Cathy Bissette creía haberlo dejado todo atrás: su trabajo de publicista, el glamour de la ciudad de Nueva York y su corazón roto… Lo único que quería era disfrutar de sus tres meses de vacaciones en las maravillosas costas de Carolina del Norte.

Pero, nada más ver aparecer a Jared Parsons a bordo de su barco, supo que se había acabado la tranquilidad. No estaba segura de qué la molestaba más de él, si su arrogancia, o la pasión que provocaba en ella…

¿Volvería a huir de todo… o acabaría en los brazos de un hombre al que no quería amar?

Fern Michaels

Huyendo de todo

Huyendo de todo (2002)

Título Original: Sea gypsy (1980)

Capítulo Uno

Las sombras rojizas fueron dando paso, muy lentamente, a los tonos rosas y grisáceos del amanecer. Para Cathy Bissette, esta era su parte favorita del día. Le encantaba la mañana y su silenciosa soledad con el reconfortante pensamiento de que el nuevo día traería, si no felicidad, al menos sí satisfacción. Por eso había pedido tres meses de baja voluntaria en la editorial donde trabajaba como editora y había alquilado el apartamento que tenía en el Village de Nueva York.

Había ido a las llanuras costeras de Carolina del Norte. Allí podría despojarse de la sofisticación adquirida en la gran ciudad para regresar a la vida sin complicaciones que había dejado atrás. Allí, en Swan Quarter, rodeada de un padre que la adoraba, de sus viejos amigos y de las verdes orillas cubiertas de hierba que rodeaban las aguas de Pamlico Sound, podría restaurar su espíritu y aliviar su alma.

El suave beso de las aguas del estrecho sobre los pies resultaba muy relajante, un bálsamo para sus atormentadas emociones. Era una sensación muy dulce, como cuando Marc Hellenger la tocaba y estrechaba entre sus brazos. No obstante, no le gustaba en aquellos momentos, en aquella paz solo rota por los graznidos de las gaviotas y por los sonidos de los barcos pesqueros atando amarras en los muelles.

Sacó un pie, luego el otro, y se sentó al estilo indio. Ni pensaría ni sentiría. Sin embargo, una vez más, las dudas empezaron a apoderarse de ella a pesar de su decisión. ¿Se había equivocado al salir corriendo como un cachorrillo asustado? Recordó la respuesta que le había dado a Marc: «Si me amaras, te casarías conmigo». Le había sonado anticuada hasta a ella misma, por lo que sólo Dios sabía lo que le había parecido a él. ¿Por qué no podría ser sofisticada e inteligente como las otras chicas de la editorial? Ellas sí habrían sabido cómo manejar a Marc y a sus insistentes peticiones de «si me amaras, te acostarías conmigo». Pues ella no era como las otras chicas y no había podido hacerlo. Tanto si se había equivocado como si no, se había mantenido firme en su decisión y, sin duda, acabaría siendo una vieja rancia.

Cathy se cambió de postura para ponerse más cómoda, aunque estuvo a punto de tirar su bolso de lona al agua. El corazón empezó a latirle a toda velocidad por el sobresalto. Con rapidez, colocó el bolso en un lugar más seguro. Contenía las galeradas del último manuscrito de Teak Helm y una novela romántica que había prometido a su jefe que editaría, junto con un bollo y un termo de café. Los dos primeros eran para alimentar la mente y, los dos últimos, el estómago.

Se sentía cómoda allí, a salvo de Marc. ¿Por qué seguía utilizando las palabras a salvo? Esto era algo que decían los niños, o las madres para referirse al bienestar de sus hijos. Ella ya no era una niña, sino una mujer de veinticuatro años con un trabajo de responsabilidad, un apartamento alquilado, un Mustang de segunda mano y su trayecto en ferry todos los días. ¿Por qué no podía aceptar una aventura sin necesidad de un pequeño trozo de papel llamado certificado de matrimonio? Todas sus amigas estaban teniendo aventuras y se sentían muy felices por ello. ¿Por qué tenía ella que ser diferente?

Cuadró los hombros y musitó:

– Porque no es algo que pueda tomar a la ligera.

«Y ya está».

Con eso, se sacudió el polvo de las manos y se puso de pie. Si corría rauda a lo largo de la costa para vaciar su mente de los pensamientos de Marc, volvería a nacer en las orillas de Pamlico Sound. Ella pertenecía a aquel lugar. Quería estar allí ¿O no?

Cuando empezó a correr, iba un poco a tirones, hasta que los músculos se le acostumbraron al ejercicio y comenzó a hacerlo con su antiguo estilo. Cabeza levantada, codos doblados, puños un poco apretados. Respiraba de un modo profundo y regular, con el aroma salado del mar perfumando sus sentidos.

Un ligero bufido a sus talones la hizo darse la vuelta, aunque sin romper nunca la carrera.

– Hola, Bismarc, me alegro de verte. Te echo una carrera hasta el final del muelle.

El setter irlandés echó a correr y la adelantó con rapidez. El animal sabía que si llegaba al final de la carrera antes que la muchacha de trenzas rubias, ella le daría una golosina. Y, si tenía suerte y a la chica le apetecía, le rascaría la tripa durante al menos diez minutos.

– ¡Mírate! ¡Pero si ni siquiera estás jadeando! -gimió Cathy, antes de dejarse caer sobre las suaves láminas de madera del muelle-. Yo no estoy en forma, aunque esto es temporal. Para cuando acabe el verano, te echaré otra carrera y te ganaré sin despeinarme. Toma, te mereces esto -añadió, entregándole al perro una galleta.

Cathy se sirvió una taza de café del termo y se sentó a comerse su bollo.

– Me apuesto algo a que te ha sorprendido verme en casa, ¿verdad? Bueno, pues te cuento. Las cosas se pusieron un poco mal en la Gran Manzana y decidí salir corriendo y volver con papá y contigo. Yo no soy, en realidad, diferente de las otras. Son mis valores los que son diferentes. Sé que eso suena algo pasado de moda y que las chicas de mi edad no piensan en el recato, pero yo sí. No sé cómo hacer la escena del bar y no me meto en la cama a las primeras de cambio. Tal vez tenga razón o tal vez no. Ya no lo sé.

Bismarc dejó de roer la galleta. Levantó las orejas, no por las palabras que estaba escuchando sino por el tono de voz de Cathy. Entonces, sin levantarse del suelo, se acercó hasta ella y le colocó la cabeza en el hombro, deseando que ella se echara a reír y lo abrazara como lo hacía siempre. Ella se echó a reír.

– Te tengo a ti. ¿Es eso lo que estás tratando de decirme? El mejor amigo de la chica. Leal, devoto y cariñoso. Lo tienes todo, Bismarc. Tú nunca me darás la espalda. Sin embargo -le advirtió, mientras agarraba da cabeza del animal-, ni haces que el corazón me lata más fuerte ni que los sentimientos se me desboquen. Además, ¿de qué me sirves tú en una fría noche de invierno? Venga, date la vuelta para que te pueda rascar la tripa -añadió. El perro se dio la vuelta de inmediato, sin necesidad de que se lo dijera dos veces-. Me he traído las galeradas del nuevo libro de Teak Helm. Su último libro fue un Best-seller y vendió más de un millón de copias. Este promete ser incluso mejor. Si yo fuera su editora. Sismare, lo tomaría de la mano y En realidad, creo que podría hacerlo cuando regrese a Nueva York. El editor de Teak se va a mudar a la costa oeste y mi jefe me dijo que yo soy la primera candidata para ese trabajo. Imagíname a mí, Cathy Bissette, una chica de Carolina del Norte, convirtiéndome en la editora de Teak Helm. Menuda vida debe de llevar, con todas esas maravillosas aventuras en el mar, las historias como la vida misma que él crea Ése es un hombre al que me encantaría conocer.

Cuando oyó que alguien la llamaba por su nombre, Cathy se volvió a tiempo de notar un par de cosas: que su padre avanzaba por el muelle hacia ella y que una lancha se abría paso a través de las aguas salobres. Bismarc se puso de pie rápidamente y empezó a ladrar en dirección a la lancha.

– Parece que tenemos compañía -dijo Lucas Bissette, con voz grave-. Una compañía muy poderosa, a juzgar por el sonido de esa lancha. Y rico, por el aspecto del yate que está anclado más allá.

– Es un poco temprano para tener visitantes -comentó Cathy, con una inquietante sensación entre los hombros.

La respiración se le aceleró al ver la aerodinámica lancha, con la proa levantada y cortando el agua por la potencia de su casco. El alba, que había adquirido ya tonos dorados, dotaba a todos los objetos de un halo amarillo, incluido el piloto de la lancha, que estaba ya apagando los motores. Se veía que era una figura muy masculina, alta y de anchos hombros que manejaba el timón con una bellísima mujer a su lado.

Lucas Bissette y Cathy estaban de pie, esperando a que llegara la lancha, como un reducido comité de bienvenida. El manejo que el hombre tenía de la lancha era admirable. Con gran maestría, lo dirigió al muelle y allí lanzó los cabos de proa y popa para que Cathy y Lucas los ataran a los pilares del muelle. Ella pensó que no se trataba de ningún dominguero y, en cierto modo, se alegró de que una nave tan hermosa estuviera en manos de un marino tan hábil. Muy a menudo, había visto lanchas muy lujosas que se estropeaban en manos de dueños descuidados y sin experiencia, a los que los lobos de mar denominaban con tono de desprecio «domingueros».

Cathy contuvo el aliento al ver la atlética agilidad con la que el hombre saltaba al muelle. Le fue imposible no fijarse en sus hermosos rasgos físicos, que se veían realzados por un dorado bronceado. El cabello oscuro, peinado de manera informal hacia un lado y algo más corto de lo que mandaba la moda, hacía que destacaran aún más unos penetrantes ojos grises. Estos recorrieron con brevedad los vaqueros recortados y la camiseta que Cathy llevaba puestos; incluso pareció atravesar las prendas y examinar las suaves curvas de su figura. Cuando sonrió, a modo de saludo, fue un gesto cálido y afectuoso, en el que se mostraron una divertida ironía y unos blanquísimos dientes.

Cathy sintió que ella misma entornaba la mirada al ver a la mujer que lo acompañaba. De repente, se sintió muy avergonzada de las trenzas que llevaba y del hecho de llevar las piernas al descubierto y los pies descalzos. Aquella mujer era tan hermosa y tan sofisticada Incluso a aquellas tempranas horas de la mañana, su maquillaje era perfecto y el cabello, rubio platino, parecía peinado por un peluquero de Nueva York.

De soslayo, Cathy observó cómo su padre cuadraba los hombros y se subía los pantalones, a modo de tributo silencioso para aquella extraordinaria mujer.

– Me llamo Jared Parsons -dijo el hombre, extendiendo una bronceada mano-. Y ésta es Erica Marshall mi secretaria.

«Sí, claro, la secretaria», pensó Cathy al ver la posesión con la que la mujer miraba a su acompañante.

– Estoy buscando a Lucas Bissette -añadió el hombre-. Según los mecánicos navales de la isla de Ocracoke, es el mejor mecánico de esta costa. Salí de Maine hace unas pocas semanas. Por desgracia, mi ingeniero jefe cayó enfermo y ahora se encuentra hospitalizado en Virginia Beach. Iba a recoger a otro ingeniero en el cabo Fear, pero tuve problemas con los motores en Ocracoke. Por los pelos, y lo digo literalmente, conseguimos llegar hasta aquí. Voy de camino a mi casa en Lighthouse Point, Florida. Bueno, ¿pueden decirme dónde puedo encontrar a ese Bissette?

Cathy sonrió levemente. Aquellas últimas palabras no le parecieron una pregunta, sino más bien una orden. ¿Cómo reaccionaría su padre? Se apenó al ver que una amplia sonrisa estiraba los labios de Lucas. Mientras contestaba, no dejaba de mirar a la mujer.

– Está usted hablando con él -dijo-. Y ha oído bien. Soy el mejor mecánico de estas costas.

– Lo sabía -comentó Erica, con una sonrisa en los labios-. Tiene ese aspecto que dice que que sugiere conocimiento.

Cathy sonrió al ver que Jared Parsons hacía un gesto de desaprobación. «¡Vaya con la elocuencia de las secretarias!», pensó ella, sintiendo una inmediata antipatía por la hermosa Erica.

Jared extendió la mano en dirección a la de Lucas y se la estrechó con fuerza.

– Me alegro de conocerle, señor Bissette. Espero que pueda ayudarme.

– Lo intentaré. ¿Puede decirme qué le ocurre al barco? -preguntó Lucas, esperando escuchar la serie de comentarios propios de un marinero aficionado. En vez de eso, Jared Parsons parecía tener una idea muy exacta de lo que le ocurría al motor de su yate.

– En primer lugar, está lo del generador primario. Se suponía que íbamos a recoger otro en el cabo Fear. El ingeniero lo ha ido a buscar y está preparado. En segundo lugar, creo que el tubo de escape está a punto de romperse. Y lo último, pero no menos importante, la válvula de admisión de agua de mar me está dando problemas. De nuevo, podríamos decir. Ya se ocuparon de ella en Kennebunkport, Maine, al menos eso creía yo. Pero ahora ya no estoy tan seguro.

– Parece que tiene una ballena varada en vez de un barco, hijo. Le echaré un vistazo más tarde, cuando tenga tiempo. Si se puede arreglar, estaré encantado de hacerlo, aunque creo que es mejor que se vaya preparando para estar por aquí una semana más o menos.

– ¡Una semana! ¡Señor Bissette, yo no dispongo de una semana! Tengo que volver a Lighthouse Point esta misma semana. Mire, le pagaré el doble de lo que cobre habitualmente, o el triple si es necesario, pero necesito que esté hecho hoy, o mañana como muy tarde.

Cathy irguió la espalda al oír aquel tono arrogante. ¿Por qué los hombres como él siempre creían que el dinero lo podía comprar todo? Apretó los dientes y pensó que si su padre cedía, lo tiraría del muelle acompañado de la hermosa Erica.

Bismarc parecía estar de acuerdo con los sentimientos de Cathy porque empezó a gruñir para mostrar su desaprobación. Entonces, hizo algo que alegró el corazón de la joven. Lentamente, fue acercándose a Erica y empezó a lamerle la pierna.

– ¡Ay! -gritó la mujer. Entonces, dio un paso atrás y perdió el equilibrio, cayendo enseguida al agua del puerto-. ¡Maldito animal! -añadió al salir a la superficie con un indigno chapoteo.

Bismarc, sin preocuparse en absoluto por lo que había hecho, se puso de pie y colocó las patas delanteras en los hombros de Jared para pedirle su atención. Él no pareció estar enfadado y se echó a reír mientras contemplaba a su secretaria. Sin embargo, Lucas pareció estar preocupado por Erica e hizo un gesto para ayudar a la mujer. Jared lo detuvo de inmediato.

– Sabe nadar y tiene la escalerilla muy cerca -le dijo. Entonces, empezó a rascar la cabeza del perro y sonrió a Cathy-. Es un perro muy cariñoso, señorita -añadió, mirándola-. Parece saber muy bien lo que le gusta y lo que no.

Cathy contempló aquellos ojos grises y, de nuevo, se avergonzó por su desastrada apariencia. Se sentía fuera de lugar y muy incómoda ante el escrutinio al que la estaba sometiendo el hombre. Tenía que decir algo, hacer algún comentario.

– Pensé que había dicho que su secretaria sabía nadar. Pues a mí me parece que se ha sumergido en el agua por tercera vez.

– Saldrá cuando se dé cuenta de que no voy a rescatarla -dijo Jared, con frialdad.

Cathy se encogió de hombros y se inclinó para recoger su bolsa de lona. Todo lo que llevaba dentro se había desparramado por el suelo cuando Erica se cayó al agua.

– Permítame -se ofreció Jared, inclinándose. Entonces, le entregó las galeradas de Teak Helm y el termo.

Cathy no pudo decidir qué fue lo que se apoderó de ella, pero agarró con fuerza las galeradas y se las quitó de la mano.

– ¡Deme eso! -lo espetó.

– No iba a hacer nada con ellas, sólo se las iba a meter en la bolsa -replicó él con una burlona sonrisa en los labios, cuando vio que ella colocaba los papeles en la bolsa como §i estuviera metiendo huevos.

– Maldito seas, Jared. Podrías haberme ayudado a salir -dijo Erica, apartándose los mechones de cabello húmedo de los ojos. Entonces, llena de furia, lanzó un pie en dirección a Bismarc.

El rostro de Jared mostró una expresión dura y fría cuando la agarró del brazo para apartarla del animal.

– El perro sólo estaba mostrándose simpático contigo. Métete en la lancha. Te llevaré al Gitano para que te cambies. Señor Bissette -añadió, mirando a Lucas-, regresaré en cuanto la haya dejado en el yate para que podamos hablar.

Bismarc dio un paso al frente, con la intención de acercarse a Erica para disculparse, pero ella lanzó un grito. Cathy no pudo evitar soltar la carcajada.

– Vamos, Bismarc, volvamos a la casa.

Sin decir más, se dio la vuelta y salió corriendo detrás del perro, que le había tomado la delantera. Se habría sorprendido mucho si hubiera visto el modo en el que la miró Jared Parsons, al verla salir corriendo con la bolsa amarilla golpeándole el costado.

Cuando llegó a la casa, Cathy se puso a preparar el desayuno. Rompió unos huevos y empezó a batirlos a toda velocidad. Se sentía furiosa y no sabía por qué. Desde luego, no estaba enfadada porque Jared Parsons hubiera tocado las valiosas galeradas de Teak Helm. Acababa de conocerlo y estaba batiendo los huevos como si la sangre le hirviera en las venas. De repente, se dio cuenta de que era por Erica. No se podía consentir a nadie en el mundo que fuera tan hermosa. Incluso Lucas, su propio padre, había caído a los pies de su belleza. ¡Hombres! Y Erica pertenecía a Jared Parsons. Le pertenecía del mismo modo en que Cathy habría pertenecido a Marc si hubiera cedido ante sus pretensiones.

Se preguntó si Marc la hubiera dejado sumergirse en el agua por tercera vez. ¿Habría hecho el mismo tipo de comentario que Jared Parsons? Era probable que sí. Los hombres solían hacer ese tipo de cosas cuando creían que eran dueños de una mujer. Se preguntó, de pasada, si él le pagaría un sueldo a la hermosa y seductora Erica por su trabajo como secretaria

Por fortuna, el agudo chisporroteo de los huevos al caer en la sartén caliente la sacó de sus pensamientos justo en el momento en que Lucas Bissette entraba por la puerta. Con rapidez, ella los echó en el plato. No dijo nada, sino que esperó a que su padre mencionara a los recién llegados. Mientras echaba comida en el plato de Bismarc y le llenaba el bol de agua, sus pensamientos se desbocaron. Jared Parsons era muy atractivo. De hecho, era muy guapo. Era viril, atlético y, evidentemente, muy rico. También era muy arrogante y exigente y presentaba una actitud un tanto condescendiente. Había habido un momento en el que había esperado que le diera a ella una palmadita en la cabeza, como hubiera hecho con Bismarc. También tenía una amante ¡Qué anticuado sonaba aquello! ¡Qué celo y qué rencor! ¿Por qué tenía que estar celosa? Acababa de conocer a aquel hombre, un hombre que la había mirado como lo hubiera hecho con un niño mugriento.

Cathy estaba de pie, delante de la ventana de la cocina, observando el regreso de la lancha. Sintió un ligero temblor en las piernas y el corazón empezó a latirle de manera apresurada. Una fuerza imperceptible la impedía apartar la atención de aquel hombre de ojos grises y triste sonrisa. Envidiaba a Erica y a todas las mujeres como ella ¿Se equivocaba? ¿Tenían ellas razón por vivir el momento y disfrutarlo? Cathy suspiró.

– ¿Has hecho suficientes huevos como para invitar al señor Parsons? -le preguntó Lucas, mientras se tomaba una tostada.

– No, no he hecho suficientes huevos porque no sabía que iba a venir a desayunar -replicó ella, tras darse la vuelta de la ventana-. Dado que yo soy la que se encarga de la cocina, habría sido un detalle por tu parte que me hubieras informado de que venía.

– He invitado a muchas personas de forma inesperada y nunca te ha molestado.

– La próxima vez, por favor, pregúntamelo -dijo Cathy, en tono más suave-. Ve a abrir la puerta que ya ha llegado.

Ella se dio la vuelta para seguir cocinando. Se encontraba muy incómoda por la presencia de aquel hombre. De algún modo, en su interior, sabía que su vida estaba cambiando, que había empezado a cambiar en el momento en que Jared Parsons se había bajado de su lancha.

Los fuertes ladridos de Bismarc dieron la bienvenida al recién llegado, pero a ella le hicieron dejar caer el huevo que tenía entre las manos. Al ver la expresión divertida que Jared tenía en los ojos, apretó los dientes. Incluso el perro sentía simpatía por él. Se suponía que los perros eran unos astutos jueces del carácter de las personas. Era una pena que Bismarc no fuera perfecto.

Cathy limpió el suelo y se volvió para enfrentarse con él.

– ¿Qué le gustaría para desayunar, señor Parsons?

– Cualquier cosa que sea tan amable de prepararme estará perfecto. Espero que no esté incomodándole o impidiéndole hacer algo

¿Era la imaginación de Cathy? ¿Estaban sus ojos mirando su bolsa de lona amarilla o la mantequera de madera y cobre que había en un rincón?

– Cathy nunca está demasiado ocupada como para no cocinar. Es uno de sus pasatiempos favoritos -dijo Lucas, afable-. Siempre gana el premio del picnic del cuatro de julio por su guisado de cangrejos. Lo ha ganado cuatro años seguidos. Sí, señor, todos los jóvenes de por aquí vienen los domingos y mi hija les prepara algo de comer.

«Dios Santo», gruñó Cathy. Ella que estaba ansiando ser glamurosa y seductora como Erica y Lucas se ponía a destacar sus cualidades domésticas.

– Si hay algo que aprecio de verdad, es una buena cocinera -comentó Jared, riendo.

Cathy frunció los labios. «Entre otras cosas», pensó mientras espolvoreaba con generosidad los huevos batidos con cebollinos y queso. Esperaba que Jared Parsons atribuyera el rubor que le cubría las mejillas al calor de la cocina.

Capítulo Dos

Jared Parsons engulló de inmediato el desayuno que Cathy le puso en la mesa. Ella esperaba que Lucas no se diera cuenta de que los huevos preparados para su visitante iban aderezados con cebollinos y queso mientras que los de él no llevaban nada. Le pareció notar una divertida expresión en los ojos de su padre cuando vio la bonita taza y las tostadas con canela que le había puesto a su invitado.

Con una ligera tosecilla, Lucas consiguió que su hija lo mirara y le guiñó el ojo. Por su parte, Cathy se limitó a dejar caer la sartén al fregadero y salir con prisa de la cocina. Entonces, se detuvo en seco y se dio la vuelta. Quería escuchar con sus propios oídos los que Parsons tuviera que decir. No quería perderse el día en que un hombre pudiera intimidar a su padre. ¿Qué diría el elegante marino cuando su oferta de triplicar el dinero no consiguiera que Lucas Bissette se diera prisa?

Bismarc la oyó entrar y Lucas y Jared se volvieron a mirarla. Su padre, con cierto aire de sorna. Parsons, con atención.

– Si se ha terminado el desayuno, vamos a echar un vistazo a ese motor -dijo Lucas, levantándose enseguida de la silla.

Jared se limpió la boca con una servilleta de cuadros y luego la dejó, con cierta intención, al lado de la de Lucas, que era de papel, con una picara sonrisa en los labios. Los ojos de Cathy siguieron sus movimientos y no pudo evita que el rubor volviera a cubrirle las mejillas. Maldito Jared Parsons.

– Cuando usted quiera, señor Bissette. Y le recuerdo que lo que dije en el muelle iba en serio. Le pagaré lo que me pida si consigue finalizar el trabajo para mañana como muy tarde. Es fundamental que llegue a Lighthouse Point antes del fin de semana.

Su voz era fría y pragmática, lo que hizo que el padre de Cathy frunciera el ceño. Nadie le daba órdenes a Lucas Bissette, ni en su casa ni en ninguna parte. Y aquello había sido una orden, fueran cuales fueran las palabras que él había utilizado. Cathy y Lucas lo sabían.

– Mire, señor Parsons -dijo él, mientras aspiraba su pipa-. No veo cómo puedo hacer lo que usted me pide, dado que no he visto la extensión del problema. Además, si lo que necesita es ese nuevo generador, se tardará tiempo en pedirlo. Aunque podamos hacer que nos los envíen desde cabo Fear, eso va a llevar al menos un día.

– ¡Al menos un día! -protestó Parsons-. ¡Pero si sólo está a cinco horas de aquí por tierra!

– Es mejor que tenga en cuenta que los palurdos de por aquí funcionamos a dos velocidades, lento y parado. Al menos, eso es lo que he oído que dicen.

Cathy esbozó una gran sonrisa. «Bien hecho, papá. Así se le dice que el dinero es algo con lo que se compran cosas, no personas», pensó. Al ver la sonrisa de ella, Jared tensó la boca. Lo habían rechazado, algo que, con toda seguridad, no le ocurría muy a menudo. Asintió, pero tenía los ojos grises tan turbulentos como el mar en un día de tormenta.

Lucas le puso la mano en el hombro, como para suavizar la fuerza de sus palabras, y dijo con suavidad:

– Sólo porque vivamos aquí, en este pequeño lugar tan tranquilo llamado Swan Quarter, no significa que no sepamos lo que ocurre en el mundo exterior. También tenemos prioridades: hoy le he dado mi palabra a Jesse Gallagher de que lo ayudaría a arreglar las redes con las que pesca gambas. Mire, señor Parsons, aunque me dijera que tenía un acuerdo comercial de millones de dólares en Lighthouse Point, le seguiría diciendo que las redes de Jesse son mi prioridad. Solo quiero que lo entienda

Sin poder contenerse, como siempre le ocurría, Cathy tomó la palabra.

– Lo que mi padre está tratando de decirle, señor Parsons, es que su dinero no es tan importante aquí, como tampoco lo son sus exigencias, realizadas con voz fría y arrogante. Usted ha venido a buscamos a nosotros, no nosotros a usted.

– Tal vez le sorprenda, señorita Bissette, pero entendí a su padre a la perfección en el muelle y lo comprendo ahora. No hay necesidad alguna para que tenga que interpretar sus palabras.

Estaba furioso, probablemente más de lo que Cathy había visto a ningún hombre. Resultaba evidente por la postura de los hombros y la rigidez de los músculos de la mandíbula. Las personas como Jared Parsons no cedían ante nadie.

– Si está listo, señor Bissette -dijo él. Entonces, se dio la vuelta y miró a su alrededor. Las palabras que pronunció a continuación dejaron atónita a Cathy-. Me gusta esta cocina. Resulta muy acogedora, con todas las plantas y los objetos de cobre. En particular, me encanta la chimenea y las vigas del techo.

Durante una décima de segundo, ella habría jurado que vio una mirada triste en aquellos ojos grises. Sin embargo, desapareció enseguida.

– Cathy decoró así la cocina por una de esas revistas de decoración tan modernas. Tiene buen ojo para lo que resulta cómodo -comentó Lucas, mientras le guiñaba el ojo a su hija.

– Supongo que uno podría decir que, en el fondo, es usted una persona muy casera -observó Jared, con una sonrisa en los labios que no se le reflejó en los ojos. Estos siguieron siendo fríos e inescrutables.

Cathy se sonrió al sentir que él la miraba con tanta fijeza.

– Supongo que podríamos decir eso. Lo que ve es lo que soy.

– Cathy, ¿por qué no nos sigues en el bote para que me puedas traer de vuelta y ahorrarle así al señor Jared el viaje? Después de todo, tiene una invitada a bordo y no queremos absorber todo su tiempo.

– Saldré después de limpiar la cocina. Id delante -respondió ella, sintiendo que aquellos ojos grises la estaban atravesando como si pudieran leerle la mente.

Bismarc se levantó y se estiró. Entonces, miró primero a Lucas y luego a Cathy. El primero se echó a reír.

– Es mejor que dejes a Bismarc aquí encerrado cuando te marches. Si no nos lo llevamos, se vendrá nadando detrás de nosotros.

Cathy sonrió levemente al imaginarse la escena sobre la brillante cubierta del yate de Jared Parsons y la hermosa señorita Marshall gritando a pleno pulmón.

– No lo encierre, señor Bissette -protestó Jared-. Si quiere nuestra compañía, a mí no me importa.

– Si vamos hacer negocios, llámame Lucas.

– Estupendo. Y tú a mí Jared.

– Vámonos, Jared -dijo Lucas, saliendo de la cocina a grandes pasos.

Entonces, los dos fueron de camino por el sendero que salía desde la parte delantera de la casa hasta el muelle. Bismarc iba trotando al lado de Jared. Ella observó cómo acariciaba al perro con una enorme y bronceada mano.

Tras llenar el fregadero de agua caliente, Cathy se sirvió una taza de café y se sentó, pero miró la taza sin tomar ni un sorbo. En vez de eso, tomó la que Jared había utilizado y acarició el asa con el pulgar. Los ojos, de un color azul verdoso, se le oscurecieron. Parecía haber un ligero aroma a colonia masculina flotando a su alrededor, que recordaba que Jared se había sentado justo donde estaba ella. El corazón empezó a latirle a toda velocidad cuando recordó lo atractivo que era. Era justo lo que las mujeres considerarían un macho. Si no fuera tan arrogante y condescendiente

De pasada, se preguntó quién sería su sastre.

Era evidente que todas sus ropas estaban hechas a medida. De eso estaba segura. Gracias a Dios, no iba cargado de joyas que tintineaban sin parar. Sin temor a equivocarse, se podría decir que era un hombre que hacía girar la cabeza a las mujeres y Erica lo tenía todo para ella sola.

Sin embargo, le había gustado su cocina. También sentía simpatía por su padre y por Bismarc y le habían encantado los huevos que le había preparado. Lo sabía por el modo en que los había devorado. ¿Qué pensaría de ella? Cathy sonrió, triste. Como si no lo supiera. Si estuviera al lado de Erica, ni siquiera su propio padre se fijaría en ella. No había comparación alguna, de eso estaba segura.

«Maldito seas, Jared Parsons», pensó. «Mi vida estaba a punto de volver a la normalidad y se te ocurre entrar en este puerto. La vida me está cambiando delante de los ojos. De algún modo, de alguna manera, vas a transformamos. Lo sé, lo presiento, y no estoy segura de que me guste».

Estaba segura de que su padre y Bismarc sentían simpatía por él. Entonces, ¿por qué tenía aquella extraña sensación sobre aquel hombre? Había algo en él que no le causaba buenas vibraciones. No era asunto suyo, pero le habría gustado saber qué era aquello tan urgente que tenía que hacer en Lighthouse Point. ¿Qué haría para ganarse la vida? De repente, le pareció que saberlo era de una vital importancia. Se dijo que no era justo hacer juicios sobre nadie sin conocerlo en profundidad, pero, a pesar de todo, la palabra farsante no dejaba de acudirle a la cabeza cuando veía a Jared Parsons. Sin embargo, después de que Lucas le hubiera puesto las cosas claras, era indudable que los dos hombres se habían hecho amigos. Todo el mundo apreciaba a su padre y Jared Parsons no era una excepción. Su padre tendría al marino comiéndole de la palma de la mano antes de que acabara el día.

Con tanta especulación, no estaba terminando sus tareas. Tenía que fregar los platos y había planeado limpiar el suelo antes de ponerse con las galeradas de Teak Helm. Solo eso era suficiente para enojarla. Había estado deseando sentarse para devorar la última aventura marina de Helm sin que nadie la molestara. En vez de eso, tenía que ir al yate para recoger a su padre. Si lo conocía bien, sabía que estaría horas examinando aquel motor antes de dar su veredicto final sobre el problema.

