Carlyle Hetherington era un hombre de negocios que estaba acostumbrado a tomar decisiones rápidas.

Y no perdió mucho tiempo en sacar sus propias conclusiones acerca de Kelsa. Esta, nunca había conocido a un hombre tan arrogante y hostil como el. ¿Cómo se atrevía este a asumir que ella era el tipo de chica que estaría dispuesta a progresar, convirtiéndose el la amante del presidente de la compañía, en este caso, el padre de Carlyle?

Jessica Steele

Cuestión de principios

Cuestión de principios (1995)

Título Original: Relative values (1994)

Capítulo 1

Kelsa se subió a su coche, consiguió poner en marcha el motor y alejándose sacó el auto fuera de su lugar de estacionamiento de su apartamento, para llevarlo al taller de servicio que siempre utilizaba. Sólo tenía viviendo en Londres tres meses, pero ya los mecánicos del taller estaban familiarizados con ella. Casi no pasaba una semana sin que su Ford Fiesta -desde luego un modelo viejo- no tuviera que visitar el taller automotriz.

En el fondo, Kelsa sabía que ya tenía que cambiar de coche; pero como ése pertenecía a sus padres y siempre fue el auto familiar, todavía no soportaba la idea de tener que deshacerse de él. Para ella fue un gran paso venir a trabajar a Londres y sentía que necesitaba un tiempo de respiro, antes de dar otro más grande.

Hasta tres meses antes, ella vivía en Drifton Edge, un pueblo de mediano tamaño en Herefordshire, donde nació y creció. Era un sitio agradable y Kelsa fue feliz ahí hasta dos años atrás, cuando su padre y su madre fallecieron en un accidente, al estar de vacaciones en el extranjero.

Ella tenía veinte años entonces y durante casi un año, estuvo aturdida por el impacto, apesadumbrada y tratando de afrontar el hecho de que las dos personas a quienes más amaba, ya no existían y que ella estaba sola en este mundo. Hija única; ni siquiera tenía abuelos a quienes acudir, pues su padre fue huérfano y los padres de su madre eran ya mayores cuando nació ella y murieron unos años después.

Kelsa sentía que tenía que agradecerle a su amiga Vonnie la ayuda que le ofreció, lo cual dio por resultado que ella abandonara su empleo en Herefordshire. Seis meses antes, ella fue la dama de honor principal en la boda de Vonnie y cuando le ayudaba a cambiarse para el viaje de luna de miel, comentaron algo acerca de la “nueva vida”. Vonnie se volvió hacia ella y con seriedad le preguntó:

– ¿Y qué va a pasar con tu vida, Kelsa?

– ¿Mi vida? Ah, supongo que seguiré trabajando en Coopers y… -empezó a decir Kelsa con una sonrisa, pero Vonnie, con la expresión seria, la interrumpió.

– Estás desperdiciando tu vida ahí -declaró categóricamente, siendo empleada de la misma compañía y consciente de que no se aprovechaban bastante las capacidades de su amiga-. Y de hecho, estás desperdiciando tu vida en Drifton Edge también.

– ¡Pero siempre he vivido en Drifton Edge! -protestó Kelsa.

– ¡Precisamente!-respondió Vonnie.

– Ah, yo estoy bien -Kelsa se encogió de hombros. Ahora no era el momento de confesarle a su amiga que de un tiempo para acá, se sentía inquieta, con una necesidad que la invadía de vez en cuando, de hacer algo diferente a lo que hacía.

– Me preocupas -dijo Vonnie.

– ¡Por amor de Dios! -exclamó Kelsa, intentando bromear-. La única persona que debe preocuparte ahora es tu marido -pero en lugar de que su amiga olvidara el tema al recordarle a su flamante marido, Kelsa notó que no podía desviar a Vonnie de su propósito; pues, en lugar de que su semblante se tornara sonriente, permaneció tan grave, que Kelsa tuvo que ceder-. Está bien, buscaré en el periódico mañana, para ver qué hay en los empleos.

– Mañana, no. Hazlo hoy -insistió Vonnie.

– Si eso te pondrá una sonrisa en el semblante, será hoy -prometió Kelsa y se fue a su casa, después de la boda, con esa sensación de inestabilidad nuevamente. Quizá Vonnie tenía razón y debería de pensar en encontrar un empleo más estimulante que el que tenía en Coopers. Era inteligente, ¿no?

De hecho, su maestra de aprovechamiento en la escuela insistió en que Kelsa solicitara su ingreso a una universidad… pero su madre, con sus estrictas ideas de cómo debía educar a su hija, estuvo absolutamente en contra de esa propuesta. En cambio, y firmemente apoyada por su marido, sugirió que Kelsa se inscribiera en la escuela local de enseñanza comercial para secretarias, lo cual hizo pensar a Kelsa que tal vez había problemas financieros en su familia que impedirían, a futuro, su manutención. Así que reprimió la breve excitación ante la idea de asistir a una universidad y se inscribió en el colegio para secretarias.

Más adelante, se dio cuenta de que no había ningún problema financiero en especial, sino que el deseo de sus padres de mantenerla en casa, sólo era una extensión de su actitud protectora, que incluía un fuerte énfasis en su ética moral, a tal grado, que se extendía a sus amigos y amigas. Kelsa no se sentía reprimida por la autoridad de sus padres, pues los amaba mucho y sabía que era correspondida.

Salió de su meditación, al introducir el coche al patio del taller. Pero, mientras esperaba al encargado, que estaba ocupado con otro cliente, empezó a recordar cómo fue que se trasladó de Herefordshire a Londres. Fiel a la promesa que le hizo a Vonnie, buscó en los anuncios clasificados del periódico y encontró varias vacantes de trabajo aceptables, pero le llamó la atención una en especial… donde solicitaban empleados en una sucursal del Grupo Hetherington, una enorme compañía multinacional. Una compañía de ese tamaño, advirtió Kelsa, debía tener una gran rotación de personal; ¿pero quería ella trabajar para ellos?

No le tomó mucho tiempo llegar a la conclusión de que en un lugar tan grande, seguramente existía algún puesto que ella pudiera calificar de “estimulante”. Sin pensarlo más, mandó la solicitud para el puesto en Hetheringtons en un pueblo cercano, y quedó asombrada de cómo funcionaban las grandes compañías, pues rápidamente le ofrecieron un trabajo… ¡en Londres!

– ¡Pero… pero yo vivo aquí! -exclamó en la entrevista, después de haber resumido sus circunstancias.

– Pero no hay nada especial que la retenga aquí, ¿o sí? Además, le ayudaríamos a encontrar alojamiento.

Kelsa se fue a su casa, diciendo que lo pensaría. Y lo pensó durante mucho tiempo. De hecho, Vonnie regresó de su luna de miel, antes que Kelsa tomara una resolución. Le contó a su amiga acerca del puesto que le ofrecieron, cuando Vonnie pasó a verla a la oficina, al día siguiente de que regresó.

– ¿Qué puedes perder? -fue su reacción-. Podrías rentar tu casa mientras estás allá y haces la prueba. Si no resulta, estarían felices aquí de volver a darte tu puesto.

Era cierto, ¿qué podía perder? De pronto, después de tanto tiempo de meditarlo, Kelsa supo lo que iba a hacer. Tomó una hoja de papel y una pluma.

– Tengo el honor de dar aviso de mi renuncia -declaró y sonrió cuando Vonnie soltó una exclamación de gusto y la abrazó.

La siguiente decisión de Kelsa, fue la de no rentar su casa. Por alguna razón, no le gustaba la idea. Tal vez más adelante, si las cosas iban bien en Londres, pensaría en venderla; pero por el momento, no podía asimilar la idea de tener gente extraña viviendo ahí, con las cosas que sus padres amaban y, en algunos casos, guardaban como un tesoro.

– ¡Señorita Stevens! -el encargado del taller, que se le acercó y le dio una palmada al capó del coche, la sacó de sus pensamientos, ya que, como ella temió, empezó a explicarle con detalles técnicos las fallas de su coche.

– ¿Pero lo puede arreglar? -interrumpió Kelsa cuando él se detuvo un instante-. ¿Y puedo pasar por él esta tarde?

– Sí lo puedo arreglar -replicó el hombre-, pero no estará listo antes de mañana. Enero es un mes muy atareado, como sabrá.

Kelsa no lo sabía, aunque sospechaba que sería porque el mal tiempo causaba muchos accidentes. Sus padres habían muerto en un accidente automovilístico y rápidamente apartó su mente de ese tema.

– Entonces pasaré por el coche mañana -acordó y, dándole al encargado las llaves, salió rápidamente del taller.

Advirtió que tendría que tomar el autobús esa noche para ir a su pequeño apartamento; en seguida, se dirigió a Hetheringtons, que afortunadamente estaba bastante cerca del taller. También lo estaba el apartamento, que encontró por sí misma sin ayuda de la empresa; no tenía muebles y ella utilizó algunos de su propia casa.

El edificio Hetherington apareció ante su vista y Kelsa esbozó una sonrisa. Con una sensación de calidez pensó en lo bien… lo sorprendentemente bien que había progresado desde su primer día de trabajo ahí, hacía casi tres meses.

No es que hubiera empezado muy bien, pues al tardar demasiado en aceptar el puesto que le ofrecieron inicialmente, cuando respondió, ya no estaba vacante; pero habiendo quemado ya sus naves al presentar su renuncia en el otro empleo, se consideró afortunada de que le ofrecieran un puesto de mucho menos categoría, como secretaria de Ian Collins, en la sección de transportes en la oficina matriz. Sin titubear, lo aceptó.

No obstante, ese trabajo no resultó ser más estimulante que el que tenía en Coopers, pero cuando llevaba trabajando para Ian Collins dos meses, sucedió algo que cambió de manera dramática la situación. Sintió una cálida satisfacción al recordar el afortunado encuentro que tuvo un día con el presidente de toda la compañía. Tal vez no fue precisamente un encuentro, sino un tropiezo con él.

Kelsa iba camino de otro departamento a una diligencia, cuando vio a un hombre alto y canoso de unos sesenta años, que caminaba hacia ella. No había nadie más alrededor en ese momento, pero al irse acercando la miró como para saludarla y entonces el tropezó y tambaleó hacia ella.

En un instante, a pesar de su aspecto refinado y del elegante traje que portaba, Kelsa lo tomó del brazo para estabilizarlo.

– ¿Está usted bien? -preguntó con la voz gentil y musical como la de su madre, al mirarlo con preocupación.

– ¿Es usted… nueva aquí? -preguntó él, incorporándose.

Kelsa lo soltó, aunque se quedó cerca de él, pues todavía se veía pálido.

– Llevo aquí dos meses -sonrió, atrasando su partida por si acaso el hombre todavía no se recuperaba, como quería aparentarlo. Sin importar quién fuera, Kelsa no podía dejar al hombre, si estaba a punto de desmayarse-. Trabajo en la sección de transportes, para Ian Collins -agregó, mientras advertía que él parecía bastante afectado por su tropezón.

– Eso explica el porqué no la he visto por acá… Habría recordado esa sonrisa -comentó él, muy galantemente. Considerando los cientos de empleados que debían pasar por esos corredores, sería un milagro que él recordara el rostro y la sonrisa de todos. Ya estaba pensando que podría seguir su camino y dejar al hombre sin riesgo, cuando él, sin dejar de mirarla, dijo:

– Por cierto, yo soy Garwood Hetherington.

