La vida de Grace Archer cambió para siempre ocho años atrás cuando asesinaron a su padre, un agente de la CIA. Ahora lleva una existencia tranquila, en una granja de caballos, junto a su hija Frankie. Pero el pasado siempre vuelve, y Grace deberá confiar en Jake Kilmer, el hombre que ya la traicionó una vez. El acecho de un asesino que la busca a cualquier precio no le dejará opción: deberá pedir ayuda a Jake para salvaguardar la vida de su hija y la suya propia. Juntas, Grace y la niña emprenderán una huida feroz protegidas por un hombre tan peligroso como atractivo. Es que por más que Grace intente negarlo, Jake tiene un lugar especial en su corazón…

El extraño poder de la protagonista para comunicarse con los caballos -razón fundamental por la que la busca su verdugo- será de gran ayuda en este viaje lleno de peligros, que no tardará en convertirse en un camino para reencontrar el verdadero amor.

Iris Johansen

La Huida

Título original: On the run

Traducción: Martín Rodríguez Courel Ginzo

© Copyright 2005 by Johansen Publishing LLLP

Capítulo 1

El Tariq, Marruecos

– ¡Atrapad a ese cabrón! No tiene escapatoria.

¡Y un cuerno!, pensó ferozmente Kilmer, mientras lanzaba el jeep colina arriba pisando a fondo el acelerador. No tenía la más mínima intención de dejar que lo atraparan después de haber llegado tan lejos.

Una bala le pasó silbando junto a la oreja y astilló el parabrisas.

Demasiado cerca. Se estaban acercando.

Pisó el freno y aminoró la velocidad del jeep.

Al llegar a una curva de la carretera dio un volantazo, se preparó y se arrojó a la cuneta, cayendo en una zanja llena de arena y barro.

¡Cojones, qué daño!

Hizo caso omiso.

Rodó de costado y se abalanzó sobre los matorrales, viendo cómo el jeep se alejaba sin control y viraba hacia el borde de la carretera. Con un poco de suerte, pensarían que le había alcanzado el disparo, y no se pararían a analizar la razón de que el vehículo pareciera descontrolado.

Ya sólo tenía que esperar que apareciera el camión que lo perseguía.

No tuvo que esperar mucho. El camión Nissan dobló la curva haciendo un ruido infernal. Dos hombres en la cabina; tres, en la trasera descubierta. El hombre a la derecha de la trasera, el del fusil. Apuntaba de nuevo hacía el jeep.

Dejar que se acerquen un poco más…

Pasaron por su lado.

¡Ahora!

Salió de entre los matorrales y lanzó la granada que había sacado de la mochila.

Cuando la granada alcanzó el camión y explotó, él cayó al suelo. Una segunda explosión hizo temblar la tierra cuando el depósito de la gasolina del camión explotó.

Levantó la cabeza. El camión se había convertido en unos restos llameantes y ennegrecidos; el humo ascendía en espirales hacia el cielo.

Y se estaría viendo a kilómetros de distancia.

¡Muévete!

Se levantó de un salto y empezó a correr hacía el claro que se abría en lo alto de la colina.

Tardó cinco minutos en alcanzarlo, y ya estaba oyendo el rugido de vehículos detrás de él, cuando irrumpió en el claro donde se escondía el helicóptero. Donavan empezó a hacer girar los rotores en cuanto vio a Kilmer.

– ¡En marcha! -Kilmer se abalanzó hacia el asiento del pasajero-. Mantente alejado de la carretera antes de dirigirte al sur. Podrías recibir un balazo en el depósito del combustible.

– Por la explosión, pensé que te habrías ocupado de ese problema. -Donavan despegó-. ¿Granada?

Kilmer asintió con la cabeza.

– Pero puede que haya más de un camión esta vez. Lo primero que harán es comprobar la caja fuerte, y cuando vean ese humo, alertarán a todos los hombres del recinto.

– Sí, ya veo. -Donavan silbó al ver abajo, en la carretera, la columna de camiones-. Y uno de ellos tiene un lanzamisiles tierra-aire. Deberíamos largarnos de este espacio aéreo antes de que nos localicen. ¿Lo conseguiste?

– Oh, sí. -Kilmer clavó la vista en la bolsa de terciopelo bordada y adornada con lentejuelas que colgaba de la cadena de oro que había extraído de su riñonera. Los ojos azul zafiro de los dos caballos, cuyas imágenes estaban grabadas en la bolsa, volvieron a relucir ante él. Mortales; tan bellos y tan mortales. Ese día había matado ya a siete hombres sólo para apoderarse de ellos. ¿Por qué no se sentía victorioso? Quizá porque se daba cuenta de que probablemente aquellas vidas serían sólo el principio del caos que se avecinaba-. Sí, Donavan, lo conseguí.

Tallanville, Alabama

– Háblale, Frankie -dijo Grace mientras acariciaba el hocico del caballo-. Cuando llegues al obstáculo, inclínate sobre él y dile lo que quieres que haga.

– Y rehusará de todas las maneras -Frankie puso mala cara-. Puede que a ti te entiendan los caballos, pero yo soy un cero a la izquierda para ellos.

– Eso no lo sabes hasta que lo intentas. Darling sólo intenta imponerte su voluntad. No puedes permitir que te domine.

– Me trae sin cuidado, mamá. No tengo que ser la jefa. SI Darling fuera un teclado en lugar de un caballo, puede que quisiera imponer mi autoridad, pero yo… -Miró a Grace fijamente a la cara y suspiró-. De acuerdo, haré lo que dices. Pero me va a tirar.

– Sí lo hace, entonces cae bien, tal y como te enseñé. Y luego vuelve a montarlo. -Hizo una pausa-. ¿Es que no sabes cuánto miedo me da hacerte caer? Pero te encanta montar a caballo, y fuiste tú quien escogió participar en este espectáculo. Me trae sin cuidado si ganas o no, pero tienes que estar preparada para cualquier eventualidad.

– Lo sé. -Una sonrisa iluminó el rostro de Frankie-. Y ganaré. Mírame. -Espoleó al caballo bayo e hizo que rodeara el cercado al galope. Gritó por encima del hombro-: Pero ayudaría si le dijeras eso a Darling.

Parecía tan pequeña sobre aquel caballo, pensó Grace con angustia. Frankie iba vestida con unos vaqueros y una camisa roja a cuadros que hacía que el pelo rizado que se alborotaba por fuera del casco pareciera negro a la luz del sol. Tenía ocho años, pero siempre había sido baja para su edad y parecía más pequeña.

– Es sólo una niña, Grace. -Charlie se había acercado hasta pararse junto a ella en la valla-. No seas tan dura con ella.

– Seria dura con ella si la dejara ir por la vida sin prepararse. -Cuando vio que Frankie empezaba a acercarse al obstáculo, masculló una oración-, No puedo protegerla durante toda su vida. ¿Y si no estoy cerca? Tiene que aprender a sobrevivir.

– ¿Como aprendiste tú?

– Como aprendí yo.

Darling estaba casi encima del obstáculo.

No rehúses. No rehúses, muchacho. Llévala a salvo al otro lado. Darling titubeó, se levantó en el aire y salvó el obstáculo.

– ¡Impresionante! -Grace bajó de la valla de un salto, mientras Frankie gritaba regocijada y se dirigía hacia ella al galope-. Te dije que podrías hacerlo. -Cuando Frankie se bajó de la silla, Grace la cogió en brazos y la hizo trazar un círculo en el aire-. Eres increíble.

– Sí, bueno. -Su cara se iluminó con una sonrisa-. Quizá no seas la única susurradora de caballos de la familia. -Miró a Charlie por encima de Grace-. Ha estado guay, ¿eh?

Él asintió con la cabeza.

– Y yo que pensaba que tanto tocar el piano te estaba estropeando para cualquier trabajo decente. -Una sonrisa maliciosa le iluminó el rostro curtido por el sol-. Puede incluso que intente buscarte un trabajo para el verano limpiando los establos de la granja de Baker.

– Ya tengo bastante con lo que he de limpiar aquí. -Frankie cogió las riendas de Darling y empezó a conducirlo hacia la verja-. Y tú me perdonas mis prácticas de piano. Pero no creo que el señor Baker lo hiciera; le gusta la música country.

– Después de que te hayas ocupado de Darling, dúchate y cámbiate de ropa -dijo Grace-. Tenemos que estar en clase de judo dentro de una hora.

– Está bien. -Frankie se quitó el casco y se alborotó el rizado pelo con la mano-. Robert prometió llevarnos a comer pizza después, Charlie. Vendrás, ¿no?

– No me lo perdería por nada del mundo -dijo él-. Y si logras convencer a tu madre, incluso encerraré a Darling por ti. -Hizo una mueca-. Olvídalo. Ya me están echando el mal de ojo por interferir en tus responsabilidades.

– Ella es así, -Frankie condujo el caballo hacia el establo-. Pero no me importa. Me gusta poner cómodo a Darling. Es una forma de compensarle por lo bien que me lo hace pasar.

– Como tirarte al suelo.

– No me hice daño.

– A Dios gracias -murmuró Grace, mientras observaba cómo Frankie desaparecía en el establo-. Casi me dio un ataque al corazón, Charlie.

– Pero hiciste que lo intentara de nuevo. -Charlie asintió con la cabeza-. Ya sé, ya sé. Tiene que aprender a sobrevivir.

– Y tiene una posibilidad de ganar. No voy a tolerar que la derroten.

– Acaricia esas teclas muy bien. No todo el mundo tiene que competir en el ruedo.

– A ella le encanta montar a caballo desde que tú y yo le enseñamos cuando tenía tres años. El piano es su primer amor, y lo toca fenomenalmente. Pero no voy a consentir que se limite a practicar y a las salas de conciertos. La composición también la satisface y no la expone a todo ese follón de la vida pública. Tendrá una vida activa y satisfactoria antes de que le permita considerar si quiere ver su nombre escrito en neones. -Hizo una mueca-. ¿Quién demonios hubiera pensado que iba a parir una niña prodigio?

– Tú tampoco eres tonta.

– La herencia no tiene nada que ver con un talento como el de Frankie. Es uno de esos bichos raros de la naturaleza. Pero no voy a permitir que nadie la considere un bicho raro. Va a tener una infancia normal y feliz.

– O les darás una paliza a todos. -Charlie se rió entre dientes-. Ella es feliz, Grace. No te exijas tanto. Has hecho un gran trabajo con su educación.

– Hemos hecho un gran trabajo con su educación -dijo sonriendo-. Y todas las noches le doy las gracias a Dios por tenerte, Charlie.

Un leve rubor tiñó las arrugadas mejillas del hombre, aunque su voz sonó atribulada.

– Confío en que él te escuche. No he hecho muchas cosas que merecieran la pena en mi vida y me estoy haciendo bastante viejo. Puede que necesite que me ponga alguna buena nota en su libro cuanto antes.

– ¡Eh!, si todavía no has cumplido los ochenta y gozas de la misma salud que cualquiera de tus caballos. En esta época, y con tu edad, te quedan muchos años por delante.

– Eso es cierto. -Charlie hizo una pausa-. Pero ninguno puede ser mejor que los últimos ocho años, Frankie es muy especial, y tú me has hecho sentir como si ella también me perteneciera.

– Y te pertenece. Lo sabes. -Grace arrugó el entrecejo-. Te veo muy serio hoy, ¿Pasa algo?

Charlie negó con la cabeza.

– Me asusté un poco cuando Frankie realizó ese salto. Hizo que empezara a dar gracias por lo que tengo. Hizo que me acordara de cómo eran las cosas antes de que aparecieras aquel día, hace ocho años. Yo era un viejo solterón cascarrabias con una granja de caballos que se iba a pique. Lo cambiaste todo para mí.

– Sí, te convencí para que me dieras trabajo, me mudé y te cargué con un bebé de seis meses. Un bebé con cólico. Soy afortunada de que no me echaras a patadas el primer mes.

– Estuve tentado de hacerlo. Tardé dos meses en decidir que, aunque te pusiera de patitas en la calle, me iba a quedar con Frankie.

– Ni en sueños.

– Habría sido bastante difícil. -Los ojos azules de Charlie brillaron-. Por supuesto, podría haber intentado encontrar un potro salvaje lo bastante duro como para que te hiciera un poco de daño. Pero todavía no he conocido un caballo que no puedas domar. Es extraño.

– No empieces. Desde que Frankie vio aquella película del hombre que susurraba a los caballos, cree que yo… ¡Maldita sea!, me limito a hablarles, eso es todo. No hay nada raro en eso.

– Y ellos te entienden. -Charlie levantó la mano-. No te estoy acusando de ser un doctor Dolittle. Es sólo que nunca me había encontrado con alguien como tú.

– Adoro a los caballos. Puede que ellos se den cuenta y reaccionen ante ello. Es tan simple como eso.

– No hay nada de simple en eso. Eres dura de corazón con todo y con todos, excepto con Frankie. Estás loca por la niña. Y, sin embargo, le dejas que corra riesgos que las madres más devotas no permitirían en la vida.

– La mayoría de las madres devotas jamás han tenido las experiencias que tuve yo mientras crecía. Si mi padre no se hubiera tomado la molestia de asegurarse de que yo era capaz de sobrevivir, no habría llegado a los trece años. ¿De verdad crees que no quiero tener a Frankie entre algodones e impedir que alguna vez dé un mal paso? Pero aprendes y te endureces a golpe de errores. La querré y la protegeré de la única manera que sé que funciona. Enseñándola a protegerse a sí misma.

– ¿Supongo que no te importará decirme dónde te criaste?

– Ya te lo dije; pasaba todos los veranos en la granja de caballos de mi abuelo, en Australia.

– ¿Y dónde pasabas el resto del año? -Charlie se encogió de hombros al ver la expresión hermética de Grace-. Ya sabía que no me lo ibas a decir. Pero, por lo general, no cuentas nada de lo que te pasó antes del día que apareciste en mi puerta. Pensé que tendría alguna posibilidad.

– No es que yo no… Es mejor que no sepas nada sobre…-Negó con la cabeza-. No es que no confíe en ti, Charlie.

– Lo sé. Sólo tengo curiosidad por saber por qué habrías de confiar en mí para contarme lo que hace que sigas adelante.

– Ya sabes lo que me hace seguir adelante.

Charlie se rió entre dientes.

– Sí… Frankie. Supongo que eso es suficiente para cualquiera. -Se dio la vuelta y se dirigió al granero-. Si voy a ir con vosotros a comer pizza, debería ocuparme de mis cosas. Robert y yo vamos a jugar una partida de ajedrez después de que os enviemos de vuelta a la granja. Esta vez le voy a ganar. La verdad es que se le da mejor el judo y las demás artes marciales que los juegos de mesa. Un hombre raro ese Robert. -Echó un vistazo por encima del hombro-. ¿Y no es también un poco raro que apareciera en la ciudad y abriera ese gimnasio de artes marciales apenas unos meses después de tu llegada?

– No, especialmente. La ciudad no tenía ningún centro de artes marciales. No es más que un buen negocio.

Charlie asintió con la cabeza.

– Supongo que todo es cuestión de cómo se mire. Hasta esta noche.

Grace se lo quedó mirando mientras él se dirigía al granero. A pesar de sus años, el paso de Charlie seguía siendo ágil, y su cuerpo nervudo y enjuto parecía tan fuerte como el de muchos hombres más jóvenes. Nunca pensaba en él como en alguien mayor, y le preocupaba que hablara de su envejecimiento. Hasta ese momento nunca le había oído hablar de la edad o de la muerte. Siempre vivía el momento… y esos días eran buenos momentos para todos ellos.

Desvió la mirada hacia las colinas que rodeaban la granja. El sol del final de la tarde acentuaba el verde de los pinos del bosque, extendiendo una paz casi narcótica sobre la caliente tarde agosteña. Cuando llegó por primera vez a la pequeña granja de caballos de Charlie hacía ocho años, lo que le había atraído fue aquella paz. La pintura de las edificaciones anejas y del cercado estaba gastada y levantada, y la casa le había dado la impresión de haber estado descuidada durante años, pero la sensación de paz eterna dominaba cada palmo del lugar, ¡Dios bendito!, y lo mucho que había necesitado aquella paz.

– Mamá.

Se volvió para ver a Frankie, que corría hacia ella.

– ¿Todo listo?

– Sí. -Frankie cogió la mano de su madre-. Tuve una conversación con Darling mientras lo encerraba. Le dije lo buen chico que había sido y que esperaba que hiciera lo mismo mañana.

– ¿En serio?

La niña suspiró.

– Pero, probablemente, me tirará de todas formas. Supongo que hoy he tenido suerte.

Grace sonrió.

– Puede que mañana también tengas suerte. -Apretó la mano de Frankie con más fuerza. ¡Por Dios, cuánto la quería! Ése era uno de los momentos perfectos. Daba igual lo que trajera el día siguiente; ese día brillaba como una moneda nueva-. ¿Una carrera hasta la casa?

– Vale. -Frankie le soltó la mano y echó a correr como una centella por el patio.

¿Dejarla ganar? ¿Qué pasaría si…?

Grace empezó a correr a toda velocidad. Sí que pasaría. Tenía que ser honrada con Frankie y no permitir que dudara jamás de su honestidad. Algún día, su hija la dejaría atrás, y entonces el triunfo sería el más dulce de todos para ella…

– Va a llover. -Grace levantó la cabeza hacia el cielo nocturno. Ella y Robert Blockman se habían detenido en el exterior del aparcamiento a esperar a Charlie y Frankie, que estaban terminando de jugar al billar en la sala de juegos anexa a la pizzería-. Siento cómo se acerca.

– En el parte meteorológico han dicho que se espera un tiempo seco como un hueso durante los próximos dos días. -Robert se apoyó en la puerta de su todoterreno-. Agosto suele ser un mes seco.

– Esta noche va a llover -repitió ella.

Robert se rió entre dientes.

– Lo sé. ¿A quién le importa lo que diga el hombre del tiempo? Puedes sentirlo. Tú y tus caballos. Probablemente, ellos también estén asustados.

– Yo no estoy asustada. Me gusta la lluvia. -A través de la ventana estaba observando como su hija golpeaba la bola con el taco-. Y a Frankie, también. A veces salimos a cabalgar juntas bajo la lluvia.

– A mí, no. Yo soy como los gatos. Me gusta estar seco y calentito en casa cuando hay humedad.

Grace sonrió. Robert se parecía más a un oso que a un gato, pensó. Frisaba los cincuenta años, pero era grande y corpulento, llevaba el pelo al rape y tenía unas facciones irregulares, inclusión hecha de una nariz aguileña que había sido rota alguna vez en el pasado. Siempre le decía que se parecía más a un boxeador profesional que a un profesor de artes marciales.

– Oh, creo que podrías sobrevivir a un paréntesis de mal tiempo. ¿Cómo te ha ido la semana, Robert? ¿Algún nuevo cliente?

– Un par. Tal vez los hayas visto esta tarde, cuando viniste al gimnasio. Acababa de inscribirlos. Dos chicos cuyo padre, que es camionero, cree que deberían ser tan duros como él. -Hizo una mueca-. No tendrán que aprender mucho. Podrías encargarte de su papá con una mano atada a la espalda. Carajo, si hasta Frankie podría destrozarlo. Ninguna astucia. A veces, me pregunto por qué no levanto el campamento y me voy a algún sitio lejos de estos palurdos sureños reaccionarios y cotillas.

– Creía que te gustaba Tallanville.

– Y me gusta. La mayor parte del tiempo. Vivir con lentitud me atrae. Es sólo que de vez en cuando me harto. -Desvió la mirada hacia Frankie-. ¿Por qué no la traes mañana y dejas que les enseñe algunos pocos movimientos a esos chicos?

– ¿Y por que debería de…? -Grace lo miró frunciendo el entrecejo-. ¿A qué viene esto, Robert?

– A nada.

– Robert.

Él se encogió de hombros.

– Es sólo que oí a ese camionero imbécil mascullarles algo a sus hijos cuando llegaste con el coche. Incluso después de ocho años en esta ciudad, siguen hablando de ti y de Frankie.

– ¿Y qué?

– Es sólo que no me gusta.

– Frankie es ilegítima, e incluso hoy en día siempre habrá alguien que quiera que todos sigan sus normas. En particular, en una ciudad pequeña como ésta. Se lo expliqué a Frankie, y lo entendió.

– Yo no. Y tengo ganas que arrearle un puñetazo a alguien.

Grace sonrió.

– Yo también. Pero los niños son mucho más abiertos que sus padres, y Frankie no está sufriendo. Excepto por mí.

– Apuesto a que ella también tiene ganas de atizarle un puñetazo a alguien.

– Ya lo hizo, y tuve una charla con ella. -Grace negó con la cabeza-. Así que no vamos a permitir que le zurre la badana a ninguno de tus clientes sólo para que tú te sientas mejor.

– ¿Y qué hay de lo de hacer que te sientas mejor?

– Satisfacer la ignorancia y la intolerancia no me haría sentir mejor. Y podría ponerle las cosas difíciles a Charlie. Puede ponerse muy a la defensiva, y no es un hombre joven. No voy a correr el riesgo de que le hagan daño.

– Sabe defenderse. Es un viejo zorro correoso.

– No va a tener necesidad de defenderse. No por lo que a mí y a Frankie respecta. Ha hecho demasiado por nosotras, para pagárselo de esa manera.

– Ha sido más bien un toma y daca. Tú también has hecho mucho por él.

Ella negó con la cabeza.

– Él me recogió y le dio un hogar a Frankie. Lo único que hice fue ayudar para conseguir que la granja siguiera dando beneficios. Lo habría hecho de todas formas.

– No creo que Charlie tenga ningún motivo para arrepentirse.

Grace guardó silencio durante un instante.

– ¿Y qué pasa contigo?

Robert levantó las cejas.

– ¿Qué?

– Llevas ocho años aquí. Dijiste que tienes tus malos momentos cuando te hartas de la vida de la pequeña ciudad.

– Tendría mis malos momentos aunque viviera en París o Nueva York. Todo el mundo tiene sus momentos de descontento.

– Yo no.

– Pero tú tienes a Frankie. -Bajó los ojos hacia ella-. Y nosotros también. Nunca he lamentado que me enviaran aquí para echarte un ojo. Para todos nosotros eso es lo primordial. Se trata de Frankie, ¿no es así?

La niña estaba levantando su taco, la cara encendida, los ojos negros relucientes de alegría, mientras hablaba con Charlie.

– Sí -dijo Grace en voz baja-. Se trata de Frankie.

– ¿Qué tal si conduzco yo hasta tu casa? -Robert abrió la puerta del coche de Charlie-. Vas un poco achispado.

– Estoy dentro de la ley. Sólo he tomado dos copas. Y no necesito que ningún mequetrefe me haga de chófer.

– ¿Mequetrefe? Me halagas. Estoy demasiado cerca de los cincuenta. -Sonrió abiertamente-. Vamos. Habrás tomado sólo dos copas, pero te tambaleabas un poco cuando te levantaste de la mesa. Déjame conducir.

– Mi camioneta conoce el camino de casa. -Puso mala cara-. Como el viejo Dobbin. -Puso en marcha el motor-. Si te hubiera ganado esa última partida, podría dejarte que me llevaras a casa por todo lo alto, pero me reservo ese derecho para nuestra próxima ronda. -Sonrió-. Esta vez estuve cerca. La próxima semana serás derrotado.

– Limítate a tener cuidado.

– Siempre tengo cuidado. Tengo mucho que perder estos días. -Charlie inclinó la cabeza, escuchando-. ¿Ha sido eso un trueno?

– No me sorprendería. Grace dijo que esta noche iba a llover. ¿Cómo carajo lo puede saber?

Charlie se encogió de hombros.

– Una vez me dijo que era una cuarterona de cheroqui. Tal vez lo lleve en los genes. -Hizo un gesto de despedida con la mano mientras salía del aparcamiento marcha atrás.

Robert titubeó, mirando fijamente cómo se alejaba. Charlie parecía estar conduciendo bien, y hasta su granja casi todas las carreteras eran secundarias. Le llamaría cuando hubiera tenido tiempo de llegar a casa, sólo para tranquilizarse. Se dio la vuelta y empezó a caminar hacia su coche.

Había sido una buena noche, y le embargaba una cálida satisfacción. Si aquello no formara parte de su trabajo, habría disfrutado de aquellas noches con Grace, Frankie y Charlie. Eran lo más parecido a una familia que había tenido nunca. Cuando aceptó aquel destino, jamás había soñado que duraría tanto, y a esas alturas, se sentiría decepcionado si se acabara.

Si es que se iba a acabar alguna vez, pensó con arrepentimiento. Se le había dicho que Grace Archer era demasiado importante para ellos como para correr ningún riesgo con su seguridad. El hecho de que a él le hubieran mantenido allí durante ocho años y en aquel inmundo pueblucho, no hacía más que confirmar ese hecho.

No es que no hubiera corrido aquel riesgo aunque ella fuera considerada menos importante por la agencia. Grace se había convertido en una misión personal. ¡Maldición!, le gustaba. Era una mujer inteligente y fuerte, y nunca dejaba que nada se interpusiera en su camino cuando iba detrás de algo. También era una mujer condenadamente atractiva. Le sorprendía encontrarla atractiva. Siempre le habían gustado las mujeres pizpiretas y melosas, y su primera esposa había entrado de lleno en esa categoría. Grace no tenía nada de pizpireta ni de melosa. Era alta, delgada y garbosa, con un pelo castaño, corto y rizado que le enmarcaba la cara, grandes ojos color avellana, labios gruesos y una osamenta cenceña y elegante que resultaba más interesante que convencionalmente bonita. Sin embargo, la seguridad que tenía en sí misma, su fortaleza contenida y su inteligencia le atraían. Se había tenido que refrenar en varias ocasiones, pero Grace estaba tan absolutamente absorta en su hija y en la vida que se había forjado en la granja de Charlie que dudaba que ella se hubiera dado cuenta siquiera.

O quizá sí, y había optado por ignorarlo. Robert sabía que a ella le gustaba que él fuera su amigo, y probablemente no quisiera arriesgar aquella relación por otra de naturaleza inestable y menos apacible. Bien sabía Dios que la vida de Grace había sido lo bastante inestable y violenta antes de que llegara allí. Cuando él había leído su informe, había tenido problemas para relacionar a la Grace que conocía con aquella mujer. Bueno, excepto por el hecho de que ella no había tenido muchos problemas para humillarlo durante sus ejercicios físicos. Era una mujer fuerte y habilidosa, y había ido directamente a la yugular. ¿Quién sabía? Quizá fuera aquel atisbo de peligrosidad la razón de que la encontrara tan interesante.

Había llegado a su todoterreno y pulsó el control remoto para abrir la puerta. Charlie tardaría veinte minutos en llegar a casa. Le daría otros cinco minutos para entrar y lo llamaría, y…

Un gran sobre marrón reposaba sobre el asiento.

Robert se puso rígido. «¡Mierda!» No tenía ninguna duda de que había cerrado el todoterreno.

Echó un vistazo por el aparcamiento. Ningún sospechoso. Pero quienquiera que hubiera puesto el sobre en el asiento había tenido toda la noche para hacerlo.

Levantó el sobre lentamente, lo abrió y extrajo el contenido.

Una foto de dos caballos blancos de perfil.

Ambos tenían los ojos azules.

– Mami, ¿puedo entrar? -Frankie estaba parada en la puerta del dormitorio de su madre-. No puedo dormir.

– Pues claro. -Grace se incorporó y dio unas palmaditas en la cama junto a ella-. ¿Qué sucede? ¿Te duele el estómago? Te dije que no comieras aquel último trozo de pizza.

– No. -Frankie se acurrucó debajo de las colchas-. Sólo me sentía sola.

Grace la rodeó con el brazo.

– Entonces me alegro de que hayas venido. Sentirse sola hace daño.

– Sí. -Frankie guardó silencio durante un instante-. Pensaba que quizá tú probablemente te sientas sola demasiado a menudo.

– Cuando tú no estás cerca.

– No, me refiero a qué pasa con eso del amor, el matrimonio y todo ese rollo de la televisión. ¿Soy un estorbo, verdad?

– Tú nunca estorbas. -Grace se rió entre dientes-. Y te prometo que no me pierdo nada de todo ese «rollo». Estoy demasiado ocupada.

– ¿Lo dices en serio?

– Por supuesto. -Rozó la sien de Frankie con los labios-. Es más que suficiente, cariño. Lo que tengo contigo y con Charlie me hace muy, muy feliz.

– A mí también. -Frankie bostezó-. Sólo quería que supieras que no me importaría si decidieras que tú…

– A dormir. Mañana tengo que domar a un caballo de dos años.

– Vale. -Frankie se acurrucó más contra su madre-. He vuelto a oír la música. Me voy a levantar temprano e intentaré tocarla al piano.

– ¿Algo nuevo?

Frankie volvió a bostezar.

– Mmm. Por ahora es sólo un susurro, pero se hará más fuerte.

– Cuando estés preparada, me encantaría oírlo.

– Aja. Pero sólo es un susurro…

Frankie se quedó dormida.

Grace se movió con cuidado para cambiarla de postura, de manera que se recostara sobre la almohada con más comodidad. Debería haberla enviado de vuelta a su cama, pero no estaba dispuesta a hacerlo. Frankie era tan independiente que ya apenas necesitaba de los abrazos de Grace, y ésta iba a disfrutar ese momento. No había nada más delicioso que el leve y cálido peso de un hijo amado.

Y bien sabía Dios que no había una criatura más querida que aquella que tenía entre sus brazos.

Era extraño que Frankie hubiera empezado a preocuparse por la soledad de Grace. O quizá no fuera tan extraño. La niña era más madura de lo que correspondía a su edad y extremadamente sensible. Grace confiaba en haberla convencido de que tenía suficiente con aquella vida en la granja. Le había dicho la verdad. Se mantenía tan ocupada que no había sitio para preocuparse del sexo o de cualquier otra relación íntima. Aunque una relación no hubiera representado una amenaza, no estaba dispuesta a dejarse arrastrar a aquella vorágine de sensualidad que casi la había destruido. Cuando había concebido a Frankie, estaba absolutamente inmersa en una obsesión física que le había hecho olvidar todo lo que debía haber recordado. Eso no podía volver a suceder. Por su hija, debía mantener la cabeza fría.

La lluvia golpeaba contra la ventana, y el rítmico sonido sólo aumentó la placidez que la envolvía. Deseó que no tuviera final. Al diablo con el caballo que tenía que domar al día siguiente. Se iba a quedar tumbada allí con Frankie saboreando el momento.

– ¿De qué diablos va esto? -preguntó Robert cuando se puso al habla con Les North en Washington-. ¿Caballos? Este país está lleno de caballos, y hasta ahora nadie había forzado mi coche para dejar una foto de ellos en el asiento.

– ¿Ojos azules?

– Los dos. ¿Qué es…?

– Ve a la granja, Blockman. Inspecciónala y comprueba que todo está en orden.

– ¿Y despertarla? La he visto a ella y a la niña esta noche. Están bien. Quizá sólo sea una broma. No soy la persona más popular del pueblo. No soy un baptista sureño y no tengo nada que ver con los caballos, su alimentación o su bienestar. Eso garantizará que siga siendo un intruso.

– No es una broma. Y no se trata de ninguno de tus vecinos. Ve para allí. Procura no asustarla, pero asegúrate de que todo está en orden.

– Llamaré a Charlie a su móvil para comprobar que no hay problemas. -Robert guardó silencio un instante-. Es un asunto serio, ¿verdad? ¿Vas a contarme por qué estás furioso?

– En efecto, es algo serio. Puede que se trate de la razón por la que has estado aparcado en su puerta todos estos años. Sal para allí y gánate el sueldo.

– Voy para allá. -Robert colgó el teléfono.

North pulsó el botón de desconexión y se sentó en actitud pensativa.

¿Una advertencia? Quizá. Y si era una advertencia, ¿quién era el autor?

Masculló una maldición. Que Kilmer apareciera después de todos aquellos años era el peor de los escenarios. Habían llegado a un acuerdo, ¡carajo! No podía aparecer de buenas a primeras y sumir todo el montaje en el caos. Si hubiera un problema, Blockman no podría manejarlo.

Tal vez aquello no fuera tan malo. Quizá él no estuviera en Tallanville. A lo mejor había contratado a alguien para que dejara la foto.

Y los cerdos volaban. Aunque aquella advertencia no hubiera sido entregada en persona, Kilmer no era hombre que fuera a permitir que otro manejara una situación peligrosa en la que estuviera involucrada Grace Archer.

No tenía más remedio que llamar a Bill Crane, su superior, y decirle que probablemente Kilmer estuviera de nuevo en escena. ¡Mierda! Crane era uno de los nuevos chicos maravillosos que habían llegado después del 11 de septiembre. Apostaría lo que fuera a que ni siquiera sabía que Kilmer existía.

Bueno, estaba a punto de enterarse. North no iba a comerse aquella patata caliente él solo. Despierta al chico maravilloso y haz que vea qué puede hacer con Kilmer.

Marcó rápidamente el número de teléfono y esperó con maliciosa satisfacción a oír el timbrazo que despertaría a Crane con una sacudida.

Capítulo 2

Los neumáticos de la camioneta de Charlie traquetearon sobre los tablones sueltos del viejo puente cuando empezó a atravesar el río. Hacía tiempo que quería arreglar aquellos tablones…

Casi estaba en casa.

Encendió la radió cuando una canción de Reba McEntire empezaba a sonar. Siempre le había gustado esa cantante. Una señora preciosa. Una voz preciosa. Tal vez la música country no fuera tan profunda como las cosas que Frankie escribía, pero le hacía sentirse bien. No había razón para que no pudieran gustarle las dos cosas.

La lluvia salpicaba con fuerza los cristales del coche, y Charlie puso los limpiaparabrisas a todo trapo. No tenía necesidad de lidiar con la lluvia además de con el colocón. Envejecer consume. Dos copas y ya estaba grogui. Antes era capaz de beber hasta que todos sus amigos se caían al suelo y seguir con la suficiente lucidez para…

Su móvil sonó, y tardó un minutó en sacarlo del bolsillo. Robert. Sacudió la cabeza y sonrió mientras pulsaba el botón.

– Estoy bien. Ya casi estoy en casa, y te agradeceré que no me trates como a un viejo chocho…

Había algo tirado en la carretera justo delante.

¡La luz!

Grace seguía sin dormir cuando su móvil sonó sobre la mesilla de noche.

¿Charlie? No había oído su camioneta, y a veces se quedaba con Robert, si había bebido demasiado.

– ¿Mamá? -murmuró adormilada Frankie.

– Tranquila, cariño. No pasa nada. -Pasó el brazo por encima de su hija y cogió el teléfono-. ¿Charlie?

– Salid de ahí, Grace.

Robert.

Se incorporó muy erguida en la cama.

– ¿Qué sucede?

– No lo sé. Y no hay tiempo para explicaciones. North me dijo que fuera para ahí, y estoy de camino. Pero podría llegar demasiado tarde. Salid de la casa.

– ¿Y Charlie?

Robert guardó silencio un instante.

– Estaba de camino. Hablé con él hace unos pocos minutos, pero lo perdí. Creo que ha ocurrido algo.

– ¿Qué? Entonces tengo que ir a encontrar…

– Ya lo encontraré yo. Tú y Frankie salid de ahí.

– ¿Qué pasa? -La niña estaba sentada en la cama-. ¿Charlie se encuentra bien?

¡Oh, Dios!, Grace esperaba que sí, pero tenía que confiar en Robert. Ella debía cuidar de Frankie.

– Encuéntralo, Robert. Y si me obligas a hacer salir a Frankie sin motivo con esta tormenta, te estrangularé.

– Ojalá sea sin motivo. Mantente en contacto. -Robert colgó.

– ¿Y Charlie? -susurró Frankie.

– No lo sé, cariño. -Grace apartó la colcha de un tirón-. Ve a tu habitación y ponte las zapatillas de deporte. No enciendas la luz, y no te molestes en vestirte. Cogeremos un chubasquero en el vestíbulo de abajo.

– ¿Por qué…?

– Frankie, no hagas preguntas. No tenemos tiempo. Sólo confía en mí y en lo que te digo. ¿De acuerdo?

La niña titubeó.

– De acuerdo. -Se levantó de la cama de un saltó y salió corriendo de la habitación-. Seré rápida.

Qué bendición de niña. La mayoría de niños que fueran despertados de golpe en mitad de la noche estarían tan asustados que ni siquiera podrían actuar.

Grace se dirigió al armario empotrado y sacó su mochila del estante superior. Había hecho aquella mochila hacía ocho años, y actualizaba su contenido periódicamente. Confiaba en que las ropas que había metido para Frankie siguieran sirviéndole…

Estaba abriendo la caja de seguridad que había metido en la mochila cuando Frankie volvió corriendo a la habitación.

– Bien. Fuiste muy rápida. Ve a la ventana y comprueba si sigue lloviendo tanto.

Mientras Frankie cruzaba la habitación, Grace sacó la pistola y el puñal y, junto con los papeles que había colocado en la caja ocho años antes, los metió en el bolsillo delantero de la mochila, donde se podría echar mano de ellos con facilidad.

– Puede que esté lloviendo con menos fuerza. -Frankie estaba mirando por la ventana-. Pero está tan oscuro que es difícil ver… ¡Ah! Alguien se acerca por el patio con una linterna. ¿Crees que es Charlie?

No era Charlie. Él conocía su granja al milímetro y no necesitaría una linterna.

– Vamos, cariño. -Grace la agarró del brazo y le hizo bajar las escaleras-. Vamos a salir por la puerta de la cocina. No hagas el menor ruido.

Un ruido de metal contra metal en la puerta delantera. Grace respiró profundamente; había abierto demasiadas cerraduras con palanqueta como para no reconocer el sonido.

Había cambiado las endebles cerraduras de Charlie al llegar allí, pero un experto no tardaría mucho tiempo en hacerlas saltar. Y si no pudieran forzar la cerradura, entonces buscarían otra manera.

– Fuera -susurró, y empujó a Frankie hacia la cocina.

La pequeña atravesó el pasillo volando y abrió la puerta de la cocina. Volvió la cabeza para mirar a Grace con los ojos muy abiertos.

– ¿Ladrones? -susurró.

Su madre asintió con la cabeza mientras cogía un chubasquero para Frankie del perchero del vestíbulo, se lo lanzaba, y cogía otra para ella.

– Y puede haber más de uno. Dirígete al cercado y de ahí a los bosques del otro lado. Si ves que no te sigo, no me esperes. Ya te alcanzaré.

Frankie empezó a negar con la cabeza.

– No me digas que no -dijo Grace-. ¿Qué es lo que te he enseñado siempre? Tienes que cuidar de ti antes de poder cuidar a los demás. Ahora haz lo que te digo.

La niña titubeó.

¡Joder! Grace pudo oír el crujido de la puerta delantera cuando se abrió.

– ¡Corre!

Frankie echó a correr y atravesó el patio como una centella hasta el cercado. Grace la observó durante un segundo, esperando. Casi siempre había un hombre vigilando.

Grace no tuvo que esperar mucho. Un hombre alto había dado la vuelta a la casa y estaba corriendo detrás de Frankie.

Ella salió detrás de él.

Nada de pistolas. No quería hacer salir a los que estaban dentro de la casa.

Correr. La lluvia y los truenos encubrirían el sonido de sus pasos al perseguirlo.

Alcanzó al hombre cuando éste entraba en el bosque.

Él debió de haber oído el sonido de su respiración; giró en redondo, con una pistola en la mano.

Grace saltó, y con el canto de la mano le insensibilizó la muñeca de la mano que sujetaba la pistola. Luego le rebanó la yugular con la daga. No esperó a verlo caer al suelo. Se dio la vuelta, escudriñando las sombras.

– ¿Frankie?

Oyó un débil sollozo. La niña estaba acurrucada en la base de un árbol a poca distancia.

– No pasa nada, cariño. Ya no puede hacerte daño. -Grace se arrodilló a su lado-. Pero tenemos que irnos. Tenemos que correr. Hay más hombres.

Frankie alargó la mano y tocó una mancha en el chubasquero de Grace.

– Sangre. Tienes sangre…

– Sí. Él te habría hecho daño. Nos habría hecho daño a las dos. Tenía que impedírselo.

– Sangre…

– Frankie… -Grace se puso rígida cuando oyó un grito proveniente del otro lado del cercado. Se levantó y arrastró a su hija con ella-. Te lo contaré más tarde. Vienen para aquí. Ahora haz lo que te digo y corre. Vamos.

Medio tirando de Frankie se adentró en el bosque. Al cabo de sólo unos pocos pasos la niña estaba corriendo, avanzando a trompicones con ella a través de la maleza.

¿Dónde esconderse? Durante todos aquellos años, había inspeccionado y planeado refugios en el bosque. Debía escoger uno.

No podía contar con que Frankie fuera capaz de mantener aquel ritmo durante mucho tiempo. Era una niña, y casi en estado de choque. Tenía que encontrar un sitio cercano para esconderse y esperar que se fueran. Robert estaba de camino.

O al menos debía encontrar una manera de esconder a Frankie. Podía decidir, después de que viera cuántos la perseguían, si podía manejar sola la situación.

El escondite.

Charlie tenía un escondite de caza en un árbol no lejos de allí. No lo había utilizado durante años, pues decía que ya no era capaz dé trepar al maldito árbol.

Bueno, ella podría trepar. Y su hija era ágil como un mono.

– El escondite -jadeó-. Ve al escondite, Frankie. Escóndete allí.

– No sin ti.

– Ya iré.

Frankie la miró desafiante.

– Ahora.

– De acuerdo, ahora. -Grace le cogió la mano y se lanzó a través de la maleza. El follaje mojado le azotaba en la cara, y sus zapatillas de deporte se hundían en el barro a cada paso.

Escuchó. ¿Podía oírlos?

Sí, pero no era capaz de determinar dónde estaban.

Linternas.

¡Joder!

El escondite estaba allí delante. Aumentó la velocidad, y llegaron al árbol.

– Arriba -susurró, e impulsó a Frankie para que subiera. La niña estaba a mitad de árbol cuando Grace empezó a trepar. Un instante después, su hija avanzaba a gatas por la rama que sujetaba el refugio.

Grace se unió a ella al cabo de unos segundos, y la obligó a tumbarse boca abajo sobre la plataforma de madera.

– Silencio. En una cacería como ésta, nadie espera que estés por encima de ellos. Se concentran en lo que tienen delante. -La lluvia tamborileaba sobre la tela de camuflaje; Grace se dio cuenta de que era un sonido diferente del que producía la lluvia sobre las hojas. Sería todo un regalo para sus perseguidores. La arrancó de un tirón.

Confiaba en estar diciendo la verdad sobre que ellos no mirarían hacia arriba. Por lo general, era un hecho, pero ¿quién sabía lo experimentado que sería el jefe de ese equipo en concreto?

– Sigue tumbada -repitió. Podía sentirla temblar de miedo junto a ella.

¡Cabrones! ¡Cabrones de mierda!

Grace atrajo a Frankie hacia ella mientras sacaba la pistola del bolsillo del chubasquero.

Los hombres se llamaban unos a otros mientras escudriñaban la maleza. No temían que los oyera; ella y Frankie eran las presas, las perseguidas. Escuchó. Al menos tres voces diferentes. Si no fueran más que ésos, entonces no serían unos blancos imposibles. Ella conocía el bosque, y ellos no, y no esperarían…

Pero no podía abandonar a Frankie.

Y uno de los hombres estaba en ese momento justo debajo del árbol del refugio.

Contuvo la respiración. Cubrió los labios de Frankie con la mano.

El haz de la linterna estaba barriendo el lodo en busca de huellas de pisadas.

Grace apuntó la pistola a la cabeza del hombre. Éste estaba en el lado equivocado del árbol, pero si se movía unos cuantos centímetros a la izquierda, vería el lugar por el que habían trepado.

Una explosión sacudió la tierra.

– ¿Qué coño…? -El hombre de abajo giró en redondo en dirección a la granja-. ¿Qué diablos ha…?

– El coche. Creo que ha sido el coche, Kersoff. -Otro hombre había llegado corriendo para pararse al lado del que estaba bajo su árbol-. Vi un fogonazo y fuego, y venía de la carretera, donde dejamos el coche. Quizá el depósito de gasolina.

– Esa zorra. ¿Cómo consiguió salir de este bosque?

– ¿Y cómo mató a Jennet? -preguntó el segundo hombre-. Nos advertiste que ella no sería fácil. Esto no le va a gustar a…

– Cállate. -Kersoff se apartó y empezó a dirigirse hacia el cercado-. Si ha hecho volar nuestro coche, no puede estar tan lejos. Tal vez ahora esté intentando llegar hasta el suyo. Podemos bloquear la carretera y esperarla. ¡Locke! ¿Dónde estás? ¿Has visto a Locke?

– No desde hace un par de minutos. ¿Quieres que mire…?

– No, tenemos que llegar a la carretera. Corre.

Un instante más tarde, el sonido producido por los hombres al atravesar la maleza se desvaneció.

Frankie estaba girando la cabeza para librarse de la mano de su madre sobre sus labios. Grace la retiró, pero susurró:

– Todavía no es seguro. No sabemos dónde está el otro hombre, cariño. -Escuchó.

Ningún ruido, excepto la lluvia sobre las hojas.

Y cuando no las encontraran al volver a la granja, podrían regresar y empezar a registrar de nuevo el bosque.

– Voy a bajar a echar un vistazo. Quédate aquí y espera hasta que vuelva a buscarte.

Frankie estaba sacudiendo violentamente la cabeza.

– Sí -dijo Grace con firmeza-. No me puedes ayudar. Podrías ser un estorbo. Ahora quédate aquí y no hagas ruido. -Ya estaba descendiendo por el árbol-. No creo que tarde mucho.

Oyó un sollozo reprimido, pero se percató con alivio de que Frankie no estaba intentando seguirla.

Avanzó por la maleza en silencio.

Haciendo el menor ruido posible, se abrió paso a través de la maleza mojada y el barro que le succionaba el calzado, mientras su mente trabajaba incansablemente. Pero si el desaparecido Locke la oía, ella debería poder oírlo a él.

Se detuvo. Escuchó. Siguió adelante.

Dos minutos después lo vio.

Un hombre bajo que yacía en el suelo, medio oculto bajo un arbusto. Tenía los ojos abiertos, y la lluvia le caía sobre una cara contraída en un rictus mortal.

¿Locke?

Sólo podía suponer su identidad. Pero no podía hacer ninguna suposición sobre quién había eliminado a Locke y destruido aquel coche.

O quizá sí podía.

Robert le había dicho que se dirigía hacia allí.

Así que aprovecha la oportunidad que te ha dado y aleja a Frankie de la granja.

¿Adónde?

La granja de caballos de Baker estaba a ocho kilómetros de allí. Seguiría el bosque hasta que se hubieran alejado algunos kilómetros de la granja, y luego saldría a la carretera. Podría esconderse en el granero de Baker hasta que pudiera ponerse en contacto con Robert. Se dio la vuelta y volvió corriendo a la guarida.

Alcanzó a ver varias veces el coche ardiendo en la carretera mientras ella y Frankie corrían a través del bosque. No había ninguna señal de los bastardos que lo habían conducido.

– Mamá. -La respiración de la niña empezaba a ser entrecortada-. ¿Por qué?

¿Por qué habían puesto su vida patas arriba? ¿Por qué la habían obligado a presenciar cómo su madre mataba a otro ser humano? ¿Por qué estaba siendo perseguida como un animal?

– Hablaré contigo más tarde… Ahora no puedo… Lo siento, cariño. Intentaré que esto acabe bien. -Habían llegado a la curva de la carretera que no se podía ver desde la granja. Grace miró a ambos lados. Nadie-. Vamos. Iremos más deprisa por la carretera, Tenemos que movernos deprisa y…

Los faros se les vinieron encima sin previo aviso.

Se llevó la mano a la pistola y empujó a Frankie a la cuneta. Grace la siguió, se echó boca abajo y levantó el arma, intentando ver más allá del resplandor de las luces para conseguir un buen disparo.

El coche se estaba deteniendo.

– Todo va bien, Grace.

Se quedó petrificada. No podía ver al conductor, pero, ¡Dios la asistiera!, conocía aquella voz.

Kilmer.

– Sube al coche. Me aseguraré de que no os pase nada.

Grace cerró los ojos. Superar la impresión. Siempre había sabido que aquello ocurriría.

– ¡Y un cuerno! -Abrió los ojos para verlo arrodillándose junto a ella. Los faros estaban detrás de él, y Grace no podía ver nada excepto un contorno. No necesitaba verlo; conocía cada línea de su cuerpo, todos los rasgos de su cara-. Es culpa tuya. Todo esto es culpa tuya, ¿no es así?

– Entra en el coche. Tengo que sacarte de aquí. -El hombre se volvió hacia la niña-. Hola, Frankie. Soy Jake Kilmer. Y estoy aquí para ayudaros. Prometo que nadie saldrá herido mientras yo esté aquí.

Frankie se acurrucó aún más contra Grace.

Kilmer volvió a dirigirse a su madre.

– ¿Vas a permitir que siga ahí, en el barro, o vas a dejar que me ocupe de ella? Aquí no soy yo la amenaza.

No, no lo era. Al menos no era la amenaza inmediata. Pero Kilmer era más peligroso que…

El hombre se levantó.

– Voy a entrar de nuevo en el coche. Esperaré dos minutos, y luego me iré. ¡Decídete!

Sería capaz de hacerlo. Kilmer siempre hacía lo que decía que iba a hacer. Esa era una de las cosas que la habían atraído…

Se estaba metiendo en el asiento del conductor.

Dos minutos.

Tomar una decisión.

Grace se puso de pie.

– Vamos, Frankie. Sube al asiento trasero. No nos hará daño.

– ¿Lo conoces? -preguntó la niña en un susurro.

– Sí, lo conozco. -Cogió de la mano a su hija y la condujo hacia el coche-. Lo he conocido durante mucho tiempo.

– Hay una manta en el asiento, Frankie -dijo Kilmer mientras pisaba el acelerador-. Quítate ese chubasquero y envuélvete en ella.

– ¿Debo hacerlo? -La pequeña miraba a su madre, que había subido al asiento trasero con ella.

Grace asintió con la cabeza.

– Estás calada hasta los huesos. -Alargó la mano para coger la manta y la envolvió con ella-. Hemos de hacer que te seques, cariño. -Se volvió hacia Kilmer-. Llévanos al pueblo y déjanos en un motel.

– Os llevaré al pueblo. -Le echó un vistazo-. Pero no estoy seguro de que os alojen en ningún motel. Parece que llevarais un mes enterradas en un cenagal.

– Entonces puedes registrarme tú antes de dejarnos. -Grace estaba tratando de coger el teléfono-. No te necesito para nada más.

– ¿Estás llamando a Robert Blockman?

No había tiempo para preguntarse cómo sabía lo de Robert.

– Tengo que asegurarme de que se encuentra bien. Se dirigía a la granja, y no sé en qué clase de apuro…

– No estaba en la granja.

Grace lo observó.

– ¿Cómo…? -Se interrumpió-. Hiciste volar ese coche.

– Era la manera más fácil de alejarlos de vosotras. Eran un poco torpes en el bosque, pero no estoy seguro de que no hubieran terminado por encontrarte. Eliminé a uno de ellos en el bosque, pero no había tiempo para ir tras los otros dos, cuando tú y Frankie estabais tan cerca. Así que los atraje de nuevo hacia la granja.

– Entonces tendré que advertir a Robert de que siguen allí. Se dirigía a… -Grace volvió a interrumpirse cuando vio negar con la cabeza a Kilmer-. ¿Le ha ocurrido algo a Robert?

– No, que yo sepa. Pero resolví el problema de la granja antes de salir a buscaros.

Resolvió el problema. Le había oído decir eso antes muchas veces.

– ¿Estás seguro?

– Sabes que siempre estoy seguro. -Sonrió-. No tienes que preocuparte por tu perro guardián.

– Sí, sí que tengo que preocuparme. -Marcó el número de Robert-. Si no llegó a la granja, debería de tener noticias de él. Iba a intentar encontrar a Charlie.

Le salió el buzón de voz de Robert. Colgó sin dejar ningún mensaje.

– No contesta. -Se volvió hacia Kilmer-. Dime qué ésta ocurriendo, ¡maldita sea!

– Más tarde. -Echó un vistazo a Frankie, que estaba inclinada secándose el pelo-. Me parece que ya ha tenido bastante por una noche. No querrás preocuparla más de lo que ya lo está.

La niña levantó la cabeza y miró a Kilmer con hostilidad.

– Eso es bastante idiota. ¿Cómo voy a evitar preocuparme por Charlie? Y mamá también está preocupada.

Kilmer parpadeó.

– Te pido disculpas si te he faltado al respeto. Es evidente que no me di cuenta de con quién estaba tratando. -Hizo una pausa-. Yo también estoy preocupado por tu amigo Charlie. Sé que probablemente esté asustado y confundido, y creo que dejaré que tu madre discuta el asunto contigo. Es difícil dar a alguien una visión clara de la situación, a menos que se posean los antecedentes del problema. -Echó una mirada a Grace-. ¿Ella…?

– No.

– Eso me parecía. -Miró con gravedad a Frankie-. Estoy seguro de que tu madre corregirá esa omisión en cuanto le sea posible. Y que tú confiarás en ella y sabrás que ésa es la verdad. ¿De acuerdo?

Le estaba hablando a Frankie como si la niña fuera una persona adulta, pensó Grace. Era la manera correcta de manejarla. Kilmer sabía muy bien cómo tratar a la gente.

Frankie estaba asintiendo lentamente con la cabeza.

– De acuerdo.

Se encogió sobre el asiento y se volvió a arrebujar en la manta. Tenía la cara pálida, y la mano con que se aferraba a la manta estaba temblando. Había pasado por una verdadera pesadilla esa noche, y Grace deseó desesperadamente cogerla en brazos y acunarla. No era el momento. No hasta que se asegurase de que estuvieran a salvo en alguna parte. La serenidad de Frankie pendía de un hilo. Y el más leve roce podía romperlo.

– Chica lista -Kilmer miró fijamente la cara de Grace por el espejo retrovisor-. Se las apañará con esto.

– ¿Cómo lo sabes? No sabes nada de ella. -Grace cruzó los brazos por delante del pecho. Era extraño que hiciera tanto frío en una noche agosteña tan calurosa. No había sentido frío antes, pero en ese momento, al remitir la adrenalina, estaba temblando tan estrepitosamente como Frankie-. Pon la calefacción.

– Está puesta -dijo Kilmer-. La notaréis enseguida. Pensé que reaccionarias como de costumbre. Relájate y deja que… ¡Mierda! -Los frenos chirriaron cuando detuvo el coche en la cuneta del lado del río-. Quedaos aquí. -Salió del vehículo de un salto y empezó a bajar corriendo la pendiente hacia la ribera del río-. Me ha parecido vislumbrar una camioneta ahí abajo, en el agua. Haz lo que digo. No quiero que dejes sola a Frankie.

Pero la niña ya estaba fuera del coche.

Grace la agarró antes de que pudiera seguir a Kilmer por la pendiente abajo.

– No, Frankie. Tenemos que quedarnos aquí.

– Charlie tiene una camioneta. -La pequeña estaba forcejeando para soltarse-. Podría ser él. Tenemos que ayudarlo. La camioneta está en el agua.

– Kilmer nos dirá si podemos ayudar. -Grace sintió que la embargaba una frustración desesperante mientras su mirada seguía la de Frankie. El agua del río llegaba hasta las ventanas de la cabina, y apenas podía ver algo más a través de la lluvia. Podría no ser la camioneta de Charlie.

¡Maldición!, ¿y quién, si no, podría estar en ese tramo de la carretera? Deseó estar allí abajo. Pero bajo ningún concepto podía permitir que Frankie fuera con ella. Si se trataba de la camioneta de Charlie… Le rodeó los hombros con el brazo.

– Es mejor que nos quedemos aquí. Si Charlie está allí, Kilmer lo sacará.

– Es un extraño. Si ni siquiera te gusta. Me puedo dar cuenta.

– Pero es muy bueno en las emergencias. Sí yo fuera quien estuviera en esa camioneta, me gustaría que fuera Kilmer, y no otro, quien me sacara.

– ¿Es verdad eso?

– Es la verdad. Ahora acerquémonos para ver si podemos hacer algo…

Kilmer estaba subiendo por el terraplén, medio cargando con alguien.

Grace se puso tensa, y su corazón saltó de esperanza. ¿Charlie?

– ¡Charlie! -Frankie echó a correr hacia los dos hombres-. Estaba tan asustada. ¿Qué…?

– Tranquila, Frankie. -Era Robert, no Charlie, quien estaba siendo ayudado a subir por el terraplén. Estaba empapado, y arrastraba la pierna izquierda-. Ten cuidado, esta pendiente embarrada es muy resbaladiza.

La niña se paró después de dar un patinazo.

– ¿Robert? Pensé que era la…

– No. -Robert miró a Grace a los ojos-. ¡Dios santo!, lo siento. Me tiré al agua y conseguí sacarlo de la cabina, pero cuando lo arrastré hasta el terraplén, me di cuenta de que era… -Se encogió de hombros en un gesto de impotencia-. Lo siento, Grace.

– ¡No! No me digas eso. -Ella pasó por su lado corriendo y empezó a descender por el terraplén.

Charlie no.

Robert estaba equivocado.

Charlie no.

Estaba tumbado sobre el terraplén. Muy quieto.

Demasiado quieto.

Grace se dejó caer de rodillas a su lado.

No te rindas. Las víctimas por ahogamiento a veces pueden ser reanimadas.

Le tomó el pulso.

Nada.

Se inclinó sobre él para hacerle el boca a boca.

– Es inútil, Grace. -Kilmer estaba de pie a su lado-. Está muerto.

– Cállate. Los ahogados pueden…

– No se ha ahogado. Mira con más atención.

¿Cómo se suponía que iba a mirar con más atención cuando no podía ver a través de las lágrimas que rebosaban de sus ojos y le caían por las mejillas?

– Él… estaba… en el río.

– Mira con más atención.

Grace se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Entonces vio el agujero en la sien de Charlie.

Se dobló por la cintura sacudida por el dolor.

– No. No puede haber ocurrido. A Charlie, no. No es justo. Era…

Kilmer estaba arrodillado a su lado.

– Lo sé. -La abrazó-. ¡Dios!, ojalá yo…

– Suéltame. -Grace se apartó de él-. Tú no sabes nada. Nunca lo conociste.

– Conozco tu dolor. ¡Maldita sea!, lo estoy sintiendo -Se levantó-. Pero ahora no me creerás. -Bajó la mirada hacia ella-. Te dejaré a solas con él unos minutos, pero deberías volver al coche. Frankie está bastante alterada. La dejé con Blockman, pero te necesita a ti.

Kilmer no esperó a que le respondiera y empezó a subir por el terraplén.

Sí, Frankie la necesitaría. Frankie quería a Charlie. Frankie no comprendería la muerte de un ser querido.

Ni Grace. No de este ser querido…

Alargó la mano y retiró con suavidad el pelo mojado que se adhería a la frente de Charlie. Siempre había sido muy cuidadoso con su pelo. A menudo bromeaba con él sobre lo mucho que se peinaba…

Las lágrimas estaban volviendo. Procura detenerlas. Frankie la necesitaba.

¡Por Dios, Charlie…!

Capítulo 3

Frankie se soltó de Robert y se arrojó a los brazos de Grace cuando ésta abrió la puerta del coche. Las lágrimas le arrasaban las mejillas.

– No me dejaban ir. Diles que tengo que ir a ver a Charlie.

– No, cariño. -Grace la abrazó con más fuerza y enterró la cara en el pelo de su hija-. Ahora no puedes ver a Charlie. -Ni nunca jamás. Pero ¿cómo decir esas palabras?

– Estás llorando. -Frankie se apartó y la miró a la cara. Alargó, vacilante, la mano y tocó la mejilla de Grace-. ¿Por qué?

Respiró entrecortadamente.

– ¿Por qué estás llorando?

– Porque estoy asustada, y ellos no me dejarían bajar…

»Y estoy llorando porque ellos sí me dejaron acercarme a Charlie. -Ahuecó las manos en la cara de Frankie-. Y porque he de decirte algo terrible.

– Terrible -susurró la niña-. ¿Acerca de Charlie?

– Cariño, se ha ido. -Su voz se quebró y tuvo que interrumpirse. -Había que superarlo. Lo intentó de nuevo-. Charlie no volverá a estar con nosotras nunca más.

– Muerto. Quieres decir que ha muerto.

Grace asintió con la cabeza.

– Sí, eso es lo que quiero decir.

Frankie se la quedó mirando fijamente con incredulidad.

– Es verdad, cielo.

– No. -Frankie hundió la cara en el pecho de Grace, y su cuerpo pequeño se convulsionó con los sollozos-. No. No. No.

– Entra en el coche con ella -dijo Kilmer mientras abría la puerta del conductor-. Os llevaré a ese motel, y allí os tranquilizaréis.

– Tal vez debería habérselo dicho, Grace -dijo Robert mientras se corría en el asiento-. Pero pensé que querrías hacerlo tú.

– Hiciste bien. -Se sentó y abrazó con más fuerza a Frankie. La meció atrás y adelante sintiendo una compasión martirizante-. Era cosa mía. Tranquila, cariño. Sé que nada de esto tiene sentido y que duele. Duele… Pero estoy aquí y todo se arreglará. Te prometo que se arreglará.

– Charlie…

Dejó que llorara, confiando en que las lágrimas trajeran alguna especie de sensación de irrevocabilidad. No sabía qué otra cosa hacer. ¡Dios!, se sentía impotente.

Y apenada. El mundo parecía lleno de dolor.

Sufrimiento por Frankie, y sufrimiento por ella. Sufrimiento y pena porque la vida de Charlie hubiera acabado de forma tan brutal.

– Lo siento. -Frankie levantó la mirada hacia ella, con las lágrimas corriendo todavía por sus mejillas-. Tú también estás sufriendo. Y te lo estoy haciendo más difícil, ¿verdad?

¡Por Dios!, ¿quién podía haber sospechado que Frankie pensara en alguien más en un momento así? Grace negó con la cabeza.

– Me lo estás haciendo más fácil. Compartir las cosas siempre las hace más fáciles. -Volvió a apretar la cabeza de su hija contra su hombro-. Lo superaremos juntas. Como siempre hemos hecho.

– ¿El Holiday Inn está bien? -preguntó Kilmer mientras ponía en marcha el coche y volvía a meterse en la carretera.

– Sí, no importa.

– Podríais quedaros en mi casa -dijo Robert.

Grace negó con la cabeza.

– Gracias, quizá después. -Se recostó en el asiento-. Esta noche, no.

– Temes que mi apartamento no sea… -Miró a Frankie-. Quizá tengas razón. Me alojaré en la habitación de al lado.

– Yo me encargaré de todo, Blockman -dijo Kilmer.

Robert negó con la cabeza.

– Tú no permanecerás en ninguna parte cerca de ella. No, hasta que haga algunas comprobaciones con Washington.

Kilmer se encogió de hombros y no continuó con el tema.

Pero Grace sabía que no permitiría que Robert le impidiera hacer lo quisiera hacer. Se limitaría a rodear el obstáculo y se saldría con la suya de otra manera. Era implacable.

– Está bien, Grace. -Kilmer la estaba mirando fijamente por el retrovisor-. No voy a crearte problemas.

– Puedes apostar a que no. -Intensificó la presión de su abrazo sobre su hija-. Tengo que preguntarte una sola cosa ahora mismo. ¿Corre Frankie algún peligro inmediato?

Él negó con la cabeza.

– Tenemos algunos días.

Grace soltó un suspiro de alivio. Si Kilmer decía que no había peligro, no había peligro.

– Bueno. Pero no vas a ir a ninguna parte hasta que hable contigo.

Él asintió con la cabeza.

– De acuerdo. -Kilmer miró a Frankie-. Después de que superéis esto.

Sí, después de que superase aquella noche horrible, tendría que lidiar con él.

Kilmer cerró las manos con fuerza sobre el volante mientras observaba cómo Blockman conducía a Grace y a Frankie al vestíbulo del motel.

¡Joder!, quería ir con ellas.

Daba igual lo que quisiera. Lo peor que podía hacer era atosigar a Grace en ese momento, cuando se sentía acuciada por la pena y la angustia. Tenía que dejar que asimilara la muerte de Charlie antes de presionarla más.

Marcó el número de Donavan.

– ¿Alguna noticia?

– ¿Aparte de la gente de Marvot que andan zumbando por ahí como avispones listos para picar? No. ¿Cómo va la cosa ahí?

– Una cagada. Pero Grace y Frankie siguen bien. -Hizo una pausa-. Los chicos de Kersoff la encontraron. Trabajan estrictamente por la recompensa, así que calculo que tenemos un día o dos antes de que alguien más venga tras ella. Pero vendrán. Tiene que haber una filtración.

– Me dijiste que la Compañía había enterrado su historial.

– Si hay suficiente gente buscando, entonces las posibilidades de una compra de información aumentan astronómicamente. -Hizo una pausa-. Tengo que sacarla de aquí. Y no va a ser fácil.

– Pensé que ella querría salir de ahí.

– No, conmigo. Conmigo, jamás. Pero, si no ve ningún motivo, no puedo darle a elegir.

– Grace es lista. Y no va a poner en peligro a esa pequeña.

– Pero ¿cómo escogerá salvarla? -Kilmer clavó la mirada en la entrada por la que había desaparecido Grace-. A sus ojos, hay un tigre detrás de cada puerta. Y yo soy el tigre que se ensañó con ella antes. Mantenme al corriente. -Colgó el teléfono. Debería coger una habitación y dormir algunas horas. Blockman estaba con ella, y ambas estarían seguras. Blockman le había parecido eficaz, y era evidente que cuidaba de ellas.

¡A la mierda! Se quedaría ahí y seguiría vigilando. Se había acostumbrado a confiar sólo en su gente, y Blockman era un hombre de la Compañía. Podía tirar de Cam Dillon, el único de sus hombres que había llevado consigo, pero había planeado enviarlo a la granja para que vigilara las cosas allí. Probablemente, la Compañía enviaría a toda prisa a un equipo para limpiar las cosas, pero, si no lo hacía, Dillon se ocuparía de ello.

No, se quedaría allí, y se aseguraría de que Grace y Frankie seguían a salvo.

Ya era hora de que asumiera más responsabilidades, pensó con tristeza.

Grace entornó, casi hasta cerrarla, la puerta de la habitación contigua, pero dejó una ranura para poder oír a Frankie si se despertaba.

– ¿Se ha dormido? -preguntó Robert.

Ella asintió cansinamente con la cabeza.

– Pensé que tardaría más. Probablemente, se quedó dormida porque no podría soportar estar despierta. Una vía de escape. Estabas cojeando. ¿Está bien tu pierna?

Robert hizo un movimiento de asentimiento con la cabeza.

– Me la torcí cuando intentaba sacar a Charlie de la camioneta.

Grace se estremeció.

– ¿Qué hiciste al respecto? ¿Has llamado al jefe de policía del condado?

– No, hice que algunos de nuestros chicos de Birmingham vinieran a ocuparse de él, junto con los cuerpos que tú y Kilmer dejasteis en la granja. Puede que ya no haya absolutamente nada en el sitio. Washington pensó que era lo mejor.

– No me preocupa lo que les ocurra a los cuerpos de esos otros bastardos. Probablemente uno de ellos mató a Charlie. Pero me preocupan los restos de Charlie. ¿Por qué lo han incluido en la limpieza? ¿Porque no quieren que nadie sepa que fue asesinado? -Se agarró las manos-. Charlie no va a desaparecer sin más. Vivió toda su vida en esta comunidad. Tenía amigos aquí. Le habría gustado que les permitieran despedirlo.

– Espera, él no va a desaparecer. Figurará como ahogado en el río, y la CIA proporcionará los testigos convenientes que afirmen que vieron el cuerpo… sin la herida de bala. Después actuaremos con rapidez para cumplir con lo dispuesto en el testamento de Charlie. Quería ser incinerado y que sus cenizas fueran esparcidas sobre las colinas de su propiedad. Haremos exactamente lo que pidió, y luego se le hará un funeral.

– Qué conveniente para la CIA. ¿Cómo sabes que quería ser incinerado?

– Por Dios, Grace. Me gustaba ese viejo. No te mentiría.

– ¿Y cómo sabes lo que había en su testamento? -volvió a preguntar Grace.

– Porque hice de testigo cuando lo cambió hace tres años -respondió Robert con brusquedad-. Confiaba en mí, aunque tú no lo hagas. ¿Quieres llamar a su abogado?

Era evidente que Robert se sentía dolido, y por primera vez Grace recordó que Charlie también había sido amigo de Robert. Negó con la cabeza.

– No, lo siento. Pero trabajas para la Compañía, y tiene fama por arreglar los problemas a su conveniencia.

– Esta vez, no. De todas formas, él me pidió que me encargara de su funeral y que os facilitara las cosas a ti y a Frankie.

– No puedes hacer eso. -Las lágrimas volvían a escocerle en los ojos-. Ellos lo mataron, Robert. Él no tenía nada que ver con todo esto. Estaba en medio, y lo mataron. Esa no es razón para que muera un hombre.

– No, no lo es. -Robert hizo una pausa-. ¿Qué vas a hacer ahora, Grace?

– No lo sé. Es demasiado pronto. Siempre hice planes para diferentes escenarios, pero nunca pensé que pudiera ocurrirle algo así a Charlie. Quizá no lo hice porque no podía soportar pensar que sería la responsable de su muerte.

– No eres la responsable.

– Y un cuerno que no.

– ¿Porque era el dueño de la granja en la que trabajabas? No podías vivir aislada. Tu vida tenía que tocar a alguien. Y en este caso tocó y enriqueció a Charlie más de lo que crees. Probablemente, estos últimos años hayan sido los mejores de su vida.

Ella negó con la cabeza.

– Grace, sé de lo que estoy hablando. -Robert hizo una pausa-. Dejó la granja a Frankie y te nombró su albacea.

Ella se puso tensa.

– ¿Qué?

– Quería a esa pequeña. Y te quería a ti. No tenía ningún familiar próximo, y a vosotras os consideraba su familia.

– ¡Oh, mierda! -Las lágrimas que habían llenado sus ojos le corrían ahora por las mejillas-. Nosotras también lo queríamos, Robert. ¿Qué diablos vamos a hacer sin él?

– Lo que siempre le dices a Frankie después de una caída. Levántate y vuelve a subirte al caballo. -Sonrió ligeramente-. Y cuando te hayas recuperado, voy a odiarme por decirte algo que ya sabes.

Grace sacudió la cabeza.

– Ahora mismo tengo la cabeza hecha un lío. Agradezco toda la ayuda que pueda recibir.

– ¿Puedo hacer algo más por ti?

Grace intentó pensar.

– Haz que un coche de alquiler me espere mañana por la mañana. Dejé el mío en la granja.

– Te llevaré a cualquier sitio que quieras ir.

– Consígueme el coche, nada más. -Sonrió sin alegría-. No te preocupes. No voy a salir corriendo ahora mismo. Kilmer dijo que tenía un poco de tiempo.

– Bien. -Robert guardó silencio durante un minuto-. Porque, cuando llamé a Washington, Les North me dijo que venía hacia aquí con su superior, Bill Crane, para hablar contigo. -Echó un vistazo a su reloj-. Son las cuatro menos veinte. Deberían llegar aquí a eso del mediodía.

– No.

– Eso cuéntaselo a él. Yo no tengo nada que decir al respecto. Estoy muy abajo en el escalafón.

– Déjale que hable con Kilmer.