Para Lucas Bissette, un motor era como una mujer, un completo misterio que sólo los mejores hombres podían descifrar. Por supuesto, aquello no se aplicaba a mujeres como Erica Marshall. Allí no había misterio alguno.

– Daría siete, años de mi vida por poderme parecer a ella -gruñó Cathy mientras secaba los platos con el paño.

A los hombres como Jared Parsons no les atraían las chicas que tenían el aspecto de Cathy Bissette. Las chicas como ella tenían inteligencia. Las chicas como Erica, belleza. Cathy soltó un bufido y retorció el paño como si fuera el cuello de la hermosa secretaria.

– ¿Qué me está ocurriendo? -le preguntó a las paredes de la cocina-. ¿Por qué siento tanto rencor hacia una mujer?

Casi no conocía a Erica Marshall o a Jared Parsons. Decidió que se olvidaría de ambos y volvería a sus asuntos. Iría a recoger a su padre y el resto del día sería suyo para leer las galeradas de Helm. Las cosas solo podían cambiar si ella lo permitía. ¿Qué solía decir su profesor de psiquiatría? Que, en lo que respecta a enfrentarse a las emociones, no hay respuestas probadas o verdaderas. Uno no es responsable de sus emociones. Son algo intangible, sin substancia.

Decidió que, lo primero que iba a hacer, era dejar de culparse por lo que sentía. Mantendría sus sentimientos bajo control y empezaría a disfrutar del verano. Había trabajado como una esclava a lo largo de todo el invierno; así que su tiempo no iba a verse afectado por un rico playboy y su novia.

Cathy arrancó el motor del pequeño bote y, con mucho cuidado, salió del muelle. Se sentía muy orgullosa de su habilidad para manejar barcos y el conocimiento que tenía del mar. Salió con destreza del estrecho, disfrutando al sentir cómo la salpicaba el agua salada del mar. Había una ligera bruma a su alrededor y la humedad hacía que se le rizara ligeramente el cabello en las sienes. Aquello le daba el aspecto de una niña de doce años.

Al acercarse al yate, se sorprendió por su tamaño. Era de diseño italiano, con unos cincuenta pies de largo. Mentalmente, Cathy recordó todo lo que había leído u oído sobre aquel tipo de yates. Si no se equivocaba, Teak Helm también había glorificado sus cualidades. Muy pocas personas se podían permitir una nave como aquella, como muy pocos hombres tenían el estilo y las mujeres que encajaran con la belleza y el exceso de aquel barco.

Cathy leyó el nombre del yate, pintado en letras doradas en la proa: Gitano del mar III. Por el brillo de cromo y los aparejos que se veían, derrochaba lujo por todas partes. A pesar de que aquel exceso le produjera cierto desdén, ella no pudo dejar de admirar la línea del yate.

Entonces, notó que Erica Marshall estaba saludándola desde la cubierta. Con mucho cuidado, se acercó a la otra embarcación y la amarró a ella. Con gran maestría, subió al barco ella sola, a pesar de que Erica la agarró la mano para que pudiera subir a bordo.

– Gracias -murmuró Cathy mientras contemplaba el aspecto de la secretaria. Iba vestida con un minúsculo biquini, dos pequeños trozos de tela que mostraban el bronceado más glorioso que ella había visto nunca.

– ¿Puedo ofrecerte algo de beber? Acabo de prepararme un Maldita María.

– ¿No es un poco temprano? -preguntó Cathy, tras mirar el reloj. Eran sólo las 10:45.

– ¿Temprano? Oh, ya entiendo a lo que te refieres. Crees que hay alcohol en la bebida, ¡Claro que no! Tal vez debería haber dicho que era un Virgen María. Yo nunca bebo alcohol porque hace que te salgan granos -dijo, tocándose sus impecables mejillas-. Jar El señor Parsons es el que toma las bebidas alcohólicas. Yo solo finjo que lo hago. Ese es un secreto entre tú y yo. Sé que puedo estar segura de que no me delatarás.

– Sí, claro. ¿Está mi padre en los pantoques?

– ¿En los pantoques?

– Déjame que te lo diga de otra manera. ¿Sabes dónde está mi padre en este momento?

– Claro. Está con Jar con el señor Parsons.

– ¿Y dónde está el señor Parsons?

– Oh, bueno Están en algún lugar de este barco.

– Sí, eso ya me parecía -dijo Cathy, en tono de mofa, mientras observaba a Erica para ver el efecto que producían sus palabras en la otra mujer. No hubo reacción alguna. Era evidente que Erica se había acostumbrado a que la gente le hablara de aquel modo.

– Siéntate y toma un poco el sol -la invitó Erica, tendiéndose en una tumbona naranja.

– Gracias -musitó Cathy mientras se sentaba en una silla de lona.

Al mirar a su alrededor, Cathy pudo comprobar que el lujo de aquel barco era mucho mayor de lo que había pensado en un principio. Nunca en su vida había visto tan descarado hedonismo. Era casi escandaloso. Desde la cabina del barco, donde ella estaba sentada, se podía mirar a través de unas puertas de cristal que llevaban al salón. El suelo estaba cubierto de una espléndida moqueta verde esmeralda, que acentuaba el diseño tan contemporáneo de la tapicería del sofá. Unos largos y cómodos asientos rodeaban la zona, haciendo que el punto central de la sala fuera el bar de cromo y cristal que había en el rincón opuesto. El salón tenía el techo de cristal y, de uno de los laterales, salía una escalera de caracol que llevaba al puente de mando. Una suave música fluía a través de las puertas. Se imaginó que el barco entero tenía hilo musical. Mientras lo observaba todo, un camarero, vestido con una chaqueta blanca, entró al salón para volver a llenar el cubo del hielo.

– ¿Cuántos hombres componen la tripulación del señor Parsons? -le preguntó a Erica, dispuesta a recibir una de las vagas respuestas de la joven.

– Tres, incluyéndome a mí -respondió ella-. Tuvimos que dejar al que se ocupaba de los motores en Virginia Beach. Creo que tenía apendicitis o algo por el estilo.

– Te refieres al ingeniero jefe, ¿verdad?

– Supongo que sí. No presto mucha atención, al menos no a ese tipo de cosas.

– ¿No tienes que utilizar aceite solar o alguna crema protectora? -quiso saber Cathy. Envidiaba el profundo bronceado de la joven.

– Dios santo, no. Mi dermatólogo dice que tengo una piel perfecta y que nada puede estropeármela. Dice que yo soy una de esas escasas personas cuyo cuerpo necesita sol para seguir viva. Y tiene razón. ¿Utilizas tú algo?

Cathy no estaba dispuesta a admitir que tenía que utilizar aceite y yodo para conseguir tener un poco de color.

– A mí no me gusta mucho tomar el sol. Prefiero estar debajo de un buen árbol con un libro interesante.

– ¡Qué aburrido! -exclamó Erica, inclinando un poco más la cabeza en dirección al sol-. Espero que no me queden marcas -añadió mientras se ajustaba las tiras del minúsculo biquini.

– Sí, yo también lo espero -afirmó Cathy.

Por primera vez, se dio cuenta de que el bronceado de Erica era total, sin señales. Era evidente que estaba acostumbrada a tomar el sol completamente desnuda.

– ¿Qué hace el señor Parsons para ganarse la vida?

– ¿Hacer?

– Sí, claro, ya sabe. ¿En qué trabaja? ¿Es capaz de mantenerse a sí mismo?

– Oh. Envía facturas. En realidad, las mando yo. Soy su secretaria, ¿sabes? En estos momentos, estoy tomándome un descanso.

– Sorprendente. Bueno, supongo que lo tiene que hacer alguien.

– Odio mecanografiar cifras. Siempre me rompo las uñas. Jar el señor Parsons va a contratar a alguien para que haga los números por mí cuando lleguemos a Lighthouse Point.

Cathy se vio salvada de seguir hablando con Erica por la llegada de su padre y de Jared Parsons. Los miró alternativamente. Durante las dos últimas horas, los dos hombres habían alcanzado un cierto respeto mutuo. Jared se estaba limpiando la grasa de las manos y asentía mientras escuchaba a Lucas.

– Menudo problema tienes, Jared -le decía Lucas-. Diez días, y eso como mínimo. Si tienes que regresar a Lighthouse Point, te sugiero que tomes un avión. Esta belleza no va a surcar las aguas durante algún tiempo. Haré una llamada y veré lo que puedo hacer para conseguirte esa bomba de agua que necesitas y el tubo de escape. En cuanto al generador, es mejor que hagas que te traigan ese de cabo Fear. Puedes ir a ver a otro mecánico si quieres, pero, si saben algo de esto, te dirán lo mismo que yo.

Jared asintió. Sus rasgos decían que estaba resignado ante lo que Lucas le había dicho.

Cathy sonrió con tristeza al ver que Jared miraba a Erica. Parecía avergonzado. Lucas estaba mirando, descarado, la sedosa piel que ella les mostraba a todos, pero no hizo ningún comentario.

– Mira, hijo -prosiguió Lucas, colocándole a Jared las manos llenas de grasa encima del hombro-, ¿por qué no venís la señorita Marshall y tú a cenar esta noche? Cathy puede preparar su guisado de pescado, ¿verdad, hija? -añadió, suplicándole con la mirada-. Para entonces, yo ya tendré noticias. Eso es lo único que puedo hacer por el momento. Comemos a las siete, más o menos, dependiendo del humor de mi hija.

– Estaremos encantados, pero debes llamarme Erica. Todo el mundo me llama así, incluso Jared -dijo la joven, en tono somnoliento, desde la tumbona. Cathy hizo un gesto de desaprobación y Lucas sonrió forzoso al ver la incómoda expresión que se reflejaba en el rostro de Jared.

– Sí, estaremos encantados -replicó él, con frialdad-. ¿De gala o informal?

– Con corbata blanca -le espetó Cathy, muy irritada-. Y después de cenar siempre nos vamos a bañar desnudos al río.

– ¿De verdad? -preguntó Erica.

– De verdad -dijo Cathy mientras miraba furiosa a Jared. Entonces, empezó a descender por la escalerilla.

– ¿Se trata de una promesa eso de bañarse desnudos? -preguntó Jared, con un extraño tono de voz, mirándola atento mientras ella bajaba.

Muy a su pesar, ella se echó a reír. Sus enormes ojos, del color del mar, estaban llenos de picardía.

– Te lo juro. Los chicos en el margen izquierdo y las chicas en el derecho.

Jared soltó una carcajada, riéndose con ganas y con un cierto tono infantil. En ese momento, Cathy sintió que la opinión que tenía de él subió tres puntos.

Cuando padre e hija estuvieron en el bote, Cathy protestó abiertamente por encima del ronroneo del motor.

– Eso no ha estado bien, papá. Ahora voy a tener que pasarme toda la noche en la cocina.

– Ese hombre está hambriento de buena comida y de buenas personas como nosotros -replicó Lucas-. Ten piedad. Unas pocas horas de tu tiempo, empleadas en hacer que un hombre sea feliz, no es mucho pedir. Deberías avergonzarte, Cathy Bissette. ¿Qué clase de hija estoy criando?

– ¡Ya me has criado y lo has hecho lo mejor que has podido! El señor Parsons me molesta y lo mismo me ocurre con esa señorita Marshall. Ojalá no los hubieras invitado. Ellos son diferentes a nosotros, papá. Es rico y ella ella

– Es su mujer -respondió Lucas a voz en grito, para asegurarse de que Cathy lo escuchaba por encima del ruido del motor.

Mientras el padre ayudaba a la hija a salir de la pequeña embarcación, la estrechó con fuerza entre sus brazos.

– Cathy, no tienes por qué tener envidia de ella. Esa mujer es lo que es y tú eres lo que eres. Ella es la cubierta del pastel y tú eres el relleno. Lo que estoy tratando de decir es que eres

– Entiendo lo que quieres decir, papá, y si alguien más me dice que yo soy una persona de verdad y que soy muy hogareña, me voy a poner enferma. Tampoco tienes por qué tratarme como si fuera una niña. Deja de decirme lo buena que soy y deja de comportarte como un padre -concluyó ella mientras tomaba el camino que llevaba a la casa.

No podía recordar cuándo se había sentido tan furiosa. No hacía más que golpear un cacharro con otro. Le iba a preparar una cena de la que no se iba a recuperar jamás. Si aquello era para lo que valía, al menos se aseguraría que soñara con aquella cena durante el resto de sus días. Podría tener a la deliciosa Erica, pero aquella noche el plato principal lo serviría ella. Si tenía suerte, se quedaría tan saciado que no le apetecería tomarse como postre a una rubia platino.

Cathy se puso a trabajar, pensando en el plato que estaba a punto de preparar. El secreto era la cazuela de hierro fundido, aunque moriría antes de decírselo a nadie. Las hierbas y las especias estaban muy bien, pero si no se tenía el cacharro adecuado, no era nada especial. Prepararía una ensalada con las verduras de su jardín y galletas de mantequilla y leche para el postre. Además, haría una tarta de fresas para así poder ver cuál de los postres prefería Jared.

Decidió que pondría la mesa como Dios manda, con un mantel de cuadros y servilletas a juego. Un jarrón de margaritas y una botella de vino completarían el conjunto. Era una pena que Erica fuera a ir a cenar también, dado que lo que estaba preparando era una perfecta escena de seducción.

¡Facturas! ¡Se dedica a mandar facturas! Cathy se encogió de hombros y sonrió. Decidió que había trabajos y trabajos.

Cuando todo estuvo en orden en la cocina, se retiró a su dormitorio para prepararse para la cena. Llevaba en las manos la bolsa amarilla. Todavía no había pasado del primer párrafo de las galeradas de Teak Helm. Aquella noche sin falta, en cuanto las visitas se hubieran marchado, se prepararía una taza de té, le echaría un chorrito de ron, como lo hacía Teak Helm, y se metería en su cama con dosel para leer durante toda la noche. Sabía que viviría cada párrafo de la aventura hasta la última coma.

Cuando terminó de bañarse, salió de la bañera, se envolvió en una toalla y se dirigió al armario. Qué ponerse. Recorrió con la mirada un vestido de seda color aguamarina y luego se fijó en unos vaqueros.

– Lo que ves es lo que soy -repitió.

En efecto, aquellas habían sido sus palabras. Si se vestía de manera elegante, Jared Parsons terminaría por sospechar. Además, aquel vestido era el que había llevado puesto la última vez que había visto a Marc. Si se vestía de aquella manera, su padre la convertiría en el blanco de sus bromas, incluso delante de Jared Le gustaba el nombre. Lo pronunciaba con mucha facilidad. Era un nombre con una fuerza especial.

Por fin, seleccionó unos vaqueros de diseño que se le ajustaban justo donde decía el anuncio y una camisa de seda color amarillo claro con el cuello en uve. Iba tan informal que su padre no sospecharía nada. Jared estaría tan ocupado comiendo que no le prestaría ninguna atención. Así que, ¿por qué se estaba molestando? No podía esperar a ver el precioso conjunto que Erica llevaría puesto a aquella pequeña cena familiar. Sin duda, Vogue había publicado algún conjunto que costaría una fortuna y que Erica, así como que no quería la cosa, tendría en su armario.

Tras unos ligeros toques del secador y otros cuantos con el rizador en las sienes, se sintió preparada. Se puso unas sandalias de esparto y salió del dormitorio sin mirarse una segunda vez al espejo. Ella era Cathy Bissette. A su juicio, no era hermosa, pero hacía lo que podía para sacarse partido. «Soy lo que soy», se repitió.

Bismarc estaba levantado y olisqueaba la puerta, esperando que lo dejaran salir. En aquel momento, Cathy oyó el ruido de la lancha que se acercaba al muelle.

– No, Bismarc, tú te vas a quedar aquí. No necesitamos otro incidente como el de esta mañana. Túmbate y sé un buen chico.

El perro lanzó una serie de gemidos y volvió al lado de la chimenea. Allí, se tumbó al lado de las macetas y apoyó la cabeza en las patas, aunque tenía las orejas levantadas, como si estuviera esperando que alguien llamara a la puerta. Cuando la llamada se produjo, volvió a gemir, pero se quedó donde estaba.

Cathy dio un suave silbido al ver a su padre entrar en la cocina, vestido con lo que él llamaba su camisa de golf. Ella sonrió y Lucas soltó una carcajada.

– En mí es un desperdicio, ya que ya sabes que no juego al golf, pero Erica no notará la diferencia. Te apuesto cinco dólares a que dice que es para jugar al tenis.

Lucas sonrió una vez más y abrió la puerta. Cathy miró al cuarto servicio que había puesto a la mesa y luego contempló a Jared Parsons, que estaba en el umbral. Al ver su aspecto, el pulso se le aceleró.

Una vez más, al verlo pensó que la ropa que llevaba puesta no había salido de la percha de unos almacenes. Llevaba unos pantalones blancos y una camisa de seda multicolor. Parecía cómodo y relajado, como si estuviera preparado para cualquier cosa. Entonces, sonrió, y extendió un ramo de hojas verdes y pequeñas florecillas.

– Por lo general, consigo llevar algo mejor cuando me invitan a cenar, pero no he podido encontrar otra cosa con tan poco tiempo.

– Menos mal que ninguno somos alérgicos -comentó Lucas-. Eso es hierba lombriguera.

Jared se encogió de hombros.

– La señorita Marshall no ha podido venir y quiere que presente sus disculpas -dijo con pausa, observando a Cathy para ver su reacción.

Ella bajó los ojos, sin querer que él viera el alivio que se le dibujó en la mirada, y tiró el ramo de malas hierbas a la basura.

– Siéntate, Jared -dijo Lucas-. ¿Te apetece algo de beber? He traído un poco del whisky casero de Jeff Gallagher para la ocasión.

– Papá, no le irás a dar eso, ¿verdad?

– Claro que sí, quiero ver de qué pasta está hecho y la mejor manera de hacerlo es darle a probar la especialidad de Jesse. Por estas partes, si puedes tomarte media jarra, indica que eres un hombre.

Bismarc volvió a gemir y empezó a rascar el suelo. Si había algo que le gustara era ver la jarra de Jesse Gallagher y unas cuantas gotas en su plato.

– Mira a este perro -dijo Lucas, señalando a Bismarc-. Puede beber más que nosotros en menos de una hora y todavía ponerse de pie.

– Eso es porque tiene dos pies más que tú, papá -comentó Cathy. Le estaba gustando el escrutinio tan detallado al que la estaba sometiendo Jared.

– ¿Estamos hablando de beber en grandes cantidades o de sólo un trago de buenos amigos? -preguntó Jared.

– Bueno, hombre, es lo que uno quiera que sea. Tenemos la noche entera por delante. Lo único que tenemos que hacer es cenar lo que Cathy nos ha preparado y, después, estaremos solos.

Bismarc se acomodó a los pies de Jared y se puso a observarlo con ojos llenos de adoración. «Podría llevarse al perro con él y Bismarc ni siquiera se pararía a pensárselo», pensó Cathy, algo molesta.

De hecho, estaba encajando en aquel ambiente demasiado bien. Allí estaba, sentado en su cocina como si hubiera estado allí toda la vida, bebiendo el whisky de Jesse Gallagher como si lo hubiera hecho desde que nació y charlando con su padre sobre un tema del que muy pocas personas podían hablar, es decir, de un escritor llamado Lefty Rudder.

– No te lo vas a creer, Jared, pero tengo todos los libros que escribió Lefty Rudder. Ese hombre sabía todo lo que hay que saber sobre el mar y los barcos. Sabía manejar las palabras de un modo que desconocen los jóvenes escritores de hoy, con la posible excepción de Teak Helm. Es lo más parecido a Lefty que me he encontrado nunca.

– Me temo que tendré que poner un pero a esa afirmación, Lucas. He leído a Rudder y a Helm y creo que Teak Helm es mucho mejor que Rudder. Éste último insistía mucho en la narrativa. Si tomamos Las brumas del mar, por ejemplo, ahí se ve muy claro. No pude meterme en ese libro hasta el cuarto capítulo. Un autor tiene que atraer la atención del lector desde la primera página, desde el primer párrafo, y eso es lo que hace Helm. Te mete en la narración y no te suelta hasta el último párrafo. Por supuesto, eso es sólo mi opinión.

– No podría estar más de acuerdo con usted, señor Parsons -dijo Cathy, mirando con fijeza a su padre. ¿Qué mosca lo había picado? Adoraba a Teak Helm tanto como ella.

– ¿No me puedes llamar Jared como hace tu padre? Y, si no te importa, yo te llamaré Cathy -afirmó él. Ella se encogió de hombros, pero, en el fondo de su ser, supo que no le importaba en absoluto.

– ¿Eres admirador de Teak Helm? -le preguntó, con curiosidad.

– Creo que se podría decir que sí. He leído y admirado todos sus libros. No tengo mucho tiempo para la lectura, pero cuando lo hago, prefiero leer una de las aventuras de Helm a otra cosa. En realidad, considero que es un lujo poder sentarse y leerlo tan solo por placer.

– La cena está lista -anunció Cathy, sentándose en la silla que Jared le sostenía. No prestó atención a la sonrisa de su padre.

Todo estaba perfecto. La mesa, la comida, el vino Aunque era casi seguro que ninguno de los dos hombres apreciaría aquel buen caldo después del brebaje de Jesse.

– Dime, Cathy, ¿a qué te dedicas? ¿Estás de vacaciones o vives aquí todo el año?

– ¿Yo? -preguntó ella, al tiempo que miraba rápidamente a su padre-. Yo me dedico al marisqueo con mi padre -añadió. Lucas tomó un sorbo de vino y empezó a toser-. ¿Te encuentras bien, papá?

– Sí, sí. Es que se me fue por el otro lado -respondió, encogiéndose de hombros.

Lucas decidió que, si su hija quería fingir que era una de las marisqueras, él no era quién para intervenir. Cathy siempre tenía un motivo para hacer las cosas. Entonces, miró a Jared y le dijo:

– Mi opinión personal es que Teak Helm ha estado utilizando el trabajo de Lefty Rudder. Ya sabes que te he dicho que he leído todos los libros de Lefty y me parece que Helm se dedica a tomar los mismos argumentos, a los que sólo añade un giro nuevo de vez en cuando. Y como escribe en primera persona, son sus aventuras. Por supuesto, no puedo demostrarlo, ni tengo intención de hacerlo, pero es mi opinión.

– ¡Papá! ¿Sabes lo que estás diciendo? -gritó Cathy, muy molesta.

– Claro que lo sé y he dicho que es mi opinión.

Jared Parsons había dejado de comer. Su rostro era una máscara de furia controlada. Su voz, cuando habló, fue mortal.

– La opinión que acabas de expresar nunca debería decirse ante testigos. Si yo la diera a conocer, podría proliferar como los hongos y dar al traste con la reputación de un hombre.

– Tiene razón, papá. ¿Cómo has podido decir una cosa semejante? -replicó Cathy, enojada con su padre y asombrada por la vehemencia que había notado en la voz de Jared cuando defendió a Teak Helm.

– Cuando queráis poner a prueba esta opinión, estoy dispuesto a señalaros las similitudes. Ya os he dicho que tengo todos los libros que escribió Lefty Rudder y Cathy tiene todos los que ha escrito Helm, pero, dado que nadie está de acuerdo conmigo, no importa -añadió Lucas mientras se levantaba de la silla-. Voy a ir a casa de Jesse un rato. Le han instalado la televisión por cable y hay una película que me ha invitado a ver. Y, Parsons, yo tenía razón en cuanto al motor. Las piezas de la bomba de agua y del tubo de escape estarán aquí dentro de cuatro días, quizá cinco. He hecho todo lo que he podido. Si quieres enviar a tus hombres a cabo Fear para que vayan a recoger ese generador, estaré encantado de prestarte mi furgoneta. Bueno, divertíos. Guárdame un poco de ese pastel, Cathy.

Ella parpadeó, miró con fijeza a Jared y se quedó boquiabierta ante la grosería que acababa de cometer su padre. Jared controló su enojo y forzó una sonrisa. Ella pensó que debería decir algo para defender a su padre, pero no se le ocurrían las palabras para hacerlo. En vez de eso, se levantó y retiró los platos de la cena.

– ¿Te apetece un trozo grande o pequeño? -le preguntó.

– ¿De qué?

– De pastel. ¿Quieres un trozo grande o pequeño?

– En realidad, preferiría tomarme sólo las fresas -replicó Jared, con voz tensa.

Mientras Cathy le servía las fresas, lo observó de soslayo. Sentía la garganta muy seca y el corazón estaba revoloteándole en el pecho como un pájaro enjaulado.

– Dime, Jared, ¿a qué te dedicas tú? -le preguntó, con la intención de borrarle la expresión airada del rostro.

– Me dedico a las ventas. Oferta y demanda. Ese tipo de cosas -respondió, muy escueto.

– Y luego envías las facturas -musitó ella mientras iba a la encimera para recoger la nata.

– Lo siento, ¿qué has dicho? -quiso saber él. Tenía el ceño fruncido.

– Nada -respondió Cathy, sin querer darle importancia-. Me estaba preguntando en voz alta qué película habrá ido a ver mi padre. ¿Qué tal están las fresas?

– Deliciosas. Y la cena ha sido extraordinaria. He comido en algunos de los mejores restaurantes del mundo y te puedo decir con sinceridad que esta cena ha sido una de las mejores que he comido nunca. Ahora ya sé por qué ganaste el primer premio por tu receta.

Ella se echó a reír.

– En realidad, es por la cazuela -dijo, casi sin darse cuenta.

¿Por qué había tenido que decir aquello? Era un secreto guardado durante mucho tiempo, el éxito de su guisado de cangrejos y lo había revelado casi sin pensar. ¿Estaría buscando que aquel desconocido le diera una palmadita en la cabeza por su receta?

Bismarc se acercó a Jared y empezó a darle con la cabeza en la pierna. Entonces, el perro se dio la vuelta y miró fijamente al hombre.

– Suelo llevarlo a correr a lo largo de la playa a estas horas. Supongo que cree que esta noche lo vas a llevar tú. Se ve que te ha tomado mucho aprecio -añadió, algo a la defensiva.

– Entonces, llevémosle a dar su paseo -dijo Jared, levantándose de la silla-. Me gusta pasear después de cenar, algo que no tengo la oportunidad de hacer cuando estoy en un barco. Puedes recoger todo esto más tarde.

– ¿Ah, sí? -le espetó ella-. Has cenado aquí, así que lo mínimo que puedes hacer es ofrecerte a ayudar.

– Eso es cosa de mujeres -replicó él, con frialdad-. Vámonos antes de que a este perro le dé un ataque.

La había agarrado del brazo. La respiración de Cathy se aceleró al sentir el roce de la piel de Jared. Contuvo el aliento. Al oír aquel sonido, Bismarc se interpuso entre ellos para separarlos. Así mostró a Jared que, a pesar de que pudiera sentir simpatía por él, Cathy era su dueña.

– ¡Qué perro más listo tienes! -exclamó él, mientras acariciaba la oreja del animal.

– Entre otras cosas -dijo ella. Cuando abrió la puerta para que el perro saliera corriendo, Bismarc esperó sin apartar los ojos de su ama-. Venga, Bismarc -añadió al ver que el perro no se movía, sino que gemía suavemente-. Si me atrapas un siluro, te lo cocinaré para desayunar.

Al oír aquellas palabras, el perro salió disparado, sin necesidad de que lo animara más.

– ¿Puede pescar un siluro a oscuras?

– No, pero él no lo sabe. Además, lo hice para quitármelo de encima.

Jared se echó a reír. Las ondas de aquel sonido vibraron a través del cuerpo de Cathy. De repente, le agarró la mano.

– ¡Te echo una carrera hasta el muelle!

– ¡De acuerdo! -exclamó ella, soltándose de inmediato.

Ella echó a correr a toda velocidad, pero, a mitad de camino, él la alcanzó y la pasó. Antes de que ella pudiera llegar al muelle, Jared se detuvo y se giró, colocándose con los brazos abiertos. Cathy no pudo hacer nada para evitar chocarse contra él. El fuerte abrazo de él evitó que se cayera.

– No es justo. Habías dicho hasta el muelle.

– He cambiado de opinión -bromeó-. Además, no quiero cansarte y darte una excusa para no recoger la cocina.

– Animal -comentó ella, con una sonrisa-. No eres mejor que Bismarc. Comer y correr.

Deseaba de todo corazón que Jared la soltara. Su cercanía le estaba produciendo sensaciones extrañas y hacía que le resultara imposible recuperar el aliento.

Como si sintiera lo que ella estaba pensando, él le rodeó los hombros con el brazo y pasó así con ella a lo largo del muelle. En la distancia, las luces del Gitano del Mar III brillaban en la oscuridad.

– Es una pena que la señorita Marshall no haya podido venir a cenar -murmuró, con la esperanza de que Jared explicara el porqué de la ausencia de Erica.

– No quería que viniera y se lo dije.

Cathy se apartó de él y lo miró a los ojos.

– ¿Y tan acostumbradas están las mujeres a hacer lo que dices? Se la invitó a cenar y habría tenido todo el derecho de venir a mi casa si hubiera querido, a pesar de lo que tú le dijeras -lo espetó, con un desafío en la voz.

– Sí, por lo general me salgo con la mía en lo que respecta a las mujeres.

– ¿Y por qué es eso? -le preguntó Cathy, llena de furia.

– Porque espero que así sea. Y también porque estoy muy seguro de mi habilidad para satisfacer a una mujer de otras maneras, mucho más placenteras, que la hagan olvidar mis defectos.

Cathy se sonrojó rabiosamente. Agradeció la oscuridad que, poco a poco, iba cayendo por la costa.

– ¿Eres siempre tan presumido? -replicó, apartándose de él hasta que casi estuvo al borde de los ajados tablones de madera que cubrían el suelo del muelle.

– ¿Presumido? Yo prefiero decir seguro de mí mismo -comentó él, con una sonrisa en los labios. Entonces, la miró de un modo como si quisiera penetrar en su alma.

Cathy casi podía entender por qué estaba tan seguro de sí mismo y del efecto que producía en las mujeres. Tenía la belleza de un príncipe y la sonrisa de un pícaro. Sus anchos hombros parecían una muralla que la aislaba de la oscuridad y poseía la gracia de una pantera. Se dio cuenta, para su propia desolación, que ella misma se estaba viendo muy afectada por su presencia y por el magnetismo que irradiaba. Era todo virilidad y masculinidad, aunque tenía los rasgos de un travieso muchacho. Jared Parsons siempre seguiría siendo joven, a pesar de los años que pasaran por él. Su encanto era infinito.

Consciente de que estaba sucumbiendo a su influjo, Cathy apartó los ojos de él y puso distancia entre ambos. En su celeridad por hacerlo, se acercó con gran peligro al borde del muelle y estuvo a punto de perder el equilibrio.

Con los rápidos reflejos de un gato, él la agarró y la apartó del peligro, estrechándola con fuerza contra su pecho. Cathy notó la fuerza que su esbelto y firme cuerpo poseía.

– ¿Ves a lo que me refiero? -preguntó Jared, en voz muy baja-. Las mujeres tan solo me caen entre los brazos

Tenía la boca muy cerca de la oreja de Cathy, por lo que la voz parecía resonar por todo su ser. Nunca en toda su vida se había sentido tan impresionada por un hombre. Se aferró a él, sintiendo que el deseo se apoderaba de ella como una potente ola.

– Esta mujer no -protestó, aunque la voz le salió con muy poco convencimiento-. Para que yo cayera entre tus brazos, haría falta mucho más que una caída al río

– Tal vez serviría con esto

Sintió que se acercaba más y se inclinaba sobre ella. Encontró su boca y la besó, con dulzura al principio y, entonces, cuanto el traidor cuerpo de Cathy respondió con una voluntad propia, el beso se hizo más profundo y sensual. Los brazos se fueron estrechando cada vez más a su alrededor y sintió cómo Jared empezaba a moldearla contra su cuerpo. Los sentidos de Cathy se despertaron. Fueron conscientes de las aguas de ébano que había bajo sus pies, de la suave y oscura noche y del brillo de las estrellas que se atrevían a relucir más que la luna. Las agujas de los pinos parecían susurrar el nombre de Jared, mientras que la suave brisa del mar los acariciaba y les refrescaba fas mejillas, creando un fuerte contraste con la calidez que reinaba entre sus labios.

