -replicó Olivia-. No fueron por tu trabajo, ¿verdad?

– ¿Cómo lo sabes?

– Me lo ha dicho Kevin Ford. Me ha explicado que consiguió un trato el día después de que tú fueras a visitarlo, nueve días antes del juicio. Tú me dijiste que yo estaba a salvo cuatro días antes del juicio. Entonces, me pregunté por qué me lo habías ocultado tantos días.

– Olivia, no se me ocurre mejor modo de explicártelo que hacerlo con dos palabras. Te quiero. Probablemente te he querido desde el día en que me pegaste aquella patada. Siento haber tardado tanto tiempo en darme cuenta, pero no hacía más que convencerme a mí mismo de que solo era parte del trabajo… Que había interpretado mal mis sentimientos protectores hacia ti. Pero ahora sé que no es cierto. Sé lo que siento y no quiero pasar otro día de mi vida sin ti.

Entonces, Conor le agarró las manos y la llevó a una de las mesas. Allí hizo que se sentara y luego se sentó frente a ella.

– Supongo que te estás preguntando cómo sé ahora que te amo -susurró él, entrelazando sus dedos con los de ella.

– No. Solo…

– Bueno, déjame explicarte. Cuando mi madre se marchó, se olvidó completamente de nosotros. Supongo que siempre creí que, si resultaba tan fácil para una madre, cualquier otra mujer podría hacerme lo mismo. Incluso tú.

– Yo nunca…

– Cuando nos conocimos, traté de mantener las distancias, pero tú me necesitabas. Al final, me di cuenta de que yo te necesitaba también a ti… Te habías apoderado de mi corazón, algo que ninguna otra mujer ha conseguido jamás. Yo…

– ¿Puedo decir algo, por favor?

Conor se quedó inmóvil. Estaba convencido de que ella iba a rechazarlo e iba destruir la imagen de un futuro juntos.

– De acuerdo -susurró él, muy triste.

– ¿Quieres dejar de hablar y besarme de una vez?

Atónito, Conor la miró durante un largo instante. En ese tiempo, vio todo el amor que sentía por ella reflejado en los ojos de Olivia. Entonces, se inclinó sobre la mesa e hizo exactamente lo que ella le había pedido. La besó y comprendió que ella nunca lo destruiría, sino que, a cada momento que pasara con ella, mejoraría como hombre. Ella lo amaba y con aquel amor y el que él sentía podían conquistar el mundo.

– Cásate conmigo -murmuró-. Haz de mí el hombre más feliz de la tierra.

– Sí.

– ¿De verdad? -preguntó, incrédulo. Había esperado una excusa, tiempo para pensarlo… Nunca una respuesta tan contundente.

– Sí, claro que me casaré contigo, Conor Quinn. Viviremos juntos, nos amaremos y prometo darte unos hermosos hijos e hijas. Y te prometo, que sean cuales sean los problemas que se ciernan sobre nosotros, nunca, nunca te dejaré.

Conor se levantó, la tomó entre sus brazos y volvió a besarla, larga y apasionadamente. Entonces, miró a su alrededor y descubrió que todos sus hermanos se habían acercado a ellos. Entonces, se echó a reír y abrazó a Olivia.

– Voy a casarme.

– ¿Sí? -preguntó Dylan-. ¿Y dónde has encontrado una mujer tan loca como para casarse contigo?

– En el mismo lugar que encontró una mujer dispuesta a tener como cuñados a un puñado de hermanos tan irlandeses como él -respondió Olivia-. Es decir, si me aceptáis.

Los hermanos los rodearon para darles sus mejores deseos de felicidad y amor. Conor dio entonces un paso atrás para contemplar a la mujer que amaba más que a sí mismo y a los hermanos que habían sido toda su vida hasta que la conoció. Entonces, tomó su vaso de Guinness y lo levantó por encima de sus cabezas.

– Por la leyenda de la familia Quinn.

– Por la leyenda de la familia Quinn -repitieron sus hermanos.

– Ojalá que encontréis una mujer tan maravillosa como Olivia que os dé todo su amor. Un Quinn no es nada sin una mujer a su lado.

Todos bebieron para rubricar aquellas palabras. Entonces, Conor agarró a Olivia por la cintura y volvió a besarla. Liam echó una moneda en la máquina y seleccionó una preciosa canción irlandesa. Conor tomó a Olivia entre sus brazos y empezó a darle vueltas y más vueltas hasta que ella se ruborizó y se quedó sin aliento. Mientras bailaban, él pensó en todos los bailes que compartirían en el futuro: el del día de su boda, el de cada aniversario y el de cada hijo que tendrían.

Sabía que, mientras Olivia estuviera a su lado, entre sus brazos, nunca se lamentaría de un solo momento de su vida. El mayor de los Quinn había encontrado su media naranja y ya no pensaba volver a dejarla escapar.

Kate Hoffmann

***