– ¡Ah! -murmuró ella, sin saber qué reacción esperaba él de ella, al darle esa noticia. Ella ya había intuido que él debía ser un alto ejecutivo de Hetherington, así que no fue mucha sorpresa enterarse de que no sólo lo era, sino que estaba en la misma cima de todos. El Presidente -murmuró e instintivamente le extendió la mano.

– ¿Y usted es? -preguntó él, estrechándole la mano.

– Kelsa Stevens -sonrió ella y advirtió que el señor Hetherington estaba tan ocupado, como debía estarlo cualquier presidente de una compañía, cuando, con un movimiento brusco, el hombre miró su reloj para ver la hora.

– Ese es un nombre muy poco usual -comentó él y, con un esbozo de sonrisa, preguntó-: ¿Y tiene otros nombres, también?

Sintiéndose extrañamente a gusto con su trato, Kelsa no experimentó ninguna timidez.

– Para librarme de pecados, mis padres me clasificaron con el nombre de Kelsa Primrose March Stevens -contestó ella, pero por si acaso a él le parecían sus nombres muy graciosos, Kelsa apartó la vista con el pretexto de ver la hora.

Pero no había ningún buen humor en la voz del hombre cuando, después de un par de segundos, comentó:

– Supongo que eso fue porque nació usted en marzo.

Ella lo miró, sintiéndose nuevamente cómoda con él.

– No, de hecho fue en diciembre -Kelsa sonrió-. El nombre de mi madre era March y creo que, como ella tenía un solo nombre, lo quiso compensar poniéndome tres a mí, pero…

– ¿Tenía? -la interrumpió Garwood Hetherington.

– Mis padres murieron en un accidente automovilístico hace dos años -repuso ella en voz baja.

– Lo… siento -dijo él con aspereza, y siendo obviamente un hombre muy ocupado, sin decir nada más, hizo una inclinación de cabeza y siguió su camino.

En los siguientes días, el hecho de que el presidente de la compañía se hubiera dignado charlar un buen rato con una de sus empleadas, comenzó a borrarse de su mente. Sin embargo, a la semana, cuando el trabajo tan monótono que hacía la hizo pensar en buscarse otro puesto, se dio cuenta de que el presidente de la compañía, no la había olvidado. Y estaba sorprendida de que, gracias a su nombre, que a él le pareció muy poco usual, la tomó en cuenta para auxiliar de su secretaria particular que estaba saturada de trabajo.

Kelsa apenas pudo creer en su buena suerte cuando recibió una petición para presentarse de inmediato en la oficina del presidente y tener una entrevista para el puesto de asistente de la secretaria particular.

Simpatizó con Nadine Anderson de inmediato y le dio gusto darse cuenta de que fue recíproco. La secretaria particular del presidente tenía unos cuarenta años, pensó Kelsa, y la entrevistó de una manera muy agradable; y Kelsa casi no lo podía creer cuando, a los pocos minutos, la mujer declaró… que pensaba que las dos podrían trabajar muy a gusto juntas.

Fue tan rápido, que Kelsa apenas lo podía digerir; se despidió de la sección de transporte y en un par de horas, ya se encontraba establecida en la oficina de Nadine Anderson.

Aprendió mucho en las siguientes tres semanas. Tenía una mente ágil y absorbía los conocimientos como una esponja; en poco tiempo se dio cuenta de que nunca había sido tan feliz. El trabajo, aunque le era extraño al principio, estaba dentro de sus capacidades, era agradable y la mantenía completamente ocupada. Además, había una bonificación: tanto Nadine como el señor Garwood Hetherington eran siempre generosos, independientemente de las tensiones que afrontaran. Y al pasar una semana y otra, Kelsa advirtió que se había formado un lazo afectivo no sólo con Nadine, sino también con el presidente.

En el aspecto personal, Kelsa se enteró de que Nadine era divorciada, pero que estaba nuevamente comprometida, aunque no tenía prisa por volver a casarse. Del presidente, Kelsa supo que era casado y que vivía con su esposa Edwina en Surrey.

Su hijo, Carlyle Hetherington, además de ser el director general del Grupo Hetherington, era de ideas avanzadas y se responsabilizaba por los nuevos proyectos. Lyle, como su padre afectuosamente lo llamaba, estaba inspeccionando su planta en Australia todo ese mes y Kelsa todavía no lo conocía. Al detenerse el ascensor en su piso, ella, haciendo divagaciones, advirtió que llevaba tres semanas trabajando en el último piso, y que no faltaba mucho para que conociera al hijo y heredero de Hetherington. Él debía llegar ese día o al siguiente, recordó Kelsa, y como según Nadine, él visitaba la oficina de su padre una vez por semana aproximadamente, sin duda vendría esa semana también. Al parecer, Lyle Hetherington era de los que alcanzan el éxito en el mundo.

– Yo tenía muchas ambiciones a su edad -le confió Garwood Hetherington un día cuando le comentaba sobre los planes futuros de su hijo. Y conseguirá lo que se propone -dijo con orgullo-, aunque, con la mitad de la junta directiva en contra, no sé cómo lo hará, pero es capaz de ser despiadado si tiene que serlo; así que será interesante ver cómo se desarrollan las cosas -terminó con admiración.

Kelsa se dirigió a su oficina, comprendiendo que a veces se tenía que ser algo rudo en los negocios, pero esperaba que Carlyle, aunque fuera así, tuviera algo del encanto de su padre también. Luego se olvidó completamente de él, al ver que su jefe ya había llegado y tenía la puerta de su oficina abierta.

– Buenos días, señor Hetherington -le sonrió Kelsa.

– Buenos días, Kelsa -respondió él-; creo que hoy sólo estamos usted y yo -refiriéndose al hecho de que Nadine se había tomado unos días de descanso. Con eso empezó la semana y al poco rato estaban ambos enfrascados en su trabajo.

Ya eran más de las once y media, cuando Kelsa advirtió que ninguno de los dos se había tomado un descanso para disfrutar de un café.

– ¿Café? -le preguntó al presidente, consciente de lo duro que trabajaba el hombre y pensando en que, a su edad, debería de relajarse un poco.

– ¡Es usted un ángel! -aceptó él y dejó a un lado su pluma para charlar un rato con Kelsa.

En las últimas semanas ella le había revelado, poco a poco, algo de sí misma, incluyendo el hecho de que recientemente se había mudado de Herefordshire, a Londres, pero que regresaba a Drifton Edge casi todos los fines de semana en esos meses de invierno, para revisar si había tuberías rotas o algo por el estilo.

A su vez, ella concluyó, por los comentarios que su jefe le hacía, que él parecía disfrutar más del trabajo que de la vida hogareña. Aunque, según advirtió Kelsa, eso no disminuía en nada el cariño y el orgullo que experimentaba por su hijo. El hijo soltero disfrutaba mucho de su soltería, pues no vivía con sus padres, sino que tenía su propiedad en Berkshire.

– Y bien, Kelsa -le sonrió el presidente-, ha estado aquí durante tres semanas conmigo. ¿Le gusta el trabajo?

– Me encanta -repuso ella con honestidad y advirtió nuevamente la corriente afectiva que había entre ellos.

– ¿Y su vida privada? ¿No se siente muy sola en la gran ciudad? -preguntó y parecía que realmente le interesaba.

– De ninguna manera -le aseguró ella. Había tenido muchas oportunidades de salir con jóvenes… Probablemente era su propia culpa que, a causa de lo estricto de su educación, no se animaba a salir con cualquier persona de Hetherington cuando la invitaban.

– Bien -sonrió él-. No me gustaría saber que es usted infeliz aquí -el hombre era un dulce, pensó Kelsa, y advirtió que en el poco tiempo que se conocían, ella había llegado a apreciarlo mucho. Luego, él le apartó los pensamientos de ese tema, al preguntarle-: ¿Y cómo se comporta su automóvil?

– Eso me recuerda que debo informarme de las horas de salida de los autobuses esta tarde -repuso Kelsa.

– ¿Su coche está en el taller de nuevo?

– Sí y esta vez hasta mañana -informó ella y sonrió al agregar-: Pronto tendré que pensar seriamente en cambiarlo por algo más confiable.

– Bueno, pero no se preocupe por tomar el autobús esta tarde. Yo la llevaré a su casa.

– Ah, no quisiera molestarlo -protestó ella rápidamente-. ¿Qué acaso no llega su hijo hoy? De seguro querrá usted…

– Mire; no es ninguna molestia llevarla a su casa, se lo aseguro. En cuanto a Lyle, no es seguro que llegue hoy y si viene, sé que estará tan ocupado que no tendrá ni tiempo de respirar -se detuvo y, como según él, el asunto ya estaba arreglado, sonrió-. ¿Continuamos?

A las tres de la tarde, Kelsa le recordó que él debía estar en su habitual reunión de los lunes.

– Lo estarán esperando, señor Hetherington -le sugirió.

– No, no lo creo -repuso él con ligereza-. Tanto Kendall como Pettit tienen gripe y Ramsey Ford tampoco se veía muy bien hoy que lo vi en el almuerzo, así que pospuse la reunión para el jueves; lo cuál significa -sonrió al pensarlo-, que podemos irnos temprano. ¿Qué le parece?

Kelsa pensó en la cantidad de trabajo que le quedaba todavía; pero cuando lo meditó, decidió que ella podría trabajar el doble al día siguiente.

– ¡Me parece la mejor noticia que he oído esta semana! -se rió.

Eran las cuatro y media cuando salieron de la oficina y Kelsa tuvo una sensación de culpa cuando bajaron por el ascensor y se dirigieron a la puerta de vidrio cilindrado de la salida. También advirtió que su jefe, que después de todo era el dueño de toda la organización, seguramente estaba tan poco acostumbrado a irse temprano del trabajo, que parecía sentirse culpable de eso. Él debió captar el humor en la mirada de Kelsa, pues al detenerle la puerta abierta para que ella pasara, ambos soltaron la carcajada al salir a la noche de enero.

Era un hombre muy gentil y Kelsa se sentía muy cómoda al contestar sus comentarios, mientras le daba indicaciones del camino a seguir. Cuando llegaron al edificio, él exclamó de repente:

– Debo estar en la luna… ¡Tenía que hacer una llamada muy importante!

– ¿Gusta hacer su llamada desde mi apartamento? -ofreció Kelsa de inmediato.

– ¿Puedo? -preguntó él y, haciendo un comentario de que ya debería de comprarse un teléfono celular, entró con Kelsa al viejo edificio.

– El teléfono está ahí -sonrió Kelsa, dejándolo para ir a quitarse el abrigo y la bufanda. Él había terminado su llamada cuando Kelsa regresó a la sala.

– Qué habitación tan agradable -comentó él, al observar sus muebles.

– Los muebles vienen de mi casa vieja… que era de mis padres.

– ¿Sus padres también eran de Herefordshire?

– Mi padre sí -aclaró ella-. Mi madre nació en Inchborough… un pueblo cerca de Warwickshire.

– Y usted los quería mucho -comentó él con gentileza.

– Éramos una familia muy feliz -sonrió Kelsa.

– Me alegra -dijo él y parecía dispuesto a retirarse cuando comentó-: No tiene retratos de sus padres a la vista -y, siguiendo un impulso, Kelsa se dirigió al pequeño escritorio y sacó una fotografía instantánea de sus padres.