– Estoy seguro de que están ansiosos por hacerlo. North se animó cuando mencioné el nombre de Kilmer. ¿Te importaría decirme cómo se ha involucrado en esto? Estoy realmente cansado de actuar de guardaespaldas sin saber contra quién te estoy protegiendo. Esto de la «información necesaria» es una gilipollez.

Grace se frotó la sien.

– Ahora no.

– Pero ¿no te sientes amenazada por Kilmer?

Sí que se sentía amenazada. En cuanto lo había visto de nuevo, todos sus instintos habían empezado a vibrar como una alarma de incendios.

– No, no me da miedo. -No era exactamente lo que Robert le había preguntado, pero era todo lo que se permitiría admitir-. ¿Dónde está?

Él se encogió de hombros.

– Supongo que se marchó después de dejarnos en el vestíbulo. -Se interrumpió-. Cuando le dije a North que Kilmer había eliminado a esos tres bastardos en la granja, me contestó que no le sorprendía. ¿Es realmente tan bueno, Grace?

– Sí. -Se volvió y abrió la puerta del dormitorio anejo suavemente-. Es muy bueno. Buenas noches, Robert.

Un instante después, Grace contemplaba a Frankie. Seguía dormida, a Dios gracias. Tenía la cara hinchada por el llanto, y sus rizos despeinados formaban una pelambrera de seda sobre la almohada. Se había sentido demasiado cansada y triste para hacer preguntas mientras su madre la acostaba, pero éstas llegarían cuando se despertara.

Y Grace tenía que estar preparada para ellas.

Se sentó en la silla que había junto a la cama. No estaba preparada. Pero nunca lo había estado, Tenía que decidir qué hechos contar, y cuáles dejar para otra ocasión, cuando Frankie estuviera más preparada para aceptarlos.

Iba a ser una noche larga.

– Tendremos que alquilar un coche desde aquí. Ya me he ocupado de ello -le dijo Les North a Crane mientras recorrían la terminal del aeropuerto de Birmingham a grandes Zancadas-. Tallanville no tiene servicio aéreo. No es más que una pequeña ciudad sureña, un puntito en el mapa. Ésa es la razón de que enviáramos allí a Grace Archer hace ocho años.

– Bueno, evidentemente alguien encontró ese puntito -dijo Crane con gravedad-. ¿Por qué no fui informado de esta situación?

– Después de que el Congreso le atara las manos, su predecesor, Jim Foster, confiaba en que esto se resolvería solo. Marvot tenía a unos cuantos senadores en el bolsillo, y había manipulado a varias personas de algunos grupos de presión para que convencieran a más miembros de la Cámara y cayeran sobre nosotros como una tonelada de ladrillos -dijo North mientras salían de la terminal y se dirigían al aparcamiento de los coches alquilados-. Foster no tenía mucha iniciativa. -Y añadió sin ninguna expresión en el rostro-: Estoy seguro de que usted nunca habría dejado que esto se viniera abajo.

– Ya lo puede jurar. Habría seguido adelante, y sacado todo a la luz. A los políticos les encanta culpar a la Agencia de sus titubeos. Y ésa es la única manera de evitar que esos políticos nos pateen el culo. -Entró en el asiento del acompañante del Buick que North le indicaba-. Soy un firme creyente de las leyes de Murphy. Si la situación no estaba resuelta, tarde o temprano tenía que ocurrir algo. -Abrió su maletín y sacó el informe que había hecho que su secretaría desenterrara de los archivos-. Archer debería haber sido obligada a trabajar con nosotros, y no permitirle que abandonara.

– Eso es fácil de decir. ¿Y cómo se supone que teníamos que hacerlo?

– Amenazando con retirarle la protección.

– Y perder toda esperanza de contar con su ayuda. Ya había perdido un montón de cosas, y estaba bastante resentida.

– Es asombroso cómo se puede desvanecer el resentimiento cuando pones la vida de alguien en peligro.

Menudo hijo de la gran puta, pensó North.

– ¿Tengo que recordarle que trabajaba con nosotros, Crane?

– Según su informe, había alguna duda a ese respecto. Su padre era un agente doble, y ella trabajaba de común acuerdo con él. -Estaba recorriendo el informe con la vista-. Nació en Los Ángeles, California. Es hija de Jean Daniel y Martin Stiller. La madre murió cuando ella tenía tres años, y el padre cortó amarras y se fue a Europa, llevándosela con él. Anduvo metido en varias actividades delictivas, y lo cierto es que acabó con las manos muy sucias. Viajó por Europa y África dedicándose al tráfico de armas y a cualquier otro chanchullo que fuera capaz de organizar. -Sacudió la cabeza-. Se llevaba a la niña con él allá donde iba; es un milagro que ella sobreviviera hasta la edad adulta. En cierta ocasión, estando en Ruanda, fue tiroteada por los rebeldes, y él la abandonó dándola por muerta. El voluntario de la Cruz Roja que la encontró intentó alejarla de su padre, pero Grace se negó y se escapó en cuanto le surgió la oportunidad.

North asintió con ¡a cabeza.

– Martin Stiller era una persona absolutamente encantadora, y no cabe duda de que la quería y se portaba bien con ella. -Y añadió con sarcasmo-: No tanto como para renunciar a ella y enviarla a vivir con su abuelo materno en Melbourne, Australia. Ella pasaba los veranos en la granja de caballos de éste, pero todos los otoños Stiller se presentaba allí, la recogía y la volvía a llevar al antro donde quisiera que viviera en ese momento.

– ¿Y cómo llamó él nuestra atención?

– Se puso en contacto con nosotros para vendernos cierta información sobre Hussein. Resultó ser auténtica, y empezamos a utilizar sus servicios durante los años siguientes. Sospechábamos de su doble juego, pero no podíamos probarlo. Así que nos limitamos a ser cuidadosos con la información que nos proporcionaba.

– ¿Y la mujer?

– En esa época era ya algo más que una niña. El agente Rader era el contacto con Martin Stiller y fue él quien informó de que la hija de éste era una chica bastante agradable. Estudiaba por correspondencia y lo hizo con la suficiente brillantez para ser aceptada en la Sorbona.

Crane seguía hojeando el informe.

– Carecía de antecedentes delictivos. La admitimos para ser entrenada como agente cuando tenía veintitrés años. -Levantó la vista-. ¿Por qué diablos fue contratada con unos antecedentes así?

– Lo justificamos como un caso especial. Hablaba ocho idiomas con fluidez, era brillante, psicológicamente fuerte y parecía ser una verdadera patriota. También cumplía un valioso requisito que en ese momento nos resultaba útil. Era asombrosamente diestra con los caballos gracias a los años pasados con su abuelo. La necesitábamos para que hiciera un trabajo concreto, y resolvimos que si no daba resultado, podríamos deshacernos de ella más adelante. -Hizo una pausa-. Dio resultado. Sus notas en el entrenamiento inicial fueron de las más altas jamás logradas. Pero necesitábamos hacerla madurar deprisa para aquel trabajo. Así que se la enviamos a Kilmer.

– Mi secretaria no fue capaz de encontrar ningún informe sobre Kilmer. -Crane arrugó el entrecejo-. Pero yo sí que encontré a uno de los carrozas de la oficina que había oído hablar de él. No fue muy preciso.

¿Carroza? ¡Por Dios!, North sólo tenía cincuenta años y unas cuantas canas. Pero, probablemente, él también fuera un carroza a los ojos de Crane, que andaba en la treintena y que, con su bronceado y su aspecto atildado, parecía un jugador profesional de tenis. Procuró que su voz no traicionara la irritación que sentía.

– Kilmer era un activo muy valiosa de la CIA, y todo lo que hacía era alto secreto. Algunas de sus misiones habrían sido consideradas discutibles por la Administración, y Foster decidió que, si no había documentación sobre él, no habría filtraciones. La gente que lo necesitaba sabía quién era y cómo contactar con él.

– Eso es absurdo. Foster debió de ser un idiota. No es de extrañar que la Agencia fuera un caos antes de la remodelación. Operar así podría ocasionar una confusión generalizada.

– Bueno, creo que conseguimos mantener la confusión al mínimo. -Y añadió-: Y Kilmer no acabó en punto muerto.

– ¿Quién es este Kilmer? El agente que lo conocía hablaba de él como si fuera una puta leyenda.

– ¿Una leyenda? -repitió North mientras salía del aparcamiento-. Sí, supongo que es una descripción tan buena como cualquier otra.

– Las leyendas son cuentos de hadas. Cuénteme lo que sepa.

North se encogió de hombros.

– Le diré lo que sé. Nació en Munich, Alemania. Su padre era coronel del Ejército de Estados Unidos; su madre era traductora. Sus padres se divorciaron cuando él tenía diez años, y su padre consiguió la custodia. Era un firme creyente de la mano de hierro, y educó a Kilmer en esa escuela. Luego ingresó en West Point, y le fue bien, pero lo dejó al tercer año. Era un estratega brillante, y sus profesores lamentaron su marcha. Durante un tiempo anduvo dando tumbos por el mundo, e invariablemente, dondequiera que estuviera, acababa en alguna unidad guerrillera del tipo que fuera. Al final, creó su propia unidad militar y alquilaba sus servicios para realizar trabajos especiales. Se labró una buena reputación. Años después de que creara su equipo, lo contratamos para realizar diversas misiones peligradas, y se reveló valiosísimo.

– Hasta el trabajo de Marvot.

North asintió con la cabeza.

– Hasta el trabajo de Marvot.

– Despierta, cariño. -Grace sacudió dulcemente a Frankie-. Es hora de ponerse en marcha.

– Es demasiado temprano -dijo la niña, amodorrada-. Diez minutos más, mamá. Haré mi… -Abrió los párpados de golpe-. ¡Charlie! -Sus ojos se llenaron de lágrimas-. Charlie…

Grace asintió con la cabeza.

– Es cierto. No hay nada que podamos hacer ninguna de las dos para cambiarlo. -Se secó los ojos-. Ojalá lo hubiera. Pero tenemos que continuar, Frankie. -Apartó las sábanas-. Ve a lavarte y a cepillarte los dientes. Tienes una muda de ropa en mi mochila. Tenemos que movernos.

Frankie la miro fijamente con desconcierto.

– ¿Adónde vamos?

– Volvemos a la granja. Ya casi son las diez. Tenemos animales a los que dar de comer y beber. Charlie no querría que sufrieran, ¿verdad que no?

La pequeña negó con la cabeza.

– Me había olvidado de ellos.

– Charlie no se olvidaría. Tenemos que hacer lo que él habría querido. -Acarició la nariz de Frankie con los labios-. Sé que quieres hacer preguntas, hablar, y lo haremos. Pero hay faena que hacer primero.

Su hija movió la cabeza en señal de asentimiento.

– Faena. Darling. -Se dirigió al baño, y sus movimientos traslucieron cierta decisión-. No tardaré, mamá.

– Sé que no. Cogeremos unos bollos abajo, en la cafetería, y nos pondremos en camino.

La puerta se cerró de un portazo detrás de Frankie, y Grace exhaló un suspiro de alivio. Hasta ese momento, todo iba bastante bien. Si podía mantener a su hija ocupada, la herida no cicatrizaría, pero evitaría que se pasara cada momento del día recordando. Era el mismo remedio que debería prescribirse a sí misma. Pero no había duda de que iba a estar muy ocupada. Estaba siendo arrastrada de nuevo a aquel horror del que creía haber escapado hacía nueve años. Aunque en realidad nunca había creído que se hubiera acabado. ¿Por qué, si no, había preparado y hecho la mochila y explorado aquel bosque? Había sabido que aquello había terminado.

Se sentó en la silla a esperar que Frankie saliera del baño.

– Está… diferente. -Frankie clavó la mirada en los establos-. Sigo esperando ver a Charlie saliendo del granero o del establo y tomándome el pelo porque me he levantado tarde.

– Yo también. -Grace salió del coche-. Pero él no va a hacer eso, cariño. Así que tenemos que acostumbrarnos a ello. ¿Por que no corres y empiezas tu faena? Tengo que entrar y hacer algunas cuantas cosas en la casa.

Frankie desvió la mirada hacia su cara.

– ¿Qué cosas? ¿Algo que tenga que ver con Charlie?

– Sólo en parte. Tengo que reunir algunos documentos importantes y enviárselos a su abogado.

– ¿Y qué más?

– Tengo que hacer el equipaje con nuestra ropa.

Frankie guardó silencio durante un instante.

– Está bien; no podremos vivir aquí nunca más. Ésta era la casa de Charlie. Voy a echarla de menos.

– Volveremos. Él querría que volviéramos.

La niña estaba sacudiendo la cabeza.

– Frankie, escúchame. Las cosas van a cambiar durante algún tiempo, pero te prometo que seguirás teniendo este lugar y los animales. ¿Me crees?

La pequeña asintió con la cabeza.

– Tú nunca me mientes. -Empezó a dirigirse al establo-. Tengo que ver a Darling. Es listo, pero tampoco lo entenderá.

Tampoco. Frankie no comprendía nada, pero confiaba en Grace para hacer las cosas correctamente. No podía decepcionarla.

– Estaré ahí dentro de una hora, y empezaremos a ejercitar a los caballos.

Su hija levantó la mano en señal de aprobación antes de desaparecer en el interior del establo.

Grace se la quedó mirando fijamente durante un instante antes de darse la vuelta y subir los escalones de la parte delantera de la casa. Le había prometido que estaría allí al cabo de una hora, y eso era muy poco tiempo. Pero no quería que Frankie estuviera sola más de lo necesario.

– Grace.

Se puso tensa y se volvió para mirar a Kilmer, que se acercaba por el camino en dirección a la casa.

– No quiero que estés aquí.

– Pero me necesitas.

– Y un cuerno.

– Entonces me necesita Frankie. -Kilmer llegó hasta el porche-. Puedes ser tan independiente como quieras, pero no arriesgarás la vida de la niña.

– No me digas cómo tengo que cuidar de mi hija. -Cerró los puños con las manos a los costados. ¡Joder!, Kilmer no había cambiado un ápice. Ni en carácter ni en aspecto. Ya debía de estar frisando los cuarenta, pero los años habían sido amables con él. Alto, delgado… aparentemente delgado, porque nadie era más consciente que ella de la fuerza y resistencia que se escondían detrás de aquella delgadez. Pero era su cara lo que había encontrado tan fascinante hacía nueve años. No era exactamente guapo. Unos ojos negros y hundidos, pómulos prominentes y labios finos y firmes. Lo que siempre había encontrado fascinante era su expresión; o la falta de ella. Había una tranquilidad, una desconfianza, una contención que la habían desafiado desde el mismo instante de conocerlo.

– Ni me atrevería, -Kilmer sonrió-. No, cuando has hecho un trabajo tan excelente. Es absolutamente maravillosa, Grace.

– Sí, sí que lo es.

– Sólo estoy sugiriendo que te aproveches de mi ayuda para sacaros de este apuro. Después de todo, tienes derecho a exigirme algunas cosas.

– Ella no está en ningún apuro del que no pueda sacarla yo. Y no tengo ninguna intención de exigir nada, No quiero que te metas en mi vida.

– Siendo así, tendré que insistir. -Su voz era suave, pero destilaba un atisbo de dureza-. Te he dejado en paz mientras he podido, porque era más seguro para las dos. Pero la situación ha cambiado. Tengo que intervenir.

– Insiste cuanto te plazca. No tienes derecho a…

– Soy el padre de Frankie. Esto me da un condenado montón de derechos.

Las palabras la golpearon como una bofetada en pleno rostro.

– Eso no lo sabes. Y juraré ante cualquier tribunal que no eres el padre.

– El ADN, Grace. La magia del ADN. -La miró con los ojos entrecerrados-. Y el cálculo del tiempo es correcto. No creo que fueras capaz de tener otro amante y concebir en el breve lapso de tiempo transcurrido entre que me dejaste y su nacimiento.

– No me la vas a quitar.

– No es ésa mi intención. -Kilmer hizo una pausa-. Mira, te prometo que no intentaré quitártela. Ni siquiera le diré que soy su padre. Sólo deseo asegurarme de que las dos estéis a salvo.

– Vete a la mierda. -Grace giró sobre sus talones y abrió la puerta delantera-. No te necesitamos. Tenemos a Robert, y la CIA nos protege.

– Os protegerán mientras les seas útil. Pero no tardaréis en revelaros como un estorbo.

– ¿Por qué?

– Porque he roto mi acuerdo con ellos. -Kilmer hizo un gesto de impaciencia-. Mira, lo importante es que Marvot ha soltado a sus perros. Ha ofrecido una recompensa de cinco millones de dólares por tu cabeza. Y otra de tres millones por la de Frankie.

– ¿Qué?

– Viva o muerta en el caso de Frankie. A ti, te prefiere viva, porque podrías resultar valiosa, pero la niña le trae sin cuidado.

Grace sacudió la cabeza en señal de incredulidad.

– No.

– Sí. Sé que te ha estado buscando desde aquella incursión. Pero cuando volví a la escena y me convertí en una amenaza, decidió echar mano de todos sus recursos. Hizo correr la voz hace un mes, y todos los cazadores de recompensas y matones baratos de Europa y Estados Unidos se han puesto a buscarte como locos. Kersoff debió de haber sobornado a alguien de la CIA y le tocó la lotería. Donavan se enteró a través de uno de sus contactos de que Kersoff había tenido suerte y se dirigía en tu busca. -Apretó los labios-. Entonces decidí que era hora de comprobar qué tal era Tallanville.

– Tres millones de dólares por Frankie. -La monstruosidad que ello entrañaba la intimidó-. Una niña pequeña…

– Sabes que eso no supondría ninguna diferencia para Marvot. No llevas tanto tiempo apartada de la acción.

– Lo suficiente. -Grace tuvo un estremecimiento-. ¿Por qué?

– Le robé algo que apreciaba. Él sabía que sólo era la primera incursión y quiso castigarme. Ya conoces a Marvot. Es un firme partidario de la eliminación a gran escala. No tiene nada que envidiar a la Mafia.

– Frankie…

– Sé que es una mierda. No imaginé que te encontraría o encontraría a Frankie -dijo con aspereza-. Se suponía que la Compañía os protegería. Pero la jodieron.

– Y, claro, no es culpa tuya -dijo Grace con sarcasmo.

– No he dicho eso. Asumo toda la responsabilidad. Sólo te estoy explicando mis motivos porque pensé que te afectarían. Me equivoqué, y tengo que arreglarlo.

– Dile eso a Charlie. Arregla eso, Kilmer.

– No puedo. -Hizo una pausa-. Pero puedo manteneros vivas a las dos, si me dejas. -Le sostuvo la mirada-. Y sabes que soy tu mejor apuesta, Grace. Quizá creas que soy un hijo de puta, pero nadie es mejor que yo en lo que hago.

Ella negó con la cabeza y abrió la puerta.

– No te asustes, si te das de bruces con Dillon dentro -dijo Kilmer.

Ella se quedó inmóvil.

– ¿Dillon?

– Nunca conociste a Cam Dillon, pero es muy eficiente. Hice que pusiera una foto de «la Pareja» en la camioneta de Blockman mientras yo venía corriendo hacia aquí.

– ¿Por qué? Qué melodramático. ¿No habría sido más sencillo hacer que Dillon hablara con él?

– No, no había tiempo, y sabía que Blockman se podría en contacto con North en cuanto su furgoneta fuera forzada. Las órdenes del cuartel general son más rápidas que las explicaciones interminables. De todas maneras, Dillon ha estado vigilando este lugar desde anoche, y cuando vi que te dirigías en esta dirección, le dije que empezara a hacerte el equipaje.

– ¿Qué?

– Tenéis que daros prisa, y tú no querrás agotar el tiempo de Frankie. Le dije que recogiera tus cosas y las de la niña. Haré que coja los documentos de Charlie y cualquier otro recuerdo. Dillon no podría decidir qué es lo que aprecias. Casi debe de haber terminado ya. Si quieres que haga alguna otra cosa, díselo. -Hizo una pausa-. Sólo obedece órdenes, Grace; pónselo fácil. -Se apartó-. Esta mañana llamé a vuestro vecino, Rusty Baker, y acordé con él que enviaría a dos de los peones de su granja de caballos para que se ocupen de los vuestros y mantengan limpio el lugar. Empezarán mañana.

Grace empezó a abrir los labios para hablar, pero él ya se estaba alejando.

Kilmer miró hacia atrás.

– Admítelo, es lo que tú harías. Eso es lo que más feliz haría a Frankie, cuando sepa que tiene que irse de aquí.

Era lo que Grace habría hecho, lo que había estado considerando hacer desde que fue consciente de que no podrían quedarse. Él acababa de ganarle la mano.

– Tal vez.

Kilmer sonrió ligeramente.

– Sabes que sí. Me quedaré por aquí y hablaré contigo más tarde. Piensa en lo que más le conviene a Frankie. Tres millones de dólares es mucho dinero, y hay mucho bastardo hambriento de dinero por el mundo. Me necesitas, Grace. -Se dirigió al cercado a grandes zancadas.

No lo necesitaba, pensó ella mientras entraba en la casa. No lo quería en su vida. No le había traído más que problemas en el pasado, y en ese momento le había traído otra tragedia. La CIA la trasladaría y protegería. Le debían su estrellato y no permitirían que Marvot la matara.

«Tres millones de dólares.»

Pero si había una filtración en Langley que había conducido a aquellos cazadores de recompensas hasta allí, entonces, ¿quién podría decir que no volvería a ocurrir?

Si North sabía que había una filtración, la taponaría. Ella tenía que…

– ¿Es usted la señora Archer? -Un hombre alto de pelo rubio rojizo estaba bajando las escaleras-. Soy Cam Dillon. Encantado de conocerla. He hecho el equipaje de usted y de su hija con una amplia selección de ropa. Las maletas están en su dormitorio. -Sonrió-. Pero no sé si he de meter el osito de peluche de su hija y la colección de La guerra de las galaxias. O ambas cosas. Los juguetes favoritos de los niños cambian de un año para otro. No consigo ver a mi hijo muy a menudo, y siempre estoy en apuros.

– ¿Tiene un hijo?

El hombre asintió con la cabeza.

– Estoy divorciado. Mi esposa tiene la custodia de Bobby. -Dillon echó un vistazo por el salón-. Este es un bonito lugar. Acogedor. Apuesto que a su hija le encanta andar con los caballos.

– Sí, así es. -Grace empezó a subir la escalera-. Terminaré de meter sus cosas. Le gusta el oso de peluche, pero no lo necesita. Mientras tenga su teclado y sus libros, estará bien.

– Le puedo hacer un hueco en las maletas. Su teclado ya está en su estuche, junto con las maletas. ¿He de coger algo más de las demás habitaciones de la casa?

– No, ésa es labor mía. Kilmer no debería haberlo involucrado en esto.

– Estoy encantado de ayudar. -La sonrisa del hombre se desvaneció-. Vi la foto del anciano sobre el piano. Lamento que no llegáramos a tiempo. Kilmer estaba furioso. El anciano parecía un buen tipo.

– Era algo más que bueno. -Grace tuvo que esforzarse para que no se le quebrara la voz-. Bueno, si no le importa, tengo cosas que hacer. He de volver con mi hija.

– Pues claro. Estaré fuera, en el porche, sí me necesita. No tiene más que llamarme.

– No es necesario que se quede.

– Sí, señora, lo haré. Son órdenes de Kilmer. -Se dirigió hacia la puerta-. Y eso significa que me quedaré.

Grace torció la boca.

– Parece que la disciplina sigue al mismo nivel que cuando trabajaba con él.

Dillon hizo una mueca.

– Hace restallar el látigo que es una maravilla. Pero vale la pena; saber que eres el mejor te hace sentir bien. -Se dirigió hacia la puerta principal-. Pondré las maletas en el coche cuando haya terminado.

«Saber que eres el mejor te hace sentir bien.»

Así es como ella se había sentido cuando trabajaba con Kilmer. El hombre era duro, y de una minuciosidad exacerbada, y sacaba todo el talento y habilidad de cuantos trabajaban para él. Su equipo había brillado como los diamantes cuando había terminado de entrenarlos. Uno podía contar con el hombre o la mujer que tenía a su lado. Y siempre podías contar con Kilmer para hacerlos superar todo. Jamás les había fallado.

Excepto en la última misión en El Tariq.

No pienses en ello. Aquella noche había aprendido cosas, y había seguido adelante. No había sido fácil. Durante los años siguientes había pasado por momentos de inmensa furia, y sentido el deseo de matar a aquel hijo de puta de Marvot. Sin embargo, se había obligado a olvidarlo cuando descubrió que estaba embarazada. Al principio, no podía poner en peligro a su hija no nacida, y después de que ésta llegara al mundo, la cosa se hizo aún más difícil. Había confiado en que, con el tiempo, sería capaz de olvidar y tener una vida normal. No había sucedido así. Kilmer estaba allí, trayendo de vuelta el pasado.

Y todo el infierno que iba a seguir.

Capítulo 4

– Quiero saltar el obstáculo, mamá -dijo Frankie, haciendo que Darling volviera hacia donde su madre estaba situando su yegua-. ¿Puedo?

Grace escudriñó el rostro de la niña.

– ¿Por qué?

– Por hacerlo, nada más. ¿Vale?

Asintió con la cabeza.

– Si eso es lo que quieres. Ten cuidado.

– No me tirará. -Frankie hizo dar la vuelta a Darling y empezó a rodear el cercado-. Volveré enseguida, y luego lo metemos en el establo.

¿Un último adiós al caballo? No, Grace tenía una idea que iba más allá de eso: Frankie quería controlar algo, cualquier cosa, de esa vida que había sido puesta patas arriba. Comprendía ese sentimiento; estaba teniendo la misma sensación de deficiencia. Sólo hacer saltar a un semental sobre un obstáculo no la ayudaría.

– Vamos, Darling -susurró Grace-. Dale lo que necesita.

En esa ocasión no hubo ningún titubeo. Darling se elevó sobre el obstáculo limpiamente y pareció muy complacido consigo mismo.

– Buen chico.

Grace observó a su hija cuando volvió cabalgando hacia ella. En esa ocasión, ni alegría ni júbilo; sólo satisfacción y decisión.

– Muy bien, cariño.

Frankie irguió los hombros.

– El que saltó fue Darling. Yo sólo lo montaba.

– Y lo has hecho muy bien.

Frankie hizo dar la vuelta a su caballo hacia el establo.

– ¿Qué vaquero de la granja de Baker montará a Darling?

– ¿Quién quieres que lo monte?

– Esa chica vienesa es bastante buena. Creo que se llama Maria. La vi montar en una exhibición en Compton, y era cariñosa con los caballos.

– Entonces, Maria cuidará de Darling. Me ocuparé de ello. -Y añadió con dulzura-: Pero sólo será durante un tiempo breve, Frankie. Volverás.

– Sí. -La niña tenía la mirada fija al frente-. Pero no será lo mismo, ¿verdad? No estará Charlie. Y no sé si alguna vez seré capaz… de ver esto de la misma manera. Veré… a esos hombres.

Grace sintió que la furia le abrasaba por todo el cuerpo. ¡Joder!, era tanto lo que le habían quitado a Frankie la pasada noche. Grace se había esforzado al máximo por darle una infancia excelente, y en ese momento había perdido su esplendor.

– Entonces, tendrás que olvidarlos y pensar en Charlie. Es lo que él querría que hicieras. Ése sería tu regalo para él.

Frankie sacudió la cabeza sin convicción.

– Lo intentaré, mamá. -Desmontó y empezó a conducir al caballo al establo-. Me despediré de Darling y volveré enseguida contigo. -Miró por encima del hombro-. Puede volver a ocurrir, ¿no es así? Ése es el motivo de que quieras huir.

¿Qué debía decirle?

La verdad. No mentiría a Frankie. Siempre había sido sincera con ella, y no permitiría que esa confianza sufriera ningún daño.

– Podría volver a ocurrir.

La pequeña se detuvo y volvió la cara hacia ella.

– ¿Por qué?

Grace había sabido que aquello acabaría por suceder, y ya estaba allí. Casi se sintió aliviada.

– Hace mucho tiempo, trabajé para una agencia del gobierno e hice que un criminal muy poderoso se enfureciera conmigo. Hice algo que él no quería que hiciese y tuve que esconderme para evitar que me matara.

– Esto es algo parecido a lo de las películas -dijo Frankie.

– No como las autorizadas para todos los públicos que se supone que puedes ver. -Intentó sonreír-. Siempre le decía a Charlie que no te dejara ver esas películas de acción.

– ¿Y no puede la policía o alguien evitar que te hagan daño?

– Lo están intentando. Pero hay problemas. Ese hombre es muy importante.

– No lo entiendo.

¿Y cómo podía entenderlo?, pensó Grace. Los sobornos, los chanchullos y la corrupción caían fuera de su campo de conocimiento.

– A veces, yo tampoco. Pero el resultado final es que tenemos que huir.

– Pero no hiciste nada malo. -Frankie estaba arrugando el entrecejo-. ¿No podemos luchar contra ellos?

«Tres millones de dólares por la cabeza de Frankie.»

– No, no podemos. Pero intentaré encontrar una manera de impedir que tengamos que huir de nuevo. -Sacudió la cabeza-. Siento que haya ocurrido esto, cariño. Ojalá hubiera podido impedirlo.

La niña se dio la vuelta.

– Charlie habría querido luchar. Estuvo en la Segunda Guerra Mundial, y decía que si no hubieran combatido a aquellos nazis, éstos se habrían extendido por todo el país. Habrían llegado incluso aquí, a Alabama…

Grace la observó mientras conducía a Darling dentro del establo. Se lo había tomado todo lo bien que ella había podido esperar. Probablemente, no lo sintiera como algo real, como aquel comentario sobre las películas demostraba. Pero la muerte de Charlie era real; el terror que había experimentado la noche anterior era real. Con el tiempo aceptaría la realidad de la historia que Grace le había contado. Desmontó y empezó a seguir a Frankie.

– Grace. -Robert se dirigía hacia ella-. Me ocuparé de tu caballo. North y Crane ya han llegado. Están en el coche que está al otro lado del cercado. Quieren hablar contigo.

– No quiero hablar con… -Se detuvo. No tenía elección; tenía que hablar con ellos. Necesitaría ayuda para mudarse y protección para su hija. Lanzó a Robert las riendas del caballo-. Frankie te ayudará. Quédate con ella hasta que yo vuelva.

Robert asintió con la cabeza y condujo el caballo al interior del establo.

Grace echó un vistazo hacia el Buick azul aparcado fuera del cercado. Nadie había salido del coche. Estaban haciendo que fuera hacia ella. ¿Se trataba de algún tipo de estrategia psicológica? Si lo era, mala señal.

Empezó a atravesar el prado hacia el Buick.

– ¡Ni hablar! -Grace abrió la puerta del Buick y salió del coche-. Están locos si creen que les permitiría que me utilizaran o utilizaran a Frankie para sus juegos.

– Estarían completamente a salvo -dijo Crane-. Nos aseguraríamos de su protección. Sólo necesitamos sacar a Marvot de su guarida, y usted puede ser el señuelo.

– ¿Y exponer a Frankie a más peligros? De ninguna manera. Encuéntrennos un lugar para escondernos hasta que Marvot se olvide de nosotras.

Crane negó con la cabeza.

– Por desgracia, ya no tenemos fondos para su protección. Después de todo, se la hemos dado durante ocho años.

– Y mi padre les dio su vida.

– No sé nada de eso. Sería antes de que yo llegara. Mi trabajo consiste en calmar este asunto, y espero que me ayude a conseguirlo.

– Atándonos a una estaca como si fuéramos unas cabras para cazar a un tigre.

– O quizá asumiendo un papel más activo. Tengo entendido que usted podría…

– Que le jodan.

Crane se ruborizó.

– Compréndame. Coopere o se queda sola. Ya ha disfrutado del paseo gratis el tiempo suficiente. Esta noche me voy a Washington. Espero su respuesta.

Grace se volvió hacia North.

– No está hablando. ¿Habla Crane en nombre de los dos?

North se encogió de hombros.

– Es mi superior, señora Archer.

– ¿Es ésa toda su respuesta? -Grace cerró la puerta del coche de un portazo-. Saquen sus culos de esta granja. Ésa es mi respuesta. -Se alejó de ellos hacia el cercado.

– Ha sido implacable con ella -dijo North-. No se le puede presionar, señor.

– A todo el mundo se le puede presionar -dijo Crane-. Sólo es necesario apretar las teclas adecuadas. Tiene que proteger a una hija, y acabará cediendo. Arranque el coche. Volvamos a la ciudad. Quiero que vea que nos vamos. La determinación la asustará.

– No cuente con ello. -North echó un vistazo hacia Grace mientras arrancaba el coche. Ésta mantenía la mirada fija al frente, y su lenguaje corporal era de furia y desafío. No miró hacia atrás.

– No parece asustada en absoluto.

Burócratas hijos de puta.

No había duda de que Crane quería asustarla. Con qué atrevimiento utilizaba la seguridad de Frankie como moneda de cambio para conseguir su objetivo. Le entraron ganas de estrangularlo. No, eso sería demasiado bueno para él. Lo asaría lentamente sobre…

– Deduzco que no ha ido bien. -Robert estaba delante del establo-. Crane es un gilipollas integral.

– Deberías llamarlos y decirles que vuelvan y te recojan -dijo Grace con aspereza-. Les dije que se fueran de la granja.

– Vine en mi propio coche. No quería estar más cerca de Crane de lo que ya tuve que estar. -Su boca se torció en una mueca-. Eso es lo bueno que tiene. No le gusta tratar con nosotros, la plebe.

– No pertenece a la especie humana. Quería hacernos servir de cebo a mí y a Frankie. ¡A Frankie!

– ¡Joder! -Robert arrugó el entrecejo-. Te juro por Dios que no sabía nada de esto, Grace. Supongo que debería haber sospechado algo cuando North lo metió en el ajo. Pero North no es un mal tipo. No pensé que fuera a secundar…

– Bueno, pues lo hizo -le interrumpió Grace-. Y tú probablemente estás fuera de la misión. Hazme un favor, y despídete de Frankie antes de marcharte. Ya ha tenido bastantes pérdidas sin que desaparezcas de su vida.

– Yo no haría eso. Y no ayudaría a Crane a joderte. Deberías saberlo. Vosotras me importáis.

Algo de la furia de Grace se desvaneció cuando lo miró. Era Robert, su amigo; no debía culparlo por las decisiones de Crane.

– Lo sé -dijo Grace-. Pero eres un agente, y tienes que apoyarlos. Me resulta difícil olvidar esto.

– Entonces, sigue insistiendo. Bueno, ¿cómo puedo ayudaros?

– No lo sé. Tengo que pensar en ello. ¿Dónde está Frankie?

– Continúa en el establo, con Kilmer.

Grace se puso tensa.

– ¿Qué?

– Entró en el establo nada más irte tú y dijo que se encargaría de acomodar a tu caballo. -Robert puso mala cara-. Protesté…, pero ya sabes que en realidad no sé nada de caballos. Sabía que Frankie estaría a salvo con él, y Kilmer pareció saber lo que estaba haciendo.

Grace hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

– Sí, sabe de caballos. -Pero, ¡carajo!, no quería que Frankie estuviera cerca de él. Conocía muy bien el magnetismo del muy bastardo, y no quería que influyera en su hija.

Robert estaba estudiando su expresión.

– Me pareció que no pasaba nada. Ella está a salvo, ¿no es así? Llamé a un colega a Washington esta mañana, e hizo algunas comprobaciones sobre Kilmer. No había un gran historial, pero Stolz me dijo que había oído rumores de que Kilmer solía darle unos resultados fantásticos a la Agencia.

Grace le lanzó una mirada.

– ¿Solía?

– Cortó las relaciones con la CIA hace ocho años.

– ¿Qué?

– ¿No lo sabías?

– No, no quería saber nada de él, salvo que estaba fuera de mi vida. La CIA se encargaba de eso. Me dieron una nueva identidad y a ti. -Miró ansiosamente hacia la puerta del establo. Deseaba entrar corriendo allí, pero tenía que serenarse más antes de volver a enfrentarse a Frankie. Seguía furiosa con Crane, y no quería que su hija percibiera su ansiedad por apartarla de Kilmer. Se quedaría allí con Robert hasta que estuviera más tranquila.

– ¿Qué hace Kilmer ahora?

– Yo qué sé. Tú lo conoces muy bien. Adivínalo. ¿Para qué está cualificado?

Para todo lo que quisiera. Grace no había conocido nunca a nadie más diestro en manipular las circunstancias a su conveniencia. Era un jefe natural, y su gente le era absolutamente leal.

– Cuando lo conocí, dirigía un comando especial para la CIA. Estaba especializado en ataques de guerrillas y operaciones complejas. La CIA lo enviaba cuando la situación estaba demasiado caliente para los comandos normales.

Robert silbó por lo bajinis.

– Impresionante.

Sí, eso era lo que ella había pensado la primera vez que vio a Kilmer. Su estilo era sosegado, brusco, pero su presencia se imponía sin ningún esfuerzo.

– De vez en cuando, North le enviaba a algún agente que había que curtir.

– ¿Y te envió a ti?

– Me envió a mí.

– ¿Cómo fue?

– Tan embriagador como beber whisky a palo seco. Tan aterrador como atravesar el Gran Cañón sobre la cuerda floja. Él sabía exactamente lo que estaba haciendo y nos arrastraba con él. Yo sólo tenía veintitrés años, y él desbordaba la realidad. Cuando estaba cerca de él, me sentía tan deslumbrada como el resto del equipo.

– Pero lo superaste.

– Oh, lo superé. -No podía esperar más. Iba a ir a apartar a su hija de Kilmer-. Iré a recoger a Frankie. -Se dirigió a la puerta del establo-. Quédate aquí, y te la traeré para que te despidas de ella.

– No tengas tanta prisa. Van a tener que utilizar tenazas para apartarme de vosotras dos.

– Tienes un trabajo, Robert. No lo pongas en peligro. Lo entiendo perfectamente. -Y añadió con aire compungido por encima del hombro-: Cuando no me vuelvo completamente loca.

Oyó la voz de Frankie en cuanto entró en el establo.

– Darling es realmente mi preferido. No parece justo tener preferidos, pero Charlie me lo regaló, y mamá dice que algunos caballos tienen una capacidad de comprensión especial.

– Estoy seguro de que tiene razón -dijo Kilmer-. Sabe mucho de caballos. Es realmente bonito.

– Me gustan los palominos. Darling me recuerda al caballo de Roy Rogers, Trigger. ¿Sabías que Trigger sabía hacer cincuenta trucos?

– No. Había oído que era muy listo, pero eso es asombroso.

Grace estaba lo bastante cerca ya para ver a Kilmer y a Frankie en el compartimiento de Darling. La niña lo miraba con expresión animada, y él le sonreía. Era un milagro que Kilmer hubiera sido capaz de sacar a la pequeña de su depresión, aunque sólo fuera por un instante.

– Frankie.

Su hija asintió con la cabeza cuando miró a Grace.

– Ya termino, mamá. Tuve que ayudar al señor Kilmer. No sabía dónde estaba nada.

– Jake -le dijo él a Frankie-. No podemos palear juntos estiércol y seguir tratándonos con tanta formalidad.

La niña sonrió.

– Supongo que no.

– Robert te está esperando, Frankie -dijo Grace-. Le gustaría despedirse de ti.

La cara de la pequeña perdió la sonrisa.

– Está bien. Tendremos que abandonar a Robert. No había pensado en ello.

– Él está tan triste como tú. Pero no es para siempre. Los buenos amigos siguen siendo buenos amigos.

– Sí, supongo que sí. -Frankie se limpió las manos en la toalla colgada de la puerta del compartimiento-. Es sólo que parece que todo el mundo se esté… marchando. -No esperó a una respuesta, sino que echó a correr por el pasillo hacia la puerta.

Grace se la quedó mirando fijamente.

– ¡Por todos los diablos!

– ¿No os van a asignar de nuevo a Blockman? -preguntó a Kilmer-. ¿Quieres que lo solicite yo?

– No.

Kilmer la miró con el ceño fruncido.

– ¿Por qué no?

Grace guardó silencio.

– ¿Por qué no?

– Porque les dije a North y a Crane que se fueran a la mierda.

– Interesante. -Estaba absolutamente inmóvil, pero ella pudo sentir que la procesión iba por dentro-. ¿Puedo preguntarte por qué?

– Crane quería jugar a la cabra y al tigre conmigo y con Frankie a cambio de seguir protegiéndonos. Le dije que se metiera la protección donde le cupiera.

Kilmer guardó silencio.

– Creo que podría hacerle una visita a Crane a la menor oportunidad. -Y añadió-: Aunque su estupidez puede jugar a mi favor, si te conduce hasta mí. ¿No te parece?

– No.

– Dime eso después de que hayas tenido tiempo de considerar todas las consecuencias. -Se dio la vuelta y se encaminó hacia la puerta-. Dejaré a Dillon aquí para que haga guardia esta noche y también de niñera de caballos hasta que la gente de Baker se haga cargo por la mañana. ¿Vas a volver al motel?

– Para pasar la noche. -Grace le dio una última palmada a Darling y lo siguió-. Después de eso, me voy. En cuanto concrete un plan. Iré al banco y sacaré dinero. Dijiste que disponía de un par de días. ¿Sigue siendo así?

– Por lo que sé, sí. Donavan continúa tomándole el pulso a Marvot en El Tariq y me avisará. -Hizo una pausa-. Yo ya tengo un plan, Grace. Y tengo un buen equipo para protegerte.

– Robert me dijo que ya no estás en la CIA.

– Ya sabes que la mitad de mi gente no era de la CIA, ni siquiera cuando estuviste conmigo. No fue difícil sustituir a los agentes del gobierno. Y muchos de ellos escogieron quedarse conmigo.

Grace podía creerlo. Kilmer inspiraba lealtad sin esforzarse siquiera.

– ¿Para hacer qué?

Él se encogió de hombros.

– Para hacer aquello para lo que se me contrata. En este mundo siempre hay alguna utilidad para una máquina de guerra bien engrasada. He hecho de todo, desde rescatar ejecutivos petrolíferos secuestrados en Colombia hasta librar al Ejército de Estados Unidos de francotiradores terroristas en Afganistán. Las cosas no han cambiado mucho desde que dejé la CIA.

– Entonces, ¿por qué te fuiste?

La miró a los ojos.

– Por la misma razón que tú. Todo salió mal.

– Y no pudiste evitarlo.

– No voy a justificarme -dijo Kilmer en voz baja-. Hice lo que tenía que hacer. No soy un hombre milagro. Tuve que tomar una decisión.

– Tu decisión fue una mierda. -Apartó la mirada de él-. Podría haber hecho que muriera mi padre.

– Pero no lo hizo, aunque existía esa posibilidad. Tuve que moverme deprisa para salvar a otros cuatro hombres de mi equipo que tuvimos que abandonar en El Tariq aquella noche. Tu padre estaba en Tánger. No habría tenido tiempo de llegar hasta donde estaba él antes de que Marvot pudiera tender una trampa.

– Y no me dejaste que fuera yo. -Grace cerró los puños en los costados-. Me dejaste sin sentido y me encerraste en aquel maldito sótano. No te pedí que me ayudaras; no te necesitaba. Podría haber llegado hasta mi padre sola.

– Marvot te habría estado esperando. Alerté a tu padre por si yo estaba equivocado. Él no salió de Tánger. ¿Te dice eso algo?

– Que quizá no recibió el aviso.

– Lo recibió. -Kilmer negó con la cabeza-. Pero no necesitaba ningún aviso. Sabía lo que había sucedido en El Tariq.

– ¡Él no lo sabía! Fue el único que le habló a la CIA de Marvot desde el principio. Fue él quien me consiguió el trabajo de El Tariq. No tuvo la culpa de que Marvot recibiera un chivatazo.

– Ya te lo dije entonces. Fue tu padre quien le dio el chivatazo, Grace.

– No, eso es mentira. Él no habría hecho eso. Sabía que yo estaba allí. Y me quería.

Kilmer no respondió.

– ¡Me quería! -repitió Grace.

– Tal vez pensara que podía sacarte de allí antes de que todo se hundiera. Pero nos acercábamos muy deprisa al final de la misión. -Kilmer se encogió de hombros-. Ya hemos pasado por esto antes. No me creíste entonces, y no me crees ahora. Así que olvidémoslo y ocupémonos de lo que está ocurriendo. Me necesitas para proteger a Frankie, y yo tengo los medios y el deseo de hacerlo. Déjame ayudarte.

Grace intentó controlar su ira y la sensación de traición que aquella avalancha de recuerdos había vuelto a traer. Negó con la cabeza violentamente.

– Puedo hacerlo yo sola. -Miró fijamente a través del patio del establo hacia Frankie y Robert-. Tengo que ir allí. Frankie no parece demasiado afectada, a Dios gracias.

– ¿Está muy unida a él?

Grace empezó a atravesar el patio.

– Sí.

– ¿Y tú también?

Ella le lanzó una mirada por encima del hombro.

– ¿Qué?

– ¿Te acuestas con él?

Grace se detuvo.

– Eso no es asunto tuyo.

– Lo sé. No parece que eso importe mucho.

El tono de su voz era sosegado, pero estaba cargado con toda la intensidad que Grace recordaba.

¡Oh, Dios mío!, y su cuerpo estaba reaccionando, dispuesto, como si la intimidad entre ambos hubiera sido cosa de la víspera, y no de nueve años atrás.

¡No!

– No importará lo que yo sienta, Grace -dijo Kilmer-. No perderé el control ni un ápice si decides confiar en mí para que me ocupe del problema.

Nunca había podido controlarse con él. Kilmer sólo había tenido que tocarla para que se derritiera. Aquella atracción sexual la había desconcertado y asustado. Al principio, había pensado que se trataba sólo de la adoración al héroe, pero aquello se había convertido en algo parecido a una droga en las semanas siguientes, algo totalmente descontrolado.

No podía tratarse del mismo sentimiento. Ya era una mujer madura, y no tenía ningún motivo para sentir por él nada que no fuera ira y resentimiento.

En la sonrisa de Kilmer asomó cierto atisbo de tristeza.

– Tampoco parece que eso te importe mucho a ti, ¿verdad? No te sientas mal. Las hormonas no tienen nada que ver con el frío pensamiento lógico. -Se apartó-. Estaré cerca de tu motel esta noche. Le di a Blockman una tarjeta con mi número de móvil para que te la entregara. Si me necesitas, llama. -Se alejó de ella a grandes zancadas en dirección a la carretera.

Grace se sintió aliviada por su marcha. Aquel momento la había conmocionado, y no quería vérselas con él de inmediato. Había creído que lo había dejado fuera de su vida, pero era evidente que tal creencia no incluía la atracción física que despertaba en ella.

Podía manejar aquello. Tal vez la aventura amorosa entre los dos había terminado de forma demasiado brusca para que hubiera un cierre. Acaso fuera natural que en una situación así quedaran algunos jirones emocionales. Quizá la siguiente vez que lo viera no habría la menor tensión sexual. Tenía que tener presente quién era él y qué había hecho, y todo volvería a la normalidad.

– Me gusta el señor Kilmer -dijo Frankie mientras se metía en la cama esa noche-. Quiero decir, Jake. Me dijo que lo llamara Jake. Creo que es un tío legal. Pero a ti no te gusta, ¿verdad?

– Hubo un tiempo en que me gustaba -dijo Grace sin comprometerse-. ¿Por qué crees que es legal?

– Porque escucha. La mayoría de la gente no escucha realmente a los niños. Pero él sí. -Bostezó-. Y creo que es inteligente. No habla mucho, pero es la clase de… ¿Es inteligente, mamá?

– Muy inteligente.

– ¿Y tu trabajaste con él cuando eras una superagente?

– No fui ninguna supernada. Sólo hacía mi trabajo. -Besó a Frankie en la frente-. ¿Te sientes algo mejor, cariño?

– No lo sé. Cuando estaba en el granero, empecé a llorar de nuevo.

– Eso es natural. Crees que estás bien, y entonces ocurre algo y te pones a llorar otra vez.

– ¿Tú también?

– Yo también. Pero lo que importa es que hagamos lo que Charlie habría querido hoy. Y que lo recordemos todos los días con cariño. Y podemos hacerlo, ¿verdad que sí?

– Por supuesto. -Frankie levantó la mano para acariciar las pestañas de Grace sutilmente-. Están mojadas. -De repente, hundió la cabeza en el pecho de su madre-. Sufro cuando sufres. ¿Qué puedo hacer?

A ella se le hizo un nudo en la garganta mientras la abrazaba con fuerza.

– Quiéreme. Y yo te querré a ti. Ésa es la medicina para casi todo. -Hizo que Frankie volviera a recostarse sobre las almohadas-. Bueno, ahora a dormir.

– Todo va a ir bien, ¿verdad? -susurró la niña-. ¿No nos va a volver a ocurrir nada malo?

Grace asintió con la cabeza.

– No te ocurrirá nada malo. Te prometo que haré que estés a salvo.

– Y tú -insistió su hija.

– Y yo. -Remetió la manta alrededor de Frankie-. Para poder mantenerte a salvo, tengo que mantenerme a salvo a mí misma. Va todo en el mismo paquete. Buenas noches, cariño.

– Buenas noches, mamá.

Grace apagó la lamparita de la mesilla de noche y abrió la sábana de la otra cama. Dudaba que pudiera dormir, pero quería que Frankie tuviera el consuelo de encontrar a alguien en la habitación si se despertaba por la noche. Su hija ya había padecido suficiente inseguridad y terror los últimos días como para que le durara el resto de su vida.

Frankie ya se había dormido; podía oír su respiración profunda y acompasada.

Se acercó a la ventana y miró hacia el aparcamiento situado dos plantas más abajo. ¿Qué esperaba ver? ¿Una fuerza militar de élite invadiendo aquella pequeña ciudad? Quizá. Marvot podía permitirse una fuerza de élite, si podía permitirse la recompensa que había puesto a sus cabezas.

Pero ninguna fuerza que pudiera contratar sería tan buena como el equipo de Kilmer.

Agarró la cortina con fuerza. Su falta de sorpresa ante aquel pensamiento demostraba bien a las claras su pertinencia. Con independencia de lo mucho que quisiera rechazar la oferta de ayuda de Kilmer, la idea no paraba de asediarla. Kilmer estaba más cualificado que nadie para ayudar a Frankie. Sí Grace se marchaba sola, significaría huir sin parar y ser un millón de veces más vulnerable. Había examinado docenas de posibles refugios, pero ninguno era tan seguro como estar bajo el ala protectora de Kilmer.

Frankie estaba murmurando dormida. ¿Estaba soñando?

¿Y acabaría convirtiéndose aquel sueño en una pesadilla? Grace le había prometido que estaría a salvo. ¿Tenía derecho a rechazar a Kilmer cuando éste podía garantizar a Frankie su mejor oportunidad?

Sí, ¡maldición!, Grace era inteligente y capaz, y no quería interferencias de…

¡A la mierda! Se trataba de lo que Frankie necesitaba, no de lo que ella quería. Dejaría que Kilmer se rompiera el culo protegiendo a la niña. Su hija se merecía todo lo que ella pudiera darle.

Alargó la mano para coger el móvil y marcó el número de Kilmer escrito en la tarjeta que Robert le había dado. En cuanto él descolgó, dijo:

– No tengo elección, ¡maldita sea! Ella tiene que estar a salvo.

– Sé más precisa.

– La respuesta es sí. Pero será de acuerdo con mis condiciones, y si no me gusta cómo manejas algo, me largo. ¿Comprendido?

– Comprendido. Me pondré manos a la obra. Tenla lista para salir a las cinco de la mañana.

– No entres aquí corriendo como un elefante en una cacharrería. No quiero que se asuste.

– La rodearé de todas las comodidades familiares que pueda. Pero tú serás el factor decisivo. Eres el centro de su vida; tendrás que ser tú quien le haga confiar en lo que estamos haciendo.

– Tú ya has hecho tu labor de zapa -dijo Grace con sarcasmo-. Cree que eres un tío legal.

Se produjo un momento de silencio.

– ¿Eso cree?

– Es una niña y no te conoce.

– Me dejas completamente abatido. -Kilmer hizo una pausa-. Es una niña extraordinaria, Grace. Has hecho un trabajo fantástico.

– Hice todo lo que pude. Frankie es muy especial. -Y añadió con aspereza-: Y no le va a ocurrir nada. Así que más te vale hacer un buen trabajo de planificación y ejecución. -Cortó la comunicación.

Ya estaba hecho. Se había comprometido.

Regresó junto a la cama de Frankie y la miró. Preciosa. Aun durmiendo, seguía teniendo la resplandeciente vulnerabilidad de una niña mucho más pequeña.

– Estamos en camino, cariño -susurró-. No es lo que quería, pero creo que es lo mejor para ti. ¡Por Dios!, espero que sea lo mejor para ti.

Capítulo 5

– ¿Preparadas? -preguntó Kilmer cuando Grace le abrió la puerta. -Ella asintió con la cabeza-. Frankie está en el bañó. Saldrá enseguida.

– ¿Cómo se lo está tomando?

– Bien. Es muy fuerte. Le dije que teníamos que encontrar un lugar al que ir que fuera seguro, y lo aceptó. -Grace puso mala cara-. Creo que está más preocupada por mí que por ella.

– No me sorprendería. -Kilmer abrió su móvil con una sacudida-. Dillon, sube y coge las bolsas. Luz verde.

– ¿Pensaste que me echaría para atrás en el último minuto?

– Era una posibilidad. No mostraste demasiado entusiasmo al respecto…

– Hola, Jake. -Frankie había salido del baño.

– Hola, Frankie. Me alegró de que vengas con nosotros. Necesitamos tu ayuda.

La niña arrugó el entrecejo.

– ¿Para hacer qué?

– Para cuidar de los caballos del rancho.

Frankie abrió los ojos desmesuradamente.

– ¿Caballos? ¿Cuántos?

– Tres. No me enteré de los detalles, pero imagino que van a necesitar mucho ejercicio y cuidados.

– Los caballos siempre lo necesitan. Mamá no me dijo que íbamos a ir a un rancho. ¿Es tuyo?

– No, acabo de alquilarlo para unos cuantos meses. Para entonces, espero que podáis volver a casa.

– ¿Dónde está?

– En las afueras de Jackson, Wyoming. Me pareció un bonito lugar.

– En el Oeste. Un rancho. -Los ojos de Frankie relucían-. Como Roy Rogers.

Kilmer sonrió.

– Pero me temo que no hay ningún Trigger. Si quieres un caballo milagroso, tendrás que entrenarlo tú misma.

– ¿No podemos llevar a Darling? Ya había empezado a entrenarlo.

– Ahora mismo, no. Quizá más tarde. -Alguien llamó a la puerta, y Kilmer la abrió-. Frankie, éste es mi amigo Dillon. Estará con nosotros en el rancho. ¿Le enseñas dónde están vuestras bolsas?

– Claro. -La niña condujo a Dillon a través del salón-. ¿Eres vaquero? -le preguntó mientras señalaba las bolsas junto a la cama-. No tienes pinta.

– Soy vaquero en formación -respondió él-. Tal vez puedas hacerme algunas sugerencias.

– Quizá. -Frankie pareció titubear-. Pero no sé mucho de vacas. A Charlie no le gustaba el ganado. Sólo los caballos. ¿Hay vacas allí, Jake?

– No, que yo sepa. Tendremos que averiguarlo juntos. -Kilmer agarró una de las bolsas de tela-. Pero eso sólo hará más interesante esta aventura. -Miró a Grace-. ¿Todo bien hasta ahora?

– Ya veremos cuando lleguemos a ese rancho. ¿Cómo iremos hasta allí?

– Iremos en coche hasta un aeropuerto privado en las afueras de Birmingham, y allí cogeremos un reactor hasta Jackson Hole. Desde allí, alquilaremos un coche para ir al rancho.

– ¿No dejaremos huellas?

– Ninguna -dijo Kilmer-. Ya me conoces.

– Te conocía hace nueve años.

– No he cambiado. -La miró a los ojos y le sostuvo la mirada-. No en las cosas importantes.

No sin esfuerzo, Grace apartó la vista. Se volvió hacia su hija.

– Baja al coche con Dillon, Frankie. Haremos el acostumbrado repaso de cajones y armarios y os seguimos de inmediato.

La niña miró a Grace.

– ¿Va todo bien?

Ella asintió con la cabeza, y Frankie le quitó su bolso de viaje a Dillon.

– Yo llevaré este…

Grace cogió su chaqueta del sofá cuando su hija se marchó.

– Cuéntame. ¿Cómo es de seguro ese sitio?

– Es el lugar más seguro que he sido capaz de conseguir. Trasladaré a la mayor parte del equipo al rancho para que os protejan a las dos. He hecho el papeleo bajo cuerda, y excepto por los caballos, el rancho es autosuficiente, así que no tendremos a los lugareños rondando por ahí.

– ¿Por qué un rancho?

– Te dije que haría que Frankie se sintiera lo más cómoda posible.

Grace lo miró fijamente a la cara con los ojos entrecerrados.

– Pero hay algo más, ¿no es así?

Las comisuras de los labios de Kilmer se levantaron.

– Me conoces demasiado.

Ella se puso tensa.

– ¡Dios bendito!, realmente vas a intentar conseguir la Pareja.

– No, mientras ello te afecte.

– Estás loco. Perdiste tres hombres en El Tariq hace nueve años. ¿No es suficiente?

– Demasiado. Incluso uno habría sido demasiado. Ésa es la razón de que no me rinda. Eran mis hombres, y no los saqué a tiempo. Tú escapaste, pero llevas años escondiéndote de ese bastardo, con miedo a hacer una vida normal. Él podía aparecer en cualquier momento y quitarte todo lo que has construido. Incluida tu vida y la vida de Frankie. No voy a consentir que esa amenaza penda sobre tu cabeza más tiempo. -Hizo una pausa-. No voy a permitir que Marvot siga sentado, exultante, dirigiendo su pequeño imperio. Lo va a perder todo, y luego lo mataré. Y voy a empezar por la Pareja. -Las últimas palabras fueron dichas sin ninguna expresión, pero con absoluta convicción.

Marvot muerto. La mera idea hizo que una oleada de satisfacción feroz inundara a Grace.

– Sigues odiando a ese hijo de puta. -Kilmer estaba estudiando su expresión-. Recuerdo la época en que eras incapaz de decidir a quién tenías más ganas de matar: si a mí o a Marvot.

– A Marvot. Pero por un pelo. Él mató a mi padre, pero tú me impediste salvarlo.

– Y lo volvería a hacer. ¿Cómo conseguiste evitar ir a por Marvot todos estos años?

– Frankie. -Intentó eliminar la confusión emocional que la ira contra Marvot había encendido. No había cambiado nada. La razón de que tuviera que huir y esconderse, y dejar que Marvot hiciera lo que quisiera seguía estando presente y siendo válida-. Estoy fuera de eso. No te ayudaré.

Kilmer enarcó las cejas.

– ¿Quién te lo ha pedido?

– Crane.

– Yo no soy Crane. No quiero tu ayuda. -Le hizo un gesto para que lo precediera-. Sólo quiero que las dos estéis a salvo. Me he ocupado de los negocios bastante bien toda mi vida sin ti, Grace. La Pareja no será diferente.

– Bueno. -Ella pasó junto a él y se dirigió al ascensor-. Porque nos iremos en el mismo instante en que detecte cualquier indicio de que vas detrás de la Pareja mientras Frankie está en ese rancho.

– ¡Robert! -Frankie bajó del coche de un saltó y echó a correr por el asfalto hasta donde Robert Blockman esperaba de pie junto al hangar. Lo abrazó montando un escándalo-. ¿Por qué estás aquí? Creía que tú…

– Y yo también. -La cogió en brazos y la hizo girar en el aire-. Pero pensé en lo mucho que me necesitas para pasar de cinturón marrón a cinturón negro. Si dejo que pase demasiado tiempo, perderás todos tus movimientos. Así que he decidido acompañaros.

– ¡Fantástico! -Frankie lo abrazó de nuevo y se volvió hacia Grace-. ¿No es fantástico, mamá?

Ella asintió con la cabeza.

– No querríamos que perdieras tus movimientos. -Buscó la mirada de Robert por encima de la cabeza de su hija-. Pero tú tienes mucho más que perder que su hija. A menos que Crane haya cambiado de idea.

Robert negó con la cabeza.

– Se me dijo que me ocupara de mis asuntos cuando intenté hablar con él. -Sonrió a Frankie-. Y puesto que recientemente he recibido una oferta de negocios difícil de rechazar, seguí su consejo. -Miró a Kilmer-. Llamé a Stolz, mi contacto en la oficina central de Langley, y está intentando rastrear la filtración que llevó a Kersoff hasta Grace.

– ¿Con qué tiempo contamos?

Robert se encogió de hombros.

– No lo sé. -Cogió a Frankie de la mano-. Subamos al avión. He traído el último concierto de Sarah Chang en DVD. Pensé que quizá querrías verlo.

– Sí que quiero. -Entusiasmada, la niña asintió con la cabeza, mientras se dirigía hacia el avión al lado de Robert-. ¿Sabes?, ella empezó tan pronto como yo. Pero en realidad dio su primer concierto con la Filarmónica de Nueva York cuando tenía ocho años. No creo que eso me gustara; sería una molestia. Quizá más adelante…

Grace se volvió a Kilmer en cuanto Frankie y Robert se alejaron lo suficiente para que no les oyeran.

– ¿Por qué?

– Te prometí que Frankie tendría una protección cómoda. Robert forma parte de su vida.

– ¿Así que le has apartado de una pensión del Estado?

– No sufrirá por ello, y lo único que hice fue agitar la zanahoria; quien la agarró fue él. Está preocupado por ti y por Frankie, y estaba preparado para probar algo nuevo y diferente.

– Estar en tu equipo satisface sin duda los requisitos -dijo Grace con aspereza-. Si es que no consigues que lo maten antes.

– Prometo que no haré de David ni él de Uria -murmuró-. Da igual lo tentado que me sienta.

– David y Uria. -Grace arrugó la frente intrigada-. ¿Quiénes eran…?

– No importa. -Kilmer se dirigió a grandes zancadas hacia el avión-. Salgamos de aquí.

David y Uria.

Entonces lo recordó. Según la Biblia, el rey David había enviado a la muerte a Uria, esposo de Betsabé, porque deseaba a su mujer.

Lujuria.

No, no pensaría en las palabras de Kilmer.

¡Por Dios!, pero ¿cómo diablos podía dejar de pensar en ello? El comentario había desencadenado unos recuerdos a los que siguió una sensualidad cosquilleante, como la oscuridad acompaña a la noche.

Kilmer la había hecho recordar a propósito. Sutil hijo de puta. Había querido que supiera que, por lo que a él respectaba, su historia no estaba terminada. Y había dejado caer aquella referencia a la pasión bíblica que había resultado devastadora, y que la había obligado a asociar con el frenesí sexual que habían…

Alto.

Él no era David, ni ella ninguna tontita mujer bíblica que se bañase en las terrazas. Lo que había habido entre ellos se había acabado.

Grace sólo tenía que asegurarse de que siguiera así.

El rancho era la Barra Triple X. El nombre estaba estampado en el poste de madera que había junto al portón.

– Déjame abrir el portón. -Frankie saltó fuera del coche. Entonces se detuvo y levantó la cabeza-. Hace más frío aquí que en casa. -Su mirada se movió hacia la inhóspita grandiosidad de las montañas Grand Tetón-. Es precioso. Realmente precioso. Pero es diferente… -Arrugó el entrecejo, intentando encontrar las palabras precisas-. El rancho de Charlie era como un dulce poni, y esto es… como un potro salvaje desbocado. -Se rió entre dientes-. Eso es. -Abrió el portón de par en par, esperó a que el coche cruzara la entrada, cerró de nuevo el portón y se volvió a subir al coche-. Pero, aunque es diferente, es interesante, ¿verdad, mamá? Y tú has domado a muchos potros salvajes desbocados. Estabas a punto de domar aquel potro de dos años, pero… -Su sonrisa se desvaneció-. Entonces ocurrió todo.

– Lo haré cuando volvamos. -Grace la rodeó con el brazo-. Pero tienes razón, esto es diferente. Tendremos que ver qué podemos hacer aquí. -Se volvió hacia Kilmer-. No he visto ninguna medida de seguridad.

– Llegarán aquí esta noche en avión. -Bajó la mirada hacia Frankie y sonrió-. Mañana tendrás a un montón de vaqueros paseándose por aquí.

Ella le devolvió la sonrisa.

– Pero no vacas. No he visto ninguna vaca.

– Apostaría a que algunos de esos vaqueros ni siquiera han visto jamás un caballo -dijo Dillon con una sonrisa burlona-. Eso espero. No quisiera ser el único. -Detuvo el coche delante de la casa de ladrillo de dos plantas y se apeó-. Cogeré las bolsas. Al menos, como mula de carga soy bueno.

– Te ayudaré. -Robert cogió la bolsa de lona y dos maletas y siguió a Dillon escaleras arriba-. ¿Qué dormitorios, Kilmer?

– Frankie y Grace tiene el primero que hay nada más subir las escaleras. Los otros están pendientes de asignar. Cuando terminéis, ¿me haríais el favor de comprobar el establo? Y no os olvidéis del pajar.

– Por supuesto. -Robert desapareció dentro de la casa.

Frankie salió del coche y echó a correr para pararse en el porche.

– Precioso -murmuró-. Y escuchad el viento… está cantando.

– ¿Ah, sí? -Kilmer se puso en cuclillas a su lado-. ¿Y qué es lo que canta?

– No sé. -Frankie miró las montañas con aire soñador-. Pero me gusta… -Se sentó en los escalones-. ¿Puedo quedarme aquí un rato, mamá?

– Sí no te vas por ahí, sí. -Grace le alborotó los rizos al pasar por su lado-. Media hora.

– Vale.

– Si quieres, iremos a echar un vistazo a los caballos en cuanto el establo haya sido inspeccionado -le ofreció Kilmer mientras sacaba el teclado de Frankie del asiento trasero, donde ella había insistido en tenerlo, y subía los escalones del porche.

La niña negó con la cabeza.

– Ahora no. -Se recostó contra el barandal del porche, con la mirada fija en las montañas-. Sólo quiero sentarme aquí fuera y escuchar…

– ¡Cómo no! -dijo Kilmer mientras sujetaba la puerta para que pasara Grace-. Conocer a los caballos puede esperar.

Grace pensó que la decoración interior respondía más a la casa de un cantero excelente y apacible que a la típica del oeste. Una enorme chimenea de piedra ocupaba toda una pared, frente a la cual descansaba un cómodo sofá tapizado en pana beige. Había varios cómodos sillones de piel diseminados por la estancia, y junto a uno de ellos se alzaba una espléndida lámpara de suelo Tiffany.

– Precioso.

– Me alegro de que lo apruebes. -Kilmer estaba subiendo las escaleras con el estuche del teclado de la niña-. Hay cuatro dormitorios. Os he puesto a ti y a Frankie en el primero.

– Tal vez debieras dejar el teclado aquí abajo; va a quererlo enseguida.

Kilmer se volvió para mirarla.

– ¿El viento canta?

– Quizá. -Grace se encogió de hombros-. O tal vez se trate de otra cosa. Estuvo hablando de que necesitaba el piano anteanoche, incluso antes de que supiera lo de Charlie.

– Es la primera vez que he visto esa faceta suya. -Se dio la vuelta y miró con aire pensativo hacia la puerta-. Es interesante. Tan pronto es una niña loca por los caballos como al momento siguiente… Interesante.

– Todo es Frankie. He procurado asegurarme de que una parte de ella no desequilibre a la otra. -Grace empezó a subir las escaleras-. Por ejemplo, no le está permitido dejar de hacer los deberes porque esté jugando con una melodía.

– El paraíso prohibido.

Ella lo miró con hostilidad.

– Eso es importante. Sí, tiene que ser estimulada, pero formar una personalidad fuerte es igual de trascendente.

– Yo diría que tiene un carácter condenadamente fuerte. -Levanto la mano-. No te estoy criticando. Has hecho una labor increíble, y no tengo ningún derecho a interferir.

– Cierto.

Kilmer sonrió.

– Pero ¿puedo decir que siento cierta dosis de orgullo porque mi parte de genes te proporcionara el material con el que trabajar?

– Puedes decírmelo a mí… Mientras no se lo digas a Frankie. -Grace pasó por su lado y siguió subiendo las escaleras-. ¿También viene Donavan mañana?

– No, le tengo vigilando a Marvot. Él fue el que me dio el chivatazo de que Kersoff era uno de los jugadores que aparecieron por el complejo de Marvot. No lo retiraré hasta que lo necesite aquí.

– ¿Y a quién más invitó Marvot a intentar conseguir la recompensa?

– A Pierson y a Roderick. Éstos eran los grandes jugadores, pero estoy seguro de que Marvot abrió la cacería a varios peces más pequeños. Quería estimular la competición lo suficiente para garantizarse que conseguiría lo que quería.

– Bastardo.

– Sí. Pero el hacerlos competir, acabó siendo una suerte para nosotros. Ninguno se iba a arriesgar a que uno de los otros descubriera que te había encontrado antes de atraparte realmente y llevarte ante Marvot.

– O entregarle nuestras cabezas en una cesta.

Kilmer asintió con la cabeza.

– En cualquier caso, eso nos dio tiempo para escapar, puesto que ninguno informaba directamente a Marvot. -Se dio la vuelta y volvió a bajar las escaleras con el teclado-. Lo pondré junto al sofá del salón. Supongo que debería haber conseguido un piano.

– Tiene suficiente con el teclado. -Grace se detuvo en lo alto de la escalera para volver a mirarlo-. Me dijiste la cantidad de la recompensa que Marvot puso por mí y por Frankie. ¿Qué precio ha puesto a tu cabeza?

– El suficiente para montar un pequeño reino. -Se incorporó y se dirigió de nuevo hacia el porche-. Está un poco furioso conmigo. Imagínatelo.

Un escalofrío recorrió a Grace. ¿Por qué diablos Kilmer no le había dado la espalda a Marvot como había hecho ella? No, tenía que atrincherarse y esperar su ocasión y arriesgarlo todo.

Pero ¿le había dado ella realmente la espalda a Marvot? Aquella oleada de pura ferocidad que había sentido la había vuelto a coger por sorpresa.

Los sentimientos no eran acciones.

Era decisión de Kilmer seguir adelante. Lo único que a ella le preocupaba era mantener a Frankie a salvo.

El dormitorio que Kilmer le había indicado tenía dos camas descomunales cubiertas por unos edredones con flores bordadas. El gran ventanal, que iba de pared a pared, dejaba ver la misma impresionante vista de las montañas que había embelesado a Frankie.

Se acercó a la ventana y miró hacia el cercado. Un rucio y un zaino correteaban perezosamente por la zona. Bonitos caballos. Una osamenta pequeña. ¿De sangre árabe?

La Pareja de ojos azules de El Tariq eran árabes blancos, recordó de repente. Espléndidos en todos los aspectos físicos, y aquellos ojos azules los hacían aún más insólitos.

Y listos. Muy listos. Nunca había tratado con unos caballos más listos ni más receptivos. Habían parecido percibir cada pensamiento y cada emoción de Grace.

Y ella había llegado a conocerlos. Había sido una experiencia tonificante estar con la Pareja. Al principio, había parecido imposible pensar en ellos por separado; para ella y para todos los demás en el Tariq fueron siempre la Pareja. Pero hacia el final, había sido capaz de empezar a distinguirlos, de hacerlos responder como seres individuales. Se habían mostrado retozones y nerviosos y completamente fascinantes. ¿Seguirían así? Tendrían ya casi diez años…

Dejar de pensar en ellos.