Le acarició la mejilla con sus masculinos labios, con una caricia tan suave como las alas de una mariposa, y fue a encender una llama sobre la suave piel que ella tenía debajo de la oreja. El deseo y la pasión le lamieron las venas como un fuego abrasador. Cathy se aferró a él, sintiendo una respuesta de abrumadora intensidad a través de su cuerpo.

Cuando Jared la soltó, ella se había quedado sin aliento. Era incapaz de comprender las emociones que se habían abierto paso en su interior.

– ¡No tenías ningún derecho a hacer eso! -protestó, al tiempo que él le rodeaba el cuello con sus largos dedos y la hacía levantar la cara para enfrentarse a él.

– No creo que tu cuerpo esté de acuerdo contigo -dijo, con una profunda risotada que resonó en los oídos de ella. Aquella risa no tenía nada del niño y sí todo del hombre.

Antes de que pudiera volver a capturarle los labios, Cathy se zafó de él y salió corriendo, sabiendo que debía poner distancia entre aquel hombre y ella, un hombre que podía hacer que el pulso se le acelerara y que el corazón le latiera a toda velocidad. Un hombre que podía hacer que se olvidara de sus principios y que conspirara con él para su propia seducción.

Oyó unos pasos que la perseguían. Se oyó gritar y creyó ver una raya roja que saltaba a través de los árboles para colocarse en el muelle. Bismarc empezó a ladrar con ferocidad, impidiendo a Jared que avanzara mientras que su ama escapaba.

Sintiéndose más segura por aquel gesto de Bismarc, Cathy se detuvo y se dio la vuelta.

– Mantente alejado de mí, Jared Parsons. Lo sé todo sobre los hombres como tú y no me interesa saber más. ¡Mantente alejado de mí! ¡No quiero volver a verte!

Él se colocó las manos en las caderas y soltó una risotada profunda, que parecía burlarse de las palabras de Cathy.

– Eso es imposible, señorita Bissette. Tu padre me ha invitado a ir a marisquear con vosotros mañana por la mañana. Creo que no será necesario decir que he aceptado encantado.

Capítulo Tres

Como siempre se levantaba temprano, Cathy pensó que aquella mañana en particular era igual que las otras. Si sus movimientos eran un poco menos ágiles, si su mente estaba un poco aturdida, lo achacó al hecho de que parecía estar acercándose una tormenta.

Bismarc gruñía a los pies de su cama. Era hora de salir a dar un paseo, por lo que el animal tiraba impaciente de la colcha de la cama para mostrar su irritación. Con rapidez, Cathy se puso unos pantalones cortos y una camisa, que se anudó a la cintura. Era mejor darse prisa. Todavía tenía que recoger lo de la noche anterior antes de poder comenzar con el desayuno.

Temía tener que encontrarse con su padre, tener que escuchar cómo hablaba de su tarde con Jesse, de la película que habían visto, para luego preguntarle sobre su propia velada con Jared. Sabía que Lucas le dedicaría ciertas miradas que no le gustaban cuando viera el estado desastroso en el que se encontraba la cocina. Nadie en Swan Quarter dejaba los platos de la cena sobre la mesa.

– Creo que estoy viviendo bajo una nube negra, Bismarc. ¿Te da la sensación de que hay algo ahí fuera dispuesto a apoderarse de mí?

El setter gimió impaciente, ansioso por salir al exterior.

Ya en el muelle, Cathy se sentó en el suelo, con las largas piernas plegadas contra el pecho y el viento azotándole la cara. La bruma que cubría el agua parecía estar girando hacia el norte y cubría por completo el yate de Jared. Bismarc estuvo un rato caminando por la playa y luego se acercó a su ama.

– ¿Recuerdas que te estaba hablando de una nube negra? -le preguntó ella-. Bueno, pues creo que es mejor que vaya a por un paraguas porque, si no, me voy a ahogar en la lluvia de mis propias emociones. Y con eso no me refiero a la tormenta que se acerca. Al menos, hoy me veré libre de su compañía. Seguro que papá no sale hoy a pescar.

Bismarc se sentó a su lado tranquilo, jugueteando con los rizos de bruma que los envolvían de vez en cuando. De repente, empezó a gruñir y se puso de pie, con las orejas bien erguidas.

– Está ahí fuera y nos está observando. Eso es lo que estás tratando de decirme. Puede vemos, aunque nosotros no podamos verlo a él. Es insufrible, Bismarc. Si hay algo que conozco muy bien son las personas. Las hay de dos clases. Los que dan y los que toman. Jared Parsons es de los que toman. Creo que va a adueñarse de mí y añadirme a su colección de mujeres. Ese machista presumido, insufrible y arrogante Tal vez Erica quiera dárselo todo a él, pero Cathy Bissette no -añadió. Entonces, soltó una carcajada y abrazó al perro-. Lo que estoy diciendo es que Jared Parsons puede irse a pescar a otro arroyo y, ¿sabes otra cosa, Bismarc? Cuando regresemos a casa, voy a llamar a Dermott McIntyre y le voy a preguntar si quiere ir conmigo al picnic del cuatro de julio. Incluso dejaré que me dé un beso de buenas noches. Venga, vámonos de aquí. Va a empezar a diluviar en cualquier momento. Si tenemos suerte, espero que se moje mucho en su cubierta.

Mientras regresaban a la casa, Bismarc aulló con fuerza para mostrar su protesta por tener que regresar a la casa.

– He limpiado todo lo que dejaste encima de la mesa -gruñó Lucas Bissette, mientras servía una taza de café a su hija y le colocaba un plato de tostadas encima de la mesa-. Debiste divertirte mucho si no tuviste tiempo de limpiar la cocina.

Cathy se sentó y tomó un sorbo de café. Entonces, le contó a su padre cómo había sido su velada con Jared. De repente, la silla en la que estaba sentado Lucas hizo un fuerte ruido, al tiempo que este se inclinaba sobre la mesa y miraba a su hija con intensidad.

– Para ser una chica que se gana la vida en la ciudad de Nueva York, y que se considera una mujer inteligente, se me escapa por qué estás armando tanto jaleo por una simple invitación.

– La mayoría de los padres -replicó, con fuego en sus ojos verdes-, reaccionarían de un modo muy diferente si su única hija les dijera que un rico playboy trató de seducirla a la orilla del río. ¿O es que crees que soy tan fea y poco atractiva que ningún hombre haría nada como eso? ¿Es que piensas que estoy mintiendo?

– ¡Mujeres! Eres igual que tu madre No haces más que intentar ponerme palabras en la boca que yo no he dicho -afirmó Lucas. Entonces, le tocó suavemente el hombro con su callosa mano-. No, no creo que seas fea o poco atractiva y tampoco pienso que estés mintiendo. Sólo creo que tienes miedo de los hombres, y de Jared Parsons en particular, porque él despierta algo en ti de lo que sientes pánico. Él no es el hombre corriente al que tú estás acostumbrada. Creo que podrías haber exagerado lo que ocurrió anoche. No estoy diciendo que Parsons no sea un playboy. Te ve como una mujer deseable y hermosa, y no como la clase de mujeres a las que está acostumbrado. Ha reaccionado como un hombre. ¿Es eso tan terrible?

– Es evidente que estás de su parte, ¿por qué no dejamos el tema? Gracias por haber recogido los platos -dijo Cathy, con sequedad.

– No hay de qué. Voy a bajar al muelle para ver cómo está todo. Hay un viento terrible. ¿Qué vas a hacer tú?

– Voy a sentarme con las galeradas de Teak Helm y no voy a parar de leer. Aunque, pensándolo bien, creo que voy a tomar la furgoneta y me voy a ir a la ciudad para comprar algunas cosas.

– No te puedes llevar la furgoneta, Cathy. Le dije a Parsons que sus hombres podían llevársela para ir a Nags Head y ver allí si podían comprar las piezas que necesitan para el motor.

Ella estaba que trinaba. Tenía razón al principio, cuando dijo que una nube negra flotaba sobre su cabeza y estaba bajando cada vez más. Irguió la espalda y salió de la cocina, con Bismarc pisándole los talones.

Su ira se evaporó en el momento en que sacó las galeradas de Teak Helm. Eran las dos de la tarde cuando notó que tenía los músculos agarrotados y que el sol estaba brillando en el cielo. Había empezado a hacer mucho calor y le apetecía un refrescante baño.

Con mucho cuidado, dejó las galeradas muy ordenadas encima de la cama y se puso enseguida el traje de baño, un sencillo biquini de lycra verde hierba. Como no disponía de la furgoneta, tendría que llevarse la vieja bicicleta para poder ir a su cala favorita. Con rapidez, tomó una toalla de playa, que echó a una brillante bolsa a juego con el color del biquini, y un par de sandalias. En el último momento, echó también su radio portátil y un tubo de óxido de zinc para protegerse la nariz de los rayos del sol. Por último, echó unas cuantas páginas de las galeradas y se dispuso a marcharse.

Bismarc le mordisqueó con suavidad la pierna y la empujó hacia el frigorífico. Cathy sacó una bolsa de galletas Oreo y las mostró al animal, que ladró para mostrar su aprobación.

– Vamos a la cala, Bismarc. ¡El primero que se meta en el agua se queda con la bolsa entera!

El perro entró en el agua a la vez que Cathy apoyaba la bicicleta contra un pino.

– Como sé que no eres egoísta, las compartirás conmigo -dijo, agitando la bolsa de las galletas en el aire.

Bismarc no le hizo ni caso y se zambulló en el agua. Cathy miró a su alrededor para asegurarse de que estaba sola en aquel lugar secreto, en el que el agua era fresca y tranquila y el sol se filtraba a través de los árboles. Era un lugar perfecto para bañarse desnuda. Presurosa se quitó el biquini y se lanzó al agua. Entre risas, empezó a jugar con su perro, salpicándolo y zambulléndolo como habían hecho cuando ella era una niña y Bismarc un cachorrillo.

– ¿Bañándose desnuda, señorita Bissette?

No fueron las palabras, sino el timbre de su voz lo que dejaron atónita a Cathy. ¿Cómo la había encontrado? ¿Es que estaba espiándola, siguiéndola para terminar lo que había empezado la noche anterior? Trató de hablar pero no consiguió pronunciar palabra alguna. Entonces, lo vio, de pie a la orilla del río.

– ¿Vas a quedarte ahí todo el día, señorita Bissette? -preguntó, con soma.

– Durante días, si es necesario -respondió ella, encontrando al fin su voz-. ¿Cómo has encontrado esta cala?

Sabía que Jared estaba disfrutando aquellos momentos. Las cosas empeoraron cuando Bismarc la abandonó al ver que él empezaba a abrir la bolsa de galletas. Le entregó una al perro y luego se agachó, observándola con los ojos entornados.

De vez en cuando, le daba un bocadito a una galleta, sin dejar de mirarla. Iba a esperar hasta que ella se cansara, hasta que Cathy tuviera que salir del agua porque estaba más arrugada que un periódico del día anterior. También vería todo el óxido de zinc que ella se había untado por la nariz. Sabía que su secretaria no lo utilizaba. La gente con la piel perfecta no necesitaba protección para el sol.

Bismarc sacó otra galleta de la bolsa y se la comió. Al hacerlo, el montón de papeles de las galeradas de Teak Helm se esparcieron por la toalla que Cathy había extendido en la arena. Ella vio, enfurecida, cómo Jared recogía las hojas de papel y las miraba.

– ¡Aparta las manos de esos papeles! -gritó ella-. Bismarc, échalo de aquí.

Él se echó a reír, lo que hizo que la cabeza de Cathy diera vueltas.

– Tal vez este animal sea un campeón de campeones, un firme defensor de la virtud de la mujer, además de cazar pájaros como nadie. Pero, en estos momentos, es lo suficientemente listo como para saber quién tiene lo que le gusta, es decir, las galletas -dijo él, soltando de nuevo la carcajada-. Me apostaría cualquier cosa a que se le podría entrenar para que atacara por uno de esos deliciosos bocados.

Tenía razón. Bismarc haría cualquier cosa por una galleta.

– Tú -tartamudeó Cathy, mientras trataba de mantenerse a flote.

– Machista insufrible, insoportable, presumido y arrogante -dijo él, continuando la frase. Entonces, se echó a reír y le dio al perro otra galleta. A continuación, se puso de pie y, tras colocarse las manos en las caderas, sonrió-. Estás empezando a estar un poco arrugada. Es mejor que salgas. Y, para mostrarte lo caballeroso que soy, me daré la vuelta.

– ¡Nunca! -lo espetó Cathy-. Tarde o temprano vas a quedarte sin galletas y entonces es mejor que tengas cuidado. Bismarc te hará pedazos.

Ella lo contempló con tristeza. A pesar de todo, no pudo dejar de admirar su esbeltez, aquel bronceado torso resaltando por encima de los pantalones blancos que llevaba puestos. Recordaba muy bien aquellas piernas tan fuertes contra las suyas. Tenía que salir del agua, engañarlo de algún modo para que ella pudiera escapar de él. Con deliberación, tomó una bocanada de agua y empezó a toser y a escupir.

– ¡Me ha dado un calambre! ¡Bismarc, ayúdame!

Otra bocanada de agua y más toses. El perro no le hizo ni caso porque estaba masticando una galleta. De soslayo, miró a Jared mientras se hundía en el agua. Vio que él se tensaba y se acercaba a la orilla del río.

Desde debajo del agua, oyó cómo entraba vadeando la corriente hasta que consiguió la profundidad necesaria como para poder nadar. Cathy siempre se había considerado una buena nadadora, pero no era rival alguna para las fuertes brazadas de Jared. La tuvo contra su pecho en cuestión de minutos.

– Eres una mujer muy hermosa -susurró mientras la devoraba con la mirada. Cathy se echó a temblar y trató de separarse de él, pero no pudo hacerlo-. Estás helada -añadió, suavemente-. ¿O no?

Ella luchó por zafarse de sus manos. El rostro le ardía y su genio empezó a aflorar. Había tenido la intención de atraer a Jared para que se metiera en el agua y, mientras él estaba nadando hacia ella, dirigirse veloz A la orilla y cubrirse con la toalla. Se dio cuenta de lo estúpida que había sido por haber pensado que él no era un excelente nadador, cuando sobresalía en todo lo demás.

A medida que sus intentos por soltarse se fueron incrementando, se levantó involuntariamente en el agua y dejó que su torso desnudo se hiciera visible. Al mirar a Bismarc, se dio cuenta que no le iba a prestar ninguna clase de ayuda dado que tenía la bolsa entera de galletas para él sólo. Como Jared le había dado de comer, no veía ningún motivo para preocuparse. Cathy decidió que, después de todo, Bismarc no era el perro más listo del mundo. Al ver lo inútil de sus intentos, dejó de luchar.

– ¿Te has resignado a que te rescaten? -preguntó él, con una sonrisa-. Admítelo -añadió, mientras la estrechaba contra él, haciendo que ella fuera consciente de su fuerte y esbelto cuerpo-. Me has engañado para que entrara en el río porque no tenías el valor de salir-. Admítelo

Repitió aquella última palabra con la boca pegada a la oreja de Cathy. Sus labios le acariciaban el lóbulo y parecían querer encontrar la suave piel que le cubría el inicio del cuello.

– Tenías miedo de ir a buscar lo que querías, así que cantaste la canción de la sirena y me empujaste a venir detrás de ti

Los brazos de Jared cada vez eran más posesivos, bloqueando toda vista y sonido excepto la realidad de sus caricias. Por fin, sus labios encontraron los de Cathy. Sabían al agua un tanto salada del río, frescos y húmedos. A pesar de todo, aquel beso la abrasó, asaltando sus defensas e imponiéndose a sus protestas. Sin saber lo que hacía, lo rodeó con sus brazos y sintió su poder y su fuerza. Se aferró a él como si estuviera e» un sueño. Su resistencia se deshizo como una tela raída. Sentía que las manos de Jared se le enredaban en el cabello, que sus labios le buscaban el cuello y empezaban a deslizarse aún más abajo

Cathy se puso rígida. Pensaba que Pensaba que Creía que lo había atraído al agua para que le hiciera el amor. ¡Imposible! Levantó la mano y, al mismo tiempo, empezó a patalear, lo que hizo que él perdiera el equilibrio. Entonces, se sumergió y volvió a salir a la superficie tan lejos como pudo de él. Se sentía cansada y sabía que no podría llegar a la orilla antes que él si Jared decidía perseguirla. Al mirar hacia atrás, se dio cuenta que aquello era justo lo que él estaba haciendo. Tenía una expresión vengativa en los ojos. Sin embargo, Cathy no estaba dispuesta a rendirse con tanta facilidad.

– Mantente alejado de mí -gritó. Sin querer, se hundió un poco y tragó una bocanada de agua. Antes de que pudiera reaccionar, Jared estaba a su lado, sujetándole la cabeza por encima del agua con una mano mientras que con la otra la agarraba de la cintura. Los ojos de Cathy se llenaron de lágrimas al darse cuenta de lo que se le venía encima.

– Por favor -suplicó-. ¡Suéltame! Yo no Yo solo quería alejarme de ti. No quería esto. Suéltame.

Al ver las lágrimas que tenía en los ojos, Jared frunció el ceño. No podía ser No en estos tiempos ¡Virgen!

Ella lo miró a los ojos y supo de inmediato lo que él estaba pensando. Se sintió avergonzada, como una niña pequeña. Entonces, de repente, la ira se apoderó de ella y decidió defenderse de la mofa silenciosa a la que Jared la estaba sometiendo.

– Sí, soy virgen, y tengo la intención de seguir siéndolo hasta el día en que me case. Si eso me hace parecer una mojigata a tus ojos, no me importa. Verás, señor Parsons -lo espetó, haciendo que su apellido sonara como una enfermedad-, soy consecuente con mi decisión. Debe sorprenderte mucho encontrar que existe al menos una mujer que se resiste a tus encantos. ¡Y ésa soy yo!

Con eso, se dio la vuelta y se dirigió a la orilla del río con firmes brazadas a pesar de que el corazón le latía a toda velocidad y de que tenía la respiración entrecortada.

Jared no la siguió, pero Cathy sintió que no dejaba de mirarla. Ella lo observó desde la orilla, mientras se ponía la parte de abajo del biquini y se colocaba la de arriba. Recogió sus cosas, sin dejar de mirarlo y se dispuso a marcharse. Como le quedaban cuatro galletas en la bolsa, Bismarc aulló de desolación al ver que ella se montaba en la bicicleta y se alejaba de allí. De mala gana, la siguió, esperando que se le cayera alguna galleta por el camino.

Aunque Cathy sabía que Jared no la estaba siguiendo, pedaleó con furia, a pesar de tener que ir esquivando las piedras del camino. En el último momento, antes de girar por la carretera que llevaba a su casa, decidió ir al pueblo a comprar algunas cosas que necesitaba de la tienda de comestibles. Sobre todo, por si acaso a Jared se le ocurría seguirla.

El centro de Swan Quarter estaba a menos de un kilómetro; así que Bismarc la siguió sin dificultad, aunque ella iba muy despacio para que el animal pudiera andar a su lado. Pasó por el lugar donde atracaba el transbordador, que, a lo largo de todo el verano, llevaba turistas a la isla de Ocracoke. Algunos decían que, en ella, el infame pirata Barbanegra escondió su tesoro. A los pocos minutos, llegó al centro de la pequeña ciudad.

– Espera aquí, Bismarc -le dijo al perro, mientras apoyaba la bicicleta en el exterior de la tienda de ultramarinos-. Y no asustes a las viejecitas. Sé buen perro y te daré más galletas.

Minutos después, con sus víveres en la bolsa de playa, Cathy se montó en su bicicleta y volvió atravesar el pueblo. Tras mirar el sol, trató de calcular la hora. Había pasado mucho más tiempo del que hubiera querido en la tienda, hablando con el señor Gruber y con su esposa. Ella había insistido en que se tomara un helado con ellos y les hablara de Nueva York.

Cathy casi no se percató de la alta figura del hombre, pero la de la mujer era inconfundible. No podía haber confundido a la bella Erica con ninguna otra.

– Escóndete, Bismarc -susurró, mientras se metía a gran velocidad en un callejón cercano.

Entre las sombras del callejón, entre la tienda de ultramarinos y la ferretería, Cathy podía escuchar el sonido metálico de los altos tacones de Erica y el profundo timbre de la voz de Jared. ¡Se dirigían al lugar en el que ella estaba escondida! ¿Cómo habían podido llegar a la ciudad con tanta rapidez? Entonces, recordó la lancha y el muelle público. Se había marchado de la cala y había ido directo al yate, había recogido a Erica y habían vuelto a tierra. El muelle público estaba a pocos metros del pueblo.

Cathy sintió que el corazón le daba un vuelco. Por el sonido de sus voces, se acercaban al lugar en el que estaba Cathy. Si se daban cuenta de que se escondía como un delincuente en aquel callejón, parecería más tonta que nunca. ¿Qué le estaba ocurriendo? ¡Una mujer hecha y derecha, escondiéndose!

– ¡Si tienes algo que decir. Erica, dilo! -exclamó Jared.

El tono de su voz estaba a años luz del que siempre utilizaba con Cathy. Él estaba furioso, más enfadado de lo que ella lo había creído capaz de estar.

Erica se detuvo justo al final del callejón. Allí, se giró para volverse a mirar a Jared.

– Muy bien. ¡Lo diré! No me gusta el modo en el que miras a esa tontaina. Tal vez yo sea lo que soy, pero nunca he sido mentirosa. Y por último, pero no por ello menos importante, no soy ninguna estúpida y no tengo intención de seguir representando el papel que tú quieres que haga. Una secretaria es una cosa, pero no esperes que me haga pasar por idiota. Esa mema no tiene nada de tonta. ¿Te acuerdas cuando vino el otro día al yate? Bueno, pues lo primero que me preguntó es a qué te dedicabas. Yo representé mi papel, pero créeme cuando te digo que no se lo tragó. Ni una palabra.

Cathy, escondida entre las sombras, vio cómo Jared se tensaba y entornaba los ojos.

– ¿Y qué le dijiste?

– Le dije que enviabas facturas. Imagínatelo. Si se supone que yo tengo cerebro, era la respuesta perfecta -se quejó Erica. Entonces, dio un paso al frente y se acercó a él-. Algo va mal, Jared. Algo se ha interpuesto entre nosotros. Dime que no me preocupe, miénteme si debes hacerlo -añadió, en tono de súplica. Al ver que él no respondía, recuperó la agresividad-. Es esa pazguata, ¿no? Te gusta esa chica y todos sus talentos para el hogar. ¿Cómo supones que será en la cama? ¡Si parece una tabla! ¿O es que no te has parado a pensar en eso? Si no crees nada más de lo que yo te diga, créete esto. Ésa está esperando un anillo y un vestido de boda.

Cathy sintió que el rostro le ardía. Sintió en su interior una rabia que nunca había pensado que fuera capaz de experimentar. ¿Cómo se atrevía a hablar de ella de aquel modo? ¿Una tabla?

– Ya basta, Erica. Tú no sabes más sobre esa chica que yo y, si hay algo que no he hecho nunca y que no voy a hacer, es seducir a niñas de dieciséis años.

– ¡Dieciséis! -exclamó Erica, muerta de risa-. ¡Dieciséis dices! Es mejor que añadas ocho o nueve años a ese número para tener su edad. Tal vez te parezca que tiene dieciséis años, pero no es así.

Cathy, desde su escondite, estuvo a punto de lanzar un grito. ¡Dieciséis años! ¡Incluso aquella tarde, cuando la había tenido entre sus brazos, había pensado que tenía dieciséis años! Los ojos le echaban chispas. La había visto desnuda, ponerse el bañador y, a pesar de todo, había creído que no era más que una adolescente. Se sintió humillada. Sabía que era muy delgada, pero nunca había creído que fuera una tabla o que pareciera escuchimizada. ¡Dieciséis años!

Erica dio un paso hacia Jared y le envolvió el cuello con los brazos.

– Me aburro, Jared. ¿No puedes meterle prisa a Lucas para que podamos marcharnos de este lugar? -ronroneó, acariciándole con suavidad la nuca-. Vámonos al yate Me siento sola y quiero que hagas algo al respecto Pronto, muy, muy pronto

Cathy no podía soportarlo más. No podía escuchar la voz de Erica, insinuándose a Jared de aquel modo. No podía aguantar ver las largas uñas pintadas de aquella mujer acariciando el cabello de Jared, justo como ella lo había hecho minutos antes, cuando habían estado abrazados en el agua. Con un grito silencioso, Cathy escondió la cara entre las manos. Le pareció una eternidad el tiempo que Erica y él tardaron en marcharse.

De vuelta en su habitación, Cathy lanzó la bolsa de playa y las compras encima de la cama. Sacó las hojas de las galeradas que se había llevado y las incluyó entre las que había dejado en su cuarto.

La casa estaba tranquila, casi tanto que la abrumaba. No quería estar a solas con sus pensamientos. No quería recordar lo que había visto desde el callejón. Se sentía burlada y tonta a causa de Jared Parsons y por haber sido traicionada por su propio perro.

– Tú -le dijo a Bismarc, mientras él olisqueaba la bolsa de playa-, venderías tu alma por una galleta -añadió, mientras el animal la contemplaba con ojos tristes-. Te quedaste allí sentado, poniéndote morado, mientras yo hacía el ridículo, en cueros como el día en que me trajeron al mundo. Además, admití que era virgen ante ese ese hombre. Ahora voy a tener que enfrentarme con él cuando vayamos a marisquear por la mañana. ¡Cómo voy a poder mirarle sabiendo que está pensando que tengo dieciséis años! ¡Lo odio! ¡Y tú vete también de mi vista!

Cathy se tumbó encima de la cama y se echó a llorar. Al principio, trató de reprimir las lágrimas, pero al final se rindió. Sollozó y resopló mientras golpeaba la almohada con el puño cerrado.

A los pocos minutos, y con mucha cautela, Bismarc se subió encima de la cama con ella. Cathy se había quedado dormida, con las lágrimas secas sobre las mejillas.

El perro gimoteó y trató de lamerle la mano, pero se rindió cuando ella se la apartó.

Descorazonado por su falta de atención, salió del dormitorio, pero no antes de que consiguiera sacar las galletas de la bolsa de playa.

Capítulo Cuatro

A lo largo de toda la noche, Cathy rezó para que lloviera. Lo último que quería en el mundo era pasarse el día en un pequeño bote con Jared Parsons y su «secretaria». Sin embargo, el cielo decidió no concederle aquel deseo y el día amaneció perfecto para ir a marisquear. El sol estaba realizando la promesa de un hermoso día y lanzaba sus rayos rojizos por el horizonte. Una fina bruma se estaba disipando gracias al calor y a una ligera brisa que mecía con suavidad las copas de los pinos.

Mientras Cathy se levantaba de la cama, Bismarc le empezó a pedir que lo sacara.

– Tranquilízate, Bismarc. Déjame que abra los ojos, ¿vale? -dijo ella. Sin embargo, el perro ladraba con estrépito-. ¡De acuerdo, de acuerdo! ¡Ya me doy prisa!

Con gran prisa, se quitó el pijama azul y se puso el traje de baño. Después, se vistió también con unos vaqueros y una camiseta.

– ¿Crees que puedo lavarme los dientes si me doy prisa?

Con sus zapatillas náuticas, especiales para andar por la cubierta de un barco, salió con Bismarc por la cocina hasta llegar al muelle. El rocío de la mañana hizo que los pies se le quedaran algo fríos. Sin embargo, el sol ya estaba muy alto en el horizonte y coloreaba el paisaje marino.

Antes de que pudiera llegar al final del muelle, escuchó el potente motor de la lancha de Jared. El alma se le cayó a los pies. Dado que no había tenido éxito en su deseo de pedir mal tiempo, había empezado a esperar que Erica y él se hubieran dormido y que su padre y ella pudieran salir en la trainera sin ellos.

Bismarc le dedicó una ruidosa bienvenida. Jared lanzó el amarre con una puntería perfecta y aseguró el barco a los pilares del muelle. Al verla, saludó con la mano.

– ¿Tienes el café preparado? -le preguntó.

Cathy se rebeló de inmediato. Era un ser insufrible Además, Erica iba sentada en la proa del barco, vestida como si acabara de salir de la portada del Vogue. El muy caradura le estaba preguntando a ella si tenía el café preparado Sabía que todos los de su tripulación habían ido a por el motor para el yate, así que eso había dejado a Erica y a Jared solos. Pero, si Erica no sabía preparar café ¿qué hacía? Cathy tragó saliva y se ruborizó. Prefería no pensar en lo que hacía la supuesta secretaria.

– ¡Eh! ¿Es que estás todavía dormida? Te he preguntado si habías preparado ya el café. ¿Es que no me has oído?

– Te he oído -replicó Cathy entre dientes-. Sabía que papá os había invitado a venir a pescar con nosotros, pero lo que no sabía era que también os había invitado a desayunar.

– No, a desayunar no. Yo sólo te he preguntado si habías preparado ya el café -dijo Jared con una sonrisa.

Entonces, se volvió para ayudar a Erica a bajar al muelle tras advertir a Bismarc que no se acercara. Cathy observó al perro, sentado y esperando paciente, cuando lo que le apetecía era salir corriendo para saludar a Jared. Miró los pantalones cortos de Erica, de color amarillo, y la minúscula camiseta que dejaba poco a la imaginación. Cathy no pudo evitar esbozar una sonrisa. Incluso la «piel perfecta» de Erica notaría los efectos de la larga exposición al sol en la trainera. Los reflejos del sol sobre el agua del mar y el hecho de no tener ningún sitio en el que refugiarse hacían estragos.

– ¿Está Lucas levantado? -le preguntó Jared.

– Supongo que sí. Todavía no lo he visto esta mañana, pero es más que probable que esté trayendo la trainera del puerto.

Con eso, Cathy se dio la vuelta y se golpeó el muslo para llamar a Bismarc, que estaba saludando afectuoso a Jared.

– ¿Dónde vas?

– Parece que te mueres por tomar una taza de café, así que voy a casa para prepararlo. También tengo que preparar el almuerzo para hoy. El trabajo duro hace que el apetito sea muy grande, y no hay lugar en una trainera para quien no tenga la intención de trabajar su parte -añadió, con una mirada intencionada a Erica, aunque ella no pareció darse cuenta.

– No te preocupes por el almuerzo -dijo él-. Erica ha preparado ya algo -añadió, mostrándole una cesta de mimbre.

Cathy miró la cesta con recelo y se encogió de hombros. No dijo nada, pero pensó que probablemente había metido sándwiches vegetales y yogures.

Minutos más tarde, Jared y Erica estaban sentados en la cocina tomando café. Mientras tanto, Cathy se puso a preparar la comida.

– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó Jared.

– El almuerzo.

– Ya te he dicho que no es necesario porque Erica ya había preparado algo

– Mira, déjame que te lo diga claro. Voy a preparar mi almuerzo. Cuando trabajo me entra mucha hambre. Tan sencillo como eso.

Cathy sintió que él no dejaba de mirarla, lo que la azoró un poco. El cuchillo, lleno de mantequilla de cacahuete, se le cayó al suelo. No parecía poder controlar las manos, que no dejaban de temblarle, e incluso hizo que el café con el que estaba llenando un termo se derramara por la encimera. Los huevos duros que había preparado el día anterior se le escurrieron entre los dedos y la manzana parecía resistirse a entrar en la bolsa.

– Hay que ver la que estás armando, señorita Bissette. ¿Qué vas a hacer de bis? -preguntó, en tono muy divertido.

Tras reprimir una mala contestación, Cathy limpió la mantequilla del cuchillo para que Bismarc no pudiera lamerlo.