– Les tomaron esta foto unos meses antes de que murieran -reveló Kelsa, mostrándosela.

Durante varios segundos, Kelsa se quedó parada ahí, mientras Garwood Hetherington estudiaba la impresión en silencio. Luego, sin hacer ningún comentario sobre su padre, le dijo suavemente a Kelsa:

– Su madre era muy hermosa.

– Sí; lo era -convino Kelsa.

– Y usted -comentó en el mismo tono suave- es igual a ella. Eso no era exactamente verdad, pues Kelsa, aunque heredó las facciones de su madre, tenía el cabello más rubio, pero aunque en la foto no podía observarse el color de sus ojos, era un hecho que los de Kelsa eran del mismo sorprendente y hermoso tono azul.

– Gracias -dijo ella.

– Gracias a usted -recalcó él-; gracias por mostrarme esta foto -y, devolviéndosela, se volvió y se dirigió hacia la puerta-. Nos vemos mañana -dijo con ligereza y salió antes que ella pudiera darle las gracias por traerla a la casa.

El hombre tenía la misma sonrisa amistosa cuando Kelsa entró a su oficina, al día siguiente. De hecho, su sonrisa nunca había sido tan brillante, así que Kelsa tuvo que adivinar.

– ¿Su hijo ya está aquí?

Él asintió, ampliando su sonrisa.

– No hemos tenido oportunidad de charlar gran cosa, pero sí, ya está aquí. Quiero presentarlos a ustedes dos en la primera oportunidad que tenga.

Kelsa sacó unos papeles para trabajar, pensando que era muy gentil por parte de su jefe haberle dicho eso. Sin embargo, más tarde, después de conocer a Carlyle Hetherington, ya no estaba tan segura de sus sentimientos. Era media tarde cuando, al oír una leve exclamación en la oficina de junto, Kelsa se asomó y vio que Garwood Hetherington trataba de sacarse una astilla del dedo.

– Se supone que este escritorio que es una antigüedad, ya debería tener la madera alisada -se quejó él y se pareció tanto a un niño chiquito, que mientras Kelsa se acercaba y le sacaba la astilla, tuvo que reírse.

Pero en ese momento, al desvanecerse su risa musical, un sonido detrás de ella hizo que se volviera, y al observar al moreno desconocido de treinta y tantos años que entró, ella empezó a temblar. No es que hubiera nada desfavorable en la apariencia del hombre… al contrario, con su nariz recta y su firme barbilla, era bastante bien parecido. Era alto, más alto que su padre… pues Kelsa no tenía ninguna duda acerca de quién se trataba. Un rasgo de su risa todavía curvaba su bella boca, al encontrarse sus sorprendentes ojos azules con los de él… pero en cuanto su mirada hizo conexión con la helada explosión de los ojos gris acero, ¡Kelsa supo que ese hombre sería su enemigo!

Se quedó boquiabierta por el impacto. No tuvo tiempo de considerar el porqué él podía ser su enemigo, pues de pronto su orgullo le exigía que, aun antes de ser presentados, él debería saber que, aunque la apreciara o la odiara, eso a ella no le importaba.

– ¡Lyle! -exclamó su padre, todo sonrisas y volviéndose hacia Kelsa, continuó-. No conoces a Kelsa, ¿verdad?

– No he tenido ese placer -murmuró suavemente Lyle Hetherington y Kelsa comprendió algo más… Lyle Hetherington era muy inteligente. Aunque sintiera aversión por ella a primera vista, por el momento, no declararía la guerra.

De algún modo, con Garwood Hetherington sonriéndoles cariñosamente a los dos, Kelsa se obligó a estrechar la mano de su hijo, que Lyle Hetherington, aunque su apretón fue firme, no prolongó, sino que soltó la mano de Kelsa, como si el contacto con su piel lo molestara.

– Quería hablar contigo sobre nuestra sucursal de Dundee -se dirigió a su padre, con una voz de timbre profundo, excluyendo a Kelsa. Ella captó la indirecta de inmediato y se dirigió hacia la puerta. Con indolencia, Lyle caminó detrás de ella y cuando Kelsa atravesó el umbral, él cerró con un portazo, casi echándola fuera.

¡Vaya!, exclamó internamente Kelsa y pasmada, se dejó caer en su silla. Tomó su pluma, pero no podía concentrarse en su trabajo. ¿Fue producto de su imaginación la hostilidad de Lyle Hetherington? ¿Se había imaginado que dentro de poco él le declararía la guerra?

Debido a que nunca había conocido a alguien con quien sintiera una aversión tan instantánea hacia ella, esperaba estar equivocada; sin embargo, cuando unos diez minutos después, se abrió la puerta de comunicación y salió Lyle Hetherington mirándola fijamente al pasar frente a ella y sin decir palabra, Kelsa supo que no se había equivocado.

Pasó el resto de la mañana tratando de concentrarse en su trabajo, pero al mismo tiempo los pensamientos sobre Lyle llenaban su mente. Su padre le comentó varias veces que él podía ser despiadado… Pero, ¿qué razones podía tener para ser rudo con ella? ¿Por qué molestarse? Ya era el director general y heredero del puesto de presidente cuando su padre decidiera retirarse; entonces, ¿era posible que un hombre que en un futuro iba a manejar un imperio como el Grupo Hetherington, perdiera su valioso tiempo con una asistente de la secretaria de su padre?

Kelsa comprobó que así era, cuando esa misma tarde, poco después de que salió Garwood Hetherington de la oficina para acudir a una cita que tenía pon los abogados de la compañía, se abrió la puerta exterior y entró su hijo.

Una mirada a su helada expresión cuando él cerró la puerta para aislarlos de los demás empleados, fue todo lo que necesitó Kelsa para saber que el hombre continuaba con la misma actitud áspera.

Sin embargo, en vez de enfrentarse a lo que parecía una guerra abierta, Kelsa empezó a decir:

– Me temo que el señor Hetherington salió temprano para una cita que tenía y no creo que regrese hoy a…

– ¡Eso ya lo sé! -la interrumpió bruscamente él-. He venido a verla a usted.

A Kelsa definitivamente no le gustó su tono de voz, pero siendo de buen carácter por naturaleza, preguntó con toda la calma que pudo:

– ¿Quería verme para algún asunto? -y se quedó atónita por la respuesta.

– ¿Qué diablos hay entre usted y mi padre? -ladró, furioso.

– ¿Qué? -exclamó ella y se le quedó mirando con la boca abierta, segura de no haberlo oído bien. Pero por su expresión sombría, Kelsa vio que Lyle Hetherington no tenía intenciones de repetir lo que dijo, lo cual la obligó a salir de su asombro y preguntar-: ¿Qué es lo que quiere decir?

– Lo obvio, desde luego -gruñó él, con la mirada más dura. Era evidente que no creía en el aspecto perturbado de Kelsa-. Es obvio que hay algo entre ustedes dos, además de haber visto la forma en que se toman de las manos a la primera oportunidad y se ríe usted con él…

– ¡Tomarnos de las manos! -exclamó Kelsa, a punto de perder la paciencia, pero tratando de seguir calmada. Él debió ver cuando ella tomaba la mano de su padre cuando le sacó la astilla, esa mañana-. Usted está equivocado -le explicó de inmediato-. Si hubiera usted llegado a la oficina del señor Hetherington unos segundos antes, habría visto cómo le sacaba una astilla de la m…

– ¡Vaya! ¡Por favor! -la interrumpió él con dureza-. ¿Acaso parece que nací ayer?

Ciertamente no lo parecía. El hombre era muy rudo, sofisticado y alguien tendría que ser muy astuto para poder tomarle el pelo. Pero ella no trataba de engañarlo, así que lo único que podía hacer era protestar.

– ¡Es la verdad! Se lo juro…

– Puede jurar todo lo que quiera, señorita Stevens -nuevamente la interrumpió haciéndola perder la calma-; pero, además, en cuanto salió usted de su oficina esta mañana, mi padre me dijo que tenía un asunto de índole personal que quería discutir conmigo…

– Pero eso qué tiene que ver conmigo -trató de interrumpirlo ella a su vez, elevando un poco la voz.

– Algo -continuó él, como si ella no hubiera hablado-, que era tan personal que no quería discutirlo aquí en la oficina…, ni en su casa, donde hay el riesgo de que mi madre…, su esposa durante los últimos cuarenta años…, pudiera oírlo.

– ¡Le digo que no tiene nada que ver conmigo! -insistió Kelsa con energía-. Lo que sea, será algo relacionado con otra persona. Le repito que no hay absolutamente nada entre su padre y yo y le…

– ¿Ni siquiera está encariñada con él? -preguntó él burlonamente y agregó con cinismo-: Aunque, desde luego, eso no es necesario.

– Pues estoy encariñada con él. ¡Es un hombre fabuloso! -replicó ella, acalorada-. Pero eso no quiere decir que tenga yo un amorío con él o lo que sea que está usted insinuando.

– Ah, no sólo lo estoy insinuando, señorita Stevens. Lo estoy afirmando. Tengo la evidencia de mis propios ojos, la evidencia de verlos a ustedes dos con risitas de colegiales cuando, sin esperar a que dieran las cinco, mi padre rompió con su tradición y se fue temprano de la oficina, para llevarla a usted a su casa, para estar en su ambiente de mayor intimidad.

Ante eso, Kelsa estalló.

– ¡No sea repugnante! -exclamó, con los ojos fulgurantes.

– ¿Niega que fue usted con él en su coche a…?

– No, eso no lo niego. Él me iba a llevar, porque mi coche estaba en el taller y…

– ¡Vaya! ¡Creía que yo pensaba con rapidez!

– ¿Dejará de interrumpirme? -gritó ella.

– ¿Por qué habría yo de hacerlo? Yo mismo vi cómo salieron ustedes alegremente del coche de mi padre y entraron al apartamento de usted. Y eso que sólo la iba a llevar.

Kelsa quedó tan sorprendida que parpadeó.

– ¿Nos vio? -y luego de pensarlo, preguntó-: ¿Nos siguió? -casi sin poder creerlo.

– Eso le cortó su hilo de mentiras, ¿eh? -sonrió él sombríamente-. Sí, los vi y los seguí; además, tengo muy buena vista.

– ¡Está usted equivocado! ¡Muy equivocado! Su padre subió conmigo a mi apartamento, sí, pero…

– ¡No necesito seguir escuchando esto! -la cortó él-. No necesito su inventiva para decir mentiras por más rápida que sea. Su ascenso a esta oficina desde la banca de mecanógrafas ha sido meteórica, en el poco tiempo que lleva aquí.

¡Banca de las mecanógrafas! Una furia hasta ahora desconocida por ella, la invadió ante la fría insolencia del hombre; obviamente, él la había investigado y supo que ella fue secretaria antes de su ascenso.

– ¡Pues soy una secretaria titulada -replicó, acaloradamente, y demasiado furiosa para seguir sentada, se puso de pie-. Y lo que es más, soy muy buena secretaria y hago muy bien mi trabajo -le gritó.

Para mayor ira de Kelsa, él no se inmutó, sino que, con sus helados ojos grises fijos en los de ella, le dijo con tono áspero y frío:

– Pues no lo seguirá haciendo mucho tiempo, si yo puedo evitarlo -y, habiéndole dado en qué pensar, Lyle Hetherington le dirigió una mirada mordaz y salió de la oficina.