Le había dicho a Kilmer que no quería tener nada que ver con la Pareja, y lo había dicho en serio. Era demasiado peligroso, y ellos ya le habían salido demasiado caros.

Se apartó del ventanal, puso la bolsa de lona encima de la cama y descorrió la cremallera. En cuanto terminara de deshacer las bolsas, se daría una ducha y bajaría a la cocina para ver qué podía encontrar para hacerle la cena a Frankie. Su hija solía ser una buena comedora, pero durante aquellos períodos de creatividad se abstraía un poco, y había que recordarle que comiera.

Pensándolo mejor, desharía una de las bolsas, pero dejaría la otra hecha y preparada para viajar. Confiaba en la eficiencia de Kilmer, pero no en la apacibilidad de las circunstancias. Siempre era mejor prepararse para lo peor y esperar lo mejor.

El Tariq, Marruecos

– Creemos que Kersoff localizó a la mujer y a la niña -dijo Brett Hanley cuando entró en el zaguán acristalado-. En Alabama.

Marvot levantó la vista de la partida de ajedrez que estaba jugando con su hijo de diez años.

– ¿Cuándo estarían por aquí?

– Bueno, eso no es exactamente… No fue una misión del todo satisfactoria.

Marvot movió su pieza.

– Jaque mate. -Arrugó el entrecejo-. Guillaume, siempre te digo que tengas cuidado con tu reina. Bueno, vete y piensa en los errores que has cometido. Esta tarde quiero que me digas cómo podrías haber ganado esta partida.

– No estoy seguro… -Los ojos de Guillaume se llenaron de lágrimas-. Lo siento, papá.

– Sentirlo no es suficiente. -Ahuecó una mano con dulzura en la mejilla del niño-. Escucha, debes concentrarte y mejorar, para que pueda sentirme orgulloso de ti. Eso es lo que quieres, ¿no es así?

Guillaume asintió con la cabeza.

– Y me sentiré orgulloso. Mejoras a cada partida. -Marvot abrazó al niño, tras lo cual le dio una palmadita en el trasero-. Ahora ve a hacer lo que te he dicho. -Observó cómo el niño salía corriendo-. ¿Qué absurdidad intentas transmitirme, Hanley?

– Kersoff ha desaparecido.

– Entonces, ¿cómo sabes que la encontró? Y lo que es más, ¿cómo sabes que fracasó?

– La mujer de Kersoff, Isabel, me llamó hace una hora. Me dijo que él había encontrado a la mujer y que planeaba terminar el trabajo hace dos noches. Pero no ha tenido noticias de él desde primeras horas de la noche de marras. Hice unas cuantas averiguaciones y me enteré de que en una pequeña granja de Tallanville, Alabama, vivían una mujer y una niña de las edades adecuadas. El propietario de la granja sufrió un accidente de tráfico la noche en cuestión, y la mujer, Grace Archer, y su hija han desaparecido.

– ¿Y se supone que Grace Archer es nuestra Grace Stiller?

Hanley asintió con la cabeza.

– Puede que Kersoff venga de camino para entregármelas.

– La esposa de Kersoff estaba… estaba sumamente preocupada. -Hanley sonrió con sarcasmo-. Me preguntó si usted le pagaría por proporcionarle el nombre del informante de su marido que había localizado a Grace Archer. A todas luces estaba más preocupada por perder el chollo que por la desaparición de su marido. ¿Qué he de hacer?

– Ve a verla. Tienes buen criterio; utilízalo. Sabrás si sólo intenta exprimirme. Si crees que sabe algo de valor, averigua qué es.

– ¿Y si no?

– Ya sabes que odio a la gente que intenta extorsionarme. Como te he dicho, actúa según tu criterio. -Marvot se concentró en las piezas del ajedrez-. ¿Cuántos hombres tenía Kersoff?

– Tres.

– ¿Y crees que Grace Archer pudo encargarse sola de todos ellos?

– Era muy buena. Usted mismo me lo dijo.

– Pero cuatro hombres, y siendo cogida presumiblemente por sorpresa… Sería difícil, a menos que tuviera ayuda.

– ¿Kilmer?

– Es lo que esperaba que sucediera. Es posible. Cuando averigüé que esa zorra había tenido una hija de Kilmer, se me abrió una puerta. Sé la fuerza que un hijo puede ejercer sobre un hombre. Si algo pudiera hacer que me desprotegiera, sería eso.

– Pero ¿es la mujer a la que realmente quiere?

– A quien he de tener es a la mujer. Es verdaderamente increíble con los caballos. Durante un tiempo pensé que iba a ser mi solución al rompecabezas. Y todavía creo que hay una posibilidad. He tenido que ser paciente durante muchísimo tiempo, pero sabía que acabaría encontrándola. Y es evidente que sigue siendo tan mortífera como lo era hace nueve años. -Recogió las piezas que le había ganado a Guillaume durante la partida-. Aunque siempre tienes que estar atento a la reina.

– ¿Puedo ayudar? -Kilmer estaba en la entrada de la cocina. Miró la sopa que hervía en el luego-. Supongo que no. Parece que lo tienes todo bajo control. No recordaba que supieras cocinar.

– Aprendí. Frankie tiene que comer. -Grace sacó unos cuencos del armario de la cocina-. Y cualquiera puede abrir una lata de sopa y meter pan de ajo en el horno.

– Sigue sentada en el porche. ¿Crees que podrás hacerla entrar para comer?

– Sí. Le diré que tiene que comer porque tenemos que ir al establo a inspeccionar a los caballos. ¿Sabes algo sobre ellos que le pueda contar?

– El rucio semental tiene dos años, y nunca ha sido domado. El zaino se supone que es dócil, y puede que sea una montura aceptable para ella. El negro es un poco temperamental, pero no es malo.

– ¿Cómo se llaman?

Kilmer se encogió de hombros.

– No lo pregunté. Podría llamar al propietario y…

– No importa. Es probable que a Frankie le guste bautizarlos ella misma. -Empezó a dirigirse hacia la puerta-. ¿Dónde está Robert? No le he visto desde que llegamos.

– Le dije que cogiera el jeep e hiciera un pequeño reconocimiento de la zona. Supuse que no pasaría nada.

– No. -Grace sacó del horno la bandeja del pan de ajo-. ¿Qué le prometiste para conseguir que dejara su trabajo?

– Una conciencia tranquila respecto a ti y Frankie. -Kilmer le entregó un plato para que pusiera el pan-. Y dinero suficiente para asegurarle una vejez muy confortable.

– Entonces te debe de ir muy bien.

– Sí, siempre me va bien cuando confío en mis propios recursos. Sólo tengo problemas cuando deposito mi confianza en otros.

– Mi padre no…

– No me estaba refiriendo a nadie en particular. En realidad, estaba pensando en los tres años que pasé vinculado a la CIA. Fueron varias las ocasiones en las que me vi maniatado. -La miró a los ojos sonriendo-. Y desperdicié mi tiempo entrenando a los novatos que me enviaban.

Grace apartó la mirada.

– ¡Qué pena!

– En absoluto. Mereció la pena. Tú me compensaste por todos los demás.

– ¿De verdad? -Ella se obligó a mirarlo de nuevo-. Por lo que veo, no fuiste capaz de convencer a ninguno más de que se acostara contigo.

– Tampoco lo intenté. North sólo me mandaba aprendices masculinos antes de enviarte a ti, y la verdad es que no me atraen demasiado. -Su sonrisa se desvaneció-. Tampoco lo intenté contigo, Grace; ocurrió y punto. Fue como una explosión subterránea. La primera vez que te vi sentí una onda expansiva dentro de mí, y entonces se desató la tormenta.

A ella le había sucedido lo mismo. Había sido tan pretenciosa, había estado tan segura de sí misma y de lo que quería de la vida. Y entonces había conocido a Kilmer y la marea la había engullido.

– Sí, así fue. Pero yo también sentí la onda expansiva después de dejarte. Estaba embarazada. Y para mí no había acabado.

– Grace, pensé que era seguro. Tú me dijiste…

– Sé lo que te dije. Mentí. Estaba enloquecida. Quería tener al bebé, y en ese momento no me importaba nada más.

– Lo siento…

Ella alzó la barbilla.

– Yo no. Tuve a Frankie. ¿De qué diablos tendría que lamentarme? Tú eres el que deberías lamentarlo. Te has perdido esos ocho años sin ella, y ni siquiera supiste lo que te estabas perdiendo.

– Lo sabía. North me dijo que estabas embarazada al día siguiente de que se lo dijeras.

Grace torció los labios en una mueca.

– Y acudiste corriendo a mi lado.

– No. ¿Y te gustaría saber por qué?

– Porque era un inconveniente. No querías a una amante embarazada.

Kilmer ignoró la dureza de su respuesta.

– Marvot te quería. Habías conseguido más que nadie con la Pareja. Te estuvo buscando por todos los rincones del globo. Y yo no podía encontrar un lugar seguro para ti. Estaba huyendo, y había perdido a la mitad de mi equipo en la incursión para apoderarnos de la Pareja. Sabía que me iba a llevar un tiempo volver a levantarlo todo. Así que llegué a un acuerdo con North.

– ¿Un acuerdo?

– Me prometió que os metería a ti y al bebé en el programa de protección de testigos con un guardaespaldas apostado en tu puerta. La CIA podía ofrecer más protección de la que yo era capaz en ese momento. Así que acepté el trato.

– ¿Y qué le diste tú a cambio?

– Le hice un trabajo muy sucio en Irak y le prometí que no iría a por Marvot mientras os tuvieran bajo su protección.

– ¿Qué no irías a por él? -Grace arrugó el entrecejo-. La CIA quería detenerlo. Nos dieron permiso para eliminarlo, si intentaba impedirnos robar a la Pareja.

– Pero los vientos de la opinión política habían cambiado incluso antes de que hiciéramos la incursión. Es evidente que Marvot tenía en nómina a varios políticos del Congreso, los cuales se dedicaron a obstaculizar la marcha de la Agencia.

– ¿Políticos? ¿Qué diablos tenía que ver el Congreso con un sinvergüenza como Marvot?

– Evidentemente, bastante, por lo que he averiguado gracias a las fuentes de Donavan, Marvot estaba contribuyendo más que generosamente a los fondos de campaña de varios senadores, a fin de influir en ellos para que se pasaran al lado oscuro. Se estaba produciendo un gran enfrentamiento en el Congreso, y todo en torno a lo que estaba ocurriendo en El Tariq. Los políticos cambiaban de opinión permanentemente, y en uno de esos cambios, varios miembros del Congreso presionaron a la CIA para que realizara la incursión en El Tariq. -Levantó la mano cuando Grace empezó a hablar-. Lo sé. Lo del asalto tuvo tanto sentido como cualquier otra cosa. Cuando se nos ordenó ir a por ellos, ambos nos preguntamos por qué la CIA quería a la Pareja. Pero como zánganos conscientes de sus deberes, obedecimos las órdenes.

– Lo tuyo no tiene nada que ver con ser consciente del deber.

– Antes al contrario, considero que hacer bien mi trabajo es un deber irrevocable. No estoy diciendo que no habría hecho preguntas después de que nos hubiéramos apoderado de los caballos. -Hizo un encogimiento de hombros-. Pero no tenía elección. Todo se fue al garete. Y durante varios años, no estuve en condiciones de seguir el asunto. -Hizo una pausa-. Pero yo nunca olvido, Grace.

No, no olvidaba nunca, y era implacable cuando se trataba de conseguir lo que quería.

– ¿Y el Congreso cambió sin más su opinión sobre Marvot?

– Probablemente con la ayuda de un extraordinario aumento del dinero destinado a sobornos. Lo único que pudo averiguar Donavan fue que en esa época se produjo un cambio definitivo que beneficiaba a Marvot. Luego, años más tarde, sucedió lo del once de septiembre, y todo se sumió en el desconcierto. Voy juntando las piezas poco a poco. Estoy seguro de que North pensaba que, si presentaba al Congreso un hecho consumado, lo secundarían. No ocurrió tal cosa. Fracasamos. Así que se permitió que Marvot siguiera en El Tariq y metido en una docena de asuntos sucios a escala internacional.

Grace sacudió la cabeza.

– No.

– Es la verdad. Pregúntale a North. Aunque no estoy seguro de cuánta verdad se le permitiría contar en estos tiempos.

– No puede ser cierto. Crane quería utilizarme de cebo para cazar a Marvot.

– Entonces, tal vez Crane sea el hombre de Marvot, y quería entregarte a él. O no conoce la fuerza de los grupos de presión del Congreso que podrían echarle de su puesto. -Kilmer se encogió de hombros-. En cualquier caso, no podía permitirle que te tuviera en sus manos de nuevo.

– ¿Permitir? Eso es decisión mía, Kilmer.

– No, te dejo que decidas libremente en lo tocante a Frankie. -Puso mala cara-. Aunque me está resultando cada vez más difícil. No tienes nada que elegir en absoluto acerca de si las dos vais a vivir o a morir. Y lucharé contigo con uñas y dientes a ese respecto. Vais a vivir. -Se dirigió hacia la puerta-. He esperado demasiado, para ahora dejarme engañar.

– ¿Qué diablos crees que vas…?

Kilmer se había ido.

Y ella estaba temblando. ¿De ira? ¿De indignación? ¿Del susto? Su reacción era una mezcla de las tres cosas. Durante todos esos años había creído que la CIA la protegía porque eran los responsables de que tuviera que estar huyendo de Marvot. Que se debiera a un acuerdo al que habían llegado con Kilmer había sido toda una sorpresa. ¡Maldición!, no quería deberle nada. Y él no tenía ningún derecho a pensar que podía tomar cartas en el asunto y dirigir su vida. Había aceptado su protección por Frankie, pero no habría…

Respiró profundamente. Tranquilidad. Kilmer siempre le despertaba reacciones de las que ninguna otra persona era capaz. Ella no podía permitir que volviera a ocurrir. Tenía que pensar con claridad sobre el contenido de las palabras de Kilmer. Si lo que decía era verdad, entonces ella no podría confiar en la CIA ni aunque llegara a un acuerdo con ellos.

Y no dudaba que fuera verdad. Kilmer jamás le había mentido. Era una de las virtudes que más admiraba de él. Siempre podría contar con una sinceridad sin ambages, si la pedía. Otrora, la había hecho sentir segura saber que aquella sinceridad era una roca a la que ella podía aferrarse en medio de la violencia que los rodeaba.

– ¿Eso es para Frankie? -Robert estaba en la entrada, mirando el plato-. ¿Quieres que vaya a buscarla?

Grace negó con la cabeza.

– Iré yo. -Hizo una pausa-. Bueno, ¿encontraste algún lobo en esas colinas?

– Sólo de los de cuatro patas. Y guardando las distancias. Kilmer no esperaba realmente nada más. Sólo está teniendo cuidado.

– Y aceptas sus órdenes. ¿Eso no te molesta?

Robert lo pensó antes de contestar.

– No. Es educado y sabe lo que está haciendo. Me pagó muy bien por unirme a su equipo. Tiene derecho a dar órdenes. -Ladeó la cabeza-. Tengo entendido que hubo un tiempo en que te daba órdenes. ¿Te importaba?

Ella apartó la mirada.

– No, tienes razón. Sabe lo que se hace. -Grace se dirigió a la puerta-. Debo hacer entrar a Frankie. Se le enfriará la comida.

– Dará igual. Ni siquiera la saboreará. Recuerdo que en una de nuestras noches de pizza tenía esa misma mirada. Hubiera dado lo mismo que no estuviéramos allí. -Hizo una pausa-. Me alegro de que haya encontrado algo en lo que ocupar su mente. Pensé que seguiría dándole vueltas a las cosas.

– Sigue pensando en Charlie. Lo está digiriendo a su manera, nada más. Es lo que hacemos todos, ¿verdad? -Grace pasó por su lado y un instante después estaba en el porche. El sol se estaba poniendo, y las nubles teñidas de rosa y lavanda que se sostenían sobre las montañas ofrecían una vista magnífica.

– ¿Frankie?

La niña la miró por encima del hombro.

– Bonito, ¿eh, mamá?

– Eso es quedarse corto. -Grace se sentó en el escalón, al lado de su hija-. Hermoso. Pero es hora de comer algo. ¿Te parece bien sopa y pan de ajo?

– Excelente. -Frankie volvió a mirar la puesta de sol-. No tenemos montañas así en casa. Apuesto a que a él le habría gustado esto.

– Estoy segura de que sí. Pero a él le iban los ponis mansos, no los potros salvajes desbocados. Esos siempre me los dejaba a mí.

– Estaba pensando… Apuesto a que no fue así toda su vida. Él luchó en la Segunda Guerra Mundial, y eso debió de haber sido como montar un potro salvaje.

– Peor.

– Así que tal vez sólo se aficionó a la dulzura al hacerse mayor. Quizá, cuando era más joven, le gustaba el retumbar de los platillos, en lugar de los violines; Tschaikowski, y no Brahms.

– Podría ser. -Grace le echó el brazo por los hombres-. ¿Adónde quieres ir a parar, cariño?

– Sólo he de esmerarme. Tiene que ser adecuada para Charlie. ¿Te acuerdas cuando te dije que había vuelto a oír la música que era sólo como un susurro?

– Sí.

– Creo que quizá fuera Charlie.

Grace se quedó inmóvil.

– Charlie ya no está con nosotros -dijo su madre con dulzura.

– Pero quizá él sea como la música. No sabes de dónde viene, pero eso no significa que no esté allí. ¿No crees que quizá podría ser cierto?

– Creo que todo es posible. -Grace se aclaró la garganta-. Y creo que a Charlie le gustaría la idea de que lo compares con tu música.

– No, no es mía; es suya. -Volvió a desviar la mirada hacía la puesta de sol-. Ésa es la razón de que tenga que ser adecuada. Los potros salvajes y los ponis mansos, y los platillos, y todo lo que Charlie… Tiene que ser apropiada.

– Puedo entender eso. -Podía entender algo más que el cuadro que Frankie le estaba dibujando. Le había dicho a Robert que su hija lidiaría con su dolor a su manera, pero jamás habría imaginado que sería con aquel regalo para Charlie. O quizá no fuera más que el último regalo que aquel viejo amigo le hacía a Frankie. En cualquier caso, era conmovedor, hermoso y perfecto-. ¿Puedo ayudar?

La niña negó con la cabeza.

– Viene poco a poco. Es un susurro, pero ahora es más fuerte. -Se puso de pie de un salto-. Estoy hambrienta. Vamos dentro y cenemos, y luego vayamos a ver los caballos.

Frankie volvía a ser la niña de siempre, y Grace lo aceptó con gratitud. No sabía cuánto tiempo más habría sido capaz de mantener la compostura.

– Me parece una idea fantástica. Tendremos que calentarla un poco en el microondas.

– Lo haré yo. Tú espera aquí. -Frankie se dirigió a la puerta-. Sólo quería hablar contigo. Hace que las cosas se aclaren… -Las últimas palabras quedaron flotando en el aire mientras la niña entraba corriendo en la casa.

¿Aclaren?

Le pareció que su hija entendía las cosas con una claridad meridiana. No hay mejor verdad que la que se ve a través de los ojos de un niño.

Miró el crepúsculo una vez más. El sol casi se había ocultado, desapareciendo detrás de un laberinto de intenso violeta. Ya no había ningún viento. Al menos, ella no podía oírlo. Quizá estuviera allí, cantando todavía entre los pinos.

Y probablemente Frankie pudiera oírlo.

Capítulo 6

– ¿Cuál prefieres? -le preguntó Frankie mientras miraba fijamente los caballos, entusiasmada-. A mí me gusta el rucio.

– Es magnífico. Pero está sin domar, así que tendrás que esperar a que pueda ponerme a ello.

– No pasa nada. Me gustan todos. -Frankie alargó la mano con prudencia para acariciar al zaino. La yegua bajó la cabeza para recibir la caricia de la niña y relinchó suavemente-. Y a éste también le gusto yo.

– Entonces, hemos de asegurarnos de que os conozcáis mejor.

– ¿Cómo se llama?

– Kilmer no lo sabe. Así que los volveremos a bautizar nosotras mismas. ¿Cuál crees que le va?

Frankie ladeó la cabeza.

– Tiene una mirada suave, y parece que sabe cosas. Como aquella Gypsy que vimos en carnaval.

– ¿Gypsy, entonces?

Frankie asintió con la cabeza.

– Gypsy.

– ¿Quieres empezar a cuidar de ella por la mañana?

– A primera hora. ¿Podré montarla entonces?

– Siempre que esté yo delante para vigilar.

– Perdonen, señoras. -Dillon se acercaba por el pasillo en dirección a ellas-. Pero no van a tener que ocuparse de los caballos. Kilmer se apiadó de mí y ha hecho venir a algunos del equipo que están familiarizados con nuestros amigos equinos. -Sonrió burlonamente-. A Dios gracias.

– De todos modos, Frankie cuidará del caballo que escoja como montura.

La niña asintió solemnemente con la cabeza.

– Es como hay que hacerlo. El caballo te recompensa dejándote que lo montes, y tú recompensas al caballo cuidándolo. Gypsy tendrá que acostumbrarse a mí y saber que me preocupo por ella.

– Me disculpo -dijo Dillon-. No lo entendí. ¿Pasa algo si los chicos se ocupan de los demás caballos?

– Hasta que mamá dome al rucio. -Frankie le dio a Gypsy una última palmadita-. ¿Le has puesto nombre ya al rucio, mamá?

– Sigo pensándolo. Quizá me puedas ayudar. Es una gran responsabilidad poner nombre a un caballo… ¿Qué ha sido eso? -Al oír el estridente sonido, su mirada voló hacia el último compartimiento de la hilera-. Eso no es un caballo.

– No -dijo Dillon-. Es un burro. Se supone que tiene que mantener tranquilos a los caballos, pero éstos no parecen saberlo. Por lo que he visto esta tarde, pasan de él completamente.

Grace se puso tensa.

– Un burro -repitió. Empezó a avanzar lentamente por la hilera. No podía ser Cosmo. El rebuzno de un burro era prácticamente el mismo de un animal a otro-. Kilmer no mencionó nada de un burro. ¿Lo alquiló con el resto de los animales?

– Imagino que sí. O tal vez, no. Sólo habló de caballos. Puede que el burro sea una nueva incorporación.

– No creo que haya ninguna duda al respecto. -Grace se paró delante del pequeño burro gris-. La pregunta es: ¿cómo de nueva?

El burro la estaba mirando fijamente con agresividad. Levantó los labios y rebuznó, rociando a Grace con su saliva.

¡El imbécil de Kilmer! «Era» Cosmo.

Grace giró sobre sus talones.

– Tengo que ver a Kilmer. Quédese con Frankie y llévela a la casa cuando esté preparada. Te veré en la casa, cariño.

– De acuerdo. -La niña se volvió hacia Gypsy-. Creo que tiene las pestañas como una estrella de cine. Quizá como Julia Roberts. ¿Qué le parece a usted, señor Dillon?

– No acabo de verle el parecido -dijo el hombre-. Pero soy un admirador de Julia Roberts, y no me gustaría compararla con la cara de un caballo.

– Sólo las pestañas -dijo Frankie-. Y quizá los dientes. Ella también tiene unos dientes grandes y magníficos.

Fueron las últimas palabras que Grace oyó mientras salía como un torbellino del establo y se dirigía a la casa. Maldito Kilmer. Se lo había prometido, y allí estaba Cosmo, en aquel establo.

Subió los escalones del porche como una flecha hacia la puerta delantera.

– ¿Puedo ayudarte?

Grace giró en redondo. Kilmer era una borrosa figura en la oscuridad de la esquina más alejada del porche.

– ¡Cosmo, maldita sea! ¿Es que creíste que no lo reconocería?

– No, sabía que lo reconocerías de inmediato. Por eso te estaba esperando.

– ¿Cuándo lo conseguiste?

– Lo liberé hace seis meses.

– ¿Cómo?

– No fue fácil. Tuve que esperar a que llevaran a los caballos y a Cosmo al Sahara para su excursión anual. Lo sacaron a pastar en un oasis cuando se llevaron a la Pareja al interior del desierto. Tuve que cogerlo y calmarlo hasta que conseguí llevármelo. El condenado burro tiene la boca más ruidosa del planeta.

– Te podían haber matado.

– Consideré que valía la pena correr el riesgo. No estaba preparado para llevarme a la Pareja, pero pude llevarme a su compañero de cuadra. Cosmo es la única influencia tranquilizadora que aceptaría la Pareja, excepción hecha de ti. Sin él, estoy seguro de que los adiestradores deben estar pasando un infierno con esos caballos.

Ella también estaba segura de eso.

– Seis meses. Entonces no alquilaste este rancho para Frankie. Te estabas preparando para la Pareja.

– Confiaba en no necesitar jamás un escondite para ninguna de vosotras -dijo-. Pero habría sido una estupidez por mi parte no sacarle provecho a un lugar que había hecho seguro para la Pareja.

– No existe ningún lugar seguro para la Pareja. -Grace sacudió la cabeza con frustración-. No puedo creer que vayas a intentar hacerte con ellos. Es evidente que Marvot sabe que vas a ir. Te estará esperando. No puedes hacerlo.

– Puedo. Sólo tengo que ir paso a paso.

– Y Cosmo es un paso.

– Uno absolutamente detestable. -Sonrió-. Pero un paso al fin y al cabo. No te preocupes. No voy a dar ningún otro por el momento. Sería demasiado peligroso para vosotras.

– ¿Se supone que debo estarte agradecida?

Kilmer negó con la cabeza.

– Yo soy el que debe estarte agradecido. Sólo quería tranquilizarte respecto a Cosmo.

No estaba tranquila. Ese burro podría ser un pequeño paso, pero indicaba el impulso implacable que animaba a Kilmer. Se había tomado incluso la molestia de robar el compañero de cuadra de la Pareja. Se estaba preparando. Y tan pronto como ella y Frankie estuvieran fuera de escena, iba a ir a por ello.

Y probablemente consiguiera que lo mataran.

– Fantástico. -Grace se dio la vuelta y se dirigió a la puerta. Entonces se detuvo-. Me dijiste que habías cogido algo de Marvot que haría que se volviera lo bastante loco como para empezar a perseguirnos de inmediato. ¿Era Cosmo?

– No, era algo un poco más importante que Cosmo. Una de las informaciones que Donavan sacó a la luz para mí. -Sonrió-. Pero no tengo necesidad de compartirla contigo. No estás interesada en esto en absoluto.

– No, no lo estoy. -Y no se preocuparía por él. Kilmer se había desentendido de su vida, y menos mal que lo había hecho. Porque seguía yendo de aquí para allá, haciendo volar depósitos de municiones, rescatando a víctimas de secuestros y arriesgando su vida en cientos de situaciones diferentes. Su existencia era completamente distinta. Giraba en torno a Frankie y la vida, no la muerte. Si Kilmer seguía empeñado fanáticamente con hacerse con la Pareja, pues, bueno, que tuviera suerte.

La necesitaría.

El equipo de Kilmer llegó en helicóptero a la mañana siguiente.

– ¿Quiénes son ésos? -susurró Frankie cuando Kilmer salió a recibirlos al patio del establo-. Parecen… -Arrugó el entrecejo-. No creo que sean vaqueros.

– Estoy segura de que algunos lo son -dijo Grace-. ¿No te acuerdas? Dillon dijo que ayudarían con los caballos. -Sólo conocía a dos del equipo, Luis Vazquez y Nathan Salter El resto le eran extraños, pero reconoció el aire tranquilo y sobrio del que Kilmer parecía imbuir a todos los hombres que aceptaba en su equipo-. Ese hombre alto de la camisa naranja es Luis. Sabe mucho de caballos. Se crió en un rancho en Argentina. Es un gaucho. ¿Te acuerdas de que te hablé de los gauchos y sus bolas?

– ¿Puedo conocerlo?

– En cuanto Kilmer termine de hablar con ellos. -Casi habían terminado de hablar. Los hombres se estaban separando, moviéndose con rapidez e intención mientras recibían sus órdenes. Pocos minutos después el patio se había vaciado-. Bueno, supongo que ahora están ocupados.

– No son vaqueros -repitió Frankie de forma concluyente-. Y no son soldados. Pero por su aspecto parecen una mezcla de ambas cosas.

– No, son hombres que saben cómo protegernos. Así es como se ganan la vida. Puedes confiar en ellos. Te los presentaré hoy más tarde.

Frankie asintió con la cabeza.

– Pero ahora no. Tengo que sentarme y trabajar en el teclado.

– Por supuesto. Iré hasta el establo y me cercioraré de que saben cuidar adecuadamente de los caballos. -Grace levantó la mano-. Excepto de Gypsy. Tú y ella parecías llevaros bien esta mañana.

– Sí. -Frankie respondió con aire ausente mientras abría la puerta mosquitera-. Hasta luego, mamá.

– ¡Bueno! -En ese momento, Frankie no estaba prestando mucha atención a nada; estaba concentrada en la música. Grace la veía ya jugando mentalmente con las notas que se agolpaban en su cabeza-. Más tarde.

Kilmer estaba subiendo de nuevo los escalones del porche.

– ¿No vino Donavan?

– Te dije que estaba vigilando a Marvot.

– ¿Has tenido noticias de él últimamente?

– Desde que estamos aquí, no. Eso podría ser una buena señal. Le llamaré esta noche si no recibo noticias. -Estudió a Grace-. Estás preocupada por él.

– Siempre me gustó Donavan. Me salvó la vida una vez en Libia.

– ¿En serio? -Kilmer arqueó las cejas-. Nunca me lo dijo.

– No era asunto tuyo. Era algo entre nosotros dos.

– Si eso puso en peligro la misión, era asunto mío, ¿no?

– Vete al infierno.

Kilmer sonrió.

– Por lo que veo, la puso en peligro. Tendré que hablar con Donavan.

– ¡Por Dios!, fue hace nueve años.

– Donavan siempre sintió debilidad por ti.

En el equipo de Kilmer no se alentaban las amistades, pero era difícil no establecer lazos cuando tu vida dependía de los demás.

– No creo que puedas decir eso. Cuando me uní a ti, hiciste que Donavan me pusiera a prueba hasta que caí rendida.

– Y acabaste bien curtida. Me sentí orgulloso de ti.

Y su orgullo por ella lo había significado todo para Grace. Había estado decidida a hacer lo que fuera, a ejercitar su cuerpo hasta el límite de sus fuerzas, a conseguir su aprobación. ¡Dios santo!, qué ingenua había sido.

– Era joven y tonta. Pensaba que hacerlo bien por ti significaba algo. Supongo que padecía un caso de adoración mayúsculo.

– Lo sé.

– Bastardo engreído.

– ¿Por qué crees que hice que Donavan trabajara contigo? Nos habríamos acostado a la segunda noche de tu llegada si me hubiera encargado de tu entrenamiento yo mismo. ¡Mierda!, desde el momento en que te vi, me morí de ganas de tocarte. Sólo estaba siendo puñeteramente ético. -Se apartó-. Dio lo mismo. La cosa acabó de la misma manera una semana después. No soy de los que se resisten a ese tipo de tentaciones durante mucho tiempo.

Grace lo observó alejarse. Siempre le había gustado la manera de moverse de Kilmer, con todos los músculos respondiendo grácil y coordinadamente. En ese momento fue incapaz de apartar la vista. ¡Dios santo!, estaba ocurriendo de nuevo. Podía sentir el hormigueante calor en las palmas de las manos, la dificultad para respirar, el impulso de salir tras él y tocarlo.

Kilmer la miró por encima del hombro.

– Yo también -dijo él en voz baja-. ¡Joder! ¿No es así?

Grace abrió los labios para hablar y los volvió a cerrar de inmediato. Giró sobre sus talones y entró en casa.

Una vez dentro, se paró e intentó recuperar el resuello. ¡Por Dios!, no quería eso. Tenía una vida buena y equilibrada con Frankie. No quería zambullirse en aquel piélago de sensualidad que le había reportado un único y preciado bien. El resto había sido locura, una necesidad animalesca que la había hecho dudar de su fuerza de voluntad y su fortaleza. Había querido darlo y cogerlo todo sin que le preocuparan las consecuencias.

Ya no era así. Debía a Frankie una madre que tuviera la fuerza para combatir aquella debilidad que la había concebido. Y no estaba segura de si sería capaz de hacerlo sí permanecía allí, cerca de Kilmer. Necesitaba tiempo para levantar sus defensas.

¡Joder!, ¿y cuánto tiempo necesitaba?, pensó con repugnancia. Había tenido nueve años, y la barrera que había construido había sido derribaba en cuestión de unos cuantos días. Entonces, empieza de nuevo y no te acerques ni pienses en Kilmer ni en su aspecto ni en como se mueve ni…

Mantenerse ocupada. Tenía un caballo que domar. El rucio le permitiría prestar atención a otra cosa además de a sus sentimientos.

Y si no le prestaba atención, sería el semental el que la domaría a ella.

– Qué chico tan guapo eres -dijo Grace en voz baja acariciando con suavidad al rucio-. Has tenido una vida fantástica, ¿verdad? Corriendo y levantando tus pezuñas sin que nadie se atreviera a tocarte. Ojalá pudiera dejar que siguieras así. No hay nada más hermoso que un caballo en estado salvaje. Sólo con mirarte, mi corazón rebosaría de alegría. Pero la vida no es siempre buena para los caballos. Estarás más seguro si aprendes a llevarte bien con nosotros. Puedes fingir que es un juego. Haz lo que queremos que hagas durante un ratito todos los días. Luego puedes volver a hacer lo que te plazca. ¿Te parece justo?

El rucio se apartó de ella.

– Quizá no sea tan justo. Pero así es como tiene que ser. Y me aseguraré de que estés a salvo y seas feliz. Todavía no te hemos puesto un nombre. ¿Qué te parece si te llamo Samson? Era un tipo fuerte, y tampoco quería que lo domesticaran. Pero tú serás más listo que él. -Grace dio un paso hacia el caballo y le acarició el hocico-. Ahora escúchame, y te contaré lo que vamos a hacer los dos juntos. ¿Sientes lo mucho que deseo que seas feliz? Ya lo sentirás, Samson. Ya lo sentirás…

– Pensé que ella iba a domar al caballo -Robert se acercó hasta detenerse al lado de Kilmer en la cerca del corral-. La he estado observando desde el porche, y no ha hecho nada más que estar junto al animal y mirarlo.

Kilmer se sintió molesto. Podía permitir que Blockman estuviera allí, pero no tenía por qué gustarle la situación. Y no quería tenerlo revoloteando alrededor cuando intentaba concentrarse en Grace y el semental.

– Está haciendo algo. -No apartó la mirada de ella, que estaba delante del caballo, moviendo los labios con palabras que él no podía entender a esa distancia-. ¿Nunca antes habías visto cómo se doma un caballo?

Robert negó con la cabeza.

– No soy del tipo bucólico, precisamente. Nunca fui a la granja, excepto cuando me invitaban a comer. Sé que Charlie pensaba que Grace era una especie de sacerdotisa hechicera en lo concerniente a los caballos.

– Hombre inteligente. -Kilmer trepó a la valla y pasó la pierna por encima de la barra superior. Paciencia. Había sido él quien había decidido llevar a Blockman allí. Ahora tendría que aceptarlo y apechugar con ello-. La he visto en una o dos sesiones verdaderamente asombrosas. Los caballos parecen comprenderla.

– ¿Significa eso que no corcoveará?

Kilmer negó con la cabeza.

– Ella dice que eso es muy raro. Todos los caballos odian que se les restrinja su independencia. Pero si el caballo y ella han llegado a un entendimiento antes de que los monte de verdad, el proceso se acorta mucho.

– ¿Entendimiento?

Kilmer se encogió de hombros.

– Pregúntale a ella.

– Si no vamos a ver ningún fuego artificial, ¿por qué estás aquí?

Kilmer guardó silencio durante un instante.

– Porque si hay fuegos artificiales, el rucio podría matarla. Tengo que estar aquí. -Miró a Robert desafiante-. ¿Y por qué estás tú aquí?

– Para lo mismo -Robert apretó los labios-. Pero no estaba seguro de que el rucio supusiera realmente una amenaza. Grace siempre parece muy segura de sí misma rodeada de caballos.

– Es una amenaza. De otra manera, ella no estaría domándolo. Dice que un caballo sin brío, es un caballo sin corazón.

– Pareces conocerla muy bien -dijo Robert con lentitud-. ¿Cuánto tiempo estuvo en tu equipo?

– Seis meses.

– No es mucho.

Kilmer sintió que le invadía un sentimiento de irritación. Le lanzó una mirada gélida.

– Lo suficiente.

Robert estudió su expresión.

– Mira, no sé lo que hubo entre vosotros dos, pero no me voy a interponer. Por lo que veo, fuera lo que fuese lo que os llevarais entre manos, fue bastante fuerte. Si pensara que tuviera una oportunidad con Grace, me interpondría. Ella es una mujer especial. Pero no tengo ninguna posibilidad o la habría tenido antes de esto. Podría competir contigo, pero no con Frankie. Ella es demasiado para… -Se interrumpió-. ¿Es Frankie hija tuya?

Kilmer parpadeó cautelosamente.

– ¿Por qué piensas eso?

– La edad corresponde. Ocho años. Y estuvisteis juntos algún tiempo los meses previos a que Grace llegara a Tallanville. Empezaron a cuadrarme las posibilidades. Y después de que se me ocurriera eso, observé con detenimiento a Frankie. Se parece a Grace, pero hay algo de ti en la forma de sus ojos.

– ¿Lo hay? -Pillado de sorpresa, Kilmer se puso tenso-. No me había fijado.

– Yo sí. -Robert sonrió-. ¡Dios mío!, creo que te he cogido desprevenido.

Eso era justo lo que había hecho, pensó Kilmer. Había tenido mucho cuidado en evitar pensar en Frankie como alguien que le perteneciera. Había renunciado a ese privilegio cuando dejó que Grace la criara ella sola. Aunque no había podido reprimir el sentimiento de posesión que seguía sintiendo por Grace, ésta, por fuerza, sería una pasión recíproca; al final, dependería de la libre decisión de ella. Lo de Frankie era… distinto.

– ¿De verdad se parece a mí?

Robert asintió con la cabeza.

– Realmente sí.

– ¡Genial! -murmuró Kilmer-. Eso no va a cambiar nada.

– No. -Robert lanzó una mirada a Grace-. Creo que lo va a montar.

Kilmer volvió a clavar la mirada en Grace. Seguía hablando al caballo, con el pie en el estribo.

El rucio dio un respingo, y a punto estuvo de engancharla por el pie; ella liberó su bota justo a tiempo. Estaba sacudiendo la cabeza y riéndose. El animal la miraba con indignación. Grace empezó a acercarse a él de nuevo.

Tres veces intentó montarlo.

Tres veces el rucio respingó.

Grace lo intentó dos veces más.

El caballo respingó.

A la siguiente ocasión, el rucio se movió ligeramente, como sí se hubiera aburrido del juego.

Al siguiente intento, el caballo le permitió que se sentara en la silla con lentitud y sumo cuidado.

Kilmer contuvo la respiración.

El semental no se movía, pero él se dio cuenta de la tensión muscular en la ancas del animal.

Grace estaba inclinada sobre el cuello del caballo, murmurándole y dejando que se acostumbrara a su peso.

– Mira los ojos del caballo. Va a explotar -susurró Kilmer-. ¡Cuidado con él, Grace!

¡Maldición!, no parecía estar preocupada. Estaba acariciando al rucio y aparentaba una absoluta tranquilidad. Kilmer se puso tenso y se encontró preparándose para saltar de la valla e ir hacia ella. No, eso sólo asustaría al caballo y enfurecería a Grace. Debía dejarla hacer. Ella sabía lo que…

¡El semental explotó!

Empezó a corcovear y a girar, haciendo que el delgado cuerpo de Grace se sacudiera y zarandeara de atrás para adelante como una marioneta.

– ¡Dios bendito! -dijo Robert-. Sujétalo, Grace.

Ella cabalgó sobre el caballo.

Aquello continuó varios minutos; Kilmer estaba seguro de que el caballo la tiraría.

– No podemos bajarla de… -Robert se interrumpió-. Idiota. Por supuesto que no podemos. El caballo… se está deteniendo.

El semental se quedó inmóvil, temblando. Grace se inclinó sobre él y le murmuró algo. Entonces, picó espuelas con suavidad.

El rucio no se movió.

Grace volvió a golpearlo ligeramente con la bota.

El caballo dio un paso adelante y luego otro.

Ella lo condujo alrededor del cercado, imponiéndose con tacto, sin forzarlo en ningún momento.

Finalmente, detuvo al caballo y se apeó de la silla.

Kilmer soltó el aire de sus pulmones. ¡Joder!, no se había dado cuenta de que había estado conteniendo la respiración.

– ¡Mierda! -Robert bajó de un salto al interior del cercado y se dirigió hacia Grace y el semental-. ¡Menudo susto de muerte nos has dado!

Kilmer empezó a seguirlo, pero se detuvo. Había estado acosando a Grace, y ella no querría tenerlo cerca en ese momento. Vio cómo Blockman se reía y sacudía la cabeza con aire compungido, mientras acompasaba el paso al de Grace, que estaba guiando al caballo fuera del corral.

Aquello no le gustó a Kilmer; escocía una barbaridad.

Daba igual lo que Blockman hubiera dicho. Él estaba experimentando la misma reacción primitiva que le había sacudido en cuanto se dio cuenta del gran protagonismo que Blockman tenía en la vida de Grace.

Sobreponerse. Había cosas más importantes que solucionar que el…

Su móvil sonó. Donavan.

– ¿Algún problema?

– Tal vez -respondió Donavan-. Hanley abandonó el recinto anoche. Hice que Tonino lo siguiera. Fue a Génova para ver a la mujer de Kersoff.

– ¿Por qué?

– No lo sé. No pudimos poner micrófonos en la casa de la mujer antes de que él llegara. Hanley permaneció dos horas allí, y luego regresó al recinto a toda prisa.

– ¿Alguna información?

– Eso es lo que yo creo. Puede que la esposa de Kersoff tuviera un as en la manga que quisiera negociar.

– ¿Puedes hacer que Tonino lo compruebe? Marvot intentará encontrar al informante de Kersoff, y nosotros deberíamos dar con él antes.

– Ya lo he enviado de vuelta a Génova. Quería que se asegurase de que Hanley no se quedaba a pasar la noche en ningún otro sitio antes de que volviera a ver a Marvot. -Hizo una pausa-. ¿Cómo está Grace?

– Bien. Acabo de estar viéndola domar a un condenado semental.

– ¿Y la niña?

– Las niñas son todas iguales.

Excepto aquella que se parecía a él.

– Sí, no tienen nada de particular. -Donavan se rió entre dientes-. Dile a Grace que estoy impaciente por volver a verla. -Hizo una pausa-. Y puede que eso no tarde mucho en suceder. Tengo el palpito…

– No has dicho nada de que estuviera ocurriendo algo allí, excepto con Hanley.

– Y nada está sucediendo. Puede que lleve con esta vigilancia demasiado tiempo. No me hagas caso.

– Ten cuidado -dijo Kilmer-. Si detectas el más leve indicio que te ponga nervioso, saca el culo de ahí.

– Lo haré. Quiero seguir vivo para ver a esa niña vuestra -añadió con malicia-. Aunque no sea nada especial, sólo una niña más. -Colgó.

¡Bastardo! Kilmer sonrió mientras apretaba el botón de desconexión.

Su sonrisa se desvaneció. Pero el bastardo tenía un gran instinto que había salvado el cuello de los dos en multitud de ocasiones. Si pensaba que se avecinaba algo, entonces había muchas posibilidades de que tuviera razón.

Y Kilmer no estaba preparado para que el partido diera comienzo. No, con Grace y Frankie atándole las manos en ese momento.

Podría ser que Donavan se equivocara. Quizá el estar acampado solo en aquella colina le estuviera poniendo nervioso.

Pero no era probable. Había pocas situaciones que pusieran nervioso a Donavan. Actuaba con toda tranquilidad hasta que la situación explotaba, y luego hacía gala de una gran pericia y una rapidez infalibles, hasta que conseguía tenerlo todo bajo control.

Aun así, Kilmer confió en que Donavan estuviera equivocado.

Génova, Italia

Isabel Kersoff vivía en una sinuosa calle a dos manzanas de los muelles. Era una casa aceptable, pensó Mark Tonino cuando llamó a la puerta principal con los nudillos. Limpia y recién pintada, y con una puerta roja que le confería cierto aire moderno.

No hubo respuesta.

Volvió a llamar. Podría ser que Hanley le hubiera dado dinero, y la mujer hubiera abandonado la casa, eufórica por su éxito.

Siguió sin haber respuesta.

Aunque no estuviera allí, eso no significaba necesariamente que no hubiera información que valiera la pena tener. Podría haberse dejado documentos, cartas y números de teléfono.

Sacó sus llaves maestras y tuvo que hacer dos intentos antes de conseguir abrir la puerta.

Tonino encendió su bolígrafo linterna y entró en el salón. Había un pequeño escritorio contra la pared. Lo revisó cuidadosamente. Nada, excepto facturas impagadas y folletos de cruceros. Era evidente que Kersoff había tenido grandes sueños y ningún dinero.

Y pudiera ser que su esposa no guardara ninguna información valiosa en el cajón de un escritorio. Según la experiencia de Tonino, las mujeres eran más ingeniosas escondiendo tesoros. Escondían las cosas en los congeladores o en las barras huecas de las cortinas.

Primero el dormitorio. Había más sitios para…

¡Vaya, mierda!

Buscó su móvil.

– Donavan, ha sido una pérdida de tiempo. Está muerta.

– ¿Cómo?

– Maniatada y degollada. -Tonino dirigió el haz de su linterna sobre la cara de la mujer-. Cortes, muchos cortes en la cara y en el tronco. Algo asqueroso. Hanley pasó mucho tiempo con ella. Es evidente que no quiso colaborar. ¿Qué hago?

– Sal de ahí.

– ¿Quieres que siga mirando por la casa?

– No, no estaría muerta si hubieran conseguido lo que querían. Hanley la habría conservado viva. -Donavan hizo una pausa-. ¿La han matado hace mucho?

– No soy forense, pero supongo que hace unas doce horas, si asumimos que fue Hanley.

– Entonces, Marvot ha sabido durante casi un día entero lo que la esposa de Kersoff estaba vendiendo. Eso no es nada bueno. Borra tus huellas y elimina cualquier otra prueba que delate tu presencia ahí, y vuelve para aquí. Tengo que llamar a Kilmer.

Capítulo 7

– Doce horas -repitió Kilmer-. Puede que eso no cambie nada. Si la filtración de Kersoff era alguien de la CIA, a Marvot no le serviría de nada, siempre que en Langley no haya nadie que disponga de información sobre Grace.

– Siempre y cuando sea así -repitió Donavan.

– Están al margen. Grace rompió con ellos.

– Pero siguen teniendo contactos con el FBI. ¿Y qué es lo que impide al FBI tirar de los hilos con los polis locales para obtener información?

– Nada. -Y en esos días se suponía que el FBI y la CIA tenían que ser más colaboradores. Kilmer no había tenido muchos indicios de tal cosa, pero ésa podría ser una situación diferente. El Congreso podía alentar una sorprendente unidad cuando los senadores se ponían a hablar de recortes presupuestarios-. Haré que Blockman se encargue de ello. Todavía no ha conseguido nada, pero hace tan sólo un par de días que ha ocurrido.

Donavan guardó silencio durante un momento.

– ¿Le vas a decir algo de esto a Grace?

– ¿Para qué? ¿Para que se preocupe aún más por algo sobre lo que no puede hacer nada de inmediato?

– No creo que a Grace le guste que se le esconda información sobre algo que puede afectarle a ella o a la niña.

– A Grace no le está gustando nada lo que está sucediendo. Por eso seré yo quien decida hasta que me traigas algo a lo que pueda hincarle el diente.

– Serás afortunado si ella no te hinca el diente a ti. Te llamaré cuando tenga más noticias. -Colgó.

Donavan tenía razón; Grace no agradecería que se le ocultara nada, ni siquiera en aras de la protección. Bueno, a la mierda con ello. En el pasado se había visto obligado a permanecer al margen y permitir que Grace sufriera enormes castigos y privaciones. Ya no se iba a desentender. Haría lo que…

Música.

¿La radio? No, eran unos acordes vacilantes y delicados.

Kilmer miró su reloj: la 1.40 de la madrugada, y la música procedía del porche delantero. Atravesó el salón y se detuvo en la puerta mosquitera para mirar.

Frankie estaba sentada delante de su teclado. Llevaba puesto un vestido de franela blanco y unas peludas zapatillas rosas, y mostraba una intensa expresión de concentración mientras se inclinaba sobre el instrumento. A su lado había una linterna de bolsillo, pero no la estaba utilizando.

Debió de sentir que estaba allí, porque volvió la cabeza con rapidez.

– ¿Mamá?

– No. -Kilmer abrió la puerta y salió al porche-. ¿Sabes qué hora es, Frankie?

La niña suspiró.

– Me has pillado. Al menos, no eres mamá. No quise despertarla. Domar un caballo siempre la agota.

– ¿No podría esperar esto hasta mañana?

La pequeña negó con la cabeza.

– A veces, la música no para sin más porque se haga de noche y sea hora de irse a la cama. Y ésta pertenece a Charlie; no quería perderla.

– Entiendo. -Sí, sólo una niña normal. No-. Pero estoy en un pequeño aprieto. No creo que tu madre quisiera que estuvieras aquí fuera, sola, a estas horas. Y hace mucho frío. ¿Qué haría ella si te encontrara aquí? ¿Haría que te fueras a la cama?

– No, por eso he salido a escondidas después de que se quedara dormida. -Puso mala cara-. Se quedaría aquí conmigo hasta que estuviera lista para entrar. Entiende de música. -Arrugó el entrecejo-. ¿Vas a decirle que bajé aquí?

– No. -Kilmer sonrió-. Y puede que yo no entienda de música ni de domar potros salvajes, pero soy bastante bueno haciendo guardia. ¿Supón que me quedó ahí dentro, en el salón, hasta que estés preparada para subir?

La expresión de Frankie se iluminó.

– ¿No te entrará sueño?

Kilmer negó con la cabeza.

– De todas maneras, nunca me acuesto hasta bien entrada la noche. Sería agradable sentarme ahí dentro, relajarme y escuchar cómo tocas.

La niña lo miró con recelo.

– ¿De verdad?

– De verdad -respondió él solemnemente.

– Vale. -Frankie se volvió a inclinar sobre el teclado-. Gracias, Jake…

– No hay de qué. -Entró en la casa, agarró un chal de felpilla del sofá y se lo llevó a Frankie-. Pero, como parte del acuerdo, tienes que abrigarte. No estás en Alabama, y las noches aquí son frías incluso en agosto.

– Sí, ya me he dado cuenta. -La pequeña dejó que la envolviera en el chal, pero no apartó la vista del teclado-. Gracioso…

Kilmer permaneció de pie mirándola. Estaba tan absorta que dudó que lo oyera. Con el pelo rizado y el vestido suelto tenía el aspecto de una niña pequeña de cualquier película de Shirley Temple. Sin embargo, no había nada de infantil en la intensidad que la embargaba. Las pestañas le ensombrecían las mejillas sedosas, y Kilmer no le pudo ver los ojos, que Robert le había dicho que tenían la misma forma que los suyos.

¿Se parecería a él aunque sólo fuera un poco?

¿Y qué si era así?

A él… le gustaba la idea.

Asno estúpido. Se giró y abrió la puerta mosquitera. Segundos después se dejó caer en el sillón situado cerca de la puerta. Se relajó y cerró los ojos.

Y escuchó a Frankie crear su música.

La Pareja corría hacia ella. El pelaje blanco de los animales refulgía como plata bajo la luz de la luna. Sus ojos azules resplandecían violentamente mientras atravesaban como centellas el campo.

Querían matarla.

Tenía que permanecer inmóvil, se dijo Grace. Si se daba la vuelta e intentaba salir corriendo, la perseguirían y la pisotearían con saña. Esa mañana los había visto matar a pisotones a un mozo de cuadra, cuando el hombre se había dejado llevar por el pánico y había salido corriendo para salvarse.

Sé que tenéis que hacerlo.

Sé que también tenéis miedo.

No soy una amenaza para vosotros.

No soy una amenaza.

No lo soy.

Los caballos estaban lo bastante cerca como para que Grace pudiera oler su sudor.

No te muevas, se dijo.

El corazón le latía con tanta fuerza que le dolía. Unos metros más, y estarían encima de ella.

Extendió los brazos a los lados, procurando no ponerlos delante de los caballos, pues ellos podrían percibirlo como un movimiento agresivo.

No soy una amenaza.

Se dirigían hacia ella con un gran estruendo. Ella quiso cerrar los ojos. Mantenlos abiertos. Podría haber alguna manera de que pudiera evitar aquellos cascos cuando los caballos estuvieran…

Por favor, ninguna amenaza.

No estaba estableciendo contacto. Fuera lo que fuese lo que les impulsaba, era demasiado fuerte. En pocos segundos la habrían tirado al suelo de un golpe.

Iba a morir.

Un intento más. Con todas sus fuerzas. Con todo su empeño.

¡No soy ninguna amenaza!

Los de caballos se separaron en el último momento y pasaron ¡a ambos lados de ella!

Sintió el viento, y la tierra arremolinada por los cascos que la golpeaba.

¡Victoria!

Y alivio. ¡Dios, qué alivio!

No había tiempo para esas flaquezas. Tenía que moverse deprisa. Empezar a acercarse. No podía dejar que la Pareja tuviera tiempo de recuperarse…

Pero algo iba mal. No podía oírlos. Había movimiento, sí, pero no ruido de cascos. Un movimiento suave y silencioso…

Un sueño, se percató apenas abrió los ojos. Estaba reviviendo aquella noche en el prado con la Pareja. No era de extrañar después de la tarde pasada con el rucio.

Y Frankie se estaba moviendo, metiéndose en su cama.

– ¿Frankie? -pensó Grace entre sueños.

– No pasa nada, mamá. -La niña se arrebujó en la colcha-. Vuélvete a dormir.

– ¿Has tenido que ir al baño?

Su hija no respondió.

– ¿Frankie?

– Quise… La música no se iba. Bajé al porche.

Grace se despertó de golpe.

– ¿Sola? No debiste hacer eso. Debiste haberme despertado.

– Estabas cansada.

– Eso no importa.

– Sí importa. No pasó nada, mamá. No estaba sola. Jake estaba allí.

– ¿Qué?

– Nunca se acuesta temprano. Cuando me encontró en el porche, me dio un chal para que me abrigara y se quedó en el salón hasta que terminé.

– Ah. -Grace guardó silencio-. Con todo, deberías haberme despertado.

– La próxima vez. -Frankie bostezó-. Cuando no estés tan cansada.

– Nunca estoy demasiado cansada para ti.

– Pero Jake no estaba nada cansado. Me lo dijo él, y me di cuenta de que estaba diciendo la verdad. Y es un adulto, así que no pasaba nada porque se quedara conmigo. ¿De acuerdo?

– No todos los adultos… -Pero Frankie había recibido todas las advertencias genéricas habituales, y Grace no quería hacerla desconfiar de Kilmer cuando podría surgir alguna ocasión en que fuera importante que lo obedeciera sin cuestionarlo-. Sí, estuvo bien. Pero la próxima vez despiértame. No es que…

La niña se había quedado dormida.

¿Por qué no se había despertado cuando Frankie había salido del dormitorio? Tenía un sueño ligero, y siempre estaba atenta a cualquier cambio en la respiración de su hija.

Pero esa noche, cuando un peligro inminente se cernía en el horizonte, no. No tenía sentido.

A menos que estuviera confiando en que Kilmer las mantendría a salvo. A todas luces, Frankie parecía tener esa confianza.

Era una niña, y Kilmer conseguía inspirar confianza incluso a los mercenarios más endurecidos. Era un don que tenía.

Y una vez que la gente le otorgaba su confianza, él nunca les traicionaba. Al menos eso era lo que había pensado ella hasta la noche en que habían salido a perseguir a la Pareja. El padre de Grace había confiado en Kilmer…

Se dio la vuelta y miró fijamente el claro de luna que entraba a raudales por la ventana. Parecía reinar la paz, pero sabía que el equipo de Kilmer se estaba moviendo, cambiando de posición, vigilando…

¿Dónde estaba él? ¿Se había acostado después de que Frankie subiera a su habitación? Nunca dormía mucho. En una ocasión le había dicho que tenía miedo de perderse algo si dormía más de cinco horas, que la vida era demasiado breve, y que tenían que exprimir cada momento de placer a cada instante.

Cuando le dijo aquello, estaban juntos en la cama, recordó Grace. Había sido un instante insólito de confianza en una relación que había estado más interesada por el sexo y las emociones que por las filosofías personales. Grace se había sentido… cerca de él.

Luego Kilmer se había dado la vuelta de costado y puesto encima de ella, y ella se había olvidado de todo, excepto del sexo y la necesidad. Podía verlo en ese momento, con el pelo negro cayéndole por la frente, el pecho subiendo y bajando con cada respiración, con cada movimiento. La fuerza y la precisión y la…

Dejó de pensar en él. Si se estaba sintiendo así de vulnerable, era porque el tiempo se le había hecho muy largo. No era Kilmer, era el sexo en sí. Él había prendido las brasas que Grace había mantenido debilitadas y controladas durante todos esos años.

Y todavía seguían controladas. Sólo tenía que esforzarse algo más para mantenerlas así.

– Lo estás montando. -Robert apoyó los codos en lo alto de la valla-. Si sólo fue ayer cuando vi cómo lo domabas. ¿No se ha rebelado cuando lo has montado?

– Por supuesto, pero Samson pensó en ello esta noche y decidió que la cooperación es razonable. Así que sólo me castigó con tres minutos de corcoveos para demostrar su independencia. Mañana será menos tiempo. -Se bajó del rucio y le dio una palmada en el cuello-. Tiene una bonita forma de andar. Suave. -Lanzó una mirada a Robert-. En una semana o así, podría estar listo para otro jinete. ¿Quieres intentarlo?

– No, gracias. Ya te he dicho que me gustan los coches elegantes y cómodos, preferiblemente descapotables. Tu Samson no me atrae.

– Quería darte una oportunidad. No hay nada comparable a la sensación de montar a un caballo y trotar por un prado o por la orilla del mar.

– Siempre que seas capaz de mantenerte en la silla -dijo Robert con sequedad.

– Practica.

– Creo que seguiré con los Lamborghini y a los Corvette. No te puedes caer de ellos. -Hizo una pausa-. Ayer Kilmer se puso un poco nervioso mientras montabas a ese monstruo. Yo pagué el pato.

Grace lo miró fijamente.

– ¿Y eso qué significa?

– Quería ayudarte a pelear con el semental. Se sintió frustrado, y decidió que yo era un candidato excelente con quien desahogarse.

– ¿Y lo hizo?

– Le gané por la mano. Sabía lo que le estaba molestando, y salté primero. Si voy a trabajar con él, tenía que aliviar la tensión.

Grace abrió la cancela y condujo a Samson al establo.

– ¿No vas a preguntar como alivié la tensión?

Ella no quería hablar de Kilmer. Ya bastante difícil era verlo todos los días, y la noche anterior había demostrado que estaba pensando en él de una forma absolutamente excesiva.

– Es evidente que me lo vas a contar de todas las maneras.

– Le dije que no me había acostado contigo. -Robert se rió entre diente cuando vio la expresión de Grace-. Pensé que eso atraería tu atención. Es difícil calar a Kilmer, pero apostaría a que le hice sentir muchísimo mejor. No le gustaba la idea lo más mínimo.

– No es de extrañar. La idea es ridícula.

– A mí no me lo parecía. Pensé en ello, pero sabía que ése no era el papel que me asignarías. Y no pasa nada. Me gusta ser tu amigo. Y me gusta ser amigo de Frankie. -Hizo una pausa-. Pero te habría agradecido que me hubieras dicho que Kilmer era su padre.

Grace volvió la mirada rápidamente hacia él.

– ¿Te lo dijo él?

Robert negó con la cabeza.

– Uní las piezas, y además Frankie se parece a él.

– No, no se parece.

– Lo que tú quieras -dijo Robert-. De todas maneras, eso es sólo la punta del iceberg. Se me ha mantenido en la ignorancia acerca de un montón de cosas. North sólo me contó lo que necesitaba saber para protegerte, y Crane no me daría ni la hora. Estoy cansado de esto. No voy a seguir a ciegas más tiempo.

Tenía razón. No habían sido justos con él. Grace no podía hablar por la CIA, pero ella y Kilmer eran responsables de sus propios actos. No le habían dicho nada a Robert porque hurgar en el pasado es doloroso. Y Kilmer jamás confiaba en nadie por principios.

– ¿Qué quieres saber?

– ¿Qué era lo que sabías y te hizo lo bastante importante como para que North te mantuviera bajo vigilancia durante tantos años?

– No se trata de lo que sabía. Ninguno del equipo sabíamos por qué se nos enviaba a apoderarnos de la Pareja. Simplemente se nos ordenó que los cogiéramos. Pensaba que Marvot quería matarme sólo porque era una de las personas que participó en la incursión de El Tariq. Marvot es famoso por sus venganzas, y conocía mi cara, porque trabajé en su granja de caballos. Era lógico que me convirtiera en su blanco.

– ¿Quién es ese Marvot?

– Paul Marvot, un medio francés, medio alemán. Heredó un imperio criminal de su padre, un cerebro que actuaba en el norte de África y el sur de Francia. Asumió el control cuando su padre fue asesinado por el cabecilla de una banda rival, y es tan letal y tan sumamente cerdo como su padre. Vive en Marruecos, y tiene una explotación caballar grandiosa en El Tariq, cerca de la costa.

– ¿Y ese bastardo te quiere muerta?

– Eso es lo que yo pensaba. -Grace hizo una pausa-. Pero Kilmer me dijo que había tenido que llegar a un acuerdo con North. Marvot me quería viva, no muerta. Y la CIA no me estaba protegiendo por su inmenso corazón; querían tener controlado a Kilmer. A cambio, éste les prometió que no intentaría apoderarse de la Pareja.

– El Tariq. ¿En qué consistió esa incursión en El Tariq? ¿Quién diablos es la Pareja? ¿Detrás de qué ibais? ¿De prisioneros? ¿De dinero?

– De caballos.

– ¿Qué?

– Había dos caballos blancos en los establos de Marvot en El Tariq. Dos caballos árabes blancos con los ojos azules. Un semental y una yegua. Marvot los guardaba igual que si se trataran de las joyas de la Corona inglesa.

– ¿Por qué?

– No lo sé. North nunca nos lo dijo. Personalmente, creo que debían ser una especie de rehenes. -Levantó la mano-. Lo sé; es una locura. Pero es verdad. Marvot se mostraba como un fanático en todo lo relacionado con los caballos. Yo estaba allí, y los vi patear a un mozo de cuadra, y a Marvot lo único que le preocupó fue que la muerte hubiera podido inquietar a la Pareja. Se les daba de comer y beber, y se les permitía que vivieran en estado salvaje dentro la granja. Salvo que, de manera excepcional, eran trasladados a algún lugar del Sahara. No se me permitió ir con ellos, pero estaba en El Tariq una vez que ocurrió. Y cuando los trajeron de vuelta a la granja, Marvot estaba de un humor terrible.

– ¿Por qué?

Ella se encogió de hombros.

– Me limité a escuchar, pero no estaba dispuesta a hacer preguntas que habrían levantado sospechas.

– Qué extraño.

– Sí, pero la CIA quería esos caballos, así que debían haber sabido la razón de que Marvot los considerase tan valiosos. North le dijo a Kilmer que interviniera y se apoderara de ellos. Y me enviaron con él para ayudarle.

– ¿Y por qué tú?

– Mi padre fue el que acudió a la CIA y les contó lo que estaba ocurriendo en El Tariq. Había hecho algunos negocios menores con Marvot, y sabía que éste estaba siendo vigilando. Pensó que podría vender el chisme sobre la Pareja a la CIA. Y North actuó de inmediato; era evidente que sabían algo sobre lo que estaba ocurriendo. Quiso que mi padre volviera y averiguara más cosas.

– ¿Y tu padre te envió a ti en su lugar?

– Quise ir yo -dijo Grace poniéndose a la defensiva-. Estaba cansada de ir tras sus pasos por todo el mundo, y él lo sabía. Nunca había pasado más de unos cuantos meses en Estados Unidos. Quería saber cómo era eso de pertenecer a un sitio. Mi padre le habló a North de mí, y me admitieron en la CIA. Nos sorprendió un poco que estuvieran dispuestos a esperar para apoderarse de la Pareja a que yo estuviera preparada, pero mi padre dijo que eso sólo demostraba la importancia que le daban a la incursión. A mí no preocupaba; iba a tener mi oportunidad. ¿Sabes lo difícil que me habría resultado que me aceptaran si mi padre no le hubiera pedido a North que me contrataran?

– Afortunada tú.

– Pues claro que tuve suerte. No lo entiendes. Todo habría salido bien, pero… No fue culpa de mi padre.

– ¿Fue un fiasco la incursión?

– Fue terriblemente duro, pero sacamos los caballos del establo y los metimos en el camión. Los hombres de Marvot nos estaban esperando en la carretera. Apenas conseguimos salir de allí.

– Suena a chivatazo.

– No fue mi padre.

– ¡Alto! No he dicho que lo fuera. -Robert estudió su cara-. Pero ¿quizá Kilmer sí?

– Mi padre murió. Fue asesinado más tarde ese mismo día en Tánger por los hombres de Marvot. ¿Da eso la impresión de que nos traicionara?

– No. -Robert levantó la mano-. Mira, no sé nada de este asunto. Es algo entre tú y Kilmer.

– No, no lo es. -Condujo a Samson al interior del establo-. No hay nada entre Kilmer y yo. Eso terminó hace mucho tiempo. -Le lanzó una airada mirada por encima del hombro-. Y Frankie no se parece a él.

– Me equivoqué -murmuró Robert-. Lo siento.

Grace respiró profundamente.

– No, soy yo quien lo lamenta. No tenía derecho a hablarte así. No han sido unos días muy buenos. No me gusta depender de Kilmer para nada. -Intentó sonreír mientras cambiaba de tema-. ¿Sabías que la música que Frankie está componiendo ahora es para Charlie?

– No. -A Robert se le iluminó el rostro con una sonrisa-. Eso le gustaría al viejo.

Grace asintió con la cabeza.

– Me estuvo contando el trabajo que le estaba dando asegurarse de que estuviera llena de platillos. Y que la vida de Charlie no siempre había sido pausada y sencilla.

– Por lo que él me contó, Frankie tiene razón -dijo Robert-. Es sólo una niña. ¿Cómo puede comprender cosas así?

Grace sacudió la cabeza.

– No lo sé. Es un milagro de niña. -Empezó a desensillar a Samson-. Bueno, si no tienes más preguntas, tengo trabajo que hacer.

– En otras palabras, ya está bien de hacerte perder el tiempo.

– No, tenías razón. ¿Has llegado a alguna parte en tus averiguaciones sobre la filtración de Langley?

– Todavía no. Stolz está siguiendo una pista. Hay un chaval joven en los archivos que es un genio de la informática. Es una posibilidad. Si no fuera él, Stolz seguirá investigando. Hablo con Stolz al menos una vez al día para mantenerlo ocupado.

– Pero Stolz no sabe dónde estás, ¿verdad?

– Por supuesto que no. ¡Por Dios!, ¿acaso crees que me arriesgaría a conducir a alguien hasta ti? Confío en Stolz, pero Kilmer me dejó muy claro desde el principio que yo no tenía ningún derecho a confiar en nadie, mientras fuera él quien me pagara. Eso no entraba en nuestro acuerdo. Le dije a Stolz que estaba en Miami.

– Lo tenía que preguntar. -Grace lo miró fijamente a los ojos-. Frankie es responsabilidad mía, y no tengo derecho a dar nada por supuesto.

Robert asintió con la cabeza.

– Yo tampoco. Ni Kilmer. No se te da bien lo de confiar. Dime una cosa, Grace, ¿confiabas en tu padre?

– Por supuesto que sí. -Movió la cabeza cansinamente-. La mayor parte de las veces. Cuando se trataba de él y de mí. No era muy fiable y, sí, no era demasiado honesto, pero me quería. No habría hecho nada que pudiera hacerme daño. Y él sabía que yo iba a estar en El Tariq aquella noche. No me habría vendido.

– No parece probable.

– Probable… Gilipolleces. No lo habría hecho y punto.

Robert hizo una mueca.

– Parece que no hago más que equivocarme en lo que digo. Me voy.

Grace lo observó alejarse. No debería haber sido tan dura con él. Se había limitado a hacer preguntas que cualquiera habría hecho. Robert ignoraba lo susceptible que era ella en todo lo relacionado con su padre. Desde su más temprana infancia había tenido que defender a su padre de la gente que no entendía que su vida con él no fuera lo que ellos pensaban que debía ser. Él había convertido la vida en una aventura para ella. A veces, en una aventura aterradora, pero siempre se había mostrado cariñoso y amable con ella. Durante toda su solitaria infancia, jamás había dudado de que su padre se preocupara por ella. Aquella certeza era importante para Grace. En un mundo que cambiaba a diario, cuando ella no había podido contar con nadie ni con nada, había podido contar con que su padre la quería.

Y Kilmer había intentado eliminar aquella certeza de ella.

¡Maldito fuera!

– Tonino apareció anoche en casa de Kersoff -dijo Hanley-. Hice que Lackman mantuviera vigilado el lugar hasta que el cuerpo fuera descubierto. La mujer no parecía tener muchos amigos, porque el cadáver permaneció sin ser molestado doce horas.

– Tonino -repitió Marvot con aire pensativo-. Uno de los hombres de Kilmer.

Hanley asintió con la cabeza.

– Debió de enviarlo él para averiguar cómo Kersoff localizó a Grace Archer.

– O podrían haberte seguido cuando visitaste a la mujer.

– Tuve cuidado -dijo Hanley con rapidez-. Soy un profesional; lo habría sabido.

Era verdad que Hanley cometía pocos errores, pensó Marvot, pero Kilmer tenía un equipo extraordinariamente habilidoso.

– No obstante, creo que deberíamos dar una batida por el perímetro del recinto, por si hay alguien vigilando. ¿Qué decía el informe de Lackman?

– Tonino permaneció allí menos de diez minutos. Es evidente que se encontró con el cuerpo y ahuecó el ala.

– ¿Y estás seguro de que no dejaste ninguna prueba de que despachaste a la mujer de Kersoff?

Hanley negó con la cabeza.

– Registré el escritorio y el dormitorio. Ningún papel.

– Entonces, parece que le llevamos la delantera a Kilmer. -Sonrió-. Y todo lo que necesitamos es una pequeña ventaja. ¿Has establecido ya contacto con el informante de Kersoff en la CIA?

– He enviado a un hombre a Langley para que establezca contacto personalmente. Si Kilmer sabe lo de la filtración, entonces tenemos que sacar de en medio al informante antes de que se comunique con él. -Hanley se encogió de hombros-. Y no hay nada más persuasivo que el dinero contante y sonante. Aparte del miedo. El miedo es bueno.

Marvot movió la cabeza en señal de asentimiento.

– Sí que lo es. -Se levantó-. De todas maneras, espero una respuesta mañana por la noche. Lo recordarás, ¿verdad? -Miró fijamente a los ojos a Hanley para infundirle un poco de miedo-. He esperado mucho tiempo para ponerle las manos encima a esa mujer. Mi paciencia está a punto de agotarse. No me lo tomaré demasiado bien si ahora la perdemos.

– No es necesario que me lo diga. -Hanley apartó la mirada-. No la perderemos.