– Creo que ya oigo el barco de mi padre -comentó. En efecto, se escuchaba el sonido de un motor desde el muelle-. Si estáis listos, es mejor que nos vayamos.

Erica, que había estado en silencio desde que llegaron, llevó la taza de café al fregadero. Jared hizo lo mismo, aunque él al menos la enjuagó y la dejó en el escurreplatos. Cathy hizo un gesto de desaprobación. Si la falta de hábitos domésticos de Erica era indicación del almuerzo que había preparado, se alegraba de haberse preparado el suyo.

– Vamos, Bismarc. Papá ya está aquí y nos está esperando para marchamos.

– No te irás a llevar a ese ese perro, ¿verdad? -preguntó Erica, con el rostro lleno de preocupación.

– Claro que sí -la espetó Cathy-. Bismarc siempre se viene con nosotros. Se le rompería el corazón si lo dejáramos en casa. Vamos, chico, papá nos está esperando -añadió mientras abría la puerta para que salieran todos.

Lucas los saludó desde la proa de la trainera y luego volvió a su tarea de preparar las redes que soltarían en el agua.

Jared se adelantó con la cesta de mimbre en la mano y el perro pisándole los talones.

– ¿Quieres que te eche una mano, Lucas? -le dijo.

Cathy observó los ágiles movimientos de Jared y admiró, aunque muy a su pesar, su gracia atlética. Por el contrario. Erica estaba teniendo algunos problemas para avanzar con las sandalias de altísimos tacones que llevaba puestas.

– No creo que mi padre te deje subir a bordo con esas cosas -le dijo Cathy-. No son nada seguras y mucho menos en cubierta.

– Oh, en cubierta no las llevaré puestas. Iré descalza.

– Mira, Erica, creo que debería advertirte. Las cubiertas de una trainera no están tan bien moquetadas como las de un yate. Y los pies descalzos pueden resultar peligrosos cuando la cubierta está mojada. ¿Es que no tienes un par de zapatillas como éstas?

– ¿Te refieres a esos deportivos? -replicó Erica, con desagrado.

– No son zapatillas deportivas. Son zapatillas náuticas -observó, mostrándole la suela-. ¿Ves? Estas hendiduras de goma actúan como ventosas aunque el suelo esté mojado.

– Oh, ¿no me digas? -se burló Erica, sin mostrar interés alguno. Seguramente no pensaba ponerse zapatillas a no ser que fuera a jugar al tenis.

– Como quieras -replicó Cathy. Entonces, se adelantó y dejó que Erica fuera tropezando por la cuesta de hierba que llevaba al muelle.

A pesar de que las poleas y los cabos realizaban la mayor parte del trabajo pesado a la hora de sacar las redes del agua, resultaba tedioso y agotador vaciar las redes y separar el pescado, de los cangrejos y las preciadas gambas.

Erica lanzaba pequeños grititos cada vez que un pez saltaba de la red y empezaba a dar tumbos por la cubierta. También solía arrugar la nariz al ver las gambas. Sin embargo, eran los cangrejos lo que menos le gustaban. Cathy no pudo evitar fingir que se le caían por accidente algunos y Erica, incapaz de controlarse, gritaba y les pedía a todos que hicieran algo antes de que esos monstruos le picaran los dedos de los pies.

A causa del miedo, Erica quiso buscar la seguridad necesaria al lado de Jared, pero antes de que pudiera llegar hasta donde él estaba, se escurrió en la cubierta y se cayó al suelo. Lucas la ayudó a ponerse de pie.

– Ten cuidado, señorita -le dijo, en un tono muy suave-. Los pies descalzos y una cubierta húmeda son muy peligrosos. Te podrías caer al agua -añadió. Erica le sonrió con dulzura, lo que hizo que el pobre hombre tragara saliva-. Cathy, ¿por qué no le prestas tus zapatillas a Erica? Tú conoces mejor este barco que ella. ¿Qué te parece?

Ella se quedó sin palabras. ¡Su propio padre! Como respuesta, lo miró con frialdad. Por supuesto, tendría que prestarle sus zapatillas a Erica para quedarse ella descalza. Sin embargo, dudó. Entonces, vio la súplica en los ojos de su padre y no le quedó más remedio que quitarse los zapatos y tirárselos a Erica.

Regresó a su trabajo en la popa del barco. Por desgracia, sus tareas la mantenían muy cerca de Jared.

– Ha sido muy amable de tu parte, Cathy -le dijo él-. Erica no ha estado antes en un barco como este. Supongo que no sabía lo que esperar o cómo vestirse. Parte de la culpa es mía porque ni siquiera me di cuenta de lo que llevaba puesto.

Cathy optó por guardarse las mordaces palabras que se le vinieron a la cabeza. ¡Que no había notado lo que la hermosa Erica llevaba puesto! Supuso que aquello servía para demostrar que cualquier hombre puede llegar a ser insensible a los encantos de una mujer cuando se ofrecen de forma tan descarada. Además, después de haber alabado su generosidad, ¿cómo podría decirle lo mucho que lamentaba haberle dado las zapatillas? No le gustaba Erica y tampoco le gustaba tener que compartir sus cosas con ella.

Parte de la amargura de Cathy por tener que pasarse el día trabajando en la trainera con Jared Parsons se disolvió. Empezó a fijarse en cómo trabajaba con los cabos. Era muy hábil en todo lo que hacía, por lo que ella empezó a sospechar de un modo casi inconsciente, que el trabajo físico no le era extraño. Había algo en el modo de utilizar los cabos y en la manera en que su bronceada espalda se flexionaba cuando hacía esfuerzo que parecía confirmar que no siempre había vivido como los playboys.

Mientras Cathy trabajaba a su lado, creó un ritmo que encajaba a la perfección con el de él. De vez en cuando, sorprendía a Jared mirándola y le parecía que lo hacía con aprecio por el modo en que se desenvolvía en aquella dura jomada de trabajo.

– ¿Te has dado cuenta de que trabajamos muy bien juntos? -le preguntó él, con voz cálida y afectuosa.

Cathy no estaba del todo segura, pero creía haber notado una cierta nota de admiración. En cualquier caso, aquello significaba que los intereses de Jared Parsons no radicaban solo en las hermosas mujeres de largas piernas, que se pasaban los días tomando el sol y viendo cómo les crecían las uñas. Con renovado vigor, Cathy se puso de nuevo a trabajar, admirando la cercanía de aquel alto y bronceado hombre, cuyos ojos tenían algo que hacía que el corazón se le acelerara.

Lucas salió de la cámara del timonel con una expresión en el rostro que parecía estar felicitando a la tripulación por una buena mañana de trabajo.

– Estaba pensando en llevar el barco hacia la isla India. Podríamos comer allí y luego ir a Bellhaven para ver lo que nos dan por nuestra captura.

Bajo los altos árboles de aquella isla solitaria, la sombra era fresca y la brisa refrescante. Jared vadeó la distancia que los separaba de la playa con la cesta de mimbre que Erica había preparado. Cathy iba detrás de él, con mucho cuidado de no meter su bolsa de papel en el agua. Bismarc iba saltando de un lado a otro.

Erica, que había visto a los cangrejos en su estado activo, se negó a seguirles. Entonces, con una sonrisa indulgente, Jared tuvo que regresar y llevarla en brazos hasta la isla.

– ¿Qué es eso, Cathy? -le preguntó Lucas, señalando la bolsa.

– Es mi almuerzo.

– Pero esa cesta que Erica ha preparado es muy pesada

– No, gracias. Los sándwiches vegetales y los yogures no son la idea que yo tengo de un buen almuerzo. Bismarc y yo compartiremos lo que yo he traído.

Se dejó caer en la arena y sacó un bocadillo. Entonces, abrió el termo y se sirvió una taza de café. Estaba a punto de ofrecerle a Lucas cuando Erica abrió la cesta. Jared extendió un alegre mantel de cuadros para que Erica pudiera proceder a vaciar el contenido de la cesta. Vino, quesos, caviar Beluga, pan tostado, fiambres ¡Un festín para reyes!

– ¿Estás segura de que no quieres nada de esto, Cathy? -le preguntó Lucas, guiñándole el ojo.

Estaba desafiándola a tirar su simple sándwich de mantequilla de cacahuete y a unirse a ellos.

– No, gracias -insistió la joven-. Todo eso es un poco pesado para mí. Bismarc y yo ¡Bismarc! ¡Vuelve aquí!

Demasiado tarde. Cathy observó cómo su perro husmeaba junto a Lucas y Jared y les pedía trocitos de queso. Incluso probó el caviar. Parecía que estuviera acostumbrado a aquel tipo de comestibles en vez de a la comida de perro.

Cathy nunca se había alegrado tanto de regresar al barco como lo estuvo cuando terminaron de comer. Había sido un día muy largo e iba a serlo aún más cuando llegaran a casa esa tarde. Habían llegado muy rápidos a Bellhaven, pero todavía faltaba mucho para que regresaran a Swan Quarter. Se había humillado a sí misma a la hora del almuerzo. Había tratado de dejar en ridículo a Erica, esperando lo peor, y había sido ella la que había quedado en evidencia. Estaba claro para todo el mundo, incluso para Bismarc, que su sándwich no podía compararse con lo que Erica había llevado. ¿Por qué no había podido ceder y aceptar el almuerzo? ¿Por qué era tan testaruda?

Lucas estaba muy contento por la cantidad de peces y marisco que habían capturado. Alabó el trabajo de Jared y prometió que trabajaría muy duro para que su yate pudiera navegar lo antes posible.

La cubierta estaba muy resbaladiza por el aceite del pescado y el agua. A Cathy le estaba costando mucho mantenerse de pie. Lanzó una mirada asesina a Erica y vio que estaba, sentada a la sombra de la cámara del timonel, con los pies apoyados en el mamparo. Y en aquellos pies estaban sus zapatillas.

Su ira fue en aumento. Cada vez le costaba más concentrarse lo suficiente como para trabajar con los cabos. Estaba inclinada sobre la barandilla cuando Erica se le acercó por detrás y la sobresaltó. Sin poder evitarlo, se resbaló. Aunque trató de agarrarse a los cabos, no pudo evitar caerse al agua.

Para cuando salió a la superficie, la trainera estaba casi a veinte metros de distancia. Vio la ansiedad que tenía reflejada su padre en el rostro. Jared estaba a su lado, pero, cuando la vio, se lanzó sin dudarlo al agua.

– Oh, no -aulló Cathy.

Era perfectamente capaz de ir nadando al barco. ¿Por qué creía Jared que tenía que salvarla? Lo último que quería en el mundo era que él la rescatara.

Empezó a nadar, pero Jared se acercaba a toda velocidad hacia ella. ¡Dos veces en una semana! Era demasiado. Oyó que Lucas había apagado el motor del barco y que Erica y él estaban apoyados en el costado de la barca, observando.

Podría haber llegado al barco en cuestión de segundos. Incluso Bismarc parecía saber que su ama no estaba en peligro. Lo oyó ladrar y vio que el animal se tiraba también por la borda. Seguramente creía que estaba jugando y no quería perdérselo.

Jared se acercó a ella.

– Regresa al barco. Estoy bien. No necesito tu ayuda.

– Ésta es la segunda vez que has dicho que venía el lobo, señorita Bissette. Creo que va siendo hora de que te den una azotaina. Y creo que yo soy el más indicado para hacerlo.

De repente, Cathy vio que él estaba enfadado. La preocupación por ella le había desaparecido del rostro. Pensaba que ella se había tirado a propósito por la borda para que él fuera a salvarla. Recordó la primera vez que había ido a salvarla, cuando ella había fingido tener problemas para poder ir a la costa y vestirse. El rostro de Cathy ardía de la vergüenza. Era inútil tratar de explicarle nada a aquel hombre insufrible y arrogante. Se alejó de él nadando, en dirección hacia la trainera.

– ¿Me has oído? He dicho que te mereces una azotaina.

– Sí, te he oído, pero, ¿qué te hace pensar que eres lo suficiente hombre como para hacerlo?

En vez de responder, Jared se acercó nadando a ella y la adelantó.

– Esto.

Entonces, la agarró por el hombro y la hundió en el agua. Entonces, se sumergió y la tomó entre sus brazos de un modo muy íntimo. Bajo las aguas, la besó sin que ella pudiera hacer nada.

A su pesar, Cathy le rodeó el cuello con los brazos. Sus labios le devolvieron el beso. Se sintió flotando en un mundo de sensualidad que nunca había conocido antes, hasta que Jared la condujo a un lugar en el que las pasiones estaban a flor de piel y el deseo era alimento para el espíritu.

Cuando salió a la superficie, Cathy luchó por respirar. Jared la tenía agarrada por la cintura y la sujetaba con firmeza, negándose a soltarla. Los rayos del sol brillaban sobre sus oscuras pestañas y una sonrisa iluminaba su rostro, aunque aquella vez no había señal de que estuviera mofándose de ella.

– ¿Estáis bien? -dijo Lucas desde el barco.

Jared hizo una indicación de que así era, aunque nunca dejó de mirar a Cathy, de fijarse en sus labios. La joven se sonrojó.

– Es mejor que regresemos.

– Sí, es mejor -repitió él, aunque con cierta pena en la voz.

Ella sentía la excitación de las emociones que Jared podría causarle. Quería que volviera a zambullirla bajo el agua, volver a experimentar la presión de los labios de él contra los suyos, sentirse presa de sus brazos y dueña de sus deseos.

La llegada de Bismarc la sacó de su ensoñación. Los tres juntos volvieron nadando hasta la trainera. El sol se estaba poniendo ya y la oscuridad estaba cayendo sobre el río. Lucas encendió las luces de la barca y dejó a Jared al timón. La noche era suave y cálida. La brisa parecía fresca y los sonidos que hacía el motor de la trainera resultaban monótonos, pero en cierto modo relajantes. Lucas estaba encantado por el dinero que habían conseguido con la venta del pescado y estaba de un humor especialmente jovial.

– Sí, señor. He vivido toda mi vida en este río y sigo queriéndolo. Es un río bonito. Además, muchas personas muy importantes han venido aquí. Lefty Rudder, por ejemplo.

Cathy estaba sentada en la fresquera, tomando café. Sonrió al oír que su padre mencionaba a Lefty Rudder. Sabía que empezaría un largo monólogo sobre el famoso escritor que duraría hasta que llegaran a Swan Quarter, para lo que faltaban todavía unas dos horas.

– ¿Conoces a Lefty Rudder? -le preguntó Erica.

– ¿Que si lo conozco? Era el mejor hombre que ha pisado la tierra. Éramos los dos muy jóvenes cuando lo conocí. Acababa de empezar su carrera como escritor, pero seguía siendo una buena persona.

Cathy notó que Jared, que atendía al timón, estaba muy atento a la conversación, a pesar de que no apartaba la vista del río.

– Si eras tan buen amigo de Lefty Rudder -prosiguió Erica, con cierta incredulidad-, entonces sabrás que Jared

Él se dio la vuelta y le advirtió con la mirada. Erica comprendió lo que le había querido decir y guardó silencio. Cathy observó la escena con curiosidad. ¿Qué había estado Erica a punto de decir sobre Jared y el venerado Lefty Rudder que no había querido que ella revelara?

Lucas se volvió para mirar a Jared y le dedicó una mirada de entendimiento muy significativa. Fuera cual fuera el secreto Cathy supo que su padre lo conocía. Parecía que todo el mundo, excepto ella, lo sabía. Sin embargo, estaba más que decidida a no preguntarle a ninguno de ellos qué era lo que estaba pasando.

Capítulo Cinco

Cathy estaba furiosa aunque trataba de no demostrarlo. Descargó su ira con los cacharros de cobre de la cocina, a los que vapuleaba sin piedad. Sus hermosos rasgos estaban tensos y sombríos, dado que sabía que su padre estaba a sus espaldas, sonriendo.

– ¿Por qué no lo dices? Sé justo lo que estás pensando, pero te equivocas. No, lo repito, no me caí del barco a propósito para que Jared Parsons pudiera salvarme. ¡No me he caído de un barco en toda mi vida y lo sabes! -añadió mientras se daba la vuelta para mirar a su padre y se ponía las manos en las caderas-. Erica me asustó y perdí el equilibrio.

– Cálmate y ponte a cocinar. Tienes que estar en la caseta de los jueces a las tres, por lo que no te queda mucho tiempo -comentó Lucas-. Dime, ¿vas a participar en alguno de los otros concursos?

Cathy echó la carne de cangrejo en la cazuela de cobre más grande, deseando que fuera Jared Parsons al que estaba echando el agua hirviendo. No podía seguir pensando en él ni en su hermosa acompañante. Tenía que concentrarse en lo que estaba haciendo o nunca ganaría el primer premio ni ningún otro.

– Voy a participar en el concurso de baile con Dermott McIntyre.

– ¿Que tú qué? -explotó Lucas-. Dermott tiene dos pies izquierdos y la cabeza no mucho más diestra -añadió, en tono paternal, mientras golpeaba con cariño a su hija en el hombro-. Mira, ¿por qué no te sientas para que podamos tener una charla entre padre e hija? Estás muy equivocada en todo este asunto. En mis tiempos, cuando una jovencita quería conquistar a un hombre, lo hacía de una manera sutil. Te has estado comportando como un elefante en una cacharrería. Fíjate en lo que hizo tu madre. Me cazó con el truco más viejo del mundo. Me dejó pensar que era yo el que estaba conquistándola cuando en realidad ella me estaba manejando como a una marioneta. Nunca se movía del balancín que tenía en el porche, pero me guiñaba un ojo, me mostraba un poco de pierna y yo ya estaba enganchado. No tuvo que irse cayendo de ningún barco ni bañarse desnuda. ¡Ay, los jóvenes!

– ¡Ya está! -lo espetó Cathy, tras dar un buen golpe con la cuchara al lado de la cocina-. ¡Me marcho a Nueva York!

– Gallina. Solo los cobardes se largan cuando las cosas se ponen feas. Cortar y salir corriendo. ¿De qué tienes miedo? -le preguntó Lucas, mientras rellenaba su pipa de fragante tabaco-. Si te marchas ahora, le estarás haciendo el juego a la señorita Erica.

– Sigues sin entenderlo, ¿verdad? ¡No quiero a Jared Parsons! ¡No lo necesito! Y también apreciaría mucho que no me volvieras a mencionar su nombre. Yo me ocuparé de este asunto a mi manera, sin que tú me ayudes.

Las lágrimas le abrasaban los ojos. Mientras removía el guiso de la cazuela, sintió que la mano le temblaba. Jared Parsons la había dejado en ridículo. ¿Cómo iba a mirarlo y a no recordar que había dicho que aparentaba dieciséis años? Cathy decidió que se iba a ocupar del asunto. Lucas tenía razón. Regresar a Nueva York no iba a resolver nada. Ella era lo que era. No había modo alguno en que se pudiera comparar con la hermosa Erica. En aquel momento, daría todo lo que tenía si pudiera hacer que los ojos de Jared se iluminaran. Se sentía atraída por él, pero aquel era su secreto. Si respondía a sus besos, ése también era su secreto. Si su cuerpo vibraba de deseo, nadie lo sabría más que ella misma. Jared Parsons nunca lo sabría. La vida tenía que seguir. Su abuelo siempre le había dicho que, cuando no había otro sitio al que ir, uno debía armarse de valor y buscar otra dirección. Cathy se miró los pies y sonrió. Entonces, se inclinó para subirse los calcetines y le guiñó un ojo a su padre. Lucas asintió a través de una nube de aromático humo que le salió de la pipa.

Como el guisado de cangrejos estaba saliendo tal y como ella esperaba, Cathy se marchó a su dormitorio y se puso a ordenarlo. Con mucho cuidado, recogió las galeradas de Teak Helm y las miró. ¿Sería capaz de llamar a su jefe en Nueva York para decirle lo decepcionante que era el manuscrito? Los lectores de Teak Helm sabrían de inmediato que aquella novela no era del nivel que su autor favorito solía ofrecerles. Su carrera podría verse arruinada. ¿Cómo había podido llegar hasta el punto de imprimir las galeradas? ¿Por qué no le había pedido nadie que volviera a escribirla? Un periodista en el primer año de sus estudios se habría dado cuenta de lo que había que hacer para mejorarla. La regla de oro de Cathy había sido siempre que no se podía defraudar a un lector que se había gastado dinero en comprar una novela Y Teak Helm estaba a punto de defraudar a sus lectores.

Cathy suspiró. No había nada que ella pudiera hacer. No era la editora de Teak Helm y tenía poco que decir en el asunto.

Había demasiados personajes, demasiadas inconsistencias como para que la novela funcionara.

Metió las hojas de papel en un cajón de su cómoda. Se sentía traicionada, furiosa porque un autor al que no conocía, pero adoraba, la hubiera desilusionado de aquel modo. Las reseñas serían horribles. Bueno, no era problema suyo. Tenía que seguir con su día.

El baño de esencia de albaricoque resultaba tan atrayente, que Cathy se deslizó entre la espuma y se relajó lentamente. No se había dado cuenta de lo tensa que estaba. Si se paraba a pensarlo, no había estado tranquila desde que puso los ojos por primera vez en Jared Parsons. ¿Cómo podría un hombre, del que no conocía nada, tener aquel efecto en ella? ¿Por qué se echaba a temblar cada vez que estaba a su lado o se le aceleraba el corazón cuando pensaba en él, como le estaba ocurriendo en aquellos momentos? Nadie la había besado nunca del modo en que lo había hecho Jared Parsons. No podía evitar sonrojarse cuando pensaba en cómo se había sentido desnuda contra él. Volvió a experimentar el deseo y el vacío de siempre. Se agitó dentro del agua y se obligó a pensar en Dermott y en el concurso de baile. Por una vez, le gustaría ganar algo que no fuera un concurso de cocina. Bailaba bastante bien y, si tenía un poco de suerte, los dos pies izquierdos de Dermott se moverían con la coordinación suficiente para que pudieran ganar el concurso. Sería una noche divertida aunque no ganaran. El cuatro de julio era el mayor acontecimiento anual en Swan Quarter. Siempre había esperado con impaciencia que llegara aquel día para poder disfrutar de las celebraciones. Jared Parsons estaría allí aquel año, gracias a la invitación de su padre. Cathy pensaba marcharse antes que Lucas, para no tener que estar sentada al lado de Jared y Erica. Con la mala suerte que tenía, derramaría el guisado delante de Jared y Erica chasquearía la lengua de impaciencia. Ella se echaría a llorar y volvería a quedar en ridículo una vez más.

Salió de la bañera y se puso su albornoz. Entonces, oyó que Bismarc estaba rascando y arañando la puerta, por lo que no le quedó más remedio que volver al presente.

– Un minuto, muchacho.

Tras enjuagar la bañera, colgó la toalla con cuidado en el toallero. Miró el pequeño cuarto de baño y se sintió satisfecha por haberlo dejado del modo en que lo había encontrado, limpio y ordenado. Además de ser una chica de campo, era también limpia y ordenada, cualidades que seguramente la ayudarían a atraer a un hombre

– ¡Ja! -exclamó mientras abría la puerta para ver a Bismarc-. Seamos sinceros con uno mismo. Soy limpia, ordenada y del montón. Y muy aburrida. Me sonrojo cuando un hombre me mira y me pongo muy nerviosa si me besa. No, eso no es del todo cierto. Me pongo nerviosa y me tiemblan las rodillas cuando Jared Parsons me mira y me besa. En eso hay una diferencia.

El perro inclinó la cabeza a un lado y gruñó. Era evidente que al animal no le preocupaba aquel tono de voz tan autocompasivo. Cathy le tiró de las orejas y lo echó del cuarto de baño. Bismarc se lo tomó como una indicación de que ella quería jugar y saltó a la cama. Cathy se echó encima de él y empezaron a pelearse. El perro le tiró del albornoz. Ella se echó a reír y tiró del cinturón, lo que la hizo caer de espaldas. De repente, Bismarc se puso alerta y soltó el albornoz para empezar a gruñir.

– Siempre te encuentro en las situaciones más extrañas, Cathy. Me disculpo por haber interrumpido tus juegos, pero tu padre me dijo que te encontraría aquí, leyendo. Necesita la llave del barco y pensó que tal vez la tenías tú.

Sonrió y admiró los abultamientos de sus pechos, que quedaban casi al descubierto a través del albornoz abierto. Además, se le veía una larga porción de muslo. Cathy parpadeó y apretó los dientes.

– Debería haber una ley que prohibiera a los hombres como tú entrar en las habitaciones de las mujeres. No tengo esa llave, pero, aunque la tuviera, no te la daría -lo espetó mientras se levantaba de la cama y se ataba el cinturón con tanta fuerza que se le cortó ligeramente la respiración.

– Tu padre parecía estar muy seguro de que la tenías. Dijo que vio cómo la metías en la bolsa de lona.

Antes de que Cathy tuviera la oportunidad de responder, Jared había abierto la bolsa y estaba sacando la segunda mitad de las galeradas de Teak Helm de su interior. Para alguien que estaba interesado sólo por una llave, se fijó demasiado en las páginas que tenía en la mano. Sin embargo, se limitó a dejarlas encima de la cómoda sin decir ni una sola palabra. Entonces, siguió rebuscando en la bolsa y sacó una llave.

– No te creía capaz de mentir, Cathy -dijo con frialdad, mientras la miraba muy fijamente.

– Y no lo he hecho. Mi padre ha debido de meter esa llave ahí. Ahora, si no te importa salir de mi habitación, me gustaría vestirme.

– Por alguna razón -replicó él, en tono frío e irónico-, me da la impresión de que no sientes mucha simpatía por mí. Eso me resulta algo raro, ya que en dos ocasiones arriesgué mi vida para salvarte. Creía que, por lo menos, me estarías agradecida.

Estaba haciéndolo otra vez y ella se lo permitía. ¿Cuántas veces había hecho el ridículo delante de él? Debería responderle, decir algo, plantarle cara. Sin embargo, las palabras no le salían de la garganta. «Déjale que piense lo que quiera», pensó, muy rebelde.

De repente, vio que Jared la estaba mirando de un modo diferente. El aliento se le atascó en la garganta y el pulso empezó a latirle a toda velocidad. Dio un paso atrás, y luego otro. El pánico se abrió paso a través de ella cuando recordó que no llevaba nada debajo del albornoz. Al mirar a su alrededor, vio que Bismarc estaba ocupando lamiendo una zapatilla de Jared. Tragó saliva y se alejó del hombre que tanto la inquietaba.

Al notar su pánico, él se echó a reír.

– Relájate, Cathy. No ando buscando tu virtud. Cuando decido hacer el amor a una mujer, suele ser una decisión mutua. Además, no creo que este sea ni el momento ni el lugar -añadió, mientras le rascaba la cabeza al perro-. Nunca he atacado a una mujer, por lo que estás totalmente segura. Gracias por la llave y perdona por haberte molestado -concluyó, con la voz fría como el hielo.

Cathy se dejó caer en la cama, sollozando. ¿Había oído bien las palabras que él había musitado justo cuando salía por la puerta? ¿Acaso había dicho de verdad que habría otro momento y otro lugar, o aquello era solo lo que ella quería escuchar?

– No puedo más -susurró-. Ven, aquí, Bismarc -añadió, necesitando el cariño de su perro. Necesitaba algo a lo que abrazar-. ¡Bismarc!

Cathy se sentó en la cama y respiró un poco angustiada mientras se secaba los ojos. Menuda cara tenía aquel hombre. Le había robado también su perro.

Capítulo Seis

Cathy aceptó con cortesía el premio por su guisado de cangrejos y sonrió a los jueces. Luego, hizo lo mismo con su padre, que la miraba orgulloso. El rostro de Jared Parsons presentaba también una sonrisa y Erica parecía un felino, con los ojos entornados. Cathy se sintió muy incómoda bajo su mirada y tropezó cuando se alejaba de la mesa de los jueces. Se metió la cinta azul en el bolsillo de los pantalones, pensando que la sonrisa de Jared la había hecho desear que nunca hubiera ganado. ¿Quién era aquel hombre que había llegado a Swan Quarter para molestarla de aquel modo? ¿Por qué lo hacía y por qué era todo tan secreto? Lo único que sí sabía era que Erica estaba implicada en el asunto. Cathy sentía que, si supiera a lo que se dedicaba Jared, podría hacer algunas investigaciones propias y, al menos, se sentiría mejor. A menudo se le había pasado por la cabeza que él estaba relacionado con algo ilegal. Eso explicaría, al menos, su aparente riqueza.

De algún modo, Cathy no podía resignarse a aceptar que Jared estaba ligado al mundo de la delincuencia. Había un aura casi tangible de respetabilidad, con sus ojos grises y su abierta sonrisa. No, no podía considerar aquello. Algo se rebelaba dentro de ella, algo a lo que no podía ponerle nombre. Tal vez Jared había heredado aquella riqueza. Cathy solo deseaba conocer la respuesta. Así la ayudaría a levantar sus defensas contra él.

Sin embargo, por el momento, tenía que ir a recoger a Bismarc a la perrera.

Había demostrado su valía en la competición de perros, en la que había quedado segundo.

Al ver a su ama, el animal saltó de alegría y meneó la cola con energía.

– Eres tan inconstante como ese tipo de ahí. Si hubiera venido él a sacarte de aquí, no me harías ni caso -dijo, recordando la fidelidad que Bismarc parecía sentir por Jared.

En el momento en que abrió la puerta de la jaula, el perro echó a correr. «Sin duda para ir a buscar a su nuevo amigo», pensó Cathy, muy desilusionada. Ella tendría que recorrer el polvoriento terreno que ocupaba la feria para ir a buscar al perro.

Enojada consigo misma y con el mundo, Cathy se sentó en un banco y retiró el envoltorio de una barra de chocolate. Masticó la golosina y recorrió el terreno buscando a Bismarc. Entonces, vio que el perro se dirigía directo a ella a plena carrera. Esperó hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para poder extender la mano y agarrarlo por el collar. El animal dio un paso atrás y empezó a ladrar. Entonces, trató de zafarse de ella. Volvió a ladrar y sacudió la cabeza, consiguiendo soltarse en esa ocasión. De nuevo, empezó a ladrar como loco.

– Quieres que te acompañe a algún sitio, ¿es eso?

Bismarc ladró de nuevo y echó a correr. Cathy salió detrás de él, pisándole los talones. Comprendió a la perfección lo que ocurría cuando llegaron a una orilla aislada del río, detrás de las casetas en las que se envolvían los cangrejos. Se veían los trozos de una balsa flotando cerca de la orilla y, a cierta distancia, se distinguían unos brazos agitándose y unos débiles gritos. No lo dudó. Con gran velocidad, se quitó los zuecos de madera que llevaba puestos y los pantalones. Se lanzó al agua al mismo tiempo que Bismarc. Sus movimientos eran firmes y poderosos: la acercaban al bañista que estaba en peligro. Una vez que levantó la cabeza, vio que la figura se hundía en el agua. El frenesí se apoderó de ella y rezó porque no fuera demasiado tarde. Debía de ser un niño, un crío sin experiencia que hubiera decidido participar en el concurso de balsas caseras. Los gritos eran cada vez más débiles, lo que la apresuraron más aún. Bismarc iba ladrando detrás de ella, nadando con habilidad en el agua.

– Aguanta un poco -exclamó Cathy-. Ya voy, ya voy

Por fin, consiguió llegar hasta el lugar donde se encontraba el niño.

– ¡Chunky Williams! -exclamó, muy preocupada.

Era imposible que pudiera remolcarlo a la orilla. Estaba muy cansada y el niño era demasiado pesado, ya que estaba algo obeso. Lo único que podía hacer era sujetarlo y esperar que no hubiera tragado demasiada agua.

– ¡Bismarc! -le ordenó al perro-. ¡Vuelve a buscar a papá! ¡Ve a buscar a alguien y date prisa!

El perro permaneció en el agua, esperando, sin saber qué hacer. No estaba seguro de si debía dejar a su dueña y al niño u obedecer su orden.

– ¡Vete! -reiteró ella.

Por fin, el perro pareció comprender y Cathy vio cómo se daba la vuelta y se dirigía hacia la orilla.