Kelsa se dejó caer en su silla y, sintiéndose sin aliento, se quedó sentada ahí un largo rato, casi sin poder creer lo que acababa de suceder.

No supo cuánto tiempo permaneció ahí, mirando al espacio, atónita, tambaleante e incrédula; pero, para cuando pudo reponerse y salir al taller a recoger su coche, comprendió que su confrontación con Lyle Hetherington no había sido producto de su imaginación.

¡Contundentemente, ese hombre la había acusado de tener una aventura amorosa con su padre! Todavía no podía digerirlo. Aunque, cuando iba en su coche unos quince minutos después, recordó que una vez se preguntó si Lyle Hetherington tendría algo del encanto de su padre. ¡Encanto! Ese cerdo estaba totalmente desprovisto de eso. El incrédulo puerco… ¡Era antipático hasta los huesos!

Capítulo 2

Pensamientos sobre Lyle Hetherington, la mayoría de ellos furiosos, persiguieron a Kelsa durante casi toda la noche. ¡Su ascenso de la banca de las mecanógrafas! ¡Ese canalla arrogante, insolente! Y banca de las mecanógrafas o no, ¿cómo se atrevía a insinuar que ella había obtenido su ascenso gracias a su cuerpo?

Su furia se aplacó un poco cuando su sentido común le indicó que, con toda honestidad, ella no podía asegurar que obtuvo su promoción al puesto más alto, gracias a sus propios esfuerzos. En tan poco tiempo, no podía dejar ninguna huella, ¿o sí? Y era justo pensar que había muy pocas oportunidades de mostrar todas sus habilidades en la sección de transportes, lo cual la hizo reconocer que, de no haber sido por el tropezón que se dio aquel día el señor Garwood Hetherington, nunca habría ella estado entre las personas entrevistadas para el puesto, ni hubiera obtenido el ascenso que tuvo.

Desde luego, eso estaba a kilómetros de distancia de algo tan sórdido como lo que Lyle Hetherington se atrevió a sugerir. Ella estaba muy encariñada con su padre, pero no había nada de malo en eso. Él también la apreciaba, eso era obvio, pero hasta ahí llegaba la cosa. ¡Con un demonio! ¿Por qué tenía que defender lo que hasta ahora no había necesitado ninguna defensa?

Kelsa se levantó, se vistió, desayunó algo y luego se fue en su coche al trabajo, continuando su enojo por los injuriosos comentarios de Lyle Hetherington. Aunque admitía que tomó un atajo hacia su ascenso, sabía que se había desempeñado muy bien en su nuevo puesto y estaba demostrando que lo merecía.

Entró al edificio de Hetherington pensando que, aunque era cierto que Nadine no se mostró muy exigente en su entrevista para el puesto, se lo ofrecieron a Kelsa por merecimientos propios.

Habiendo establecido eso con satisfacción en su mente, entró a su oficina con el temor de que Garwood Hetherington hubiera tenido aquella discusión de “índole personal”, y que su hijo lo acusara de la misma forma que la acusó a ella. Sabía que se encogería de vergüenza, si su jefe se sintiera tan mal por el hecho de tener que pedir disculpas, a causa de las actitudes de su hijo.

Pero era evidente para Kelsa, fuera cual fuera la discusión entre ellos, que Lyle no le dijo ni una palabra de sus sospechas, pues su jefe la saludó como siempre y parecía estar muy contento, sin rastros de sentirse avergonzado.

– Buenos días, señor Hetherington -saludó Kelsa con una sonrisa de alivio y se puso a trabajar, con la cabeza atormentada con un problema que, para su consuelo, su jefe ignoraba por completo.

¿Por qué, se preguntó, Lyle Hetherington no abordaría a su padre sobre el asunto? Eso no eliminaba las evidencias que Carlyle creía tener: su rápido ascenso, el tener la mano de su padre entre las de ella, y que también hubiera entrado a su apartamento y que él siguiera creyendo que entre ellos existiera una aventura amorosa.

Kelsa se sintió tan asqueada, que estuvo a punto de entrar a la oficina de Garwood Hetherington, para contarle todo lo que había sucedido después que él se había marchado del edificio la tarde anterior. Pero no podía hacerlo; ¿Cómo iba a poder? El señor Hetherington tenía una altísima opinión de su hijo… Eso no iba a cambiar por cualquier cosa que dijera ella, y Kelsa no quería provocar ningún conflicto entre ellos, por mínimo que fuera. Las relaciones con su jefe eran fantásticas; pero si se lo decía, él advertiría que ella se sentía desconcertada y él también se sentiría igual, lo cual causaría una tensión entre ellos y toda la tranquilidad y también la corriente afectiva desaparecerían.

Kelsa se fue a su casa esa noche, después de esperar toda la tarde a que entrara Lyle Hetherington para confrontarla con su padre. Durmió un poco mejor esa noche, y cuando fue a su trabajo por la mañana, le dio mucho gusto que Nadine estuviera de regreso.

– ¿Has estado ocupada? -preguntó Nadine.

– ¡Estás bromeando! -se rió Kelsa. El movimiento dé trabajo en su oficina era tremendo.

– ¿Ha habido algún problema?

Kelsa se sintió tentada a confiar en Nadine, pero tampoco se animó a hacer eso.

– Nada que no pudiera yo manejar -respondió y se quedó pensando si habría podido manejar su encuentro con Lyle Hetherington de mejor forma.

El día pasó atareadamente y, aunque Kelsa seguía tensa pensando que él podría entrar en cualquier momento a la oficina para ventilar sus acusaciones, fue por medio de Nadine que se enteró de que podía relajarse al respecto.

Era media tarde; Garwood Hetherington salió a una reunión, y las dos se tomaron un breve descanso con una taza de té, cuando Nadine le preguntó a Kelsa si ya había visto a Lyle Hetherington.

– Sí; entró el martes a discutir algo con su padre -contestó Kelsa con precaución.

– ¿Y?

– ¿Y? -repitió Kelsa y Nadine se rió.

– Si no estás impresionada, serías la única mujer de este edificio que no lo está.

– ¿Impresionada?

– Anda, reconócelo. Él lo tiene todo, ¿no?

– Bueno, de que es bien parecido, no hay quien lo niegue.

– Y ninguno más que nuestro Lyle -sonrió Nadine-. No que salga con alguna de las empleadas de acá… Él mantiene su vida personal separada de los negocios.

– Entonces, no hay esperanzas para mí; ni modo -bromeó Kelsa, pensando que preferiría romperse una pierna, a salir con él… en el caso de que la llegara a invitar, lo cual sería imposible.

– Ni para ninguna de las chicas locales, por el momento -dijo Nadine y, ante la mirada interrogativa de Kelsa, aclaró-: Según Ottilie, él estará en Dundee el resto de esta semana.

– Ah -murmuró Kelsa y sintió cómo se relajaba-. Viaja mucho, ¿verdad? -comentó, consciente de que Ottilie Miller era la secretaria particular del director general-. ¿Y cuándo regresa? ¿Lo dijo Ottilie?

– Para alguien que no está interesado… -bromeó Nadine, pero le informó-: Creo que el lunes, porque supongo que, como es normal cuando se dedica a algún negocio, trabaja todo el fin de semana.

Para demostrar que no estaba interesada más allá de eso, Kelsa se levantó y recogió las tazas de té con un comentario ocioso:

– Parece ser un hombre muy ocupado.

Su propio fin de semana fue menos productivo. Se fue en su coche a Drifton Edge, pero estaba tan intranquila que regresó el domingo en la mañana, en lugar de en la tarde como acostumbraba. Aunque ya no estaba tan nerviosa como antes, todavía se sentía perturbada por la interpretación que Lyle Hetherington dio a los inocentes sucesos de que fue testigo.

Estaba furioso, recordó Kelsa, y esa furia se debía obviamente a la idea que tenía, de que su padre engañaba a su madre. Pero al notar que su jefe seguía siendo el mismo hombre encantador, Kelsa estaba segura de que su hijo no le había llamado por teléfono desde Escocia, para exponerle lo que él creía que había entre su padre y la asistente de su secretaria particular.

Pero Kelsa empezó a sentirse iracunda de nuevo, cuando se disponía a descansar el domingo por la noche, de sólo pensar en el descaro del hombre. ¡Cómo se atrevía!. Nuevamente sintió deseos de contárselo a su padre, pero de nuevo supo que no podía hacerlo. De repente recordó la advertencia de Lyle Hetherington, de que no le duraría su empleo mucho tiempo, pero no se imaginaba cómo podía lograrlo. No sin decirle a su padre el porqué, puesto que ella trabajaba para él, en cuyo caso, lo pondría en su lugar, diciéndole la verdad de las cosas. Lo único que esperaba era que, al ver lo absolutamente equivocado que estaba, Lyle Hetherington tuviera la decencia de pedirle una disculpa.

Tenían tanto trabajo en la oficina el lunes, que al mediodía, Nadine miró a Kelsa y le comentó:

– Me pregunto si podríamos tener otra asistente.

– ¿Y dónde la pondríamos?-se rió Kelsa.

– Tienes razón -sonrió Nadine y volvió a su trabajo.

Tuvieron un leve respiro cuando Garwood Hetherington se fue a su habitual reunión de los lunes en la tarde; pero cuando regresó, descubrieron que él estaba de humor para seguir trabajando.

– ¿Alguien está interesada en trabajar un poco de horas extra? -preguntó alegremente.

Era tan buen jefe, que tanto Nadine como Kelsa harían cualquier cosa por él.

– Claro que sí -contestaron a coro, y todavía seguían trabajando a las siete y media.

Poco después, entró el patrón y se quedó parado observándolas.

– ¡A cenar! -anunció-. ¿Quién está dispuesta a cenar?

Él ya las había llevado a cenar una vez en que trabajaron más tarde y Kelsa no vio nada malo en eso; pero ahora estaba demasiado afectada por las insinuaciones de su hijo y esta vez, prefirió esperar a que Nadine asintiera, antes de reconocer que estaba muerta de hambre.

– ¡Nada más vean con qué velocidad me pongo el abrigo! -aceptó Nadine y con la prisa de llegar a un restaurante, abordaron el coche de Garwood Hetherington sin lavarse las manos o peinarse, quedando en que él las llevaría de regreso al estacionamiento, para recoger sus coches, después de cenar.

Obviamente, una vez que llegaron al elegante restaurante, Kelsa y Nadine se dirigieron al tocador de damas.

– Y ahora, ¿qué gustan comer? -preguntó su anfitrión cuando estuvieron de regreso en la mesa; pero en ese momento exclamó Nadine:

– ¡Mi anillo! ¡Mi anillo de compromiso! -y, por primera vez desde que Kelsa la conocía, parecía nerviosa al disculparse y correr hacia el tocador.

– Entonces -se rió Garwood Hetherington-, ¿qué va a cenar usted, querida?

Kelsa apartó los ojos del menú y miró el rostro de su jefe, lleno de buen humor, y tuvo que reírse también… Era un hombre tan encantador; sin embargo, cuando él bajó la vista para concentrarse en el menú, la mirada de Kelsa voló a la entrada del comedor. Entonces, se quedó helada de horror. Esperaba ver a Nadine caminando de regreso a la mesa, pero ¡al que vio fue a Lyle Hetherington! Y él, desde luego, la vio a ella también.