– Excelente. Bueno, ponte en contacto con Langley y aguijonéales un poquito. -Marvot se dirigió hacia la puerta-. Espero un informe cuando vuelva de mi paseo nocturno. He prometido a Guillaume que lo llevaría al prado a ver a la Pareja como un lujo especial.

Hanley meneó la cabeza.

– ¿Por qué está el niño tan obsesionado con esos caballos? Tiene un caballo propio fantástico.

– A los niños siempre les fascina lo prohibido. Sabe que la Pareja ya han matado antes.

– ¿No teme que Guillaume pueda colarse a hurtadillas e intentar montarlos?

– Casi tengo la absoluta certeza de que lo hará en algún momento. Por eso les he dicho a todos los que trabajan en el establo que, si le permiten acercarse a los caballos sin que yo lo acompañe, los ataré en el compartimiento con uno de los dos caballos. -Se encogió de hombros-. Pero darle a Guillaume una pequeña satisfacción de vez en cuando hará que ese momento se postergue. -Abrió la puerta-. ¡Ah!, estás aquí, Guillaume. ¿Listo?

– Sí, papá. -Los ojos del niño relucían-. Me traje la cámara. Quiero sacarles fotos para ponerlas en mi habitación.

– ¡Qué idea tan buena! -Marvot cogió a su hijo de la mano y miró a Hanley por encima del hombro-. Y si me traes a Grace Archer para que trabaje con la Pareja, tal vez no tenga ningún motivo de preocupación sobre mi hijo. Doble motivo para que hagas tu trabajo con la máxima rapidez.

Hanley asintió con la cabeza.

– Por supuesto, así lo haré.

Marvot sonrió a su hijo.

– Hanley va a traernos a una compañera de juegos para la Pareja. Una joven. ¿No te parece interesante?

Guillaume pareció titubear.

– Pero a ellos no les gusta jugar.

– Tal vez lo hagan con ella. -Condujo a su hijo hacia la valla del cercado e hizo un gesto al mozo de cuadra para que dejara salir a los caballos al cercado-. Sube ahí arriba y obsérvalos. Se mueven como la seda.

– O como el fuego. -Guillaume clavó la mirada en las dos ráfagas blancas que corrían desbocados dentro del cercado-. Fuego blanco. Relámpagos, papá. ¿Podría esa mujer domarlos para mí? ¿Y podría montarlos entonces?

Marvot consideró decirle que sí, pero se lo pensó mejor. Una vez que obtuviera lo que quería de la Pareja, era más que probable que se deshiciera de ellos.

– A veces es mejor disfrutar de un placer a distancia. Como éste. Míralos correr.

El claro de luna resplandecía sobre los caballos, mientras éstos rodeaban el cercado. Había sido una noche clara y luminosa como aquella en la que había visto por primera vez a Grace Archer trabajando con la Pareja. Entonces pensó que los caballos acabarían matándola, y había sentido curiosidad por ver cómo se enfrentaba esa mujer a la muerte. Seguía acordándose de lo delgada y frágil que le había parecido, en comparación con la fuerza bruta de los caballos. Grace no había muerto aquella noche, y Marvot se había sentido pletórico de esperanzas al ver cómo la Pareja le respondía.

Zorra.

– ¿No son preciosos, papá? -La mirada de Guillaume estaba concentrada en los caballos-. Mira cómo arquean los cuellos.

– Magníficos -dijo Marvot. Y absolutamente inútiles para él. Tan inútiles como lo habían sido durante años.

Pero, quizá, no por mucho tiempo. Había pensado en deshacerse de un posible estorbo ofreciendo una recompensa por la muerte de la niña. Había considerado que, sin su hija, quizá la mujer podría concentrarse mejor en los caballos. Pero se alegraba de que Kersoff no la hubiera matado. Ahora que tenía un rastro hacia el contacto de Kersoff, podría encargarse de la operación él mismo.

Y las madres eran notablemente maleables cuando uno utilizaba a sus hijos.

– Vienen hacia nosotros -susurró Guillaume-. Tal vez quieran hacerse nuestros amigos.

– Baja de la valla -le dijo a su hijo-. Lo que ves no es afecto. Tienes que aprender a reconocer e interpretar.

– ¿Qué?

Odio. Marvot se quedó mirando fijamente a los caballos, mientras éstos se acercaban corriendo hacia la valla. La Pareja nunca perdía la oportunidad de intentar ensañarse con él. Lo habían odiado desde el instante en que los había llevado allí. Se preguntó por el motivo, puesto que él nunca los había maltratado personalmente. ¿Era cierto instinto profundo que les hacía reconocer que era él quien controlaba el dolor, y si vivían o morían?

Saltó de la valla cuando los caballos piafaron a escasa distancia de su cabeza.

– ¡Papá!

Se volvió hacia Guillaume, que lo miraba fijamente con miedo… y una excitación febril. Durante un momento, le invadió la ira, que se desvaneció de inmediato. Guillaume era su hijo, y Marvot habría sentido la misma excitación sí hubiera sido su padre quien estuviera en peligro. El amor coexistía a veces con el deseo de que el que tenía el control fuera arrojado del trono. Era su propia naturaleza la que le había legado a Guillaume.

– Creíste que podía morir. -Le dio una palmada en el hombro a su hijo-. Yo no. Jamás. Nunca me derrotarán. Eso no ocurrirá. Acéptalo.

– Sólo pensé…

– Sé lo que pensaste. Siempre lo sé. -Volvió a mirar a la Pareja -. Pero creo que tienes que presenciar lo que significa la muerte. Sería una buena lección para ti. Te he protegido durante demasiado tiempo. Yo presencié mi primera muerte violenta cuando tenía tu edad. Un hombre joven hizo enfurecer a mi padre y tuvo que ser castigado. Mi padre no sabía que yo estaba despierto y mirando, pero lo averiguó más tarde y me preguntó cómo me sentía. Le dije que estaba orgulloso de él, orgulloso de su poder, orgulloso de que pudiera levantar la mano y aplastar a cualquiera que lo desobedeciera. Después de eso me sentí mucho más unido a mi padre. Él me envió a colegios magníficos y me dio una educación de la que cualquier erudito se sentiría orgulloso, pero jamás aprendí nada más importante que lo que aprendí aquella noche. -Seguía sin apartar la mirada de la Pareja -. Sí, decididamente necesitamos que aprendas algo.

Capítulo 8

La sangre no pararía…

No había tiempo para nada, excepto para seguir presionando la herida con la mano e intentar contener la hemorragia, pensó Donavan, saliendo como una flecha de entre los matorrales y saltando a las aguas poco profundas del río. Le pisaban los talones.

Iba a morir.

¡A la mierda! Aquél no era lugar para que un buen irlandés mordiera el polvo. Sigue adelante. Conocía una gruta detrás de la cascada que había a unos ochocientos metros de allí en la que podría esconderse. Había dado con ella en la primera semana de vigilancia en El Tariq.

Siempre que Marvot no conociera la existencia de la cueva. No estaba en su propiedad, aunque sí lo bastante cerca. Si la conocía, entonces Donavan sería atrapado como un zorro en una trampa.

Preocúpate de eso más tarde. Llega a la cueva, y una vez allí detén esta maldita sangre. Llama a Kilmer y cuéntale lo que ha ocurrido. Él acudiría o enviaría a alguien.

Si es que no era demasiado tarde…

– Se supone que tengo que ayudar con los caballos.

Grace dejó de cepillar a Samson y se dio la vuelta para ver a Luis Vázquez, que la sonreía abiertamente.

– Hola, Luis. ¿Cómo te ha ido?

– Bien. -Luis entró en el compartimiento y le quitó el cepillo de la mano-. A ti tampoco te ha ido mal. Vi a tu hija. Es muy hermosa.

– Sí, y si no recuerdo mal tú también tienes una hija. -Arrugó el entrecejo-. Tenía tres años… ¿Cómo se llamaba…?

– Mercedes. Es un ángel. -Le sonrió de buena gana por encima del hombro-. Pero ya es casi una señorita. Eso me da miedo.

– Ibas a volver a tu casa de Argentina cuando tuvieras dinero suficiente para montar un picadero. Sin embargo, estás aquí.

– Intenté irme a casa hace cinco años. -Se encogió de hombros-. No dio resultado. No acababa de encontrarme cómodo. Es difícil convertirse en comerciante después de haber trabajado con Kilmer. No había excitación ni tensión. Me aburría y me hice aburrido. Mi esposa se alegró de verme marchar. -Se rió entre dientes-. Ahora tenemos unos reencuentros fantásticos cada pocos meses, y no tenemos que aguantarnos el uno al otro durante el resto del tiempo. Una situación perfecta.

– ¿Y Mercedes?

– Yo soy un guerrero, un héroe. Le llevo regalos, le cuento historias y la deslumbro. Todos los hombres necesitamos ser un héroe para alguien. -Se apartó un paso del semental-. Éste es un animal magnífico. Tiene una buena figura.

– Sí. -Grace hizo una pausa-. ¿Ibas con Kilmer cuando robó a Cosmo?

Luis asintió con la cabeza.

– Fue aterrador. Pensé que Kilmer estaba fiambre. Fue una suerte que la bala rebotara en su cantimplora y se alojara en las costillas, y no en el corazón.

Grace se quedó inmóvil.

– ¿Recibió un disparo?

– ¿No te lo dijo? Cerraba la marcha, y uno de los hombres de Marvot disparó antes de que nos pusiéramos fuera de su alcance.

«La bala rebotó en su cantimplora y se alojó en las costillas, y no en el corazón.»

Grace tuvo un escalofrío. Tan cerca. ¡Joder!, podía haber muerto, y ella jamás lo habría sabido.

– No, no me lo dijo.

– Donavan estuvo riéndose de él durante un mes, diciendo que le habría estado bien empleado morir por robar a ese condenado burro. Kilmer no creía que fuera divertido; las pasó canutas para traer al burro hasta aquí.

– Puedo imaginármelo.

– Pero, si va a hacerse con la Pareja, tenía que tener a Cosmo. Y ahora te tiene a ti, Grace. Las cosas se le están empezando a aclarar.

– Él no me tiene -dijo ella fríamente, dándose la vuelta. Era una idiotez asustarse de esa manera. Kilmer vivía con la muerte todos los días de su vida; cuando había trabajado con él, ya había recibido varios avisos serios.

Pero aquello había sido distinto. Ella había estado allí, había compartido el peligro.

– No te ofendas -dijo Luis-. Pensé que era de lo que se trataba todo esto. Que íbamos a atrapar a ese bastardo de Marvot y quitarle la Pareja. Cuando te vi, supe que…

– ¡Luis! -Dillon estaba en la entrada del establo-. En marcha. Nos vamos. El helicóptero estará aquí dentro de diez minutos. Coge tu equipo.

– De acuerdo. -Al mismo tiempo que lo decía, tiró el cepillo y se dirigió a todo correr a la puerta-. Hasta luego, Grace.

Ella permaneció de pie observando, aturdida, mientras Luis desaparecía. ¿Cuántas veces había contestado ella a aquel grito y respondido de la misma manera? Pero aquel grito no debería haberse producido allí.

Allí no.

Salió del establo a grandes zancadas y se dirigió a la casa. El patio del establo estaba lleno de los hombres de Kilmer, que se movían, que reunían el equipo, aunque en silencio, rápidos y eficientes. Kilmer estaba en el porche hablando con Robert, y levantó la vista cuando ella subió los escalones. Le hizo un gesto a Robert, que desapareció en el interior de la casa.

– ¿Qué sucede? -Grace cerró los puños-. ¿Adónde vais?

– No os dejo sin protección -dijo Kilmer con tranquilidad-. He ordenado a Blockman y a cuatro más que se queden aquí. Estaré de vuelta en dos días, como máximo. Si no, te llamaré. Si surge algún problema, Blockman os llevará a ti y a Frankie a otra casa segura en las montañas, cerca de aquí, de la que ya le he hablado.

– ¿Qué sucede? -repitió Grace.

– Donavan ha caído. Sigue vivo, pero no sé cuánto tiempo aguantará así si no le saco de allí. Dice que ha perdido mucha sangre.

– Donavan -susurró Grace-. ¿Dónde?

– En El Tariq. O cerca. Los hombres de Marvot lo sorprendieron. Uno de los exploradores de Marvot debió localizarlo y volvió con los soldados.

– Pasarán horas antes de que llegues a El Tariq. ¿No puedes hacer que alguien más próximo vaya a buscarlo?

– No en El Tariq. El riesgo es demasiado elevado. Lo comprobé con Tonino, y las colinas son un hervidero de hombres de Marvot. -Consultó su reloj-. Llamaré cuando llegue a El Tariq, pero después de eso no tendrás noticias mías hasta que estemos de vuelta. Los hombres de Marvot pueden localizar la señal. Le dije a Donavan que no me volviera a llamar a menos que cambiara de posición. -Levantó la vista al cielo-. Ahí está el helicóptero. -Empezó a bajar los escalones-. No te preocupes, estaréis bien. He dado instrucciones para…

– Tienes toda la maldita razón en lo de que estaré bien. Puedo cuidar de Frankie; lo he hecho durante toda su vida. -Le lanzó una mirada de odio-. ¿Y por qué crees que soy tan zorra que no querría que fueras a rescatar a Donavan? ¿Se supone que tienes que dejar que se desangre hasta morir? Vete de aquí de una puñetera vez.

Kilmer sonrió.

– Ya voy. Ya voy. ¡Qué gruñona!

Grace lo observó atravesar corriendo el patio hacia el helicóptero que acababa de aterrizar. El aire de los rotores le alborotaba el pelo y le aplastaba la camisa caqui contra el cuerpo delgado. Kilmer hizo señas a su equipo de que subieran al helicóptero y esperó allí hasta que todos los hombres estaban a bordo. Ese era el procedimiento operativo habitual de Kilmer, recordó Grace. Siempre era el último hombre en retirarse.

Y probablemente ésa fuera la razón de que Kilmer hubiera estado a punto de pagarlo caro cuando había robado a Cosmo.

Y de que hubiera vuelto a El Tariq aquella noche de hacía nueve años para sacar a sus hombres de las colinas que rodeaban la propiedad de Marvot.

Siempre el último hombre en retirarse.

Grace había comprendido que él tuviera que volver y recuperar al resto de su equipo. No había comprendido el motivo de que no la hubiera dejado ir a Tánger para rescatar a su padre cuando había una posibilidad de que pudiera haberlo salvado.

– ¿Adónde van, mamá? -Frankie estaba a su lado.

– Uno de los hombres que trabaja para Kilmer está herido y se encuentra en apuros. Van a ayudarlo.

– ¿Podríamos ir?

Grace bajó la vista hacia Frankie y vio su expresión de preocupación.

– ¿Por qué? Ni siquiera conoces a ese hombre.

– Tampoco quiero que le hagan daño a Jake. Tal vez podríamos asegurarnos de que no se lo hicieran. ¿No quieres ir?

– No, yo… -Claro que quería ir, se percató de repente. Quería ser una del equipo que subía a ese helicóptero. Quería formar parte de la labor de equipo que salvaría a Donavan.

Si es que estaba vivo cuando Kilmer llegara hasta él.

– Sí, me gustaría ir -le dijo a Frankie-. El hombre al que han herido es un buen amigo mío. Pero hay ocasiones en las que no puedes hacer lo que quieres. A veces es mejor quedarte en casa y no estorbar.

– Yo no estorbaría.

– Puede que no tuvieras intención de hacerlo. -Grace hizo una pausa-. ¿Te acuerdas cuando fuimos a ver El cascanueces? Todos aquellos bailarines estaban habituados a hacer justo lo que les habían enseñado. ¿Qué hubiera ocurrido si alguien del público hubiera subido al escenario y pretendido ponerse a bailar con ellos?

Frankie se rió entre dientes.

– Habría sido divertido.

– Pero eso habría ocasionado que los verdaderos bailarines cometieran errores, porque intentarían quitarse de en medio. ¿Lo entiendes?

La sonrisa de la niña se desvaneció.

– Supongo que sí. No me sabría los pasos.

Grace asintió con la cabeza.

– Pero tú sí te los sabes, mamá.

Grace observó cómo el helicóptero se elevaba del suelo. Sí, ella conocería los pasos y, ¡maldición!, quería ejecutarlos.

– Podría haber olvidado muchos de ellos. Es mejor que me quede contigo. -Se obligó a apartarse y a no ver desaparecer al helicóptero-. Vayamos dentro y busquemos a Robert. Casi es hora de hacer la cena.

Pero Frankie siguió con la mirada fija en el helicóptero.

– Me gusta Jake. No le pasará nada, ¿verdad, mamá? ¿No morirá como Charlie?

¿Cómo podía responder sin arriesgarse a mentir a Frankie?

«El último hombre en retirarse.»

– Tiene muchas probabilidades. -Rodeó los hombros de su hija con el brazo-. Pero Jake se ha visto en situaciones como ésta durante años, y es muy inteligente.

Frankie no habló durante un instante, y Grace supo que se había dado cuenta de que su madre no le había dado una respuesta afirmativa. Entonces dijo:

– Y él conoce los pasos, ¿verdad?

– Conoce todos los pasos. Uno por uno. -Besó levemente a su hija en la sien-. De hecho, él fue quien los inventó.

– Eso está bien. -La expresión de preocupación de Frankie no había desaparecido-. Charlie no era joven como Jake, pero también era inteligente y debió de aprender mucho en aquellos años. Y, sin embargo, murió, mamá.

No había esperado que Frankie planteara esa comparación con la muerte de Charlie, que era lo que más tenía presente. Y aquella comparación también le provocó un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. Grace respiró profundamente.

– Mira, si Jake se mete en apuros y necesita ayuda, te prometo que iré y le sacaré de allí. ¿De acuerdo?

– ¿Y no acabarás herida tú también?

¡Dios santo!, la de vueltas que tenía que dar para no hacerle promesas que no pudiera cumplir en aras de la sinceridad.

– Y no acabaré herida. Bueno, ¿qué tal si entramos y preparamos algo de comer?

Frankie asintió con la cabeza.

– Claro. -Volvió a echar un vistazo al cielo, pero el helicóptero había desaparecido en el horizonte-. Los helicópteros son bastante chulos, ¿verdad? Cuando las hélices dan vueltas, producen un sonido como el de los látigos. Bastante agudo, pero sin embargo hay un ritmo…

– No seas idiota. Déjame -susurró Donavan-. Es demasiado tarde. Saca al equipo de aquí.

– Vete a cagar. -Kilmer sujetó a Donavan por la cintura con más fuerza, mientras lo arrastraba por el agua turbia-. ¿Crees que he hecho todo este viaje y dejado que estas condenadas sanguijuelas me estén chupando la sangre de las piernas para que le sirvas de desayuno a Marvot? No lo hago por ti. Lo hago por mí maldito ego.

Donavan empezó a reírse, pero la risa acabó en tos.

– Bastardo.

– Sí. -Kilmer se movía con rapidez, sin dejar de escudriñar el bosque que tenían a ambos lados. Habían eliminado a cuatro miembros de la patrulla de Marvot cuando llegaron hacía una hora, pero podía haber más-. Ahora cállate. Si puedo llevarte a través de este riachuelo y del bosque, tendremos algunas probabilidades. Nos encontraremos con el resto del equipo en la carretera. El helicóptero está a ocho kilómetros al otro lado de la carretera.

– Ocho kilómetros u ocho mil. Sigue sin…

– Mira, va a ser así y punto. Ahora echa un pie delante del otro y mantén la boca cerrada. No voy a morir en este riachuelo apestoso y no te voy a dejar. Así que eso sólo deja una alternativa: tengo que ser un jodido héroe.

– Jamás podría soportar que me salvaras la vida. Nunca permitirás que lo olvide. Preferiría pasar a mejor vida ahora mismo.

– Donavan.

– De acuerdo, de acuerdo. Me callaré. De todas maneras, me siento un poco débil. Si no me sacas de aquí pronto, puede que me desmaye y tengas que cargar conmigo.

– No te atrevas.

– Pues creo… que está sucediendo… -Sus palabras salían entrecortadas-. Si vas a ser un héroe, debería asegurarme… de que… lo hagas… bien.

– ¿Estás bien? -preguntó Robert cuando salió al porche-. Estuviste muy callada durante la cena.

– ¿Ah, sí? ¿Crees que Frankie se dio cuenta? -Grace hizo una mueca-. Bien sabe Dios que intento comportarme con naturalidad.

– Ella también estuvo callada. Creo que está ensimismada en su música -dijo Robert-. ¿Estás preocupada?

– Dijo que llamaría anoche. Diablos, sí, estoy preocupada.

– Son cosas que pasan.

– Ya lo sé -le espetó. Respiró hondo y soltó el aire lentamente-. Y sé que algunas de esas cosas que pasan son malas. Podrían matar a todo el equipo. Kilmer podría resultar muerto. -Cruzó los brazos por delante del pecho para impedir que siguieran temblando-. Deberíamos haber tenido noticias de él.

– ¿Qué quieres que haga? ¿Debería llamar a North para ver si ha tenido noticias de algún jaleo en El Tariq?

– No. Es un peligro para Frankie que establezcamos contacto sin saber antes dónde está la filtración. Esperemos.

– Pero no mucho. Le prometí a Kilmer que, si no regresaba, os sacaría a ti y a Frankie de aquí mañana. Tenía miedo de que pudieran capturar a cualquiera del equipo y le obligaran a hablar.

– Esperaremos hasta pasado mañana. -Grace sacudió la cabeza. ¡Joder!, ¿en qué estaba pensando?-. No, tienes razón. Tenemos que sacar a Frankie. La tendré lista para irnos al amanecer. -Y añadió cansinamente-: ¡Maldita sea!, odio obligarla a seguir huyendo de nuevo.

– Yo también. -Robert se apartó y abrió la puerta mosquitera-. Pero así es la vida.

O la muerte, pensó Grace con un escalofrío. La muerte de Kilmer.

Miró hacia las montañas. ¿Por qué le estaba haciendo tanto daño esa posibilidad? Había pasado nueve años sin pensar siquiera en él, y en ese momento…

No, eso era mentira. En el fondo, Kilmer siempre había estado allí, por más que ella hubiera intentado negarlo. ¿Y cómo podría ser de otra manera? Había sido la principal experiencia sexual de su vida. Lo había admirado y respetado. Y había dado a luz a su hija.

Y él le había impedido acudir junto a su padre cuando éste la había necesitado. Daba igual que hubiera llegado demasiado tarde para salvarlo. Kilmer había eliminado cualquier posibilidad.

Sin duda, ser consciente de ello seguía enfureciéndola, pero la descarnada posibilidad de su muerte parecía eclipsar todo lo demás.

Podía oír a Frankie tocando en su teclado dentro de la casa. En ese momento no estaba componiendo; se estaba dando un descanso e interpretaba a Mozart. Encantadora. Era tan encantadora. Y Kilmer nunca había tenido la oportunidad de darse cuenta de lo encantadora que era Frankie en todos los aspectos.

Yen ese momento, podría no llegar a saberlo nunca.

Su móvil sonó a las tres cuarenta y tres de la mañana.

Grace se abalanzó hacia la mesita de noche para contestar la llamada.

– Hola.

– Regresamos a casa -dijo Kilmer-. Estamos subiendo al avión en las afueras de Tánger.

¡Gracias, Dios!

Grace no fue capaz de articular palabra durante unos segundos.

– Dijiste que llamarías anoche. -¡Dios santo!, menuda estupidez acababa de decir.

– Estuve un poco ocupado -respondió Kilmer secamente-. Y no podía utilizar el móvil en las cercanías de El Tariq. Los hombres de Marvot estaban por todos lados, y no me podía arriesgar a que captaran la señal. Estaremos en casa mañana.

– ¿Y Donavan?

– Vivo. Le hemos hecho una cura de urgencia y una transfusión, pero no está bien. Conseguí un médico aquí en Tánger para que nos acompañe en el avión. No puedo llevarlo a un hospital. Marvot tiene demasiados contactos locales. ¿Va todo bien ahí?

– Sí.

– Bien. -Kilmer colgó.

Grace apretó el botón de desconexión lentamente. ¡Dios mío!, le temblaban las manos. Casi estaba mareada a causa del alivio… y la alegría.

– ¿Mamá? -Frankie se había incorporado sobre un codo-. ¿Era Jake?

– Sí. -Tuvo que aclararse la garganta-. Está a salvo. Viene para casa.

La niña se incorporó completamente, con el rostro iluminado.

– ¿Cuándo? ¿Puedo ir a decírselo a Robert?

– Estará aquí mañana. -Grace tuvo que tranquilizar su voz-. Y creo que hacérselo saber a Robert sería una buena idea. Anda, ve.

Frankie saltó de la cama y se escabulló fuera de la habitación.

Debería haber ido ella misma a decírselo a Robert, pero en ese momento no quería enfrentarse a nadie. Temblaba demasiado. ¡Joder!, había pensado que todo había terminado. ¿Cómo era posible que no hubiera acabado?

Tal vez hubiera acabado, pero la emoción que estaba sintiendo era demasiado fuerte para ignorarla. Tenía que ser identificada y resuelta. No podía pasar el resto de su vida de esa guisa. En un estado permanente de negación, aunque hecha polvo por recuerdos y recuerdos que no era capaz de olvidar. Lo sensato sería enfrentarse a ello y deshacerse de cualquier emoción persistente por Kilmer que hubiera reprimido. Sí, eso sería lo lógico y lo sensato.

¡Dios santo, estaba vivo!

Grace oyó la vibración de los rotores del helicóptero una hora después de haberse acostado a la noche siguiente. Saltó de la cama y corrió a la ventana. Una luz blanca azulada atravesó la oscuridad desde el helicóptero cuando éste empezó a descender lentamente.

– ¿Es Jake? -preguntó Frankie.

– Creo que sí. -Grace agarró una bata y se dirigió a la puerta-. Quédate aquí hasta que me asegure. -Se encontró con Robert en las escaleras-. ¿Es Kilmer?

Él asintió con la cabeza.

– Me llamó hace diez minutos para decirme que estaban llegando y que le preparase una habitación a Donavan. -Sacudió la cabeza-. Le cederé mi cuarto. Dormiré abajo, en el barracón, con el resto del equipo. Cambié las sábanas… -Bajó corriendo las escaleras y salió.

Grace lo siguió y llegó al porche a tiempo de ver abrirse las puertas del helicóptero y a Kilmer saltar a tierra.

– Meted a Donavan dentro. -Se volvió a Blockman-. ¿Todo bien?

Robert asintió con la cabeza.

– A mí habitación. La segunda a la izquierda. ¿Cómo está?

– Drogado. El doctor Krallon lo ha mantenido sedado desde que abandonamos Tánger. -Desvió la mirada hacia Grace cuando dos de sus hombres levantaron cuidadosamente a Donavan para sacarlo del helicóptero en una camilla-. Lo conseguirá, Grace. La gran amenaza era la conmoción.

– ¡Gracias a Dios! -bajó la vista a la cara de Donavan cuando pasó por su lado en la camilla-. ¡Dios santo!, está pálido.

Él entonces abrió los ojos.

– Es culpa de Kilmer -susurró-. Dejó que todas esas sanguijuelas me chuparan la sangre.

– Bastardo ingrato -dijo Kilmer-. Fue a mí a quien comieron vivo. -Hizo un gesto a los hombres que lo transportaban-. Llevadlo adentro y metedlo en la cama antes de que le arranque esos puntos y deje que muera desangrado.

– Demasiado tarde -replicó Donavan-. Tengo a Grace para que me proteja. -Clavó sus adormilados ojos en ella-. Hola, Grace, ¿cómo te va?

– Mejor que a ti. -No obstante, se sintió aliviada al ver que estaba lo bastante bien como para bromear con Kilmer-. Pero nos ocuparemos de esto -le gritó cuando ya le subían por las escaleras del porche-. Así que manda a la mierda a Kilmer siempre que te apetezca.

– Muchas gracias -dijo Kilmer. Se volvió hacia el hombre bajo y de piel oscura que se había acercado a él-. Grace Archer, éste es el doctor Hussein Krallon. Se ocupa de Donavan.

– Encantado, señora. -El médico hizo una cortés inclinación de cabeza-. Y ahora debo ir con mi paciente. Con su permiso. -El hombre no esperó a la aprobación de Grace, sino que salió corriendo tras Donavan.

– ¿Está seguro Donavan con él? -preguntó ella observando cómo desaparecía por el vestíbulo-. Marvot ejerce mucha influencia en Marruecos.

– He utilizado sus servicios con anterioridad. Odia a Marvot a muerte. Su hijo fue asesinado en un asunto de drogas por uno de los sicarios de Marvot hace cinco años. No asfixiará a Donavan mientras duerma y hará que mejore sólo por fastidiar a Marvot. -Hizo una pausa-. ¿Cómo está Frankie?

– Bien. -¡Dios!, parecía cansado-. ¿Cuándo dormiste por última vez?

– Dormité en el avión. -Se frotó la mandíbula-. Aunque necesito deshacerme de esta barba de tres días.

– ¡Jake! -Frankie estaba en lo alto de las escaleras-. Pareces un pirata. -Bajó corriendo los escalones sin dejar de mirar con cautela a su madre-. Siento no haberme quedado en la habitación. Pero vi a Jake salir del helicóptero y supe que todo iba bien. Creo que te olvidaste de mí.

– Me parece que tienes razón. -Grace sonrió-. Así que soy yo quien debería disculparse. Como puedes ver, Jake está sano y salvo.

– Bien. Estábamos preocupadas por ti.

– ¿Estabais? -Desvió su mirada hacia Grace-. ¿Las dos?

– Naturalmente. Me preocupaba que sacaras a Donavan de allí.

– Vaya corte. -Kilmer hizo una mueca y sonrió a Frankie-. Puesto que no conoces a Donavan, ¿puedo suponer que tú sólo estabas preocupada por mí?

– Por supuesto. Tú me gustas. -La niña lanzó una mirada a Grace-. ¿Puedo prepararle a Jake un chocolate caliente? Parece que necesita… algo.

– Es tarde.

– Ahora ya no puedo volver a dormirme. Estoy demasiado excitada.

– Jake puede cuidar de… -Grace vio la decepción dibujada en el rostro de Frankie-. Por supuesto, adelante. Voy a asegurarme de que Donavan esté cómodo. Bajaré dentro de quince minutos y entonces te irás a la cama. ¿Trato hecho?

– Trato hecho. -Frankie echó a correr por el pasillo hasta la cocina.

Grace empezó a subir de nuevo los escalones.

– Si no quieres ocuparte de ella, envíala arriba. Sólo quiere hacer algo por ti.

– Ni en un millón de años. Me siento honrado. -Kilmer hizo una pausa-. Tan sólo siento curiosidad por saber por qué dejas que se relacione conmigo.

Ella lo miró por encima del hombro.

– Debisteis pasarlas canutas allí. Ella tiene razón; pareces necesitar algo. Tal vez no un chocolate caliente, pero Frankie es una curandera fantástica. Cuando me encuentro mal, sólo tenerla cerca hace que me sienta mejor.

– Me doy cuenta de hasta qué punto eso debe ser cierto. -Se apartó-. Gracias, Grace.

El tono de su voz rebosaba cansancio. Ella se paro en la escalera.

– ¿Cómo de cerca estuvo esta vez, Kilmer?

– Lo bastante cerca para que me arrepintiera de muchas cosas que no he hecho en mi vida. Y lo bastante cerca para que lamentara no haber hecho un testamento que os protegiera a ti y a Frankie. -Sonrió débilmente-. Aunque supongo que eso también te habría ofendido.

– No lo necesitamos. Charlie legó a Frankie la granja de caballos.

– Bien. Pero eso no significa que yo no tenga una obligación.

– Es un poco tarde.

Kilmer asintió con la cabeza.

– Lo sé. Pero tengo que jugar las cartas que me han tocado. Buenas noches, Grace. -Empezó a avanzar por el pasillo-. Si quieres irte a la cama, me aseguraré de que Frankie vuelva a tu lado.

– Ya me ocuparé yo. -Asustada, se dio cuenta de que no quería dejarlo. Deseaba quedarse allí y mirarlo. Quería hacer algo, cualquier cosa, para aliviar aquellas arrugas de agotamiento de su rostro. ¡Joder!, estaba tan mal como Frankie.

No, peor aún.

Porque no era un chocolate caliente lo que deseaba ofrecerle.

– ¿Grace? -Kilmer se había parado y la miraba por encima del hombro, leyendo su expresión con la mirada.

– No. -Ella negó con la cabeza, presa del pánico-. Eso no significa nada. Sólo te estoy agradecida por lo de Donavan. Es una locura pensar…

– Tranquila -dijo Kilmer en voz baja-. No estoy pensando en nada. Estoy demasiado asustado incluso para albergar esperanzas. Sólo quería que supieras que si quieres utilizarme de alguna manera, me haría inmensamente feliz. No esperaría más que lo que quisieras darme. No pediría más que… -Sacudió la cabeza, y dijo con brusquedad-: Y una mierda. Te devoraría y pediría más. Así ha sido siempre entre nosotros.

Sus palabras produjeron en Grace una sacudida de hormigueante electricidad que le recorrió todo el cuerpo. Sí, siempre habían sido sexualmente insaciables.

– No. -Grace se humedeció los labios-. Han pasado muchos años y demasiadas cosas entre nosotros.

– Eso no se interpondría en el sexo. Te lo garantizo.

– No podría garantizar… ¿Por qué estoy hablando contigo siquiera?

– Porque estás buscando una manera de obtener lo que quieres. Cógelo, Grace, No habrá consecuencias. Te lo prometo.

Ella negó con la cabeza y subió corriendo las escaleras. Estaba huyendo, pensó Grace con desesperación. Demasiado esfuerzo por llegar a un acuerdo con lo que estaba sintiendo por Kilmer. Sólo con verlo se veía atrapada en aquella fuerza que hacía que se marease y le temblaran las rodillas.

Y calor. Sentía como si tuviera fiebre; el cuerpo ardiente y la respiración rápida y superficial.

Como hacía nueve años.

Pero ya no era aquella mujer. Era la madre de Frankie, y con eso era suficiente.

No, ¡mierda!, en ese momento no era suficiente.

«Coge lo que quieres.»

Eso sería demasiado peligroso, demasiado devastador. Se había sentido satisfecha antes de que él volviera a aparecer. Volvería a estar contenta una vez se hubiera ido.

Contenta. Vaya palabreja insignificante.

Feliz. Con Frankie siempre era feliz. No necesitaba aquella locura que había experimentado con Kilmer.

Capítulo 9

– ¿Has pasado una buena noche, Donavan? -Grace sonrió al abrir la puerta a la mañana siguiente. Echó un vistazo al doctor Krallon, que se levantó rápidamente de su sillón-. ¿Ha sido un buen paciente?

– Atroz. -El médico sacudió la cabeza-. No ha parado de insultarme y se ha negado a hacer todo lo que le decía. Es un desagradecido.

– Una cuña, Grace. -Donavan sacudió la cabeza-. No me levantó para ir al baño. Fue humillante.

– Y práctico. -Ella se sentó en el sillón que el médico había dejado vacío-. Vaya a desayunar, doctor. Me quedaré con él.

– Con mucho gusto. -El médico se dirigió a la puerta-. Y si soy capaz de perdonarlo, le traeré el desayuno cuando vuelva.

Donavan sonrió cuando la puerta se cerró tras el médico.

– Es un hombrecillo amable. Y un testarudo, un jodido testarudo.

– Entonces deja ya de hacérselo pasar mal. Ya sabes que todavía no puedes levantarte para ir al baño. Espera un par de días.

– Un hombre ha de hacer una protesta digna.

– Un hombre ha de ser razonable y dejar de crear problemas. -Grace examinó la cara de Donavan-. Tienes más color que esta mañana. Anoche me dejaste preocupada, pero hoy me doy cuenta de que estás tan genial como siempre.

– No lo dudes. Sólo me estaba aprovechando de tu compasión cuando me sacaron en andas de ese helicóptero. De nuevo, la cuestión de la dignidad. Kilmer entra con aire resuelto como un héroe conquistador, y allí estaba yo, tumbado en esa camilla, débil como un gatito. Tuve que arreglármelas para conseguir todo lo que pudiera.

Grace enarcó las cejas.

– ¿Fue todo una actuación?

– Bueno, quizá estuviera un poco pachucho. El viaje fue una pesadilla. -Su mirada se clavó en su cara-. Pareces más vieja, Grace.

– Muchas gracias.

– No, te favorece. Siempre fuiste una mujer interesante, pero ahora tienes cierta… profundidad. Quiero seguir estudiándote para ver qué es lo se esconde bajo la superficie.

– No se esconde nada. Soy tan poco complicada como lo he sido siempre.

Donavan negó con la cabeza.

– Y una mierda poco complicada. Desde el momento en que bajaste de aquel avión, hace ahora casi nueve años, siempre supe que eras un cúmulo de contradicciones. Eras patriota, y sin embargo habías visto demasiado para confiar totalmente en cualquier gobierno. Eras valiente, pero te daba miedo comprometerte. Querías tener amigos, pero temías alargar la mano y cogerlos por miedo a que salieran huyendo.

– ¡Uy, Dios, Donavan! ¿Desde cuándo eres psicólogo?

– Es sólo uno de mis talentos menores. -Sonrió-. Pero únicamente lo utilizo con la gente que me gusta. Y no expreso mis opiniones a menos que se me pregunte.

– Yo no he preguntado.

– Y cuando quiero inmiscuirme en algo que no es asunto mío.

Grace se puso tensa.

– ¿De qué estás hablando?

– Pensé que iba a morir en aquel río.

– ¿Y?

– Kilmer me salvó el pellejo. Y no es la primera vez. Pero no es mucho lo que me deja hacer por él, así que decidí tomar el asunto en mis manos.

– ¿Que asunto?

– Se preocupa por ti, Grace. No sé cuánto; no hablará de ello. Pero sé que está loco por ti.

– Sexo.

– Sí, sé que eso tuvo mucho que ver. Pero había más.

Grace negó con la cabeza.

– Mira, tú siempre viste las cosas como querías verlas.

– Estás cansado. Me voy a ir y te dejaré que descanses. -Empezó a levantarse.

– No te atrevas a moverte. -Donavan tosió-. Harás que tenga una recaída.

– No te has recuperado lo suficiente para tener una recaída.

– Entonces, estate quieta para que pueda alcanzar ese estado de felicidad. Estoy a punto de ser profundo, y necesito público.

Grace volvió a sentarse lentamente.

– Te estás aprovechando de esa condenada herida.

Donavan asintió con la cabeza.

– ¿Y por qué no? Duele a rabiar. Debería sacar algo positivo de ella.

– Hablaremos más tarde.

– ¿Y si me da una embolia y me muero? Eso ocurre. No, tiene que ser ahora. Es la ocasión perfecta. Mi estado es lo bastante lamentable como para que no te líes a tortazos conmigo. Y para cuando me ponga bien, ya habrás tenido tiempo de superarlo.

– ¿De superar qué?

– Tu actitud defensiva cuando te diga que has sido una bruja cerrada de mollera en lo que concierne a Kilmer.

Grace se puso rígida.

– No tengo por qué soportar esto, Donavan.

– Sí, sí que tienes. -Volvió a toser-. Mira, me estás dando un gran disgusto. Puedo notar cómo se forma el coágulo.

– Mentiroso.

– Me puedes dejar solo. Pero quizá el doctor me encuentre muerto cuando vuelva.

– Eso es un farol.

– Pero da resultado. -Y añadió con malicia-: Te vas ablandando con los años. Debe ser eso de la maternidad.

– Habla -dijo Grace entre dientes.

– Engañaste a Kilmer. Tenías algo especial entre manos. Nunca le he visto así con ninguna otra mujer. Kilmer nunca miente. ¿Por qué diablos no confiaste en él, en lugar de salir huyendo?

– Tú sabes por qué. Me impidió que acudiera a ayudar a mi padre. -Grace se aferró a los brazos del sillón-. Tuvo suerte de que no lo estrangulara.

– Lo que impidió fue que cayeras directamente en las garras de Marvot.

– Eso no lo sabes.

– Sí, sí que lo sé. Kilmer me envió a Tánger para ponerme en contacto con tu padre aquella noche. No hubo manera de convencer a tu encantador papá de que se marchara. Me dijo que era mejor que trabajaras con Marvot, que había mucho dinero que ganar si dejabas la Agencia y te concentrabas en domar a la Pareja para ese bastardo. Ésa es la razón de que hiciera un trato con Marvot y le soplara lo de la incursión.

– No. -Grace lo miró con furia-. Estás mintiendo.

– No creo que quisiera que resultaras herida. Me dijo que le habían garantizado que no te matarían durante la incursión. Creía sinceramente que lo que era mejor para él era lo mejor para ti.

– En aquella incursión murieron tres hombres. ¿Estas diciendo que prácticamente los asesinó él?

Donavan guardó silencio.

– No te creo.

– ¿Por qué habría de mentirte? No tengo nada que ganar.

– ¿Y cómo suponía él que yo iba a trabajar con Marvot? Jamás lo habría hecho.

– ¿Ni aunque pensaras que tu padre había sido retenido como rehén?

– Tú me lo habrías contado de manera muy diferente.

– De salir vivo. Me libré por un pelo de ser capturado, cuando avisó a uno de los sicarios de Marvot que estaba en la habitación contigua. Recibí un balazo en la pierna, y estuve huyendo un par de días. Conseguí llamar a Kilmer y decirle que te mantuviera alejada de Tánger por todos los medios.

– A mi padre lo asesinó Marvot.

– Evidentemente, Marvot pensó que la trampa estaba condenada al fracaso y que tu padre ya no le era de utilidad. Pero pudo matar a tu padre en castigo porque participaras en la incursión. Sería una advertencia para cuando te capturara.

Grace negó con la cabeza.

– No.

– Sí.

– Si eso es verdad, ¿por qué Kilmer no me dijo nada?

– Te dijo que tu padre le había dado el soplo a Marvot. Pero eso fue la noche que murió. ¿Se suponía que tenía que entrar en detalles de lo cerdo que era realmente tu padre y decirte que tenía pruebas? Tú lo querías. Confiabas en él. Era la única persona que tenías en el mundo. Creo que Kilmer planeaba intentar hablar contigo más tarde, pero no pudo. Huiste. Kilmer tuvo noticias de que Marvot te perseguía y tuvo que encontrar la manera de protegerte. Entonces North le dijo que estabas embarazada. Eso se lo confirmó. No podía estar allí para protegerte y no iba a quitarte el poco consuelo que tenías.

– Mi padre me quería. -La voz le temblaba-. Me quería de verdad, Donavan.

– Tal vez. Hay muchas clases extrañas de amor en el mundo. No te quería lo suficiente como para mantenerte lejos de las garras de Marvot si eso significaba dinero que llevarse al bolsillo. Yo estaba allí, Grace. Te estaban tendiendo una trampa. -Le sostuvo la mirada-. Sabes que no miento. Tengo una cicatriz en mi pierna izquierda como recuerdo de aquella noche. ¿Quieres verla?

Ella negó con la cabeza.

– ¿Me crees?

– No lo sé. ¡Oh, Dios!, no quiero creerte, Donavan.

Él asintió con la cabeza.

– Créeme. Apostaría a que en lo más profundo de tu corazón sabías que Stiller nos había traicionado. Sólo que no podías admitirlo. Ahora tienes que hacerlo. Has de aceptarlo. -Donavan cerró los ojos-. Ahora tengo que descansar y luchar contra esa embolia, de manera que pueda volver a utilizarla alguna vez cuando necesite chantajear a alguien. ¿Crees que funcionaría con Kilmer?

– No.

– Nunca se sabe. No es tan puñetero como crees… -Donavan abrió los ojos-. Es la verdad, Grace. Pongo a Dios por testigo que es verdad hasta la última palabra. Ahora dime si me crees.

– No puedo -susurró ella.

– Dímelo.

– No lo haré. -Tenía los ojos llenos de lágrimas-. Es demasiado doloroso.

– Dímelo.

– De acuerdo, ¡maldita sea! Te creo. -Las lágrimas le corrían por las mejillas-. ¿Satisfecho?

– Sí. -Donavan volvió a cerrar los ojos-. Vete. No hay nada como una mujer llorando para hacer que un hombre se sienta mal. Quiero conocer a tu hija, Grace. ¿Dejarás que venga a verme?

Ella no respondió mientras se dirigía a la puerta.

– Sería un buen amigo para tu hija. No permitas que tu amargura le haga daño.

– Nunca haría eso. -Abrió la puerta-. La traeré esta noche para que la conozcas. -Apoyó la cabeza en la jamba-. Y no estoy… resentida contigo. Hiciste lo que creíste mejor. Sólo estoy dolida y sensible. Y sé que Frankie necesita amigos.

– Kilmer también podría ser un buen amigo para ella.

– Echa el freno, Donavan.

– Sólo quería golpear mientras el hierro sigue caliente.

– Lo bastante caliente para quemarme viva. -Cerró la puerta tras ella y se tomó un momento para intentar serenarse. Se limpió los ojos y respiró profundamente. No podía bajar a desayunar con Frankie cuando apenas era capaz de enfrentarse a la situación. Había subido con la esperanza de confortarlo, no de que se ensañara con ella.

¡Dios santo!, estaba dolida. ¿Tenía razón Donavan? ¿Había sabido ella que su padre los había traicionado, pero se había negado a admitirlo? ¿Se había aferrado a la seguridad de tener sólo una persona en el mundo en quien confiar que la quisiera? ¿Acaso era tan débil?

Verdad.

Debía pensar en ello. Aceptarlo como Donavan le había dicho que hiciera.

Bajaría. Desayunaría. No permitiría que Frankie supiera que estaba disgustada. Luego se iría sola tan pronto como pudiera para pensar con claridad. En ese momento parecía una tarea imposible. Estaba temblando, y tenía que hacer que aquellas malditas lágrimas dejaran de caer.

Empezó a bajar las escaleras, impostando una sonrisa en sus labios.

No permitiría que Frankie supiera…

Frankie estaba sentada en lo alto de la cerca del corral, con la mirada fija en las montañas. Esperando.

Kilmer la observó durante un instante antes de salir del porche y atravesar el patio del establo.

– ¿Qué haces aquí?

– Nada.

– ¿Te importa si te acompaño? -Trepó a la valla para sentarse a su lado-. Hace mucho tiempo que no estoy sin hacer nada. Quiero ver si me he perdido algo.

Frankie sonrió.

– Es bastante aburrido.

– Eso es lo que pensaba. Entonces, ¿por qué lo estamos haciendo?

La niña no habló durante un rato.

– Mamá se ha ido hace mucho rato. Quería estar aquí cuando volviera.

Kilmer se puso tenso.

– ¿Cuánto rato?

– Un par de horas. Se fue montando a Samson y todavía no ha regresado.

– ¿La viste partir?

Frankie asintió con la cabeza.

– Se estuvo haciendo la… graciosa. Eso me preocupó.

– ¿La graciosa?

La niña se encogió de hombros.

– Algo así. -Arrugó el entrecejo-. Como cuando le duele la cabeza o tiene un resfriado y no quiere que me preocupe.

– Quieres decir como cuando está dolida.

– No lo sé. Me preocupó.

– Probablemente esté bien. -Hizo una pausa-. ¿Te gustaría que fuera a buscarla?

– A ella no le gustaría. Nunca quiere que me preocupe por ella. Por eso no he cogido a Gypsy e ido yo misma.

– Pero yo no tengo que preocuparme por lo que piense de mí. De todas las maneras, está furiosa conmigo. Así que creo que te voy a pedir prestado a Gypsy para ir tras ella, ¿de acuerdo?

Frankie asintió con la cabeza, aliviada.

– No es que crea que esté herida o algo así. Nunca la ha tirado ningún caballo, y ahora Samson la quiere. Es sólo que…

– Fue poco espontánea. -Kilmer se bajó de la valla-. Y cuando vuelva, te sentirás mejor. -Se dirigió al establo-. ¿Qué dirección tomó?

La niña señaló hacia el oeste.

– Hacia las estribaciones.

– Tengo algunos hombres patrullando por las estribaciones, Frankie. Si le hubiera ocurrido algo, lo habríamos sabido. Pero echaré un vistazo de todas las maneras.

– Y no le dirás que estaba preocupada, ¿verdad?

– No, eso no te lo prometo. A veces es reconfortante saber que alguien nos quiere lo suficiente como para preocuparse por nosotros. Tu madre probablemente se sienta muy sola desde la muerte de vuestro amigo Charlie. Quizá sea ésa la razón de que hoy no se sintiera muy feliz. -Sonrió-. En cualquier caso, le preguntaremos y lo arreglaremos. Ésa es la mejor manera de tratar la situación. Mucho mejor que ignorarla. ¿Por qué no entras en casa y trabajas en tu música hasta que vuelva? Estoy seguro de que ella preferiría oír tu música cuando vuelva a casa, que verte colgada de esa valla.

Frankie asintió con la cabeza y saltó de la cerca.

– Lo intentaré. Pero es difícil concentrarse cuando le pasa algo a mamá.

– Yo lo arreglare.

Ella lo observó y acabó asintiendo lentamente con la cabeza.

– Vale. -Sonrió-. Te creo. -Frankie echó a correr hacia la casa-. A Gypsy no le gusta estar cerca de las vallas. Se asusta. Ten cuidado.

Kilmer la observó hasta que desapareció en la casa.

«Te creo.»

«Ten cuidado.»

¡Joder!, se sentía como un guerrero medieval a quien su reina hubiera armado caballero. Orgulloso y pletórico de esperanza y de ardiente determinación para salir y combatir con dragones.

¿Era así cómo se sentían la mayoría de los padres respecto de sus hijos? Probablemente. Pero para él, aquello era algo nuevo y estimulante, y hacía que se acordara de un tiempo en el que no era el cínico hijo de puta que era en ese momento. ¿Cuánto tiempo hacía de eso? Tal vez cuando había tenido menos años que su hija.

Cuando tenía ocho años como Frankie, todo le había parecido posible.

Y cuando tienes a una Frankie en tu vida, intentas asegurarte de que incluso lo imposible se convierta en posible.

– ¿No crees que es hora de que regreses?

Grace se dio la vuelta rápidamente, apartándose del arroyo donde había estado dando de beber a Samson y vio a Kilmer montado sobre Gypsy a unos cuantos metros de distancia. Era la última persona que quería allí en ese momento, pensó con frustración. Seguía demasiado disgustada, subida todavía en aquella montaña rusa emocional en la que Donavan la había instalado.

– No, a menos que haya una razón por la que debiera volver. ¿Es ésta una zona peligrosa?

– No, es segura. -Se apeó de Gypsy y dejó que la yegua se acercara al arroyo-. Pero Frankie no está demasiado contenta. Cree que te sucede algo.

– Vaya, mierda.

Kilmer buscó la cara de Grace con la mirada.

– ¿Es así?

Ella no respondió.

– Regresaré.

– ¿Es así?

– Nada que deba afectar a Frankie.

– Todo lo que eres y haces afecta a Frankie. Le prometí que lo arreglaría. ¿Qué debería hacer para resolver esto?

– No deberías hacer promesas que no puedes cumplir.

– Cumpliré ésta. -Sonrió con aire contrito-. No puedo hacer nada más. Nunca le había hecho una promesa a un niño. Es una gran responsabilidad. Tú ya sabes de qué va, pero yo estoy empezando a descubrirlo. Así que, dime, ¿qué puedo hacer para que dejes de preocuparte?

– Déjalo de mi cuenta.

La sonrisa de Kilmer se desvaneció.

– Ya lo he dejado de tu cuenta durante mucho tiempo. No voy a volver hacerlo.

Grace apartó la mirada.

– Hasta que nos pierdas de vista a Frankie y a mí y dejes de pensar en nosotras.

– Nunca he dejado de pensar en ti. Y nunca más volveré a perderte de vista.

– No te creo.

– Lo harás si dejas de mirarlo todo, excepto a mí.

Grace no desvió la mirada de los pinos del claro que tenía delante.

– No quiero mirarte.

– Porque sabes juzgar bastante bien a las personas y sabes que nunca te mentiré. Aunque te conté lo de tu padre, tú…

– Cállate. -Volvió rápidamente la mirada hacia él-. ¿Por qué tú y Donavan no me seguisteis y me obligasteis a escuchar? ¿Por qué me dejasteis que siguiera engañándome?

Kilmer se quedó inmóvil.

– Donavan ha hablado contigo.

– Esta mañana -dijo ella cortante-. Estaba impaciente.

– Lo siento. Pensé que podría hablar con él primero. No necesitabas tener que lidiar con esto ahora.

– ¿Cuándo pretendías decírmelo? ¿Dentro de otros nueve años?

Kilmer negó con la cabeza.

– No soy masoquista. Sólo te iba a dar un poco más de tiempo.

– ¡Por Dios!, no soy una imbécil redomada. -Intentó calmar su voz-. Bueno, quise creer algo que no era verdad. Bueno, me hace daño y me hace sentir un poco vacía. Puedo manejarlo.

– Sé que puedes. -Kilmer hizo una pausa-. Pero no sé si yo puedo. Tal vez puedas darme algún consejo.

– No necesitas ningún consejo. -Cogió las riendas y se dispuso a montar-. Como le dije a Frankie, tú conoces todos los pasos.

– Y un cuerno. -Cogiéndola del hombro, la hizo darse la vuelta y apartarse de Samson-. He ido dando palos de ciego desde que te conocí. -Sus ojos brillaron con intensidad cuando la miró fijamente-. No sabía qué era lo que me afectaba.

– El sexo.

– ¡Carajo, sí! Pero había algo más. El sexo sólo se metió en medio. No tuvimos tiempo de averiguar si teníamos alguna posibilidad de algo… Fue culpa mía. Debería haber… Pero cada vez que empezaba a hablarte de… -Se encogió de hombros-. Tal vez, si hubiéramos tenido algunos meses más. No podía apartar mis manos de ti. Eso era lo único que parecía importante. Eso es lo primordial.

Y ella no había sido capaz de apartar las manos de él.

– Quizá fuera eso todo lo que había.

– No tuvimos oportunidad de averiguarlo. -Torció los labios-. Y cuando me enteré de que estabas embarazada, me sentí furioso y traicionado. Ni siquiera pensé en el niño. Lo admito. Sólo supe que no tenía ninguna esperanza. Estabas furiosa conmigo por lo de tu padre, y yo te había dejado hecha polvo y con la carga de un hijo que no querías. Sólo me quedaba minimizar los daños.

– Quise tener a Frankie.

– ¿Cuándo te diste cuenta de eso?

Ella negó con la cabeza.

– ¿Ves?

– Todo eso es pasado. -Intentó apartarse de él-. No quiero hablar de ello ahora.

– Lo sé. Estás dolida. -Movió las manos lentamente, casi con anhelo, por los hombros de Grace-. Te dejaré tranquila. Pronto.

Ella se dio cuenta de que su respiración se estaba haciendo cada vez más superficial. El tacto de Kilmer le estaba provocando un hormigueo por todo el cuerpo. ¡Dios santo! Tragó saliva.

– Ahora.

– Sí. -No la soltó-. Pero no está bien, lo sabes. Tenemos que averiguarlo. Acabó demasiado pronto. No fue justo… Tenemos que averiguarlo.

– Ya lo averigüé hace ocho anos, cuando nació Frankie. Se acabó.

– Mentirosa. Entonces, ¿por qué te late el corazón con tanta fuerza que puedo verlo en la fosa de tu cuello?

Grace respiró hondo, y se apartó de él con una sacudida. Se dio la vuelta y montó rápidamente en el caballo.

– Sé sincera conmigo y contigo -dijo Kilmer en voz baja-. No correrás ningún peligro por ello. Tú eliges. No te voy a arrinconar en una esquina. -Sonrió-. Aunque puede que te empuje hacia la cama más próxima a la menor oportunidad. Eso no sería tan malo. Sabes que te gustaría.

Sí, le gustaría. Probablemente se estaría volviendo loca si lo que estaba sintiendo era señal de ello.

– No puedo ocuparme de eso ahora.

Kilmer hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

– No estoy siendo justo. Si fuera la clase de hombre que es Blockman, retrocedería. Acabas de enterarte de algo muy doloroso para ti y estás disgustada. Pero no soy como Blockman. Y tienes que tratar conmigo tal como soy.

– No tengo que tratar contigo en absoluto.

– Sí, sí que tienes que hacerlo. No voy a desertar de nuevo. Escoge el papel que necesites que interprete para ti, porque no me voy a ir.

Una mezcla salvaje de emociones la recorrieron mientras lo miraba fijamente. Loca. No debía sentirse así. Había ido hasta allí para aclararse las ideas, y en ese momento la cabeza le daba vueltas.

– Frankie te está esperando -dijo él en voz baja.

Sí, Frankie estaba esperando. Lo importante era su hija, no su torbellino interior. Espoleó a Samson, poniéndolo a un galope que lo hizo atravesar a toda velocidad los campos que los separaban del rancho.

– Hola, mamá. -Frankie se reunió con ella cuando Grace subía los escalones del porche. La niña escudriñó su rostro y soltó un suspiró de alivio-. Ya vuelves a estar bien.

– Siempre lo he estado. -Le dio un abrazo-. ¿Por qué pensaste que no lo estaba?

– Te pasaba… algo. -Frankie sacudió la cabeza-. No sé. Pero Jake lo arregló. Dijo que lo haría.

– Oh, ¿eso hizo? ¿Cómo sabes que lo arregló él?

– Porque tu aspecto es el que tienes cuando has dado un buen paseo a caballo. Es una especie de brillo.

– Tienes una gran imaginación. -La besó en la mejilla-. Pero si te vuelves a preocupar, ven y háblame de ello. No te vayas con extraños.

– Jake no me parece un extraño -dijo Frankie-. Bueno, tengo que ir al granero y ejercitarme con Robert ahora. Me dijo que no he practicado bastante mis artes marciales desde que estamos aquí. ¿Quieres venir y mirarnos?

– No me lo perdería por nada del mundo. Ve delante. Iré en cuanto vaya al baño y coja una botella de agua.

– Vale. -Frankie volvió a mirarla mientras bajaba las escaleras corriendo-. Estás guapa, mamá. Como más… joven.

– Gracias… creo.

Observó cómo Frankie atravesaba corriendo el patio en dirección al establo antes de entrar y dirigirse al baño. Robert estaba haciendo lo correcto, mantener a Frankie ocupada y concentrada en las tareas ordinarias que habían constituido su vida antes de que ésta fuera interrumpida. Todos tenían que concentrarse en…

¡Dios mío!

Alcanzó a verse la cara en el espejo del botiquín. Levantó la mano y se tocó tímidamente la mejilla, que estaba colorada.

Brillo, había dicho Frankie.

Joven, había dicho Frankie.

Veintitrés años de nuevo, cuando todos los minutos de la vida eran excitantes.

No, no quería ese retroceso en el tiempo. No quería parecer tan vulnerable y llena de esperanzas y sueños.

Y no quería que Kilmer tuviera el poder de obrar esa metamorfosis. Habían pasado juntos muy poco tiempo y, sin embargo, el resultado de la emoción que él había encendido la estaba mirando fijamente desde el espejo.

¡Que Dios se apiadara de ella! Otra vez veintitrés años.

– No estoy contento, Hanley -dijo Marvot-. ¿Cómo sacó Kilmer a su hombre a través de nuestras líneas?

– Otro grupo que había situado al este realizó una maniobra de distracción. Cuando nos dimos cuenta de que era una falsa alarma, él ya estaba…

– Haciendo que me volviera loco. -Marvot dio un puñetazo en la mesa-. Mi padre me enseñó que la dignidad lo era todo, y tú has dejado que Kilmer me humille tres veces. Primero, me robó la bolsa, luego se llevó al jodido burro y ahora saca a un hombre herido a menos de dieciséis kilómetros de El Tariq. Y tú estabas al mando en dos de las tres ocasiones. -Su voz adquirió un timbre de venenosa suavidad-. Creo que ha llegado el momento de que hagas una reparación, ¿no te parece?

– Asumo toda la responsabilidad -dijo Hanley-. Pensé que… Fue mala suerte que…

– ¿Mala suerte? No acepto esa palabra. Ahora dime ¿Cómo voy a evitar que mis socios piensen que soy un buenazo y no intenten entrar en mi territorio?

– Encontraré a Kilmer y a Grace Archer.

– ¿Cuándo?

– Las negociaciones con el hombre de Langley avanzan con lentitud. Anda con evasivas. -Y añadió rápidamente, cuando vio la expresión de Marvot-: Pero tengo la intención de volar esta noche y encargarme yo mismo de garantizar que conseguimos lo que queremos. No volveré hasta que no tenga la situación de Kilmer.

– No, no volverás hasta que tengas a Kilmer… y a Grace Archer. Voy a tener que imponer un escarmiento para borrar la mácula de tus errores. No voy a permitir que nadie piense que soy menos que mi padre. Y no voy a dejar que mi hijo oiga rumores de que soy un pelele y un idiota. -Apretó los labios-. Te daré siete días para que me entregues a Kilmer y a Archer, Hanley. Sin demoras ni excusas. Siete días. Después de eso, haré que tengas tu escarmiento.

Capítulo 10

– Donavan, ésta es mi hija Frankie -dijo Grace-. Estaba impaciente por conocerte. ¿Cuál es tu nombre de pila, Donavan? Creo que nunca lo he sabido.

– Y no lo vas a saber. Mi madre cometió el error de ponerme un nombre impropio de mi fuerza y mis talentos portentosos. Donavan es perfecto.

– Qué enigmático. Eso me induce a realizar una pequeña exploración en profundidad -murmuró Grace-. Frankie, Donavan y yo trabajamos juntos hace mucho tiempo. -Cerró la puerta del dormitorio-. Me enseñó muchas cosas.

– Sí, sí que lo hice. -Donavan levantó la mano-. Y me alegro mucho de conocerte, Frankie. -Arrugó el entrecejo-. Pero una preciosa niña como tú debería tener un nombre precioso. Tu verdadero nombre es Francesca, ¿no es así?

Frankie asintió con la cabeza.

– Pero ése es demasiado estrambótico. Me gusta más Frankie.

Donavan lanzó una mirada a Grace.

– ¿Por qué Francesca?

– De niña, pasé algunos años en Italia, y siempre me gustó. -Sonrió abiertamente a Frankie-. Pero no quise colgarle un gran nombre a una niña pequeña, así que Frankie me pareció un buen arreglo.

Donavan negó con la cabeza.

– Podría llevar Francesca con toda dignidad.

– ¿Qué le enseñaste a mi madre? -preguntó Frankie-. ¿Cosas de espías?

– Bueno, un entrenamiento un poco más básico. No puedes espiar o robar secretos hasta que no sabes cómo protegerte y meterte y salir de los aprietos.

Frankie puso ceño.

– Tú no has salido muy bien parado de tu aprieto. Recibiste un balazo.

– Cierto. -Donavan se rió entre dientes-. Pero te aseguro que no era tan patoso cuando enseñaba a tu madre. -Miró a Grace-. Y ella fue una alumna excelente. Estaba orgulloso de ella. Claro está que, si no hubiera hecho un buen trabajo, Kilmer me habría estrangulado. Él es muy particular.

– ¿Jake? -Frankie sonrió-. Mamá dice que es inteligente. A mí me gusta.

– Y a mí.

– Frankie, tenemos que dejar dormir a Donavan -dijo Grace-. Puedes visitarlo en otra ocasión.

– Estoy viendo que me viene una recaída -dijo Donavan-. No me interrumpas. Quiero llegar a conocer a tu hija. Vete por ahí y déjala conmigo para que nos conozcamos.

– Donavan, el médico… -Grace se encogió de hombros y miró fijamente a Frankie-. ¿Tú qué dices?

– Ella quiere quedarse y que le cuente todo sobre su madre -dijo Donavan-. ¿No es así, Francesca?

– Frankie -le corrigió la niña. Pero parecía intrigada-. Sí, si no te sienta mal. ¿De verdad puedes tener una recaída?

– No, está bromeando.

– Me haría daño no hablar contigo. -Donavan miró a Grace, y su tono se hizo adulador-. Quizá no se lo cuente todo sobre su madre. ¿Qué tal treinta minutos, Grace?

En otras palabras, él no le hablaría de la relación entre Kilmer y Grace. Donavan sabía ser discreto cuando quería. Pero sólo cuando quería. Grace asintió con la cabeza mientras abría la puerta.

– Treinta minutos. Luego vete a la cama, Frankie.

– De acuerdo. -La niña se puso cómoda en el sillón situado junto a la cama de Donavan, con los ojos clavados con intensidad en la cara del hombre-. ¿Y por qué fuiste tú, y no Jake, quien enseñó a mi madre?

– Porque yo soy más listo, como es natural.

Frankie sacudió la cabeza.

– Si fueras más listo, Jake trabajaría para ti.

Grace reprimió una sonrisa mientras cerraba la puerta tras ella. Donavan llegaría a conocer a Frankie muy bien, y, tal vez, ésta le daría algunas sorpresas. Su hija apenas se callaba algo, a menos que pensara que podía herir los sentimientos de alguien. De manera instintiva, se daba cuenta de que Donavan era un blanco legítimo. Lo había estado calibrando al mismo tiempo que él la había estado calibrando a ella.

– ¿Cómo está Donavan?

Grace se puso tensa mientras se volvía para ver a Kilmer en la parte superior de la escalera.

– Parece que bien. Mejor de lo que yo esperaba. ¿Qué dice el doctor?

– Que se está recuperando a una velocidad increíble. El doctor Krallon las está pasando canutas para hacerlo descansar. -Kilmer hizo una pausa-. Vi que llevaste a Frankie a su cuarto para que lo conociera.

Grace asintió con la cabeza.

– Quería estar a solas con ella y me ha echado con cajas destempladas.

– ¿Y le dejaste que se saliera con la suya?

– Quiero que llegue a conocerla. Quiero que se preocupe por ella. Quiero que todo el mundo se preocupe por ella. Quizá así pueda mantenerla a salvo.

– Muy lista.

Grace negó con la cabeza.

– Desesperada. -Empezó a pasar por el lado de Kilmer, que extendió la mano y la agarró del brazo. Ella se quedó inmóvil-. No hagas eso.

– Yo la mantendré a salvo. Pregúntame por qué.

– Suéltame.

– Porque me preocupo por ella. Me tiene bien enganchado.

– No puedes tenerla.

– ¡Por Dios!, te dije que no intentaría apartarla de ti, Pero ¿es que no me puedes dar lo mismo que le das a Donavan? -Intensificó la presión sobre su brazo-. Deja que llegue a conocerla sin que tenga que preocuparme de que vayas a ser presa del pánico y te la lleves de repente. Tu razonamiento también deberías aplicármelo a mí. Cuanto más me importe, más me esforzaré en mantenerla a salvo.

Por lo que a él concernía, Grace no razonaba en absoluto. Sólo sentía.

– Eso es… diferente. Hay muchos impedimentos.

– Pues échalos abajo -dijo con aspereza-. Échalos abajo. Y sabes con qué sería suficiente. No estoy diciendo que el sexo aclararía las cosas entre nosotros, pero nos permitiría acercarnos lo suficiente para ver los problemas desde otra perspectiva. ¡Mierda!, ¿qué estoy diciendo? Sí me acerco tanto a ti, no podré pensar en nada que no sea lo que estoy haciendo contigo. -Dejó caer la mano que la sujetaba-. ¡Coño!, y quizá estaba utilizando a Frankie para llevarte a la cama. ¡Dios mío!, espero que no sea tan hijo de puta. -Se apartó-. Tal vez tengas razón. Quizá ni siquiera debería acercarme a la niña.

Nunca había visto a Kilmer así. Siempre tan firme, tan seguro de sí mismo. Grace sintió un repentino sentimiento de lástima, mezclado con desesperación. Primero la había desconcertado con aquel arranque de pura atracción sexual, y luego la apabullaba y hacía que se arrepintiera por como lo había tratado.

– ¡Por Dios!, no he dicho que no debieras acercarte a ella.

Kilmer la volvió a mirar, esperando.

– Sólo dije que no quería… -Pasó por su lado, avanzando por el pasillo hacía su dormitorio-. Lo único que quiero es que no la confundas. No hagas que te quiera demasiado, y luego la abandones. Ya ha sufrido bastante.

– ¿Qué le has contado de su padre, Grace?

– Nada. Le dije que había cometido un error, pero que lo volvería a cometer si eso significaba tener otra hija como ella.

– ¿Nada de culpas?

– ¿Por qué habría de culparte? Era una mujer adulta y escogí. No me protegí. La culpa la tuve yo. -Abrió la puerta-. Tú estabas fuera.

– ¡Por Dios!, eso es doloroso.

– No tanto como perderse los primeros pasos de Frankie. O sus primeras palabras o el cantarle por la noche para dormirla. No tienes ni idea.

– Sí, sí que la tengo.

Ella lo miró por encima del hombro y se quedó inmóvil cuando vio su expresión. Tal vez él sí se diera cuenta de lo que se había perdido y se sintiera mal por ello. En algunos momentos en los que habían estado juntos, ella había vislumbrado cosas que Kilmer escondía tras aquella fachada de contención. Lo había admirado hasta el extremo de adorarlo, y había amado su cuerpo y todo lo que él le hacía. ¿Y si hubiera conocido de verdad al hombre en su integridad? ¿Habría preferido confiar en el cariño de su padre antes que en la palabra de Kilmer?

Él la miró con el entrecejo arrugado mientras leía su expresión.

– Grace…

Ella entró rápidamente en su dormitorio y cerró la puerta. Cerró los ojos y se apoyó contra la hoja. Sintió que se derretía con un estremecimiento. El corazón le latía con fuerza, desbocado. Aquella reacción enloquecida tenía que parar.

Pero no iba a parar. No, mientras estuviera en la misma casa con Kilmer y lo viera todos los días. Y no había ninguna duda de que tenía que permanecer allí con Frankie hasta que la situación fuera segura. No podía eliminar a Kilmer, y cada vez que lo veía, la tensión aumentaba.

Podía ignorarlo; mantenerse ocupada; pasar el tiempo con Frankie.

De pronto, recordó la manera en que él la había mirado en ese último instante antes de que ella hubiera entrado en el dormitorio. Una mirada franca, básica, ardiente, y tan intensa que el pánico se había apoderado de ella, porque había sido como mirarse en un espejo.

¡Señor!, confiaba en poder olvidarse de esa mirada.

– ¿Te gusta Gypsy tanto como Darling?

Frankie dejó de cepillar a Gypsy y levantó la vista para ver a Jake apoyado en la puerta del compartimiento.

– Me gustan los dos por igual. No sería justo tener un favorito. Podrían enterarse, y eso heriría sus sentimientos.

– Entiendo. -Kilmer sonrió-. ¿Ni siquiera en tu fuero interno?

Frankie pensó en ello.

– Son diferentes, ¿sabes? Gypsy es robusta y amable, y Darling es nervioso y… divertido. Quiero estar con ellos en momentos diferentes. Ojalá pudiera tener a Darling aquí.

– Me parece que ya tienes bastantes cosas que hacer. Tú música y Gypsy.

– Pero nunca estás lo bastante ocupado para un buen amigo. -Empezó a cepillar a Gypsy de nuevo-. Y no tengo muchos amigos.

– ¿Por qué no?

– No me gustan las mismas cosas que a la mayoría de los niños. Piensan que soy rara.

– ¿Y eso te molesta?

– Un poco. A veces. Montar a caballo está bien. Muchos niños de Tallanville lo hacían. Pero no eran muchos los que tocaban instrumentos, y ninguno oía la música.

– ¿Preferirías tener amigos y pasar de la música?

– No seas tonto.

– ¿Debo entender que eso es un no?