– ¡Nada más rápido! -le dijo, aunque sabía que el perro estaba haciendo todo lo que podía.

– Gr… gracias, señorita señorita Bissette -susurró Chunky-. Tengo tengo tanto frío

– ¿Qué te ocurrió? -le preguntó ella, tratando de mantener la cabeza del niño a flote y de no hundirse ella.

Chunky trató de sonreír, pero fracasó.

– Yo no usé tiras tiras de cuero cuando até la balsa. Utilice una cuerda vieja que tenía mi madre y se rompió cuando se mojó todo se deshizo Mi papá me va me va a matar…

– No, vas a ver que no -le aseguró Cathy, temblando-. Estará tan contento de ver que estás bien que no te hará nada.

– Vaya ¿de verdad lo cree así?

– Tienes mi palabra. Los padres son así. Lo que has hecho ha sido una tontería Venir al río tú sólo después de la carrera -murmuró, tratando de mantener al niño a flote, aunque le estaba costando mucho.

– No me gusta entrar el último -musitó Chunky-. Mi mamá me dijo que no tenía ninguna oportunidad porque todos los demás niños eran mucho más delgados y ligeros que yo, pero no le hice caso. ¿Vamos a morir, señorita Bissette?

– No -replicó Cathy, apretando los dientes-. Mira, Bismarc acaba de llegar a la orilla. En cualquier momento, mi padre llegará con su barca y tú podrás ir a abrazar a tu padre. Venga, no te rindas, Chunky -añadió tratando de colocarse el peso del niño en el lado izquierdo.

Los brazos se le estaban quedando dormidos. Cathy sabía que estaban en peligro, aunque no podía creer que fueran a morir en el río que había sido su amigo desde que era una niña. El sol brillaba en el cielo y relucía sobre las tranquilas aguas como diamantes. La gente se ahogaba en lugares oscuros, con aguas turbulentas que los envolvían con avaricia, no en la gloriosa brillantez del cuatro de julio.

– ¿Crees que podrías flotar un poco sobre la espalda, Chunky?

– No, comí demasiada pizza y helados antes de venir aquí. Me duele muchísimo el estómago.

Cathy gruñó al tiempo que examinaba la orilla para ver que alguien había acudido a ayudarlos. Incluso desde la distancia, supo que era Jared Parsons el que se había lanzado al agua del río. Bismarc se quedó en la orilla, ladrando con fuerza. Otras personas empezaron a acudir, animando al nadador con entusiasmo.

– ¡Aguanta, Chunky, que ya vienen a salvarte! -dijo Cathy, animando al muchacho a pesar de lo furiosa que se sentía-. Ya verá ese perro cuando lo agarre -añadió en voz baja.

– ¿Qué ha dicho, señorita Bissette? Ya no puedo aguantar más -susurró el niño mientras se iba deslizando entre los ya débiles dedos de Cathy por el continuado esfuerzo.

Ella se zambulló en el agua y buscó al niño frenética. Lo tenía agarrado por las axilas cuando se sintió ella misma izada hasta la superficie. Cuando logró emerger, se sacudió el agua de la cara y vio que Jared sujetaba al niño sin ningún esfuerzo y que la miraba con una expresión profunda en los ojos.

– A pesar de que es loable, lo que hecho ha sido una tontería -la espetó-. ¿Por qué no has buscado ayuda antes de meterte en el agua sola? ¿Cómo pudiste creer que una chica tan delgada como tú iba a poder salvar a este niño? Os podríais haber ahogado los dos y, además, ese perro tuyo es un inútil. ¿Puedes regresar a la orilla o quieres que llame a alguien para que venga a ayudarte?

– Puedo llegar yo sola -replicó ella con amargura-. Y te equivocas, Jared Parsons, mi perro no es ningún inútil. Si no fuera por Bismarc, Chunky estaría muerto. Si no cuenta con tu aprobación, es es una pena. De ahora en adelante, mantente alejado de mi perro -añadió mientras utilizaba cada gramo de las fuerzas que le quedaban para volver a la orilla.

Aunque tenía que remolcar al pesado Chunky, Jared llegó a la orilla antes que ella. Los hombres le dieron palmadas en la espalda y las mujeres suspiraban por él cuando colocó al niño en el suelo. Alguien le cubrió los hombros con una manta mientras Bismarc le lamía los dedos por haber completado la operación de rescate.

Al ver aquello, Cathy no pudo contener las lágrimas. Nadie le prestaba ninguna atención. El niño que había mantenido a flote en el agua, su estúpido perro y su padre estaban rodeando a Jared Parsons. Nadie le ofreció a ella una manta. Nadie le preguntó si se encontraba bien.

– ¡Ya está! -gruñó-. Me vuelvo a Nueva York.

Fue sollozando hasta el aparcamiento donde había dejado la furgoneta. Tras sentarse detrás del volante, se marchó a casa entre lágrimas.

Tras darse su segundo baño del día, Cathy se volvió a vestir y se secó el cabello. ¿Debería volver a las celebraciones o quedarse en casa? Dermott la estaría esperando. Así que, lo menos que podía hacer, era decirle que ya no le interesaba nada que estuviera relacionado con el festival del cuatro de julio. Estaba tan cansada Era casi seguro que Dermott no esperaría que participara en el concurso de baile. Además, ¿a quién le importaba?

Se sirvió una taza de café bien cargado y se lo tomó de un trago al sentir que los ojos volvían a llenársele de lágrimas. Por suerte, el café le produjo el efecto deseado y le cortó de raíz las ganas de llorar.

Se sentía furiosa. Quería gritar y pegar patadas, herir como la habían herido a ella. Era una mujer adulta y se esperaba de ella que se comportara como tal ¡Ja! Por lo que a ella le parecía, era la única que se había estado comportando como una adulta. El estúpido y misterioso Jared, la infantil Erica y Lucas, que parecía estar viviendo una segunda infancia ¿A quién le importaba lo que hacían ni lo que pensaban? «A mí no, de eso estoy segura», pensó.

– Me voy a volver a Nueva York en cuanto pueda encontrar un billete de avión -dijo.

Jared sería ya casi un héroe nacional. «El hombre misterioso salva a un niño. Todos los habitantes de Swan Quarter están en deuda con él. El hombre misterioso también roba el afecto de un perro». Cathy esbozó una expresión de tristeza. Tenía que admitir que aquello era lo que le dolía más. Bismarc solía adorarla. Eran inseparables y que él le diera su afecto a a aquel playboy era más de lo que podía soportar.

Aquella vez, las lágrimas sí consiguieron deslizársele por las mejillas. Cuando se las secó con el reverso de la mano, solo hizo que se le derramaran más.

De repente, sintió que alguien más estaba en la habitación. Vio una sombra al otro lado de la mesa que la sobresaltó. Cathy levantó los ojos.

– Te he estado buscando, pero ya te habías ido. Lo siento mucho si te parecí algo brusco en el río, pero sabía que necesitabas algo que te hiciera enfadar lo suficiente como para que pudieras regresar nadando hasta la orilla. Parecías tan agotada como el niño -dijo Jared con suavidad-. Por alguna extraña razón, sólo verme parece enfadarte y yo creí es decir

Estaba mirándola de un modo tan extraño que Cathy se sintió muy débil. Debería estar gritándole, diciéndole lo que pensaba de él, pero no podía hacer otra cosa que mirarlo. Asintió y aceptó así su disculpa. Estaba segura de que se trataba de una disculpa, o al menos lo más cercano que él podría estar a aceptar la culpa de algo. Tomó el pañuelo que él le ofreció y se sonó la nariz. Olía a Jared, por lo que no pudo evitar tener junto a la nariz la suave tela un segundo más de lo que era necesario, saboreando aquel aroma tan masculino. Cuando consiguió reunir la fuerza necesaria para hablar, la sorprendió la tranquilidad con la que lo hizo.

– ¿Dónde está mi perro?

– Aunque no te lo creas, está sentado en la orilla del río, guardando tus pertenencias. No creo que puedas culparme a mí porque le caiga simpático a tu perro. ¿Qué quieres que haga? ¿Que le dé una patada o que le pegue? Me gustan mucho los animales, y los perros en particular. Supongo que Bismarc lo presiente -añadió. Cathy asintió y se dio la vuelta-. Voy a regresar al festival. ¿Quieres que te lleve?

– No, gracias.

– En ese caso, supongo que te veré más tarde en el concurso de baile. Erica y yo vamos a participar. Ella es una bailarina estupenda. Según tengo entendido, tú vas a hacerlo con uno de los chicos del pueblo. Al menos, eso fue lo que me dijo Lucas.

– ¿Y te dijo también mi padre que ese muchacho del pueblo tiene dos pies izquierdos?

Jared Parsons miró a Cathy, con la cabeza un tanto inclinada.

– No, no me lo ha dicho. No parece que tengas una alta opinión de tu valía, Cathy. Si no la tienes tú, ¿cómo esperas que la tengan los demás?

– No es eso lo que me importa -lo espetó ella-. Son las comparaciones a lo que me opongo.

Jared pareció entender a la perfección, tal y como ella había deseado. Salió de la habitación y cerró la puerta detrás de él. Para Cathy, aquel fue el sonido más desolador que había escuchado nunca.

Cathy esperaba en silencio al lado de Dermott McIntyre en la improvisada sala que iba a utilizarse para el concurso de baile. Sabía que Erica estaba muy cerca porque podía oler el aroma de su perfume. La mirada miope de Dermott era lo único que necesitaba para estar segura. Se sentía algo hortera al lado de la esbelta rubia, que la estaba sonriendo.

– No he ganado una copa en toda mi vida. Jared dice que está seguro de que ganaremos. Hemos bailado en los mejores clubes de Nueva York en más de una ocasión. ¿Y tú, Cathy?

– No Te deseo suerte.

– La suerte no tiene nada que ver con esto. Jared y yo hemos perfeccionado nuestro modo de bailar a lo largo de los últimos meses. Bailamos muy bien y, por lo que he visto por aquí -comentó, mirando a su alrededor con desdén-, no veo competencia alguna. Tú no vas a participar, ¿verdad?

– No, claro que no -replicó Cathy, dándole un codazo a Dermott para que no la contradijera.

Sin embargo, aunque la vida le hubiera dependido de ello, Dermott no habría podido responder. Estaba demasiado ocupado mirando la falda de raso, con una profunda raja en un lateral y los zapatos de tacón algo que Erica lucía a la perfección.

– Bueno, aquí viene Jared -ronroneó Erica.

Cathy ya no podía aceptar la idea de bailar.

– Había creído que tú querías participar en este concurso -se quejó Dermott-. Me he limpiado los zapatos para nada. ¿Por qué? Sólo dime por qué.

– Porque no somos lo suficientemente buenos y no tengo deseo alguno de ver cómo haces el ridículo. No tenemos ninguna oportunidad contra ellos -dijo Cathy, señalando a Jared y a Erica con la cabeza.

Admiró la camisa de seda blanca, abierta casi hasta la cintura, su torso bronceado y aquellos pantalones hechos a medida. Era el centro de atención de todas las mujeres que había allí y la envidia de todos los hombres. Era evidente, por el modo en que ellos las estrechaban contra su cuerpo. Dermott no parecía inmune a la amenaza de los encantos de Jared. Agarró a Cathy por la cintura.

– Ese tipo es un chulo -dijo, sin apartar los ojos de Erica.

– Si él es un chulo, ¿qué es Erica? -replicó Cathy. Dermott se sonrojó-. ¿No me digas? -añadió, tomando el rubor de su compañero como respuesta.

– Pues claro. Los tipos como ese relamido las aman y las dejan Sé la clase que son. Yo soy un hombre -comentó muy orgulloso.

Cathy quería decirle a Dermott que, al lado de un hombre como Jared Parsons, él no era más que un muchacho, pero se contuvo. Dermott era agradable, tal vez demasiado para ella. Quizá tuviera dos pies izquierdos, pero tenía otras cualidades espléndidas que lo harían merecedor de otra mujer.

De repente, a Dermott no pareció importarle que no fueran a participar en el concurso de baile. Tenía los ojos pegados a la voluptuosa figura de Erica, que llevaba extendida la mano para que le dieran la tarjeta con el número de su participación. Jared, como siempre, tenía un aspecto dispuesto y preparado. Cathy estuvo segura en aquel momento de que los dos ganarían el concurso de baile.

– ¿Quién decoró el salón? ¿De dónde ha venido esa orquesta? -le preguntó Dermott.

Cathy miró a su alrededor y tuvo que admirar la decoración. Las luces multicolores y la música ambientaban una noche de fiesta, cuya recaudación iba a ir a parar al orfanato de la ciudad.

– Pat Laird y John Cuomo son los responsables. Al menos eso es lo que me ha dicho mi padre. Al Anderson ha preparado las luces. Esa es la orquesta de Billy Tensen, que ha estado tocando por todo el sur, así que espero que se vaya a recaudar mucho dinero. Son muy buenos, ¿verdad?

– Sí, geniales -replicó él sin apartar la mirada de la larga pierna de Erica.

«Espero que le dé un calambre», pensó Cathy. De inmediato, sintió haberle deseado mal a la joven. «Solo estoy celosa», admitió.

– ¿Qué número tenéis Dermott y tú? -quiso saber Lucas, acercándose a Cathy.

– No vamos a participar -respondió ella. Su padre se colocó delante de ella y la miró directamente a los ojos.

– No lo puedes soportar, ¿verdad, Cathy?

Las palabras necesarias para responder a su padre se le formaron en la garganta, pero decidió no utilizarlas. ¿Qué demonios le pasaba cuando no podía soportar las bromas de su padre? Cathy tragó saliva y habló con mucha suavidad.

– Eso es, papá. No puedo soportarlo. Y creo que este es un momento tan bueno como cualquier otro para decirte que me marcho a mediados de semana. Piensa lo que quieras.

Lucas golpeó cariñoso a su hija en el hombro y luego la abrazó.

– Hagas lo que hagas está bien hecho en lo que a mí respecta. Eso ya lo sabes, Cathy. Sin embargo, tú eres la que tiene que vivir tu vida -añadió antes de marcharse.

– ¿Qué te ha dicho tu padre? -preguntó Dermott mientras no dejaba de moverse de un lado a otro.

– Me ha dicho que yo soy una princesa y que me merezco un príncipe y que, dado que no hay ninguno disponible, comprendía por qué no iba a participar en el concurso -replicó ella.

– ¿De verdad? -comentó Dermott mientras observaba cómo los concursantes saltaban a la pista de baile.

Cathy observó a las primeras cuatro parejas con una objetividad clínica. Eran buenos, pero les faltaba la habilidad que sabía que iba a ver cuando Erica y Jared salieran a la pista de baile. Se sintió indefensa, vulnerable al ver cómo la quinta pareja se colocaba en el centro de la pista. Recorrió con la mirada el círculo de personas que observaban sin aliento a los bailarines. En aquel momento, decidió que necesitaba un poco de protección paterna. Dermott ni siquiera se dio cuenta de que se había alejado de él. Al llegar al lado de Lucas, él miró y sonrió. Cuando Cathy suspiró, su padre comprendió.

– Cathy, me voy a llevar a Erica al pueblo después del concurso. Le mencioné por casualidad que el Nido de Langostas era propiedad de un amigo mío y

– Papá No tienes que explicarme nada de lo que hagas. A cambio, yo espero la misma cortesía por tu parte.

– Sólo quería que supieras dónde estaba por si

– Por si te necesitaba. Y eso significa también que el señor Parsons está disponible, ¿verdad?

Los dos concursantes terminaron su número y aplaudieron. Cathy hizo lo mismo, aunque la mente no dejaba de darle vueltas por la excitación.

Su padre iba a llevarse a Erica al Nido de Langostas. Jared la llevaría a ella a casa porque aquello era lo que su padre se habría preocupado de organizar. Seguramente, Lucas no tendría el descaro de llevar a la bella Erica al restaurante en la furgoneta, lo que significaba que se llevaría el coche. A las chicas como ella no les gustaba montar en furgonetas. Eran las muchachas como Cathy Bissette, que ganaban concursos de cocina, las que iban en furgonetas.

Cathy apretó los puños al ver que Erica llevaba a Jared al centro de la pista. Todo estaba mucho más silencioso que cuando el resto de los concursantes habían bailado. Ellos eran forasteros de Nueva York, personas sofisticadas con dinero Cathy miró a su alrededor y se quedó asombrada al ver los gestos que había en los rostros de todos los asistentes. Las mujeres, jóvenes y maduras, los observaban con admiración. Los hombres miraban a Erica con lujuria. De repente, se dio cuenta de que Jared la estaba mirando sin recato alguno. Pensó que seguramente habría creído, por cómo estaba mirando a Erica, que estaba celosa. Era probable que así fuese si era sincera consigo misma. Entonces, se sorprendió cuando le deseó buena suerte con un sutil movimiento de labios. Jared dejó de sonreír y la miró como si ella le hubiera dicho algo obsceno. A continuación, Cathy se sorprendió aún más al levantar la mano y sonreír y saludar a la pareja.

– Buena chica, Cathy. Sabía que podrías manejar esta situación -susurró Lucas.

– ¿Sabes una cosa, papá? Tal vez tengas razón. La música está empezando. Aquí está tu oportunidad para ver lo que se hace en la Gran Manzana.

Sus movimientos eran fluidos, perfectos Los dos se movían como si estuvieran perfectamente compenetrados el uno con el otro. En aquellos momentos, Cathy no sintió envidia, sino admiración por los bailarines. Cuando terminó el baile, aplaudió entusiasmada. Era evidente que ellos habían sido los ganadores, porque el presentador se dirigió de inmediato al centro de la pista para entregar la copa a Erica, que la aceptó muy cortés. Jared sonreía y aceptaba las felicitaciones de todo el mundo. Dedicó una sonrisa a una ancianita y luego, de manera inesperada, la besó en la mejilla. La mujer, asombrada, se llevó una mano al rostro y sonrió llena de felicidad.

Cathy sintió que una ira irracional se abría paso a través de ella. Sintió que le había robado el perro, a su padre y que, además, se estaba ganando el afecto de la comunidad entera.

– Sería un político excelente. Me apuesto algo a que también besa a los niños -le susurró a su padre.

– No tiene nada de malo besar a los niños. Yo he besado a unos cuantos en mis tiempos -bromeó Lucas con una sonrisa.

– Tengo hambre, papá. Creo que me voy a ir a comprar un perrito caliente o algo por el estilo. Ya no veo a Dermott por aquí, así que, si te encuentras con él, dile dónde estoy.

– Vale. Bueno, ha llegado la hora de reclamar mi premio. ¿Quieres que te lleve una langosta del restaurante?

– No, gracias, me vale con un perrito caliente. Supongo que no te veré hasta mañana. Que te lo pases bien, papá -comentó Cathy antes de perderse entre la multitud.

Cuando hubo terminado el perrito caliente, no pudo ver a Dermott por ninguna parte. Esperaba sinceramente que hubiera encontrado algo con lo que ocuparse y que la hubiera olvidado. Empezó a comer patatas fritas y contempló a la multitud. No se veía por ninguna parte a Jared Parsons. Se sentía algo enojada. Le daría unos minutos más y, si no aparecía, se iría a casa y dejaría que encontrara el camino de vuelta a su barco solo. Si se iba a casa en aquel mismo instante, se perdería los fuegos artificiales. Sonrió secretamente y luego se echó a reír. Si Jared se presentaba, era capaz de hacer sus propios fuegos artificiales, solo que sería Cathy Bissette quien explotara, no el fino y gallardo Jared Parsons. Sí, y en aquellos momentos parecía que hubiera muchas posibilidades de que así ocurriera, aparecía y la llevaba a casa, no se comportaría como una niña. Esa clase de comportamiento era lo que la había hecho perder a Marc en Nueva York. Actuaría como la moderna neoyorquina que su padre le decía que era.

Pasaron quince minutos y luego otros quince más y Jared seguía sin aparecer. La pareja que trabajaba en el puesto de perritos calientes estaban empezando a mirarla con sospecha. Era hora de marcharse. De irse a casa. Sola. ¿Y qué había esperado? ¿Que Jared iba a caer rendido a sus pies y le iba a declarar amor eterno?

Sí, en efecto. En algunos momentos, sería incluso capaz de aceptar una mentira. Las lágrimas se le acumularon en los ojos, por lo que se alegró de que ya estuviera oscureciendo. Regresó al lugar en el que estaba aparcada la furgoneta y se encontró a Bismarc tumbado allí, esperándola. Se colocó tras el volante y sintió que las lágrimas que se le habían estado acumulando en los ojos empezaban a resbalarle por las mejillas. Se las limpió con el reverso de la mano, como una niña, pero un sollozo le ahogó la garganta. Trató de serenarse y suspiró. Entonces, decidió que necesitaba sonarse la nariz. El hecho de que alguien le ofreciera un inmaculado pañuelo la sobresaltó.

– Tu padre me ha pedido que te lleve a casa y he estado recorriendo esta maldita feria durante una hora, buscándote. Lo menos que podías haber hecho era haberte quedado en un sitio -le dijo Jared, frío, mientras le indicaba que se sentara en el otro asiento para que él pudiera ponerse al volante.

Cathy lo miró con fijeza. Deber. Solo la llevaba a casa porque su padre se lo había pedido y necesitaba que alguien lo llevara al barco. Por fortuna, no podía leer la expresión de su rostro.

– No tienes por qué hacerme favores -le dijo justo en el momento en el que el primer cohete explotaba en el cielo en medio de un caleidoscopio de color y sonido.

Jared no prestó ninguna atención a los fuegos artificiales y sacó la cabeza por la ventana para sacar la furgoneta marcha atrás del lugar en el que estaba aparcada. Cuando volvió a mirar hacia delante, tenía una ligera sonrisa en los labios.

– Los fuegos artificiales siempre me recuerdan a las emociones de una mujer. Arriba y abajo, explosivas y luego se evaporan.

– Eres insoportable. Sin embargo, estoy segura de que si alguien sabe algo de las mujeres, supongo que un hombre como tú debe de ser un experto -replicó Cathy, consciente del efecto que la cercanía de Jared estaba produciendo en ella.

La voz de él fue dura, aunque contenía también algo de ternura cuando habló.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Significa lo que tú quieras que signifique -afirmó Cathy, contenta por haber derrotado a Jared, aunque solo hubiera sido una vez.

– Me da la impresión de que no te caigo muy bien. ¿Por qué es eso, Cathy?

Ella no supo lo que hacer. Podía negarlo o no hacer caso de la pregunta. Al final, optó por la verdad.

– No sé si me caes bien o mal. Lo único que sé es que me siento muy incómoda a tu lado. No me gusta ese sentimiento. Si eso significa que me caes mal, lo siento.

Jared se echó a reír y detuvo la furgoneta en el arcén de la carretera.

Los cantos de las aves nocturnas eran música para los oídos de Cathy y la oscura noche era un terciopelo en el que ella descansaba esperando sus propios fuegos artificiales, aquellos que los llenaran a ambos de nuevas emociones. Al ver que él le extendía los brazos, se echó a temblar, ¿Cómo podía un hombre, cualquier hombre, tener aquel efecto sobre ella? Quería sentir el calor de sus brazos casi tanto como necesitaba respirar. Lo que no quería era que Jared supiera lo que ella sentía. Sin duda, estaba más que acostumbrado a las mujeres que temblaban entre sus brazos y no quería ser una más de ellas, de las que se rendían a sus pies para luego caer derrotadas cuando las abandonaba por otra nueva. Sin embargo, casi sin que se diera cuenta, comprendió que se estaba dejando llevar por el momento.

Capítulo Siete

Cathy escuchó un profundo sonido en el pecho de Jared cuando él se acercó a ella. La agarró por los hombros, atrayéndola hacia él. Sintió su cálido aliento en el cabello, los labios contra el oído y en la suave piel del cuello. En el momento en que la besó, sintió una serie de emociones que evocaban un fuego abrasador, que ardía y se abría paso a través de las venas. Estaba indefensa ante él. Pensó en todas las promesas que se había hecho de mantenerse alejada de él, de resistir su atractivo, pero estas se consumieron en el fuego que le ardía por dentro y se evaporaron en anillos de humo. Lo único que sabía era que Jared y ella estaban allí, a solas. Cathy estaba entre sus brazos, saboreando sus labios y gozando con las deliciosas sensaciones de la pasión que él avivaba dentro de ella.

Le rodeó el cuello con los brazos y se apretó contra él para responder al beso. Separó los labios y dejó que los dedos se le entrelazaran con el sedoso cabello que le crecía en la base del cuello. Sintió la fuerza de su abrazo, su aliento contra la mejilla, el poder de una mujer que es querida y deseada.

Jared le acarició la garganta, dejando que los dedos bajaran por la grácil columna de su cuello. Cathy sintió que el pulso le latía bajo las yemas de los dedos de su amante.

Llevaba la camisa de cuadros abierta hasta el inicio de los pechos. Cuando él metió la mano y le acarició la piel, Cathy sintió una serie de descargas eléctricas que la hicieron contener la respiración. Con mano diestra, él le desabrochó con pausa el botón superior. Le tocaba suavemente la piel dejando que la mano se adaptara a las suaves curvas del cuerpo de Cathy, buscando con ardor el tenerla por entero en la palma de la mano.

Ella sintió que la respiración se le aceleraba de deseo. Las caricias de Jared habían encendido una llama en su ya caldeada piel. Se estaba perdiendo, pero sólo sentía por él, su aroma, su fuerza, sólo deseaba conocerlo La embriagaba más que el vino y hacía que la cabeza le diera vueltas. Le resultaba imposible pensar, protestar Era una mujer y deseaba, necesitaba sentir que así era.

Jared se desprendió de sus labios y Cathy se separó de él de mala gana. Entonces, él comenzó una completa y tierna exploración de la curva del cuello de la joven. Le encontró el pulso y se detuvo allí, como si quisiera arrancarle la vitalidad que allí le latía. Cathy frunció los labios de pasión y el deseo pareció someterla por completo cuando él empezó a acariciarla de un modo más profundo y sensual. Parecía saber por instinto dónde era más vulnerable: en el hueco de la garganta y en el valle que habitaba entre sus senos.

Se encontró ofreciéndose más a él, acogiéndole entre sus brazos. Escuchó un suave sonido de placer y, de repente, se dio cuenta de que había sido su propia voz saliéndole desde lo más profundo de su interior, de una parte íntima que no había explorado jamás.

Había un intenso anhelo dentro de ella y se reflejó en su reacción. Los labios de Cathy buscaron los de él. Sus dedos le acariciaron el tórax, deslizándose a través de la amplia expansión de sus músculos y deteniéndose allí para enredarse en el suave vello que le cubría la piel.

Oyó que él pronunciaba su nombre. El ronco sonido que emitió la debilitó por completo y se perdió en la necesidad que sentía por Jared.

Él tomó posesión de su piel, acariciándola con movimientos de mariposa. Sus besos eran una droga; aquellos brazos, una prisión; el sonido del nombre de Cathy en sus labios, alimento para su pasión. Sólo importaba el allí y el entonces, sólo Jared y ella, como si fueran los únicos seres vivos en todo el mundo. Nada ni nadie importaba más que el hecho de encontrarse entre sus brazos y de que le estuviera haciendo el amor, amándola.

Su propia voz, cuando la utilizó, fue profunda y llena de pasión.

– Jared

Pronunció su nombre como un grito, como un sonido que le nacía del alma y que habitaba entre sus labios. Se le ofreció de lleno, apretándosele contra la mano, moviéndose contra él, perdida en el deseo que sentía por él.

Poco a poco, se fue dando cuenta de que sus labios ya no respondían. Sus manos también se habían detenido y parecía estar apartándose de ella. ¿Qué había hecho? ¿Qué había dicho? ¿Por qué la había soltado y estaba escrutando la oscuridad a través del parabrisas?

– ¿Jared?

– Abróchate la blusa, Cathy -le dijo con voz dura, vacía de los sentimientos que ella hubiera jurado que había sentido minutos antes.

Sin prestar atención alguna a sus palabras, decidió que necesitaba ante todo escuchar de sus labios la razón de aquella repentina frialdad.

– ¿Por qué? -le preguntó. Aunque trató de contenerse, no pudo reprimir un sollozo. Sentía que las lágrimas le quemaban en los ojos.

Jared se volvió a mirarla. Los ojos parecían abrasar la carne de Cathy cuando la miró, admirando el escote que se le veía a través de la blusa abierta. Sin embargo, sus ojos eran fríos y, a pesar de la oscuridad, pudo notar una triste sonrisa en sus labios.

– Alguien me ha dicho, Cathy, en confidencia, por supuesto, que te estabas reservando para el matrimonio.

Se estaba riendo de Cathy, burlándose de ella y de sus recién encontradas emociones. Había vuelto a dejarla en ridículo. No. Ella había vuelto a ponerse en evidencia al tirarse entre sus brazos y ofrecérsele de aquel modo. Había estado dispuesta a satisfacer sus pasiones y, en aquellos momentos, Jared se estaba riendo de ella. Además, para humillarse aún más, le había preguntado el porqué.

Con dedos temblorosos, se abrochó de nuevo los botones de la blusa.

– Olvídate de que te he hecho esa pregunta. En realidad, ya no me importa la respuesta. Creo que deberías saber que eres el hombre más insufrible que he conocido nunca. Eres egoísta y egocéntrico y solo hieres a las personas -lo espetó-. ¡Fuera de mi furgoneta!

Con una fuerza que hasta le sorprendió a ella misma, trató de empujarlo hacia la puerta y sacarlo del vehículo.

– Espera un momento -dijo Jared, riendo-. No me has comprendido. No me estaba mofando de ti. En absoluto. Sólo estaba tratando de respetarte -añadió, sin encontrar las palabras que buscaba.

– ¡Adelante! ¡Dilo! -bufó Cathy, furiosa-. Di lo que estás pensando. Adelante, di, «tu virginidad» -rugió. Entonces, dobló la mano para convertirla en un puño y le pegó en un ojo-. Eso es por burlarte de mí y esto -prosiguió, dándole una segunda vez, en la barbilla-, es por robarme el afecto de mi perro. ¡Te odio, Jared Parsons! ¡Te odio! Y si te vuelves a acercar a mí, te te

Lo que sentía en aquellos momentos bloqueaba todo pensamiento. Tras recoger la poca dignidad que le quedaba, Cathy abrió la puerta de la furgoneta, se bajó y salió corriendo por la carretera. Se alejó de Jared Parsons tan rápido como las piernas la podían transportar. Bismarc saltó de la parte trasera de la furgoneta y, con sus ladridos, rompió la tranquilidad de la noche.

Cathy estuvo recogiendo la cocina con el perro a su lado. Habían pasado tres días desde la última vez que vio a Jared Parsons. Furiosa, le dio una patada a la cocina, de inmediato, soltó un alarido de dolor. Estaba allí fuera, con la bella Erica, haciendo sólo lo que Dios sabía. Era culpa suya. Había dicho que no quería volver a verlo.

La mañana después de su último encuentro, había encontrado la furgoneta aparcada delante de la casa, como único recordatorio de que había estado en ella con Jared. Le parecía que su padre sabía algo, pero no pensaba preguntarle nada sobre él.

El teléfono empezó a sonar, pero Cathy se pensó durante un momento si iba contestar o no. Tal vez era Jared.

– ¿Sí? -dijo, con mucha suavidad-. ¡Ah! Señor Denuvue, ¿por qué me llama usted aquí? ¿Qué es lo que pasa? Claro que sí -añadió tras escuchar durante un momento. ¿Por qué yo? ¡Mañana! Sí, sí, claro que puedo estar ahí. Gracias, señor Denuvue, por darme esta oportunidad. Lo haré lo mejor posible.

Cathy se quedó mirando el teléfono durante unos segundos antes de volver a colgarlo. No se lo podía creer.