A Kelsa se le revolvió el estómago al notar su paso furioso hacia ellos, como si ahí mismo, enfrente de toda la clientela del restaurante, estuviera dispuesto a gritarles sus verdades. Desesperadamente, rezó para que regresara Nadine, porque era obvio que Lyle Hetherington pensaba que estaba cenando sólo con su padre; pero, desde luego, Nadine no apareció.

De pronto, Lyle Hetherington pareció recordar que estaba acompañado, ya que con un control que ella apenas podía creer, se dio la vuelta rápidamente. Y, mientras Kelsa se quedaba con la boca abierta, él empezó a escoltar a su hermosísima acompañante morena, hacia la salida.

Todo sucedió tan rápido, que Kelsa apenas podía digerirlo. Miró a Garwood Hetherington, pero él seguía ensimismado en el menú y no se había dado cuenta de que su hijo, furioso, había estado ahí y se había ido en el transcurso de un minuto.

Era obvio para Kelsa que, rápido en sus decisiones, Lyle Hetherington cambió de opinión acerca de tener un pleito con su padre en el restaurante.

Estaba todavía alterada cuando regresó Nadine, con una sonrisa en el rostro que indicaba que todo estaba bien.

– ¿Lo encontraste?

– Estaba en el mismo sitio donde lo dejé -repuso Nadine y, al ordenar la cena, Kelsa no estaba sorprendida de que, aunque diez minutos antes se estaba muriendo de hambre, ahora ya no tenía apetito.

Sin querer causar perturbaciones, hizo lo posible por comer, pero estaba segura de que al día siguiente, sin ninguna duda, Lyle Hetherington vendría furioso a la oficina de su padre, para tener una confrontación decisiva.

– ¿Lista? -preguntó Nadine.

– Sí -sonrió Kelsa, vagamente consciente de que su jefe y su secretaria particular estuvieron discutiendo los planes de su hijo. Garwood Hetherington, con admiración por su hijo en cada palabra, respaldaba su punto de vista de que, a pesar de la oposición que recibía de otros miembros, Lyle seguramente conseguiría el apoyo que requería para sus proyectos.

Era obvio, advirtió Kelsa mientras estaba con Nadine en el coche de su jefe, de regreso al estacionamiento de la compañía, que el señor Hetherington, siendo accionista mayoritario, pondría todo el peso del voto del presidente detrás de su hijo, si lo llegara a necesitar.

Pero cuando salieron del coche, en el estacionamiento, Kelsa estaba segura de que al día siguiente, cuando él oyera lo que su hijo le iba a reclamar, tal vez ya no lo admiraría tanto.

Se sintió tentada, a pesar de la turbación que le causaría a ella, a darle una indicación a su jefe, pero Nadine estaba ahí y todos acabarían incómodos; además, al estar parados bajo la luz de un farol, Kelsa advirtió de pronto lo cansado que se veía el señor Hetherington, y decidió dejarlo en paz por ahora. Mañana sería otro día.

– Fue una cena deliciosa y encantadora, muchas gracias -se despidió con una sonrisa antes de dirigirse a su coche.

– Muchas gracias a ustedes -replicó él y luego confesó, con gracia y sentido del humor-: Mi mujer se fue el sábado a un crucero de invierno y no veía yo la razón para cenar solo.

Kelsa se fue en su coche, con amables pensamientos sobre su patrón, al reconocer nuevamente lo encantador y gentil que era. Hasta había una sonrisa en sus labios al pensar en su frase de despedida.

Pero no había ninguna sonrisa en su rostro al día siguiente, cuando conducía hacia su trabajo. Ahora sí, Lyle Hetherington se presentaría en la oficina de su padre para acusarlo Y aún más, puesto que Garwood Hetherington solía llegar a la oficina antes que ella o Nadine y el hijo también, lo más probable era que ya hubiera ocurrido la confrontación.

Odiando toda clase de problemas, especialmente cuando ella se encontraba en el centro de ellos, entró a la oficina con el estómago revuelto, para encontrarse con un jefe todo sonrisas.

– ¿Cómo está Kelsa hoy? -la saludó él.

– Como nunca -sonrió ella y como Nadine llegó detrás de ella, se volvió para saludarla.

Toda esa mañana estuvo con los nervios de punta, esperando que la puerta se abriera y entrara Lyle Hetherington; pero él no llegó y Kelsa, todavía ansiosa, deseó poder sacar de su pensamiento a ese hombre.

No tenía hambre a mediodía, pero se compró un emparedado y un café en la cafetería, mientras se le presentaba otra nueva preocupación en la mente. ¿Acaso había otras personas que veían su rápido ascenso de la misma forma que Lyle lo hacía?

¡Oh, cielos!, se inquietó, empujando el emparedado que ya no quería, ¿acaso eso pensaban? ¿Debería ella actuar de manera diferente con su jefe?; ¿pero por qué? Sólo actuaba de forma natural, como era ella. Y seguramente Nadine, que era bastante franca, ya le hubiera hecho algún comentario, en el caso de que notara algo desfavorable. Y de todos modos… Kelsa empezó a ponerse nerviosa… ¡el señor Hetherington era lo bastante viejo como para ser su padre! ¡Su abuelo, viéndolo bien!

De pronto, se enfadó más. ¿Por qué debía de actuar de modo diferente? Las leves bromas de Garwood Hetherington la divertían durante el día; entonces, ¿por qué no reírse cuando lo deseaba? Era un placer trabajar para él y… su malintencionado hijo podía irse al diablo, o a Australia lo más pronto posible. ¡Ojalá nunca hubiera salido de ahí!

Se le olvidó su enfado unos cinco minutos después, al caminar por uno de los corredores del edificio, ¿y a quién encontró viniendo hacia ella? ¡A Lyle Hetherington! Se veía alto, distinguido, inmaculadamente vestido y, mientras le daba un salto el corazón, Kelsa supo que él no se dignaría hablarle, lo cual le parecía muy bien.

Estaba casi frente a él, cuando, bastante enfadada, le dirigió una mirada dura. Pero casi se amilanó cuando, con una expresión arrogante y helada, los ojos gris acero atravesaron los de ella con tanta frialdad, que Kelsa comprendió que había elegido a la persona equivocada para ser su enemigo.

Lo único que pudo hacer, fue echar la cabeza hacia atrás y pasar junto a él rápidamente, como si no hubiera visto esa mirada que indicaba que no había terminado con ella, todavía.

Pero su enfado se había desvanecido y en cambio, se sentía bastante perturbada cuando regresó a la oficina. Se pasó toda la tarde esperando que entrara Lyle Hetherington y acabó tan tensa, que ya no le hubiera importado que él viniera y hablara con su padre. Lo único que podía pasar era que su padre lo convenciera de la verdad y todo habría terminado. Realmente, eso era ridículo, pensó.

Pero esa tarde no hubo señales de Lyle Hetherington; y cuando a las cuatro y media, su jefe se detuvo delante de su escritorio para decirle que, como había trabajado de más la noche anterior, podía irse a su casa, la obstinación de no escapar, además de la cantidad de trabajo, la hizo rechazar el ofrecimiento.

– No -respondió, y le dirigió a su jefe una sonrisa encantadora-, me gusta estar aquí.

Después de un instante de mirarla, él extendió una mano y le revolvió el cabello como a una niñita de dos años.

– Preciosa niña -comentó él y pareció estar feliz, pensó Kelsa, al regresar él a su oficina.

Ya en su apartamento, Kelsa continuaba con sus divagaciones, mientras lavaba algo de ropa, como a las ocho de esa noche. ¡Cómo le hubiera gustado que su abominable hijo hubiera visto que su padre la trataba como a una niña, entonces no tendría ninguna duda acerca de que no había absolutamente nada entre ellos.

Suspiró ante lo inevitable de que Lyle Hetherington ocupara su mente todo el tiempo. Parecía que se había alojado ahí permanentemente, desde el primer día que lo vio en la oficina de su jefe.

Se preguntó por qué él no habría entrado a la oficina de su padre ese día; y para cuando su ropa quedó exprimida y colgada en su tendedero de la cocina, recordó a una mujer con quien había trabajado en Coopers. El esposo de la mujer tenía una aventura amorosa extramarital y, cuando lo confrontó su esposa, el hombre, para desdicha de la mujer, en vez de abandonar a su amante y regresar a su hogar, hizo lo contrario y se fue a vivir con la otra mujer. ¿Sería ése el motivo de que, a pesar de la maligna mirada que le lanzó Lyle Hetherington, él no hacía nada al respecto? ¿Había él decidido, siendo mucho más mundano y experimentado que ella, que el mejor beneficio para su madre radicaba precisamente en que él no hiciera nada?

Kelsa se preparó una taza de café y se la llevó a la sala. Todavía seguía pensando en lo mismo, cuando sonó el timbre de la puerta. Al abrirla, casi no lo podía creer… pues no contento con ocupar su mente todo el tiempo, ahí, enfrente de ella, con expresión sombría e inflexible, estaba el mismo Lyle Hetherington.

Eso era algo en lo que Kelsa no había pensado: que él decidiría visitarla en su apartamento. Pero, aunque su corazón latía a tamborazos mientras él lentamente la escudriñaba de arriba abajo, Kelsa no estaba dispuesta a que el hombre la impresionara.

– Puesto que, obviamente, está usted aquí para verme, supongo que debo invitarlo a pasar -dijo con tono belicoso. Lo invitaría a pasar, pero de ninguna manera le diría que se sentara-. Espero que esto no tome mucho tiempo -agregó con insolencia, cuando, cerrando la puerta, él entró detrás de ella a su bien arreglada sala. Ese hombre le debía una gran disculpa y, de pronto, deseó esa disculpa más que ninguna otra cosa.

Pero no hubo ninguna disculpa, pues él casi no esperó a que ella se detuviera y se volviera para verlo, cuando le preguntó con tono maligno:

– ¿No ve a mi padre esta noche?

– Evidentemente, no ha visto a su padre para notificarle la ridícula versión que tiene usted de que él y yo tenemos una vulgar y barata aventura amorosa -explotó Kelsa, empezando a hervir de ira.

– Vulgar, sí; barata, lo dudo mucho -profirió él de modo insultante. Y, por primera vez en su vida, Kelsa comprendió a las mujeres que le daban una bofetada a un hombre. Aunque ella tenía más control sobre sí misma que eso, desde luego, pero eso no impedía que estuviera furiosa, especialmente, cuando él continuó-: Ridícula versión, ¿eh? -pero cuando ella abrió la boca para contestar, él la interrumpió-: ¿acaso niega que salió a cenar con mi padre anoche, que…?

– Estuvimos trabajando hasta tarde -interrumpió ella, pero no tuvo oportunidad de agregar que Nadine Anderson estuvo ahí también y que él la habría visto, si se hubiera esperado.

Sin dejarla agregar nada, él tronó:

– ¡Las mujeres como usted me dan asco!

– ¡Un momento!

– ¡Él es lo bastante viejo como para ser su abuelo!

– ¡Eso lo sé! -replicó ella, alzando la voz.

– Pero de todos modos no le importa, ¿verdad?