– Forma parte de mí. ¿Cómo podría dejar la música? Y además me hace sentir… no sé… como si fuera un águila volando, o quizá como Darling cuando da un gran salto y… -Frankie sacudió la cabeza-. No, Darling tiene miedo, y a mí no me da miedo la música. Supongo que nunca he visto a un caballo que le guste la música.

– Creo que yo sí.

Frankie desvió la mirada rápidamente hacia la cara de Kilmer.

– ¿Dónde?

– En realidad, eran dos caballos. En Marruecos. Tu madre también los ha visto.

– Nunca me habló de ellos.

– No son la clase de caballos que ella querría que montaras. Están llenos de rayos y truenos. Pero cuando los ves correr, podrían recordarte la música.

– Rayos y centellas… ¿Cómo Tschaicowski?

– O Chopin.

– Quiero verlos.

– Quizá algún día.

– ¿Cómo se llaman?

– Los llaman la Pareja. Nunca oí que los llamaran de otra manera.

Frankie sacudió la cabeza con decisión.

– Sí mamá los vio, debió de ponerles nombre. Dice que todos los caballos tienen que tener un nombre. Si tienen su propia alma, tienen que tener un nombre.

– Bueno, si les puso un nombre, no me lo dijo. -Kilmer sonrió-. A ella no le gustaría que te esté hablando de ellos. Como ya te he dicho, no son la clase de caballos con los que a ella le gustaría que tuvieras relación. Definitivamente, son unos animales que pueden resultar peligrosos.

– Ella no me deja montar a algunos de sus caballos, pero no le importa que los mire y les hable. Dice que es importante hacerse amigo de los caballos. -Le dio una última palmada a Gypsy-. Como hace ella. Mamá siempre insiste e insiste, hasta que los caballos terminan queriéndola.

– La he visto hacerse amiga de los animales. Es muy especial.

Frankie asintió con la cabeza y se volvió para mirarlo.

– Ella es mi mejor amiga. No necesito a ninguno de esos chicos del colegio.

– Entiendo que sientas eso. Yo admiro mucho a tu madre.

– Pero ella está furiosa contigo. Está mejor que la noche en que murió Charlie, pero sigue comportándose de forma rara en relación contigo.

– Hice algunas tonterías hace mucho tiempo. He intentando corregirlas, pero tal vez me lleve tiempo. Me alegro de que pienses que no está tan furiosa conmigo como antes.

Frankie asintió con la cabeza.

– No te sientas mal. Creo que mamá no habría permitido que nos trajeras aquí si realmente no le gustaras.

– Eso es reconfortante. -Kilmer hizo una pausa-. ¿Y yo te gusto un poco, Frankie?

Ella sonrió.

– Pues claro. -Abrió la puerta del compartimiento-. Eres diferente. Puede que te parezcas a Trigger. Te sabes todos los trucos, pero no los enseñas hasta que alguien te da la señal. Hasta ese momento, te limitas a estar por ahí, todo mono.

– ¿Mono? -Empezó a reírse-. ¡Dios mío!, nadie me había llamado mono.

– Bueno, algo así. -La sonrisa de Frankie se expandió-. Pero es verdad. Siempre andas por ahí dando órdenes. ¿Qué haces ahora, aquí, hablando conmigo?

– Divirtiéndome. Pero, quizá, si das la señal, empiece a patear el suelo.

Frankie se rió entre dientes con ganas.

– ¿Lo harías? Me gustaría verlo. Hazlo.

Kilmer pateó el suelo con el pie izquierdo.

– ¡Dios mío, cómo caen los poderosos! Pero me niego a relinchar ni aunque me lo ordenes.

– Entonces no eres Trigger.

– No. -La sonrisa de Kilmer se desvaneció-. Pero podría ser mejor amigo para ti que Trigger. Quizá no tan bueno como tu madre, pero me gustaría intentarlo.

– ¿Por qué?

– Eres dura. ¿No podrías aceptarme por las buenas? -Kilmer observó el rostro de la niña-. No, supongo que no podrías. Te pareces demasiado a tu madre. -Hizo una pausa-. Tú me gustas. Nunca he tenido mucho trato con niños. Estos días son como un regalo para mí. ¿Vale?

– Tal vez. -Frankie bajó las pestañas, pero Kilmer alcanzó a vislumbrar un atisbo de picardía-. No tengo mucho tiempo. Está la música.

– No interferiré con la música.

– Y tengo que hacer mis faenas -dijo ella con malicia-. Claro que, si paleas el estiércol por mí, como hiciste en casa de Charlie, eso me daría… ¡Ay! -Kilmer le dio un azote en el trasero, y Frankie empezó a reírse como una tonta-. Bueno, no parece que tengas que hacer nada más.

– Mocosa. -Kilmer la cogió de la mano y la sacó de un tirón del compartimiento-. Deberías sentirte honrada de que te hiciera un hueco en mí apretada agenda. Y contrariamente a tu opinión sobre mí personalidad, no tengo necesidad de esperar una señal para hacer mis trucos. Soy un auténtico payaso de circo, un verdadero hombre milagroso.

Frankie lo estaba mirando fijamente con una expresión que de repente se tornó grave.

– Oí que el médico decía que era un milagro que Donavan estuviera vivo. Tú lo trajiste aquí, y se va a poner bien. Eso es casi un milagro.

– Estaba bromeando, Frankie.

Ella asintió con la cabeza.

– Sí. -Su cara se iluminó con una sonrisa-. Pero puede que te ayude a palear el estiércol.

– Tiene que entender que estoy corriendo un gran riesgo. -Cárter Nevins miró nerviosamente por el bar. Había escogido encontrarse con Hanley en aquel bar de las afueras de Fredericksburg porque lo frecuentaban obreros, y no había nadie de Langley. Pero uno nunca podía estar seguro de quién podía dejarse caer por un tugurio como ése. Sin embargo, al primer vistazo que le había echado a Hanley, supo que había sido mejor encontrarse con él allí que en un lugar desierto. Brett Hanley era alto, musculoso, con el pelo negro y los ojos castaños, y su terno probablemente costaba más que lo que Nevins ganaba en un año. Había estado muy risueño durante los primeros cinco minutos después de sentarse a la mesa, pero en ese momento no sonreía. ¡Que le jodan! Nevins tenía algo que Hanley quería, y el bastardo iba a tener que pagar un precio muy alto por ello-. Podría perder mi empleo. Tendrá que compensarme bien.

– Estoy seguro de que Kersoff le pagó menos de lo que le estoy ofreciendo. -El tono de voz de Hanley era suave como la seda-. No debería mostrarse demasiado ávido, Nevins.

– Entonces todo lo que tuve que hacer fue salvar un bloqueo en clave y acceder a los archivos informáticos para encontrar a Grace Archer. Pero ahora no hay muchos archivos sobre su localización. Y no creo que North la sepa tampoco. Eso nos deja un panorama completamente diferente.

– Entonces, ¿cómo pretende averiguar dónde están Kilmer y Archer?

– Tengo un contacto.

– ¿Quién?

¿Es que acaso pensaba aquel Neandertal que era idiota?

– Alguien que ha estado en contacto con ellos desde que se fueron de Tallanville. Pero tengo que tener dinero suficiente para compensarlo.

– ¿Cuánto?

– Quinientos mil. -Hanley ni pestañeó, y Nevins maldijo para sus adentros. Debería haber pedido más-. Para él. Otro tanto para mí.

– Está usted loco.

– Si él me falla, tengo otra manera de encontrar a Archer. Sólo tengo que lograr algo más de información y lo habré conseguido.

– ¿Cómo?

Nevins sonrió.

– La magia de los ordenadores. Hace que un hombrecillo se convierta en un gigante. Yo soy un gigante, Hanley. Mire cómo rujo.

Hanley le lanzó una mirada gélida.

– Usted sólo es un gamberro y un ganso. Tiene unas cartas de mierda e intenta marcarse un farol. Y odio a los faroleros.

Nevins tuvo un escalofrío. No debía haberlo presionado.

– Aceptaré doscientos mil ahora, y el resto cuando le dé la información que necesita. Y el único que está faroleando es usted; si tuviera una fuente mejor a la que acudir, no estaría aquí.

Hanley lo miró fijamente durante un buen rato.

– ¿Cuánto tiempo?

Nevins procuró ocultar su alivio.

– ¿Dos semanas?

– Tengo cinco días. Démela dentro de cinco días.

– Eso no es mucho tiempo.

Hanley sonrió sin ningún regocijo.

– Lo sé. Cinco días. -Se levantó-. Mañana tendrá depositados doscientos mil dólares en su cuenta bancaria. Si me falla, me disgustaré mucho, y mi jefe se pondrá aún más furioso. Y estoy seguro de que usted no quiere enfurecerlo, Nevins. -Se dio la vuelta y salió del bar.

Nevins respiró profundamente. ¡Joder!, estaba temblando. ¿En dónde se estaba metiendo? Kersoff había sido duro, pero se le antojaba que Hanley era un veneno de primera división. Todo saldría bien. Bueno, había faroleado un poco. Ya no tenía a Stolz en el bolsillo. Stolz había sido muy entrometido, y se le había ocurrido que Nevins lo estaba acechando. Quizá el dinero lo hiciera cambiar. El dinero lo podía todo. Pero en ese momento, una vez que había averiguado que podía sacarle más dinero a Hanley, lo quería todo para él.

Y el plan B era totalmente posible. Él era un tipo listo, y sabía la manera de acceder a los misterios del universo. O al menos de su universo.

Pero debía volver a Langley y ponerse ante su ordenador durante unas largas y productivas horas esa noche. Hanley no le había creído cuando le había dicho que era un gigante. Bueno, era verdad. Él haría que fuera verdad.

Oiga como rujo, Hanley.

Iban a salir juntos a pasear a caballo. Era la tercera mañana seguida.

Grace observó cómo Frankie y Kilmer se alejaban por el campo hacia las colinas. La niña se reía, y le hablaba a Kilmer, que la escuchaba con la silenciosa intensidad que lo caracterizaba.

Aislamiento.

Sacudió la cabeza e intentó deshacerse de aquella repentina y aplastante sensación de vacío. Otra cosa sería que no le hubiera dado permiso a Kilmer para que pasara algún tiempo con Frankie. Y había que suponer que, con cada ocasión que pasaran juntos, el aprecio que su hija sentiría hacía Kilmer iría en aumento. Él la había encandilado a ella misma a los veintitrés años.

Pero Grace lo había visto como a un héroe, como a un líder de hombres, inteligente y espabilado. Frankie lo estaba viendo sin adornos. Le gustaba el hombre, no el guerrero invencible, y la intimidad que estaba creciendo entre ellos era más poderosa por dejar al aire lo esencial.

– Parecen sentirse bien juntos, ¿no? -Grace se volvió y vio a Donavan, que estaba siendo sacado al porche en silla de ruedas por el doctor Krallon-. ¿Cuándo se lo vas a decir?

– Cállate, Donavan. -Grace se volvió hacia el doctor-. ¿Está seguro de que no debería volver a la cama? ¿Y preferiblemente amordazado con cinta adhesiva?

El médico sacudió la cabeza.

– Demasiado tarde. Está recuperándose bien. -Hizo una pausa-. Por eso me voy esta noche. Ya no me necesita. El señor Kilmer le va a asignar a otra persona para que lo ayude a moverse.

– Estoy segura de que se siente aliviado.

– Sí, como ya le dije, es un paciente muy malo. -El doctor sonrió a Donavan-. Pero me alegra ver que se recupera. Es un triunfo personal que haya salvado su indigno cuello.

– No es indigno -protestó Donavan-. Y debería estar contento de que le haya dado la oportunidad de practicar. Probablemente, lo necesitara.

– Qué ingratitud. -Krallon sacudió la cabeza-. Creo que iré adentro y me tomaré otra taza de café. ¿Quiere una, señora Archer?

Grace negó con la cabeza.

– Me encargaré de que Donavan esté bien atendido. Aunque él no lo esté, yo sí que le estoy muy agradecida. -Observó entrar al médico antes de volverse hacia su amigo-. ¿Vuelve a Marruecos?

Él negó con la cabeza.

– Demasiado peligroso para él. Y extraordinariamente peligroso para ti y Frankie. Kilmer lo llevará en avión a una cabaña cerca de Yellowstone hasta que la situación se tranquilice.

– ¿Y por qué no permite que se quede aquí?

– Kilmer no quiere recompensarle un favor poniendo su vida en peligro. Cuánto más lejos esté de nosotros, más seguro estará. -Donavan desvió la mirada hacia Kilmer y la niña-. Puede que a Frankie le gustara saber que él es su padre.

Grace negó con la cabeza.

Donavan se encogió de hombros.

– Bien, es cosa tuya.

– Sí, sí lo es. -Se esforzó en apartar la vista de su hija y Kilmer-. No me importa que se haga amiga de él, pero un padre es algo diferente. Nadie va a darle a Frankie grandes esperanzas de que Kilmer sea una parte permanente de su vida. No permitiré que le haga daño cuando desaparezca.

– ¿Te hizo daño a ti, Grace?

Ella no respondió.

– No esperaba nada de él. Fui yo la que se fue.

– Y él te siguió. No inmediatamente, pero cuando se enteró que lo necesitabas, allí estaba.

– Donavan, ¿por qué insistes?

– Kilmer es mi amigo. Estos últimos nueve años tampoco han sido fáciles para él. Nunca le he visto tan inquieto como el día que se enteró de que estabas embarazada. Pero hizo lo que tenía que hacer para protegeros a las dos, y algunas de las misiones que North le obligo a realizar fueron asquerosas. No las habría aceptado si no hubiera tenido que pensar en ti.

– ¿Intentas hacerme sentir culpable?

– ¡No!, estoy intentando hacerte ver que Kilmer se vio atrapado en la misma red que tú, y que no intentó cortarla para liberarse. Ahora sé un poco indulgente. Se lo merece.

– Estoy siendo indulgente con él. Le estoy dejando que esté con Frankie. Para ya, Donavan. O empujaré esa silla de ruedas desde el porche y contemplaré cómo te deslizas hasta el corral.

– Ah, eres una mujer dura, Grace. -Donavan inclinó la cabeza-. ¿Podría utilizar de nuevo la treta de la recaída?

– No.

– Entonces, supongo que debería cerrar la boca. Lástima. No acostumbro a soltar semejantes perlas de sabiduría. ¿Te importaría meterme en casa, o prefieres quedarte aquí fuera y disfrutar de tu cilicio?

– Donavan, no me estoy… -dijo entre dientes-. No me estoy torturando. Hago lo que es necesario. Para ya de hablar de Frankie.

– Oh, no estaba hablando de ella esta vez. Te observé anoche, cuando el bueno del doctor me bajó a cenar. Tú y Kilmer. Resultaba muy familiar. Me vino una imagen de hace nueve años. Pero quizá sea un poquito más fuerte ahora, ¿no?

¡Por Dios!, ¿había sido tan evidente?

– El cilicio, Grace… -masculló Donavan-. Puedo entender los motivos de que tuvierais algún conflicto por Frankie, pero ¿por qué negarse la diversión de…?

– Ya es suficiente. Le diré al doctor que te meta en casa. -Se dio media vuelta y entró.

– Montas bastante bien -le dijo Frankie a Kilmer-. No creí que Samson te dejaría montarlo. ¿Sabe mamá que lo estás montando?

– Se lo dije. -Kilmer hizo una mueca-. Bueno, se lo pregunté. Creo que pensaba que Samson me tiraría al suelo.

– Pero ella me dijo que sabías de caballos.

– Lo que ella me enseñó en un curso intensivo hace nueve años. Creo que entonces era un jinete bastante razonable, pero no estoy seguro de acordarme de todo. -Dio una palmadita en el cuello de Samson-. No soy como tu madre; no sé leerles el pensamiento. Pero sé lo esencial, y resulta que puedo montar caballos que son un poco asustadizos. Grace dice que se sienten a salvo conmigo.

– ¿Mamá te enseño? -Frankie espoleó a Gypsy y lo puso al galope por el campo. Kilmer la siguió haciendo lo propio-. ¿Por qué?

– No estábamos seguros de si iba a necesitar tener ciertos conocimientos básicos sobre los caballos. La misión que íbamos a realizar podría hacerlos necesarios.

– Misión. -Frankie se rió tontamente-. Suena importante… y divertido.

– Supongo que sí.

La sonrisa de la niña se desvaneció.

– Pero no es divertido. Donavan estaba en una misión, ¿verdad? Y casi muere. Tú también podrías haber muerto. Mamá estaba preocupada.

– ¿Lo estaba?

La niña asintió con la cabeza.

– Y yo también. Pero ella prometió que iría y te rescataría si te encontrabas en apuros.

– Eso es… interesante.

– Eso significa que, después de todo, le gustas, ¿no te parece? Y debisteis ser amigos alguna vez si te enseñó a montar a caballo.

– ¿Adónde quieres ir a parar, Frankie?

– A veces, tengo que dejar sola a mamá. Bueno, no exactamente sola. No es mi intención hacerlo, pero cuando la música… No puedo traerla conmigo a la música. -Se mordió el labio inferior-. Me dijo que no estaba sola, pero eso fue antes de que Charlie muriera. No quiero que se sienta sola, Jake.

– ¿Y?

– Que tú… me gustas. Viniste a ayudarla cuando estábamos en apuros. Ella también te debe de gustar. Sólo quiero que evites que se sienta sola. No tienes que estar en medio todo el tiempo, sólo de vez en cuando.

¡Joder!, ¿hasta qué punto se puede uno llegar a emocionar? Kilmer se quedó sin habla durante un minuto.

– Tú también me gustas, Frankie. Pero no estoy seguro de que a tu madre le gustara saber que me estás explicando todo esto.

Ella sonrió, burlona.

– Yo tampoco lo estoy. Diría que no es asunto mío. Pero sí es asunto mío. Igual que lo es tuyo.

– Formáis un gran equipo.

Frankie asintió con la cabeza.

– Sí. Mira, no quiero hacerte sentir mal si no quieres quedarte por aquí, pero yo tengo que cuidar de mamá. -De pronto, tuvo una idea-. Cuando mamá te enseñó a montar a caballo, ¿se suponía que tendrías que montar uno de aquellos caballos blancos de los que me hablaste? ¿Los que me dijiste que eran como rayos y truenos?

– Sí.

– Pero nunca sucedió… Estuve pensando en esos caballos después de que habláramos. Los caballos blancos son preciosos. ¿Has oído hablar alguna vez del Mustang Blanco que nunca galopaba?

– Me temo que no.

– Nadie sabe si el Mustang es o no una leyenda, pero se le ha visto desde las Montañas Rocosas al Río Grande. Hay quien dice que salvó la vida de una niña que se había perdido.

– Sabes mucho sobre caballos famosos, ¿verdad?

– Claro. Mamá me contó muchas cosas sobre ellos, y me regaló un libro sobre el tema cuando tenía seis años. Una de mis historias favoritas es la de Shotgun. Sólo era un pequeño poni, pero se metió en un mar embravecido para rescatar un bote salvavidas lleno de náufragos. Y también venía Bucéfalo.

– ¿Cómo?

– ¿Lo he pronunciado bien? Era el semental negro de Alejandro Magno. Alejandro dio nombre incluso a una ciudad. ¿No es guay?

– Muy guay.

– Y no sabemos el nombre de la yegua de Paul Reveré. Aunque algunas personas creen que era Brown Beauty. Pero a mí me parece que ella fue tan heroica como Paul Reveré. Después de todo ella fue la que…

Esa noche, Blockman siguió a Kilmer hasta el porche después de cenar.

– Stolz dice que Nevins puede ser la filtración.

– ¿El pirado de la informática?

Blockman asintió con la cabeza.

– Es posible. Dice que echará un vistazo por ahí y verá si puede encontrar algo definitivo, y que me volverá a llamar mañana. Pero esto no es urgente, ¿verdad? No hay nada que filtrar. North no sabe dónde estamos.

– Sí es urgente. Cualquiera que esté buscando a Grace y a Frankie lo hace urgente.

– Lo compruebo todas las noches. -Cambió de tema-. Esta mañana te vi con Frankie. Gran chiquilla, ¿verdad?

Kilmer asintió con la cabeza.

Blockman se rió entre dientes.

– Por lo que veo, no tienes ganas de entrar en detalles. -Empezó a bajar los escalones-. Y ya hay demasiada tensión en el ambiente. Creo que iré hasta el barracón y veré si hay alguna partida de póquer. Tus chicos siempre tienen montada una.

¿Tensión? Y que lo digas, pensó Kilmer mientras observaba a Blockman atravesar despreocupadamente el patio. Esos días parecía estar conviviendo con la tensión. Tensión por Marvot, tensión por la Pareja, tensión por Grace.

Se oyó una música procedente del salón; Frankie empezaba a tocar una sonata. Qué agradable. Solía tocar por la noche, si no estaba componiendo. Kilmer se había acostumbrado a sentarse solo allí fuera y escuchar hasta que Frankie se iba a acostar. Le habría gustado contemplar su cara mientras tocaba, pero estaba empezando a resultar condenadamente difícil…

– Frankie quiere saber si te está echando.

Kilmer se volvió y vio a Grace en la entrada.

– ¿Qué?

– No es tonta. Se da cuenta de que pasan cosas. Siempre sales aquí nada más terminar de cenar. Y se preguntaba si debía de tocar el teclado, si es que te molesta.

– Pues claro que deber tocar. Hablaré con ella mañana.

Grace titubeó.

– Habláis mucho, ¿verdad?

Kilmer sonrió.

– Supongo que intento recuperar el tiempo perdido. No es que eso sea posible, pero…

– No, no lo es. -Ella hizo una pausa-. Por eso dije que estaba bien que llegaras a conocerla. No tienes ni idea de lo que te has perdido.

– Sí que la tengo. -Guardó silencio un momento-. Pero podrías contarme algo. ¿Cuándo te diste cuenta de que Frankie no era una niña normal?

– No sé. Cuando tenía tres años, quizá. Fue entonces cuando descubrió el viejo piano que Charlie tenía en el salón. Incluso cuando era más pequeña, parecía estar escuchando algo que los demás no podíamos oír. Pero entonces descubrió que lo que tenía dentro podía salir. Charlie y yo nos quedamos sin habla. No sabíamos qué hacer. Entonces, decidí que lo que no era natural para las demás personas era perfectamente natural para Frankie, y que tenía que aceptarlo y hacer que se sintiera feliz y cómoda con ello.

– Hiciste un buen trabajo.

– Lo intenté. Espero haber acertado.

Kilmer guardó silencio durante un instante.

– Está preocupada por ti. Cree que te sientes sola.

Grace se puso tensa.

– ¿Te lo ha dicho ella?

Él se rió entre dientes.

– Creo que está buscando una niñera de mamas para cuando ella esté trabajando en su música. Me aseguró que no sería un trabajo a tiempo completo.

– ¡Ah!, ¿fuiste el elegido?

– Me sentí muy honrado de que pensara en mí. Me sorprendió que no escogiera a Blockman; supongo que pensó que él está muy ocupado. Y todo el mundo sabe que yo no hago más que andar por ahí y dar órdenes. -Levantó la mano cuando Grace abrió la boca para hablar-. Lo sé. No tienes que decir nada. Soy consciente de que crees que no estoy cualificado.

– No te necesito. Puedo ocuparme de mi propia vida. Y has dejado bien claro que no quieres tal responsabilidad.

– Y un cuerno no la quiero. No has oído lo último. -La miró a la cara frunciendo el entrecejo-. O no has querido oírlo. No te culpo, pero no me vengas con ésas. He vuelto a la escena, y estoy dispuesto a aceptar todas las responsabilidades que me dejes asumir. -Y añadió con aspereza-: Y la razón de que me quede aquí cuando Frankie empieza a tocar es que no puedo apartar los ojos de ti. Dices que la niña se da cuenta de las cosas. ¿Quieres que se dé cuenta de que quiero llevarme a su madre a la cama? No creo que esté preparada todavía para algo así, ¿no te parece?

– No, por supuesto que no. Frankie no se daría cuenta de que…

– Al principio, no. Pero deberías ser consciente de que, al final, se dará cuenta de todas las maneras. No puedo ocultarlo, y tú no lo haces mucho mejor. No, mientras ambos andemos suspirando por… ¿Por qué diablos no me dejas…? -Respiró hondo-. No quería decir eso. Se me escapó. -Kilmer empezó a bajar los escalones-. Creo que iré hasta el barracón antes de que realmente meta la pata. -Echó un vistazo por encima del hombro-. Pero es verdad, y ya sería hora de que hiciéramos algo al respecto. Si no tuviéramos que lidiar con esto, los dos nos tranquilizaríamos una barbaridad y funcionaríamos mucho mejor. -Hizo una pausa-. Estaré en el granero mañana por la tarde a las tres.

Grace se puso tensa.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Significa que sé que no querrás que me acueste contigo aquí, en la casa. No, con Frankie por medio. -Torció la boca-. Y no necesitamos una cama. Si no recuerdo mal, lo hacíamos allí donde encontráramos una superficie plana. Desde una zanja llena de barro a la mesa de la cocina de aquella pequeña cabaña en las afueras de Tánger. Nada era un obstáculo. -Se alejó antes de que Grace pudiera contestar.

«Nada era un obstáculo.»

Grace estaba temblando cuando lo observó atravesar el patio a grandes zancadas. La sencilla frase le trajo demasiados recuerdos, demasiados coitos desenfrenados, multitud de escenas enloquecidas… Dejar de pensar en ello. Sentía que su cuerpo estaba preparado, el hormigueo en las muñecas y las palmas de las manos. Tenía dificultades para respirar, y sentía los pechos hinchados y sensibles.

¡Dios mío!, lo deseaba.

Cilicio, le había dicho Donavan.

Tenía razón, había sido una tortura contemplar a Kilmer, observarlo, escucharlo y sofocar la necesidad sexual. ¡Por Dios, era una mujer! Era natural que tuviera deseos y necesidades; lo antinatural era impedir su satisfacción si a uno le perjudicaba hacerlo.

Acostarse. Pensó en ello; consideró las consecuencias.

No quería pensar; en ese momento, en ese preciso instante, quería seguir a Kilmer.

«No necesitamos una cama.»

Cerró los ojos. Resistirse. Si tenía tiempo, superaría aquella flaqueza. Al día siguiente se mantendría ocupada e impediría que Kilmer se metiera en su cabeza.

Al día siguiente.

El granero, al día siguiente a las tres.

Capítulo 11

Mientras se dirigía lentamente hacia el granero, Grace sintió el calor del sol en la espalda.

Aquello era un error.

No, no lo era.

O sí lo era, iba a cometerlo de todas maneras, pensó con imprudencia. Tras una larga y agitada noche dando vueltas y luchando consigo misma, había llegado a esa conclusión. Era una mujer madura y podía manejar un encuentro sexual. En esa ocasión, tenía la sensación de protegerse; aquello no tenía por qué significar más que la locura física que había existido entre ellos hacía tantos años. Aquel tiempo se le había hecho muy largo, y probablemente estuviera sufriendo alguna especie de retraimiento. Kilmer tenía razón, ambos funcionarían mejor una vez hubieran satisfecho aquella necesidad.

¡Por Dios!, no sabía si estaba actuando racionalmente. Pero cuando abrió la puerta del granero, sí supo que las rodillas le temblaban y pudo sentir que el rubor le ardía en las mejillas.

Penumbra. Olor a heno y caballos.

– Empezaba a temer que no fueras a venir. -Kilmer salió de las sombras-. Bueno, ya pasó. -Permaneció allí quieto, observándola.

¿Por qué no la tocaba?

Y entonces lo hizo.

Le puso la mano en el cuello. Grace sintió la dura y encallecida mano contra la suavidad del cuello. El pulso le brincaba en la fosa de la garganta. Se estremeció.

– Di que va todo bien -dijo él con aspereza-. ¡Por Dios!, dímelo.

Ella era incapaz de hablar. ¡Maldición!, si no podía respirar. De lo único que era consciente era de aspereza de la mano de Kilmer sobre la carne suave de su cuello.

– Grace.

– Calla. -Ella hundió la cara en su hombro-. Hazlo y nada más.

– ¡Joder, sí! -Le recorrió el cuerpo con las manos, frotando, acariciando, estrujando. Y al hacerlo, emitía unos leves sonidos salvajes, casi animalescos-. Bien. Eres tan…

– Y tú también. -Grace le estaba desabrochando la camisa para poder estar más cerca, piel con piel. ¡Señor!, había olvidado cómo olía. Un olor esencial y picante, y tan erotizante para ella como un afrodisíaco.

Él le había quitado la camisa y le estaba desabrochando el sujetador. Se lo quitó de un tirón y la arrastró al interior de uno de los compartimientos.

– Vamos. Ahora. Tengo que entrar en ti.

Grace apenas fue consciente del heno apilado en el compartimiento y cubierto con una manta antes de que la hiciera tumbar, mientras la desnudaba frenéticamente.

Desnuda otra vez contra él. La sensación…

Se arqueó hacia arriba, intentando contenerlo lo más posible.

– Sí. -Kilmer se movía entre los muslos de Grace-. Toma… déjame…

Ella estaba a punto de gritar.

Clavó las uñas en su hombro.

– Kilmer, esto es…

– Chist, no pasa nada. Todo va bien. Sólo déjame…

– ¿Dejarte? -Grace jadeaba-. No, déjame a mí. -Se puso de costado-. No puedo estar inmóvil. Tengo que…

– Lo que quieras. -Kilmer le apretó un punto en la base de su columna vertebral, y un escalofrío le recorrió el cuerpo-. Lo que…

– Una locura -susurró Grace mientras procuraba recuperar el resuello-. Pensé que sería diferente. Esperaba que fuera diferente, pero ha sido exactamente igual. Habría pensado que la edad le hacía a uno más sabio.

– El placer es sabiduría. No podemos vivir sin placer. -Kilmer la sujetaba por detrás, acariciándole el estómago con la mano-. Nos compensa de todos los malos momentos y permite que nos mantengamos cuerdos.

– No hay ninguna cordura en lo que acaba de ocurrir. -Grace intentó que no le temblara la voz-. Ha sido una locura. No logro entender por qué reacciono así contigo. Ocurre sin más.

Kilmer le besó suavemente en la sien.

– Doy gracias a Dios por ello.

– La química.

– Quizá.

– ¿Qué, si no?

– No tengo ni idea. Y no voy a destrozar algo fantástico sólo para ver cómo se recompone. Lo voy a aceptar y a disfrutar una barbaridad. -Le acarició el lóbulo de la oreja con la lengua-. Y te sugiero que hagas lo mismo.

– No somos iguales.

– Oh, eso ya lo había notado.

– Bastardo. -Grace le clavó los dientes juguetonamente en el brazo-. Quiero decir que las mujeres nos preocupamos. Somos así. No podemos disfrutar un polvo en un pajar sin pensar en las consecuencias. -Negó con la cabeza-. ¿Qué estoy diciendo? Fue así exactamente como fue concebida Frankie. Y entonces fui realmente cuidadosa, ¿verdad?

– También fue culpa mía.

– No. Tú me lo pediste, y yo me tumbé. Yo soy la única responsable, y no hay nada que exigirte.

– Ojalá hubiera deseado que fueras un poco más exigente cuando averigüé que estabas embarazada. Me sentí impotente. Quería hacer algo, y no había nada que pudiera hacer que no te pusiera en peligro. -Bajó la mano para acariciarle el vientre con la palma-. Pensaba mucho en ti, me preguntaba qué aspecto tendrías cuando el embarazo estuviera muy avanzado, qué se sentiría al acariciarte como te acaricio ahora.

– Me puse grande como una casa y andaba como un pato. Te habrías reído.

– No, no me habría reído.

Grace guardó silencio durante un instante.

– Puede que no. La gente cambia cuando hay una criatura de por medio. Sé que a mí me pasó. -Se puso tensa-. Deja de acariciarme.

– ¿Por qué? Intento ser tierno, ¡maldita sea!

– No está teniendo ese efecto.

Kilmer soltó una risotada y se dio la vuelta para ponerse encima de ella.

– ¿Por qué?

– Porque no paro de pensar en quedarme embarazada, y eso lleva a cómo conseguí quedarme. Y hace que recuerde cómo…

– Ya entendí la relación. -Se frotó contra ella lentamente y sonrió cuando ella respiró hondo-. Di órdenes de que suponía que nadie tenía que venir por aquí durante las tres próximas horas. ¿Cuánto tiempo tienes tú?

– No lo sé. Le pedí a Donavan que vigilara a Frankie. Estaba trabajando en su música. -Se aferró a sus hombros-. Deja de hacer preguntas. No pierdas ni un minuto, ¡maldita sea! Lo necesito.

– Ni un minuto -susurró él-. Ni un segundo.

– Espera.

Grace se dio la vuelta en la puerta del compartimiento para volver a mirar a Kilmer, que seguía tumbado desnudo sobre la manta. ¡Dios!, deseaba volver a su lado. Debería de estar saciada, pero era como si todavía no se hubiera apareado con él innumerables veces.

– ¿Qué? Son casi las cinco; tengo que volver a la casa.

– No voy a discutir contigo. -Kilmer sonrió-. Tienes una paja en el pelo. Te ayudaría a quitártela, aunque eso sólo acarrearía problemas.

Ella se pasó rápidamente los dedos por el pelo.

– ¿Está bien así?

– Preciosa.

– Por supuesto.

– No miento. Estás colorada, y despeinada, y dulce… O sea, preciosa. -Hizo una pausa-. ¿Cuándo?

– ¿Qué?

– No te andes con rodeos. Sabes que va a volver a suceder. Es mejor que lo planeemos, y así te será más fácil. ¿Mañana a esta hora?

Grace asintió entrecortadamente con la cabeza.

– Si da resultado con Frankie.

– Te estaré esperando. -Se incorporó y empezó a ponerse la ropa-. Pero, probablemente, esto no va a ser suficiente para ninguno de los dos. Hemos de estar preparados para ello.

– No permitiré que Frankie piense que su madre es una jovencita tonta que…

– No le consentiría que pensara tal cosa. Sólo estoy diciendo que no voy a poder mantener las manos lejos de ti. E incluso cuando no te esté tocando, sabrás en qué estoy pensando.

Y ella querría que le pusiera las manos encima, pensó Grace. No había ninguna duda al respecto. Ese encuentro había sido tan embriagador y frenético como el sexo que habían tenido hacía nueve años. Sabía que se revelaría igual de adictivo.

– No puedo pensar en eso con tanta anticipación.

– No será tanta. -Kilmer se abrochó el cinturón-. Te lo garantizo. Pero permíteme que me preocupe de ello. Te facilitará las cosas, y Frankie no se enterará.

Grace puso una expresión de pena.

– Pero lo sabrán todos los demás del rancho.

– Sí, pero como siquiera levanten una ceja, haré que deseen no haber nacido. Hace nueve años no te molestaba que el equipo supiera lo nuestro.

– Entonces no pensaba lo suficiente para, que me molestara nada. Sólo sentía.

– No puedo guardar este secreto -dijo en voz baja-. Vivimos todos demasiado juntos.

– Lo sé. -Grace abrió la puerta del compartimiento-. Tomé una decisión, y no tengo ningún derecho a esperar nada más. Sólo asegúrate de que Frankie no se entera.

Langley, Virginia

– ¿En qué estás trabajando? -Stolz se paró en la parte exterior del cubículo de Nevins, mirando con curiosidad la pantalla del ordenador de éste-. Se suponía que íbamos a cenar juntos.

– Llegas temprano. Pensaba que habíamos quedado a las siete y media. -Nevins borró rápidamente la pantalla-. Es sólo un pequeño proyecto que North me ha encargado. Dijo que se lo diera lo antes posible. -Se levantó-. ¿Adónde quieres ir? ¿A la cafetería o a algún sitio fuera?

– Fuera. Al restaurante italiano al que fuimos anteayer. Ni siquiera quiero pensar en el trabajo durante la próxima hora. A veces me pregunto por qué aguanto todas estas gilipolleces burocráticas.

Se suponía que aquella insinuación había sido hecha para que considerase a Stolz como a un amigo, pensó Nevins con desdén. Eso era improbable. Stolz no tenía ni la mitad de su capacidad ni de su cerebro. Pero todavía lo necesitaba para establecer la posición.

– Los beneficios son buenos. -Nevins sonrió-. Quizá echemos un vistazo al sector privado.

– ¿Qué es Operaciones 751?

– Entrometido. -A Dios gracias había borrado la pantalla antes de que Stolz hubiera podido leer el resto de los números de la operación. No debía trabajar en ello hasta que consiguiera un poco más de intimidad. Todos los de la sección se habían ido a casa, y se suponía que Stolz no tenía por qué estar allí hasta dentro de una hora. Pero se había arriesgado porque el tiempo se estaba agotando. Quedaban sólo unos pocos días para que tuviera a Hanley pegado a su culo-. Ya te dije que estaba con un encargo de North.

– ¿Qué está tramando?

Nevins bajó la voz melodramáticamente.

– Confidencial. Alto secreto. -Se rió-. Toda esa mierda. Te hablaré de ello mientras cenamos. -Lo cual quería decir que debía empezar a tramar un cuento chino de inmediato para hacerlo verosímil-. Salgamos de aquí.

Grace se detuvo en el porche y miró hacia las montañas, esperando.

Frankie estaba tocando en el salón después de cenar. Esa noche la música era más alegre y ligera, y Grace la podía oír charlando con Donavan mientras tocaba.

Debía estar allí. No, no debía. Le quedaban unos pocos minutos.

La puerta mosquitera se abrió, y se puso tensa.

Kilmer salió de la casa y se paró detrás de ella. Entonces, ahuecó las manos sobre sus senos.

– ¡Gracias a Dios! No veía la hora de que acabara esa maldita cena.

Y ella tampoco. Se arqueó contra él cuando la sensación la recorrió como un rayo.

– Esto no es… Tengo que volver adentro.

– Todavía no. -Él le apretaba y le soltaba los pechos-. Le dije a Donavan que mantuviera a Frankie ocupada. El granero. Dame treinta minutos. Seré rápido.

¡Joder!, tenían que ser rápidos los dos. Esos días, en cuanto se acercaban el uno al otro, casi explotaban.

– Vamos. ¿O prefieres tener que tumbarte en la cama y pensar en ello durante toda la noche? -La cogió de la mano y la hizo bajar las escaleras tirando de ella-. Treinta minutos, Grace.

No debía ir. Hasta ese momento había conseguido mantener el control cuando Frankie estaba cerca.

Esa noche, no. Aquellas horas de espera la habían vuelto loca.

Empezó a correr hacia el granero.

– Deprisa.

Volvieron rápidamente a la casa cuarenta y cinco minutos más tarde. Grace oyó a Frankie tocando y riéndose todavía con Donavan. No la había echado de menos.

Kilmer dijo lo mismo.

– No te ha echado de menos. Deja de preocuparte. No ha sido tanto tiempo. -Apretó los labios-. Casi ni el tiempo necesario. Aunque sí lo suficiente para que no nos volvamos locos.

– Nos estamos comportando como animales.

– Sí, y no hay nada malo en eso. Es sano, excitante y hermoso.

– Es malo si no lo puedo controlar.

Kilmer la detuvo poniéndole la mano en el brazo.

– Si todo lo que te preocupa es Frankie, podemos arreglarlo. ¿No quieres andar escabulléndote? Entonces, legitímalo.

– ¿De qué estás hablando?

– Cásate conmigo.

Ella lo miró de hito en hito.

– ¿Qué?

– Podríamos dormir en la misma cama. No más granero.

– No me voy a casar con alguien sólo para poder tener relaciones sexuales con él.

– ¿Por qué no? Sí nos cansáramos el uno del otro, o tú te hartaras de mí, podrías mandarme a paseo. ¿No es eso lo que quieres? -Hizo una pausa-. Y le gusto a Frankie. Creo que me aceptaría.

– ¿Y hacer entonces que se desmorone cuando nos abandones?

– Nunca la abandonaría. Y nunca te volvería a abandonar a ti. Si alguien abandonara a alguien, serías tú a mí. Hay una diferencia, y me aseguraría de que ella la supiera. ¿Lo pensarás?

Ella negó con la cabeza.

Kilmer se encogió de hombros.

– No pensé que estuvieras preparada. Todavía te queda demasiado resentimiento por haber criado sola a Frankie.

– Te dije que eso no es verdad.

– Yo creo que sí. Con independencia de lo mucho que te repitas que no me culpas, tiene que haber un poco de resentimiento. No pasa nada. Ya buscaré la manera de arreglarlo.

Ella volvió a negar con la cabeza.

– Entonces, lo dejaremos como está. -Kilmer se hizo a un lado para que Grace lo precediera en la escalera del porche-. Pero en lugar de mejorar, esto empeorará. Puedes apostar por ello.

– Es hora de acostarse, Frankie. -Grace se levantó de la silla-. Son casi las diez.

– De acuerdo. -La niña puso mala cara-. Pero odio irme a la cama. Menuda pérdida de tiempo.

Donavan se rió.

– Me recuerdas a mi amigo Kilmer, aquí presente. Siempre teme perderse algo si duerme más de unas pocas horas.

– ¿De verdad? -Frankie lo miró-. ¿Es eso cierto, Jake?

El aludido asintió con la cabeza.

– Definitivamente, somos almas gemelas.

Grace había oído quejarse a su hija por tener que irse a la cama cientos de veces. Nunca había relacionado aquella aversión con la de Kilmer. ¿Se parecía Frankie a él, o se trataba tan sólo de la preocupación de una niña por perderse algo?

– Almas gemelas o no, mañana por la mañana tendré que sacarte a rastras de la cama. Kilmer ya está crecidito. -Apuntó tajantemente hacia la puerta con el pulgar-. Muévete. Subiré enseguida.

– Te acompañaré. -Donavan se levantó con cierta dificultad-. Así podrás ayudarme a que no me caiga por esas escaleras.

Frankie se colocó inmediatamente a su lado y le entregó la muleta.

– No debes caerte. Eres tan grande que probablemente me esmagarías. -Puso la otra mano de Donavan en su hombro-. Apóyate en mí.

– Eso haré. -El hombre le sonrió mientras atravesaba la habitación-. Y procuraré no esmagarte. ¿Eso qué es, un híbrido de aplastar y espachurrar?

– Creo que sí. -Frankie arrugó el entrecejo por la concentración, mientras le ayudaba a caminar hacia las escaleras.

Grace los siguió hasta el pasillo y se quedó observando mientras subían al piso de arriba. Parecían estar haciéndolo muy bien, y resultaba conmovedor ver juntos a la niña pequeña y al gigante.

– No pasa nada, Grace -dijo Donavan-. Ella cuida de mi. -Sonrió a Frankie-. Podría contratarte hasta que pueda volver a mantenerme en pie.

La niña sacudió la cabeza.

– Estoy demasiado ocupada. Y la verdad es que no me necesitas. Sólo estás un poco rígido de estar sentado toda la noche.

– Me alegro de que tu diagnóstico sea tan positivo -murmuró Donavan-. Entonces, Kilmer me pondrá a trabajar de nuevo de aquí a nada.

– Te enviaré a Luis para que te ayude a desnudarte -dijo Grace.

– Puedo hacerlo solo. Como dice Frankie, estoy superando la etapa de necesitar ayuda para todo.

Grace los vio desaparecer por el pasillo. Era tan diferente la vida para Frankie ahora; no tenía nada que ver con la existencia que había llevado antes de llegar allí. Kilmer, Donavan, Blockman e incluso varios de los hombres de Kilmer estaban con ella constantemente. Nunca tenía la oportunidad de estar sola. No era una situación ideal, pero no estaba tan mal.

Se dio la vuelta y volvió al salón.

Robert había entrado en la habitación y estaba hablando con Kilmer. Se interrumpió cuando vio a Grace.

– Hola. ¿Acostaste a Frankie?

– No. Subiré dentro de unos minutos.

– Entonces sólo diré buenas noches. -Robert empezó a dirigirse a la puerta-. Hasta mañana.

– Espera. -Lo miró con el entrecejo arrugado-. ¿Qué sucede, Robert?

– Todo marcha bien.

Desvió la mirada hacia Kilmer.

– ¿Qué me estáis ocultado?

– Es evidente que nada -dijo Kilmer-. Aunque estaba esperando. Díselo, Blockman.

Robert se encogió de hombros.

– Mi amigo Stolz, de Langley, cree que está estrechando el cerco sobre el hombre que vendió tu posición a Kersoff. Se trata de un gurú de la informática llamado Nevins, y Stolz cree que está negociando de nuevo.

El pánico hizo que a Grace le diera un vuelco el corazón.

– ¿Qué?

– Tranquila -dijo Kilmer-. No tiene nada que vender. No tiene ni idea de dónde estamos.

– Entonces, ¿por qué diablos estaría negociando?

– ¿Una traición? -sugirió Robert-. Stolz no está seguro. Pero Nevins ha estado trabajando en algo durante días en su ordenador. Dice que es un trabajo para North, pero él tiene sus dudas.

– ¿Crees que North nos está siguiendo el rastro?

– Eso no tiene lógica -dijo Kilmer-. Fui extremadamente cauteloso.

– Stolz vio parte de un número en el ordenador de Nevins antes de que borrara la pantalla. Operaciones 751. Intentó acceder más tarde, pero no le salió nada.

– No vamos a dejarlo pasar sin verificar -dijo Kilmer-. Te haré saber lo que sea en cuanto demos con algo.

– ¿Eso harás? -preguntó Grace con frialdad-. No me habríais dicho ni una palabra de no haber interrumpido vuestro téte-a-téte.

– Lo admito -dijo él-. Pero no culpes a Blockman. Fue decisión mía. No es una amenaza clara, y no quería preocuparte.

– Fue una mala decisión. Quiero saber todo lo que averigüéis. -Grace le sostuvo la mirada-. Y de ahora en adelante, mejor sería que fuera así.

Kilmer asintió con la cabeza.

– Lo será. Sé cuando estoy tentando a mi suerte.

– Bien. Entonces, no lo vuelvas a hacer. -Grace se dio la vuelta y se dirigió a la puerta-. Buenas noches, Robert.

– Buenas noches. -Robert salió apresuradamente de la habitación.

– Buenas noches, Grace -Kilmer estaba ignorando la evidente omisión-. Que duermas bien.

– Dormiré muy bien. No hay problema.

Él se rió.

– Mentirosa.

Ella miró hacia atrás para verlo salir al porche. Bastardo gallito. No, gallito no. Él tendría que estar en coma para no saber cómo reaccionaba ante él. Aun estando furiosa con él, la carga sexual entre ellos seguía siendo la misma y continuaba interfiriendo en el sueño, los pensamientos y en todas las actividades diurnas.

«Cásate conmigo.»

La propuesta la había dejado atónita, primero, y le había infundido pánico después. Porque durante los primeros segundos, las palabras habían provocado que la alegría y la esperanza la desbordaran. Absolutamente irracional, sin el menor atisbo de pragmatismo. Sin embargo, la alegría había estado ahí.

Había llegado a su dormitorio, y se paró en el exterior de la puerta para recuperar la tranquilidad antes de enfrentarse a su hija. Parecía que esos días tenía que estar haciendo eso constantemente. Ocultar su miedo, ocultar su aventura con Kilmer, esconder sus preocupaciones sobre el futuro.

Frankie se estaba metiendo en la cama cuando Grace abrió la puerta.

– Hola, mamá. -Se tapó con la colcha y apoyó la cabeza en la almohada-. Creo que Donavan va a poder caminar sin esa muleta dentro de poco, ¿no te parece?

– Probablemente. Parece haber tenido una recuperación asombrosa. -Atravesó la habitación hasta la cama y arropó a su hija-. Y eres muy amable al ayudarlo.

– Me gusta. Me gustan todos los de aquí. -Frankie bostezó-. Pero el que más me gusta es Jake. Almas gemelas…, que cosa tan agradable, ¿verdad?

– Muy agradable. -Grace encendió la lamparita de la mesa de noche-. Y ahora a dormir, cariño.

– Ahora te gusta mucho más. Me doy cuenta. -Frankie se acurrucó de costado-. Pasáis juntos mucho tiempo…

Grace se puso tensa. Debería haber sabido que una niña tan despierta como su hija se daría cuenta.

– ¿Ah, sí?

– Por supuesto, como esta noche, cuando salisteis al porche.

– ¡Ah!

– Debéis de tener mucho de que hablar.

– Esto… a veces.

– Me alegra. Como te dije, hablar con él hace que parezcas… feliz.

Deslumbrante, sonrosada y tierna.

– Parece que estuvieras hablando de un recién nacido -replicó Grace con sequedad.

Frankie se rió divertida.

– Es una tontería.

– Sí, lo es. Ahora a dormir.

– Lo haré. -La niña se acurrucó aún más-. Pero cuando sea tan mayor como Jake, no voy a dormir más que un par de horas cada noche. Voy a tocar el piano y a escribir música y a dar un montón de paseos a caballo.

– Los caballos también tienen que dormir.

– Los dejaría dormir. Después de todo, no necesitaría montar todo el tiempo. -Volvió a bostezar-. Hay muchas más cosas que hacer…

Sí, para los niños la vida era excitante y novedosa, y estaba llena de expectativas. Sobre todo para Frankie.

Se quedó dormida.

Se sentó en la otra cama, mirándola de hito en hito. Frankie había estado lanzando indirectas muy vagas, recalcando lo mucho que le gustaba Kilmer y dando tácitamente su aprobación al tiempo que pasaban juntos. Su hija no sabía nada de él, excepto lo que había en la superficie, lo que su instinto le decía.

¿Y acaso sabía Grace algo más que eso? Conocía los antecedentes de Kilmer, pero él nunca había hablado de nada de su pasado. Ella sabía que era inteligente y dinámico, justo con sus hombres y letal con sus enemigos.

Y, Dios la asistiera, conocía su cuerpo íntimamente y lo deseaba con un apetito voraz que rondaba la adicción. Sólo pensar en tener relaciones sexuales con él ya era excitante.

Entonces, nada de pensar en él. Debía irse a la cama e intentar dormir. No debía pensar demasiado en aquella proposición imposible. Las únicas cosas que Kilmer y ella habían hecho juntos siempre eran sexo y operaciones militares.

Alto. Aquello no era tan malo. En las misiones habían actuado con la coordinación de un reloj suizo de precisión, satisfaciéndose mutuamente las necesidades sin necesidad de pedirlo. Y en el sexo era igual. Quizá sí que conociera a Kilmer y la manera que tenía de sentir y pensar. Tal vez estuvieran sintonizados de manera instintiva. Si eso era verdad, entonces el proceso de aprendizaje podría no ser tan difícil como…

¡Dios bendito!, estaba considerando en serio la posibilidad. Locura.

De ninguna de las maneras.

Se levanto, apartó la colcha y empezó a desnudarse.

Capítulo 12

– Hanley, necesito que tenga a sus hombres listos para moverse -dijo Nevins-. Estoy muy cerca. Pero no dispondré más que de unos pocos minutos, o North averiguará lo que estoy haciendo.

– ¿Ha averiguado dónde están Kilmer y Archer? Alguien de ahí sabe dónde están…

– No, ya se lo dije. Nadie lo sabe. Pero hay un hombre que está en contacto con ellos, y puedo obtener la información a través de él.

– Deme su nombre. Lo averiguaré yo.

– No creo que él lo sepa. Se pone en contacto con ellos todas las noches, pero le he pinchado el teléfono y Blockman no le da ninguna información.

– Rastree la llamada.

– No hay manera. Blockman no es un aficionado. Utiliza un equipo anti-rastreo.

– Entonces, ¿cómo me va a conseguir la información?

– Estoy probando un método inusitado. El gorila de cuatrocientos kilos.

– ¿Cómo?

– Limítese a situar a sus hombres en el centro de Estados Unidos, de manera que puedan trasladarse con rapidez en cualquier dirección. Le haré saber cuándo puedo darle una hora definitiva de cuándo lo sabré. Esperaré a que transfiera el resto del dinero a mi cuenta antes de proporcionarle la situación.

Hanley guardó silencio durante un momento.

– Si se equivoca o me estropea los planes, lo lamentará.

– No soy idiota. Y no me equivocaré. Sólo quiero que se me pague por mi trabajo. Esto es arriesgado, y puede que tenga que dejar mí empleo y salir de aquí a escape. Necesitaré ese dinero. Y puede que sea mañana mismo, así que sitúe a sus hombres según lo acordado. -Nevins colgó el teléfono y se retrepó en la silla, con la mirada fija en la pantalla del ordenador. Habría podido conseguir la contraseña hacía días si no hubiera sido tan prudente. Sus superiores podían inspeccionar su ordenador, y había tenido que ocultar de dónde procedía el programa clonando el nódulo mientras trabajaba en ello.

Sus superiores. Él no tenía superiores allí, en Langley, pensó con desprecio. ¿Acaso North o Crane serían capaces de meterse en un programa como Operaciones 75132? No, para eso utilizaban a hombres como él, que tenían el cerebro del que ellos carecían.

Y había dicho la verdad sobre el riesgo que estaba corriendo. Stolz sospechaba y estaba acechándole al mismo tiempo que Nevins lo acechaba a él. Y Operaciones 75132 probablemente tuviera cientos de alarmas diferentes. Había muchas probabilidades de que se le pasara desactivar alguna.

O quizá no. Había sido cuidadoso, y sólo tenía que mantener el control durante un minuto antes de salir pitando del programa. Luego se pondría en camino, telefonearía a Hanley desde su coche mientras se dirigía al banco. Siete horas después estaría en Guatemala. Y al día siguiente llegaría a Brasil con una nueva documentación y suficiente dinero para montar su emporio informático. Lo tendría todo: dinero, mujeres y el respeto que se merecía.

Se inclinó hacia delante con entusiasmo y empezó a trabajar pinchando al gorila de cuatrocientos kilos.

– ¿Operaciones 751? -repitió Donavan-. No es mucho para empezar.

– Eso es todo lo que Stolz vio antes de que Nevins apagara su ordenador. Me dijo que no pudo coger todo el número.

– Me pondré con ello de inmediato. -Donavan alargó la mano para coger el teléfono-. Pero tal vez no sirva de nada. Puede ser cualquier cosa.

– Inténtalo. Tienes suficientes contactos en Washington para averiguar con quién duerme el presidente. Deberías poder descifrar un número de operación.

– No he dicho que fuera imposible. -Donavan sonrió burlonamente-. Y me alegra tener algo que hacer, aparte de distraer a tu hija. Es una muchacha fantástica, pero es demasiado aguda. Me obliga a estar alerta todo el rato, y soy un hombre enfermo.

– Nos mantiene alerta a todos.

– Y no me sorprendería que supiera lo que está sucediendo.

Kilmer arrugó el entrecejo.

– Más le vale que no. Tal vez sea madura para su edad, pero no está preparada para ciertas cosas.

– En versión para todos los públicos. -Donavan le hizo un gesto de que saliera de la habitación-. Déjame trabajar. Intentaré que tengas algo mañana.

– ¿Estás seguro de que Nevins lo logrará? -preguntó Marvot-. Estoy empezando a impacientarme, Hanley.

– Mañana. Lo conseguirá. Lo sé -dijo Hanley-. Le dije que me ocuparía de todo.

– Sí, eso dijiste. Y valoro mucho las promesas. No la incumplas. -Colgó el teléfono y se volvió a Guillaume-. Nos estamos acercando. En pocos días, la Pareja tendrá a su compañera de establo. ¿No será emocionante?

– Tengo que irme -susurró Grace mientras se incorporaba apoyándose en un codo-. Son más de las cinco. Frankie estará…

– Esperándote -Kilmer terminó la frase por ella-. Estáis a salvo; no deberías preocuparte. Sabes que Donavan no va a dejar que se vaya por ahí.

– Con todo, tengo que irme. -Empezó a vestirse-. Y alguien tiene que preocuparse. A ti no parece preocuparte que lo averigüe o no.

– No. -Kilmer se tumbó de espaldas sobre la paja-. Estoy por encima de eso. Ya te he ofrecido hacer de ti una mujer honesta. Puede que si Frankie supiera que estamos tan… cerca, la balanza se inclinaría hacia mi lado.

– Lo sabe.

Kilmer se quedó inmóvil.

– ¿Qué?

– Al menos se ha dado cuenta de que queremos estar juntos. Es muy observadora.

– Donavan dijo que era demasiado aguda para engañarla totalmente. Me sorprende que no te hayas dejado llevar por el pánico y sigámonos viendo.

– Eso le haría daño. No parece molestarle que me tome este tiempo para mí.

– Y lo necesitas.

Grace no respondió.

Kilmer se puso inopinadamente de rodillas delante de ella y le bajó la cremallera de los vaqueros.

– No.

– Dime que lo necesitas. -Kilmer apoyó los labios en la suave piel de su vientre, y ella sintió la calidez de su aliento cuando él dijo-: Dame un poquito más.

¡Dios mío! Grace estaba rodeada por el efecto embriagador de la vista, el olor y el tacto. La penumbra del granero, el olor del heno y Kilmer. Su lengua…

– Tengo que irme.

La lengua de Kilmer la lamió con delicadeza, haciendo que un cálido escalofrío le recorriera el cuerpo. Grace cerró las manos con fuerza sobre su pelo.

– Sólo un poquitín…

Sólo un poquitín no era suficiente para ella. Deseaba que él la tirara al suelo otra vez y…

Se apartó, no sin esfuerzo, y apoyó la espalda en la puerta del compartimiento.

– ¡Eres un maldito imbécil, Kilmer!

Él se sentó sobre los talones.

– Tengo que hacer que quieras volver mañana. Ya que no simplificaras las cosas y no permitirás que durmamos juntos con todas las bendiciones debidas.

– Deja de decir esas cosas. -Se subió la cremallera del vaquero y se metió la camisa por dentro-. Frankie no entendería un matrimonio celebrado sólo para que dos personas puedan tener sexo. Y no quiero que lo comprenda. Eso debería significar algo.

– Entonces, deja la tozudez a un lado. Démosle la oportunidad de que signifique algo. ¿Crees que la mayoría de los adolescentes que hacen cola en las oficinas del registro saben de qué va el matrimonio? Todos están pensando en el sexo. Tenemos muchísimas más posibilidades de hacer que funcione, porque tenemos la madurez para luchar por ello.

Ella negó con la cabeza y se apartó.

– Me voy a la casa. Dame quince minutos antes de seguirme.

– No tengo prisa. -Se estiró en la manta-. Creo que me tumbaré aquí y oiré el melodioso rebuzno de Cosmo. Dice algo que, cuando hacemos el amor, ni siquiera había oído antes. No puede haber un sonido más escandaloso sobre la faz de la tierra.

– Creo que por eso les gusta tanto a la Pareja. Es tan paria como ellos.

– Nunca había considerado esa posibilidad. Gracias por el descubrimiento.

– De nada. Ésa es toda la ayuda que vas a recibir de mí en relación con la Pareja.

– ¿No estarás pensando que te estoy seduciendo porque quiero tu ayuda? Ni hablar de eso.

Ella lo volvió a mirar y abrió la puerta del compartimiento. Kilmer seguía desnudo, fuerte, perezoso y sensual. Grace apartó la vista rápidamente.

– No, no estaba pensando eso. No eres tan buen actor. Hasta la cena.

– Lo tengo -dijo Nevins-. Transfiera el dinero, Hanley. Llamaré al banco dentro de una hora y, si está allí, esta noche tendrá la situación.

– Más le vale estar en lo cierto -dijo Hanley-. Tengo a los hombres en San Luis esperando a que se les dé luz verde, y no me gustaría quedar como un idiota. -Colgó.

Aquella última frase había sido otra amenaza, pensó Nevins. Pero ya no tenía motivos para preocuparse por las amenazas de aquel hijo de puta. Tenía el control. Lo único que podía ir mal es que Blockman no telefoneara a Stolz esa noche. Pero, hasta ese momento, Blockman se había mostrado tan regular como un reloj en lo tocante a sus contactos diarios con Stolz. A las nueve, hora del Este. Una conversación que apenas duraba más de dos minutos y luego se cortaba.

Pero dos minutos serían suficientes.

Estaba preparado.

– No existe Operaciones 751 -dijo Donavan cuando Kilmer entró en la casa-. Pero el ejército tiene varios programas de operaciones. Tengo a mi contacto repasando la lista para ver lo que puede encontrar. No es fácil; se supone que la serie 75 es confidencial.

– ¿Puedes hacerlo?

– Claro. Hoy día no hay ningún secreto que no se pueda sacar a la luz. Pero los confidenciales exigen más tiempo. -Sonrió burlonamente-. Puede que un día más. Y los altos secretos pueden llevar una semana.

– El ejército… -Kilmer arrugó el entrecejo pensativo-. ¿Qué puede estar haciendo Nevins tonteando con los archivos militares? No me gusta.

– Si puedes conseguir que Blockman estimule a su hombre, Stolz, para que me consiga el resto de los números, tal vez pudiera decírtelo.

– Está haciendo todo lo que puede. -Consultó su reloj: las 18:15-. Pero hablaré con él antes de que llame a Stolz a las nueve.

Casi la hora. Las ocho y media, hora del Este.

Nevins estaba en tensión, con los ojos sobre la pantalla donde había programado el número de Stolz.

– ¡Vamos, imbécil, llama!

El teléfono sonó a las 21:02.

Entró en acción. Sus dedos volaron sobre el teclado.

Mételo. Mételo. Mételo.

¡Bloqueado!

Sí.

Sus ojos se pegaron a la pantalla. Allí estaba, dando vueltas, centrándose.

Sólo un minuto más. Sigue al teléfono un minuto más, Stolz.

¡No necesitaba otro minuto!

Se inclinó sobre el teclado.

¡Lo tenía!

– No hay más información -le dijo Blockman a Kilmer-. Nevins se muestra esquivo. Hace una semana era la sombra de Stolz y no paraba de meter las narices. Ahora prácticamente lo ignora y se comporta de manera muy reservada. Cada vez que Stolz se acerca a su cubículo, está haciendo algo, desde reservar los hoteles para North y Crane a contestar por North los informes internos. -Y añadió con aspereza-: Pero, curiosamente, Nevins siempre está en las primeras fases de cada trabajo. ¿No te parece raro?

– En absoluto -dijo Kilmer-. Si no está intentando sacarle información a Stolz, entonces es que tiene otra fuente.

– ¿Operaciones 751? -Blockman se encogió de hombros-. Dijiste que Donavan estaba trabajando en ello.

– Si es que no acaba en un callejón sin salida. Su fuente dice que quizá sea una denominación del ejército. No parece lógico que tuvieran ninguna información sobre Grace.

– Stolz está haciendo todo lo que puede -dijo Blockman-. Nevins es un genio y está borrando sus huellas. Incluso si le diéramos un chivatazo anónimo sobre él a North, dudo que pudiera pillarlo.

– Si no puedes obtener más información de Stolz, entonces lo intentaremos de otra manera. -Kilmer se dio la vuelta para entrar en la casa-. Lo atrapemos o no, quiero a ese bastardo con las manos atadas.

– Despierta. -Donavan abrió la puerta y entró cojeando con su muleta en la habitación de Kilmer-. Me acaba de llamar mí fuente de Washington. Me dio una lista de los proyectos de Operaciones 75 del ejército. -Empujó una hoja de papel ante Kilmer-. Echa un vistazo y dime si te deja helado lo mismo que me ha dejado helado a mí.

La lista contenía siete números de proyectos. Kilmer los escudriñó rápidamente, hasta que llegó al número cinco: 75132.

– ¡Hostia!

– Eso fue lo que pensé -dijo Donavan con gravedad-. La pregunta es: ¿podría Nevins conseguirlo?

– Stolz dice que es un genio. No querría correr ese riesgo. -A toda prisa, repasó mentalmente todas las posibilidades-. Él ya no está interesado en Stolz porque se dio cuenta de que podía enfocar el problema de otra manera. Pero Nevins ya tenía lo que necesitaba de él. Probablemente sabía a qué hora llamaba Blockman. Y aunque no pudiera rastrear las llamadas, podía captar la señal.

– Y dejar que Operaciones 751 se ocupara de ello. ¿Es demasiado tarde?

– Tal vez sí. -Kilmer se estaba vistiendo a toda prisa-. Todo depende de cuánto haya adelantado Nevins esta noche a las nueve. Llama al barracón y que los chicos se pongan en movimiento. Y dile a Blockman que quiero que suba a toda pastilla.

– ¿Y Grace y Frankie?

– Yo las despertaré. ¡Por Dios! Te aseguro que no tengo ningunas ganas. -Fue hasta la ventana y escudriñó la oscuridad-. No hay luces en la carretera. Pero podrían venir por el aire. Muévete, Donavan.

¡Una mano le estaba tapando la boca!

Grace abrió los párpados al mismo tiempo que el canto de su mano se dirigía a la garganta de la borrosa figura que se inclinaba sobre ella.

Kilmer le agarró la mano antes de que alcanzara su cuello.

– Chist -susurró-. Procura no asustar a Frankie. Levántate y dile que tenemos que salir de aquí. Ahora.

El corazón fe dio un vuelco a causa del pánico. Grace apartó bruscamente la mano de Kilmer de sus labios.

– ¿Y qué voy a hacer para no asustarla? ¿Marvot?

– ¿Mamá? -Frankie estaba sentada en la cama-. ¿Pasa algo?

– Sí. -Grace ya se había levantado y se estaba vistiendo a toda prisa-. Vístete. Deprisa.

La niña apartó la colcha y saltó de la cama sin apartar la mirada de Kilmer.

– ¿Qué sucede, Jake?

– No estoy seguro. Tal vez nada. Sólo quiero tomar precauciones. -Se agachó delante de ella-. Hay una vieja cabaña de cazadores en las montañas. Voy a enviaros a ti y a tu madre y a vuestro amigo Robert allí arriba durante un día o así. No os va suceder nada, te lo prometo.

– ¿Por qué no vienes tú?

– Es mejor que permanezca aquí para haceros saber cuándo podéis volver. -Se levantó-. Ahora date prisa. Robert debe de estar esperándoos abajo.

– Vale. -Frankie corrió a la cómoda y empezó a sacar su ropa.

La frustración pugnaba con el pánico mientras Grace bajaba la mochila del armario empotrado. ¡Maldición!, la había hecho sólo hacía unos días. ¿Cuándo terminaría aquello?

– ¿A qué viene tanta prisa? -le preguntó a Kilmer en un tono de voz inaudible para Frankie-. ¿Qué sucede?

– Puede que la Operación 751 sea la Operación 75132 -dijo-. Es un satélite lanzado por la Inteligencia del Ejército hace dos años. Se supone que para reunir información militar a fin de proteger a Estados Unidos de los ataques terroristas. Un vehículo espía de bella factura con todo tipo de adornos. Es absolutamente capaz de captar una señal y centrarla en cualquier ubicación del mundo si se le apunta en la dirección correcta. -Hizo una pausa-. Y como todo lo demás en nuestro mundo moderno, está controlada por ordenadores.

Ordenadores.

– Nevins -susurró Grace-. Pero ¿cómo podría hacerse con su control? ¿Cómo sería eso posible?

– Es un genio. Ha habido piratas informáticos de instituto que se han metido en espacios militares de alto secreto sin ningún problema. Nevins es más listo, tiene más experiencia y está más motivado. Sin duda alguna es posible. No sé si lo ha hecho todavía o sí hemos tenido suerte. No voy a correr ningún riesgo. -Empezó a dirigirse a la puerta-. Salid de aquí, Grace. No sé cuánto… ¡Mierda!

Ellas también lo oyeron.

Rotores. Un helicóptero.

– ¡Fuera! -Kilmer cogió a Frankie en brazos y empezó a correr hacia la puerta-. Tíralo todo. Muévete.

Grace ya corría por el pasillo y bajaba las escaleras.

Robert esperaba al pie de las escaleras.

– El jeep está aparcado en la parte trasera. -Cogió a Frankie de la mano cuando Kilmer la puso en el suelo y se dirigió a la puerta de la cocina a grandes zancadas-. Kilmer, ¿es realmente segura esa cabaña?

– Está en el culo del mundo. Un día o dos. Para entonces debería poder reunirme con vosotros.

El ruido de los rotores era más fuerte y más bajo cuando llegaron al vehículo.

– No contaré con ello -dijo Robert-. Si no me llamas dentro de doce horas, buscaré otro lugar para llevarlas.

Quería decir que Kilmer podría estar muerto al cabo de doce horas, pensó Grace, petrificada. Levantó la vista al cielo nocturno y vio las luces blanco azuladas del helicóptero. Se volvió hacia Kilmer.

– ¿Qué vas a hacer?

– Llévatelas de aquí. -Levantó a Frankie en vilo para meterla en el jeep-. ¿Qué más? -Retrocedió-. Muévete, Blockman. No enciendas las luces. Sácalas de aquí antes de que os vean. Y pase lo que pase, no te pares.

Una lluvia de balas procedente del helicóptero barrió la casa.

La ventana de uno de los dormitorios estalló y los cristales llovieron sobre el techo del todoterreno.

«¿Sácalas de aquí?», pensó frenéticamente Grace. Lo que estaba disparando el helicóptero era munición militar. Tendrían que esquivar aquellas balas mientras esperaban a que el helicóptero se acercara lo suficiente para tener su oportunidad.

Miró por encima del hombro cuando Robert salió disparado por la carretera. Las balas del helicóptero estaban haciendo trizas el patio del establo, y gracias al haz de luz procedente de la aeronave, Grace pudo ver hombres moviéndose, corriendo, escondiéndose.

– Mamá… -Frankie se acurrucó más cerca-. ¿Y qué pasa con Jake?

– Estará bien. -¡Dios santo!, confiaba en estar diciendo la verdad. No deseaba otra cosa que saltar del vehículo y volver corriendo a la casa, que en ese momento estaba llena de agujeros de balas-. Sabe lo que hace.

– Pero no lo veo.

Ni ella tampoco. Y el helicóptero ya estaba más cerca del suelo, y las luces iluminaban la escena con una claridad diurna.

– ¿Quieres que lo intente? -preguntó Donavan.

– No, lo haré yo. -Kilmer ajustó la mira del cañón de su Springfield-. Claro que, sí quieres ayudar, puedes distraerlos atravesando el patio del establo corriendo.

– Muy gracioso. Mejor que sea pronto. Calculo que harán una pasada más para hacer todo el daño que puedan. Aterrizarán fuera de nuestro alcance en uno de los cercados, y saldrán en tropel de ese cacharro a toda pastilla.

– Qué gran negligencia por mi parte no tener un lanzador de misiles tierra-aire. Siento hacerte esperar.

– Deberías sentirlo. Después de mi reciente experiencia en El Tariq, mis nervios se encuentran en un estado muy delicado. Así que hazlo…

– Vuelven.

Inteligente. Se estaban moviendo deprisa y cambiaban de dirección en cada asalto. En esa ocasión se estaban acercando desde el norte. Si el helicóptero no se desviaba del curso que seguía en ese momento, Kilmer debería conseguir un blanco fácil en el depósito de combustible.

Un disparo.

– Mejor que aciertes -murmuró Donavan-. O nunca me oirás contar el final.

– ¡Vaya novedad!

Un acercamiento rápido. Disparar un poco por delante del blanco…

El helicóptero explotó con una brutal detonación que iluminó el cielo nocturno.

Grace rodeó con fuerza a Frankie con un brazo.

– Alcanzados.

La niña miró de hito en hito los restos llameantes que caían en picado al suelo.

– ¿Ya está a salvo Jake?

– Creo que sí. -Grace supuso que no debía mostrar la brutal satisfacción que sentía delante de Frankie. A la mierda con eso. Era lo que estaba sintiendo. Podría explicárselo más tarde-. Al menos, un poco más seguro.

– Entonces ¿podemos volver?