– Bismarc, ¿has oído eso? -le preguntó al perro, muy emocionada-. Era el señor Denuvue, el presidente de la editorial para la que trabajo. Me acaba de decir que voy a ser la nueva editora de Teak Helm. La señora English decidió irse a California para vivir con su hija, dado que esta espera su primer hijo. Ha dejado a Teak Helm por un niño. Tengo que estar en Nueva York mañana por la mañana, lo que significa que tengo que marcharme esta noche. Sin embargo, si me voy ahora, nunca volveré a ver a Jared. Estaba tan emocionada cuando me llamó el señor Denuvue que casi me olvidé de él. ¿Qué voy a hacer?

Extendió la mano para agarrar el teléfono, pero la retiró. Tres días y tres noches con Erica. ¿Cómo iba a importarle que ella regresara a Nueva York? Ella le había dicho que no quería volver a verlo. ¿Cómo había podido creerse una mentira tan descarada? Se suponía que él era un experto en lo que se refería a las mujeres. ¿Es que no sabía distinguir una mentira cuando la escuchaba? Claro que no. Era él quien solía contar las mentiras. Todos los hombres mentían.

Era una oferta que se presentaba sólo una vez en la vida. No podía rechazarla, ni siquiera por un hombre como Jared. Sería una estúpida si no regresaba a Nueva York y aceptaba aquella oferta. Al cabo de unos pocos días, el yate de Jared estaría reparado y no se marcharía sin volver a pensar en ella. ¿Por qué estaba dudando?

– Además, voy a ganar mucho dinero. No tendré que escatimar para poder ahorrar. Tal vez podría alquilar un apartamento mayor, al que me dejen llevar perros y, entonces, podrás venir a vivir conmigo. ¿No te parece que sería estupendo?

Bismarc no le prestó atención alguna, a pesar de que la voz se le quebraba cada vez que mencionaba el nombre de Jared.

– Voy a aceptar -le dijo al perro-. Primero, voy a hacer la maleta, luego sacaré el esquife para darme un último paseo y después me despediré de Swan Quarter hasta las Navidades.

Una hora después, había preparado las maletas y tenía su habitación completamente ordenada. Después, llamó al aeropuerto y reservó un billete de avión. Ya estaba. Aceptaba la oferta y se marchaba a Nueva York.

Cathy preparó un ligero almuerzo para ella y metió una bolsa de galletas para Bismarc. En el último minuto, escribió una nota para su padre y la dejó encima de la mesa. No quería que él pensara que se marchaba porque estaba enfadada con él.

O por otra cosa, es decir, por Jared Parsons. Lucas comprendería que no hubiera podido rechazar aquella oferta y sería el primero en decirle que aceptara. Además, sabía que su padre querría llevarla al aeropuerto.

El tiempo era el típico que se esperaba en Carolina del Norte en el mes de julio. Hacía un sol de justicia y la humedad era muy alta. Bismarc estaba sentado en la proa, dejando que la brisa le peinara su largo pelaje rojizo. Allí, en el río, sola con su perro, Cathy lamentó su decisión de cambiar Swan Quarter por el caluroso verano de Nueva York. Aquel era su hogar, el lugar al que pertenecía. Tenía el sol, el cielo, el río y no una jungla de asfalto con la contaminación que creaban los taxis, los autobuses y el ajetreado ir y venir del tráfico. Allí estaba en su casa y disfrutaba.

La hélice iba dejando una amplia estela en el agua. Una o dos veces, oyó que el motor protestaba. Su padre llevaba tiempo prometiendo que iba a revisarlo, pero, en apariencia, nunca había llegado a hacerlo. En aquellos momentos, en el momento cumbre del marisqueo, se había comprometido a reparar el yate de Jared.

– Eso me deja a mí a dos velas -dijo-. Venga, no me dejes aquí tirada -añadió, golpeando con suavidad el motor.

Como si la máquina hubiera escuchado sus palabras, volvió a recobrar su potencia normal, por lo que Cathy se dirigió hacia una playa cercana.

Cuando estuvo bastante cerca de la costa, apagó el motor y dejó que la barca se aproximara hasta tocar la arena de la playa. Con rapidez, como le habían enseñado sus largos años de prácticas, saltó por la borda y llevó el esquife hasta la costa, donde lo encajó bien en la arena.

– Vamos, Bismarc -anunció, tras sacar su almuerzo y una vieja manta-. Éste es el último día que vamos a pasar aquí hasta el invierno. Vamos a disfrutarlo.

La tarde fue idílica. Cathy estuvo jugando con su perro, disfrutando de las refrescantes aguas. Por último, tras secarse de su último baño, miró el reloj. Le quedaba mucho tiempo para llegar a casa, bañarse, lavarse el pelo y marcharse al aeropuerto. Esperaba que su padre estuviera allí. Sabía que se sentiría algo desilusionado porque su hija se marchara de manera tan repentina, pero lo comprendería. Lucas era un hombre de negocios y sabía que había que trabajar cuando las perspectivas eran buenas. Aquella oportunidad se ofrecía demasiado buena como para dejarla escapar.

Bismarc se sentó de nuevo en la proa mientras ella se disponía arrancar el motor. Tiró de la cuerda. Nada. Otra vez. Nada.

Exasperada, levantó el motor de su sitio y examinó las bujías. Volvió a intentarlo. Nada. Hizo todas las cosas que sabía que había que hacer, pero no consiguió que la barca arrancara.

Estaba allí, náufraga. No en una isla, pero sí en una delgada tira de tierra, rodeada de espesos bosques y matorrales. Al mirar a su alrededor, lanzó una exclamación de desesperación. Sólo se podía acceder a aquel lugar por barco. Si tenía que tratar de llegar a la carretera, tendría que atravesar seis o siete kilómetros de bosque.

El perro gimoteó como si presintiera el dilema al que Cathy se enfrentaba.

– Creo que es mejor que te bajes del barco, Bismarc. No parece que vayamos a ir a ninguna parte. Al menos, no por el momento.

El sol había empezado a ponerse. Cathy estuvo muy pendiente de cualquier barco que pudiera pasar e incluso preparó la toalla para utilizarla como bandera si se daba el caso. Sin embargo, el tráfico marítimo a aquellas horas era muy escaso, sobre todo en un día de diario. Con un gemido de desesperación, Cathy se sentó en la arena y se dispuso a esperar.

Miró el reloj por centésima vez y perdió la esperanza un poco más. Si no la encontraban pronto, perdería el avión. ¿Dónde estaba su padre? ¿Es que no había recibido su nota? Seguramente la habría leído y se habría dado cuenta de la hora. Además, Lucas sabía dónde le gustaba ir con el esquife Tal vez no quería que regresara a Nueva York y estaba retrasándose con deliberación.

Aquello era una tontería y poco propio de su padre. Más posible habría sido que estuviera aún trabajando en el yate de Jared y que ni siquiera hubiera llegado todavía a casa.

En la distancia, vio un pequeño objeto. De inmediato, reconoció que se trataba de un barco, incluso sin oír el motor. Se puso de pie de un salto y empezó a agitar la toalla con mucha energía.

– ¡Ladra, Bismarc! ¡Tal vez te oigan!

Sabía que no era muy probable, pero podría ser que el brillante pelaje rojizo del perro atrajera la atención de los tripulantes del barco.

Pareció que pasó una eternidad hasta que el barco se acercó lo suficiente. Cuando lo hizo, Cathy sintió que el alma se le caía a los pies. Era la lancha de Jared.

Sintió que sus ganas de ser rescatada desaparecían y volvió a sentarse en el esquife. Cuando oyó su voz, le entraron náuseas. Había pensado que podía controlar todo lo que sintió en la noche del cuatro de julio, pero De todas las personas que había en el mundo, ¿por qué tenía que haberla encontrado Jared Parsons? Prefería enfrentarse a una barracuda que a él.

El rostro del recién llegado era frío y distante. Entonces, la miró y sonrió levemente.

– Tu padre está trabajando en el motor de mi yate, así que, en vez de parar, le dije que yo saldría a buscarte. ¿Es que no piensas nunca antes de seguir tus impulsos? Lucas me dijo que sabías que el esquife no estaba en condiciones de navegar. Entonces, ¿por qué lo hiciste? ¿Es que querías que yo viniera a buscarte?

– La razón por la que mi esquife no está arreglado es porque mi padre se ha pasado todo el tiempo trabajando en tu yate. Y, no, ni esperaba ni quería que vinieras a rescatarme -lo espetó ella-. De hecho, dentro de unas pocas horas ya no tendrás que preocuparte por mí. Me marcho a Nueva York.

Supo que sus palabras y el tono de su voz lo habían sorprendido por el modo en que se le entornaron los ojos. Como si a ella le importara lo que él pensaba

Durante el trayecto de regreso al muelle, no ocurrió absolutamente nada. Jared le dio la espalda, con las manos apretadas encima del timón. En cuanto la lancha entró en puerto, Cathy se levantó y saltó al muelle sin necesidad de ayuda. Bismarc siguió sus pasos, pero se detuvo a ladrarles.

– Gracias por traerme a casa -dijo Cathy en tono muy formal-. Siento haberte causado tantas molestias. Sé que debes de ser un hombre muy ocupado.

Jared la miró fijamente, con el ceño fruncido, pero no hizo comentario alguno. Estaba haciendo que ella se sintiera incómoda otra vez. Sin embargo, sabía que después de aquel día no tendría que volver a preocuparse por él. Incluso para ella misma aquella despedida tan formal había sonado como algo definitivo. Entonces, giró sobre sus talones y se alejó del muelle con Bismarc tras ella.

A pesar de todo, las lágrimas le nublaban la visión, por lo que encontró el camino a casa gracias a su perro.

A medianoche estaría de vuelta en su pequeño estudio, dispuesta a comenzar una nueva fase de su vida. Aquel breve interludio no sería más que un recuerdo

– ¿Por qué no pudo ser más que un recuerdo? -le preguntó, completamente descorazonada, al perro.

«Porque no ha podido ser», pensó, tratando de armarse de valor.

Capítulo Ocho

Swan Quarter y Jared Parsons quedaban muy lejos de ella. Cathy se aferró a las galeradas de Teak Helm y, tras respirar con profundidad, entró en el despacho de Walter Denuvue. Si iba a ser la nueva editora de Helm, Walter debía saber que no podía hacerse responsable de aquel desastre que tenía entre las manos.

Tras un breve intercambio cortés de bienvenida, Cathy le entregó las galeradas a Walter.

– Es un desastre -dijo-. No puedo hacerme responsable de este manuscrito. ¿Lo ha leído?

– Siento decir que no. Sin embargo, antes de que Margaret English se marchara, me puso al día. Lo miré un poco por encima -replicó el señor Denuvue, algo a la defensiva-. Verás, Cathy, Margaret no tenía deseo alguno de airar al señor Helm. Trató de que lo revisara, pero él se negó. De hecho, ha afirmado que se trata de una de sus mejores novelas y llegó a decirnos que, si tocábamos una sola palabra, cambiaría de editorial. Ya que vamos a ser sinceros, seámoslo del todo. Esta editorial sigue existiendo por las dos novelas de Teak al año. Sin él, no saldríamos nunca de los números rojos. Si amenaza con marcharse, tenemos que concederle lo que quiere. Somos una editorial muy pequeña y lo necesitamos.

– Si es tan independiente y tan arrogante, ¿por qué necesita un editor? ¿Qué puedo hacer yo, aparte de corregirle la gramática? Si lo que usted dice es cierto, ni siquiera puedo hacer eso. Pensé que me había hecho llamar para ser su editora en el sentido pleno de la palabra, no para ser alguien a quien él pueda lanzar invectivas.

– No nos podemos arriesgar a incomodarle. Su nueva novela tiene que salir a primeros del mes que viene. Teak Helm quiere tener editor y vas a ser tú. Tienes razón en que, de vez en cuando, la tomará contigo. No me enorgullece recordar que he dejado que Margaret se marche a casa llorando en más de una ocasión. No me gusta, pero tengo las manos atadas. Hay muchas personas ante las que tengo que responder, entre ellas nuestros accionistas.

– ¿Cuándo tiene Helm que venir a la editorial?

– Él nunca viene a la editorial -respondió Walter con un suspiro-. Envía los manuscritos por mensajero. Yo no lo conozco en persona, ni nadie de los que trabajan en esta casa. De hecho, ni siquiera tiene agente. En realidad, es un hombre muy misterioso. Nadie ha podido descubrir nunca por qué guarda su intimidad con tanto celo.

– ¿Dónde le envía el dinero? -preguntó Cathy, sin poder creer lo que estaba escuchando.

– Se lo enviamos directamente a su banco.

– ¿Y no hay nada que podamos hacer excepto aceptar sus exigencias y publicar lo que nos mande, sean cuales sean las condiciones en las que lo envía?

– Más o menos, así es, Cathy. Sé que no te he hecho ningún favor al darte este trabajo. Estarás trabajando también en otras cosas, así que lo mejor que te puedo decir es que no dejes que esto pueda contigo.

Sin embargo, Cathy no había terminado todavía.

– Walter, si quiere ponerse en contacto con él, ¿cómo lo hace?

– No lo hacemos. Ésa era una de las condiciones. En realidad, no deja de ser un poco raro. Siempre parece saber cuándo necesitamos hablar con él y nos llama. Esa era, como te he dicho, una condición de su contrato, pero siempre entrega a tiempo, nunca se ha retrasado un solo día en los once años que llevamos haciendo negocios. Mira, Cathy, no quiero que alborotes el tema poniéndote en contacto con el banco. Margaret English trató de hacerlo una vez y, a las tres horas, Teak Helm llamó por teléfono, gritando como un loco y amenazándonos con irse a otra editorial. Es muy estricto en lo que se refiere a su intimidad.

Cathy se sintió muy defraudada.

– Entiendo todo lo que me acaba de decir. Sin embargo, quiero preguntarle algo. ¿Me da usted su permiso para hacer una carta de revisión con sugerencias y enviarla al banco? Lo haré en mi tiempo libre y tendré mucho cuidado en cómo la redacto. Si perdemos este manuscrito, espero que el señor Helm comprenda lo que le hemos querido decir y no cometa los mismos errores en la próxima novela. Creo que merece la pena intentarlo, Walter. ¿Cuánto tiempo cree que los lectores seguirán comprando sus libros si no están al nivel de los anteriores? Dos como máximo. Y ambos lo sabemos.

Walter Denuvue lo pensó durante un momento. Entonces, asintió.

– Creo que tienes razón, Cathy. Pero ten mucho cuidado sobre cómo haces las sugerencias. ¿Tan mala es? -añadió.

– Mucho -dijo ella, escueta-. No puedo creer que, como responsable de esta editorial, usted no la haya leído.

Walter se encogió de hombros.

– Me gustan mucho las motocicletas y los coches rápidos. Si quieres que te diga la verdad, nunca he podido pasar de la primera página de ninguno de sus libros, aunque espero que mantengas esto en secreto -añadió con voz severa.

Cathy sonrió. Su cabeza ya había compuesto la carta que enviaría a Teak Helm, autor de novelas marítimas.

Los días pasaron con rapidez. Cathy estaba trabajando muy entregada en las galeradas de Teak Helm. Lo hacía en su despacho y luego se iba casa para prepararse una cena ligera. Después, seguía trabajando hasta altas horas de la madrugada. A las tres semanas de haber regresado a Nueva York, tenía su carta terminada y lista para enviarla por correo. ¿Cómo iba a reaccionar Teak Helm ante los contenidos de aquella carta? Escribió la palabra Urgente en el sobre y luego añadió los sellos.

Estaba cansada, agotada por todo el durísimo trabajo que había estado haciendo. Echaba de menos a su padre, a Bismarc y a Swan Quarter. Parecía faltar mucho tiempo para la Navidad

¿Qué estaría haciendo y dónde estaría Jared Parsons? Como siempre, cuando pensaba en él, sentía un profundo vacío en su vientre y la respiración se le aceleraba. En cierto modo, agradecía el trabajo duro de aquellos días. Sentía que había esquivado una tormenta emocional y había conseguido separarse del recuerdo de aquellos días gracias al trabajo. Sin embargo, si aquello era cierto, ¿por qué estaba sentada, pensando en él en aquellos momentos?

Cuando los pensamientos sobre Jared invadían su mente, como lo habían hecho en las últimas semanas, Cathy se obligaba a pensar en otras cosas o hacer algo de ejercicio físico. Agarró un suéter y tomó el sobre. Iría andando al buzón de correos más cercano para depositar la carta. Luego, volvería corriendo a casa y así conseguiría dos cosas al mismo tiempo.

En el momento en el que el sobre desapareció en el buzón, Cathy sintió como si se hubiera quitado un peso de encima. ¿Cómo iba a responder Teak Helm, el escritor misterioso, a sus sugerencias? Probablemente, pediría a Walter que la despidiera.

Mientras iba corriendo, Cathy deseó que Bismarc estuviera con ella, pero luego cambió de opinión. El perro, acostumbrado a pasear por el campo, no se haría al cemento y acero de la gran ciudad. «Tal vez debería comprarme un gato o algo así», pensó cuando llegaba a su bloque de apartamentos. «Algún día».

Metió la llave en la cerradura de su puerta. Decidió que se iba a dar un buen baño y se tomaría una taza de té con ron antes de irse a la cama. Se merecía un profundo descanso.

En efecto durmió, aunque no tan relajada como había pensado. Sus sueños se veían invadidos por un hombre alto y fuerte, de ojos grises y con una sonrisa en el rostro. Cuando se despertó, estaba agotada y tenía un sentimiento hostil hacia el nuevo día. Una ducha caliente y una rápida taza de café bien cargado la prepararon, aunque no del todo, para empezar la mañana.

Cada vez que el teléfono sonaba, el miedo se apoderaba de ella. Al final de su jornada de trabajo, sus suspiros eran la comidilla de todos los de la editorial. Casi se desmayó cuando llegó la hora de marcharse y no había recibido respuesta. Cuando Margaret English tuvo la audacia de ponerse en contacto con el jefe del banco, había recibido respuesta a las tres horas. ¿Era bueno o malo que no hubiera tenido noticias todavía?

Los días fueron pasando muy lentos. Hacía casi un mes desde el día en que había enviado el sobre. La nueva novela de Teak Helm tenía que salir en solo dos días. ¿Llegaría la respuesta a tiempo? ¿Qué le diría?

Cathy estaba sentada en su escritorio, con el lápiz sobre un manuscrito que se suponía debía editar. Sin embargo, las palabras impresas no parecían tener ningún significado para ella. No hacía más que preguntarse por qué no podía hacer nada, por qué no se podía concentrar. Debería ser capaz de olvidarse de todo y ponerse a trabajar. Sin embargo, estaba demasiado cansada, demasiado furiosa con las circunstancias como para darse cuenta de lo que estaba haciendo. Al menos, tenía trabajo. Walter Denuvue no la había despedido y aquello debía servir de algo. Debía dejar que Jared Parsons y Teak Helm hicieran lo que quisieran. Ella tenía que ocuparse de su vida, si no era ya demasiado tarde.

Había rechazado todas las invitaciones de sus amigos, casi no había hablado con ellos por teléfono y había inventado excusa tras excusa hasta que, al fin, habían dejado de llamarla. Se sentía sola y no le gustaba aquella sensación. Necesitaba un amigo, un confidente, pero no había nadie. Ni siquiera tenía cerca a Bismarc para que escuchara sus lamentos. Pasaría otra noche solitaria en casa, en su pequeño apartamento, después de tomarse una sopa y unos cuantos panecillos. Un día, se iba a preparar una comida de verdad para volver a cubrir de carne sus huesos. ¿Qué podría hacer al respecto de las ojeras y de sus enjutas mejillas? El maquillaje era maravilloso, pero no podía camuflar tanto.

Cathy miró su reloj y el que había en la pared de su despacho. Quince minutos más y se podría marchar a casa. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que nadie parecía estar trabajando. Sacó el bolso de un cajón y se dirigió al aseo para tratar de reparar los estragos del día. Le pareció escuchar el teléfono, pero decidió que se había equivocado. Nadie la llamaba a aquellas horas del día, así que no había razón para preocuparse.

Con rapidez, se aplicó un poco de sombra y un corrector de ojeras. A continuación, un poco de colorete y de lápiz de labios completaron el efecto. ¿Perfume? ¿Por qué no? Todo el mundo necesitaba un poco de alegría. Se aplicó unas gotas detrás de las orejas y en la base de la garganta. Entonces, se lavó las manos y se volvió a mirar al espejo. Decidió que la luz era demasiado potente y tomó la decisión de pedirle a Walter que instalaran una de menos voltaje y con el cristal rosado. Eso sería mucho mejor.

Al salir del cuarto de baño, miró a su alrededor, pero no se sorprendió al ver que, aparte de los muchachos del correo, ya no quedaba nadie en la editorial. De repente, una nota de papel rosa brillante le llamó la atención. Estaba encima de su escritorio.

Se acercó a la mesa a gran velocidad y estuvo a punto de desmayarse cuando leyó lo que alguien le había dejado escrito.

Te ha llamado Teak Helm. Volverá a llamar mañana por la mañana. Parecía muy enfadado.

– Billy, ¿sabes quién tomó este mensaje? -le preguntó a uno de los chicos del correo desde la puerta del despacho.

– Yo, señorita Bissette. ¿Por qué? ¿Es que he hecho algo malo? -preguntó el muchacho, muy ansioso.

– No, no claro que no. ¿Cómo sabes que el señor Helm estaba enfadado?

– Porque se parecía a mi padre cuando mi madre le da un golpe al coche o cuando yo lo dejo sin gasolina -respondió el joven-. Dijo que volvería a llamar por la mañana. Le dije que estaba usted en el aseo y que regresaría enseguida, pero respondió que no podía esperar.

– No importa, Billy. Vete a casa. Hasta mañana y gracias por tomar el mensaje.

Aquella noche, dormir estaba descartado por completo. Cathy estuvo paseando de arriba abajo en el pequeño apartamento, aturdida. No se había sentido de aquel modo desde el día en que había dejado a Jared en Swan Quarter. ¿Estaba desmoronándose? ¿Qué le iba a decir Teak Helm? ¿Cómo acabaría todo aquello? Cuando llamara, ¿debería asentir a todo, como lo había hecho Margaret English? ¿Se atrevería a mantener lo que había escrito en aquella carta?

Cathy se frotó las sienes y deseó que el fuerte dolor de cabeza que tenía la abandonara. Todo parecía ir mal. Sabía que estaba cansada y que no dormía bien. Las vitaminas no daban para tanto. De hecho, se dio cuenta de que no había dormido bien ni una sola noche después de marcharse de Swan Quarter. Y aquella noche tampoco iba a pegar ojo.

Se acurrucó en el sofá. Echaba de menos a Bismarc y a su padre. Tenía que hablar con alguien, confiar en alguien. Alguien con objetividad. Al mirar el reloj, vio que eran las once y veinte. Faltaban siete horas para poder darse una ducha y marcharse a trabajar. Se sentía marcada, como si alguien le hubiera echado mal de ojo. Decidió que lo peor que podría ocurrirle era que la despidieran porque Teak Helm solicitase una nueva editora. Lo mejor que podría pasar era que Teak Helm accediera a sus cambios y volviera a escribir el libro. O, tal vez, podría pensárselo mejor y no llamarla en absoluto.

Cathy tomó un bloc de notas y el lápiz que había al lado del teléfono. Con rapidez, calculó su situación económica y decidió que podría quedarse en su pequeño apartamento otros seis meses si la despedían. Con sus ahorros y el dinero del pacto, podría incluso estirarlo hasta los ocho meses. Si no podía conseguir el pacto, porque no tuviera derecho a él al haber sido despedida, sólo podría quedarse allí otros tres meses, y eso si se apretaba un poco el cinturón. Si vendía los muebles, podría llegar un poco más allá ¿Por qué se estaba torturando de aquel modo?

De repente, el teléfono empezó a sonar, lo que la asustó profundamente. ¿Quién podría llamarla por teléfono a las doce menos cuarto? Todos sus amigos la habían abandonado. ¿Quién podría ser? Decidió no contestar. Se quedó allí, mirando el aparato como si fuera un instrumento de tortura. De algún modo, sospechaba que Teak Helm había descubierto dónde vivía y había conseguido su número de teléfono. Por lo que había oído sobre aquel hombre, no le importaría nada que fuera casi media noche para llamar e insultar a una persona. Como el insufrible de Jared No tenían consideración por los sentimientos de los demás.

– Bueno, pues no pienso responder. Tengo un despacho y allí es donde realizo mi trabajo, no en casa, y mucho menos a medianoche.

El teléfono no dejó de sonar mientras se metía en la cocina y se preparaba una taza de té. Continuó retumbando mientras se preparaba algo de comer y no había parado cuando se sentó en el salón con la cena. El corazón le había empezado a latir tan rápido, que se inclinó sobre el sofá con la intención de arrancarlo de la pared. Cuando estaba a punto de hacerlo, el teléfono dejó, como por milagro, de sonar. El silencio resultaba casi ensordecedor.

– Ahora, es probable que haga algún comentario mañana como que estuve de fiesta toda la noche y me dirá qué clase de editora soy -dijo en tono muy desagradable.

Decidió que le diría que no era asunto suyo lo que hacía o dónde iba en su tiempo libre ¿Por qué se estaba acelerando tanto por aquello? Ni siquiera sabía si se trataba de Teak Helm. Sin embargo, tenía que ser él. La gente no solía llamar a aquellas horas a no ser que se tratara de una emergencia. También sabía que no se trataba de su padre, porque tenía el número de la portera y habría hecho que la mujer subiera a avisarla si hubiera algo urgente. No. Tenía que ser Teak Helm.

Cathy se tomó un trozo de queso y atacó el pan tostado. Justo cuando estaba a punto de tomarse un sorbo de té, el teléfono volvió a sonar. El té le salpicó la bata. Todo el mundo sabía que era casi imposible limpiar las manchas de té de algo blanco. Se sentía muy enfadada, furiosa con su propia torpeza y muy molesta con el teléfono.

Por fin, descolgó el auricular y se lo llevó a la oreja. Con voz fría y desafiante, contestó la llamada.

– Querría hablar con Catherine Bissette, por favor -dijo una voz algo nasal. A continuación, se oyeron dos estornudos en rápida sucesión.

– Al habla.

– Soy Teak Helm. Sé que es muy tarde, pero llevo tratando de localizarla toda la tarde y no ha habido respuesta. Un segundo, por favor -dijo.

Cathy esperó y contuvo el aliento. Escuchó más estornudos y una fuerte tos. Le hubiera gustado decirle que era un mentiroso, que ella había estado toda la noche en casa y que no había sido así. Sin embargo, decidió guardar silencio al recordar las palabras del señor Denuvue, que le recomendaban cautela.

– Recibí sus sugerencias hace algún tiempo, pero, como puede escuchar, he estado con neumonía. Me han dado el alta en el hospital hoy mismo y esta es la primera oportunidad que he tenido de llamarla.

Cathy esperó. Casi no se atrevía a respirar. ¿Qué iba a decir de las correcciones? Aparte de la neumonía, no parecía un ogro.

– Estoy dispuesto a hacer varias concesiones -añadió-. Mañana tengo un día muy ajetreado, así que, ¿qué le parece si las repasamos ahora?

– ¿Se ha dado cuenta de la hora que es, señor Helm?

– Sin duda alguna. Si hubiera estado en casa antes, podríamos haber resuelto este asunto a las siete y media. Ahora, escriba esto porque no pienso volver a repetírselo.

– Muy bien, señor Helm. Estoy lista.

– Sé muy bien la hora que es y que usted ha estado de juerga toda la noche y que ahora no tiene ganas de hacer esto, pero no me importa. Yo no me siento nada bien. Veamos, en la página sesenta y seis, accedo al cambio que me propuso. En la página ciento cuarenta y tres, la situación ha sido cambiada, y, como verá, el resultado es como usted quería. Eso es todo.

– Pero si sólo ha accedido a dos cambios. ¿Y el resto de mis sugerencias? Señor Helm, sólo estoy tratando de ayudarlo a hacer un gran libro. Su novela tiene todos los ingredientes, pero le falta espíritu. En resumen, su personaje principal es muy periférico, y eso por ser generosa. No tiene profundidad alguna. Sus lectores van a sentirse muy desilusionados.

Teak Helm volvió a estornudar. Aquella vez, ni siquiera se molestó en apartarse el auricular de la boca.

– ¿Por qué no deja que sea yo quien se preocupe de los lectores? Usted ocúpese de su trabajo.

– Usted es mi trabajo. Y tiene razón en una cosa. Es mejor que se preocupe por sus lectores, porque, cuando lean este libro, van a pensar que está muy lejos de lo que esperan de usted. Déjeme decirle que yo he leído todas sus novelas y creo que esta no se puede comparar con la primera en nada. ¿Me ha oído, señor Helm? Esta novela no tiene el espíritu de la aventura en el mar. Dado que usted escribe novelas marítimas, creo que debería escucharme. Yo esperaba que tuviéramos una relación larga y estable.

– Si ésa es su intención, entonces le sugiero que haga lo que le digo. He corregido las galeradas y he seguido dos de sus sugerencias. No tengo deseo alguno de retener la impresión de mi manuscrito más de lo necesario. En resumen, señorita Bissette, si sigue tratando de hacer que cambie de opinión, tal vez decida no entregar el manuscrito. ¿Nos entendemos?

– Sin duda, señor Helm. Sólo tengo una sugerencia más. Si yo fuera un hombre y le hubiera enviado la misma carta, ¿habría considerado los cambios?

– ¿Está pensando en quemar el sujetador, señorita Bissette?

Cathy se quedó sin palabras. Miró el auricular y luego lo colgó con fuerza, aunque no sin antes escuchar un nuevo estornudo.

– Espero que se asfixie -le espetó al teléfono.

¿Por qué diablos había tenido que encontrarse con dos personas tan insoportables como Teak Helm y Jared Parsons? Debían de haberlos cortado con el mismo patrón.

Decidió que no lloraría. Ya estaba más allá de las lágrimas. Había hecho todo lo que había podido y no era suficiente. Al día siguiente, le diría al señor Denuvue que terminaría aquella semana y luego dimitiría del puesto. Volvería a Swan Quarter, al lugar del que no debería haber salido nunca. Nueva York y sus manzanas no parecían irle demasiado bien.

Dos cambios y encima parecía que le estaba haciendo un favor. Para colmo, amenazaba con no entregar el manuscrito. Además, ¿qué le importaba a él si estaba de juerga toda la noche? Por si todo aquello fuera poco, había mentido al decir que la había estado llamando toda la tarde. Seguramente había estado en el hospital pero en los hospitales no daban de alta a los pacientes que sonaban como él. ¿A quién se creía que estaba engañando?

Algo triste, se tendió en la cama y se quedó tumbada en la oscuridad, con los ojos cerrados. Debería llorar. Tal vez se sentiría mejor. No. No lo haría. Ya había derramado suficientes lágrimas en Swan Quarter. Decidió que lo dejaría todo hasta el día siguiente. Cuando entrara en el despacho del señor Denuvue, confesaría lo ocurrido y le entregaría su dimisión.

No obstante, a pesar de sus esfuerzos, las lágrimas que tanto había luchado por contener se derramaron mientras dormía.

Capítulo Nueve

Cuando Cathy se despertó, nadie se pudo sorprender más que ella al darse cuenta de que había cambiado de opinión. No iba a dimitir. Nunca se había apocado ante las dificultades y no lo iba a empezar a hacer en aquel momento. Tendrían que atarla y enviarla por correo al otro lado del mundo antes de que ella se marchara de Harbor House Publishing. Lucharía hasta el último momento. De lo único que era culpable era de tratar de ayudar a un buen escritor a convertirse en uno muy grande. Se había despistado en su último libro, pero, si ella podía hacer algo para enmendar aquel error, lo haría. Esperaba que el señor Denuvue no la despidiera por ello.

En el momento en que Cathy entró en la editorial, notó que algo era muy diferente. Los otros editores la miraban con una mezcla de asombro y vergüenza. Billy la miraba con los ojos como platos. Incluso el propio Walter Denuvue salió de su despacho con los brazos extendidos.