– ¡Claro que no me importa! -casi gritó ella-. No tiene por qué importarme. Sólo soy la asistente de su secretaria…

– Pues no se ganó ese puesto con su duro trabajo. Usted…

– Si se refiere a la forma en que obtuve mi ascenso -interrumpió ella acaloradamente-, sé que no parece muy… correcto; pero me encontré con su padre, un día, en el trabajo y una cosa llevó a otra y…

– ¡Vaya que si la llevó!

– Y -continuó ella, furiosa- él me preguntó mi nombre y como le pareció muy poco usual, lo recordó cuando Nadine Anderson mencionó que le caería bien tener una asistente -¡vaya; hasta que logró aclarar eso.

Sólo que Lyle Hetherington, con la mirada dura, no creía una sola palabra de lo que ella decía.

– Y, desde luego, él no la encuentra atractiva -se burló él.

– Yo…

– Y, desde luego, él nunca le ha demostrado ninguna señal de… digamos, ¿afecto?

– Yo… -Kelsa iba a decir que no, cuando recordó la forma afectuosa en que el señor Hetherington le había alborotado el cabello ese día. Pero no tuvo oportunidad de decir nada, porque Lyle Hetherington, al ver su titubeo, continuó el ataque.

– ¿Algo le detuvo su mentirosa lengua?

– ¡No! -protestó ella-. Creo que su padre me aprecia, pero…

– Vamos, señorita Stevens -se burló él-, de seguro lo sabe usted.

– Muy bien, entonces -se encendió ella, aunque vio por la forma en que él entrecerró los ojos, que él esperaba una confesión que estuviera de acuerdo con su tesis-. Claro que su padre me aprecia, como yo lo aprecio a él. Pero eso es lo normal, ¿no?

– Su idea de lo que es normal difiere mucho de la mía.

– ¡Oiga usted! -exclamó ella, ya hastiada-. Hasta usted, con su mente torcida, debe reconocer que nunca toleraría trabajar con una secretaria particular, o su asistente, que le fuera antipática o desagradable.

– Y a mi padre le agrada verla, ¿eh?

– Él… -empezó a decir ella, pero recordó que en esa misma habitación, su jefe al ver la foto de su madre, declaró que era hermosa y que Kelsa era exactamente como ella. También ese mismo día, comentó que era una niña preciosa. Pero vaciló demasiado, y en un instante, el duro hombre que estaba frente a ella volvió al ataque.

– ¡Conque mi mente torada! Cuando en este mismo apartamento estuvo agasajando a un hombre lo bastante viejo como para…

– Él sólo se quedó un momento para hacer una llamada telefónica que había olvidado -intentó ella aclarar, pero vio por la mirada despectiva de Lyle Hetherington, que no le creía. Ella nunca había experimentado un desprecio así, y se dio cuenta de que no sólo le dolía, sino que le provocaba náuseas-. ¡Si tiene algo más que agregar, hágalo por escrito! -explotó y con sus ojos azules llameando, lo rodeó para enseñarle la puerta; pero no llegó tan lejos, ya que él estiró la mano y la tomó de un brazo, atrayéndola de regreso hasta que estuvo frente a él-. ¿Y ahora qué? -exclamó ella, furiosa-; ¿para qué vino usted acá? -le gritó-. No está interesado en escuchar lo que…

– Olvídeme a mí -la interrumpió él- y vamos a hablar de lo que a usted le interesa.

– ¿A mí? -repitió ella, con el entrecejo fruncido al tratar de adivinar lo que significaban esas palabras.

Con los helados ojos grises fijos en ella, él la dejó estupefacta cuando dijo:

– Puesto que es obvio que lo que a usted le interesa, es el dinero de los Hetherington, estoy aquí para preguntarle, ¿cuánto?

Fue tan fuerte el impacto en Kelsa, que al principio no asimiló lo que él decía. Luego tartamudeó:

– ¿Cu… ánto? ¡Usted cree que voy tras el dinero de su padre!

– ¡Sin duda que así es! Y como mi dinero es tan bueno como el de mi padre, ¿cuánto me costará a mí?.

– ¿Costarle a usted? -jadeó ella, todavía con un poco de incredulidad de lo que él proponía.

– Sí; ¿cuánto por dejar en paz a mi padre? -confirmó él con arrogancia-. Dejarlo y… -eso fue todo lo que pudo decir. Una nube roja le nubló la visión a Kelsa y sin pensarlo, abofeteó ese arrogante rostro con todas sus fuerzas. Todavía se oía el eco del violento bofetón, cuando la reacción de él fue igualmente explosiva e inmediata-. ¡Vaya! Es usted… -rugió él, indignado. Era obvio que ninguna mujer lo había abofeteado antes y, al estirar él una mano y asirla de nuevo, Kelsa advirtió que no le permitiría salirse con la suya.

Demasiado tarde para alejarse de él, Kelsa seguía parada ahí, cuando, en vez de regresarle el golpe, él la atrajo hacia sí y, al instante, ella adivinó sus intenciones, al rodearla él con el otro brazo y empezar a resistirse ella.

– ¡No se atreva! -gritó, y se quedó sin aliento cuando él la abrazó con fuerza y su boca cayó sobre la de ella-. ¡No! -jadeó, cuando él apartó su boca; pero su liberación sólo duró un instante, pues él parecía resuelto a enseñarle una lección que nunca olvidaría y su boca cubrió la de ella nuevamente-. ¡Suélteme! -gritó ella con pánico cuando tuvo oportunidad, pero de nuevo los labios de él estuvieron sobre los de ella. Con valentía, lo pateó y lo golpeó, pero quedó aterrorizada cuando de pronto sintió las cálidas manos del hombre bajo su camisa. Ella se había quitado el sostén y cuando esos cálidos dedos capturaron sus hinchados senos, Kelsa explotó-. ¡Quíteme las manos de encima! -gritó y, con un sollozo de miedo, lo empujó con todas sus fuerzas. Sin embargo, el resultado fue que ambos perdieron el equilibrio y cayeron sobre el sofá.

Para suerte de ella, Lyle quitó las manos de sus senos para suavizar la caída, pero curiosamente, al estar ella acostada debajo de él en el sofá, sin aliento, mirándolo con los aterrorizados ojos azules, pareció que su miedo lo entendió él, pues la siguiente vez que la besó, sus labios fueron tiernos y gentiles.

Cerró los ojos y sintió que los besos se desviaban de su boca a su cuello, acariciándolo tiernamente, y de pronto, los pensamientos de Kelsa se dispararon, pues le estaba sucediendo algo que, en lugar de querer luchar contra él, quería recibirlo con gusto. Sin pensarlo en absoluto y actuando instintivamente, lo rodeó con sus brazos, y un suspiro de placer escapó de sus labios, cuando una vez más él tocó con sus labios los de ella.

– ¡Lyle! -jadeó ella y advirtió que nunca había conocido algo tan hermoso como ese beso que compartieron, tan intenso, que ella se aferró a él y obedeció su instinto de apretarse contra él-. ¡Ah, Lyle! -suspiró al sentir el movimiento de su cuerpo.

Cuando él apartó su boca de la de ella, Kelsa mantuvo los ojos cerrados y los labios entreabiertos, para invitarlo a seguir con más besos. De pronto, se dio cuenta de un sonido ahogado de él, al apartarse de ella. Abruptamente, Kelsa abrió los ojos.

Sobresaltada, advirtió que Lyle estaba sentado en el sofá, mirándola, pero no con la ternura y la gentileza que ella había sentido en sus labios, sino con toda la aversión y la agresividad que le había mostrado antes. Kelsa se sentó también.

– ¿Qué…? -jadeó con confusión.

Por toda respuesta, Lyle Hetherington se pasó el dorso de la mano por la boca en forma insultante. Luego se puso de pie y mirándola con arrogancia, le dijo con el tono más insolente y cortante que posiblemente tenía:

– Si cree que estoy interesado en las sobras de mi padre, está muy equivocada, queridita -se burló.

Kelsa se quedó con los ojos muy abiertos cuando él le volvió la espalda y salió.

Capítulo 3

Aun cuando mentalmente Kelsa le aplicaba a Lyle Hetherington varios calificativos desagradables, seguía sintiéndose perturbada cuando iba camino a su trabajo el miércoles por la mañana. Desde que él abandonó su apartamento tan insolentemente, ella revivía una y otra vez todo lo que sucedió desde el momento en que abrió la puerta y lo vio parado ahí.

Pero lo que más le asombraba era su propia reacción ante los besos que recibió de Lyle.

¿Era ella realmente la mujer deseosa y apasionada de la noche anterior?

Al salir de su coche, Kelsa todavía trataba de entender la facilidad con que Lyle Hetherington la transformó de una mujer con valores morales muy elevados, en una mujer anhelosamente participante con unos cuantos besos expertos. No tenía idea de lo lejos que pudo haber ido, si él no hubiera puesto un alto tan abruptamente. Sin embargo, esperaba que, tomando en cuenta su estricta educación y sus propias creencias, habría recobrado el sentido común muy pronto. Entró a su oficina, preocupada de que, aun cuando el hombre le desagradaba, no podía estar segura de sus reacciones ante él.

Pero todos esos pensamientos se fueron al fondo de su mente, pues tuvo preocupaciones mucho mayores. Por primera vez descubrió que llegó antes que su jefe y no es que eso la alarmara mucho, pero él todavía no se hallaba presente cuando, poco después, llegó Nadine.

– ¿No ha llegado el señor Hetherington? -preguntó la recién aparecida.

– No. ¿Crees que se haya atrasado por el tránsito?

– Posiblemente -repuso Nadine, pero como él siempre estaba ahí cuando menos media hora antes que ellas, Kelsa pudo ver que Nadine no lo creía. Y también vio que, aunque ambas empezaron a hacer algún trabajo, Nadine no podía estar tranquila, y cuando eran las diez cesó lo que estaba haciendo y dijo-: Creo que telefonearé a Lyle -pero cuando extendió la mano para tomar la bocina, sonó el teléfono y Kelsa pudo captar, por su conversación y por el tono de voz de Nadine al repetir el nombre de un hospital, que algo estaba muy mal.

– ¿Ese era…?-preguntó.

– El señor Ford.

– ¿Acerca del señor Hetherington? -preguntó Kelsa con urgencia.

– Está en el hospital… ¡Tuvo un ataque cardíaco! -informó Nadine con susto en la voz.

– ¡No! -exclamó Kelsa, pero de pronto le vino otro pensamiento a la mente-: ¿Cuál de ellos? -preguntó con voz ronca y cuando Nadine repitió el nombre del hospital, aclaró-: No me refiero a eso. ¿Cuál de los dos Hetherington? -quiso saber.

– Nuestro jefe: Garwood Hetherington -y pareció darse cuenta de que ninguna de las dos pensaba muy claramente en esos momentos de tensión. Kelsa todavía trataba de aclarar sus pensamientos, cuando Nadine le informó que Lyle Hetherington estaba al lado de su padre y que el señor Ford les iba a comunicar cualquier novedad que hubiera.

Que Garwood Hetherington estuviera luchando por su vida, ocupó la mente de Kelsa, más que el instantáneo pavor de que fuera su hijo Lyle el del infarto. Los ataques cardíacos no respetaban edades, ni personas.