– Ya oíste a Jake -dijo Robert-. No vamos a volver hasta que nos telefonee y nos dé el visto bueno. Dudo que eso vaya a ocurrir. Probablemente, se las arreglará para reunirse con nosotros en alguna otra parte.

Como era evidente, Frankie no podía apartar la mirada de los restos.

– Porque habrá más gente que vendrá al rancho -susurró-. ¿Otro helicóptero?

– No lo sé -dijo Grace-. Pero sí, vendrá alguien más.

– Confiaba en que tal vez, después de que Charlie… -La niña se aferró al cinturón de seguridad cuando empezó a bambolearse violentamente dentro del jeep. Habían llegado a las colinas, y el vehículo iba dando tumbos por la carretera llena de baches-. ¿Tenemos que volver a escondernos?

Grace asintió con la cabeza.

– Ese hombre debe odiarte para querer hacerte tanto daño -dijo Frankie.

– ¿Marvot? Sí, no le gusta que lo derroten. Quería algo de mí y no lo consiguió.

– Entonces yo también lo odio. Espero que estuviera en ese helicóptero.

– No estaba en él. Marvot contrata a gente para que le hagan el trabajo sucio. Esa es la razón de que tengamos que seguir huyendo. Siempre hay alguien más a quien puede pagar.

– No debería ser así. -La voz de Frankie temblaba de ira-. Debería ser castigado. Alguien debería pararlo. ¿Por qué no lo hacemos nosotros?

– Ya te he dicho que…

– Jake podría hacerlo. ¿Lo va a intentar?

– Tal vez.

– Entonces deberíamos ayudarlo.

¡Dios, qué difícil era aquello!

– Frankie, Marvot podría hacerte daño. Es una locura, pero no se trata sólo de mí; también quiere hacerte daño a ti. No puedo permitir que eso ocurra. Aunque eso signifique que tengamos que escondernos durante un tiempo. Esto no puede durar siempre.

– Eso es un error, mamá. No deberíamos permitirle que…

El coche viró violentamente cuando los neumáticos delanteros reventaron.

– ¡Joder! -Robert hizo todo lo que pudo para recuperar el control del vehículo, pero el jeep cayó dando tumbos por la pendiente-. ¡Agarraos! No puedo controlarlo…

¡Justo delante de ellos se levantaba un pino!

– ¡No! -Grace se soltó el cinturón de seguridad y apretó a Frankie contra ella, intentando evitar que pudiera salir disparada por el cristal-. Mantén la cabeza bajada. ¡Cierra los ojos, cariño! ¡Será…!

Dolor.

Oscuridad.

– Salid todos -gritó Kilmer cuando vio el helicóptero incendiado estrellarse contra el suelo-. Donavan, dile a Estevez que meta el equipo y a los hombres en el camión. Quiero estar camino de esas montañas en cinco minutos. Haz que el helicóptero aterrice cerca de la cabaña en medía hora. -Se volvió hacia Dillon, que había llegado corriendo hasta su posición-. ¿Bajas?

– Ningún muerto. A Vázquez le ha atravesado el hombro izquierdo una esquirla. Le detuve la hemorragia.

– ¿Puede actuar?

Dillon asintió con la cabeza.

– Sin problemas.

– Entonces, ve a ayudar a Donavan a reunir… -De pronto, Kilmer levantó la cabeza hacia el cielo-. ¡Joder, no!

– ¿Qué es eso? -preguntó Dillon.

– Rotores. Otro jodido helicóptero.

– Diré a los hombres que se pongan a cubierto. -Se alejó a toda velocidad.

– Sí. -Pero los rotores no parecían estar cerca. ¿Por qué…? Y debería estar viendo luces.

Fue entonces cuando los vio a lo lejos. No se estaban dirigiendo hacia él. El helicóptero volaba en círculos, mientras descendía en algún lugar de las colinas.

– ¡No! -Kilmer echó a correr hacia el camión-. ¡Donavan!

Cuando llegaron a las colinas, el helicóptero estaba ascendiendo de nuevo.

– ¿Intento hacerlo bajar? -preguntó Donavan-. La distancia no es…

– No. -Kilmer estaba escudriñando las cunetas de la carretera-. No es seguro. ¿Dónde diablos…? Blockman no tuvo tiempo de llegar a la cabaña cuando el helicóptero apareció… Tuvo que…

– En la ladera -gritó Dillon desde la trasera del camión-. He visto algo en…

Kilmer frenó en seco con un chirrido y saltó del asiento del conductor.

– Desplegaos. Y abrid bien los ojos.

Podía ser una trampa, un señuelo. Pero pudo ver el perfil del jeep más adelante.

Ningún disparo.

Era un terreno agreste y desierto; sólo se veía a sus hombres, que descendían por la ladera. La luna estaba llena, y brillaba, y Kilmer debería poder ver a cualquiera que estuviera acechando.

– Veo algo -dijo Dillon en voz baja-. En el suelo, junto al asiento del conductor.

Kilmer también lo vio. Blockman yacía de espaldas, y sangraba por la pierna. No podía ver a Grace ni a Frankie.

¡Mierda, mierda, mierda!

Bajó el resto de la ladera resbalando.

– Blockman, ¿qué diablos ha ocurrido?

El hombre abrió los ojos.

– Una trampa. Debieron imaginar que intentarías alejar a Grace del rancho y dejaron a algunos hombres aquí, en las colinas. Intenté impedírselo. Grace…

– ¿Se llevaron a Grace?

Blockman negó con cabeza.

– Cogieron a Frankie. No cogieron… Grace. El barranco… Bastardos. Intenté impedírselo, pero ellos…

Kilmer se puso tenso.

– ¿Impedirles qué?

– Que les hicieran daño… -Cerró los ojos-. Intenté…

– ¿Dijiste el barranco?

Blockman no respondió.

Kilmer se levantó de un salto y miró hacía los restos del jeep mientras se dirigía al barranco, que se abría al otro lado del camino.

Ni rastro de Grace. Ni de Frankie.

Podría ser que Blockman estuviera delirando. ¿Por qué abandonarían a Grace, en lugar de llevársela con ellos?

Ahora no debía pensar en eso.

Buscarlas. Encontrarlas.

– Donavan, da la vuelta al camión, y dirige esas luces hacia el barranco.

Tumbada de costado en el fondo del barranco, Grace parecía una muñeca aplastada.

– ¡Joder! Dadme un equipo de primeros auxilios. -Kilmer se estaba deslizando ya por el terraplén de nueve metros.

Se cayó, se levantó y se volvió a caer antes de llegar finalmente hasta ella.

Se arrodilló y le alumbró la cara con la linterna. Inconsciente.

Inmóvil.

Le tomó el pulso.

Viva.

El alivio hizo que se sintiera mareado.

– ¿Todo bien? -Donavan estaba a su lado con el equipo de primeros auxilios.

– No -respondió Kilmer con intranquilidad-. No está bien. No sé hasta qué punto es grave. Pero está viva y la mantendré viva. -Se volvió hacia Dillon mientras comprobaba que Grace no tuviera ningún hueso roto-. Registrad la zona y aseguraos de que Frankie no está aquí. Blockman dijo que se la llevaron, pero podría estar delirando.

– El helicóptero debería llegar en cinco minutos -dijo Donavan-. Haremos que se recupere, Kilmer.

– No te quepa la menor duda. -Se levantó. ¿Conmoción cerebral? ¿Lesiones internas?-. Telefonéalos y diles que vamos a necesitar ayuda médica. ¿Cómo está Blockman?

– Bien. La bala le atravesó la pierna, y ya no sangra mucho.

– Ni rastro de Frankie. -Dillon estaba de vuelta-. Es un terreno bastante limpio hasta más allá de este barranco. La veríamos si… -Se mordió el labio inferior-. Pero los chicos no quieren rendirse. ¿Podemos quedarnos y seguir buscándola?

Todos los muchachos estaban preocupados por la niña; debían contemplar todas las posibilidades. Quizá estuviera sola en aquellas colinas.

O acompañada.

Kilmer sentía lo mismo. Pero Blockman había dicho que se habían llevado a Frankie. Las posibilidades de que siguiera todavía por allí eran casi nulas.

Le apartó el pelo de la frente a Grace. ¡Carajo!, ¿por qué no se despertaba, o se movía al menos?

¡A la mierda! Tenía que quedarse con ella, pero no iba a pensar con lógica y no iba a desaprovechar la más mínima posibilidad de encontrar a Frankie.

– Tú y Vázquez quedaos atrás y seguid buscando. Enviaré el helicóptero a buscaros por la mañana.

Capítulo 13

La cara de Kilmer era un borrón desenfocado ante sus ojos cuando Grace los abrió lentamente. Estaba inclinado sobre ella… ¿Acababan de hacer el amor? ¿El amor? No debía confundir el sexo con el amor, aunque, a veces, resultaba difícil de…

El jeep estrellándose contra el pino.

– ¡Frankie! -Se incorporó en la cama, buscando frenéticamente con la mirada por la habitación-. ¿Dónde está Frankie?

– Tranquila. -Le rodeó las manos con fuerza-. Está viva.

– Pero ¿está herida? Intenté impedir que… -Grace balanceó los pies para apoyarlos en el suelo-. Tengo que verla.

– Eso no es posible.

Volvió rápidamente la mirada hacia la cara de Kilmer.

– Me has mentido -susurró ella-. No está viva. Murió en el choque.

– No te estoy mintiendo, Grace. Blockman dice que estaba viva y consciente la última vez que la vio.

– ¿La última vez que la vio? ¿De qué demonios estás hablando?

– Intento decírtelo. Tranquilízate. Guarda silencio y escúchame. ¿De acuerdo?

Grace quiso gritarle, decirle que no podía estar tranquila cuando Frankie estaba… Respiró hondo. No iba a beneficiar en nada a Frankie si se ponía histérica.

– Cuéntame. ¿Dónde está Frankie?

– No estoy seguro. -Kilmer hizo una pausa-. Probablemente, en El Tariq.

– ¡Oh, Dios mío!

– Iré a buscarla, Grace.

No debía derrumbarse. Tenía que mantener el control.

– No, yo la traeré. ¿Qué ocurrió? Lo último que recuerdo fue a Robert estrellándose contra aquel pino.

– Había otro helicóptero. Aterrizó en las colinas. El primer helicóptero debió de dejar algunos hombres en las montañas, que bajaron y os estuvieron esperando. Dispararon a los neumáticos, os salisteis de la carretera y fuisteis a estrellaros contra el árbol. Tú saliste disparada del coche y caíste rodando por una pronunciada ladera hasta el fondo del barranco. Blockman nos dijo que Hanley mandó a sus hombres que bajaran a buscarte, pero los hizo volver al ver los faros de mi camión a lo lejos. Se puso a jurar en arameo, pero agarró a Frankie y la metió en el helicóptero.

– Hanley -repitió Grace-. La mano derecha de Marvot. ¿Cómo supo Robert que era Hanley?

– Hanley quiso asegurarse de que lo supiera. Se lo dijo antes de dispararle en la pierna para hacérselo entender. Le dio a Blockman un mensaje para que te lo transmitiera. Dijo que Marvot se pondría en contacto contigo.

– ¿Por qué Frankie? -susurró Grace.

– Estoy seguro de que Marvot te dará la oportunidad de hacerle esa pregunta. -Hizo una pausa-. Me lo puedo imaginar, así que tú también.

Sí, sí que podía imaginarlo.

– Va a retener a Frankie como rehén. -Sintió que se dejaba llevar por la ira y el terror-. Hijo de puta.

– La traeré de vuelta, Grace.

– Tú no harás nada que le dé una excusa a ese bastardo para hacerle daño. -Cerró los ojos con fuerza-. ¿Y si está herida ahora? Robert dice que estaba consciente. No podría saber si estaba o no herida. Si lo estuviera, a ellos no les importaría.

– Blockman dice que Frankie le dio una patada en los huevos a Hanley cuando la arrastraba hacia el helicóptero. Yo diría que estaba en bastante buena forma.

– Luchará con ellos. -Abrió los ojos y se apartó el pelo de la cara con mano temblorosa-. La enseñé a pelear. Pero ¿y si los enfurece? Es sólo una niña pequeña.

– Grace, no estás pensando. Si la van a retener como rehén, no querrán hacerle daño.

– ¡Maldito seas!, ¿cómo lo sabes? Y no, no estoy pensando. Estoy sintiendo. Es mi hija. ¿Es que no te das cuenta de lo asustada que estoy?

– Tal vez no. -Kilmer apartó la mirada-. Pero sí sé lo asustado que estoy yo. No tienes el monopolio del cariño por Frankie. Puede que no tenga ningún derecho a sentirme posesivo con ella, pero tengo derecho a quererla. Ella me otorga ese derecho por ser lo que es, no quién es. -Y añadió con aspereza-: Y voy a seguir queriéndola y hacer lo que sea mejor para ella. Así que no te atrevas a intentar dejarme fuera de esto. Voy a arrebatársela a Marvot. Y tú no vas a impedírmelo.

– ¿Tú… la quieres?

– ¡Por Dios, Grace! ¿Cómo demonios podría evitarlo? ¿Pensaste que sólo quería estar con ella por puro orgullo paternal? Es absolutamente fantástica.

– Sí, sí lo es. -Las lágrimas empezaron a caerle por las mejillas-. Y probablemente esté asustada. No permitirá que se den cuenta, pero estará asustada.

Él se sentó a su lado y la rodeó con sus brazos.

– Lo sé. -La meció adelante y atrás-. Eso me está matando.

El consuelo del abrazo de Kilmer no detuvo el terror, pero la conciencia de no estar sola ante aquel horror ayudaba. Se abrazó con fuerza a él.

– ¿Por qué coger a una niña pequeña e indefensa?

– Que le dio una patada en los huevos a uno de sus hombres. Apuesto a que Marvot no cree que sea tan indefensa. -La apartó para mirarla-. Y nosotros tampoco vamos a estar indefensos sólo porque haya encontrado la manera de coger a Frankie. La traeremos de vuelta sana y salva. -La besó suavemente en la frente-. Tengo que irme un momento y hablar con el doctor Krallon. Debería informarme sobre el estado de Blockman y Vazquez.

– ¿Vazquez también está herido?

Él asintió con la cabeza.

– Pero no lo suficiente para evitar que haya estado registrando el lugar del accidente durante toda la noche por si había alguna posibilidad de encontrar a Frankie. Él tampoco cree que el afecto deba venir determinado por la sangre.

Otro nombre familiar.

– El doctor Krallon. -Grace miró en derredor, hacia el tosco aunque cómodo mobiliario del salón-. ¿Fue aquí donde le enviaste?

– Era necesario. Necesitaba ayuda médica y este lugar es seguro. El rancho está cerrado, y estoy trasladando los caballos a la granja de Charlie en Alabama.

Ella hizo una mueca.

– Estoy tan alterada que ni siquiera me había dado cuenta de dónde estábamos.

– Estás un poco preocupada. -Se dirigió a la puerta-. Y ni siquiera has preguntado por tus heridas. Tienes la rodilla derecha hecha polvo, las costillas magulladas y una pequeña conmoción cerebral. La rodilla es la que mayores problemas te puede ocasionar. Cicatrizará, pero te va a doler una barbaridad. -Abrió la puerta-. Y sería inteligente que intentaras descansar un poco. Has estado sin conocimiento durante ocho horas, y eso te ayudará a recuperarte, pero todavía no estás bien y tienes que estar en forma lo antes posible.

Grace no quería descansar. Tenía los nervios de punta, y sólo quería vestirse e ir a buscar a Frankie.

– Lo sé. -La atenta mirada de Kilmer le estaba leyendo la expresión-. Pienso lo mismo. Pero tenemos que esperar; no nos toca mover a nosotros.

– Tenemos que esperar a que Marvot me llame. -Ese sería el siguiente movimiento.

– Sí.

– ¿Cómo sabrá cómo contactar conmigo?

– Blockman dijo que Hanley buscó su número en su móvil. Marvot utilizará ese número. Pero no creo que tenga prisa. Quiere que te pongas nerviosa, que pienses en todo lo que le puede hacer a Frankie.

– Pensaré en ello -susurró Grace-. No puedo evitarlo.

– Ni yo. -Cerró la puerta tras él.

Grace titubeó y se obligó a tumbarse de espaldas en la cama. Descansar, cicatrizar y esperar.

Y rezar.

La llamada de Marvot se produjo unas veinticuatro horas después.

– ¡Qué placer volver a oír tu voz, Grace! Sentí una gran decepción cuando huiste de mí hace años. Tengo grandes planes para ti.

– ¿Dónde está mi hija?

– Una niña encantadora. Y tan deliciosamente letal. Sabría que es tu hija aunque me la encontrara en mitad del desierto.

– Es una niña pequeña asustada.

– Eso díselo a Hanley. Le dio tal mordisco en la muñeca que tuvo que desinfectárselo y vendárselo. ¿Sabes que los mordiscos humanos son particularmente susceptibles de infectarse? Hanley está muy enfadado.

– Se lo mereció.

– Tuve muchos problemas para convencerlo de eso. Quería atarle las piernas a tu hija y tirarla a la mar. No admira el valor como lo admiro yo.

– No le hagas daño.

– ¿Estás suplicando?

Grace cerró la mano con fuerza sobre el teléfono.

– Sí, estoy suplicando.

– Pensé que estarías dispuesta a suplicar por tu hija. Tengo un hijo, y sé cómo tienden a ablandarnos. Tengo que luchar contra eso a cada instante. Y dime, ¿está Kilmer igual de preocupado?

– No. ¿Por qué debería estarlo?

– Grace, ¿de verdad crees que no pagaría por saberlo todo acerca de ti? ¿Incluido el nombre del padre de tu hija? Aunque no me sorprendería que no estuviera sufriendo tanto como tú; no ha tenido nuestra experiencia de educar a un hijo. Ver nacer a un niño y saber que tu sangre corre por sus venas es diferente.

– ¿Cómo puedo recuperar a mi hija?

– Tienes que terminar el trabajo que empezaste. Creo que ya sabías que ése sería el precio.

– No sé qué quieres de mí. Nunca lo supe.

– Quiero que domes a la Pareja. Quiero que te quieran. Quiero que te obedezcan. Quiero que sean felices de que los montes, siempre que se te antoje.

– ¿Por qué?

– Eso no es algo que deba preocuparte.

– ¿Y si hacemos un trato? Yo me entrego, y tú le entregas a Frankie a Kilmer.

– No hay trato. Os tendré a las dos. Al principio, me enfadé mucho con Hanley por no atraparos a las dos. Pero pensándolo bien, creo que tal vez sea mejor de esta manera. Si os hubiera cogido a las dos, entonces tendría que tratar con Kilmer. Habría venido como una fiera tras tus pasos. Es un hombre con instinto de guerrero y con sus propios planes. Y podría anteponer esos planes a la vida de tu hija. Comprendo el conflicto. Pero no permitirás que eso ocurra; tú te encargarás de controlar a Kilmer. No vas a dejarle que actúe con excesiva precipitación y me obligue a matar a tu pequeña. ¿Verdad?

– Sí, es cierto.

– Entonces, podemos seguir con nuestros planes. Vendrás a El Tariq inmediatamente. Y Kilmer no hará nada. ¿Está claro?

– Está claro.

– Si detecto el más mínimo rastro de él o de alguno de sus hombres, entregaré a tu pequeña Frankie a mis hombres para que la violen, y luego la mataré con mis propias manos. ¿Has entendido?

Grace cerró los ojos.

– Lo he entendido.

– Entonces, estaré encantado de verte y presentarte a mi hijo. Estoy impaciente por verte con la Pareja. -Colgó.

– ¿Y bien? -preguntó Kilmer.

– Me voy a El Tariq inmediatamente. Si interfieres de alguna manera, Frankie morirá después de ser violada por sus sicarios.

Él masculló una maldición.

– No puedes ir. Déjamelo a mí.

– ¡Y un cuerno! Marvot no se tira faroles. -Le sostuvo la mirada-. Lo sabes tan bien como yo.

Él cerró los puños en los costados.

– Sabes que si te metes en esa ratonera, moriréis las dos.

– Kilmer.

Él respiró hondo y asintió con la cabeza.

– De acuerdo, tenemos que proteger a Frankie. No voy a discutir eso.

– Mejor que no lo hagas. Marvot me dijo que tienes instinto de guerrero. Y tiene razón. Pero lo vas a reprimir, o que Dios me proteja, porque te mataré yo misma. -Se levantó. Le temblaban las rodillas, y tuvo que alargar la mano para agarrarse al respaldo del sillón y evitar caerse-. No le va a ocurrir nada a Frankie.

Kilmer la miró de hito en hito durante un instante antes de decir en voz baja:

– Sabes que tu marcha va a ser un aplazamiento temporal. Una vez que le hayas dado lo que quiere, no os dejará seguir con vida a ninguna de las dos.

– Ni siquiera lo ofreció -dijo Grace amargamente-. Sabía que iría, porque había una posibilidad de que yo pudiera retrasar lo inevitable.

– O la esperanza de que pudieras salvarla.

– No es una esperanza. Es lo que va a ocurrir. -¡Por Dios!, tenía ganas de vomitar. No podía dejar de imaginarse a Frankie con aquellos bastardos. Tenía que impedirlo. Pero no podía pensar estando tan asustada-. Tiene que ocurrir.

– Estás temblando. ¿Quieres que te prepare una copa?

Ella negó con la cabeza.

– Café. Solo. Voy a ir al baño a mojarme la cara con agua.

Kilmer asintió con la cabeza sin dejar de mirarla fijamente.

– Buena idea.

Frankie…

Consiguió llegar al baño justo antes de vomitar. ¡Oh, Dios!

– Todo va bien. -Kilmer estaba a su lado, sujetándola con firmeza mientras ella respiraba agitadamente.

– Vete.

– Ni hablar. -La sujetó con más fuerza-. Nunca más. ¿Has terminado?

Grace asintió con la cabeza.

Él hizo que se volviera hacia el lavabo.

– Inclínate. -Kilmer tiró de la cadena, cogió una manopla y la mojó. Con suavidad, le fue lavando la cara, tiró la manopla y la abrazó-. Agárrate a mí.

Ella negó con la cabeza.

– No estoy débil. No puedo estarlo.

– ¿Quién dijo que lo estés? Necesito que alguien me agarre. -Su voz era ronca-. ¿Crees que estás sola en esto? Quiero… a esa niña. Y tengo muchas posibilidades de perderos a las dos.

Estaba temblando. Grace nunca había conocido a un Kilmer tan traumatizado. Le rodeó lentamente con los brazos.

– Estoy tan asustada -susurró.

– Yo también. -Escondió la cara en el pelo de Grace-. Un guerrero… ¡mierda! No voy hacer ningún movimiento que pueda perjudicarla. Sólo quiero manteneros vivas.

Grace quería quedarse allí, a salvo. Temía lo que se avecinaba. Pero Frankie no estaba a salvo ni segura.

Se apartó.

– Entonces, deberíamos encontrar una manera de hacerlo. -Intentó controlar su voz-. Sal de aquí y deja que me lave la boca.

Él titubeó, mirándola fijamente. Luego se apartó.

– Diez minutos.

– Has tardado más de diez minutos. -Kilmer levantó la cabeza cuando ella entró en la cocina.

– Estaba arriba, metiendo algunas cosas en una maleta.

Él le sirvió el café.

– ¿Algún arma?

Ella negó con la cabeza.

– Marvot hará que me registren. Dejaré que la coloques cuando la necesite.

Kilmer se quedó quieto.

– ¿Yo? ¿Se me va a permitir ayudar?

– No intentes camelarme. Sabes que, si pudieras encontrar la manera de hacer un movimiento, no te mantendrías al margen.

– Un movimiento seguro -le corrigió él.

– Confío en ti. -Grace se humedeció los labios-. Tengo que confiar en ti. No puedo sacarla de allí yo sola. Pero yo seré quien tenga la última palabra. No hagas nada hasta que te haga saber que ella no corre peligro.

– ¿Y cómo vas a hacer eso?

– Vas a tener a alguien vigilándome. He metido en la maleta cuatro camisas de algodón azules y una caqui. Si me pongo la camisa caqui, será señal de que va a ocurrir algo, un cambio, quizá un intento de huida. En ese momento deberías estar alerta.

– ¿Un intento de huida? ¿En El Tariq?

Grace reflexionó sobre ello.

– Tal vez. Aunque después de que sacaras a Donavan de allí, va a ser difícil. Quizá eso sea señal de que vamos a ir a aquel oasis del desierto. No puedo estar segura de que Marvot no nos lleve allí.

– ¿Y si Marvot decide dejar a Frankie en El Tariq?

Ella negó con la cabeza.

– No se lo permitiré. Buscaré la manera. Limítate a estar preparado.

– Estaré preparado. -Kilmer bajó la vista a su taza de café-. ¿Algo más?

– Sí. Tengo que saber todo lo que averiguaste sobre la Pareja. Se acabaron los secretos, Kilmer.

– No hay ningún secreto. Te lo habría contado en cualquier ocasión que me lo hubieras preguntado. No mostraste ningún interés.

Tenía razón. Ella no había querido saber nada sobre la Pareja. No había querido verse involucrada.

– Ahora estoy interesada. No voy a trabajar a ciegas como hice hace todos esos años. Tengo que tener todas las armas que pueda suplicar, pedir prestadas o robar. Y el conocimiento es un arma poderosa.

– Entonces, pregunta.

– ¿Qué le robaste a Marvot que lo provocó lo suficiente para perseguirme?

– Un mapa. Estaba metido en una bolsa muy elaborada con las cabezas de la Pareja bordadas en ella.

– ¿Qué clase de mapa?

– El mapa de un emplazamiento no detallado del Sahara. Diría que está a unos veinticuatro kilómetros del oasis donde Marvot acampaba con la Pareja.

– ¿Qué emplazamiento? ¿Qué hay allí?

– Algo que Marvot quiere desesperadamente.

– ¿El qué, maldita sea?

– El prototipo de un motor construido por un inventor británico hace unos quince años. Se llamaba Hugh Burton, y vivió en el Sahara la mayor parte de su vida adulta. Su padre era arqueólogo, pero él era ingeniero electrotécnico. Era un genio en su campo e igualmente hábil domando caballos. Sentía pasión por sus caballos, y tenía una pequeña cuadra cerca de Tánger. Acudían propietarios de toda Europa a contratarlo para que domara sus caballos.

– Vuelve a lo del motor.

– Todo es parte de lo mismo. Parece que las vocaciones del padre y del hijo se hicieron complementarias en algún momento.

– ¿Qué quieres decir?

– El padre de Hugh desenterró una batería de una antigua tumba egipcia. No era la primera vez que se había encontrado un artefacto semejante, pero éste era increíblemente eficiente. Hizo que los progresos realizados por Detroit en los motores sin gasolina pareciera un juego de niños. Hugh convenció a su padre de que no informara del hallazgo a las autoridades egipcias, y empezó a trabajar en la creación del motor perfecto. Un motor que acabaría con la dependencia del petróleo y revolucionaría la economía mundial.

– ¿Y tuvo éxito?

– ¡Oh, sí! Tardó unos siete años, pero lo consiguió. Luego lo llevó a Estados Unidos, uno de los mayores devoradores de gasolina del mundo. Hizo una demostración ante un escogido número de congresistas que estaban muy relacionados con los temas medioambientales. Los políticos quedaron impresionados, y empezaron a negociar los derechos con Burton. Entonces éste abandonó las negociaciones por completo y volvió al Sahara.

– ¿Por qué?

– Mientras estaba en Washington, su padre fue torturado y asesinado por Marvot. Éste se había enterado del descubrimiento y pretendía detener las negociaciones hasta que pudiera hacerse con el control del motor de Burton. ¿Te imaginas el poder que le daría el ingenio con los países petrolíferos de Oriente Medio? Si distribuía el motor en el mundo occidental, destruiría el cartel petrolífero. El oro líquido se convertiría en basura.

– Si Burton interrumpió las negociaciones, entonces Marvot consiguió lo que se proponía.

Kilmer negó con la cabeza.

– Burton quería a su padre, y bajo ningún concepto iba a permitir, después de aquel asesinato, que Marvot tuviera nada de lo que quería. -Hizo una mueca-. Marvot hizo una buena carnicería con el anciano. Y Burton perdió el juicio cuando lo vio.

– Entonces, debería haber llegado a un acuerdo con los enemigos de Marvot.

– A esas alturas Burton pensaba que el mundo entero era su enemigo. No quería tener nada que ver con nadie. Siempre había sido un bicho raro, y aquello bastó para que acabara como un cencerro. Hizo las maletas y se internó en el desierto. No se llevó gran cosa: el motor y varios de sus caballos.

– Y Marvot lo siguió.

– Sí, pero Burton había vivido en el desierto, conocía a la gente, y pudo desaparecer uniéndose a una tribu nómada. Había conocido al jeque Adam Ben Haroun en el colegio, en Inglaterra, y tenían aficiones comunes. La tribu del jeque también criaba puras razas árabes.

– ¿Cuánto tiempo permaneció con ellos?

– Estuvo cuatro años, antes de que Marvot diera con él. Pero Burton no tenía el motor. Lo había escondido en algún lugar del desierto.

– ¿Y Marvot no lo obligó a decirle dónde?

– No, Burton murió al intentar escapar. Pero Marvot consiguió sacarle alguna información mediante tortura antes de que lo mataran. Le dijo que había enterrado el motor en unas dunas cercanas al oasis, y que había amaestrado a la Pareja para que lo encontraran.

– ¿A la Pareja?

– Nacieron mientras Burton estaba huyendo; una yegua y un semental. Los domó para que sólo se dejaran montar por un jinete y mataran a cualquiera que intentara montarlos que no fuera él. Como es evidente, también les enseñó el camino hasta su mayor tesoro. Era un asunto complicado, porque los caballos fueron entrenados para que nunca se acercaran al alijo a no ser que estuvieran juntos. De esa manera, si alguien robaba uno de los caballos o lo mataba, nadie podría recuperar el motor.

– ¿Y ésa es la razón de que Marvot necesite encontrar a alguien que pueda montar a la Pareja?

– Tú los viste; es imposible montarlos. Marvot tenía dos opciones, o arriesgarse a matarlos o encontrar a alguien que fuese aceptado por los caballos. Probó con las drogas, hizo ir a un montón de amaestradores de caballos, pero, si montaban a uno de los dos, el caballo se quedaba inmóvil. O intentaba matar al jinete. Y no cejaban en su empeño. Uno de los dos caballos de la Pareja casi muere antes de que Marvot desmontara al jinete.

– Es extraño. No me puedo creer que Marvot se creyera todo eso.

– Oh, pues lo cree. No cree que Burton le mintiera mientras padecía la clase de tortura que le estaba infligiendo. Ha estado registrando el desierto por su cuenta durante los últimos diez años. Pero, sí, cree que la Pareja puede encontrar ese motor.

– ¿Y cómo averiguaste todo esto?

– He estado ocho años buscando respuestas. Donavan sonsacó parte de la información a algunos contactos suyos de Washington. Yo fui a buscar en el desierto y encontré la tribu nómada que ocultó a Burton. El jefe es un hombre muy interesante, aunque no es muy comunicativo. Después de estar viviendo con ellos durante unos seis meses, conseguí que confiaran en mí lo suficiente para hablar.

– ¿Y qué hay del mapa que robaste?

– Estaba en una bolsa que le quitaron a Burton cuando Marvot lo atrapó. Es muy impreciso. Probablemente, Burton lo hizo así a propósito. Tenía la Pareja; sólo necesitaba saber adonde llevarlos. En él se describe sólo la zona general de unos ciento veinte kilómetros donde Marvot ha estado buscando durante años. ¡Carajo!, ni te imaginas lo que es vérselas con unas dunas que cambian con cada tormenta de arena; el motor podría estar enterrado en cualquier parte. Ésa, quizá, fuera la razón de que Burton entrenara a la Pareja para encontrarlo. Temía no poder dar con él por sí mismo, pues con los años las marcas podían ser destruidas y desplazadas. -Se encogió de hombros-. Pero cuando le robé el mapa a Marvot, tenía esperanzas de conseguir algo más.

– ¿Y Marvot no podría utilizar algún tipo de antena o de detector de metal para localizar el motor?

– Uno pensaría que sí. Pero Burton debió de haber encontrado alguna manera de encubrir cualquier señal. No hay ninguna duda de que era un genio.

– Así que la única pista que le queda a Marvot son los caballos. No es de extrañar que se preocupe tanto por ellos.

– Considerando que podrían convertirlo en uno de los hombres más poderosos del mundo.

– Siempre que sea verdad que los caballos puedan conducir a alguien hasta ese motor. -Lo miró a los ojos-. ¿Crees que eso es posible?

Kilmer se encogió de hombros.

– El jeque me dijo que era verdad. Creo que estaría dispuesto a arriesgarme con el resultado si eso significara que a cambio me fuera a forrar de esa manera. Pero, bueno, no sé mucho de caballos. ¿Qué crees tú?

Grace arrugó el entrecejo.

– Sé que los caballos salvajes tienen cierto instinto que les impide volver a ciertas zonas durante el celo. Y está esa vieja historia sobre Dobbin, que siempre sabía el camino de vuelta a casa. El sentido que permite a los animales volver a casa es sin duda más agudo y está muchísimo más desarrollado que el nuestro. Mira todas esas historias de perros y gatos que encuentran el camino de vuelta a casa desde la otra punta de un continente. ¿Qué si pudo Burton entrenar a esos caballos jóvenes no sólo para hacerlo, sino para hacerlo sólo cuando estuvieran juntos? -Sacudió la cabeza-. No lo sé. Si era tan genial como dices, es posible. -Apretó los labios-. Pero debió de haber sido un hijo de puta sin entrañas si enseñó a esos caballos a odiar a todos, excepto a él.

– Era un hombre amargado. Probablemente, disfrutaba con la idea de fastidiar a Marvot aun después de muerto. Agitas la zanahoria y al mismo tiempo haces imposible que alargue la mano y la coja.

– Pero fueron los dos caballos los que lo sufrieron. -Grace se frotó la sien. Demasiada crueldad. No sólo por parte de Marvot, sino también de ese tal Hugh Burton, que debía de estar lleno de odio y lo dejó como legado-. ¿Y Marvot espera que yo consiga que hagan lo que nadie más puede hacer? ¡Dios mío!

– No tienes que hacer nada, excepto fingir que haces progresos hasta que podamos arrebatarle a Frankie.

– ¿Fingir? Marvot no es idiota. -Ella negó con la cabeza-. Pero ahora no puedo pensar en eso. Afrontaré el problema cuando esté en El Tariq. Asegúrate de asignarme a alguien bueno para que me vigile. Marvot estará esperando que hagas algún movimiento, y estará alerta. Quienquiera que realice la vigilancia, tendrá que acercarse, y sí lo atrapan, Frankie estará muerta.

– Será bueno.

– ¿Donavan?

– Sí. -Kilmer inclinó la cabeza-. O yo. ¿Soy lo bastante bueno para ti, Grace?

Ella le sostuvo la mirada.

– Sí, eres lo bastante bueno. -Se volvió hacia la puerta-. Déjame en el aeropuerto. Haré sola el resto del viaje a El Tariq.

– Eso será lo mejor. Marvot estará al acecho. -Hizo una pausa-. Vamos a conseguirlo, Grace. No lo dudes.

– No lo dudo. -Tuvo que reprimir el pánico. Aprovechar cada minuto segundo a segundo-. No me lo puedo permitir.

– No creí que la dejarías marchar. -Donavan observó cómo Grace desaparecía en la terminal.

– No tenía alternativa. -Kilmer se apartó del bordillo-. Ella estaba en lo cierto. Tenía que ir. Y yo tengo que permanecer en segundo plano hasta que vea la manera de sacarlas de allí.

– Y eso te está matando.

– No es fácil.

– ¿Cuándo me voy a El Tariq?

– Ya has tenido suficiente ración de El Tariq. Iré yo en tu lugar.

– No seas gilipollas.

– Iré en cuanto pueda. Necesito volver al Sahara.

– ¿Qué?

– Estoy casi seguro de que no vamos a poder acercarnos a ella en El Tariq. Habrá centinelas por todas partes. En el oasis puedo idear la manera.

– ¿Crees que es allí donde acabarán?

– Grace va a intentar hacer lo que Marvot quiere que haga con la Pareja. Sí lo consigue, él los llevará al desierto para tratar de encontrar ese motor.

– ¿Y si te equivocas? ¿Y si ella te necesita en El Tariq inmediatamente?

Kilmer cerró los puños sobre el volante con fuerza hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

– Entonces me rebano el cuello.

Capítulo 14

El Tariq

Las cuerdas le rozaron las muñecas cuando intentó soltarlas frotándolas contra el lateral del compartimiento.

Era inútil.

Se dio por vencida y se echó hacia atrás para respirar. El compartimiento estaba a oscuras y apestaba a estiércol y paja. Qué raro que los establos siempre olieran igual. Habría pensado que ése, por estar en el extranjero, sería diferente.

– Es más pequeña que yo, papá. -Frankie levanto la cabeza y vio a un niño que la miraba con ojos escrutadores. Era mayor que ella, pero no mucho. Estaba junto al hombre a quien la había llevado Hanley, Marvot-. Los caballos blancos la matarán.

Marvot se rió entre dientes.

– Tal vez. Eso haría muy feliz a Hanley. Pero es su madre la que viene hacia aquí para ocuparse de la Pareja. Nuestra pequeña Francesca es sólo el medio para obtener un fin. -Marvot levantó la linterna y le enfocó los ojos-. He traído a mi hijo, Guillaume, para que te conozca. Vio a Hanley meterte en el establo y sintió curiosidad. Saluda, Guillaume.

– Hola. -La voz del niño tenía un tono ausente-. ¿Qué le va a pasar?

– ¿Qué quieres que le pase?

El pequeño negó con la cabeza.

– No sé.

– Creo que sí lo sabes. Mencionaste a la Pareja.

Guillaume se mojó los labios.

– Pero ella… es como yo. No creo que debas hacerle daño.

– Pero tenías curiosidad por ver si la trataría como haría con cualquier otro. La respuesta es sí. El que sólo sea una niña no la exime. Debes recordar esto. -Y le dijo a Frankie-: Y tú también debes recordarlo. Cuando llegue tu madre, debes convencerla de que ha de hacer lo que le diga.

– ¿Vas a dejarla aquí? -preguntó Guillaume-. Está muy sucia. -Arrugó la nariz-. Y huele mal.

– Como tú -dijo Frankie con fiereza-. Apestas, -Fulminó a Marvot con la mirada-. Y usted también.

El hombre se rió entre dientes.

– ¿No es deliciosa? No tiene miedo. Debería dejarla que anduviera suelta algún tiempo. Tal vez podrías aprender algo de ella.

Guillaume arrugó la frente.

– Ella no me gusta.

– ¿Ves? Ya has aprendido algo. Los celos. -Marvot sonrió a Frankie-. Aquí hace frío por la noche. Si le pides perdón a mi hijo, podría darte una manta.

Frankie lo fulminó con la mirada.

– ¡Haz lo que quieras! Vamos, Guillaume.

– ¿Puedo volver?

– Si eres un buen niño, sí. -Marvot volvió a mirar a Frankie-. Y tú deberías ser más inteligente a la hora de escoger tus batallas, pequeña. Últimamente, he observado en Guillaume cierta veta de crueldad…

Desaparecieron.

Frankie respiró aliviada. ¡Jo!, estaba asustada.

Eran unos matones, y no debía tenerles miedo. Eso es lo que ellos querían.

Había conocido algunos matones en el colegio, y su madre le había dicho que si se acobardaba no pararían de acosarla.

No se acobardaría.

Pero nunca la habían maniatado en un lugar tan asqueroso como aquel establo.

No asustarse. Intentar quitarse aquellas cuerdas de las muñecas.

No asustarse…

– No soy capaz de expresar lo feliz que me siento al verte. -Marvot sonrió cuando Grace fue introducida en su despacho-. Siempre tuve el palpito de que volveríamos a estar juntos. Has sido realmente muy mala haciéndome esperar tanto tiempo.

– ¿Dónde está mi hija?

– No ha sufrido daños… excesivos.

A Grace le dio un vuelco el corazón.

– ¿Excesivos?

– Bueno, anoche intentó quitarse las cuerdas y se dejó las muñecas en carne viva. Casi lo consiguió. Si uno de mis guardias no la hubiera examinado esta mañana temprano, quizá no hubiera tenido nada con lo que negociar. Sin duda, alguno de los centinelas le habría pegado un tiro.

– Quiero verla.

– La verás.

– Ahora.

Marvot se encogió de hombros.

– Estás siendo muy exigente. Debería recordarte que aquí soy yo quien manda. -Se levantó-. Pero puedo comprender que te domine tu preocupación de madre. Ven. Podemos hablar mientras bajamos a los establos.

– Quiero ver a Frankie.

– Ya te he oído. Tu hija está en uno de los compartimientos del establo. Después de su mal comportamiento con Hanley, decidí que debía ser tratada como el animal como el que se comportaba. Hanley lo aprobó sin reservas. -Estaba conduciendo a Grace por el sendero que llevaba al establo-. Y con su rebeldía, no ha contribuido en lo más mínimo a mejorar su situación, incluso hizo enfadar a mi hijo, Guillaume. Creo que nada le gustaría más que el que me viera obligado a arrojarla a uno de los compartimientos de la Pareja.

– No me sorprende. Si no, no sería tu hijo. El carácter sanguinario debe ser hereditario en la familia.

– ¿Se supone que he de enfadarme por eso? Efectivamente, lo es. Y no me avergüenzo de ello. Mi padre y mi abuelo fueron hombres poderosos, y la sangre es la moneda del poder. A lo largo de toda la historia, ningún conquistador que no haya estado dispuesto a derramar sangre ha dejado huella. Napoleón, Alejandro, Julio Cesar.

– Atila, Hitler, Saddam Hussein.

Marvot se rió entre dientes.

– Aun mejor. El poder supremo sin preocuparse por las consecuencias civilizadas.

Y, sin embargo, no parecía un bárbaro, pensó Grace. Marvot andaba por los cuarenta, llevaba el pelo canoso cortado al rape y tenía unas facciones atractivas. De constitución robusta, iba vestido con unos caros pantalones blancos y una camisa blanca suelta que le conferían un aire de elegancia informal.

– ¿Sus héroes?

– No, todos cometieron unos errores estúpidos. -Marvot abrió la puerta del establo-. Y un error de criterio se puede perdonar; la estupidez, no. Por ejemplo, pensé que Kilmer se había olvidado de la derrota que le infligí hace años. Un error de criterio. Pero bastante fácil de subsanar. -Hizo un gesto hacia el interior del establo-. Primer compartimiento.

Grace pasó por su lado corriendo.

¡Oh, Dios, Frankie!

Se paró allí, mirando de hito en hito a su hija. Sucia, con el pelo enmarañado, maniatada y arrojada sobre toda aquella inmundicia.

– Hola, mamá. -Frankie se incorporó a toda prisa y se apoyó en la pared del compartimiento-. No pongas esa cara. Estoy bien. De verdad.

– ¡Y un cuerno! -Grace se arrodilló a su lado y la abrazó-. Pero lo estarás, cariño. -La meció adelante y atrás, mientras las lágrimas le escocían en los ojos-. Lo arreglaré. Te lo prometo. Lo arreglaré.

Frankie suspiró.

– Es un matón de verdad. Tenemos que tener cuidado.

– Lo sé. -Grace miró a Marvot por encima de los hombros de su hija-. ¡Bastardo! ¿Tenías que tratarla así?

– Sí, pensé que me haría más convincente. Ahora vas a ser mucho más dócil, ¿a que sí? Pero ya que he conseguido impactarte, seré generoso. -Bajó la vista hacia Frankie-. Incluso te dejaré que le limpies esas heridas de las muñecas antes de que se le infecten con esta mugre.

Grace estaba mirando las muñecas de su hija, y sintió un arrebato de furia. Las heridas eran superficiales, pero ya estaban llenas de la porquería y el estiércol del compartimiento.

– Consígueme agua y un antiséptico.

– Te enviaré a alguien después de que hayamos llegado a un entendimiento. Trabajarás con la Pareja hasta que se vuelvan dóciles. ¿De acuerdo?

– Nunca serán dóciles.

– Entonces hasta que hagan lo que es necesario.

Grace asintió con la cabeza violentamente.

– Siempre que me dejes hacerlo a mi manera, sin meter las narices.

– Por supuesto. Siento el máximo respeto por tus habilidades. Y no tengo ningún temor a que le des largas al asunto. Con una niñita tan preciosa… -Se empezó a alejar-, Ahora te dejaré a solas con tu hija para que puedas ver lo bien que la he tratado. Bueno, relativamente bien. Vuelve a subir a la casa cuando hayas terminado. Estaré en mi despacho, y podremos discutir los detalles. Tendrás plena libertad para moverte por los jardines, aunque, como es natural, se te vigilará de cerca.

Grace esperó a que Marvot estuviera fuera del establo antes de preguntar a Frankie:

– ¿Estás herida en alguna otra parte? -Recorrió el cuerpo de su hija con las manos-. ¿Te han pegado o lastimado de alguna manera?

– Ese tal Hanley me dio una bofetada. -Y añadió-: Después de que yo le mordiera.

Grace pudo percibir el ligero cardenal en la mejilla izquierda de Frankie.

– ¿Algo más? ¿Y en el accidente? ¿Te golpeaste la cabeza?

La niña negó con la cabeza.

– Estoy bien.

– No estás bien. -Volvió a mirar las muñecas desgarradas de la niña y la furia la invadió de nuevo-. Te han hecho daño.

– Esto me lo hice yo. Siempre me decías que tenía que enfrentarme a los matones, y no podía hacerlo con las manos atadas.

– Soy una bocazas. No debería haber…

– Pero tenías razón. -Frankie puso ceño-. De verdad, estoy bien, mamá. Pase un poco de frío anoche, pero eso es todo. Y estaba tan ocupada intentando sacar las manos a través de las cuerdas que no lo noté demasiado. -Bajó la voz-. Pero esos hombres me dan miedo. Creo que tenemos que irnos de aquí enseguida.

– Lo haremos. -Grace se puso en cuclillas-. Pero va a ser peligroso, y tienes que colaborar. Tienes que obedecer todas las órdenes sin protestar. No puedes discutir… ni conmigo ni con ninguna de esas personas. ¿Puedes hacer eso?

Frankie arrugó la frente.

– No sé. Son unos matones. Tú me dijiste que…

– Ya sé lo que dije. La situación es diferente. Me resultará más difícil si tengo que preocuparme de que no te pelees con ellos. ¿Harás lo que te digo?

Frankie titubeó, y al final asintió con la cabeza.

– Siempre que no te hagan daño. Creo que quieren hacerte daño.

– No me lo harán mientras les dé lo que quieren.

– La Pareja… Jake me habló de ellos. ¿Los voy a ver?

– Intentaré arreglar con Marvot que te permita trabajar conmigo. Será más seguro para ti de esa manera. Por eso tienes que hacerme esa promesa. Si él ve que estorbas en lugar de ayudar, te apartará de mí.

– ¿Crees que me dejará hacerlo?

Grace confiaba desesperadamente en que Marvot consintiera. A veces, las oportunidades de escapar se presentaban inesperadamente y de sopetón. Si veía una oportunidad, Frankie tenía que estar con ella.

– Voy a hacer todo lo que pueda para conseguir que lo permita. Pero he de poder confiar en ti, cariño. Esos caballos pueden dar mucho miedo, y no puedes llorar ni gritar aunque creas que me van a hacer daño.

Frankie no habló durante un instante.

– Pero no te van a hacer daño, ¿verdad? Serán como los caballos de casa. ¿Puedes hablar con ellos?

Grace la volvió a abrazar cuando vio que Frankie empezaba a temblar. A todas luces, intentaba no dejar traslucir ante ella lo asustada que estaba.

– No me lo harán. -Y añadió-: Pero resulta más difícil conseguir que escuchen. Llevará algún tiempo. Hace mucho que La Pareja se ha acostumbrado a salirse siempre con la suya.

– ¿Te acuerdas de cuando tuviste que domar a aquel semental para el señor Baker? Él creía que el caballo era malo, pero le dijiste que sólo estaba asustado. Puede que esos caballos también estén asustados.

– Tal vez. -Le acarició el pelo a Frankie e intentó pensar la manera de distraerla-. Y creo que ya es hora de que dejemos de llamarlos la Pareja. No son los piñones de una maquinaria; son caballos individuales, y tengo que tratar con ellos por separado. Pongámosles un nombre.

– ¿Son los dos blancos? ¿Se parecen?

– Mucho. Se trata de una yegua y un semental. Los dos tienen los ojos azules, pero ella es un poco más pequeña y tiene la crin más oscura. El semental es más grande y más fuerte, y tiene una pequeña cicatriz en un costado. Creo que se la hicieron con una espuela.

– ¿Ves? Probablemente tengan miedo de que les hagan daño.

– Los nombres -la incitó Grace.

Frankie arrugó la frente.

– Es difícil… -Guardó silencio mientras pensaba-. Quizá Hope [Esperanza] para la yegua. Porque eso es lo que tenemos, ¿no es así? Tenemos esperanza de que les gustemos…

– Oh, sí. Sin duda es lo que esperamos. ¿Y para el otro caballo?

Frankie sacudió la cabeza.

– ¿Qué pensaste cuando lo viste por primera vez?

Que la muerte y el miedo se dirigían hacia ella bramando.

– Supongo que estaba demasiado ocupada para pensar…

La niña guardó silencio durante un instante.

– Llamémoslo Charlie.

– ¿Cómo?

– Quiero llamarlo Charlie.

– Frankie, ese caballo no se parece nada a Charlie. Es muy salvaje.

– Pero yo quería a Charlie. Me resultará más fácil querer a ese caballo si pienso en él cada vez que lo veo. Y eso quizá también te ayude a ti.

Grace intentó sonreír.

– Tal vez lo haga. -Carraspeó-. De acuerdo, que sea Charlie.

– No seas absurda -dijo Marvot-. A la niña no se le permitirá estar cerca de ningún sitio donde estés tú. Permanecerá encerrada bajo llave, y si te muestras dispuesta a colaborar, tal vez se te permita visitarla.

– ¿Por qué? Debes saber que Frankie ha trabajado con caballos en la granja en el pasado. Podría ayudarme. -Hizo una pausa-. ¿O es que dudas de que tus guardias de seguridad sean capaces de impedir que nos escapemos? Supongo que eso es una gran preocupación. No has hecho un trabajo de vigilancia demasiado bueno con Kilmer y sus hombres.

– ¿Se supone que eso ha de escocerme? Pues no. He arreglado ese problema.

– No necesito estar preocupada por mi hija, cuando se supone que debería estar concentrada en la Pareja, Va a ser bastante difícil. Si no tienes ninguna preocupación justificada, entonces deja que tenga lo que necesito.

– ¿Estás diciendo que la niña te va a ayudar a domesticar a la Pareja? Qué interesante.

Grace se puso tensa. La sonrisa de Marvot era ligeramente malintencionada.

– Digo que me será valiosa.

– Entonces, debería dejar que lo intentes. Y como es natural, debería confiar en que ella montara a uno de los caballos en un plazo razonable de tiempo. Incluso dejaré que escojas cuál.

¡Joder!

Marvot estudió su expresión.

– ¿No?

La idea la asustó mortalmente. Pero era evidente que iba a rechazar de plano su petición si no aceptaba. Tal vez pudiera engañarlo hasta que pudiera encontrar una manera de huir.

– Es posible.

– No, es seguro. -Marvot se rió entre dientes-. Y yo decido lo que es el plazo de tiempo razonable. Mi hijo y yo os visitaremos a menudo para ver cómo progresáis. Estoy impaciente por que Guillaume vea a tu hija a lomos del caballo. Dudaba de que fuera a tratarla como te tratase a ti, y ésa será una buena lección.

– Si me metes prisa, no podré hacer nada con la Pareja.

– Puedo ser paciente siempre que no me hagas enfadar. -Hizo una pausa-. O siempre que no me haga enfadar Kilmer.

– Kilmer está fuera de esto. -Grace decidió cambiar de tema-. Quiero un catre para mí y otro para Frankie en el establo.

– ¿En serio? Os iba a proporcionar unos aposentos ligeramente más cómodos.

Grace negó con la cabeza.

– Quiero comer y dormir con la Pareja. Tienen que llegar a conocerme. Estoy segura de que te ocuparás de que estemos bien vigiladas.

– Yo también lo estoy. -Marvot se encogió de hombros-. Como quieras. Hay una ducha en el establo, y los centinelas os llevarán de comer cuando lo pidáis. Espero unos resultados rápidos, y te daré todo lo que necesites para conseguirlos. Siempre que vea que las cosas discurren según mi criterio. Si no es así, me enfadaré mucho y me aseguraré de que mis hombres también.

– Obtendrás tus resultados. -Grace se dio la vuelta, salió del despacho y avanzó por el vestíbulo de brillantes baldosas hasta las puertas correderas de cristal que conducían al sendero de los establos. Todo en aquella villa palaciega de estilo mediterráneo hablaba del lujo y el poder que tenían por objeto intimidar a todos los que entraban en ella. Grace no se dejaría intimidar. Marvot quizá tuviera poder, pero el poder se podía terminar.

Pero, ¡Dios santo!, ¿en qué lío se había metido y había metido a su hija? A Frankie se le daban bien los caballos, pero era una niña. Bajo ningún concepto quería que se acercara a la Pareja. Había esperado poder mantener a Frankie cerca de ella, pero al margen de la doma.

No iba a suceder tal cosa. De acuerdo, había que aceptarlo. Aquello hacía más difícil mantener a la niña a salvo, pero encontraría la manera.

Vio a Frankie esperándola en la puerta del establo y se obligó a sonreír.

– Hola, le he convencido. Vamos a estar juntas. ¿No es fantástico?

Oyeron los escandalosos relinchos y pateos de la Pareja en cuanto entraron en el establo.

– Parecen enfadados -dijo Frankie-. Y escandalosos. ¿Por qué no los he oído esta noche?

– Probablemente, estuvieran en el cercado. No les gusta estar encerrados y hacen saber su enfado. Los mozos de cuadra les tienen miedo y sólo los meten ocasionalmente. Bueno, en realidad abren la verja y la puerta del establo y los meten a toda prisa. Es todo un espectáculo. Cuando estuve aquí anteriormente, tuve que hacer que le sacaran una piedra de la pezuña a uno de la Pareja.

– ¿A cuál?

Eso estaba bien; tenía que recordar no referirse a ellos como la Pareja.

– Al que le pusiste Charlie.

– Son preciosos -susurró Frankie. Sus ojos brillaron al ver por primera vez a los caballos en sus compartimientos-. Creo que no había visto jamás unos caballos tan bonitos. ¿Y tú, mamá?

– Están de los primeros en la lista.

Hola, chicos. Ha pasado mucho tiempo. ¿Lo habéis pasado mal aquí? Espero que no. Supongo que habréis correspondido en la misma medida.

Grace se acercó.

Intentaré ponéroslo tan fácil como….

– ¡Uy, Dios!

Frankie levantó la vista hacia ella alarmada.

– ¿Qué pasa?

– La yegua. -Grace se dirigió al teléfono interior que había en el poste-. Mírala. -Descolgó el auricular y pulsó el botón de la residencia principal-. ¿Por qué no me lo dijiste? -preguntó cuando Marvot descolgó el teléfono-. ¿Cómo esperas que trabaje con ella si tiene los nervios de punta?

– Espero que hagas aquello para lo que te traje aquí. Esa yegua siempre está con los nervios de punta.

– Sí, pero no siempre está preñada.

– No, ésta es su primera vez. He hecho todo lo posible para garantizar que estuvieran separados durante el celo de la yegua. No quería que nada interfiriera. Por desgracia, en esta ocasión estaba fuera de la granja y mis mozos de cuadra cometieron un error. Nunca más volverán a cometerlo.

– ¿Cuándo está previsto que para?

– Cualquier día de éstos.

– ¿Y tienes preparado algún veterinario para el parto?

– Creo que hay un veterinario decente en un pueblo situado a cuarenta y cinco kilómetros de aquí. Si tienes algún problema, lo llamaré.

– ¿Si tengo algún problema?

– No confiaría la yegua a nadie más que a ti. Seguro que ya has pasado por este tipo de trance.

– Sí. Pero en la granja abandonamos la cría de caballos hace años para concentrarnos en la doma, aunque, como es natural, asistí a numerosos partos antes de eso. Pero siempre tuve a un veterinario a mi lado.

– No quiero extraños aquí. Hazlo tú. Lo único que pido es que salves la vida de la yegua. Me trae sin cuidado el potrillo.

– A mí no.

– Entonces tendrás que esforzarte para que ambos salgan bien librados del trance, ¿no te parece?

– Escucha, la yegua será de lo más imprevisible. Quizá tendría que esperar a que para, antes de empezar a trabajar con ellos.

– Inaceptable. -Marvot colgó.

Grace volvió a poner el receptor en su sitio y apoyó cansinamente la espalda en el poste. Y ella que había pensado que la situación era ya bastante dura antes de aquello.

– ¿La yegua está preñada? -preguntó Frankie-. Sé que ahora mismo piensas que es malo, pero me encantan las crías.

– Lo sé. Las crías de caballos, los gatitos, los cachorros. Pero esto es algo diferente, cariño. -Se incorporó y se esforzó en sonreír-. Pero tendremos que lidiar con ello. Me alegro de que la llamaras Hope. Vamos a tener que confiar muchísimo en su cooperación. -Señaló al otro caballo con un gesto-. Y ése es Charlie. ¿Estás segura de que no quieres cambiarle el nombre?

Frankie negó con la cabeza.

– No, ése… está bien. ¿Qué hacemos ahora?

– Soltarlos. Por eso dejamos la puerta del establo y la verja del cercado abiertas. Aparta.

La niña retrocedió cuando Grace abrió la puerta del compartimiento.

– ¿Así de lejos?

– Más. Charlie es famoso por atacar a cualquiera que esté cerca. -Descorrió los cerrojos de ambas puertas y retrocedió de un salto justo a tiempo de evitar a los caballos en el momento en que salieron precipitadamente de los compartimientos. Grace se puso tensa cuando Charlie titubeó y miró hostilmente a Frankie. Pero la puerta abierta del establo era una tentación demasiado fuerte. El caballo se dio la vuelta y salió como una centella por la puerta detrás de Hope.

– No le gusto -dijo Frankie-. Pensé que…

– No le gusta nadie -dijo Grace rápidamente-. Y no tenemos que gustarle. Podremos estar contentas si logramos que nos tolere. -Siguió a los caballos fuera del establo-. Tenemos que ponernos a trabajar. -Recorrió el patio del establo con la mirada. Tres centinelas con rifles estaban apostados en sendos puntos delante del establo y parecían saber cómo utilizar las armas. En ningún momento había dudado de que hubiera vigilantes por toda la granja-. Los caballos tienen que acostumbrarse a nosotras. -Entró en el cercado y cerró la cancela-. O a mí. Te presentaré después de que se hayan acostumbrado a que yo invada su territorio. -Los caballos ya se habían percatado de la intrusión. Hope y Charlie la miraban de hito en hito con el recelo y la fiereza que Grace recordaba. Se puso tensa, preparándose para lo que se avecinaba.

Vamos, quitároslo de encima. Demostradme lo fuertes que sois. No me importa no ser la jefa. Me conformaré con ser vuestra amiga. Todavía no sabéis lo que es eso. Dejadme que os lo enseñe.

– ¡Mamá!

Los caballos se habían lanzado como centellas hacia ella.

No va a funcionar. No puedo dejar que me hagáis daño.

No se iban a separar en su ataque, como habían hecho hacía años. Era demasiado pronto. Pero Grace tenía que demostrarles que no tenía miedo, y eso significaba esperar hasta el último instante.

– ¡Mamá, sal de ahí!

Unos segundos más.

Ahora.

Grace se subió a la barra superior del cercado de un salto y giró en el aire para sentarse a horcajadas.

Hope embistió la valla junto a la que Grace había estado unos segundos antes. Charlie la siguió, piafó y rompió la tercera tabla del vallado.

Luego se fueron corriendo por el prado.

Grace respiró hondo mientras observaba cómo se alejaban.

Primer encuentro. Y no será el último. Os daré un poco de tiempo, pero estoy aquí para quedarme.

Echó un vistazo a Frankie, que miraba de hito en hito a los caballos que se alejaban.

– ¿Asustada?

La niña asintió con la cabeza.

– Bien. Eso te mantendrá fuera del cercado hasta que esté preparada para ti. -Eso, si es que alguna vez iba a estar dispuesta a poner a Frankie en el mismo cercado que Hope y Charlie. La fiereza de los caballos seguía siendo la misma.

– Quiero ayudar -dijo Frankie-. ¿Qué puedo hacer?

– Observarlos. Tengo que saber cuál es el que dirige cuando embisten. Y tengo que saber si hay algo, aparte de mi presencia en su territorio, que los provoque.

– ¿No lo sabes?

– En este momento, estoy un poco distraída -dijo Grace con sequedad.

– Pero trabajaste con ellos antes. ¿No lo averiguaste entonces?

– No estaba interesada en montarlos. Todo lo que necesitaba era que me permitieran conducirlos a un remolque de caballos para que pudiéramos sacarlos de aquí.

– ¿Y ahora tienes que montarlos?

Grace asintió con la cabeza.

– Creo que sí. A menos que podamos salir de aquí inmediatamente.

Frankie miró a los centinelas por encima del hombro de su madre, y sacudió la cabeza.

– Es posible -dijo Grace-. Pero tendremos que asumir que tenemos que trabajar con los caballos. Ahora dime: cuando me embistieron, ¿cuál hizo el primer movimiento?

– No me acuerdo. Estaba asustada.

– Yo también. Intenta recordar.

– Creo que fue Hope. -Asintió con la cabeza-. Sí, fue ella.

– ¿De verdad? -Grace miró por encima del hombro hacia los caballos-. Aunque eso no me sorprendería. En general, habría apostado por Charlie, pero ahora Hope es absolutamente impredecible. Es probable que su agresividad se haya multiplicado.

– ¿A causa de la preñez? -su hija pensó en ello-. Hope parecía… nerviosa. También asustada, quizá.

– Puede. -Grace sonrió a su hija-. Mira, ya me estás ayudando. No tienes necesidad de meterte en el prado para hacerlo.

– Tampoco quiero que te metas tú -susurró la niña-. Te quieren hacer daño.

– Porque no comprenden que no queremos lastimarlos. En realidad, Hope y Charlie no son diferentes de otros caballos que he domado. -Eso no era verdad. La Pareja tenía un historial lleno de triunfos que envalentonaría a cualquier animal. Y Hugh Burton se había pasado los primeros años de vida de los caballos enseñándolos las maneras de resistir y vencer-. Juntas lo conseguiremos. -Grace saltó de la valla al interior del cercado-. Ahora, voy a dar un paseo. Creo que los caballos han tenido tiempo de superar la euforia del triunfo. Tengo que hacerles saber que no me han desanimado.

– ¿Volverán a embestirte?

– Sí. -Empezó a caminar a lo largo del vallado-. No les quites el ojo de encima. Trata de ver si hacen algo desacostumbrado…

Aparte de intentar matarla a pisotones.

– ¿Esperas que te ayude, Kilmer? -El jeque Ben Haroun movió la cabeza-. Mi tribu perdió a uno de sus mejores domadores de caballos a manos de los hombres de Marvot. Karim quería a Burton, e intentó protegerlo de ese bastardo.

– Entonces, yo diría que querrías vengarte, Adam.

– Le dije a Burton que estaría solo si Marvot lo atrapaba. A mí pueblo le dije lo mismo. No estaba dispuesto a sacrificar a nadie, para que Burton lograra mantener a salvo su maravilloso motor. -Torció la boca-. Está muy bien intentar que la civilización avance, pero nosotros, los nómadas, somos una especie en vías de extinción, Kilmer. Nuestra cultura se debilita con cada paso que la civilización da hacia el interior del Sahara. Dentro de pocas décadas, seguiremos el camino de los dinosaurios.

– Eso no te lo puedo discutir. Ojalá pudiera. Todo lo que puedo decir es que he vivido con tu gente, y sé que no les gustaría que Marvot se saliera con la suya.

El jeque se quedó callado.

– Tal vez tengas razón. Pero no tenemos sus armas. Criamos caballos, no guerreros. Por eso no fui tras Marvot cuando mató a Karim.

– Puedo proporcionar las armas y los hombres. E intentaré manteneros al margen del combate real.

– Pero luego cogerás el motor y te irás.

– Sí. Pero no lo haré hasta que sepa que estáis todos a salvo. -Hizo una pausa-. Y no se trata sólo del motor. Marvot tiene a mi hija y a su madre. Ellas morirán si no las libero.

El jeque lo miró de hito en hito, y luego sonrió débilmente.

– ¡Ah!, así que no es una venganza.

– Es una venganza. Quiero castrar a ese hijo de puta por secuestrar a mi familia.

– Por fin nos encontramos en una causa común. -Sonrió-. Entiendo de familias; considero a toda mi tribu una familia.

– Entonces dime que…

– Es suficiente. -El jeque levantó la mano-. No me presiones, Kilmer. Pensaré en ello, y volveremos a hablar.

– Tal vez no tengamos mucho tiempo.

– Entonces, haz lo que tengas que hacer. Conmigo no valen las prisas.

Kilmer se dio cuenta de que no iba a adelantar nada más. Se levantó.

– ¿Y si sólo te pido ayuda para el reconocimiento y un refugio seguro en caso de necesidad?

– Conmigo no valen las prisas.

Kilmer asintió con la cabeza.

– Perdona. -Salió de la tienda e intentó superar la frustración que lo embargaba. No podía culpar al jeque por no querer correr ningún riesgo. Debía mantener la calma. Ben Haroun todavía no había dado una negativa definitiva; todavía podía prestarle la ayuda que necesitaba. La madre de Adam Ben Haroun había sido medio inglesa, y él se había educado en Inglaterra, y eso, sin duda, influía en su manera de pensar.

Él y toda su tribu eran insólitos. La mayoría de las tribus nómadas eran tuaregs del Sahara, pero Adam pertenecía a una de las pocas tribus de ascendencia árabe.

Kilmer se quedó contemplando las desoladas dunas doradas que rodeaban el campamento. Había disfrutado de su estancia con la tribu hacía un año. Entonces, y después de haber derribado el muro de cautela y desconfianza, se habían revelado como unos seres amables e inteligentes. Kilmer no quería ponerlos en peligro, pero, ¡Dios!, necesitaba su ayuda. Liberar a Grace y a Frankie de Marvot era sólo el primer paso. Aunque Grace fuera capaz de proporcionar a Marvot lo que éste quería, Kilmer estaba seguro de que este tipo acabaría matándolas.

Era sólo cuestión de tiempo.

Capítulo 15

– Interesante día -dijo Marvot-. Pero no veo grandes logros.

– Pues los hice. -Grace no lo miró mientras cerraba la valla del cercado-. Al final de la jornada, la Pareja tuvieron dos oportunidades de embestirme. Y no lo hicieron. Vamos, Frankie. Lavémonos un poco y comamos algo.

– Primer día -dijo Marvot-. Y no he visto una gran participación por parte de la niña.

Bastardo.

– Ha estado ayudándome. De lo que se trataba hoy por encima de todo era de observar y estar atento. -Le dio un suave codazo a su hija para que se adelantara-. No puedes esperar gran cosa.

– Te equivocas, lo espero todo. Estoy impaciente por verla a lomos de uno de esos caballos. ¿Has escogido ya cuál de los dos?

– No. -Grace condujo rápidamente a la niña de vuelta al establo. Pudo sentir la mirada de Marvot durante todo el camino.

Frankie permaneció en silencio hasta que entraron en el establo.

– ¿De qué estaba hablando? ¿Se supone que tengo que montar a uno de los caballos?

– Eso es lo que él quiere. Lo cual no significa que vayas a hacerlo.

– ¿Y por qué quiere que lo haga?

– Porque sabe que me preocuparía. Dice que sería un buen ejemplo para su hijo, pero no creo que sea eso.

– Guillaume -dijo Frankie pensativa-. Me preguntó cómo sería tener un padre así. No me gusta Guillaume, pero, quizá, si su padre fuera más amable, él también lo sería. ¿No te parece?

– Creo que no deberías preocuparte por ese niño. Ya tenemos bastantes problemas.

Frankie asintió con la cabeza.

– Si quieres, intentaré montar a uno de los caballos.

– No quiero. -Pero no había dejado de pensar en ello en todo el día. Las posibilidades de mantener a Frankie a su lado dependían de que fuera capaz de dar validez al argumento de que la ayudaba. No se había sorprendido de ver a Marvot-. Pero si ve que lo haces una vez podía dejar de presionar. ¿Qué piensas al respecto?

– Me asusta. -Frankie puso mala cara-. ¡Diablos!, también estaba asustada la primera vez que salté con Darling.

Pero Darling era un gatito, comparado con la Pareja.

– Hoy me dijiste tres veces que fue Hope la que inició las embestidas. ¿Te gustaría montar a Charlie?

Frankie negó con la cabeza.

– Me gusta Hope. Me da pena.

– ¿Aunque ahora mismo sea más agresiva?

– Me gusta -repitió la niña con tozudez-. Creo que si la apartaras de Charlie, yo acabaría gustándole. Cuando está con él, no necesita a nadie más.

– Intentamos separarlos cuando estuve aquí la otra vez y no pareció surtir ningún efecto en ellos.

– ¿Podríamos intentarlo?

Grace asintió con la cabeza.

– Mañana.

Frankie sonrió.

– Bien. No estaré tan asustada después de que nos conozcamos. -Hizo una pausa-. A mí me resulta más difícil que a ti. Sé que siempre bromeas cuando intento hablar de ello, pero Charlie me dijo que los caballos realmente te entienden, que algunas personas tienen una especie de… magia.

– No soy ninguna hechicera. No seas tonta.

– Pero Charlie decía que tú…

– Se me dan bien los caballos. Pero eso no significa que yo… -Se detuvo. Siempre había querido que Frankie viviera en el mundo real, y aquel talento era, sin duda alguna, un tanto extraño. Sin embargo, se encontraban juntas en una situación horrible, y tenía que ser sincera con su hija-. No soy ninguna susurradora de caballos, ni tampoco el doctor Dolittle, pero desde que tenía tu edad he sentido como si los caballos me entendieran y yo los entendiera a ellos. Nunca te he ocultado eso.

– ¿A mi edad? ¿Y cómo lo descubriste?

– Estaba en la granja de mi abuelo, y había una yegua que estaba enferma. El veterinario local no sabía lo que le pasaba, pero yo sí.

– ¿Te lo dijo ella?

– No, sólo lo supe. -Se encogió de hombros-. Pero él dijo que era una suposición.

– Y los caballos hacen lo que les dices, ¿verdad?

Jugarse el todo por el todo.

– A veces. Pero otras veces no me hacen ni caso. Eso sólo significa que me resulta más fácil tratar con ellos que a otras personas.

– Creo que te prestan atención. Darling nunca se plantaba contigo.

– Y dejó de hacerlo contigo. Sólo tenía que saber que no había nada que temer.

– Después de que se lo dijeras tú.

– Fuiste tú quien se lo dijo, ¿recuerdas?

– Mamá.

Grace titubeó y acabó asintiendo con la cabeza.

– De acuerdo, quizá lo reforcé un poco. Pero si Darling no hubiera confiando en ti, jamás habría saltado aquel obstáculo.

Frankie sonrió abiertamente.

– Mamá, no te sientas mal por eso. No pasa nada. Supongo que siempre lo supe. No sé por qué no te sientes orgullosa de ello. Es de lo más chulo tener una madre que puede hablarle a…

– Ya te lo he dicho, no soy una susu…

– Sí, pero ahora que sé que escuchará lo que le digas, me sentiré mejor montando a Hope.