– Me alegro de que hayas llegado temprano. Todos hemos estado esperando para ver qué hay en ese sobre -le dijo, señalando el escritorio de Cathy.

Ella se humedeció los labios y miró hacia donde le pedía su jefe. Una pradera completa de flores silvestres cubría su escritorio y el sillón. En medio de aquel jardín de color, había un sobre que llevaba el sello de Teak Helm.

Abrumada por lo que veían sus ojos, a Cathy le costó mucho abrir el sobre. Recorrió con la mirada las palabras impresas que encontró en una hoja de papel y sonrió. Entonces, le entregó el papel a Walter.

– Lo has conseguido, Cathy -dijo él con una sonrisa-. Has convencido a Teak Helm. Buena chica. ¿Qué más hay en ese sobre?

– Las dos revisiones a las que accedió en un principio. ¿Se puede creer, Walter, que Teak Helm haya accedido a aceptar todas mis sugerencias? Este libro va a ser una obra de arte cuando hayamos acabado. Será el mejor de Teak Helm hasta la fecha ¡Estoy tan emocionada! No se lo va a creer, pero anoche, cuando me metí en la cama, estaba decidida a dimitir esta mañana. Después de mi conversación con el señor Helm, estaba completamente segura. Nunca habría creído que cambiaría de opinión bajo ninguna circunstancia.

– Sin duda, han sido tus encantos. Bueno, en estos momentos, creo que lo más urgente es qué vamos a hacer con este jardín botánico.

– ¿No me las puedo quedar? -le preguntó ella-. Nunca he visto tantas flores silvestres en toda mi vida. De hecho, es la primera vez que un hombre me manda flores.

– ¡Claro que te las puedes quedar! ¡Billy! Ayuda a Cathy a retirar esas maravillas de la naturaleza de la mesa para que pueda trabajar, pero ten cuidado de no estropearlas.

Cathy no se dio cuenta de que su jornada de trabajo estaba a punto de acabar hasta que el teléfono no empezó a sonar. Una voz fría y distante, que se identificó como Megan White, le dijo que era la secretaria del señor Teak Helm.

– El señor Helm desea informarla de que estamos trabajando a contrarreloj para cumplir con sus sugerencias. Alguien de nuestra oficina la llamará todos los días para que usted esté al tanto de nuestros progresos.

– Bien -respondió Cathy, demasiado aturdida y atónita como para decir nada más. Con eso, colgó el teléfono.

Durante el resto de la semana, llegó un sobre todas las mañanas, correspondiente a las páginas que se habían revisado. Walter no mencionó que el manuscrito debería haber estado terminado hacía varios días. No parecía importarle. Cathy esperó que no le echaran a ella la culpa, pero no tenía tiempo de pensar en aquello. Tenía que concentrarse en el manuscrito. Otros tres días más, si Helm seguía trabajando al mismo ritmo, bastarían para completar el libro. Y cómo lo completaría. Seguramente, hasta él mismo se daba cuenta de que era el mejor. Si Walter conseguía darle la publicidad adecuada, aquella obra despegaría como un cohete. Personalmente, a Cathy le encantaba desde la primera página hasta la última. Teak Helm estaba ateniéndose justo a sus indicaciones. Ni añadía ni omitía nada.

Sin especial interés, se preguntó cómo estaría de salud. También se preguntó muchas otras cosas, como por qué la llamaba una secretaria diferente todos los días. ¿Acaso los hombres como Teak Helm se rodeaban de mujeres que se hacían pasar como sus secretarias, como ocurría con Jared Parsons y Erica? La última no había parecido demasiado inteligente, porque le había dicho que al señor Helm no lo molestaba en lo más mínimo que se tomaran unas cuantas libertades con sus palabras.

– Ni se me ocurriría -le había respondido Cathy.

– Bueno, pues te aseguro que puedes hacerlo, cielo. Al señor Helm no le importa en absoluto.

Llegó el viernes por la tarde y, con él, otro envío de la floristería. Aquella vez era un colosal centro de margaritas multicolores, la flor favorita de Cathy. Tras recoger sus cosas, pasó por delante del despacho de Walter con las flores en la mano, para que su jefe las viera.

Cathy sonrió y llamó al ascensor. Decidió que lo primero que iba a hacer era telefonear a su padre y hablarle de lo que había ocurrido en aquellos últimos días y de las flores. Después, se iba a lavar el pelo y a limpiar su apartamento. El mundo parecía estar de su lado y le encantaba. Tal vez todavía podría mejorar un poco más, pero estaba lo suficientemente bien por el momento. Lucas se iba a sorprender mucho cuando le hablara de la reacción de Teak Helm con respecto a las correcciones de su novela. El corazón le latió un poco más fuerte cuando se imaginó que las primeras palabras de su padre serían noticias de Jared Parsons. Ella empezaría preguntando sobre Bismarc, lo que cubriría quince minutos de conversación. Luego por la salud de su padre, que siempre solía estar bien y, por último, sobre Jared. Sin embargo, desconocía si su padre estaría dispuesto a darle aquella información.

Cathy esperó impaciente mientras el teléfono sonaba en Swan Quarter. Cuatro, cinco, seis

– Hola -dijo, por fin, su padre.

– ¡Papa! ¿Cómo estás?

– Bien. ¿Y tú?

– Muy bien. ¿Cómo está Bismarc?

– Bien. Ahora está en la playa, fingiendo que va a capturar un pez en cualquier momento. ¿Cómo va tu nuevo trabajo?

– Papá, no te vas a creer lo que voy a decirte, pero voy a hacerlo de todos modos. Teak Helm ha aceptado mis sugerencias y ha decidido cambiar todas las cosas que le indiqué. Unos días después de que empezara a trabajar como editora suya, me envió un montón de flores y hoy me ha mandado un gigantesco centro de margaritas. Es la primera vez que un hombre me envía flores. Y ni siquiera nos conocemos. En realidad, solo he hablado con él por teléfono una vez y, en esa ocasión, me dijo que lo íbamos a hacer a su modo o nada. Iba a dimitir a la mañana siguiente, pero durante la noche, debió cambiar de opinión y decidió que yo sabía de lo que le estaba hablando. Sin embargo, hay otro pequeño problema. Su nuevo manuscrito no ha llegado todavía y me estoy empezando a preocupar. Aunque al señor Denuvue no le molesta, creo que todos tenemos mucho cuidado de no mencionarlo, esperando que llegará al día siguiente.

– Parece que te has adaptado a la perfección en tu trabajo. Por cierto, te envié un paquete el otro día. Debería haber llegado ya.

– ¿Qué me enviaste? -preguntó ella con curiosidad. Tal vez se había dejado algo en Swan Quarter.

– Te he enviado un libro muy viejo -respondió riendo-. Es mi posesión más preciada. La novela de Lefty Rudder, El gitano del mar.

– ¿De verdad, papá? ¿Por qué?

– Pensé que te gustaría tenerla, dado que ahora estás trabajando con las novelas de Teak Helm. Léelo a ver qué te parece.

– Pero, papá, si ya lo he leído. De hecho, hace mucho tiempo.

– Por eso quiero que vuelvas a leerlo. Ahora que ya has crecido.

– ¿Quieres que te haga una reseña del libro?

– Con una llamada me bastará, si no es mucha molestia.

Cathy dudó un momento. No sabía cómo preguntar con tacto acerca de Jared Parsons. Decidió dejarse de rodeos y preguntar directamente.

– ¿Has terminado ya las reparaciones del barco de Jared?

– Claro. Ya se ha marchado.

– Oh -susurró ella, tratando de ocultar su desilusión. ¿No le iba a decir nada más?-. ¿Has vuelto a ver a Erica?

– De hecho, sí. La llevé al aeropuerto el día después del picnic del cuatro de julio. Regresó a Nueva York por un importante desfile de modas o, por lo menos, eso fue lo que dijo. Algo sobre que su piel perfecta era justo lo que buscaba un nuevo cosmético que están anunciando ahora.

El corazón de Cathy dio un vuelco. Entonces, no había estado con Jared en el yate hasta que él se marchó, como ella había pensado. Cuando volvió a hablar, su voz parecía estar más animada.

– ¿De verdad?

– Sí, de verdad. Ahora, no te sientas avergonzada por esas sospechas tan desagradables.

– No, claro -comentó ella riendo.

– Mira, Cathy, espero que no te moleste, pero le di a Jared tu dirección y tu número de teléfono. Me dijo que iba a estar en Nueva York durante una temporada. Además, también me dijo que le gustaría invitarte a cenar. Pensé que a ti también.

– Papá, no me mientas. ¿Te lo pidió él o se lo diste tú de forma voluntaria?

– Ni siquiera me voy a molestar en responder esa pregunta. Yo creía que los hijos se hacían más listos a medida que iban haciéndose mayores. Supongo que eso significa que no te ha llamado. Es probable que cambiara de opinión. Ya te debería haber llamado.

El tono de las palabras de su padre hizo que Cathy sonriera. «Te lo mereces. Los padres no deben inmiscuirse nunca en los asuntos de sus hijos adultos», pensó con una sonrisa en los labios.

– Supongo que tienes razón -le contestó en voz alta-, pero si Erica está aquí, trabajando como modelo, los dos entendemos por qué no ha llamado, ¿verdad, papá?

Para ella, la falta de respuesta de su padre indicaba que no había considerado aquella posibilidad en particular.

– Lo único que te puedo decir es que me dijo que te iba a llamar. Parsons es un hombre de palabra y yo, por una vez, lo creo. Quizá no se haya puesto todavía al día con sus negocios.

– No te preocupes, papá, puedo superarlo y, si me meto en líos, te llamaré. -¿Estás comiendo bien y durmiendo lo suficiente?

Cathy se echó a reír.

– Claro. Esta noche voy a tomar pollo Kiev con ensalada. Ayer, compré mazorcas de maíz frescas en el mercado y, de postre, me voy a preparar un pastel de melocotón. Después de comerme todo eso, me voy a retirar a descansar, lo que debería ser en tomo a las ocho en punto.

– Yo voy a tomar un poco de guiso de cordero de ayer. Bueno, adiós, Cathy.

La joven se encogió de hombros. Deseó tener un poco del guiso que su padre acababa de mencionar.

Tras recogerse el pelo con una toalla, al estilo turco, Cathy colocó el recipiente de comida congelada en una cacerola de agua caliente. Entonces,, se encogió de hombros. La comida china había sido siempre una de sus especialidades favoritas. Incluso tenía una galleta de la fortuna para que la cena fuera completa.

Mientras el recipiente se calentaba al baño María, Cathy se dio una ducha y luego se envolvió en una bata de franela demasiado gastada.

Tenía la mesa puesta con un solitario cubierto y un único plato. Las margaritas daban un aire festivo a la escena. Con mucho cuidado, vertió el contenido del recipiente de comida china en un plato y colocó la galleta de la fortuna en lo alto. Puso también un botellín de cerveza y un vaso y se sentó. Estaba a punto de meterse la primera porción de comida en la boca cuando llamaron al timbre. Debía de ser la portera con el correo. Mientras masticaba, abrió la puerta. Se quedó atónita y luego palideció por completo.

– Hola hola, Jared -susurró con un hilo de voz. -Qué sorpresa.

– ¿Vas o vienes?

– Bueno, en realidad estaba Entra -le dijo, abriendo la puerta de par en par para que él pudiera pasar.

Tenía la boca seca, lo que le dificultaba el poder tragar la comida. Vio que Jared miraba a su alrededor y se fijaba en su solitaria cena.

– ¿Te gustan mis margaritas? -le preguntó ella, sin saber por qué.

– Creo que son demasiadas.

– Bueno, pues a mí me gustan y no me importa que sean muchas. Creo que el ramo es perfecto. Me las ha enviado Teak Helm.

– Creo que ya entiendo -respondió él-. Te gustan las cosas simples de la vida, como este pequeño apartamento y los campos de margaritas. Mira, no quería interrumpirte la cena. Solo había pasado para preguntarte si te gustaría cenar conmigo el martes.

Cathy se sonrojó. Sabía muy bien con quién había estado pasando sus días. Con Erica. Ella debía de estar ocupada. ¿Por qué no iba a buscarla?

– De acuerdo -respondió. La pérdida de Erica sería su oportunidad-. ¿Dónde?

– ¿Dónde qué?

– Que dónde vamos a ir a cenar. Me gustaría saberlo para que me pueda vestir de manera adecuada.

– Perdóname, sí. Ya veo a lo que te refieres. Estaba pensando en otra cosa. Lo siento.

– Has dicho dos veces que lo sientes -comentó Cathy, perpleja. Aquel no era el Jared que recordaba de Swan Quarter.

– ¿De verdad que las margaritas son tus flores preferidas? Iremos al restaurante que hay al lado de Central Park. Siento que se te haya quedado fría la cena. Te compensaré por ello el martes.

Antes de que ella pudiera saber lo que estaba ocurriendo, Jared volvió a abrir la puerta y se marchó. Ni le dijo adiós, ni se despidió de ella con un beso Nada. Y lo más importante de todo era que no se había burlado de ella. Resultaba muy extraño, pero le parecía que le gustaba más el Jared que había visto en Swan Quarter. Tal vez todo aquello era una broma. Podría ser que la hiciera prepararse para salir el martes y que luego la dejara plantada. Algo confusa, se sentó de nuevo a la mesa y miró el montón de margaritas blancas y amarillas. Sin saber por qué, tomó una de ellas y empezó a arrancar los pétalos. Me quiere, no me quiere ¡No me quiere! Cathy dejó caer el último pétalo como si le quemara en los dedos. Solo los niños hacían ese tipo de cosas. Tomó otra flor. Me quiere, no me quiere ¡No me quiere! Decidió que la cuestión se resolvería a la de tres y se olvidó de la cena por completo. Me quiere, no me quiere, me quiere ¡Me quiere! ¿Quién, Teak Helm, la persona que le había regalado las flores, o Jared Parsons? Jared Parsons, por supuesto. Ni siquiera conocía a Teak Helm.

Cathy miró el reloj y recogió la mesa. Si se daba prisa, podría cumplir su palabra y estar en la cama a las ocho. Dado que la cena había sido un fiasco, al menos no quería ser una completa mentirosa. Primero bajaría a recoger el correo.

«No pienses en Jared Parsons», se decía. «Si lo haces, te pasarás otra noche sin dormir». Sin embargo, se había molestado en ir en persona a invitarla a cenar en vez de hacerlo por teléfono. Mientras tiraba la cena a la basura, notó que las manos le temblaban.

Después de recoger el correo, subió de nuevo a su apartamento. Echó la cadena y el cerrojo. Entonces, apagó todas las luces y se fue a su dormitorio.

Eran las cuatro menos diez cuando Cathy dejó el libro que su padre le había enviado y miró el reloj. Era imposible. Era imposible que su adorado Teak Helm hubiera plagiado al famoso Lefty Rudder. Por eso Lucas le había enviado el libro. Quería que ella lo viera con sus propios ojos. Tenía que haber una explicación. Tenía que haberla.

¿Por qué se sentía tan traicionada, tan herida? ¿Qué iba a hacer? ¿Podría no prestarle atención o avisarlo a través de una de sus secretarias? Tal vez sería mejor que fuera a hablar con el señor Denuvue y que le entregara aquel libro junto con las galeradas de Teak Helm. ¿Por qué tenían que ocurrirle a ella todas aquellas cosas? ¿Es que llevaba colgado algún cartel invisible que dijera que se la podía engañar con tanta facilidad?

– Tiene que haber una explicación, tiene que haberla -susurró.

Las lágrimas se le acumularon en los ojos. Se deslizó entre las sábanas. Le parecía que el mundo entero se desmoronaba a su alrededor. ¿Se quedaría Jared Parsons el tiempo suficiente como para recoger los pedazos?

Cathy se incorporó en la cama con una mirada atónita en el rostro. Abrió los ojos y miró a su alrededor como si estuviera poseída. De repente, lo había comprendido.

– ¡Lo amo! ¡Amo a Jared Parsons!

Capítulo Diez

El fin de semana pasó para Cathy en un completo estado de confusión. Iba de ataques de depresión a momentos en los que no dejaba de comer. Dormir era algo imposible y le dolían todos los huesos del cuerpo por el cansancio. El lunes por la mañana parecía estar todavía muy lejos.

Cuando llegó por fin, Cathy dio las gracias, a pesar de que empezó a llover cuando salía del edificio en el que estaba su apartamento. Encajaba a la perfección con su estado de ánimo, gris y apagado. Para cuando llegó a su oficina, tenía los zapatos empapados y el pelo le caía a ambos lados de la cara, chorreando, lo que le daba el aspecto de una niña de dieciséis años.

Tras encontrar una nota en la puerta de Walter Denuvue, en la que informaba que no iba a regresar al despacho hasta el miércoles, Cathy sintió que caía en un estado de frenesí. ¿Qué iba a hacer?

No tenía a nadie con quien hablar, nadie con el que quejarse ni que le dijera lo que había que hacer. Siempre parecía estar sola cuando más le importaba.

Se sentó ante su escritorio durante una hora. Por fin, tomó el teléfono y marcó el número que la secretaria de Teak Helm le había dado.

Rápida y concisa, resumió el problema. Terminó con la frase:

– Debo hablar con el señor Helm. Es muy importante. Si no está disponible en estos momentos, por favor dígale que me gustaría hablar con él sobre la palabra «plagio» y su significado. Lo antes posible.

– ¿Está usted diciendo que el señor Helm ha plagiado a otro escritor? -le preguntó la secretaria, escandalizada.

Cathy estaba harta, harta de Teak Helm y de que nunca estuviera disponible. La intimidad era una cosa, pero aquel aislamiento que le proporcionaban sus secretarias era otra cosa muy distinta. A su modo, el famoso escritor era casi como Jared Parsons, que seguía siendo un enigma para ella. «Cortados por el mismo patrón», pensó.

– Esa palabra, señorita, significa lo que el señor Helm quiera que signifique -replicó, con la voz fría como el hielo-. Estaré en este despacho hasta las tres y luego me marcharé. Si el señor Helm quiere hablar conmigo, dígale que me llame hasta entonces, o que lo haga mañana a este número. No hablo con mis clientes desde casa. Asegúrese de que se lo explica.

– ¡Dios Santo, cielo! No se sulfure tanto. Le pasaré el mensaje al señor Helm, pero, mientras tanto, ¿por qué no se lo pone todo por escrito y se lo envía a él?

Cathy no se molestó en responder. ¿De qué servía? Le estaba empezando a doler la cabeza y tenía un largo día por delante. Sin embargo, había hablado muy en serio cuando dijo lo de las tres de la tarde. Iba a irse de compras. Quería comprarse un vestido nuevo para el día siguiente, cuando iba a cenar con Jared Parsons. Teak Helm no le importaba en absoluto. Dadas las circunstancias, había hecho todo lo que había podido.

La mañana pasó sin novedad. Cathy se tomó un bocadillo de atún y una taza de café muy cargado para comer. Ya eran las tres y todavía no había tenido noticias de Teak Helm. Además, había repasado el correo cien veces y todavía no se había recibido el sobre que contuviera el manuscrito de la novela.

Por fin, cubrió su máquina de escribir, limpió la mesa con un pañuelo de papel y sacó punta a sus lápices. No le gustaba que todas las cintas de goma estuvieran esparcidas por la mesa, así que las recogió y las metió en una cajita. Eran las tres y diez. Era evidente que a Teak Helm no le importaba lo que ella pensara. Si se atrevía a llamarla a su casa aquella noche, estaba dispuesta a colgar el teléfono. Si no podía mostrar la cortesía de hablar con ella durante el horario de trabajo, no lo haría en otro momento. No le debía nada. ¿Quién se creía que era? Decidió marcharse.

No encontró nada en las tiendas que le gustara. Miraba prendas y las rechazaba casi de inmediato. O el color no era el adecuado, o el estilo la hacía parecer demasiado joven o demasiado mayor

Siempre terminaba buscando algo que se pusiera Erica. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se puso a buscar ropa para ella misma, para Catherine Bissette. Al fin, se decidió por un vestido sencillo de color lavanda. Además, compró también un pañuelo del mismo tono, aunque en un tono más fuerte, que se pudiera colocar en el cuello, y un cinturón a juego.

Cathy se quedó atónita cuando la dependienta le dijo la cantidad de dinero que debía. Era escandaloso gastarse tanto en un vestido. Sin embargo, lo pagó encantada.

Decidió no tomar un taxi. El precio del vestido la estaría acechando en los días venideros, así que ir andando para ahorrarse aquel dinero no le vendría nada mal. Casi no se dio cuenta de que llovía a cántaros, pero apretó la bolsa del vestido contra su pecho para evitar que se le mojara.

A medida que fue pasando la tarde, empezó a desear que el teléfono sonara y que fuese Teak Helm para poder decirle lo que pensaba de él. Sufrió con la protagonista de una película que echaban por televisión. A continuación, empezó a ver las noticias, dado que había decidido esperar a que pasara la media noche antes de irse a la cama. A Teak Helm no parecía importarle mucho el tiempo. La última vez que la llamó, lo hizo a medianoche. De todos modos, no creía que pudiera dormir.

La presentadora de las noticias consiguió que cayera rendida. Cuando se despertó eran las cuatro y media de la mañana y la espalda le dolía por haber dormido en mala postura. Bostezó y se dirigió hacia su dormitorio.

La nota que encontró en su escritorio el martes por la mañana no contribuyó a mejorar su humor. No tenía el valor de hablar con ella.

– ¡Ja! -exclamó mientras rasgaba el sobre.

La frase era breve, casi obscena por su escasez de palabras.

Esta vez te equivocas.

La leyó en voz alta. La firma no era más que un garabato. Cathy recorrió su despacho con la mirada.

– Me niego a enfadarme. No gritaré ni lloraré. Me doy cuenta de que hay muy buenas personas en el mundo, pero yo no soy una de ellas. Seré sensata, tranquila y esperaré a que regrese el señor Denuvue para cargar este asunto a sus espaldas.

Con expresión dramática, hizo un gesto como si se lavara las manos para demostrar que ya había tenido más que suficiente. Y se sintió mejor.

– Ojos que no ven, corazón que no siente, señor Helm -musitó mientras metía una hoja de papel en la máquina de escribir. Veloz, redactó una breve nota a su padre, en la que lo ponía al día y le explicaba que no iba a llamarlo durante una temporada, hasta que no compensara sus gastos por el carísimo vestido que se había comprado el día anterior. Con mucho cuidado, decidió no mencionar que el hombre con el que iba a salir era Jared Parsons. Justo en el momento en el que sacaba el papel de la máquina, el teléfono empezó a sonar. Era Megan White, la secretaria de Teak Helm, para preguntarle si había recibido su carta.

– Por supuesto -replicó Cathy-. Los mensajeros son muy rápidos.

– ¿Y?

– Y nada. Dígame, ¿cómo lleva trabajar para una persona tan perfecta? -le preguntó después de pararse a pensar durante unos segundos.

Una pequeña carcajada resonó en el oído de Cathy. De repente, desapareció la voz de la típica secretaria algo boba.

– No es fácil. La paga es estupenda y el resto de los beneficios son enormes. ¿Tiene usted algún mensaje para el señor Helm?

Cathy lo pensó durante un minuto y entonces sonrió.

– Por supuesto. Dígale al señor Helm que se pierda.

– Entendido. Literalmente, ¿verdad?

– Lo ha entendido a la perfección.

En el momento en que Cathy colgó el teléfono, el mundo pareció haberse iluminado. Por primera vez desde que regresó de Swan Quarter, sentía que tenía el control de la situación. Había resuelto el problema y tenía una cita con el hombre del que estaba enamorada. ¿Qué más podía pedir? El sol brillaba y se sentía fenomenal. De hecho, le parecía que nunca se había sentido mejor.

Paso el resto del día con una permanente sonrisa en los labios. Su estado de ánimo pareció contagiarse al de sus compañeros y, casi sin darse cuenta, estaban todos riendo y charlando, aunque trabajando a toda velocidad para terminar temprano y poder marcharse a una buena hora.

Cathy sintió que el corazón se le salía del pecho al escuchar el sonido de la puerta. ¿Debería esperar a que sonara una segunda vez? Tonterías. No podía esperar para poner los ojos en el guapísimo Jared Parsons. Quería rodearlo con sus brazos y estrecharlo contra su cuerpo. En vez de eso, se echó a un lado, aunque no dejó de notar que él la miraba con aprobación. Pensó que habría sido capaz de pagar el doble de dinero por aquel vestido. Solo por vivir aquel momento.

– Veo que estás lista. Eso me gusta. No me sienta muy bien tener que esperar a que una mujer se empolve la nariz -dijo Jared, guiñándole un ojo.

Ya en el restaurante, Cathy se sintió muy relajada en compañía de Jared. Ella tomaba un margarita mientras que Jared se deleitaba con un whisky escocés como si se estuviera muriendo de sed. Se lo terminó de un trago y pidió otro.

– He tenido un día algo duro -dijo, a modo de explicación.

– ¿De verdad? Yo he tenido un día maravilloso -le confesó-. He solucionado un problema y ya no llevo el peso del mundo sobre los hombros. Para decirlo más claro, ya no me importa.

Jared dejó el vaso encima de la mesa.

– Háblame de tu día. Cuéntame en qué trabajas exactamente.

Ella lo miró profundamente y, de repente, sintió que deseaba que él lo supiese todo sobre Cathy Bissette.

– Yo trabajo como editora para Harbor House Publishing. Me acaban de nombrar editora del señor Helm. No te impresiones demasiado. No es más que un nombre lleno de gloria. En realidad, es un hombre insufrible. Tuvo las agallas de llamarme a mi casa una noche y esperaba que me creyera que acababan de darle el alta en el hospital y que por eso me llamaba tan tarde. No parece tener ninguna consideración por nadie. Me dijo que no iba a hacer ningún cambio en su manuscrito. Bueno, te explico. Yo estaba convencida de que la novela no era lo suficientemente buena, que había perdido el espíritu de su estilo y no quería engañar a los lectores. De algún modo, se despistó un poco en este libro en particular. Yo me mostré muy objetiva, al menos eso creí yo, cuando le hice mis sugerencias. A la mañana siguiente, me envió un jardín completo de flores junto con dos revisiones de las que yo le había sugerido. Lo más extraño era que decía que aceptaba todas mis sugerencias. Sin embargo, tenía que enviar un manuscrito a los dos días, pero todavía no lo ha hecho. Me temo que no va a entregar la novela. Si el señor Helm decide irse con otra editorial, Harbor House Publishing iría a la quiebra. Las novelas de Teak Helm han estado manteniendo la editorial a flote. Mucha gente se quedaría sin trabajo y algunos de ellos son demasiado mayores como para encontrar otro, a pesar de que todavía no están en edad de jubilarse. Sería su fin -añadió en un hilo de voz. Tomó un trago de su bebida, deseando no haber hablado tanto.

– Parece que no aprecias mucho al señor Helm. ¿Por qué aceptaste el trabajo? Además, ¿qué te hace dudar de su afirmación de que acababa de salir del hospital?

– No conozco al señor Helm. Solo he hablado con él una vez. Hemos estado en contacto a través de sus secretarias y del correo. Es el hombre más aislado y cerrado que he tenido la suerte de no conocer -bromeó-. No creo que haya estado en el hospital porque ningún médico daría el alta a una persona que tosiera y estornudara del modo en que lo hacía él por teléfono. Parecía muy enfermo. Supongo que lo que no comprendo es por qué un hombre tan famoso como Teak Helm necesita tanta intimidad. Es casi como si se estuviera escondiendo. Tal vez tenga miedo de la gente. No sé cuál es su problema y en estos momentos no me importa.

– ¿Y cuál es el problema del que te has deshecho hoy? -le preguntó él en un tono casi íntimo.

– Me he librado de Teak Helm -respondió Cathy. Estaba bebiendo ya su segundo margarita. Tenía que andar con cuidado porque ya se estaba empezando a sentir algo mareada-. Verás Mi padre me envió -añadió. ¿Por qué la miraba Jared con tanta intensidad?- me envió un viejo libro, escrito hace muchos años por Lefty Rudder. ¿Te dijo mi padre que Lefty solía ser uno de sus mejores amigos? Bueno, lo leí anoche y no te lo vas a creer, pero el señor Helm ha plagiado una aventura completa de las páginas del libro de Lefty Rudder, Gitano del mar.

Esperó expectante para ver cuál era el comentario de Jared y, cuando lo escuchó, se desilusionó mucho con su respuesta.

– Esa es una acusación muy seria, Cathy. ¿A quién más se lo has dicho? -le preguntó él con una gran intensidad en la mirada.

– El señor Denuvue está fuera de la ciudad, pero se lo contaré mañana cuando regrese.

– ¿Siempre tratas el buen nombre de un hombre tan a la ligera, Cathy?

– Claro que no. Le envié una carta, tal y como me pidió su secretaria. El señor Helm me contestó diciéndome que estaba equivocada. Ahí se acabó todo.

Cathy se arrepintió de habérselo dicho. Se sentía muy incómoda bajo aquella mirada tan penetrante.

– Mira -prosiguió-. Mi lealtad está con mi editorial.

Cathy se puso a agitar los brazos en el aire. Cuando los dejó encima de la mesa, se sintió perdida en la mirada de Jared y, como siempre, empezó a comportarse con torpeza y tiró su bebida. Con prisa, trató de enjugar el líquido con la servilleta.

Una amarga sonrisa apareció en el rostro de él.

– Confío en que puedas ocuparte del asunto con tu peculiar estilo -comentó mirando significativamente el mantel. ¡Había vuelto a hacerlo!

La cena se desarrolló en silencio. Cathy mantuvo los ojos bajos mientras cenaba, respondiendo solo cuando Jared le hacía alguna pregunta. Sabía que se estaba comportando de un modo muy infantil, pero no podía enfrentarse a su mirada, temerosa de que dejara traslucir de algún modo sus sentimientos.

Oyó que Jared suspiraba. Estaba harto de su actitud. Ella estaba segura de ello.

– Mírame, Cathy -le ordenó. Obediente, levantó la cabeza y miró al hombre que estaba sentado al otro lado de la mesa-. ¿Qué pasa? ¿Por qué no te puedes divertir cuando estás en mi compañía?

– Me siento muy incómoda contigo. No es algo malo, sino la sensación de que, de un modo u otro, vas a Lo que quiero decir es que soy muy consciente de tu presencia y de lo que me haces sentir. No te mentiré. No soy tan sofisticada como tu secretaria o las otras mujeres con las que hayas podido estar o estés. Esos sentimientos me resultan tan ajenos. He salido con otros hombres y estuve a punto de comprometerme antes del verano, pero cambié de opinión. Él no era la persona con la que yo quería pasar el resto de mi vida.

– ¿Y con qué clase de hombre te gustaría pasar el resto de tu vida? -preguntó él con una sonrisa.

– Tal vez con alguien como tú, pero solo después de que te conozca mejor -contestó ella con total sinceridad.

– Creo que este momento es tan bueno como cualquier otro para que me conozcas mejor -dijo Jared poniéndose de pie-. Voy a llevarte a dar un paseo por el parque en un coche de caballos. ¿Te gustaría?

– Me encantaría, Jared. Llevo dos años viviendo en Nueva York, dos años, y todavía no me he montado en uno de esos carruajes. ¡Qué maravilloso que se te haya ocurrido! -añadió poniéndose de pie, mientras él le retiraba la silla.

– Tengo una confesión que hacerte. Yo vengo a Nueva York al menos cuatro veces al año y tampoco lo he hecho nunca.

Era una noche de verano digna de mantenerla en la memoria. El aire llevaba ya matices del otoño y el cielo era negro como el terciopelo. Había un cierto ambiente de celebración, y las personas que paseaban por la calle parecían envueltas en la conspiración de una noche romántica.

Jared detuvo un taxi y le dio al conductor instrucciones para que los llevara al parque. Entonces, se recostó en el asiento, muy cerca de Cathy. Ella pudo aspirar su aroma y sentir la presión de sus hombros contra los de ella.