Pero lo único que podía advertir era que su conciencia le remordía, por haber deseado que algo desagradable le sucediera a Lyle Hetherington, ya que casi se desmaya al creer que podía ser él el que se enfermó. También sintió miedo y rezó por su padre, el hombre a quien, en tan poco tiempo de conocerlo y de trabajar con él a diario, había llegado a apreciar y a tenerle afecto.

Ni ella ni Nadine pudieron concentrarse mucho en el trabajo, después de eso. Pero como media hora después, mientras Nadine contestaba una llamada interna, Kelsa tomó el teléfono exterior para contestar una llamada, quedándose aturdida al oír la voz de Lyle Hetherington, que le dijo cortante:

– Mi padre se está muriendo. ¡Venga rápido!

– ¿Yo…? Soy Kelsa…

– Él pidió verla a usted… ¡Venga! -y cortó abruptamente.

Temblando, con el rostro pálido y la boca abierta, Kelsa miró a Nadine.

– Era Lyle Hetherington. Dice que su padre pidió que yo fuera a verlo… ¡Parece… urgente! -jadeó y entonces advirtió de nuevo la calma profesional de Nadine, pues aunque Kelsa sabía lo mucho que Nadine apreciaba a su jefe, ésta sólo tomó el teléfono y llamó a la sección de transportes.

– Tú no estás en condiciones de conducir -sugirió y en unos minutos, sin averiguar el motivo de que su jefe preguntara por ella, Kelsa estaba en camino del hospital en un coche de la compañía, que pidió Nadine.

Kelsa trató de no pensar en nada en ese rápido trayecto al hospital. Lyle había dicho que su padre se estaba muriendo, pero eso no podía ser… ¿o sí? ¡No parecía posible! Apenas el día anterior le había alborotado el pelo y la había llamado hermosa niña…

Sus pensamientos cesaron cuando, al llegar al hospital, se apresuró a entrar. Buscaba a alguien que le diera indicaciones, pero en uno de los corredores, vio a Lyle Hetherington. Fue rápidamente a su encuentro y él, que obviamente había venido en su busca, se dio la vuelta, sin disminuir el ritmo de su paso, haciendo que ella casi tuviera que correr para alcanzarlo.

Un ascensor los esperaba y ella tuvo oportunidad de recobrar el aliento mientras subían. Ansiaba preguntarle por su padre, pero sabía que, con lo mal que estaba, se la comería viva. En cambio, preguntó:

– ¿Y su madre…? -empezó y de todos modos, se la comió viva.

– ¡Eso es asunto mío! -respondió bruscamente.

– Sólo me preguntaba si pudo usted comunicarse con ella -murmuró Kelsa-. Puesto que estaba en un crucero… -las puertas del ascensor se abrieron y, como él salió inmediatamente, Kelsa se quedó a media frase. De todos modos sabía que, ya que él estaba seguro de que tenía una aventura amorosa con su padre, no permitiría que ella se acercara siquiera a su madre.

Pero, al apresurarse nuevamente para alcanzar a Lyle, desechó esos pensamientos y, con el estómago revuelto, entró al pabellón privado.

Se acercó a la cama y vio a Garwood Hetherington, con el rostro pálido y varios aparatos salvavidas conectados a él. En silencio, Kelsa se sentó en una de las dos sillas que había junto a la cama. Un par de minutos después, como si él supiera que ella estaba ahí, abrió los ojos y la miró.

– Hola -le sonrió Kelsa gentilmente.

– Hola -respondió él con voz débil-, mi querida… querida… niña -luego, con un dejo de sonrisa, volvió a abatir sus párpados.

Pasaron cinco minutos antes de que él abriera los ojos de nuevo y ahora miró a su hijo.

– Estoy… tan orgulloso… de ti, Lyle -jadeó y Kelsa sintió que la ahogaban las lágrimas, que adufes penas podía contener.

Nuevamente, él cerró los ojos y unos minutos después, hubo un cambio en su respiración. Kelsa intuyó que estaba cayendo en estado inconsciente. Sintió que era un momento en que Lyle debía estar a solas con su padre.

En silencio, se puso de pie y se quedó mirando a Garwood Hetherington un instante, luego acercó gentilmente sus labios a su mejilla y, despidiéndose de él, salió de la habitación.

Mas no podía irse del hospital y, como había una pequeña sala de espera cerca, fue y se sentó ahí. Perdió la noción del tiempo, pero con la mirada fija en el cuarto de Garwood Hetherington, observaba la intensa actividad de los doctores y las enfermeras que entraban y salían. Sus nervios se pusieron más tensos cuando dos enfermeras salieron lentamente de la habitación. Un minuto después, el doctor también salió y Kelsa sólo esperó a que desapareciera en el corredor para ponerse de pie.

Estaba parada junto a la puerta de la habitación, cuando, unos diez minutos después, salió Lyle Hetherington, con el rostro tenso. Ella lo miró, con la pregunta en los ojos, y recibió la brusca respuesta.

– Mi padre está muerto.

Eso era lo que ella se imaginaba, pero de todos modos, fue un impacto fuerte.

– Lo siento… mucho -murmuró.

– ¡Claro que lo siente! -gruñó él y, sin otra palabra más, pasó frente a ella.

Kelsa estaba demasiado alterada para regresar al trabajo. Estaba muy conmovida por la muerte de Garwood Hetherington y también muy dolida por el último comentario de Lyle, pues significaba que él pensaba que a ella le afectaba la muerte de su padre, sólo por los regalos o el dinero que dejaría de percibir.

No se sentía como para poder usar el autobús, así que tomó un taxi a su apartamento, recordando que su coche estaba en el estacionamiento de la oficina. Sabía que llegando a la casa debía llamar a Nadine, pero durante un buen rato no pudo hacerlo.

Se sentía aturdida, triste y llorosa por lo que había sucedido. Si antes se preguntó el motivó de que el señor Hetherington hubiera preguntado por ella, se le había olvidado. Él, de todos modos, ya estaba muerto. Ese hombre encantador ya no existía. Y no era tan viejo… trabajaba tanto… no parecía justo.

Más tarde, trató de telefonear a Nadine, pero le dijeron que la señora Anderson no se encontraba ahí. No le sorprendió que Nadine estuviera demasiado alterada como para trabajar y se fuera a su casa.

En la mañana, Kelsa trató de acostumbrarse a la idea de la muerte de su jefe, aunque sentía que fue más que un patrón. Tenía calor humano para aquellos que trabajaban para él, una permanente cortesía…

Estaba en el autobús, camino a la oficina, pensando en que el trabajo ya no sería lo mismo sin él, cuando de pronto, se dio cuenta de que po necesitaba preocuparse por eso. Recordó lo que le dijo fríamente Lyle Hetherington: que ella no tendría ese empleo mucho tiempo si de él dependía, y era seguro que él sería el presidente de la compañía ahora. Entonces, Kelsa supo con certeza, que una de sus primeras acciones al tomar cargo de su puesto, sería despedirla. Muy pronto, ella no tendría empleo.

Se bajó del autobús y en los cinco minutos del trayecto a la oficina, tuvo una silenciosa lucha entre lo mucho que disfrutaba de su trabajo, lo cual la impulsaría a tratar de quedarse ahí, y su orgullo, que insistía en no darle oportunidad a Hetherington de decirle: “¡Fuera!”

Ganó el orgullo, como Kelsa sabía que sucedería. Se iría voluntariamente, con la cabeza en alto, antes que la empujaran. Pero al principio, cuando ella y Nadine se encontraron en la oficina, estuvieron sentadas discutiendo los tristes sucesos del día anterior. Tal vez debido al choque emocional que ambas habían recibido, estaban más comunicativas que de costumbre.

– No hay duda de que Lyle será el presidente ahora -comentó Nadine.

– He estado pensando en eso -confesó Kelsa- y me parece que, mientras tú vas a estar muy requerida por tu experiencia y conocimiento en el manejo de esta oficina, Lyle Hetherington probablemente querrá que trabajes en pareja con su asistente particular, lo cual significa que yo estaré de sobra aquí -y, mientras Nadine parpadeaba de asombro, Kelsa continuó rápidamente-. He decidido renunciar.

Durante un buen rato, discutieron ese asunto; Nadine le informó que Lyle Hetherington tenía la reputación de ser muy trabajador, y que Ottilie Miller le confió un día, que le encantaban los viajes de su jefe al extranjero, pues le daban oportunidad de ponerse al corriente en el trabajo.

– Es muy probable que haya el mismo lugar para ti aquí -le aseguró Nadine-, especialmente cuando es seguro que el señor Hetherington le haya dejado todas sus acciones de la compañía a Lyle y…

– ¿A su esposa no? -preguntó Kelsa, sorprendida.

– Um… -Nadine titubeó, pero luego, al estar segura de que Kelsa sabía guardar una confidencia, aclaró-: De hecho, la señora Hetherington más bien le tiene resentimiento a la compañía.

– ¿Resentimiento?

– Resiente el tiempo que le dedica el señor Hetherington… le dedicaba -rectificó Nadine-, pero, además de no tener ningún interés en la compañía, ella tiene bastante dinero propio, así que no necesita más y estoy segura de que no agradecería en lo absoluto las acciones que le dejara el señor Hetherington.

– Qué lástima -comentó Kelsa y ante la mirada interrogadora de Nadine, aclaró-: Dije “qué lástima”, porque el señor Hetherington trabajaba tanto, que es una pena que su esposa no estuviera interesada en sus logros.

– Bueno, sí estaba interesada al principio -prosiguió Nadine-. Le prestaba grandes cantidades de dinero de vez en cuando, que ya están pagadas, desde luego, pero… como sabes, he estado con el señor Hetherington durante diecisiete años… cuando Lyle, contra la voluntad de su madre, entró a la compañía, después de terminar la universidad, y comenzó a dedicarle al negocio tanto tiempo como su padre; la señora juró que no volvería a tener nada que ver con la compañía; siquiera visitarla.

– Ah, es por eso que la señora Hetherington se sentiría ofendida, si su esposo le dejara algo que tuviera que ver con la compañía.

– Exactamente; aunque ahora que Lyle agregará las acciones de su padre a las suyas, el Consejo no tendrá ninguna defensa cuando se discutan los planes que tiene Lyle de diversificación.

– ¿Qué quieres decir?

– Diversificación quiere decir expansión.

– ¿Acaso la compañía de Hetherington no es lo bastante grande ahora?

– En este mundo de competencia despiadada entre empresas, uno tiene que diversificarse para sobrevivir, explotar toda la capacidad posible. Así que -Nadine sonrió-, no puedes irte. Si Lyle va a proseguir con los grandes planes de expansión… y no habrá quien lo detenga ahora que su padre le dejó todo… Hetherington necesitará más personal en todas las áreas, no perderlo.

Kelsa casi estuvo convencida con ese argumento, pero posteriormente tuvo la seguridad de que había un miembro de su personal, la asistente de su secretaria particular, de quien Lyle Hetherington se apresuraría a deshacerse.

– Lo lamento, Nadine -se disculpó en voz baja-, pero sí quiero irme.

Nadine examinó la seria expresión de Kelsa y tal vez adivinó que, aunque le daba tristeza hacerlo, estaba decidida a renunciar.

– Yo no haría nada apresurado -aconsejó y minó la determinación de Kelsa al agregar-: Sé que el señor Hetherington planeaba agregar una cláusula en tu contrato de “dar aviso de renuncia o despedida con tres meses de anticipación” -y como Kelsa pensaba dejar el trabajo al día siguiente, Nadine continuó-: En recuerdo del señor Hetherington, ¿qué te parece si te quedas los tres meses para ayudarme con el trabajo que significaría un período de cambio?