Y quizá eso fuera algo bueno, pensó Grace. La confianza en uno mismo nunca hacía daño en ninguna situación, y ellas necesitaban todas las armas que pudieran obtener. A la mierda la realidad y el sentido práctico.

– Puedes estar segura de que le diré cosas buenas de ti. Pero olvida a Hope y a Charlie y lo que va a ocurrir mañana. Tienes que comer y acostarte.

– Y tú también, ¿no?

– Pues claro. -Grace entró en el establo y miró de hito en hito a la Pareja, que ya habían sido metidos dentro y estaban siendo alimentados por dos mozos de cuadra verdaderamente nerviosos-. Siempre que Hope y Charlie estén lo bastante tranquilos para dejarnos dormir.

Charlie y Hope no estuvieron tranquilos. Fue una suerte que Frankie estuviera tan cansada y durmiera profundamente pese al ruido que hicieron. Grace se tumbó en el camastro y estuvo escuchando el alboroto hasta que estuvo segura de que Frankie no se despertaría. Entonces, se levantó en silencio y salió del establo. El centinela que estaba de guardia a unos pocos metros se incorporó y cambió la forma en que cogía su fusil.

– No voy a ninguna parte. Sólo quiero tomar el aire.

El centinela la miró fijamente sin hablar, aunque estaba sonriendo con insolencia.

Grace lo ignoró y miró de hito en hito la oscuridad de los bosques que rodeaban la granja. ¿Estaría Kilmer allí? Se sentía muy sola y aislada en ese momento. Deseaba verlo. Era raro; aunque el sexo era una parte considerable de su relación, cuando había pensado en Kilmer después de abandonar el rancho, no había sido en él inclinado, desnudo, sobre ella en el granero. Era el recuerdo de él riendo con Frankie mientras cabalgaban juntos por el campo.

Pese a lo que le había dicho a Marvot, el día había sido desalentador. No parecía que la Pareja se acordara de ella. Cualquier avance que hubiera hecho con ellos hacía años se había borrado, y estaba empezando de nuevo. Pero quizá estuviera equivocada. Lo vería en los días siguientes.

Pero ¿cuántos días le daría Marvot? Lo creía muy capaz de intentar meterle prisas quitándole a Frankie. ¡Maldición!, eso no debía ocurrir.

Y era inútil que se quedara mirando fijamente los árboles cual doncella medieval que esperase a que la rescatara un héroe. Ella era la única que podía organizar la huida. Podía confiar en que Kilmer se presentara, si es que encontraba una oportunidad, pero, al final, sería ella quien tendría que cargar con la responsabilidad.

Ya era hora de que volviera a trabajar, en lugar de estar parada allí fuera, deprimiéndose y dejando que el guardián la comiera con los ojos.

Se dio la vuelta, entró de nuevo en el establo y avanzó por el pasillo hacia los compartimientos. Cuando los caballos la vieron, se pusieron aún más nerviosos.

De acuerdo, no os hace ninguna gracia. He invadido vuestro espacio. Ya os podéis ir acostumbrando; va a ocurrir más veces.

Se sentó al otro lado del pasillo, enfrente de los compartimientos, y se apoyó contra la pared.

Acostumbraos a mí. No os voy a hacer daño; aquí soy tan prisionera como vosotros. Sé que os han hecho daño en el pasado. Pero si os asociáis conmigo, nunca más tendréis que preocuparos de que alguien más intente montaros. Y yo lo haré sólo lo necesario para poder manteneros en forma y sanos.

¿Estaban escuchando? Y si era así, ¿les estaba causando algún impacto? Grace sabía que podía comunicarse con algunos caballos, pero nunca había sabido en qué nivel o hasta qué punto la entendían. Sólo podía confiar en que los animales percibieran lo que sentía.

Pero la violencia con que fue recibida no era alentadora.

No queréis oír lo que digo. Lo entiendo. Pero tengo que seguir hablando, porque no os miento, y porque vuestro enemigo también es el mío. Así que permaneceré aquí día y noche hasta que podamos reconciliarnos. Mañana os separaré un rato, pero no temáis. Sólo queremos llegar a conoceros mejor. No será durante mucho tiempo. Y luego volveréis a estar juntos.

En todo caso, la reacción de los caballos fue volverse más violentos. Podía ser una buena señal; al menos, estaba comunicándose con ellos. Quizá.

Mi hija, Frankie, está conmigo. La visteis hoy. Es pequeña, sólo una potrilla, y será muy cariñosa con vosotros. Os prometo que no es ninguna amenaza en absoluto.

Tenía que seguir repitiendo esas palabras. Frankie no era una amenaza; Frankie sería amable. Una y otra vez, hasta que la creyeran. Tenía una posibilidad. Por lo que sabía, ningún niño se había acercado a la Pareja. El hijo de Marvot estaba fascinado por los caballos, pero les tenía miedo. Los caballos percibían el miedo, y reaccionaban agresivamente.

Frankie también tenía miedo. Bueno, entonces Grace tendría que intentar eliminar ese miedo o, al menos, atenuarlo.

Ella ha escogido unos nombres para vosotros. Tú eres Hope, y tú, Charlie. No son nada del otro mundo, pero a ella le gustan, y tienen un significado para ella. ¿Os puso algún nombre el primer hombre que os crió? Creo que él no me habría gustado. Permitió que su amargura os hiciera daño.

Ninguna atenuación en el comportamiento alterado de los caballos.

Debía seguir hablando. Debía decir cualquier cosa que le pasara por la cabeza. Lo único que tenía que seguir repitiendo era la parte relativa a Frankie. Una y otra vez…

– ¿Qué hago ahora? -preguntó Frankie cuando estuvo delante de Hope-. ¿Intento acariciarla?

– No, a menos que quieras perder un dedo. -Grace sonrió-. Sólo siéntate aquí y háblale. Me meteré en el cercado con Charlie y veré si puedo consolarlo de la pérdida de su amiga.

Frankie se sentó en el suelo.

– ¿Y qué le digo?

– Lo que quieras. -Grace empezó a avanzar por el pasillo-. Es algo entre vosotras dos. Volveré dentro de un par de horas. Mantente alejada del compartimiento. Si me necesitas, ven al cercado.

– Vale.

Frankie estaba muy insegura esa mañana, pensó Grace. ¿Quién podía culparla? Ella misma se estaba moviendo con mucha cautela.

Se detuvo ante la valla, mirando a Charlie, que la miró a su vez con hostilidad.

Te dije que iba a pasar esto. Volverá dentro de unas horas. Sé que es una mierda sentirse impotente, pero sólo será durante un ratito. Frankie tiene que conocerla. El hombre que es vuestro enemigo quiere hacerle daño, y ella puede salvarse, si Hope la ayuda. Ya sé, a ti no te importa. Pero tal vez algún día llegue a importarte.

Aquello era un poco tonto; a Charlie le traía sin cuidado el mañana. El hoy era lo único que tenía cierta importancia.

Abrió la valla del cercado.

– Bueno, veamos si me odias tanto como ayer…

Apenas le dio tiempo a decir las palabras cuando el caballo la embistió. Grace se agachó, se lanzó a un lado y se subió a la valla de un salto.

Sintió el roce de la cabeza de Charlie contra los muslos cuando el caballo pasó por su lado como una exhalación.

Pero el animal no se volvió ni intentó ensañarse con ella. Por el contrario, se dirigió al centro del prado haciendo cabriolas, destilando orgullo, arrogancia y rebeldía con cada postura de su cuerpo. Cuando se dio la vuelta, miró a Grace, que se percató de la satisfacción del caballo por su triunfo.

Ella respiró hondo, y cuando bajó de la valla, intentó reprimir la esperanza y la euforia que la inundaban. Demasiado pronto. Excesivamente pronto.

Hoy no hay tanta mala intención como ayer. Pero indudablemente me has enseñado a qué debo atenerme. ¿Podemos tranquilizarnos ahora y estar juntos sin tanto ataque? Estoy cansada. Ninguno de nosotros hemos dormido mucho esta noche.

No parecía que fueran a poder. Charlie piafó y volvió a cargar contra ella.

Grace subió a la valla de un salto, pero no consiguió alcanzar la parte superior.

El caballo la mordió en el trasero y tiró de ella.

¡Maldición!, aquello le dolió. Grace se frotó el trasero y se dio la vuelta con cuidado para enfrentarse al condenado animal.

¡Dios santo!, Charlie casi estaba sonriendo.

¿Estaba jugando?

Grace se puso tensa, y la esperanza creció en ella.

Sí, ahora ya estás contento, ¿no? Eso no ha sido divertido. Debería dejarte solo. Sabes que no lo haré, pero deberías saber algo. Podría no ser una compañera de juegos tan divertida si vuelves a hacer eso. No soy tan fuerte como tú, y podría salir herida. No creo que quieras dejarme fuera de servicio.

Aunque tal vez sí quisiera. Tal vez ella estuviera equivocada. Bajó lentamente de la valla, con la mirada clavada cansinamente en Charlie.

¡Y él volvió a atacarla!

– Es verdaderamente idiota -dijo Guillaume-. El caballo la va a matar, y se lo tiene bien merecido.

– ¡Silencio! -Marvot tenía la mirada clavada en Grace. La había estado observando durante casi una hora. El ataque del caballo, los saltos de la mujer… Era como un ballet mortífero. Sólo en los últimos minutos Marvot había llegado al convencimiento de que el ballet no era tan mortífero como parecía al principio-. No es ninguna idiota. Y no creo que el caballo vaya a matarla.

– ¡Ah!

El hombre bajó la mirada hacia su hijo.

– ¿Decepcionado? ¿Por qué?

– No quiero que esos caballos sean domados. Quiero que sigan siendo como son. De esa manera, me pertenecen.

– Nunca te han pertenecido. Son míos. Y no me resultan útiles tal como son. No tolero los objetos que no me son útiles. Al final, tendrían que ser destruidos.

Guillaume estaba mirando a Grace.

– ¿Y ella te resulta útil?

Marvot asintió con la cabeza mientras observaba cómo Grace se acercaba lentamente al semental. El caballo estaba quieto, y ella se acercaba cada vez más a él antes de cada ataque.

– Sí, ella me es útil. -De repente, se rió entre dientes, mientras volvía a mirar a Guillaume-. Pero nada dura eternamente. Nunca he dudado de que acabarás viendo cumplido tu deseo.

– ¿Cómo va? -preguntó Grace a Frankie cuando entró en el establo.

– No muy bien. -La niña puso mala cara-. Creo que me ignora. Me parece que lo de hablar a los caballos no le funciona a nadie, excepto a ti.

– Al menos, se está acostumbrando a tu voz. ¿Lista para comer?

Frankie asintió con la cabeza, y la inclinó cuando se levantó.

– Pareces… contenta.

Grace movió afirmativamente la cabeza.

– Charlie se mostró más receptivo que Hope. Fue como caminar a través de un pantano, pero he tenido la sensación de que estaba llegando a alguna parte. -Le apretó el hombro a Frankie-. Y eso es todo lo que podemos esperar por el momento. Sólo han pasado dos días. Y el juego apenas ha empezado.

– ¿Cuánto crees tú…? -La niña suspiró-. Lo siento, ya sé que no puedo saberlo. Sólo quiero que se acabe.

– No tengo ni idea de cuánto tiempo llevará. -Pero no tenía ninguna duda de que invertiría todo el tiempo que estuviera despierta (y también todo el tiempo en el que debería estar durmiendo) intentando acelerar el proceso-. Pero si tienes miedo de que vaya a obligarte a montar a Hope, eso no ocurrirá. Si avanzo bien con Charlie, Marvot tendrá que contentarse con eso.

– ¿Y si no?

Grace debería haber sabido que Frankie no aceptaría la respuesta sin preguntar.

– Nos preocuparemos de ello cuando ocurra.

La niña permaneció callada un instante.

– ¿Supones que Jake intentará ayudarnos? Ayudó a Donavan.

– Estoy segura de que lo intentará.

– Pero hay muchos hombres armados por aquí. Lo pasaría mal, ¿verdad?

– Muy mal.

Frankie sonrió.

– Pero él conoce todos los pasos. Tú me lo dijiste.

– Creo que deberíamos depender la una de la otra. Si Jake consigue llegar hasta nosotras, será sólo una magnífica sorpresa.

– Creo que lo hará. -La pequeña se sentó en el camastro-. Le gustamos.

– Quédate aquí. -Grace se dirigió a la puerta-. Haré que uno de los centinelas vaya a buscarnos algo de comer.

Después de enviar al guardia a la casa, Grace se quedó contemplando a Charlie, que pastaba en el prado. El caballo se mostraba indolente y despreocupado, pero ella sabía que percibía su cercanía.

– Dos horas, Charlie -le susurró-. Prepárate. Voy a volver.

El animal levantó la cabeza, pero no la miró.

Grace dirigió la mirada más allá del caballo, hacia los bosques. Resultaba gracioso que Frankie hubiera mencionado la posibilidad de que Jake apareciera. Había evitado deliberadamente hablarle de él desde que había llegado allí. Su hija era discreta, pero era una niña, y Grace no quería preocuparla contándole que, sin duda alguna, Kilmer incluiría en sus planes cualquier intento de huida.

Charlie relinchó y se acercó a la valla trotando.

Grace sonrió.

– No me ataques. Tendrás tu oportunidad después de comer.

Estaba a punto de ponerse el sol cuando Frankie salió corriendo del establo y gritó:

– ¡Mamá, ven, rápido! A Hope le pasa algo.

Grace cerró la valla y se dirigió corriendo al establo.

– Estaré ahí enseguida. ¿Qué sucede?

– Está tumbada de lado. No parecía encontrarse muy bien, y antes de que me diera cuenta, se había tumbado.

– ¿Ocurrió algo antes de eso?

– Estaba inquieta. No paraba de moverse y de mordisquearse la barriga. ¿Va a nacer el potrillo? ¿Debería haberte avisado antes?

– No, actuaste bien. -Grace estaba delante del compartimiento de Hope-. No podría haber hecho nada.

– ¿Es el potro?

– Creo que sí. Ayer me di cuenta de que tuvo las ubres llenas todo el día. Eso suele ser señal de que se acerca el momento.

– ¿Y por qué está tumbada?

– Tal vez haya roto aguas. Una yegua suele tumbarse de costado y extender las patas después de romper aguas. Se está preparando para el parto.

– Es verdad, debería haberme acordado. Pero no he visto nacer un potrillo desde que nació Darling, y eso fue hace tres años.

– Es comprensible que tuvieras una ligera pérdida de memoria. No tenías más que cinco años entonces.

– ¿Y ahora qué hacemos para ayudarla?

– Voy a entrar en el compartimiento. El potro debería salir dentro de unos veinte minutos. Sal y dile al guardia que necesito un cubo de agua caliente con jabón, toallas de algodón, tiras de tela para atar la placenta y tintura de yodo al dos por ciento para el muñón del ombligo. ¿Te acordarás?

Frankie asintió con la cabeza y salió del establo como una exhalación.

– Muy bien, Hope. -Abrió la puerta del compartimiento poco a poco-. No te gusto y no confías en mí, pero no estás en condiciones de protestar. Estoy aquí para ayudarte a que salgas sin problemas de esto.

Hope levantó la cabeza y la miró con hostilidad.

– No te pongas tensa; no es bueno para ti. -Se sentó al lado de la yegua-. No voy a hacer nada hasta que vea que soy necesaria. Te lo dejaré a ti. Haz lo que tu cuerpo te pida que hagas.

Hope volvió a bajar la cabeza, y tuvo un espasmo cuando el potro empezó a salir.

Diez minutos después, no había señal del potrillo.

– Vamos, Hope -susurró Grace-. Tengamos un bonito parto natural. No soy veterinaria, y no sé cómo se me daría si tuviéramos problemas y tuviera que intervenir.

– Ya lo tengo, mamá. -Frankie transportaba el cubo de agua caliente-. Tardó un rato. No comprendían lo que necesitaba, hasta que apareció uno de los mozos de cuadra. ¿Cómo está?

– Bien, creo. -Grace exhaló un suspiro de alivio-. Aquí vienen la cabeza y las patas delanteras. Gracias a Dios. Ven aquí, Frankie. Hope está demasiado ocupada para intentar lastimarte.

– Mira la cabeza del potro -dijo la niña con asombro-. Sigue dentro de la placenta. ¿No la debería haber roto ya?

– Se romperá dentro de un minuto, y permitirá que el potro respire. -Pero el saco amniótico siguió intacto. Grace esperó, y finalmente dijo-: Muy bien, muchachito, te ayudaremos un poco. -Con cuidado, rompió la membrana, y el potro respiró por primera vez-. Ahora sigue saliendo. Dale un respiro a tu mamá…

– No se mueve. Sólo tiene la mitad fuera. -Frankie se arrodilló al lado de la yegua-. ¿Qué sucede? ¿Se ha atascado?

– No, sólo está descansando. ¿No te acuerdas? Los potros suelen descansar de diez a veinte minutos antes de sacar el resto del cuerpo. No debemos romper el cordón umbilical; hemos de dejar que lo haga la yegua.

– Debe de ser bastante incómodo. -Frankie acarició a Hope en el anca-. Todo irá bien. Acabará enseguida.

Hope no estaba reaccionando de manera agresiva a la caricia de la niña, se percató Grace con sorpresa. Tal vez la yegua estuviera demasiado agotada.

Diez minutos más tarde, el potrillo apareció, y Hope empezó a revolcarse. El cordón se rompió, y Grace dijo:

– Rápido. Dame la tintura de yodo, antes de que se interese por el potro. -Desinfectó el muñón del ombligo con el yodo para que se secara, y entonces, cuando Hope empezó a buscar a su cría, tuvo que levantarse para quitarse de en medio-. Vamos, Frankie, salgamos de aquí. Es la hora de la vinculación afectiva.

– Es un potro. ¿No es guay? ¿Hemos terminado?

– Esperaremos a que expulse la placenta, pero eso puede tardar hasta tres horas. -Grace cerró la puerta del compartimiento-. Ahora ya es cosa del potro y Hope.

– Es tan mono. -Frankie se apoyó en la puerta del compartimiento sin apartar la vista de la yegua y el potro-. Mira, lo está lamiendo.

Hope relinchaba suavemente al potrillo, sin intentar levantarse.

– Vinculación afectiva. -Grace sonrió mientras estudiaba al potro. No había nada más desgarbado o torpe ni tan adorable como un recién nacido. Aun así, el muy granuja había rodado sobre el pecho e intentaba ponerse de pie-. Vigílalo un minuto mientras llamo a Marvot. Tenemos que asegurarnos de que la yegua no lo pisa cuando decida levantarse.

– No lo perderé de vista.

Grace meneó la cabeza. Era evidente que Frankie estaba loca por el potro, ¿y quién podía culparla?

Descolgó el teléfono interior y marcó el número de la casa.

– Estaba esperando tu llamada -dijo Marvot-. Confío en que la yegua goce de buena salud.

– Sí, y también el potro. Necesito que le pidas ivermectina al veterinaria para mañana por la mañana. Hay que desparasitar a la yegua después del parto.

– Mandaré a buscarlo. -Marvot colgó.

Grace volvió a colocar el auricular en su sitio y regresó junto a la yegua. Hope estaba de pie, y el potro intentaba mamar con torpeza.

– ¿No podemos ayudarlo? -preguntó Frankie-. ¿Aunque sólo sea al principio?

– No, ya aprenderá él solo. -Puso la mano en el hombro de su hija-. Es absolutamente maravilloso, ¿verdad?

Frankie asintió con la cabeza.

– Maravilloso. Aunque eso es decir muy poco. ¿Puedo ocuparme de él, mamá, cuando no me necesites para hacer otra cosa?

– Creo que es una gran idea. Eso demostrará a Marvot que eres de utilidad. Incluso podría ayudar a que intimaras con Hope. Ahora mismo parece bastante apacible.

– He pensado un nombre para él. ¿Qué te parece Maestro?

– Ese es un gran nombre para un potrillo, ¿no?

– Pero veo que va a ser especial. Mira la manera que tiene de levantar la cabeza. Es una especie de… don.

¿Y cómo podía Frankie percibir tal cosa en aquel torpe animal?

– Entonces Maestro es un buen nombre. -Le dio a su hija un apretón en el hombro y se apartó-. Volveré pronto. Voy a salir al cercado.

La niña asintió con la cabeza sin apartar la mirada del potro ni un instante.

Poco después, Grace estaba apoyada en la valla del prado.

Ya eres padre, Charlie. Es el potro más precioso que he visto jamás, y Frankie se ha enamorado de él. Me pregunto qué sentirás cuando lo veas…

– ¿Alguna noticia de tu jeque? -preguntó Donavan cuando Kilmer contestó a su llamada.

– No es mi jeque -dijo Kilmer-. Es condenadamente independiente, y me tiene esperando desde hace seis malditos días.

– ¿Ninguna respuesta?

– Ni siquiera un levantamiento de ceja que me dé una pista. -Se interrumpió-. ¿Cómo van las cosas ahí?

– Igual que ayer. Bueno, quizá no exactamente igual. Esta tarde uno de los caballos dejó que Grace lo acariciara.

– ¡Caray! ¿Cuál de ellos?

– No lo sé. No puedo distinguirlos a esta distancia. Los ha estado separando durante varías horas cada día, y luego deja que se junten por la noche.

– ¿Has visto a Frankie?

– Sólo un par de veces los días pasados. Permanece dentro del establo con el potro, excepto cuando lo sacan al cercado. Pero está bien.

– ¿Y Grace?

– Parece que ha perdido algo de peso. Lo cual no me sorprendería, considerando que está trabajando con ese caballo de la mañana a la noche. -Hizo una pausa-. No me tuviste aquí hace nueve años, cuando estuvo trabajando con la Pareja. Es extraordinaria. Creo que le lee los pensamientos a ese caballo.

– No se lo digas a ella. Se enfada mucho si se le compara con los susurradores de caballos.

– Aun así, resulta fascinante observarla. La mitad de las veces creo que el caballo la va a matar a patadas, y la otra mitad me pregunto por qué no se da prisa e intenta montarlo.

– ¿Tan cerca está?

– Lo suficiente como para que te diga que muevas el culo. Me dijiste que Marvot sólo esperaría a llevarlos al Sahara a que los caballos pudieran ser montados. Va todos los días a comprobar los avances de Grace.

– ¿Está tratando bien a Grace y a Frankie?

– Por lo que puedo ver, sí. Veo que los guardias les llevan la comida y que se mantienen a distancia. Pero hay suficientes hombres como para mantener las joyas de la Corona a buen recaudo. Tenías razón; sería muy difícil llegar hasta ellas ahí.

– Entonces tiene que ser en el desierto.

– Eso me parece.

– ¿Cómo estás tú?

– Estoy casi al ciento por ciento. Estar aquí tumbado vigilando El Tariq es como una cura de descanso. Tengo mono de acción.

– Tengo el palpito de que no tardará mucho en haber alguna. Ya no puedo esperar más. Voy a hacer que el jeque se decida. En cuanto me dé garantías, iré ahí y ocuparé tu puesto. Te llamaré mañana. -Kilmer cortó la comunicación.

¡Mierda! Le invadió una espantosa sensación de frustración. Si Grace andaba cerca de montar al caballo, entonces Marvot podría llevarla allí en cualquier momento.

Atravesó el campamento a grandes zancadas y entró en la tienda del jeque.

– Muy bien, estoy hasta la coronilla. Estoy harto de esta mamonada inescrutable. Necesito una respuesta.

– Te has equivocado. -El jeque sonrió-. Los que se suponen que son inescrutables son los orientales. Y no estás siendo cortés. Después de todo, eres tú el que me ha pedido un favor.

– ¿Sí o no?

– Estás tenso. ¿Necesitas una mujer? Lo arreglaré. A Fátima le gustaste mucho la última vez que estuviste aquí. Me dijo que siempre que…

– No necesito ninguna mujer. Respóndeme.

La sonrisa del jeque se ensanchó.

– Te has enfadado. Sólo te estaba poniendo un ejemplo de cortesía. Es evidente que lo necesitas.

– El tiempo se acaba. Dejé que mi amigo me sustituyera en El Tariq. Tengo que estar allí.

– He estado pensando en ello -dijo el jeque-. No es un problema fácil de resolver. ¿Pongo en peligro a mi gente para satisfacer cierto ánimo de venganza? ¿O me aparto y observo cómo Marvot te aplasta y consigue lo que quiere?

– Si no te decides, no voy a tener ninguna posibilidad.

– Oh, ya me he decidido. Me temo que no soy un jefe tan responsable como debería.

– ¿Y eso qué significa?

– Vaya, que voy a ensartar en un pincho a ese bastardo.

El semental estaba parado, erguido e inmóvil, en el prado, y la miraba fijamente. El claro de luna, incidiendo sobre su pelaje, volvía éste de color plata, y parecía un animal sacado de un mundo mitológico y maravilloso. Grace sintió que la recorría un arrebato de excitación cuando se aferró a la barra superior de la valla. Charlie no era una criatura mitológica. Era de carne y hueso, y no tardaría en comprobar si su sangre y sus huesos sobrevivirían al caballo.

Dentro de unos minutos sacaré a Hope para que te vea. Desde que nació Maestro, le está empezando a gustar Frankie. Se da cuenta de lo amable y cariñosa que es con el potrillo, y sabe que mi hija no es una amenaza para ella. Igual que tú sabes que yo no soy una amenaza para ti.

Mañana te voy a montar. No por la mañana temprano; lo haré sobre estas mismas horas de la noche. No quiero que nuestro enemigo esté presente cuando lo haga. No te pondré la silla, porque sé que eso heriría tu orgullo y haría, que te acordaras de toda esa gente que te hizo daño. Montar a pelo me lo hará más difícil; me puedes tirar y, si no soy lo bastante rápida, quizá me mates. Si es que es eso lo que deseas. Confío en que no.

– ¿Ya es la hora, mamá? -Frankie estaba detrás de ella-. Hope se está impacientando.

– Sí, es la hora. Abre la puerta del compartimiento. -Grace bajó de la valla y la abrió-. Dejemos que estén juntos.

Un momento más tarde, observaba cómo Hope entraba en el prado a toda velocidad para ser recibida alborozadamente por Charlie. Era en momentos así en los que el término la Pareja adquiría un nuevo significado. Esa noche era fácil olvidarse de la brutalidad y salvajismo de los que los caballos habían hecho gala durante años. El afecto entre la yegua y el semental era evidente. Los dos contra el mundo…

Algo parecido al vínculo que había entre ella y Frankie.

Cerró la valla.

Hasta mañana, Charlie.

Capítulo 16

– Voy a salir al prado, Frankie -dijo Grace-. Cuida del potro y de Hope.

– ¿He de sacar a Hope y a Maestro al prado?

– No, y no envíes a Hope a menos que te avise.

– ¿No puedo ir contigo sólo un ratito? -Cuando Frankie vio la expresión de Grace, se puso tensa-. Vas a hacerlo -susurró-. ¿Esta noche?

– Lo voy a intentar. Que lo consiga, es cosa de Charlie.

– Quiero ir a verlo.

– Mejor que no. Puedo acabar por los suelos.

– Te he visto caerte antes. -A Frankie le estaban temblando los labios-. Esa no es la razón de que no quieras que lo vea, ¿verdad?

Grace titubeó.

– No, no es ésa la razón.

– Tienes miedo de que Charlie te vaya a hacer daño.

– Es una posibilidad.

– Entonces no lo hagas.

– Frankie…

– Espera a estar segura de él.

– No puedo estar segura de él hasta que ocurra. He hecho progresos los tres últimos días, pero quién sabe si eso será suficiente.

La niña apretó la mandíbula.

– Voy a estar contigo. Puedes necesitarme.

Grace la miró de hito en hito durante un instante, y luego le dio un rápido abrazo.

– Si me caigo, no entres en el cercado. Los centinelas estarán vigilando; ellos entrarán y me sacarán. Marvot no quiere que me suceda nada. -Confió fervientemente en que eso fuera verdad. Allí todos estaban aterrorizados con la Pareja, y podrían hacerse los remolones hasta que fuera demasiado tarde-. Pero no quiero hacerte pensar que sucederá tal cosa. Irá todo bien, ya verás.

Frankie respiró hondo y se apartó.

– Entonces, vayamos y hazlo.

– ¡Hostia! -murmuró Kilmer. Se movió en la alta rama del árbol, y asió con más fuerza los prismáticos infrarrojos.

Grace lo iba a hacer.

Había tensión en la manera en que se dirigía hacia el semental, cierta energía en sus andares, como si caminara por un campo de minas.

Y subirse a aquel semental podía ser tan explosivo como caminar por un campo de minas.

Estaba delante del caballo, hablándole.

El semental estaba inmóvil.

Grace rodeó lentamente al animal para ponerse a su lado sin dejar de hablarle.

¡Por Dios, estaba loca! El caballo ni siquiera estaba ensillado.

Ella permaneció allí, con la mano estirada para enredarla en las crines, hablando, hablando, hablando.

Kilmer se percató de que los centinelas se habían congregado en la parte exterior de la valla y observaban.

¡Detenedla, maldita sea!

¡Grace se subió al caballo!

El animal permaneció absolutamente inmóvil.

Ella se inclinó hacia adelante, y Kilmer vio cómo sus labios se movían.

Un minuto.

Dos.

Tres.

De pronto, el semental explotó y empezó a girar y corcovear sin cesar, haciendo que Grace se desmadejara, como una marioneta.

Entonces salió disparada y cayó al suelo. El caballo piafó encima de ella.

Kilmer agarró su rifle. Tal vez estuviera demasiado lejos, pero quizá el disparo podría…

Grace oyó gritar a Frankie cuando los cascos de Charlie aterrizaron a escasos centímetros de su cabeza.

Se apartó rodando, pero Charlie volvió a pararse en dos patas. En esa ocasión, los cascos cayeron más cerca.

Pero no la tocaron…

– ¡Mamá!

Charlie volvió a piafar. Grace empezó a moverse frenéticamente para quitarse de en medio.

Y entonces se detuvo y se quedó inmóvil. Una idea había pasado por su cabeza.

Estás faroleando. Muy bien, disfruta de tu farol. Hice lo que tenía que hacer, y ahora me demuestras que no te gustó. Pero no me odias lo suficiente para matarme.

Con el rabillo del ojo vio que se abría la valla. Los centinelas.

– ¡No! No entren. Estoy bien -se obligó a mentir pese a que el semental volvió a levantarse sobre sus patas traseras. ¡Joder!, estaba loca. Aquellos cascos podían despachurrarle el cráneo en un santiamén.

Recibió una rociada de tierra en la cara cuando los cascos golpearon el suelo.

Charlie relinchó con furia, giró y se alejó galopando por el prado.

Se había acabado.

Ya.

Grace se levantó lentamente y se dirigió hacia él. La caída la había dejado dolorida, y su cuerpo reaccionó temblando. Lo ignoró. Era la hora de la verdad. Seguiría intentándolo hasta que el caballo acabara por aceptarla.

Va a ser una noche muy larga, Charlie.

Seguir encima de él.

Dos vueltas al prado.

Él sabe lo cansada que estás.

Y tú sabes lo cansado que está.

La luz gris del alba se filtró a través de los árboles, y Grace vio la pálida tez de Frankie cuando pasó a su lado.

Debería haberla mandado a la cama hacía horas. Pero había tenido miedo de dejar al semental siquiera un minuto.

Dos vueltas más, y lo dejamos en empate, ¿de acuerdo?

Charlie avivó el paso, y durante un instante Grace pensó que iba a abalanzarse contra la valla, como había hecho innumerables veces esa noche.

Volvió a aminorar el paso.

Una vuelta más.

Casi estaba mareada a causa de la debilidad. No debía desplomarse. Tenía que mantener la espalda recta.

Por favor, Charlie, no corcovees. Eso nos lo hará más difícil a los dos. Casi hemos llegado. Pararemos cuando lleguemos a la altura de Frankie. Me bajaré, y entonces podremos descansar los dos. La próxima vez será más fácil. Sabrás que no te voy a hacer daño. Y yo sabré que no me harás daño… al menos, mucho. Esto de montarte no sucederá a menudo, pero tienes que dejarme hacerlo cuando lo necesite. Créeme, ha sido más fácil para ti que para mí.

Bien sabía Dios que ésa era la verdad.

Frankie estaba un poco más adelante, sentada en la valla.

Levantó la mano para saludarla.

Lo conseguimos, Charlie.

Se bajó del caballo, y se agarró de las crines del semental cuando se le doblaron las rodillas.

Para su sorpresa, Charlie permaneció inmóvil hasta que ella recuperó el equilibro. Luego, cuando se dirigió a la valla tambaleándose, el animal se dio la vuelta y se alejó al trote.

Frankie abrió la valla, y se lanzó a los brazos de Grace.

– Deberías haber esperado -musitó, mientras se abrazaba a su madre como un tornillo-. He pasado tanto miedo. Debiste haber esperado…

– No podía. -Le pasó los dedos dulcemente por los rizos-. Era el momento.

– Ha sido muy largo.

– No podía dejarlo. Habría tenido que empezar de nuevo mañana. -Lanzó una mirada hacia el cielo iluminado-. Hoy.

– Buen trabajo.

Grace se puso tensa y se dio la vuelta para ponerse frente a Marvot.

– ¿Eso crees?

– Excepcional. -Su mirada la estudió fríamente-. Pareces un poco cansada, pero me has impresionado.

– No era mí intención impresionarte. Ni siquiera sabía que estabas aquí.

– Y no lo estaba hasta hace unas pocas horas. A veces mis hombres parecen idiotas. No querían despertarme. -Sonrió-. Pero este espectáculo bien vale la falta de sueño. La verdad es que no estaba seguro de que pudieras domarlo.

– Y no lo he hecho. No creo que nadie pudiera domarlo. Sólo he conseguido llegar a un entendimiento con él.

– Eso está bastante cerca. ¿Puedes montarlo?

Grace asintió con la cabeza.

– Es incierto, pero creo que me dejará estar encima de él. Pero ¿decirle adónde ir y hacer que preste atención? Eso es poco probable.

– ¿Ni siquiera si utilizas un bocado?

– No utilizaré ningún bocado. Le he visto la boca. La persona que contrataste para domarlo debería ser fusilada.

Marvot se encogió de hombros.

– La herida cicatrizó. Tenía que intentarlo todo. Fue sólo la primera vez. Resultó evidente que no iba a funcionar, y que el semental moriría antes que dejarse domar.

Hijo de puta.

– Excepto contigo. -Inclinó la cabeza-. Te felicito. Y también me felicito a mí mismo por mi inteligencia al traerte aquí. No es realmente necesario que el semental acepte tus órdenes. Sólo quiero que te guíe. -Marvot la estudió poniendo el ceño-. Eso no te ha sorprendido. Cuando Kilmer me robó el mapa, pensé que debía tener alguna idea acerca de la importancia de la Pareja. Estoy seguro de que se llevó un buen chasco cuando descubrió la vaguedad del mapa.

– Lo único que me sorprende es que creas que la Pareja puede conducirte hasta el motor. Sólo son caballos.

– Creo en el poder de la venganza, y Burton quiso tener su venganza. Me lo imagino disfrutando maliciosamente al dejarme que le robara la llave, y luego asegurarse de que se rompería en la cerradura. -Se apartó-. Pero he sido paciente, y ahora voy a obtener mi recompensa. Salimos para el Sahara mañana.

– No -dijo Grace-. Dame otro día.

La miró por encima del hombro.

– ¿Intentas ganar tiempo?

– Tengo que estar segura del semental.

Marvot se encogió de hombros.

– Un día.

– ¿Vamos a llevar a la yegua?

– Por supuesto. He intentado separarlos con anterioridad, cuando los he llevado al oasis. No da resultado. No se mueven del corral. Al menos, cuando están juntos, nos dejan que los llevemos al desierto.

– ¿Y el potrillo?

– No es necesario.

– Lo es. El potro está mamando y se pondrá enfermo si no come.

– No podría traerme más sin cuidado.

– Si dejas al potro, alterarás a la yegua, y eso pondrá nervioso al semental.

Marvot desvió la mirada hacia Frankie.

– ¿Estás segura de que es la yegua la que se alteraría?

Grace no respondió.

– Lleva al potro.

– Supón que dejamos aquí a tu hija para que cuide de él.

– ¡No!

Marvot sonrió.

– Dame una razón para que deba llevar a la pequeña.

– Deseas que me concentre en hacer que los caballos hagan lo que quieres que hagan. No podría hacerlo si estoy preocupada por Frankie.

– Endeble. Pero llevaremos a la niña. Tal vez la necesite in situ para espolearte.

– ¿Y el potro? -preguntó Frankie.

Marvot se encogió de hombros.

– Hay algo de verdad en lo que dice tu madre. No quiero que nada estropee la posibilidad que al fin estoy vislumbrando.

Grace se quedó mirando cómo se alejaba. Ella había conseguido lo que quería, y eso era bueno. Pero aquello no impidió que la acometiera un escalofrío repentino. La llegada al oasis sería la señal para que empezara la acción. Kilmer no había tenido ninguna oportunidad allí, pero no tendría más remedio que intentarlo cuando llegaran al Sahara.

– ¿Por qué arrugas la frente? -preguntó Frankie-. Hemos conseguido que aceptaría llevar a Maestro.

– Supongo que estoy cansada. Y tú también has de estarlo. -Empezó a dirigirse al establo-. Veamos si puedo dormir unas horas antes de que empecemos la jornada.

– Primero tengo que ir a ver cómo están Hope y Maestro -dijo Frankie cuando pasó por su lado corriendo-. Estaré contigo en unos minutos.

Grace no se apresuró a seguirla. Estaba entumecida y dolorida, y absolutamente agotada. Tal vez debería haber dejado que su hija se quedara allí; se encontraría en medio del fregado en cuanto llegaran al oasis. Podía haber confiado en que Kilmer escogiera a un hombre bueno para protegerla allí, en El Tariq.

¿En qué estaba pensando? ¿Se había vuelto loca? ¿Cómo se le ocurría que podía dejar a Frankie con otra persona? Una llamada telefónica de Marvot, y su hija podía estar muerta.

No, no había ninguna buena alternativa. Sólo tenía que hacerlo lo mejor que pudiera.

¡Joder!, estaba sudando.

Y tenía náuseas.

Kilmer apoyó la mejilla en la rama y cerró los ojos. Había sido una noche de mil demonios. Probablemente, tendría pesadillas del semental piafando sobre el cuerpo de Grace.

Le sacudió un repentino arrebato de ira. ¿Por qué diablos Grace no se había rendido? ¿Qué especie de locura la había llevado a no parar de perseguir al caballo?

Le entraron ganas de matarla.

Y deseaba abrazarla y protegerla de sementales locos, y de asesinos como Marvot, y de todo el condenado mundo.

Y deseaba decirle lo orgulloso que se sentía de ella.

Tuvo que hacer esfuerzos para no bajar hasta la granja de caballos y sacarla de allí. Hubiera echado por tierra todo lo que ella había hecho durante la noche.

– Mamá, ¿te encuentras bien? Son las diez.

Grace abrió lentamente los ojos y vio la cara de preocupación de Frankie delante de ella.

– ¿De verdad? -Se incorporó en el camastro y sacudió la cabeza para despejarse-. Lo siento. Debía estar más cansada de lo que creía. ¿Cuándo te levantaste?

– Hace dos horas. Fui a ver cómo estaba el potro y volví aquí. Pensé que te despertarías de un momento a otro.

– Enseguida estaré contigo. -¡Señor!, estaba entumecida. Cuando empezó a dirigirse hacia la ducha, tuvo la sensación de que ni cojear podía-. Tengo que asearme y comer algo. Caí redonda en cuanto entré aquí. ¿Te importa rebuscar en la mochila y traerme algo de ropa?

– Claro. ¿Algo en particular?

– Unos vaqueros. -Se metió en el compartimiento y empezó a desnudarse-. Y la camisa caqui.

– Llevaba puesta la camisa caqui -le dijo Kilmer a Donavan por teléfono-. Eso significa que está intentando advertirnos de un cambio.

– ¿Qué clase de cambio? -Donavan hizo una pausa-. ¿Un intento de huida?

– Creo que no. No, con todos esos guardias pululando a su alrededor. No. Creo que van a desalojar el recinto y van a ir hacia ahí.

– ¿Por qué habrían de…? ¡Dios mío!, ¿ha montado al semental?

– Anoche.

– ¡La leche! ¡Ojalá hubiera estado allí?

– Y yo. Casi me mata. Le llevó casi toda la noche.

– ¡Mierda!, me siento orgulloso de ella.

– Intenta avisarnos de algo. No pierdas el tiempo. Prepara las cosas ahí. Me reuniré contigo en cuanto compruebe que se dirigen al oasis.

– Estaré todo lo preparado que pueda. -Donavan cortó la comunicación.

Kilmer guardó el teléfono y volvió a llevarse los prismáticos a los ojos. Grace estaba en el cercado, y la interrelación entre ella y el semental parecía ser una repetición de la última noche.

No, en realidad, no. El caballo estaba dejando que lo montara.

Ella permaneció encima sólo unos minutos y desmontó. Luego se alejó del caballo y trepó a la valla, mientras seguía hablando con él.

Quince minutos después fue hasta el caballo y volvió a montarlo. «Mierda, me siento orgulloso de ella.»

Las palabras de Donavan resonaron en su cabeza. No más orgulloso que Kilmer. Una vez mitigado parte del terror que le producía que Grace estuviese con el semental, Kilmer pudo permitir que el intenso orgullo que sentía por ella se antepusiera a todo. Fuerte, valiente e inteligente. ¡Menuda mujer que era…!

Su mujer.

¿Suya? Si Grace pudiera leerle los pensamientos en ese momento, probablemente le cortaría los huevos. Sin embargo, Kilmer no podía evitar sentir que le pertenecía. Había participado en la creación de la mujer en la que se había convertido. Hacía nueve años, él le había enseñado cosas que Grace no sabía, aunque ella no tenía ni idea de la cantidad de cosas que le había enseñado a él a cambio.

Ya era suficiente. Con independencia de lo mucho que deseara reivindicar su participación en la formación de la excepcional persona que era Grace Archer, al final ella era la única dueña de sí misma.

Y él tenía que asegurarse de que aquella mujer y su hija siguieran vivas durante los días siguientes.

– Llegaron al oasis a las cuatro de la madrugada -dijo el jeque poniendo mala cara- con una hilera de caravanas, remolques de caballos y camiones llenos a rebosar del ejército privado de Marvot. Es una mancha en el paisaje. ¿Recuerdas cuando te dije que nos iban a expulsar de nuestro habitat? Esto es lo que puedo esperar en cualquier parte de mi desierto dentro de unos años.

– Quizá no -dijo Kilmer-. Marvot es un delincuente que se abre camino en la vida a empujones. Cualquier otra persona ha de ser menos molesta.

– Pero la intromisión existirá. Y siempre habrá en el mundo gente como Marvot, de la misma manera que habrá un mal que compense el bien. -El jeque extendió un mapa sobre la desgastada mesa repujada en cuero-. Ya ha enviado a varios hombres para que intenten localizar a cualquiera que pudiera interponerse en su camino. -Apretó los labios-. Como si pudiera encontrarnos si no quisiéramos que se nos encontrara. Conocemos este desierto. Pero vamos a levantar el campamento dentro de una hora, así que terminemos con esto. -Señaló un punto en el mapa-. Este es el oasis. Es lo que Marvot utiliza en todo momento como campamento base. Cuando empezó a traer los caballos aquí, hizo construir un corral y un cobertizo. En el campamento hay varias tiendas grandes, pero Marvot se aloja en una preciosa caravana con aire acondicionado. -Señaló un punto en el centro del campamento golpeándolo con el dedo-. Aquí.

– Y rodeado por el ejército que mencionaste. ¿Cuántos hombres?

– Mis hombres contaron veintisiete. ¿Dónde está el mapa que le robaste a Marvot?

Kilmer sacó la bolsa de su bolsillo y extendió el mapa junto al del jeque.

– ¿Adónde suele ir Marvot cuando trae la Pareja al desierto?

El jeque señaló un cuadrante del mapa.

– Aquí. La mayor parte son dunas, excepto por un pequeño pueblo abandonado. Pero a tres kilómetros hacia el norte te empiezas a adentrar en las colinas de la cordillera del Atlas. -Indicó un punto en el mapa-. En el pueblo hay agua, así que tu Grace podría pararse a dar de beber a los caballos. -El jeque sonrió torciendo la boca-. Los caballos deben sentirse como en casa en ese pueblo. Ahí es donde eran sacados de los remolques, y ahí es donde se quedaban. Marvot no era capaz de hacer que se movieran.

– ¿Hay alguna posibilidad de que el motor estuviera escondido en el pueblo?

– No. Marvot destrozó ese pueblo, buscándolo. Los caballos se mostraron demasiado tozudos para moverse.

– O demasiado bien adiestrados.

El jeque se encogió de hombros.

– Es posible. Burton era un fanático en lo tocante al adiestramiento de La Pareja. Se los llevó durante siete meses, y no sé lo que les hizo. -Apretó los labios-. Quizá no quiera saberlo. Pero cuando los volvió a traer al campamento, le obedecían en todo.

– No estoy seguro de que la Pareja estuviera mucho mejor con él de lo que lo están con Marvot. -Kilmer echó un vistazo al pueblo sobre el mapa-. ¿Algún lugar en el que podamos reunimos con Grace?

– Hay varios. Pero Marvot enviará a sus hombres por delante para vigilarlos. Siempre lo hace.

– Podemos esquivarlos si no van pisándole los talones a Grace.

– No lo harán, a menos que Marvot quiera arruinar cualquier posibilidad que tenga de que los caballos colaboren. La razón de que la haya traído aquí es que los caballos no colaboraban en absoluto estando sus hombres en medio. Es de esperar que haya aprendido la lección con los años. -El jeque hizo una pausa-. Pero la estarán observando en todo momento a distancia. Prismáticos, telescopios… Será como un microbio bajo un microscopio. Si desaparece durante un minuto, Marvot se pondrá en movimiento. Trae un helicóptero, y se te echará encima.

– Lo sé. Podría hacerlo salir de su campamento base. ¿Sabes donde mantienen a Grace y a Frankie?

– En una tienda levantada en los aledaños del oasis. Está muy bien vigilada. ¿Y sabes lo que ocurrirá si Marvot cree que va a perder a Grace?

– Lo sé. Eso no va a pasar.

– Eso fue lo que dije cuando Marvot entró en desbandada en mi campamento y mató a mi domador.

– Eso no va a pasar -repitió Kilmer-. Grace y Frankie tienen que estar fuera del oasis cuando se produzca el ataque.

– Estoy de acuerdo. -El jeque se sentó y estudió pensativamente el mapa-. No es fácil. Pero puede haber una manera…

– ¿Cómo?

– Deja que consulte con Hassan. Esta mañana me dio unas cuantas noticias interesantes.

– ¿Qué noticias?

– En algún momento durante los próximos días va a soplar el siroco. Quizá podríamos sacarle provecho.

– ¿Una tormenta de arena? ¿Y cómo diablos lo sabe? Las tormentas de arena son absolutamente impredecibles.

– Conoce el desierto. Tiene ochenta y nueve años, y vive aquí desde que nació. Una tormenta de arena supone un gran peligro para mi tribu; tenemos que saber cuándo podemos movernos son seguridad. Y Hassan no suele fallarnos.

– Pero ¿ocurre?

– Ocurre. Al fin y al cabo, no es un profeta. Sólo es capaz de notar que se acerca, de olerla. -Enarcó las cejas-. ¿Eso no te sorprende?

– No. Grace tiene esa clase de instinto. Siempre sabe cuándo va a llover.

– Creo que me va a gustar tu Grace. -El jeque sonrió-, Entonces, ¿te creerá cuando le digas que tendrá que ponerse a cubierto si consigue sacar a tu hija del campamento?

– ¿Puedes hacerle llegar un mensaje?

El jeque negó con la cabeza.

– No le diré a ninguno de mis hombres que entre en el campamento de Marvot y contacte con ella. Eso es cosa tuya.

– ¿Puedes decirme al menos cuándo se supone que ocurrirá la tormenta?

– Hassan cree que quizá pasado mañana. Por lo general, sabe más la víspera de que ocurra.

– Es tranquilizador. ¿Y cómo se supone que va Grace a entretener a Marvot hasta que Hassan esté seguro de que ya toca?

– Ese es tu problema. Y una mujer que es capaz de saber cuándo va a llover debe ser lo bastante inteligente para obstaculizar a un sapo viscoso como Marvot.

– Él no es idiota.

– Cierto. -El jeque hizo una pausa-. Te lo diré. Si quieres intentar informarla, esta noche le enviaré una distracción a Marvot.

– ¿Cómo?

– De vez en cuando, pasan caravanas de mercaderes por el oasis. Han visitado a Marvot antes, cuando ha estado aquí. No resultará demasiado sospechoso que aparezca una pequeña caravana. Te proporcionaré un puesto de observación y la ropa adecuada para que puedas pasar desapercibido. No dispondrás de mucho tiempo antes de que Marvot los eche, pero puede ser suficiente. -Volvió a dar un golpecito en la tienda-. Y no te olvides del centinela que tendrá en su tienda.

– No es probable que lo olvide. -Kilmer se volvió hacia la entrada de la tienda-. Y te agradecería que siguieras intentándolo con Hassan, para ir limitando esa oportunidad. No me has dado mucho para contarle a Grace.

– Kilmer.

– ¿Qué?

– No has hablado del motor. ¿Has renunciado a él?

– ¡No, claro que no! No voy a dejar que Marvot consiga nada de lo que quiere -dijo con aspereza-. Pero no pondré en peligro a Grace y a Frankie para quitárselo. Siempre habrá otra ocasión.

– Muy sabio. Confío en que las rescates sanas y salvas. Y espero que encuentre tu motor.

– ¿Porque no te gusta el cartel petrolífero?

– En parte -contestó-. Haz que Fátima te tizne la cara y el cuerpo mañana, antes de vestirte. -El jeque sonrió burlonamente-. Le encantará.

– Lo haré yo mismo. -Kilmer salió de la tienda.

Donavan se incorporó cuando lo vio.

– ¿Cuándo nos movemos? ¿Cuánta ayuda nos prestará?

– No demasiada. Creo que podemos contar con él si lo necesitamos. Hasta que no iniciemos la ofensiva, no pondrá en peligro a nadie. -Hizo una mueca-. Pero nos presta desinteresadamente los servicios del hombre del tiempo de la tribu. Así que supongo que no debería quejarme.

– ¿El hombre del tiempo?

– Te lo explicaré mientras volvemos a mi tienda. -Levantó la vista al cielo. Estaba nítido y lleno de estrellas. Ni rastro de nubes ni el menor atisbo de alteración-. Espero que ese condenado Hassan sea tan bueno prediciendo el tiempo como Grace…

Capítulo 17

– Charlie está intentando echar abajo el corral -dijo Frankie cuando entró corriendo en la tienda-. Y el potro está asustado, mamá.

– Iré enseguida. -Grace tiró la manopla y salió a toda prisa de la tienda.

Frankie tenía razón. Charlie relinchaba con furia, y golpeaba las tablas de madera con los cascos. Ya había roto una, y la yegua estaba empezando a alterarse. En un instante se uniría a la destrucción.

– Detenlo -Marvot se dirigía a grandes zancadas hacia el corral-. Se hará daño. No he pasado por todo esto para que se rompa una pata.

– Tu consideración es reconfortante. -Grace ya estaba abriendo la valla-. Lo pararé. Mantén alejados de él a tus hombres. Probablemente, cree que ha sido traicionado. Reconoce este lugar. Me di cuenta cuando lo saqué del remolque.

Charlie rompió otro tablón con la pezuña.

Déjalo ya. No me estás ayudando, Charlie. Esto no es lo que crees. Nadie os va a hacer daño, ni a ti, ni a Hope, ni al potro. Tenemos que fingir que seguimos el juego algún tiempo. Será la última vez, te lo prometo.

Otra de las tablas saltó hecha pedazos.

Tranquilo, Charlie…

Grace entró en el corral y empezó a caminar hacia él. Los ojos del caballo relucieron salvajemente cuando piafó. De pronto, se dirigió corriendo hacia ella.

Ella se paró y esperó.

El caballo se desvió justo a tiempo.

Te lo prometo, Charlie. Dame sólo una oportunidad. Podemos superar esto juntos.

El caballo se dirigió corriendo a la valla donde estaba Marvot.

Él retrocedió un paso involuntariamente cuando Charlie se paró tras dar un patinazo.

Grace reprimió una sonrisa.

Bien. Al menos conoces el objetivo. Ahora tranquilízate y descansa un poco. Puede que lo necesitemos.

Charlie pateó un listón más, tras lo cual se fue trotando al otro extremo del corral.

Bien. Pero no mates a ninguno de los mozos de cuadra cuando intenten reparar el corral. No quiero que alguno de ellos os haga daño. Tú puede que seas fuerte, pero el potrillo es débil.

Grace se dio la vuelta y salió del corral.

– Tendrás que hacerlo mejor mañana -dijo Marvot-. No has hecho gala de un gran control.

– No estás muerto, ¿verdad? Sólo estaba jugando contigo. -Cerró la puerta del corral-. ¿Mañana? ¿Vamos a intentarlo por la mañana?

– No hay razón para esperar.

– Los caballos necesitan descansar. Están estresados.

– Sobrevivirán. -Marvot se apartó-. El jurado sigue deliberando acerca de ti y de tu hija.

Grace se lo quedó mirando de hito en hito mientras él se dirigía hacia su caravana. El jurado no estaba deliberando; Marvot ya había tomado su decisión cuando las había llevado a El Tariq.

– Mamá, ¿puedo entrar en el cobertizo y ver a Maestro? -preguntó Frankie.

Grace asintió con la cabeza distraídamente.

– Pero no te acerques a Charlie.

– No lo haré. No le gusto.

– Ya aprenderá. Pero éste no es el momento. Está nervioso.

Frankie dijo secamente:

– Sí, lo veo por la forma en que ha intentando derribar el corral. Yo también estaba algo nerviosa.

Grace la observó sortear cuidadosamente la zona en la que Charlie estaba piafando y echar a correr hacia el cobertizo, donde se habían acurrucado Hope y el potro. No había duda de que Frankie estaría bien con ellos. La yegua la había aceptado, y el potrillo la consideraba prácticamente como una segunda madre.

Se dio la vuelta y volvió a la tienda.

Campanas.

Gritos.

Repiqueteo de metales al entrechocar con otros metales.

¿Qué demonios sucedía?

Un centinela se plantó de repente delante de ella.

– Entre en la tienda y quédese allí.

– ¿Qué sucede?

– Una caravana de mercaderes. -El sujeto la empujó al interior de la tienda-. Tiene que permanecer en la tienda hasta que se hayan ido.

Grace miró por encima del hombro y alcanzó a ver una caravana, varios jinetes a caballo y, ¡por el amor de Dios!, hasta camellos.

El centinela bajó la portezuela de la tienda y ella se quedó en una penumbra con olor a moho. ¿Una caravana? ¿No era demasiada coincidencia? Con toda seguridad, Marvot sospecharía de cualquier intrusión en…

Unas manos la agarraron por los hombros desde atrás.

– No grites, Grace.

¡Kilmer!

Ella se zafó y se giró para ponerse frente a él.

– ¡Idiota! Justo estaba pensando que esto resultaba sospechoso. Marvot te atrapará y te pondrá a secar al sol.

– Yo también te he echado de menos.

Ella se arrojó entre sus brazos.

– Sal de aquí. Ahora no nos puedes ayudar. Hay demasiados guardias y el…

– Me iré de aquí… -Sus brazos la rodearon con fuerza- si te callas y me dejas hablar.

Grace hundió la cara en su hombro. No estaba dispuesta ha dejarlo marchar todavía. ¡Por Dios!, lo que le había echado de menos. No se había dado cuenta de lo sola que se había sentido hasta que él la había tocado. Kilmer olía raro… como a protector solar y nuez y a algo dulce…

– Habla.

– ¿Cuándo se supone que tienes que empezar a buscar con la Pareja?

– Mañana. Si Charlie no se rompe una pata intentando echar abajo el corral.

– ¿Charlie?

– Así fue como Frankie quiso llamar al semental. La yegua es Hope.

– Tienes que retrasarlo. Necesitamos un día más.

– ¿Te olvidas de que no tengo muchas opciones? ¿Por qué quieres que retrase la salida?

– Pasado mañana soplará el siroco. Eso nos hará más fácil sacaros de aquí.

– Eso lo entiendo. Pero ¿cómo diablos sabes que va a haber una tormenta de arena? No hay nada más impredecible. El siroco no viene de ninguna parte.

– Eso es lo que yo dije. Pero Adam tiene su propio hombre del tiempo. Según él, si Hassan dice que va a ocurrir, es que ocurrirá.

– ¿Cuándo? ¿A qué hora?

– Ahí es donde hay una pequeña duda. Hassan cree que la tormenta de arena será por la tarde.

– Y si es por la mañana, ni siquiera podré salir.

– Entonces, pensaremos en otra cosa. -Kilmer hizo una pausa-. ¿Cómo está Frankie?

– Estupendamente. Te sentirías orgulloso de ella.

– Ya estoy orgulloso de ella. Y de ti. -La soltó y retrocedió-. Tengo que salir de aquí. Adam dijo que no dispondría de más de un par de minutos.

Grace no quería que se marchara. ¡Por Dios!, tenía miedo por él.

– ¿Alguna idea de cómo voy a retrasar la salida?

– Sí. -Se metió la mano en el bolsillo y le entregó un paquete-. Esto hará que te encuentres condenadamente mal durante doce horas. Vómitos, diarrea, retortijones… Marvot no tendrá ninguna duda acerca de tu incapacidad.

– Oye, gracias -dijo Grace sarcásticamente mientras cerraba la mano sobre el paquete-. Supongo que es mejor que una pastilla de cianuro.

– Puede que mañana no pienses lo mismo. -Kilmer apretó los labios-. No me hace ninguna gracia darte esto. Si puedes encontrar otra manera, utilízala.

– Lo haré. -Por primera vez, Grace reparó en el traje de nativo y en la piel tiznada de Kilmer-. Pareces sacado de Ali-Babá y los cuarenta ladrones. -Arrugó la nariz-. Y apestas.

– Pensé que un poco de pintura contribuiría a dar un toque de autenticidad al disfraz. Aunque a la gente de Adam no se le permite tocarla. -Empezó a dirigirse al otro extremo de la tienda, donde había soltado los vientos para arrastrarse bajo la lona. Se dio la vuelta para mirarla-. Todo va a salir bien, Grace. Intenta conseguir que deje ir a Frankie contigo. Así podremos sacaros a las dos en la misma operación.

– ¿Y si no la deja ir?

– Tendremos que enviar aquí a otro grupo. Y dado que Marvot no estará seguro de si te tenemos, será más fácil.

– Siempre que el milagroso siroco se ponga a soplar de repente.

– Lo hará. -Kilmer levantó la lona-. Creo que nos merecemos un milagro.

El miedo se apoderó de ella.

– ¿Tienes a alguien fuera de la tienda vigilando? ¿Vas a…? Por supuesto que sí.

Él sonrió.

– Por supuesto que sí.

Kilmer desapareció.

Grace se clavó las uñas en las palmas de las manos mientras escuchaba. Deseó salir corriendo de la tienda y ver lo que estaba ocurriendo. Pero lo único que podía hacer era quedarse allí y aguzar los oídos para saber así si Kilmer estaba en apuros.

¡Un disparo!

¡Dios mío!

Risas. Campanas. La voz de Marvot.

No estaba gritando. Sólo parecía enfadado.

Otro disparo.

Grace corrió a la abertura de la tienda y apartó la lona.

El centinela que la había metido en la tienda a empujones tiraba de Frankie, que forcejeaba para soltarse.

– Mamá, díselo. Tengo que volver junto al potro. Todos esos disparos lo han asustado.

Grace la ignoró para preguntarle al centinela:

– ¿Qué han sido todos esos disparos?

El sujeto se encogió de hombros.

– Están intentando vendernos sus armas. Son muy malas. Algunas son tan viejas que fueron usadas en la guerra irano-iraquí. Se irán pronto. Si se les ha permitido quedarse, ha sido sólo porque las armas nos interesaban. -Empujó a Frankie contra ella-. Esta niña no tiene ningún respeto. Si fuera mi hija, la sacudiría hasta que no pudiera sostenerse en pie.

– Estoy segura. -Grace tiró de la niña hacia el interior de la tienda-. Avísenos cuando se vayan y podamos volver junto a los caballos. -Dejó caer la portezuela de la tienda y levantó la mano cuando Frankie empezó a protestar-. Cállate. No tienes que estar mimando al potro a todas horas. Hemos de tratar de no llamar la atención durante algún tiempo.

– ¿Por qué? El potro está… -la pequeña se detuvo, olisqueando el interior de la tienda-. Huele… raro.

– Sí, sí huele raro. Y te toca a ti sacar este olor de aquí en cuanto nos permitan salir. Utiliza todo lo que puedas encontrar para aventar la tienda.

– Pero ¿qué es lo que…? -Abrió los ojos desmesuradamente-. ¿Jake?

Otro disparo.

¡Maldición!, ¿por qué los hombres se volvían tan infantiles cuando se trataba de armas?

– Jake. -Grace cruzó los brazos por delante del pecho para evitar que le temblaran-. Pero no nos puede ayudar todavía. Tenemos que esperar.

– ¿Cuánto?

– No te lo voy a decir. No es que no confíe en ti; sólo quiero que reacciones de forma natural, con independencia de lo que ocurra. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Frankie asintió con la cabeza lentamente.

– Supongo que sí. ¿Qué hago?

– Cuida del potro y de Hope. -Hizo una pausa-. Y puede que también tengas que cuidar de Charlie.

– ¿Por qué? Ya te dije que no le gusto.

– No quiero que le ocurra nada. Y no confío en los centinelas para que cuiden de él.

– Pero estarás aquí para… ¿No?

– Voy a estar bastante enferma durante algún tiempo. Es posible que no pueda ayudarte.

– Te refieres a que fingirás ponerte enferma, ¿no?

Grace negó con la cabeza.

– Nada de teatro. -Se arrodilló delante de Frankie y le cogió las manos-. Voy a tomar algo para ponerme enferma, cariño. Pero sólo durará un día, y luego estaré perfectamente.

– ¿Por qué? -Se aferró con más fuerza a las manos de Grace-. No quiero que estés enferma. ¿Y si no te recuperas?

– Lo haré.

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque Jake me dio algo que hará que me encuentre mal, y confío en él. Y tú también tienes que confiar en él.

Frankie negó con la cabeza.

– No, si hace que te pongas enferma.

– Él no me haría daño, cariño. Ni a ti tampoco. -No estaba logrando hacérselo entender. Frankie estaba aterrorizada. ¿Y quién podía culparle por ello? El mayor temor que podía experimentar un niño era el de perder a un padre-. Se preocupa por nosotras. -¡Vaya, qué narices, tenía que decírselo!-. ¿Sabes por qué tenemos que confiar en él?

– ¿Porque es un buen tipo?

Grace respiró hondo.

– Porque es tu padre, Frankie.

– ¿Qué?

La expresión de susto que se dibujó en la cara de la niña hizo que la invadiera una oleada de temor. ¿Había sido un error? ¿Debería haber esperado? ¿No debería habérselo dicho?

– Es la verdad.

– ¿Él… no me quiso?

– No, eso no es cierto -se apresuró a decir Grace-. Te quiso. Pero deseaba mantenerte a salvo…, mantenernos a las dos a salvo.

Frankie le escudriñó el rostro.

– ¿De veras?

– De veras. -Hasta ese preciso instante Grace no se había percatado de que creía lo que Kilmer le había contado-. Así que tienes que confiar en Jake, porque el te quiere mucho, mucho. -La abrazó con fuerza y luego la apartó para mirarle a los ojos-. Y él nunca me daría nada que me enfermara si luego no pudiera ponerme bien.

– Igual que en aquella película que vimos. Aquella de la tumba.

Al principio Grace no le entendió.

– ¡Ah, Romeo y Julieta! -Se rió entre dientes-. Sí, volveré definitivamente a la vida al cabo de doce horas. Pero tendrás que defender el fuerte hasta que lo haga.

Frankie asintió con la cabeza.

– Y fingiré asustarme cuando estés enferma.

– No creo que tengas que fingir. -La besó en la frente-. Pero no te asustes demasiado; eso hará que me sienta peor. ¿De acuerdo?

– De acuerdo. -Frankie se humedeció los labios-. ¿Cuándo?

– Me tomaré lo que me ha dado Jake a mitad de la noche para que mañana sea cuando peor me encuentre. -Le retiró el pelo de la cara a Frankie con una caricia-. Y no puedes hacer nada por mí, excepto cuidar de los caballos. Te hará daño verme así, y tendrás que ser valiente.

– A lo mejor eso que te ha dado no funciona.

– Lo hará. Porque Jake dijo que lo haría. Ahora consigamos algo de comer y veamos si nos dejan volver junto a los caballos. No he oído más disparos, ¿y tú?

– No. -Frankie estaba temblando-. Lo he estado pensando, y esto no me gusta, mamá.

– Ni a mí tampoco. Y aún me gustará menos mañana. Pero es nuestra única oportunidad, cariño. Y tenemos que aprovechar cualquier oportunidad que se nos presente. -Se levantó-. Ahora, vayamos a tranquilizar a tu Maestro.

Grace remetió la manta cuidadosamente alrededor de Frankie, que ya dormía, y se dirigió en silencio a la puerta de la tienda. Un instante después estaba fuera y era interceptada por el centinela.

– No estoy intentando escapar -dijo cansinamente-. Es sólo que tengo que inspeccionar a los caballos una vez más. A Marvot no le importaría que lo hiciera, se lo aseguro.

– Son las tres de la mañana -dijo el hombre con suspicacia-. Vuelva a meterse en la tienda.

– Mire, no me siento muy bien, y no quiero discutir. ¿Quiere ir a despertar a Marvot y explicarle que me está impidiendo hacer mi trabajo? No le hará mucha gracia.

El centinela titubeó, y por fin se hizo a un lado.

– Puedo ver perfectamente el corral desde aquí. Manténgase visible. Le doy diez minutos.

– No necesitaré tanto tiempo.

Charlie estaba en el extremo opuesto del corral, pero levantó la cabeza cuando Grace se acercó.

No he venido a molestarte. Tenía que decirte que mañana no te veré. Frankie vendrá en mi lugar, y estará asustada y preocupada, y me gustaría que fueras un poco amable con ella. Procuraré venir a verte mañana por la noche, y pasado iremos al desierto. No va a ser como las otras veces. Me trae sin cuidado que encuentres algo. Si quieres deambular durante todo el día, por mí fantástico. Pero ayúdame, y te prometo que tú y Hope os veréis libres del enemigo. ¿De acuerdo?

El caballo la miró fijamente, y luego apartó la mirada.

Eso es reconfortante.

Grace se dio la vuelta y se dispuso a salir.

Charlie relinchó.

Se volvió para mirarlo; el caballo seguía mirándola.

¿Qué demonios? ¿Es que esperaba que el caballo se pusiera a hablar, como el mister Ed de aquella antigua serie de televisión? Si ni siquiera sabía hasta qué punto la entendía. Si es que comprendía algo. Desde niña, había creído que a veces había sido capaz de explotar aquella comprensión. Si uno se preocupaba lo suficiente, podían crearse aquellos lazos entre los caballos y las personas. Pero en aquel momento se sintió lo bastante desanimada como para preguntarse si no se estaría engañando.

Bueno, había que olvidarlo. Sólo podía hacer lo que buenamente pudiera. No era como si…

Charlie relinchó una vez más. Y cuando Grace volvió a mirarlo de nuevo, vio que el caballo se había dirigido al lugar donde ella había estado parada junto a la valla y la miraba de hito en hito.

Si me entiendes, se bueno con Frankie. Ayúdala.

Volvió a toda prisa a la tienda y pasó junto al centinela sin mirarlo siquiera.

Frankie seguía durmiendo.

Era tan bonita. No debía despertarla hasta que fuera necesario. No iba a tardar en llevarse un buen susto.

Grace miró su reloj: las 3:45. Era el momento.

Sacó el paquete y llenó un vaso de agua del cubo que tenía al lado de la cama.

No debía pensar en ello. Sólo tenía que hacerlo.

Ingirió el polvo, y luego se bebió el agua como si fuera la bebida de menos graduación que se bebe después de otra más fuerte. Rompió el diminuto paquete rápidamente y lo metió en el fondo de la mochila. Tenía que actuar deprisa; no sabía con qué rapidez actuarían aquellos polvos. Volvió a poner el cacillo metálico en el cubo del agua, se tumbó y se echó la manta por encima. Había hecho todo lo que podía. Se las había arreglado para decirle al centinela que no se sentía bien. Y se había tomado los polvos en el momento lógico. Si la hacían ponerse enferma las doce horas completas que Kilmer le había dicho, entonces no podría trabajar hasta la última hora de la mañana siguiente.

No se sentía enferma. Quizá Kilmer le había dado unos polvos equivocados y…

«Confía en él», le había dicho a Frankie. Sonrió con arrepentimiento. Qué extravagancia tener que confiar en él para que le diera una dosis que…

Jadeó de dolor.

Su estómago se contrajo y sintió unos retortijones terribles.

Apenas tuvo tiempo de alcanzar el cubo de agua antes de vomitar.

– Tienes un aspecto horrible. -Marvot la miraba con el entrecejo arrugado-. El centinela dice que has estado vomitando durante una hora. ¿Qué es lo que te pasa?

– ¿Cómo lo voy a saber? -Grace cerró los ojos cuando las náuseas volvieron a invadirla-. ¿Me has envenenado?

– No seas idiota -replicó él secamente-. Te necesito.

– Eso cambia las cosas. Entonces, quizá haya sido algún alimento en mal estado, o la gripe, o… quizá me ha picado una chinche. No lo sé. Decide tú. -Volvió a acercarse al cubo tambaleándose-. Yo estoy ocupada.

Volvieron a sacudirla las arcadas, pero en su estómago ya no había nada que arrojar. ¡Dios bendito, que mal se sentía!

– Me siento algo mejor que hace una hora. Quizá lo peor ya ha pasado.

– Tienes muy mala cara. -Su boca se curvó en una mueca de asco-. Y esta tienda huele a vómito. -Se dirigió a la puerta-. Estas cosas me desagradan.

– A mí también. -Grace tenía frío y estaba temblando. ¡Por Dios, Kilmer!, ¿tenías que hacer tan bien este trabajo? Sí, había tenido que hacerlo, o no habría resultado convincente-. ¿Me puede ver un médico?

– ¡Y qué más! No permitiré que haya ninguna interferencia del exterior. Aquí no se celebra una conferencia, ni esto es Ginebra. -Marvot miró a Frankie, que estaba acurrucada en un rincón-. Puede que te anime a recuperarte el recordarte que, sin ti, ella no me resulta de ninguna utilidad.

– Dame un poco de tiempo. -Grace se inclinó de nuevo sobre el cubo cuando las náuseas volvieron-. Sólo unas horas.

Cuando volvió a levantar la cabeza, Marvot se había ido.

– No pensé que fuera a ser así, mamá -dijo Frankie en un susurro. Sus ojos eran enormes en la palidez de su rostro-. ¿Te vas a morir?

– No, ya te dije… -Tuvo que volver a cerrar los ojos-. Esto habrá acabado después de hoy. Me pondré bien.

– Jake no debía haberte dado algo tan fuerte.