Como dos niños, fueron corriendo desde el taxi hasta la calesa. Jared la ayudó a subir al carruaje y, cuando el cochero tiró de las riendas, el caballo echó a andar. Ambos se acomodaron en el asiento.

Central Park mostró toda su magia aquella noche mientras paseaban por los senderos a un ritmo muy lento. Cuando Jared le rodeó los hombros con el brazo, como si aquello fuera lo más natural del mundo, Cathy conoció la felicidad de estar con el hombre que amaba.

– Esto es casi como un mundo completamente diferente, ¿verdad? -comentó él.

Ella asintió. No se atrevía a hablar por miedo a que se rompiera el hechizo. Jared la estrechó un poco más contra su cuerpo e hizo que ella le apoyara la cabeza en el hombro. Cathy sintió que le rozaba las sienes con los labios, para luego hacer lo mismo con el pelo.

– Eres una chica muy especial, Cathy Bissette, y me gusta estar contigo -susurró. El sonido de su voz le produjo a ella un escalofrío por la espalda.

Con delicadeza, como si tuviera miedo de que ella se rompiera, hizo que se girara un poco, muy tiernamente.

– Voy a besarte, Cathy, porque una chica como tú debería ser besada en una noche tan romántica como esta, paseando a caballo por Central Park en una calesa. Sin embargo, voy a besarte porque, en estos momentos, es lo que más deseo en el mundo. Llevo observándote toda la noche. El modo en que te brillan los ojos y parecen cambiar de azules a verdes, en el que sonríes Entonces, te salen unos hoyuelos, justo aquí -susurró, tocándole la comisura de los labios con el dedo-, pero a quien estaré besando será a ti, a Cathy, la mujer que eres. No porque creo que seas hermosa en el exterior, sino porque sé lo bella que eres ahí dentro -añadió, tocándola en el pecho, justo debajo del cuello.

Suavemente, con una ternura que le rindió el corazón, Jared bajó la cabeza y apretó sus labios contra los de ella. Saltaron chispas en su interior y se convirtieron en una llama que se le abrió paso por las venas. Una voz en su interior no hacía más que repetir Jared, Jared

Aquello era lo único que Cathy quería, lo que necesitaba. Todas las preguntas que sentía sobre él desaparecieron. No había nada ni nadie más. Jared Parsons era el hombre que amaba, con el que quería pasar el resto de sus vida. No le importaba quién era o lo que era. En su corazón sabía que solo podía tener cosas buenas y maravillosas. Cuando llegara el día en que quisiera responder a sus preguntas, lo escucharía sabiendo que había estado en lo cierto sobre él desde un principio.

Cathy fue la primera en llegar a la editorial. Por lo menos, eso era lo que creía, hasta que se dio cuenta de que Walter Denuvue estaba al teléfono. A través del cristal, le dijo que quería hablar con él. Walter le indicó con un gesto que se sentara y esperase en la pequeña recepción.

Ella llevaba en una mano la novela de Lefty Rudder y en la otra las galeradas de Teak Helm. Cuanto más esperaba, más furiosa se ponía. En el momento en que vio que Walter colgaba el teléfono, entró por la puerta. Su voz era casi incoherente cuando trató de explicarle lo que había ocurrido. A mitad de camino en su monólogo, se dio cuenta de que Walter seguía mirándola, impasible. Estaba demasiado tranquilo, demasiado frío. ¡No le importaba! Dejó de hablar y miró con fijeza a su jefe, esperando.

– Cathy, no te preocupes.

– Señor Denuvue, no puedo creer que me acabe de decir esto. ¿Cómo puede quedarse ahí sentado, tan tranquilo, y decirme que no me preocupe sobre un clarísimo caso de plagio? Está aquí, no hay posibilidad de error. Teak Helm sacó esta novela de otra de Lefty Rudder. No copió las palabras. Ha sido demasiado inteligente como para eso, pero robó la idea y ni siquiera ha tenido la decencia de hacer un buen trabajo. ¡Lo dejo! -gritó con dramatismo-. Voy a regresar a Swan Quarter, donde la gente sabe lo que son la decencia y la integridad. Me avergüenzo de usted. Sé que a usted no le importa, pero a mí sí. Y también me avergüenzo de personas como Teak Helm. No quiero formar parte de todo esto. Considere esta conversación como mi dimisión.

Walter Denuvue encendió su pipa. Ni su voz ni sus ojos parecían mostrar preocupación alguna.

– Cathy, te quedan dos semanas de vacaciones. No tienes por qué dimitir. Puedes marcharte hoy mismo si quieres.

Ella se quedó boquiabierta. Walter se mostró frío y distante, pero muy seguro de sí mismo. Aquello no era lo que la joven había esperado. Además, resultaba insultante que la despidiera así de fácil.

– Si eso es lo que siente, Walter, será justo lo que voy a hacer. Prefiero dedicarme al marisqueo para ganarme la vida y que me salgan callos en las manos por ganarme la vida. Al menos, no sufriré de indigestión cada dos por tres. Lo siento mucho por usted, Walter. Creía que era un hombre de principios y que conocía el significado de la palabra integridad.

Él se encogió de hombros.

– Y llévate esa floristería que tienes en tu despacho. Yo no voy a regarlas.

– Quédeselas, Walter. El señor Helm cometió un error cuando me las envió a mí. Debería haber sido usted el destinatario. A mí no me compra nadie -replicó con amargura.

Cathy tardó solo diecisiete minutos y medio en recoger su escritorio y marcharse de su despacho. Nadie le prestó atención, aunque, de todos modos, no estaba de humor para dar explicaciones. Cuando bajaba por el ascensor, no sintió nada. Su breve carrera en el mundo editorial había llegado a su fin.

Se pasó el resto del día recogiendo sus cosas en cajas para llevárselas a Swan Quarter. Alquilaría un coche para poder llevárselo todo. Así se tomaría el largo viaje con tranquilidad, aunque aquello significara pasar la noche en un motel. Le resultó muy divertido pensar que llegaría a su casa al mismo tiempo que la carta que le había enviado a su padre.

Era probable que a Lucas lo sorprendiera mucho ver que su hija regresaba para quedarse. Sin embargo, en lo que a ella concernía, no iba a echar nada de menos lo que había en Nueva York

¡Jared! El corazón se le detuvo en seco. Él no vivía en Nueva York. Le había dicho que solo iba a la gran ciudad unas cuatro veces al año. No importaba. Si decidía que quería seguir viéndola, sabría dónde encontrarla.

Aquella noche iba a llevarla a un concierto en el parque. Parecían gustarle mucho las actividades en el parque o, ¿es que acaso era un romántico empedernido? ¿La besaría aquella noche? ¿Qué pensaría de ella, después de que Cathy hubiera sido tan sincera sobre lo que sentía? Lo más seguro que nada. Tenía tiempo de sobra mientras estaba en Nueva York y, sin duda, estaba saliendo con ella porque creía que le estaba haciendo un favor a Lucas. Así demostraba al marinero que le estaba muy agradecido por el trabajo que había realizado en su yate. Fuera lo que fuera, Cathy había decidido que iba a disfrutarlo, sin importarle lo que él fuera a ofrecerle. Cuando se marchara de su lado, lo afrontaría, pero estaría segura de que él había sido la mejor persona con la que disfrutarlo.

Ella sacó un calendario del cajón del escritorio y decidió que se marcharía el sábado. Así no tendría que meterse prisa. Había hecho un listado de las cosas que tenía que hacer: realizar un cambio de dirección para que le enviaran las cartas, desconectar todos los servicios, transferir sus escasos ahorros al banco de Swan Quarter y alquilar un coche. Por último, debía decirle a la portera que no iba a seguir arrendando el apartamento. Si hacía todo aquello con rapidez, le quedaría algo de tiempo para hacer algunas compras y también para compadecerse.

No sabía si decirle a Jared que se marchaba o no. No estaba huyendo de él, ni de nada. Estaba avanzando hacia algo. Hacia su hogar, el único que había conocido nunca. Su lugar estaba en Swan Quarter, con o sin Jared Parsons. Como no estaba huyendo, no había razón alguna para decirle nada. Cuando llegara el sábado, metería todas sus cosas en el coche alquilado y se marcharía. Tan sencillo como eso.

Eran las siete y media cuando sonó el timbre y Jared entró en el apartamento quince minutos tarde. No se disculpó, sino que sólo esperó a que ella recogiera un jersey. En el ascensor, hablaron de cosas sin importancia. Mientras iba a Central Park en el coche de Jared, a Cathy le pareció que él disfrutaba de su compañía. Le comentó, en voz muy baja, que le gustaba la música casi tanto como leer.

– Es cierto -dijo ella-. Me dijiste en Swan Quarter que te gustaba mucho leer a Teak Helm. Y también que habías leído todas las novelas de Lefty Rudder. Dijiste que preferías a Helm, ¿no?

– Sí. Sus novelas me resultan muy emotivas. Casi me imagino a mí mismo en algunas de las escenas. Para mí, sus personajes están muy vivos.

– Me pregunto lo que habrías dicho si hubieras leído las galeradas de su última novela antes de que yo hiciera las correcciones. ¿Crees que te habrías percatado, como lector y fan incondicional, la misma falta de espíritu que yo noté?

Jared apartó los ojos de la carretera y miró a Cathy durante un breve momento, antes de volver a concentrarse en el tráfico.

– Creo que sí. Últimamente soy un lector muy crítico. No estoy seguro de si eso es bueno o malo. ¿Qué te parece a ti?

– Creo que es bueno, Jared. Cuando un lector hace eso, significa que el autor ha conseguido lo que buscaba. La emoción sea buena o mala, es siempre buena. No hay dos personas que lean o miren nada bajo la misma perspectiva. ¿Entiendes lo que te digo?

– Claro. Dime. ¿Ha llegado ya el manuscrito del señor Helm? Ayer dijiste que todavía no lo había hecho.

– Me temo que no.

Cathy impidió que la conversación siguiera por aquellos derroteros pidiéndole a él que estuviera atento a la entrada a Central Park. Jared se distrajo de la conversación y se centró en la carretera. Ella lo observó de soslayo. El gesto que tenía en el rostro la intrigaba mucho. ¿En qué estaría pensando? ¿Por qué tenía que ser un enigma para ella? Tenía que sentir algo, por pequeño que fuera

Cuando volvió a hablar, no fue su tono lo que la sorprendió, sino las palabras y el modo de preguntar, casi como si conociera la respuesta.

– ¿Qué tal te ha ido el día?

– Ha sido algo difícil -replicó Cathy con brevedad. Entonces, recordó su decisión de no decirle a Jared nada sobre su decisión de marcharse a Swan Quarter ni sobre su despido. No quería dar explicaciones, ni siquiera al hombre que amaba. Sabía, en el fondo de su corazón, que él tendría algo inteligente y sensato que decirle. Pero, aunque no se burlara de ella con palabras, lo haría con la expresión de su rostro.

– No parece muy positivo -dijo con frialdad.

Cathy no comprendió. ¿Qué había querido decir con aquellas palabras? Era imposible que lo supiera. ¿Cómo iba a saberlo? Sintió ciertos remordimientos, pero decidió que no tenía por qué sentirse culpable al no decirle la verdad.

Jared aparcó el coche y apagó el motor. Entonces, se volvió para mirarla.

– No has contestado a mi pregunta.

– No sabía que me hubieras preguntado nada -dijo Cathy, algo cohibida por su habitual tono de sorna-. Lo único que recuerdo es que dijiste que no parecía muy positivo.

– Sí, eso fue lo que dije, pero cualquiera hubiera hecho algún comentario a una frase como esa.

– Yo no soy como el resto de la gente -replicó ella, mientras salía del coche.

– En eso tienes razón -comentó Jared bajándose también a su vez-. Te encuentro muy refrescante, Cathy. Creo que puedo decir, sin temor a equivocarme, que no he conocido nunca a nadie como tú.

– Yo tampoco he conocido nunca a nadie como tú. Algún día, Jared, me gustaría saber lo te hace vibrar -dijo sin poder evitarlo.

El roce de su brazo, mientras caminaban juntos, le resultaba muy familiar. Cathy saboreó aquella sensación. Le encantaba. ¿Se daría cuenta? ¿Le importaría? ¿Cómo podía una persona amar tanto a otra y sobrevivir por no verse correspondida?

El concierto fue muy largo, pero maravilloso. Ella disfrutó cada segundo y sintió que se hubiera terminado. Jared también parecía haberse dejado llevar por la música. La había agarrado la mano y, de vez en cuando, se la apretaba como si quisiera demostrarle que todavía seguía a su lado. No trató de acercarse a ella, ni de abrazarla ni mucho menos de besarla, como hacían las otras parejas en la oscuridad. Cathy se sintió muy resentida por tanto distanciamiento. No sabía lo que pensar.

Jared aparcó el coche en doble fila delante de su apartamento. Ella le entregó la llave y él abrió con destreza la puerta.

– Buenas noches, Cathy -le dijo con suavidad, dándole la llave-. ¿Te gustaría ir a ver una obra en Broadway mañana por la noche? Mi hermano me ha dado dos entradas y pensé que te gustaría.

– Me encantaría. Gracias por invitarme.

– De nada, Cathy. Me gusta mucho tu compañía Bueno, te recogeré a las siete y media.

– Estaré lista. Buenas noches, Jared -dijo ella, mirándolo con expresión ferviente a los ojos.

Deseaba que al menos le diera un beso en la mejilla, pero él sonrió y se marchó sin decir nada más.

Cathy pasó una noche muy inquieta. Unos sueños muy intranquilos la invadían una y otra vez. En ellos aparecía un hombre alto y fuerte, que la perseguía por la orilla del río. Por la constitución, se parecía mucho a Jared, pero su rostro era un enigma. Llevaba en la mano un libro.

Se despertó con la frente empapada de sudor. No sabía interpretar los sueños, pero sabía que el hombre que la perseguía era una mezcla de Jared y Teak Helm, los dos hombres que habían puesto su mundo patas arriba.

Tras abrir la ventana del dormitorio, empezó a hacer la cama sin dejar de pensar en la noche anterior. ¿Por qué no la habría besado Jared? ¿Cuál era el motivo de tanta formalidad? ¿Es que estaba tratando de abotagarle los sentidos hasta comunicarle una cierta sensación de seguridad para que, cuando estuviera desprevenida, pudiera lanzarse sobre ella? Eso era lo que hacían siempre los hombres, sobre todo en las películas.

Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero, aquella vez, no pudo contenerlas. ¿Quién podía ver si tenía los ojos rojos o hinchados? Nadie.

Cathy se preparó un ligero desayuno, pero por desgracia, quemó el bollito en el tostador y el té estaba muy flojo. Vaya desayuno Se sonó la nariz con un pañuelo de papel y se sentó en uno de los taburetes de la cocina. ¿Qué iba a hacer para pasar el día? No estaba engañando a nadie, tan solo a sí misma. Al cabo de una hora, tendría todas sus cosas en una caja de cartón y estaría de camino. ¿Por qué las dudas? Por Jared, por supuesto y porque, secretamente, había esperado que Teak Helm se pusiera en contacto con ella. Cuando el teléfono estuviera desconectado, aquella esperanza se terminaría. Sabía que no iba a llamar de todos modos, así que no importaba. Walter Denuvue se lo había dejado muy claro. Tan claro que, de hecho, le parecía que las palabras todavía le resonaban en los oídos.

¿Qué hacer? Podía ir a las Torres Gemelas para echar un último vistazo a Nueva York. ¿Por qué no? Se vistió y salió a la calle. Se sentía como si acudiera a algo muy importante. La gente no importaba. Saludaba con la cabeza a algunas y sonreía a otras.

Cathy pagó la entrada y esperó al siguiente ascensor. Le pareció que aquel edificio era una estupenda obra de ingeniería. Debería sentirse impresionada, pero no era así. Cuando llegó al mirador, con mucho cuidado miró por la ventana. Aquella era la última vez que veía Nueva York. ¿Se marchaba dejándose algo allí? ¿Qué le había dado Nueva York a ella? ¿Qué se llevaba de vuelta a Swan Quarter? Decidió que las respuestas indicaban un empate. No se le había dado nada ni se llevaba nada. Era libre de marcharse. Libre para volver a casa.

El tiempo que tardó en bajar le pareció una eternidad. Sentía una gran impaciencia por regresar a su apartamento, por lo que, a pesar de que sabía que no se lo podía permitir, paró un taxi.

Cuando llegó, su apartamento le parecía el mismo. No había mensajes para ella ni correo. El teléfono estaba en un completo silencio. Se sentía perdida, olvidada.

Para comer, se preparó unas rebanadas de pan tostado con queso y un zumo de manzana. Se obligó a comer, a pesar de que el pan tostado se le pegaba al paladar. El queso no le apetecía, por lo que lo dejó en el plato hasta que empezó a resecarse.

La televisión la animó un poco. Los actores de los seriales siempre tenían tantos problemas que tal vez se podría identificar con alguien, al menos durante un rato. Vio varios culebrones y se tragó todos los anuncios hasta que llegó la película de las cuatro y media. Entonces, la estuvo viendo un rato hasta que pudo poner las noticias de las cinco en otro canal.

Cuando terminó el noticiario, decidió que iría a darse un baño y prepararse para su cita con Jared.

Como en los dos días anteriores, cuando Jared llegó, ella ya le estaba esperando. Él sonría y la alabó por su aspecto. Cathy gozó en silencio, feliz por la mirada tan íntima que le había dedicado. Era probable que aquella noche la besara o le declarara sus intenciones. Eso era lo que ella quería, lo que le gustaría que ocurriera, pero no creía que fuera a ser así. El se estaba comportando tan cortés y formal como lo había hecho la noche anterior. Sintió una ligera sensación de pánico cuando vio que él se fijaba en las cajas. Por suerte, no hizo ningún comentario.

Durante el intermedio de la obra, Jared se levantó para ir a por un vaso de zumo de naranja para Cathy. Ella lo tomó ávidamente, deseando que la noche no terminara nunca. Le encantaba que Jared se preocupara tanto por ella. El corazón pareció adquirir alas, pero no pudo echar a volar. No iba a ocurrir nada, así que no había por qué fingir que así podía ser. Los hombres como Jared Parsons no permanecían mucho tiempo al lado de mujeres como Cathy Bissette. Durante un rato, parecía estar disfrutando de su compañía, pero en otros momentos no sabía si fingía. Por el momento, con eso le bastaba.

– Me marcho mañana por la mañana -dijo él, de repente.

Cathy abrió mucho los ojos. Debería decir algo, pero no encontraba las palabras. ¿Dónde iba? ¿Por qué se iba? Tragó saliva para tratar de deshacerse del nudo que sentía en la garganta. Con mano temblorosa, le entregó el vaso. La expresión del rostro de Jared era inescrutable. Cathy se dio cuenta de que, después de aquella noche, no volvería a verlo. El nudo que tenía en la garganta se iba haciendo cada vez mayor ¿Cómo iba a poder soportar estar allí, viendo la segunda parte de aquella obra? Lo único que quería hacer era salir corriendo, muy, muy rápido, y no volver la vista atrás.

– ¿Estás lista?-le preguntó él.

Cathy asintió y él la tomó del brazo. Le parecía que estaba agarrándola con demasiada fuerza, como si se hubiera dado cuenta de que estaba temblando como un flan.

Cathy dio gracias por la oscuridad que reinaba en el teatro. Sintió un profundo alivio al poder relajarse y pensar. Los actores que se movían por el escenario no significaban nada para ella y casi no notaba la presencia del resto de los espectadores. Jared se marchaba al día siguiente

Él tuvo que tirarle del brazo dos veces antes de que ella se diera cuenta de que la obra había terminado.

– ¿Te ha gustado? -le preguntó él.

– Mucho -mintió Cathy, esperando que no le pidiera opinión sobre nada más.

Por suerte, mientras regresaban a su apartamento, consiguió entablar conversación con él. Hablaron de la contaminación de Nueva York y compararon aquella vibrante metrópolis con Swan Quarter. Jared alabó su indumentaria y le dijo que era de una tonalidad muy extraña. Luego quiso saber si a las rubias les gustaba aquel color.

Cathy asintió. Odiaba aquella conversación estúpida y sin fundamento alguno. ¿Por qué no podía decir algo más interesante, como que la amaba? Ella deseaba que le pidiera que se marchara con él, que fuera suya, pero no No hacía más que hablar de la contaminación y del color de su vestido. ¡Hombres!

Jared pagó el taxi y le dio una generosa propina. Cathy supo que así había sido por la cara de felicidad del conductor. Sin embargo, no le había dicho que esperara. ¿Qué significaba aquello?

– ¿Te importa si subo a tu apartamento durante unos minutos? -le preguntó él mientras le abría el portal, como siempre.

– Me encantaría, pero lo único que puedo ofrecerte es un poco de vino blanco o una taza de té chino.

– Una copa de vino estaría fenomenal.

Subieron juntos y Cathy entró directa a la cocina. Al abrir el armario, vio que lo único que le quedaba allí eran dos vasos decorados con los personajes de los Picapiedra. Sirvió el vino y volvió al comedor.

Jared tomó el vaso que ella le ofrecía y se fijó en Pedro Picapiedra, que parecía estar bailando alrededor del vaso.

– Muy original, Cathy -dijo señalando el vaso.

Ella tenía los nervios a punto de estallar.

– El resto de las cosas están ya empaquetadas -confesó.

– ¿Empaquetadas? ¿Es que te marchas a alguna parte? -preguntó Jared, volviéndose a fijar en las cajas de cartón.

– Regreso a Swan Quarter. Dimití el otro día.

– ¿Por qué no me lo habías dicho?

– No creía que te interesara lo que yo hacía. De hecho, estoy segura de que no te interesa ni lo que hago ni adónde voy -susurró llorando en silencio.

– ¿Es la gran ciudad demasiado para ti?

– No. La ciudad no, pero sí la gente. Si no te importa, preferiría no hablar de ello.

Jared la estrechó entre sus brazos y le tomó la barbilla en una mano.

– En ese caso, no hablaremos de ello. Tan sencillo como eso.

Entonces, la besó mientras le enredaba las manos en el cabello. Su aliento le acariciaba la mejilla como una pluma y olía a vino blanco. Cathy deslizó las manos bajo la chaqueta, para sentir una vez más sus músculos Entonces, lo estrechó contra su cuerpo.

Jared trazó con los labios la línea de la mandíbula de Cathy y siguió marcándola hasta llegar a la suave piel de detrás de la oreja. Ella oyó que contenía el aliento y murmuraba su nombre. Los cielos parecían haber descendido sobre ellos. Estaban perdidos en un mundo compartido solo por ellos, en el que sus labios parecían establecer el vínculo necesario.

Cathy se sintió muy débil, como si estuviera disolviéndose dentro de él. De repente, Jared se apartó y la miró profundamente a los ojos. Su voz, cuando habló, estaba llena de emoción y pasión. Había un anhelo inconfundible al tiempo que sus ojos parecían haberse convertido en dos pedernales que le abrasaban el alma.

– Que Dios me ayude, Cathy Te deseo Algún día tengo la intención de que seas mía, pero no de este modo.

Sin dar más explicaciones, se levantó y se dirigió hacia la puerta. Salió del apartamento tan rápido que pareció que no se había abierto la puerta.

Capítulo Once

El regreso de Cathy a la vida de Swan Quarter dejaba mucho que desear. Trabajaba con su padre en la trainera hasta agotarse por completo. Así era la única forma de que pudiera dormir. Bismarc nunca la perdía de vista. Donde ella iba, el perro la acompañaba. Incluso había empezado a dormir en el suelo, al lado de su cama. Gemía cuando notaba que su ama no podía dormir y, algunas veces, se estiraba a su lado para lamerle la cara.

Siempre soñaba con Jared. Todos sus tormentos lo tenían a él como protagonista. Lo último que había visto de él había sido su espalda, antes de que cerrara la puerta para marcharse de su apartamento.

¿Por qué? ¿Por qué la había dejado de aquel modo? Le había dicho que la deseaba e incluso entonces, cuando había pasado tanto tiempo de aquello, Cathy seguía creyéndolo. Sin embargo, una vocecita en su interior la atormentaba y le recordaba que el deseo no tenía nada que ver con el amor.

Un profundo vacío existía dentro de su ser. Ya era una sensación familiar. Nada había cambiado. Seguía amando a Jared Parsons.

Quedaban tantas preguntas sin responder Quizá nunca conocería las respuestas. No obstante, confiaba en Jared. Aquello era algo de lo que estaba tan segura como de su propio nombre. Nada podría arrebatarle sus recuerdos. Cuando pensaba en él, sentía que el corazón le daba un vuelco. Si aquel anhelo y deseo era el precio que tenía que pagar por mantenerlo vivo en su corazón, lo haría gustosa.

Los días fueron convirtiéndose en semanas y las semanas en meses hasta que se fue acercando la Navidad. También era la fecha prevista la publicación del libro de Teak Helm. ¿Estaría ya en las tiendas? Cathy se puso el abrigo y se dirigió hacia la furgoneta con el fiel Bismarc, como siempre a su lado.

– Puedes venir conmigo -le dijo al ver que el animal no dejaba de ladrar-, así que deja de hacer tanto ruido. Me estás dando un terrible dolor de cabeza.

Cathy aparcó el coche y salió corriendo hacia la librería. Allí lo vio en el escaparate: Gitano del Mar III. Cathy frunció el ceño. Aquel era el nombre del yate de Jared. Decidió que no iba a comprar el libro Ni hablar Lo miró durante un momento, con ojos deseosos. A continuación, necesitó toda la voluntad que pudo conseguir para alejarse del escaparate.

De repente, Bismarc le dio en la pierna, como si quisiera que se diera prisa.

– ¿Qué te pasa? Ah, ya veo. Está empezando a nevar. Venga, vamos. Nos iremos al barco y, si la nieve cuaja, jugaremos después con ella.

Dueña y perro se sentaron al lado del ojo de buey, observando atentos el milagro de la nieve.

– Mañana, lo primero que haremos será dar un paseo. Vamos, Bismarc, ha llegado la hora de metemos en la cama.

Presurosa, Cathy se puso las botas y una pesada chaqueta de borreguillo y abrió la puerta para que el perro pudiera salir. El animal salió corriendo como si hubiera una bolsa de galletas al final del muelle.

Echaron a correr los dos juntos. Ella reía y el perro ladraba de felicidad. Bismarc la empujó y la hizo caer en la nieve. Entonces, empezó a tirar bolas de nieve a su mascota, que parecía creer que las tenía que atrapar para llevárselas a su ama. Por supuesto, la nieve se le deshacía en la boca y Cathy le tiraba otra para delirio del perro.

– ¿Cuándo vas a hacer un muñeco de nieve? -le preguntó una voz.

Atónita, ella se sentó en la nieve.

– ¡Jared! -exclamó muy sorprendida-. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo has llegado? ¿Vas a quedarte? ¿Por qué me estás mirando de ese modo? Debo de estar hecha un asco -comentó mientras trataba de recomponer su atuendo-. ¿Te gustaría venir conmigo a casa para tomar una taza de café?

– Deja de hablar, Cathy. Mira, te he traído un regalo -le dijo entregándole un paquete-. Quiero que lo abras ahora.

Sin saber a qué se debía aquello, Cathy desató la cinta y retiró el papel de regalo.

– Es el libro de Teak Helm, Gitano del mar III -dijo. De repente, sintió cómo el color le desaparecía de la cara. Los labios empezaron a temblarle-. ¿Cómo has podido ser tan cruel? ¿Cómo has podido?

Tiró el libro a Jared y empezó a correr como si la estuviera persiguiendo una jauría de perros. Resbaló y se cayó. Con rapidez, volvió a levantarse, pero vio que Bismarc se había quedado atrás y que le estaba enseñando a Jared los dientes. El estaba inmóvil sin saber lo que hacer.

– Déjalo, Bismarc -le gritó-. No merece la pena que pierdas tu tiempo con él. Vámonos, muchacho.

El perro soltó un gruñido de advertencia y regresó con su ama.

– Buen chico. Le das dado un gran susto. Te perdono por lo que hiciste todas aquellas veces -lloriqueó abrazándose al perro-. ¡Lo odio, lo odio, lo odio!

– No digas eso -susurró Jared. Se había acercado a ella en silencio. La ayudó a levantarse y la estrechó entre sus brazos-. Mírame. Yo te amo. Te he amado desde el momento en que te vi sentada en el muelle. Incluso amo a ese perro porque es tuyo. Quiero que te cases conmigo.

– ¡Suéltame! Se han acabado los días en los que podías torturarme. Te podría perdonar por casi todo, pero por eso no -musitó señalando el libro.

– Ábrelo, Cathy -le dijo él entregándole el ejemplar-. Lee la dedicatoria. Creo que lo dice todo. Yo soy Teak Helm. ¿Lo comprendes ahora?

Si Jared no hubiera estado abrazándola, ella se habría caído al suelo. Tenía la visión borrosa, lo que hacía imposible que pudiera leer las palabras. Jared decidió hacerlo por ella.

Para Cathy… Este libro la necesitaba a ella igual que yo la necesito.

– Ha habido tantas ocasiones en que Como aquella vez en la furgoneta, o lo del incidente de Chunky Y Erica No. No te creo -murmuró ella mirándolo muy atenta.

– Cathy, quiero que me escuches y que creas todo lo que te digo. Aquella vez en la furgoneta no pude. Eras demasiado especial. Ni siquiera sabía lo especial que eras hasta aquel momento. No podía aprovecharme de ti. En cuanto a la ocasión en la que salvaste a Chunky, tuve que ser muy duro contigo. Tenía que hacerte enfurecer para que tuvieras el empuje necesario y volver a la orilla. Yo no podía salvaros a los dos. Erica nunca fue nada para mí, excepto la sustituta de mi secretaria, que suele ser su hermana. Sin embargo, tuvieron que operarla de apendicitis y Erica ocupó su puesto de forma temporal hasta que ella regresó a su trabajo.

– ¿Y qué me dices de esta novela y de Lefty?

– No he plagiado a Lefty Rudder. Yo fui parte de esa aventura. En el libro de mi padre, si recuerdas bien, se mencionaba a un muchacho. Yo era ese muchacho. La experiencia, la idea creativa que tú creías que le había robado a Lefty Rudder eran mis propias experiencias, del modo en que yo las recordaba. ¿Algo más?

– Me mentiste y me dijiste que habías estado en el hospital.

– Y así fue. Me di el alta a mí mismo, pensando que sabía más que los médicos. Me equivoqué y sufrí por ello. ¿Ya está todo?

– Dijiste que parecía que yo tenía dieciséis años.

– Querida mía Ninguna adolescente de dieciséis años podría parecerse a ti. Sabía que no tenías dieciséis. Te lo juro.

– ¿Y dónde has estado todo este tiempo? ¿Por qué has tardado tanto en venir?

– Es todo culpa tuya. ¿Cómo podría transformar un manuscrito que estaba lleno de errores? Tuve que volver a escribirlo. Walter Denuvue me ha dicho que vuelves a ser mi editora, aunque yo le dije que, de ahora en adelante, trabajarías desde casa.

– ¿Y lo sabía mi padre?

– Desde el primer día en que subió a mi yate. Vio un trofeo con el nombre de mi padre y lo reconoció. Yo había oído hablar mucho de Lucas. Igual que él cuenta historias de mi padre, el mío las contaba sobre el tuyo. Debieron haber sido inseparables, igual que nosotros lo vamos a ser a partir de ahora. ¿Te vas a casar conmigo? -preguntó Jared muy ansioso.

Cathy se acercó un poco más a él y levantó la cara hasta que estuvo muy cerca de la de Jared.

– ¿Tuviste alguna vez dudas al respecto? -le dijo. Bismarc aprovechó aquel momento para lanzarse sobre él y morderle la bota-. Ahora no, Bismarc -añadió.

El perro se puso a gemir y se tumbó en la nieve mientras Jared inclinaba la cabeza para besar a Cathy.

Fern Michaels

***