– Sí, sí que debía. -Era difícil discutir con ella cuando todo su cuerpo estaba totalmente de acuerdo con Frankie-. Y tú no deberías estar aquí. No me puedes ayudar. Sal y ve a cuidar de los caballos.

– No quiero dejarte.

– Sal de aquí, Frankie. Esto me resulta más difícil si te tengo ahí sentada, preocupándote.

La niña se levantó lentamente.

– ¿Puedo volver pronto?

– Cuatro horas. Lo único que puedes hacer es venir y comprobar que estoy bien. Luego vuelve junto a los caballos.

– No quiero… -Se interrumpió y se dio la vuelta-. No me gusta que estés enferma. Debería haber… Esto no me gusta.

Pero salió de la tienda, y Grace se sintió agradecida por ello. Se sentía demasiado mal para tener además que consolar a Frankie. Aunque la había advertido, sabía que su hija no sería capaz de enfrentarse a su enfermedad con entereza. Era demasiado cariñosa, y la relación entre ambas muy intensa.

¡Ah, Dios!, iba a volver a vomitar.

Lo superaría. Las horas pasarían, y el dolor y las náuseas pararían.

«Pero si esa tormenta de arena no se forma mañana según lo previsto, te voy a matar, Kilmer.»

Para el mediodía, la diarrea y los vómitos de Grace habían remitido, aunque los escalofríos persistían. Hacia las tres, los escalofríos habían ido desapareciendo gradualmente, y se sentía débil y agotada. A las cinco, pudo beber algo de agua.

A las cinco y media, Marvot le hizo otra visita.

– ¿Ya estás bien?

– No diría tanto. Me vendría bien otro día de descanso.

– No lo vas a tener -dijo él en tono cortante-. Me has hecho perder demasiado tiempo. Empiezas a las ocho de la mañana.

– Pero eres tú el que afirma tener mucha paciencia.

– Se me está agotando. Estoy demasiado cerca.

– Muy bien, a las ocho. -Grace hizo una pausa-. Quiero que Frankie me acompañe.

– No.

– Se lleva bien con la yegua. Necesito ayuda.

– Ella nunca la ha montado. Tienes el semental, y puedes guiar a la yegua.

– Tendría más posibilidades si…

– No. -Marvot sonrió forzadamente-. Estoy convencido de que te concentrarás sin reservas en la búsqueda si la niña está bajo mi cariñosa tutela. Porque si no obtengo un hallazgo concreto o una pista al menos de dónde está situado el motor, entonces le pegaré un tiro a ese potro delante de la pequeña. No creo que te gustase eso.

Grace vio en el rostro de Frankie el terror que le había infundido la amenaza.

Bastardo.

– Haré todo lo que esté en mis manos para darte lo que quieres -dijo entre dientes.

– Sé que lo harás -dijo Marvot mientras salía de la tienda-. Sólo tengo que pulsar las teclas adecuadas.

La muerte del potro. Quizá hasta la muerte de Frankie.

– No dejaré que lo haga -dijo la niña con fiereza-. No permitiré que haga daño a Maestro.

– Fue sólo una amenaza, cariño.

– Es capaz de hacerlo. Lo sé. Y no se lo permitiré.

Frankie estaba furiosa y asustada, aunque no más aterrorizada que Grace. Había deseado fervientemente que Marvot permitiera que su hija la acompañara.

Tranquilidad. Kilmer sabría que Frankie se iba a quedar en el campamento, y que ellos tendrían que adaptar cualquier plan a la circunstancia.

Pero habría sido más sencillo si la niña hubiera estado con ella, de manera que Grace pudiera asegurarse de que estaba a salvo.

– Escucha, Frankie. Jake vendrá a por ti, y tú no debes permitir que el potro te impida irte con él. Marvot no le disparará, a menos que tenga algo que ganar con ello. Si no estás aquí, no podrá lastimarnos haciendo eso.

– Podría. -Los ojos de Frankie relucieron a causa de las lágrimas-. Y sería culpa mía. No me iré sin Maestro.

Miró a su hija de hito en hito con impotencia.

– Cariño, no sería… De acuerdo, encontraremos la manera de sacar a Maestro de aquí. Estate preparada.

Frankie asintió con la cabeza.

– También le tendré listo a él.

¿Y cómo diablos iban a quitarle a Marvot el desgarbado potrillo?

Ya se vería sobre la marcha. Era todo lo que podían hacer, ya que no podían planear nada con certeza de un minuto para otro.

– Hazlo. -Grace se sentó, cerró los ojos durante un instante e intentó combatir el mareo-. Pero ahora mismo necesito que hagas algo mucho más sencillo. ¿Puedes pedirle al centinela que me traiga un tazón de caldo de carne? Tengo que recuperar las fuerzas antes de mañana por la mañana.

– Por supuesto. -Frankie se levantó de un salto-. ¿Algo más?

Grace negó con la cabeza.

– Intentaré comer algo sólido más tarde. -Arrugó la nariz-. Y luego me asearé y limpiaré esta tienda. Este olor es horrible. Hace que me entren ganas de vomitar.

– ¡Vale! -Frankie salió corriendo de la tienda.

Grace se levantó como pudo, la siguió hasta la puerta de la tienda y, una vez allí, miró al cielo.

Nubes blancas, cielo azul. Ni la más ligera brisa.

Estaban depositando todas sus esperanzas en el siroco que se suponía soplaría al día siguiente, y no había el menor indicio de que fuera a ocurrir tal cosa. Bueno, si no era así, entonces tendría que actuar de forma distinta. Kilmer tendría un plan alternativo. Tenía que tener fe.

Marvot se estaba impacientando. Su amenaza contra Frankie era efectiva de verdad.

Así que tendría que lidiar con él. Encontraría la manera de detenerlo hasta que hubiera otro plan en marcha.

Pero, ¡maldición!, deseaba que hubiera una pequeña ráfaga de viento, un remolino de arena en las dunas que indicara una alteración de la naturaleza.

Nada.

Los remolques de los caballos y dos caravanas salieron del oasis a las ocho y media de la mañana del día siguiente. Llegaron al pueblo de Kartal, en pleno desierto, una hora después.

Cinco minutos más tarde, Blockman se deslizó por la pendiente de la duna hasta donde Kilmer y Adam esperaban.

– Acaban de descargar los remolques. Frankie no está con ella.

– ¡Maldita sea! -Kilmer se volvió a Adam-. Tendremos que dividir al equipo. Sacaremos a Grace, y enviaremos a Donavan a por Frankie.

Adam asintió con la cabeza.

– Tendréis que moveros deprisa. -Se dio la vuelta-. Iré ahora a ver dónde ha establecido Marvot el puesto de vigilancia de tu Grace. Debemos saberlo antes de que se desencadene la tormenta si no queremos darnos de bruces contra él.

– Si es que la tormenta se desencadena.

– Lo hará hoy. Hassan dice que le duelen los dientes. Ese es un signo seguro.

– Fantástico. -Kilmer empezó a subir por la duna arrastrándose por la arena-. Confiemos en que no sea ninguna caries.

– Idos. Todos. -Grace dio un paso hacia Charlie-. Lo estáis poniendo nervioso, Marvot.

– Ya nos vamos. -Marvot volvió a meterse en la caravana-. La verdad es que está sorprendentemente tranquilo. Por lo general, a estas alturas, estaría intentando arrollar a cualquier mozo de cuadra que estuviera a menos de diez metros de distancia. Estoy impresionado.

– Eso no significa que vaya a dirigirse trotando al alijo de Burton -puso la mano en la crin de Charlie. El semental estaba tenso, pero no la rehuyó-, que quizá no exista. Lo más probable es que Burton lo destruyera para que no pudieras ponerle las manos encima.

– Existe. Burton tenía un ego enorme. No renunciaría a la posibilidad de convertirse en un nombre mundialmente famoso. Y el artilugio está en alguna parte de esta zona. Si no nos hubiéramos visto obligados a matar a ese bastardo, nos habría dicho la localización exacta. -La miró fijamente a los ojos-. Sal de inmediato, y nosotros volveremos y estableceremos una base aquí. Vuelve al final del día y te recogeremos. He hecho que mis hombres exploren toda la zona, y Kilmer no está por ninguna parte. Pero habrá alguien observándote todo el tiempo; no intentes huir, o volveré de inmediato al oasis a ver a tu hija.

– ¿Cómo escaparía con dos caballos indisciplinados y un desierto que cruzar? -Se dio la vuelta y se acercó a Hope. La yegua parecía mucho más tranquila que Charlie. Desde el nacimiento del potro, había estado mucho más apacible-. Tendría que tener un genio en una botella.

Él asintió con la cabeza.

– Y Kilmer no es un mago. -Marvot se alejó del lugar con el séquito de vehículos tras él.

Grace le dio una palmadita a Hope y volvió junto a Charlie.

– Bueno, ya estamos solos, muchacho. -Miró hacia el desierto y sacudió la cabeza. Las dunas eran enormes, y el sol que caía sobre ellos sería achicharrante en unas pocas horas. Pudo ver en la distancia las colinas de la cordillera del Atlas, que parecían frescas y sugerentes en comparación con la aridez inhóspita que la rodeaba. Había leído en alguna parte que en el Sahara había una duna gigantesca del tamaño de Rhode Island. Mirando aquellas dunas, se lo podía creer.

«Kilmer no es un mago.»

«Kilmer no está por ninguna parte.»

Pero Marvot se equivocaba. Ella había trabajado con Kilmer, y sabía que en ocasiones podía ser un mago. Si no quería que lo encontraran, no lo encontrarían. Estaría allí, junto a ella, cuando lo necesitara.

– Ea, vamos. -Se impulsó para subirse a lomos de Charlie y empezó a recoger la cuerda de Hope. Entonces, cuando miró a la yegua, se paró. Aquella cuerda era una absoluta idiotez. Como sí fuera a poder controlar al animal con ella. Hope seguiría a Charlie sin ninguna cuerda, que podría ser un estorbo. Soltó a la yegua-. Vamos, Hope. Acabemos con esto para que puedas volver junto a tu potrillo.

La yegua relinchó y se unió a ellos.

– ¿Charlie?

¿Se movería? ¿Se negaría a moverse, como había hecho siempre con anterioridad cuando lo habían llevado allí?

Charlie, ¡maldita sea! Vamos. Da igual adonde. Sólo muévete.

El semental avanzó un paso, y luego otro.

Si no te das prisa, seguiremos aquí cuando Marvot regrese, y no quiero volver a verlo tan pronto.

Charlie empezó a caminar, y luego se puso al trote.

¡Aleluya! Grace apretó las piernas contra el caballo.

Bueno, ambla un poco por ahí, y divirtámonos hasta que Kilmer venga a buscarnos.

Pero el cielo seguía estando cristalino, de un azul tan intenso que le hería los ojos cuando lo miraba.

Y Kilmer no aparecería hasta que la tormenta hiciera acto de presencia.

Capítulo 18

– ¿Dónde está el maldito siroco? -gruñó Kilmer mientras se limpiaba el sudor de la frente-. Grace lleva horas ahí fuera, y no podemos hacer nada.

Adam se encogió de hombros.

– Pronto. Ten paciencia.

– Eso díselo a Marvot. Es evidente que esos caballos no están moviéndose hacia ningún sitio concreto. Se limitan a dar vueltas. Si a Marvot le da por pensar que Grace no le es útil, la matará sin pestañear.

– Quizá le dé otro día.

– ¿Otro día? Dijiste que el siroco iba a suceder hoy.

– Tal vez Hassan se ha equivocado. Te dije que sólo es preciso en un noventa por ciento.

Kilmer masculló un juramento.

– Adam, esto es…

– Espera. -El jeque levantó la cabeza-. ¿No lo notas?

– ¿El qué?

– El viento.

– No noto nada.

– Entonces quizá me haya equivocado. Ya no lo siento…

– Estás caminando en círculos, Charlie. -Grace bebió un trago de agua de su cantimplora-. Sé muy bien que hemos visto antes este lecho de arroyo seco. -Durante las dos últimas horas, el caballo había estado deambulando acercándose a las colinas del Atlas varias veces. ¡Caray!, tal vez estuviera buscando agua-, ¿Tienes sed? -Grace se bajó del semental y vertió agua en el recipiente que había llevado con ella-. No debería quejarme. Has hecho un buen trabajo al no dejar de moverte. Lamento que tal vez sea por nada. Creo que el hombre del tiempo del jeque está chiflado. Parece que quizá vamos a tener que hablar con Marvot para intentarlo de nuevo…

Charlie había levantado la cabeza con tanta rapidez que derramó el agua del recipiente. El semental relinchó y piafó.

– ¿Qué sucede?

Hope también estaba piafando, y tenía la mirada desorbitada.

Asustados. Estaban asustados.

Y Charlie miraba hacia el oeste.

Grace desvió rápidamente la mirada hacia el horizonte occidental.

Oscuridad.

Hacía un instante había estado despejado. En ese momento, el horizonte era una neblina oscura.

El siroco.

Un velo de arena se movía a toda velocidad y se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Estaría allí en unos minutos.

Y ella estaría oculta a la vista de Marvot y sus hombres.

– Vamos, Kilmer -susurró-. Ven y recógenos.

Se quitó a toda prisa la blusa que se había puesto encima de la camiseta y el pañuelo con el que se había recogido el pelo. Con un poco de suerte, Kilmer y sus hombres estarían allí en pocos minutos, pero aquella arena sería una manta asfixiante si tanto ella como los caballos la respiraban. Rasgó la camisa en dos y mojó las dos partes.

– Esto no os va a gustar. -Se acercó a Charlie-. Pero tienes que confiar en mí. Creo que Hope dejará que se lo ponga, si te ve a ti. Si quieres salvaría, me tendrás que dejar hacerlo.

La arena ya le aguijoneaba en la cara, y sin embargo todavía no tenían la tormenta encima.

Charlie la rehuyó.

– Tienes que dejar que te ayude, Charlie. -Grace se daba cuenta de la desesperación que había en su voz-. Confía en mí.

El caballo siguió retrocediendo.

Grace se detuvo, y respiró hondo.

– No puedo obligarte a que lo hagas. Pero nunca te he mentido. Y jamás te he hecho daño. No te lo haré ahora.

El semental se paró y la miró fijamente. Las ráfagas de viento le levantaban las crines. Tenía los músculos en tensión.

Ella dio un paso adelante.

– Por favor. Sólo te voy a poner esto sobre los ojos y la nariz para que puedas respirar mejor. Y luego vamos a permanecer aquí juntos, hasta que llegue la ayuda. ¿De acuerdo? -Charlie había dejado que se acercara. Grace le puso lentamente la tela sobre los ojos y la nariz y la ató-. No pasa nada -dijo con voz tranquilizadora-. No tienes nada que temer. Ahora voy a por Hope y la traeré junto a ti. Os engancharé a los dos con la cuerda para que no os separéis, y yo la sujetaré para que no os enredéis con ella. Ahora, no te muevas.

Milagrosamente, el caballo se movió con inquietud, pero no se desbocó. Pocos segundos después, Grace había puesto la tela sobre los ojos y el hocico de Hope y se quedó entre los dos animales.

No podía respirar. La arena se arremolinaba en torno a ella, lacerándole la carne sin cubrir como diminutos cuchillos.

Se ató el pañuelo sobre la cara y rodeó a los caballos con los brazos, hundiendo las manos en sus crines.

– Por favor, no os dejéis llevar por el pánico -susurró-. Todo irá bien. Manteneos firmes y no tengáis miedo. -Intentó que los animales se dieran la vuelta, de manera que no enfrentaran al viento, que estaba soplando ya con una intensidad de tormenta. Tuvo que agarrarse desesperadamente a los caballos para no caerse. Hablarles. Decirles algo. Evitar que salgan corriendo hacia la tormenta y se rompan una pierna.

Grace habló. Cantó. Recitó canciones infantiles.

Kilmer, ¿dónde estás?

– ¡Maldita sea!, ¿dónde está? -Marvot apretó con más fuerza los prismáticos-. No puedo ver a esa zorra.

– El siroco -dijo Hanley-. Una tormenta de arena.

– Ya sé que es una tormenta de arena -dijo Marvot con sarcasmo-. Lo que quiero saber es cuándo va a acabar.

Hanley se encogió de hombros.

– Una hora… un día… una semana. Por lo que sé, es imposible decirlo.

– ¡Dile a Cabriano que vaya a buscarla!

– Si es que puede encontrarla. A esos caballos les va a entrar el pánico y…

– Tráela.

Hanley asintió con la cabeza e intentó abrir la puerta de la caravana. El viento la cerró de un portazo.

– ¡Mierda! -Volvió a abrir la puerta haciendo más fuerza.-. Tendré que… -Su móvil sonó, y Hanley contestó-. Hanley. -Escuchó un instante-. Hijo de puta. Si dejas que se lleven a la niña, eres fiambre. -Cortó la comunicación-. El campamento base del oasis está siendo atacado.

– Kilmer.

– Eso imagino -dijo Hanley-. Puede que no sepa que Archer no está allí.

– Y puede que sí. Tal vez esté ahí fuera con ella. -Marvot se sentó, pensativo-. Puede que esa zorra me haya tomado por idiota. Nos retiraremos y volveremos al oasis. Dile a los hombres que se olviden de la mujer y vuelvan a la base.

– ¿La vas dejar?

– ¿Crees que no volverá a por la niña? Concentremos toda nuestra potencia de fuego en mantener el control de la base. Luego sólo tendremos que esperar a que Kilmer y ella sigan a su hija.

– ¿Y entonces la utilizarás como rehén?

– Bueno, sí. Pero nadie me toma por idiota. -Arrancó la caravana-. Se va a llevar una sorpresa cuando vuelva al oasis. Veremos si a esa zorra le gusta tener una hija que ha perdido unos cuantos dedos.

¡Disparos!

Frankie se acurrucó contra Maestro en la esquina del cobertizo.

– Toda va bien, muchacho -susurró mientras se abrazaba con fuerza al cuello del potro-. No dejaré que nadie te haga daño.

El potro relinchó suavemente, inquieto.

¿Había vuelto Marvot?

«Mataré al potro.»

Y lo haría, pensó Frankie con angustia, lo haría.

No, no lo haría. Ella no se lo permitiría.

Más disparos. ¿Qué estaba ocurriendo?

Mamá…

El cielo se estaba oscureciendo. Frankie alcanzó a ver una sombra, a un hombre moviéndose en la parte exterior del corral.

¿Marvot?

Ven, mamá. Ven. Por favor, mamá, ven.

El siroco aumentaba su intensidad.

Y Charlie estaba empezando a piafar de nuevo. De seguir así, acabaría tirando a Grace al suelo de una sacudida.

– No. Sólo un poco más. -La voz le temblaba-. Te lo prometo, será…

– Suéltalo.

Kilmer. Sintió una oleada de alivio. Se bajó el pañuelo de un tirón y lo vio a través de la punzante cortina de arena. Era sólo una figura imprecisa, pero parecía algo de otro planeta. Llevaba una máscara de submarinismo y una botella de oxígeno, y el tubo de respiración le colgaba alrededor del cuello.

Había varios hombres detrás de él, pero estaban demasiado lejos para reconocerlos en medio de la tormenta.

El problema era que estaban inquietando a Charlie y a Hope.

– Diles que retrocedan -gritó Grace-. Y tú también.

Kilmer hizo un gesto, y los hombres se desvanecieron en el fondo.

– Me quitaré de en medio enseguida. -Kilmer le había puesto una mascarilla y se la estaba ajustando.

– Frankie. ¿Habéis sacado a Frankie de allí?

– Donavan y Blockman tenían órdenes de atacar el campamento base en cuanto estallara la tormenta. El remolque de los caballos está a unos treinta metros a tu derecha. Si los puedes meter dentro, los hombres del jeque se encargarán de llevarlos a su campamento.

– Vete. -Aspiró profundamente el oxígeno y tiró suavemente de la cuerda-. Vamos a ir a ciegas, Charlie. Sólo un ratito. Luego todo se habrá acabado.

¿Irían con ella o se soltarían?

Charlie piafó. Hope piafó.

¡Mierda!

Volvió a tirar de la cuerda, la soltó, entrelazó las manos en las crines de ambos caballos y tiró.

El semental dio un paso adelante.

Uno más, Charlie. Ve paso a paso.

No podrían tardar más que unos minutos, pero serían los treinta metros más largos de su vida.

Guió a Charlie al interior del remolque, se dio la vuelta y condujo a Hope para que subiera la rampa. Las ráfagas de arena seguían castigando en el interior del remolque, pero los caballos podrían respirar. Aunque era mejor dejarles puestas las máscaras. Grace les dio una palmadita.

– Os sacaremos de aquí y cuidaremos de vosotros. Os prometo que estaréis a salvo… -Salió corriendo del remolque e hizo un seña a los dos hombres que estaban al final de la rampa para que cerraran las puertas.

Kilmer la agarró por el brazo.

– Vamos. Tenemos que ir a por Frankie.

El miedo la dejó helada.

– Dijiste que Donavan había ido a buscarla. -Corrió hacia el todoterreno al lado de Kilmer-. ¿No ha informado todavía?

– No, pero probablemente no podría hacerlo con esta tormenta. El siroco empezó aquí primero, y no habían llegado al oasis cuando hablé con él por última vez. Esto es como una manta que revolotea sobre nuestras cabezas a unos tres metros. Ya sabes lo bueno que es Donavan. La sacará de allí.

– Yo no sé nada. -Grace subió al todoterreno de un salto-. Y tú tampoco. Así que deja de reconfortarme, y vayamos a buscarla. ¿Puedes ver algo con esta tormenta?

– No, pero cubrí el motor e instalé un GPS para encontrar el oasis. -Puso en marcha el vehículo-. No tenía ninguna duda de que no esperarías a que Donavan nos la trajera.

– ¿Y tú sí? No digas gilipolleces. Habrías ido sin mí.

Kilmer asintió con la cabeza.

– Tienes toda la maldita razón.

Donavan se puso en comunicación con Kilmer cuando éste se encontraba a escasos kilómetros del oasis.

– Hemos asegurado el campamento. Tuvimos que rechazar un asalto de Marvot y los matones que se llevó con él para mantener vigilada a Grace. Tal y como esperábamos, no fueron tras ellas. Pero aquí nos hemos hecho bastante fuertes.

– ¿Y Frankie?

– No está aquí. Hemos registrado todas las tiendas.

– ¿Qué?

– Tiene que estar ahí. -Kilmer hizo una pausa-. A menos que Marvot se la haya llevado a otro sitio.

– ¿Se ha ido? -susurró Grace.

Kilmer asintió.

– ¿Alguna señal de Marvot? -preguntó a Donavan.

– No, se marchó cuando repelimos su ataque. Pero interrogué con cierta energía a algunos de sus hombres. Dijeron que la pequeña estaba en su tienda.

– No te dejes llevar por el pánico -le dijo Kilmer a Grace-. Marvot no está allí. Y los centinelas creían que Frankie seguía en su tienda.

– No me digas que no me deje llevar por el pánico. -A Grace le temblaba la voz a causa del miedo-. Marvot puede haber llamado y dar la orden de matarla. Frankie podría estar enterrada en la arena en cualquier parte.

– Donavan y Blockman se movieron con rapidez en cuanto estalló la tormenta. La acción duró minutos. No habría dado tiempo.

Tal vez. Aquella idea se le hacía insoportable, y Grace intentó pensar en un panorama alternativo.

– Dile a Donavan que vaya al cobertizo. Que compruebe si el potro sigue vivo. Marvot amenazó con matarlo.

– De acuerdo. -Kilmer transmitió el mensaje a Donavan.

Pasaron cinco minutos angustiosos antes de que Donavan volviera a estar en comunicación.

– Ni rastro del potrillo. He mirado por todas partes.

– Ni rastro del potrillo -repitió Kilmer para informar a Grace.

– ¡Dios mío! -dijo ella-. Se ha llevado a Maestro.

– ¿Qué?

– Frankie tenía miedo de que mataran al potrillo. Los disparos deben de haberla asustado, y habrá huido con él.

– ¿Con esta tormenta?

Grace asintió con la cabeza.

– Quiere al potro. Dile a Donavan que intente rastrear… -Se pasó los dedos por el pelo-. ¡Por Dios!, no habrá ningún rastro con esta tormenta. Frankie podría morir ahí fuera.

– La encontraremos, Grace.

– Sí, lo haremos. -No podía soportar otra idea-. Es una niña inteligente. No saldría ahí fuera sin prepararse, aunque estuviera asustada. Tenemos que pensar la manera de seguirle el rastro.

– En cuanto la tormenta amaine un poco más, conseguiremos el helicóptero y exploraremos…

El parabrisas estalló cuando una bala lo atravesó para ir a incrustarse en la piel del asiento delantero.

– ¡Mierda! ¡Agáchate! -Pisó a fondo el freno y bajó la ventanilla del conductor-. Quédate aquí. -¿Desde qué dirección había venido la bala?

Otro proyectil levantó la arena delante de él. El disparo era demasiado preciso; el tirador estaba en una zona protegida y podía ver para disparar. ¿Una caravana o un todoterreno? Y los hombres de Marvot no dispararían sin recibir sus órdenes.

– ¿Pensaste que estaba derrotado, Kilmer? -Era la voz de Marvot-. Sólo ha sido un contratiempo pasajero. Sabía que vendríais a rescatar a la niña, así que no tenía más que esperar. Escucha, Archer, todavía podemos llegar a un acuerdo. ¿Crees que estás a salvo, que la niña está a salvo? Nunca lo estaréis. Dame lo que quiero y tu hija vivirá. Si no trabajas conmigo, moriréis los dos, y luego mataré a la niña. Te lo prometo por la tumba de mi padre. Es sólo cuestión de tiempo.

– El tiempo se ha acabado -murmuró ella. Estaba tumbada al lado de Kilmer, sosteniendo un fusil entre los brazos. A Kilmer no le sorprendió. Grace no se escondería en el todoterreno-. No puedo ver nada, ¿y tú?

– No. -Entonces el viento cambió, y Kilmer alcanzó a ver la caravana-. Allí está nuestro objetivo. A las tres. No veo que tenga ningún otro refuerzo. Lo entretendré. Tú rodéalo y agujeréale ese depósito de combustible. Quiero ver cómo se asa ese cabrón. -Kilmer no esperó a que ella le respondiera, sino que se levantó y empezó a avanzar por las dunas en zigzag.

Balas.

Cerca.

Muy cerca.

Debía llegar a la parte trasera de la caravana.

Grace se arrastró por las dunas.

Oía el sonido de los disparos.

Corre, Kilmer.

Pero ¿cómo podría correr en aquel arenal? Ella apenas podía arrastrarse. Se hundía cada vez más, y la…

– ¡Le di, Hanley!

Era la voz de Marvot, dura, triunfal. Y terrorífica, porque era de Kilmer de quien estaba hablando. Una de aquellas balas debía de haberle alcanzado.

Siguió otra retahíla de obscenidades.

– No, sigue vivo. Se ha vuelto a levantar. -Otro disparo-. ¿Cómo diablos…? ¿Dónde está la mujer?

Detrás de ti, bastardo.

Grace apuntó con sumo cuidado al depósito de gasolina de la caravana.

Detrás de ti, hijo de puta.

Apretó el gatillo.

La caravana explotó y se convirtió en una abrasadora masa de metal.

Grace aplastó el cuerpo y la cabeza contra la arena para esquivar la metralla que la explosión lanzó en todas direcciones.

Cuando levantó la cabeza, las llamas casi se habían extinguido a causa de la falta de oxígeno provocada por la tormenta. Pero no había duda de que la explosión había matado a Marvot y a cualquiera que estuviera dentro de la caravana. Nadie podría haber sobrevivido a aquel infierno.

– Buen disparo. -Kilmer se dirigía hacia ella cojeando-. Pero ojalá hubieras llegado a tu posición un poco más deprisa.

Grace sintió una oleada de alivio.

– Tenía miedo de… Deberías haber… -Se detuvo-. Está muerto. Marvot está muerto.

– Bien. Qué lástima que no durara un poquito más. Como treinta o cuarenta años.

Grace cerró los ojos cuando cayó en la cuenta. Todos aquellos años de esconderse y de sentir miedo se habían acabado, desvanecidos en el tiempo que había tardado la caravana en explotar.

No, no se había acabado. Porque por culpa de Marvot Frankie deambulaba bajo aquella tormenta de arena. Aquel indeseable todavía podía extender la mano desde la muerte para matarla.

– Frankie.

– Sí, lo sé. -Cojeando, Kilmer se dirigió de nuevo al todoterreno-. Continuaremos hasta el oasis y organizaremos una partida de rescate para ir en su busca.

– Espera. -Grace llegó a su lado-. Siéntate, y deja que te ponga un vendaje de presión en la pierna. ¿Te sangra?

– No mucho. -Siguió caminando-. No hay tiempo.

– Si te sangra, hay que vendarla. Sólo tardaré un minuto.

– Ya te lo he dicho. -Kilmer llegó al todoterreno, e intentó subirse torpemente al asiento del conductor-. No tiene importancia.

– Sí la tiene. -Ella lo empujó hacia el asiento del pasajero-. Yo conduciré. -Se sentó en el asiento del conductor y sacó el equipo de primeros auxilios de debajo del asiento trasero-. Deja de hacerte el mártir. No te va nada. -Le cortó la pernera del pantalón y abrió la tela hasta dejar la herida al descubierto. La bala le había atravesado la carne, pero sangraba más de lo que él había asegurado-. Azotarías a cualquiera de tus hombres que ignorase una herida.

– He de encontrar a Frankie. -Sus labios se retorcieron en una mueca-. Me sorprende que quieras desperdiciar siquiera un minuto conmigo.

– No es ningún desperdicio. -Le hizo un vendaje de presión-. No eres ningún desperdicio, Kilmer.

Él se quedó inmóvil.

– ¿No?

Grace terminó de vendarlo; se dio la vuelta y puso en marcha el motor.

– No.

Donavan salió de la tienda para reunirse con ellos cuando el todoterreno llegó al oasis.

– Ni rastro de Frankie. Envié a Vázquez y a Blockman a buscar cualquier huella. Nada. Ni siquiera sabemos qué dirección tomó. -Miró a Grace-. Lo siento. ¡Dios!, lo siento de veras. Si se hubiera quedado aquí, la habríamos recogido sin problemas.

– Tenía miedo por el potro. -Grace se bajó del vehículo de un salto-. Tenemos que encontrarla, Donavan.

– Ya he organizado otra partida de búsqueda. -Levantó la vista al cielo-. Suministré a Blockman uno de esos GPS que trajo Kilmer, y sí la encuentra, lo sabremos. La tormenta está amainando, pero todavía no podemos arriesgarnos con un helicóptero. ¡Maldita sea, Kilmer!, ¿ese hombre del tiempo de Adam no te dijo cuánto iba a durar?

– No. -Kilmer se apeó del todoterreno-. Pero si tenemos comunicación, tengo que llamar a Adam y conseguir que traiga aquí a sus hombres para que nos ayuden. -Se dirigió a la tienda-. Y le preguntaré si se le ha pasado el dolor de muelas a Hassan.

– Estás cojeando, Kilmer -dijo Donavan-. ¿Habéis tenido problemas?

– Marvot -dijo Grace-. Y necesita que se le lave la pierna y se le vuelva a vendar antes de que salga de nuevo.

– Marvot -repitió Donavan-. ¿Puedo confiar en que os hayáis cargado a ese bastardo?

– Está muerto. Grace lo hizo saltar en pedacitos. -Kilmer entró en la tienda.

– ¡Excelente! -le dijo Donavan a Grace-. Al menos algo sale bien.

En ese momento ella era incapaz de ver algo bueno en el mundo. ¿Por qué no paraba ya aquella tormenta?

– ¿Estás seguro de que ninguno de los hombres de Marvot vio marcharse a Frankie?

– Te garantizo que me lo habrían dicho. Si la tormenta amaina lo suficiente, pondremos ese helicóptero en el aire y podremos encontrarla.

– No podemos esperar. -Grace apretó los puños-. Es sólo una niña. Podría morir ahí fuera.

– Lo sé, lo sé. Vamos a salir de nuevo en otra dirección en cuanto el equipo vuelva al campamento.

Y probablemente para no encontrar nada, pensó Grace, desesperada. El desierto era enorme. Sin embargo, con aquella tormenta, Frankie y el potro sólo podrían estar a pocos kilómetros de distancia. Pero aun así no la encontrarían. Debía pensar. Tenía que haber una manera.

Grace se puso tensa. Quizá hubiera una…

Se dirigió a la tienda en la que había desaparecido Kilmer.

– En cuanto llegue el equipo de búsqueda, házmelo saber.

El equipo de búsqueda regresó al campamento veinte minutos después.

Frankie no iba con ellos.

Grace se quedó observando a los desaliñados hombres, prácticamente irreconocibles, que se acercaban al oasis. Era lo que había esperado, lo cual no impidió que se sintiera presa del pánico. ¿Cuánto tiempo podría sobrevivir Frankie allí fuera?

– Adam está aquí, Grace -dijo Kilmer detrás de ella.

Se volvió para mirarlo.

– ¿Los ha traído?

– Sí. -Kilmer apretó los labios-. Es una locura. No funcionará.

– Podría ser. No creo que lo hiciera ninguna otra cosa. La tormenta está amainando, pero de momento sólo para diez minutos y luego cobra fuerza de nuevo. No quiero esperar a ese condenado helicóptero. -Se volvió y caminó hacia al grupo de hombres reunidos en el corral-. ¿Quién de vosotros es el jeque?

– Te presentaré. -Kilmer la alcanzó-. Grace Archer, el jeque Adam Ben Haroun.

El hombre que se volvió para mirarla era alto, moreno y de unos treinta y tantos años. Tenía una cara interesante; parecía más occidental que árabe. El hombre inclinó levemente la cabeza.

– Encantado de conocerte. Lamento que sea en estas circunstancias. Mi gente hará todo lo posible para encontrar a tu hija.

– Gracias. -Grace clavó la mirada más allá del hombre, en el remolque de los caballos-. Y gracias por traer los caballos.

El jeque se encogió de hombros.

– Mis cuidadores estaban deseando deshacerse de ellos. Se quedaron asombrados por cómo los metiste en el remolque. Y no es que mis hombres no sean diestros, peros esos caballos son… diferentes.

– Los sacaré del remolque.

– ¿Y para qué?

– Quizá ellos puedan encontrar a Frankie.

– ¿Con esta tormenta?

– Ahora ya no es tan fuerte. Para y empieza de nuevo. ¿Te pidió Kilmer las capuchas protectoras?

El jeque asintió con la cabeza.

– Tenías razón. Puesto que vivimos en el desierto, de vez en cuando hemos tenido que utilizar artilugios especialmente fabricados para proteger los ojos y los orificios de los caballos. Aunque preferimos no viajar con este tiempo en ninguna circunstancia.

Pero la suya era una tribu nómada, y era natural que hubiera circunstancias en que se hiciera necesario. Era la respuesta que ella había estado esperando.

– ¿Y has traído dos?

– Sí, pero a los caballos no les gusta el artilugio. Les hace sudar. Lo más probable es que se asusten y los pierdas.

– No se asustarán. Trabajaré con ellos; estaré con ellos. -Esperaba estar diciendo la verdad. Los caballos habían estado muy cerca de ser presas del pánico antes, cuando los había metido en el remolque-. Es un riesgo que he de correr. Mí hija tiene el potro de la yegua con ella. Confío en que el instinto los conduzca hasta la cría. He oído que ha ocurrido en otras ocasiones.

– ¿Los conduzca? -preguntó Kilmer-. ¿Vas a llevarte a los dos? Sólo necesitas a la yegua.

– Eso fue lo primero que pensé, pero han estado juntos toda su vida. Son la Pareja. Y la yegua se pone nerviosa sin el semental. No puedo estar segura de cómo reaccionaría si la soltara sola. -Abrió la puerta del remolque y tiró de la rampa para bajarla-. No me puedo quedar aquí a hablar. Tengo que prepararlos para salir. A Dios gracias, la arena ya no escuece tanto.

– Voy contigo -dijo Kilmer.

– No, no vas a venir. Para ellos eres un extraño. Te dije que los caballos ya se van a poner bastante nerviosos. Quiero que se concentren en Frankie y el potro. Dame un GPS, y así podrás localizarme cuando los encuentre. -Empezó a subir por la rampa-. Mientras, Donavan y Robert pueden salir con otro equipo e intentar encontrarla. Tenemos que explorar toda la zona.

– ¿Y se supone que me voy a quedar aquí tocándome las narices? De ninguna manera.

– Haz lo que quieras. Pero no vienes conmigo. Aunque no estuvieras herido, serías un estorbo. -Grace entró en el remolque. ¡Dios bendito!, qué ganas tenía de que Kilmer la acompañara. Estaba asustada, y él siempre hacia que se sintiera más fuerte. Estaba harta de estar sola; harta de estar sin él.

Bueno, estaba sola en aquello. Salvo por Charlie, y salvo por Hope. Así que manos a la obra.

Acarició suavemente el cuello del semental.

Hola, Charlie. No esperaba verte tan pronto, pero tenemos un problema…

Capítulo 19

El viento se había vuelto a levantar. Resultaba difícil respirar. ¿Cuánto tiempo llevaba allí fuera?

¿Horas?

Quizá no. No podrían haber estado tanto tiempo fuera del oasis. Era difícil decirlo. Parecía como si hubiera dado un salto en el tiempo.

Charlie respiraba con dificultad a través de la máscara de plástico transparente que le cubría los ojos y la nariz. La parte inferior estaba abierta para permitir que el aire circulara, pero éste seguía siendo denso a causa de la arena. A Hope parecía estar yéndole un poco mejor.

Charlie se detuvo y levantó la cabeza.

Sigue caminando, Charlie. ¿Dónde demonios está tu fantástico instinto? Tenemos que encontrarlos.

El caballo empezó avanzar de repente. Luego tomó otra dirección y emprendió la marcha con un trote más vivo. Hope fue tras él.

No es así como se suponía que tendríamos que ir. Se suponía que, en esta ocasión, Hope tendría que estar guiando. Es la madre, ¡maldita sea!

Pero la yegua estaba acostumbrad, a seguir a Charlie. A Grace sólo le quedaba rezar para que impusiera su dominio cuando el instinto maternal irrumpiera.

La arena era más densa en la cresta de aquella duna, pero Grace estaba desorientada y era incapaz de determinar lo cerca que estaban de la ladera.

Charlie resbaló, se deslizó y se afianzó. Grace a duras penas consiguió no caerse del caballo.

Hope relinchó, inquieta.

Yo también estoy asustada. Es como perderse en el infierno. Pero si yo estoy tan asustada, ¿cómo debe sentirse Frankie?

Charlie estaba bajando en línea recta por la duna, resbalando, deslizándose, corcoveando.

Al tercer corcoveo, Grace salió catapultada por encima de la cabeza de Charlie.

Oscuridad.

Sacudió la cabeza para despejarse, y a punto estuvo de vomitar.

– ¿Charlie? -No podía verlo. No podía ver nada, excepto arena y la oscuridad que iba y venía. Debía sacar la baliza de señales del bolsillo. Pulsar el botón. Decirle a Kilmer dónde estaba.

A punto estuvo de gritar cuando intentó mover el brazo derecho. Algo le pasaba en el hombro…

Buscó a tientas con la mano izquierda hasta que encontró la baliza, y la pulsó. Ven y recógeme, Kilmer. He metido la pata. Te toca a ti. Tienes que encontrar a Frankie.

– ¡Charlie!

Allí estaba, a unos pocos metros de distancia, con Hope detrás de él.

Grace intentó sentarse, y se cayó hacia atrás cuando el dolor le recorrió todo el cuerpo. Respiró hondo y esperó a que el dolor remitiera. No podía dejar solos e indefensos a los caballos, cuando ella misma estaba indefensa. Podría entrarles el pánico y lastimarse. La tormenta había vuelto a remitir lo suficiente como para que la arena sólo fuera una molestia punzante, pero no una amenaza cegadora. Se arrastró hasta Charlie y se puso de rodillas lentamente. Un minuto más y habría conseguido levantarse. Inspeccionó el cierre de la máscara de plástico que cubría la cabeza del semental y luego hizo lo mismo con la de Hope.

Estás solo. Vuelve al corral, Charlie. Lleva a Hope a casa.

El caballo no se movió.

Vuelve al corral. ¿A qué estás esperando?

Charlie relinchó y no se movió.

¡Vamos!

Charlie se dio la vuelta, y al instante siguiente él y Hope se habían desvanecido tras una cortina de arena.

Grace se desplomó de espaldas en la arena y ocultó la cabeza en el brazo izquierdo.

– Muy bien, Kilmer, ¿dónde estás?

Y Frankie, cariño, ¿dónde estás tú?

– ¡Grace!

– ¡Aquí! -Grace se apoyó en el codo como pudo-. ¡Kilmer, aquí!

Apareció allí de repente, arrodillándose a su lado.

– ¿Qué ocurrió?

– La cagué. Fui una idiota. Me caí… Tendrás que encontrar a Frankie. Registra esta zona. Charlie se comportaba como si apuntara en una dirección justo antes de caerme. Corre.

– Donavan, Blockman y el equipo vienen detrás de mí. ¿Dónde te has hecho daño?

– En el hombro, creo. ¿Viste a Charlie y a Hope? Los envié de vuelta al oasis. Charlie es inteligente. Espero que haya comprendido y…

– No los hemos visto. ¿En qué hombro?

– El derecho.

Kilmer le palpó el brazo y luego el hombro.

– No creo que haya rotura. Debe de ser una luxación.

– Entonces vuelve a ponerme el hombro en su sitio y deja que vaya a buscar a Frankie.

Él negó con la cabeza y se levantó.

– Creo que le dejaré eso a Donavan.

Ella lo miró de hito en hito sin dar crédito a lo que había oído.

– ¿Qué?

– Me dejaste en ese campamento y te fuiste sola. Dejé que lo hicieras porque tu razonamiento era lógico. Pero ese razonamiento se ha ido al traste. No voy a dejar que deambules por el desierto dando tumbos por el dolor cuando yo puedo buscar tan bien como tú. -Empezó a subir por la duna-. Le diré a Donavan que te he encontrado, y te lo haré saber cuando encuentre a mi hija. -Miró por encima del hombro-. Mi hija, Grace. Nadie me va a hacer trampas cuando puedo ir a salvarla. Ella me pertenece.

– ¡Maldito seas, Kilmer! Arréglame el hombro.

Él no respondió. Ya estaba a mitad de la duna.

– ¡Joder, joder, joder!

Grace sintió las lágrimas escociéndole en los ojos. Lo iba a matar.

– ¡Donavan! -gritó-. ¡Donavan!

Kilmer se encontró con Donavan en lo alto de la duna.

– Grace se ha dislocado un hombro. Pónselo en su sitio, pero tómate tu tiempo. Le va a doler bastante, y quiero encontrar a Frankie antes que pase por ese infierno. -Se volvió hacia Blockman-. Grace piensa que podría haber alguna posibilidad de que la niña estuviera en esta zona. Ve hacia el este con Vazquez, y yo iré hacia el oeste.

– Aquí el único que va a pasar un infierno soy yo -le gritó Donavan cuando se alejaba-. Sabrá que estoy mareando la perdiz.

– Probablemente. Apáñatelas como puedas.

– Bastardo. -Donavan hizo una pausa-. Buena suerte, Kilmer.

– Gracias.

Suerte. Necesitaba toda la fortuna que pudiera suplicar, pedir prestada o robar. ¡Que una niña así los tuviera movilizados a todos de esa manera! Le podía haber ocurrido cualquier cosa con esa tormenta. Kilmer no había estado más asustado en toda su vida.

No, eso no era cierto. Cuando había visto a Grace herida en la arena, se había llevado un susto de muerte.

Debía olvidar a Grace. Estaba a salvo.

Tenía que pensar en Frankie. Encontrar a Frankie.

Grace había dicho que podía estar cerca. Rogó a Dios para que se encontrara bien. La tormenta era ya un delgado velo de polvo y arena, pero la visibilidad aún no era buena.

Llamarla. No parar de llamarla.

Kilmer se quitó la mascarilla.

– ¡Frankie! ¡Frankie, respóndeme!

Ninguna respuesta.

– ¡Frankie!

– ¡Frankie!

¡Dios bendito!, la voz se le quebraba, y estaba ronco. ¿Cuánto tiempo llevaba gritando su nombre? ¿Quince minutos? ¿Treinta? Tenía la garganta seca y dolorida de tanto respirar arena.

– ¡Frankie!

Tal vez no podía responder. Quizá estaba herida o…

– ¡Frankie! -gritó con desesperación-. Soy Jake. Respóndeme.

Ninguna respuesta.

– ¡Frankie!

El silbido del viento transportó un débil sonido.

Se quedó inmóvil. ¿Un grito?

– ¿Frankie?

Volvió a oírse el sonido, a la izquierda, en la base de la duna.

Y no era un grito humano. Era el relincho de un caballo.

Y Frankie se había llevado al potro.

Bajó la duna a trompicones, resbalando y deslizándose.

¿Por qué no había respondido Frankie? Si estaba consciente, debía de haberle oído. Había estado justo encima de ella. Quizá no fuera ella; tal vez el potro se hubiera alejado de la niña. ¡Joder!, no quería ni pensar en eso.

– ¡Frankie!

Entonces vio el bulto cubierto por una manta en la base de la duna.

– ¡Mierda! -Llegó abajo en cuestión de segundos. Arrancó la manta.

Frankie estaba echa un ovillo junto al potro, rodeándolo con los brazos. Tenía la cara pálida y cubierta de una capa de arena, y mantenía los ojos cerrados con fuerza.

¿Estaba viva?

Frankie abrió los ojos lentamente.

– ¿Jake?

¡Dios bendito! Kilmer tenía un nudo tan fuerte en la garganta a causa de la emoción que no podía hablar. Asintió con la cabeza.

La pequeña se lanzó a sus brazos.

– Pensé que podría ser Marvot. Quería hacerle daño al potro.

– Lo sé.

Frankie se retorció.

– Me estás abrazando con demasiada fuerza. No puedo respirar.

– Perdona -dijo Kilmer con voz temblorosa-. Esto es nuevo para mí. Y he estado muy preocupado por ti. Como tu madre. Tendremos que llevarte junto a ella inmediatamente.

– ¿Se encuentra bien? Tenía miedo de que Marvot…

– Marvot no nos volverá a molestar. Y tu madre está bien. Se ha hecho un poco de daño en el hombro mientras te buscaba, pero no es nada grave. Ahora vamos a sacarte de aquí. -Pulsó el botón de la baliza-. ¿Está bien el potro?

– Muy bien. -Puso mala cara-. Pero Maestro no es demasiado inteligente todavía. No había manera de que se quedara debajo de la manta. No paraba de decirle que teníamos que escondernos, pero supongo que no me comprendía. Ojalá hubiera estado aquí mamá.

El potro intentaba levantarse.

– ¿Ves? -dijo Frankie, indignada.

– Al menos fue lo bastante inteligente para informarme de que estabais aquí abajo.

– Ah, ése no fue el potro. Fue Charlie.

– ¿Charlie?

– Charlie y Hope. Están por ahí. -Hizo un gesto con la cabeza hacia la izquierda-. Vinieron hará una hora. ¿Es que se escaparon?

– No, no se escaparon. -En ese momento, Kilmer pudo distinguir a la Pareja a través de la bruma arenosa. El viento azotador había desaparecido prácticamente, gracias a Dios-. Os estaban buscando.

– ¿Sabes?, pensé que tal vez fuera eso. Charlie se paró allí, delante de nosotros, como si montara guardia. Y la verdad es que no le gusto nada. Pero quizá estuviera cuidando del potro. Es su padre, ¿sabes? Supongo que eso lo cambia todo.

Kilmer la levantó y empezó a sacudirle la arena incrustada. No es que fuera a servirle de mucho.

– Y que lo digas.

El GPS de Donavan sonó cuando estaba terminando el cabestrillo de Grace. Se puso tenso y miró el dispositivo.

– Es Kilmer. Debe de haber encontrado a Frankie.

Ella le apartó la mano y se levantó como pudo.

– Vamos.

Donavan asintió con la cabeza.

– Pero va a tener toda la ayuda que quiera. Todos los hombres del equipo y buena parte de los de Adam atravesarán esas dunas cuando vean el GPS.

– Vamos.

– Pensaba que debía decírtelo, eso es todo. -Intentó ayudarla a subir la duna, pero ella se zafó de él-. Aunque no estás de humor para escucharme.

– No estoy de humor para escuchar a nadie, salvo a Frankie.

– Él te la traerá, Grace.

Eso ya lo sabía, pero la atormentaba la impaciencia. Habían encontrado a su hija, pero ¿estaba herida? No pasaría por alto esa posibilidad-. No va a tener que traérmela. Voy a ir a buscarla.

– Entonces, deja que te ayude.

En su frustración se había enfadado con él, pero nada de eso importaba ya cuando tenía que llegar hasta Frankie. Asintió con la cabeza.

– Sí, ayúdame a ir hasta ella, Donavan.

Diez minutos más tarde Grace vio a Frankie.

Primero la oyó, y luego, unos minutos después, apareció a través de la bruma de arena. Iba subida a los hombros de Robert Blockman, con la boca y la nariz cubiertas por un pañuelo. Kilmer caminaba a su lado.

– Hola, mamá. -Frankie la saludó con la mano-. Robert me está dando un paseo. Le dije que podía caminar, pero me contestó que debía estar bastante cansada.

– Y ella no previo llevarse un caballo que pudiera montar. -Kilmer sonrió abiertamente-. Pero Blockman cumplirá como mula de carga; todo músculos y nada de cerebro.

Robert soltó una carcajada.

– Al menos esta vez no me han disparado como a ti.

Estaban de broma, se percató Grace sin salir de su asombro. Estaba tan nerviosa que tenía la sensación de que iba a deshacerse, y ellos se estaban riendo.

– Ponla en el suelo, Blockman. -Kilmer estaba observando la cara de Grace-. Descansa durante un minuto o dos.

El hombre bajó cuidadosamente a Frankie.

– De todos modos, tengo que ir a comprobar si nos siguen los caballos. -Se alejó a grandes zancadas en la dirección por la que habían venido.

– Sí, pero Maestro no parecía tener problemas para seguimos, y creo que Charlie lo mantendrá a raya. -Frankie arrugó la frente de repente cuando vio el hombro vendado de Grace-. ¿Te encuentras bien, mamá?

Su madre recorrió la distancia que las separaba como una flecha y se arrodilló delante de ella.

– Me encuentro fantásticamente bien -dijo con voz ronca mientras la envolvía en un abrazo y hundía la cara en el pelo de Frankie-. Vaya, me has dado un susto de muerte. No deberías haber huido de esa manera.

– Tenía que proteger al potro. Cuando nació, me dijiste que mi misión era cuidar de él. -Le dio un achuchón a su madre y luego se apartó-. Me llevé una manta y nos escondimos debajo de ella. El potro estaba muy asustado, pero conseguí tranquilizarlo. -Arrugó la nariz-. No como haces tú. Pero él sabe que lo quiero y creo que eso ayudó.

– Suele pasar. -Grace miró a Kilmer por encima del hombro de Frankie-. ¿No está herida?

– Está un poco deshidratada, pero eso todo -respondió él-. Sólo está cansada. Creo que esta noche dormirá bien. El todoterreno está aparcado en la carretera. Llevémosla hasta allí y volvamos al oasis. ¿Cómo está tu hombro?

– No muy bien -dijo Donavan-. Al igual que su humor. -Sonrió a Frankie-. Tal vez tú puedas interceder en mi favor. ¿Qué te parece?

– ¿Qué es lo que hiciste? -preguntó la niña.

– Fui un poco lento vendándola. Quería ir a buscarte.

– Jake me encontró. Oyó a Charlie.

– ¿A Charlie?

– Dice que Charlie montó guardia junto a ella y el potro -le aclaró Kilmer-. Cree que estuvo protegiendo a Maestro porque es su padre. Le dije que era posible. -Sonrió-. Los padres sienten algo especial por su descendencia.

– Los encontré. -Robert reapareció-. Nos están siguiendo. Pero ese potro se toma su tiempo.

– Es pequeño -dijo Frankie, poniéndose a la defensiva-. ¿Podemos llevarlo en el todoterreno?

– No creo que ésa sea una buena idea -dijo Grace-. No habría espacio. Y probablemente desee estar con su madre.

La niña puso ceño.

– Entonces volveré caminando con él. Él es de mi responsabilidad.

– No, no harás tal cosa -dijo Grace-. Quiero sacarte de este desierto y que vuelvas al oasis.

Su hija apretó la mandíbula.

– Cuando el potro esté fuera de él.

– Frankie…

– Haré que Blockman escolte a los caballos hasta el campamento -dijo Kilmer.

– ¿Quién?, ¿yo? -Robert hizo una mueca-. Puedo intentarlo, pero tal vez deberías decirle a Vazquez que me ayude.

– Tengo que cuidar de Maestro -insistió Frankie.

– ¿A qué distancia está el campamento? -preguntó Grace.

– A casi siete kilómetros -dijo Kilmer-. Demasiado lejos para que vaya andando después de todo lo que ha pasado. Estamos a tres kilómetros de la carretera. Podemos volver con un remolque para los caballos en cuanto lleguemos al campamento.

– No estaba pensando en Frankie. -Grace sonrió a su hija-. Tienes razón, eres responsable del potro, pero yo lo soy de Charlie y Hope. Los traje al desierto para que os encontraran, y cumplieron con su trabajo. No podría dejarlos aquí, sin nadie en quien confíen para que los lleve de vuelta al corral.

Frankie asintió con la cabeza.

– Entonces nos quedaremos las dos.

– Es una tontería que nos quedemos las dos. Tú puedes encargarte de inspeccionar el remolque cuando vuelvas al campamento, y asegurarte de que está en condiciones. Eso sería una gran ayuda.

La niña negó con la cabeza.

– Frankie, ya has cumplido con tu trabajo. Te aseguraste de que Maestro estuviera a salvo. Ahora es el momento de facilitarles las cosas a todos estos hombres que os han estado buscando a ti y al potro. No estarán tranquilos hasta que sepan que estás a salvo en el campamento.

– Pero yo quiero… -Frankie suspiró-. De acuerdo. Iré e inspeccionaré el remolque. Pero volveré con Jake. -Se volvió hacia Kilmer-. Envía a alguien con mi madre para que la ayude. No podrán manejar a Charlie y a Hope, pero no quiero que esté sola.

– Ni yo tampoco -contestó él en voz baja-. ¿Qué tal si yo me quedo con ella? Donavan podría llevarte de vuelta al campamento y traer el remolque.

Frankie lo observó escrutadoramente durante un instante.

– Quédate tú.

– Excelente. -Kilmer le dio un rápido abrazo y se volvió hacia Donavan-. Así pues, marchaos vosotros tres. Sería fantástico que pudieras tener el remolque en la carretera cuando lleguemos allí. -Volvió junto a Grace cuando Blockman, Donavan y Frankie empezaron a alejarse-. ¿Hay alguna manera de que podamos hacer que esos caballos se den un poco de prisa?

– Probablemente, no. Es casi seguro que estén sedientos y que tengan irritados todos los orificios. Lo cual significa que su humor también será irritable. ¿Hiciste que Blockman comprobara las mascarillas que les puse?

– Sí. Lo hizo con mucho cuidado.

– Entonces, las volveré a inspeccionar. -Levantó la vista al cielo-. Me parece que el cielo está más luminoso. ¿Acabará por despejar?

– Es difícil de decir. Pero el viento está mucho más tranquilo. -Volvió a mirar hacia la carretera-. Me parece ver a la Pareja.

– Charlie y Hope -le corrigió ella.

– Lo que sea.

– No, ellos encontraron a Frankie. Llamarlos la Pareja los vuelve… impersonales. No se lo merecen.

Kilmer la miró por encima del hombro y sonrió.

– Charlie y Hope, entonces.

– Sigues cojeando. Deberías haber dejado a Donavan conmigo…

– No, no debería. -La miró directamente a los ojos-. Aquí es exactamente donde debo estar.

¡Dios bendito! Grace fue incapaz de apartar la mirada.

Kilmer asintió con la cabeza y desvió la mirada hacia los caballos que se acercaban a ellos.

– No parece que tengan prisa. ¿Por qué no tienes una charla con ellos y les dices que nosotros sí?

– No siempre prestan atención. -Su voz le pareció entrecortada incluso a ella-. Y las han pasado canutas.

– Todos las hemos pasado canutas. -Kilmer se detuvo cuando Charlie piafó al verlo-. ¡Eh!, que no te voy a hacer nada. -Hizo una mueca-. Esto es realmente ridículo, ¿no te parece? Podría aplastarme como un elefante aplastaría a un escarabajo. De acuerdo, dime qué hago.

– Déjamelos a mí. Tú vigila al potro.

– Qué humillación. Reducido a simple niñera. -Echó un vistazo al potro-. Pero es bonito, muy bonito. Vamos, amigo.

Grace dio un paso hacia Charlie y lo acarició. El semental se movió de un lado a otro. Tal y como ella había dicho, aquel día los caballos habían pasado por unas experiencias que habrían afectado a los animales más apacibles. Era increíble que estuvieran tan tranquilos.

– Tranquilo. Casi ha terminado todo. Un ratito más, y os sacaremos de aquí -susurró-. Gracias, chico…

– Mamá -dijo Frankie en voz baja-. Es de día, y la tormenta ya ha pasado. Ni siquiera un soplo de aire. ¿Puedo ir al corral a ver cómo está Maestro?

Eran las seis y media de la mañana. Grace bostezó.

– Apenas ha amanecido. Todos estamos derrengados después de conseguir tranquilizar a los caballos anoche. El potro también tiene que dormir.

– Sólo quiero verlo. Después de lo de ayer… Me asusté tanto. -Se encogió de hombros-. Sólo quiero verlo.

Había tenido miedo de perder al potro. Igual que Grace había tenido miedo de perderla a ella.

– Lo sé. -Levantó los brazos-. Ven aquí. -Atrajo a Frankie entre sus brazos y la acunó-. Eh, ¿te he dicho alguna vez lo mucho que te quiero?

– No seas sensiblera. -Pero Frankie siguió con la cabeza enterrada en el hombro de su madre e intensificó el abrazo. Permaneció así durante unos instantes-. Ayer también tuve miedo por ti. Pero me acordé de todo lo que me dijiste acerca de confiar en Jake. Lo consiguió, ¿eh?

– Sí, sí que lo consiguió. -Volvió a abrazar a su hija-. Y tú también. Y yo. Ha sido una operación en equipo.

Frankie sonrió.

– ¿Y no fue divertido cómo Charlie avisó a Jake para que viniera y nos rescatara?

– Charlie es muy inteligente.

La niña asintió con la cabeza.

– Como nuestro propio Charlie. Hice bien en ponerle al semental su nombre, ¿verdad? Puede que a Charlie también le gustara. ¿No te parece?

– Creo que Charlie se habría sentido orgulloso de que un semental que ayudó a salvarte se llamara como él.

– ¿Sabes?, cuando estaba tumbada en la arena con Maestro, pensé en Charlie. Y estuve escuchando su música en la cabeza todo el rato. Eso hizo que me sintiera… protegida. Y se me quitó el miedo.

Grace tragó saliva para aflojar el nudo que se le había hecho en la garganta.

– Eso estuvo bien, Frankie.

– Y cuando llegó Jake, supe que todo iba a ir bien, y no porque me hubieras dicho que es mi padre. He conocido a algunos de los padres de mis amigos y eran unos auténticos perdedores.

– ¿Qué piensas acerca de que Jake sea tu padre?

Frankie sacudió la cabeza.

– No lo sé. Es algo… extraño. Tendré que acostumbrarme a ello.

– ¿Me culpas por ello?

La niña pareció sorprenderse.

– ¿Por qué habría de culparte? Me gusta Jake, pero tú eres mi madre. Y te quiero. Y nos ha ido muy bien sin él.

Grace rió entre dientes.

– Era sólo una pregunta. -Se levantó-. Ve a ver cómo está el potro, iré al corral en cuanto me vista.

El jeque estaba en el corral observando a Charlie y a Hope cuando Grace llegó allí cuarenta y cinco minutos más tarde.

– No parecen haber sufrido ningún daño durante la tormenta.

Ella asintió con la cabeza.

– Tu mascarilla de plástico fue de gran ayuda. Pero tenías razón; los dos caballos sudaron excesivamente. Frankie y yo les limpiamos y lavamos los ojos cuando volvimos anoche. -Puso mala cara-. No fue fácil.

– Me sorprende que pudierais hacerlo.

– A mí también me sorprendió. Deben haber aprendido a confiar un poco en mí en circunstancias difíciles.

– Son unos caballos excepcionales -dijo el jeque-. Recuerdo lo hermosos que me parecían cuando Burton los estaba amaestrando, pero había olvidado lo maravillosos que eran. ¿Qué planeas hacer con ellos? -Sonrió abiertamente-. Se me podría convencer para quitártelos de las manos.

– Eres muy amable. -Grace le devolvió la sonrisa-. Supongo que los herederos de Burton tienen derecho a tenerlos, pero no van a venir a por ellos. Han tenido una vida dura, y no voy a correr el riesgo de que se le vuelva a hacer pasar por ningún infierno.

– Soy muy cariñoso con mis caballos.

Ella negó con la cabeza.

– Le prometí a Charlie que cuidaría de él. Voy a hacerlo.

El jeque asintió con la cabeza.

– Lo entiendo. Responsabilidad. -Se dio la vuelta-. Debería volver a mi campamento y asumir mis responsabilidades. Ha sido un placer conocerte. Espero volver a verte a ti y a tu hija pronto.

– Has sido muy amable, pero creo que Frankie y yo querremos estar lejos de esta parte del mundo durante una temporada.

– Los recuerdos se desvanecen, y os puedo enseñar un desierto tan increíble que os dejaría pasmadas.

– Esa tormenta de arena ya me dejó pasmada.

– Cierto. -El jeque se rió entre dientes-. Pero dadnos una oportunidad.

Grace se quedó mirando cómo se alejaba.

– Hablaba en serio, ¿sabes? -Grace se volvió para ver a Kilmer salir del cobertizo-. Adam nunca dice nada de broma. Se siente muy orgulloso de su desierto, y es consciente de que has tenido una mala experiencia.

Ella sacudió la cabeza.

– Quiero irme a casa.

– ¿A la casa de Charlie?

Ella asintió con la cabeza.

– Frankie necesita una vida normal de nuevo. Y yo necesito despedirme de mi amigo Charlie. Nunca llegué a hacerlo realmente. Si sus amigos no han organizado ningún servicio en su memoria, lo haré yo.

– De acuerdo, es comprensible. -Kilmer volvió a mirar los caballos-. ¿Dónde me deja eso a mí?

– ¿Qué?

– No os voy a soltar. Ni a ti, ni a Frankie.

Primero una alegría embriagadora y luego el miedo cayeron sobre ella en cascada.

– Puedes hacer lo que quieras. Ninguna te pertenecemos.

– Entonces me esforzaré y haré todo lo que sea necesario para que me pertenezcáis. -Volvió a mirarla-. Frankie no va a ser tan dura; está deseando darme una oportunidad. Me acaba de decir que le contaste que era su padre. ¿Por qué?

– En el momento me pareció que tenía que hacerlo. -Se humedeció los labios-. Se lo tomó muy bien. ¿Cómo estuvo contigo?

– Con absoluta naturalidad. Ni lágrimas ni abrazos. Creo que estoy a prueba. Por mí, perfecto; no espero nada más. Todo lo que quiero es una oportunidad. -Bajó la voz-. Una oportunidad, Grace.

– Te dije que te dejaría verla.

– Una oportunidad contigo, Grace. Una oportunidad para construir.

Ella negó con la cabeza.

– No tenemos nada sobre lo que construir… Ah, claro, el sexo. Pero eso no es suficiente.

– Es un comienzo tan bueno como cualquier otro. -Kilmer hizo una pausa-. Y creo que hay un montón de cosas, además del sexo, que funcionan. El respeto, la simpatía… puede que el amor. Al menos por mi parte. Tú me importas. Démonos la oportunidad de averiguar qué otras cosas hay. -Sonrió-. Te prometo que haré que te resulte entretenido.

Grace sintió una oleada de calor hormigueándole por todo el cuerpo cuando lo miró.

– No quiero que se me entretenga.

– Sí, sí que quieres. Ahora mismo te estás acordando de lo bien que nos fue. Yo no necesito recordarlo; lo tengo presente a todas horas.

Ella sacudió la cabeza.

– No puedo ocuparme de esto ahora. No sé lo que siento por ti. No sé si quiero arriesgarme a que formes parte de mi vida y de la de Frankie.

Kilmer escudriñó la expresión de Grace.

– Lo entiendo. Te estoy metiendo prisa. De acuerdo, retrocederé y te daré algún tiempo. -Apretó los labios-. Pero no mucho. ¿Cuándo quieres volver a Alabama?

– Cuanto antes. Tengo que encontrar un medio de transporte para Charlie, Hope y el potro.

– Eso llevará tiempo. No tienes ninguna documentación de los caballos y no es fácil arreglar un transporte a Estados Unidos desde un país extranjero.

Grace arrugó el entrecejo. No se había puesto a pensar en la logística.

– ¡Maldita sea!

– Os enviaré a ti y a Frankie a Estados Unidos mañana. Le pediré a Adam que me preste a algunos de sus hombres para que me ayuden a cuidar de los caballos mientras me encargo de los preparativos para enviártelos. ¿Te parece bien?

– Sí, gracias.

– No me lo agradezcas. Quiero cuidarte de todas las maneras que pueda, tengo que recuperar nueve años. -La miró directamente a los ojos-. Hasta que pueda enviarte esos caballos, estaré en contacto. Llamare todas las noches, y hablaremos, y llegaremos a conocernos el uno al otro, Quizá, si estamos lo bastante lejos para no tocarnos, nos resulte mas fácil comunicarnos de otra forma. -Se dio la vuelta y se dispuso a marcharse-. Me pondré a ello ahora mismo.

– Kilmer.

La miró por encima del nombro.

– ¿Y qué hay del motor? ¿Todavía lo quieres?

– ¡Diablos, si:

– Si lo encuentras, ¿crees que la CIA permitirá que te lo quedes?

– Si puedo encontrarlo lo bastante deprisa para cogerlo y largarme, sí. La posesión es las nueve décimas partes de la ley. -Sonrió burlonamente-. Hace cosa de un año me hice un seguro. Me puse en contacto con los dos herederos legales de Burton y les compré todos sus derechos futuros sobre el patrimonio de Burton. Les ofrecí cien mil dólares y el diez por ciento de todo lo que pudiera rescatar. Pensaron que estaba loco por creer en una quimera, pero cogieron el dinero, firmaron los documentos y salieron corriendo.

– Muy inteligente.

– Fue un trato justo. Yo asumía el riesgo, y ese diez por ciento podría hacerlos más ricos de lo que jamás hubieran soñado. -Entrecerró los ojos-. ¿Por qué me preguntas esto ahora?

– Podrías volver a la zona donde estuve deambulando con Charlie ayer. En alguna parte cerca de aquel cauce seco, al otro lado de las dunas.

– ¿Por qué?

– No paraba de volver allí. No le presté mucha atención; de todas maneras, no acababa de creerme que Charlie y Hope pudieran conducir a alguien al escondite de Burton. Pensé que Charlie sólo estaba caminando en círculos.

– Quizá fuera eso lo que estuviera haciendo.

– Pero anoche, cuando estábamos buscando a Frankie, parecía saber adonde se dirigía, y la encontró. El instinto estaba actuando. Y puede que el instinto también estuviera actuando ayer a mediodía. El instinto y la memoria.

– Es posible. Vale la pena intentarlo. -Le sostuvo la mirada-. El instinto y la memoria pueden ser unos fundamentos buenísimos, ¿no te parece?

Eso ocurrió un instante antes de que Grace pudiera apartar la mirada.

– A veces. -Se obligó a darse la vuelta-. Tal y como has dicho, vale la pena intentarlo.

– Exacto -dijo Kilmer en voz baja-. Eso es justo lo que he dicho, Grace.

Epílogo

Seis meses más tarde

– Han llegado, mamá. -Frankie entró corriendo en el establo-. Los he visto cuando han doblado la curva de la carretera.

Grace se puso tensa y se apartó de Darling. El corazón le latía con fuerza y sintió que el calor le subía a las mejillas.

– ¿Por qué no vas a recibirlos? Iré enseguida.

– Corriendo. -Frankie salió del establo como una exhalación.

Grace no quería correr. Cerró los ojos e intentó recobrar la compostura. No era que no hubiera sabido que iba a llegar ese momento; Kilmer había llamado la noche anterior para decirle que llegarían ese día.

Pero saberlo no la había salvado de pasarse toda la noche en vela tumbada en la cama, ni de que la perspectiva la hubiera revolucionado. Y tampoco impedía que quisiera echar a correr por la carretera como Frankie.

Respiró hondo, se dio la vuelta y salió del establo. Blockman, Donavan y Frankie estaban abriendo la valla para dejar que Charlie, Hope y el potro entraran en el cercado. Cosmo rebuznó y se dirigió trotando hacia ellos.

Kilmer caminaba hacia ella.

– Tienes algunos animales nuevos. Y me he enterado de que necesitas un mozo de cuadra.

¡Dios!, tenía un aspecto fantástico.

– Tienes más titulación de la requerida. Y me gusta que mis ayudantes se queden durante algún tiempo.

– Me quedaré. Ponme a prueba.

– Me dijiste que encontraste el motor. ¿No era tan bueno como se suponía?

– Sí, las pruebas preliminares fueron asombrosas.

– Entonces no necesitas un trabajo.

– Lo necesito. Y te necesito a ti. -Sonrió-. Piensa en tu posición dentro de la comunidad. Serás la única propietaria con un mozo de cuadra multimillonario.

– La idea tiene sus ventajas. -Kilmer estaba lo bastante cerca para tocarla. ¡Por Dios!, Grace estaba deseando acariciarle. Había pasado demasiado tiempo-. Ya sabes lo mucho que he valorado siempre mi posición social. Por supuesto, estaría dispuesta a darte algunos incentivos.

– Cuento con ellos. No esperaba menos. No puedo trabajar sin ellos.

– Ni yo tampoco. -Ya estaba bien. Grace no pudo esperar ni un segundo más.

Avanzó un paso y se encontró entre sus brazos.

Iris Johansen

Vive cerca de Atlanta, Georgia. Después que sus dos hijos empezaran a ir al colegio, Iris decidió dedicar su nuevo tiempo libre a escribir. Como era una gran lectora de novelas románticas, escribió una historia de amor y se sorprendió cuando comprobó que era tan voraz escritora como lectora. Durante los años 80, su nombre estuvo ligado a fogosas aventuras, apasionados misterios y ardientes escenas de amor. Su nombre figuró en las listas del New York Times junto con otras escritoras consagradas. Pronto en sus novelas, desarrolló el hábito de seguir a sus personajes de libro en libro, algunas veces introducía como secundario al que en una novela posterior era protagonista, creando así familias, relaciones y países imaginarios a través de todas sus novelas.

En 1991, Johansen rompió con el género del romance con The Wind Dancer, una novela de suspense ambientada en la Italia del siglo XVI. A ella le han seguido dos secuelas Storm Winds y Reap the Wind, que forman una trilogía.

Tiene más de ocho millones de ejemplares vendidos de sus libros y es inmensamente popular en su país, Estados Unidos. Sus libros han sido traducidos a doce idiomas. Los críticos han dicho de ella «los personajes reales, diálogos ágiles y trepidantes apoyan a una trama de suspense que mantiene al lector aferrado hasta el fin»

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