– ¡Oh, Nadine! -exclamó Kelsa, sabiendo que haría cualquier cosa en recuerdo del fabuloso hombre que había sido Garwood Hetherington… si la dejaban.

– Puedes entregar tu renuncia hoy, si quieres -la instó Nadine, como para mejorar la sugerencia, y Kelsa se rindió.

– Muy bien -convino y sabía que era un síntoma de debilidad suya, cuando escribió a máquina su aviso de renuncia y lo entregó. Supuso que Nadine pensaba que tal vez cambiaría de opinión en esos tres meses.

Kelsa no vio a Lyle Hetherington en la oficina ese día, ni al siguiente. Se fue a su casa en la noche, después de rechazar una invitación a cenar que le hizo un joven ejecutivo de compras. Cenó sola y decidió no ir a Drifton Edge ese fin de semana, que fue uno de los más tristes desde que sus padres murieron.

El lunes despertó con el mismo humor triste y, para aumentar su depresión, encontró que su coche no arrancaba. Nuevamente recurrió al transporte público y telefoneó al taller automotriz en cuanto llegó a la oficina. El gerente del taller le explicó en su complicado estilo, cómo arrancar el coche y le sugirió que tratara de llevarlo al taller al día siguiente.

– Lo veré mañana -confirmó Kelsa, cruzando los dedos para que en caso de poder arrancar el motor de su coche el día siguiente, pudiera llegar con él al taller.

Todavía tenía el teléfono en la mano, cuando entró el señor Ford, con quien Nadine había hablado varias veces desde el Jueves.

– Buenos días -las saludó y cruzó unas palabras con Nadine. Luego con ésta siguiéndolo, entró a la que fue la oficina del señor Hetherington.

Media hora después, Nadine salió sola y reveló que Lyle había pedido que Ramsey Ford, manejara la oficina temporalmente.

– Mientras tanto -continuó Nadine-, el señor Ford, sabiendo que de todos modos querríamos ir, nos pidió que tú y yo fuéramos al funeral del señor Hetherington, mañana.

Eso partió en dos a Kelsa. Debido a su profundo respeto y afecto por el señor Hetherington, sí quería ir al funeral; pero, sabiendo que Lyle la odiaría más si iba, sentía que no debía hacerlo.

– Yo… -trató de negarse, pero al ver a Nadine mirándola sin esperar ninguna oposición, Kelsa no pudo pensar en ninguna excusa aceptable… no sin tener que confesarle a Nadine las sospechas de Lyle Hetherington. Y, de algún modo, hablar acerca de la sospecha de que ella tenía una aventura amorosa con su padre, parecería un insulto a su memoria-. ¿A qué hora será? -preguntó.

Kelsa sé puso un traje gris al día siguiente y, con la ayuda de una buena persona que pasaba, logró arrancar el coche. Caminó del taller a la oficina, después que le advirtieron que su auto no iba a estar listo ese mismo día; pero estaba más preocupada por su presencia en el funeral del señor Hetherington, que por el problema de su automóvil.

Afortunadamente, tuvieron mucho trabajo esa mañana, y no tuvo tiempo para seguir pensando en el asunto; pero cuando, más tarde, se dirigieron al funeral en el coche de Nadine, Kelsa empezó a sentirse nuevamente partida en dos. Le parecía importante ir a presentarle los últimos respetos a su jefe, pero, al mismo tiempo, no quería ofender a nadie, especialmente a Lyle Hetherington, que había querido mucho a su padre y que no tomaría muy bien su presencia ahí.

De pronto se le ocurrió que él probablemente ni siquiera la notaría; estaría muy preocupado. Además, habiendo sido Garwood Hetherington una figura tan conocida, ella tal vez se perdería entre la muchedumbre que iría a presentar sus últimos respetos.

El funeral transcurrió con normalidad y Kelsa, con el corazón lleno de tristeza, vio a Lyle, alto y erguido, escoltando a una mujer de aspecto aristocrático, de unos sesenta años.

Pero estaba muy equivocada si pensó que él no la notaría, pues, una vez que terminó el servicio religioso, la descubrió. Con una expresión tensa y con la mujer aristocrática de su brazo, él caminó por el pasillo de la iglesia y cuando llegaron al nivel de Kelsa, Lyle Hetherington movió levemente la cabeza hacia ella y le lanzó una mirada fulminante que le penetró hasta los huesos. Entonces supo que no le pedirían que trabajara los tres meses de su aviso de renuncia.

Tanto Nadine como ella estaban de un humor solemne en el camino de regreso a la oficina; pero una vez ahí, Kelsa observó que Nadine, habiendo trabajado tantos años para Garwood Hetherington, estaba a punto de un colapso nervioso.

– ¿Por qué no te vas a tu casa?-sugirió Kelsa con gentileza.

– Siento que ahora tengo una reacción atrasada -confesó Nadine-, pero tengo demasiado trabajo…

– Vete a tu casa -insistió Kelsa-. Yo me encargaré de todo aquí.

– Yo…

– Te lo prometo -sonrió Kelsa.

– ¿Estás segura?

– Claro que sí.

Eran las siete y Kelsa todavía estaba en la oficina, pero había avisado a seguridad que iba a trabajar hasta tarde. Por eso cuando a las siete y diez oyó que se abrió la puerta y que alguien entró, pensó que era un empleado de seguridad que venía a verificar si ella continuaba allí.

Alzó la vista, con un comentario amable en los labios, pero se quedó petrificada antes de pronunciarlo, porque el hombre alto, de traje oscuro y ojos grises que la miraba con frialdad, definitivamente no era de seguridad. No; por lo visto, él esperaba que ella dijera algo.

– ¡Muy dedicada a su trabajo! ¿Eh? -comentó él mordazmente y Kelsa adivinó que, si él estaba dolido por dentro, había encontrado justo a la persona con quien desquitarse.

– Sólo poniéndome al corriente en algunas cosas -repuso ella lo más tranquila que pudo.

– ¡Pero su coche no está en el estacionamiento! -recalcó él.

– Tiene la costumbre de portarse mal… Está en el taller por el momento -informó ella. No había reparado en que él conocía su coche, pero ya estaba empezando a perder su calma y advertía, por su agresividad, que estaba decidido a molestarla, como lo iba a comprobar.

– Yo pensaría, por la forma en que usted se conduce -la barrió con una mirada ofensiva-, que ya tendría un coche que no acostumbrara portarse mal.

Ante ese insulto deliberado, Kelsa no pudo contenerse más. Tomó su bolso y se puso de pie. Trató de dominar su ira, pero sin mucho éxito.

– Puede guardarse sus sarcasmos y sus burlas -reclamó-. ¡Yo me voy!

– Yo no la voy a detener -espetó él, haciéndose a un lado-. Aunque dudo que pase mucho, tiempo antes que otro hombre la detenga -agregó.

Kelsa estuvo a punto de decirle que no fuera tan repulsivo, pero tenía la idea de que eso ya se lo había dicho. Y se tragó su furia al recordar que Lyle debería estar sufriendo.

– Pues no sólo me voy en este momento, sino que, para su mayor información, también de Hetheringtons -dijo. No se le escapó la mirada alerta de sus ojos y, aunque no encontró nada insultante que decirle en respuesta, sí hubo burla en el tono de su voz.

– ¿De veras?

– ¡Entregué mi renuncia anticipada de tres meses, el jueves! -replicó ella y vio que los inteligentes ojos grises reflexionaban sobre eso.

Sin embargo, un instante después, estaba de regreso su agresividad en pleno.

– Y ahora, ¿a qué demonios pretende jugar? -preguntó él, furioso, y eso la molestó.

– ¡Un juego que usted, con su maliciosa y suspicaz mente, no reconocería, desde luego! -y trató de salir, pero él se acercó haciéndola retroceder un paso. Descubrió que él era mucho más astuto de lo que ella imaginaba. En cuestión de segundos, encontró una respuesta.

– ¿Por orgullo? -preguntó-. ¡No me venga con eso! -exclamó furioso entre dientes-. Si tuviera algo de orgullo, nunca se habría acostado con un hombre que pudo ser su abuelo…

– ¡Ya deje eso! -gritó Kelsa, tan furiosa con esas viles insinuaciones, que estalló y, sin importarle nada, exclamó-: Para su información, ¡la única persona con la que he dormido soy yo misma! -”a ver qué le parece eso”, pensó, con los brillantes ojos azules llameando.

– ¡Es una virgen! -se burló él.

Kelsa ya lo había abofeteado una vez y ahora estuvo a punto de volver a hacerlo.

– ¡Me voy a casa! -le gritó y se dirigió hacia la puerta.

– ¿Quiere que la lleve? -se burló él antes que ella saliera, y Kelsa se volvió.

– ¿Con usted? -preguntó con desprecio-. ¡Prefiero irme arrastrando!

– Espero estar ahí para verlo -replicó él con hielo en la voz, mientras captaba la ira temblorosa de Kelsa.

Ella se volvió y se fue, colérica. Sin embargo, para cuando llegó a su apartamento, se sentía lo suficientemente calmada, como para darse cuenta de que todavía tenía un empleo al cual ir al día siguiente… porque Lyle Hetherington no la había despedido, ¿o sí?

Capítulo 4

En la mañana, Kelsa se sintió avergonzada de haber permitido que Lyle Hetherington la presionara hasta enfadarla. Eso era tan poco característico de ella, pero tenía que reconocer que sus reacciones hacia él eran muy diferentes de las que tenía hacia cualquier otra persona… y eso era desde el primer instante en que lo conoció.

Cuando iba a la oficina en el autobús, sentía el arrepentimiento de haberse molestado con él. Era obvio que el día anterior… el día del funeral de su padre fue muy malo para él emocionalmente. Y ella se comportó muy ofensiva. ¿Cómo pudo hacerlo?

Pero él no estuvo muy amable con ella; se reanimó al bajar del autobús y se dirigió a su oficina, de mal humor.

– Buenos días, Nadine -la saludó al entrar y vio que, al parecer, Nadine llegó temprano para recuperar el tiempo perdido el día anterior.

– Buenos días, Kelsa -le sonrió Nadine-. Gracias por permanecer en mi puesto ayer en la tarde. ¿Algún problema?

Kelsa deseó poder compartir su problema con Nadine, quien con su experiencia en los negocios, probablemente lo solucionaría fácilmente.

– Sólo unas cuantas indagaciones -replicó y sacó de su cajón unos papeles para ponerse a trabajar.

Estaba bebiendo una taza de café, alrededor de las once, cuando tuvo tiempo de meditar sobre el hecho de que, al parecer, todavía tenía un empleo. Creyó, por la forma en que Lyle la había mirado en la iglesia, además del pleito de la noche anterior, que él no pensaría dos veces en despedirla.

Estuvo intrigada por esa situación unos minutos y lo único que se le ocurrió fue que, a pesar de su opinión sobre ella, él por respeto a la memoria de su padre, había decidido dejar que ella trabajara los tres meses de su aviso de renuncia. Tal vez llegó a esa decisión, pensando que, si su padre la estimaba tanto, él debía respetar ese sentimiento; y tres meses se pasarían muy rápido.

Kelsa seguía pensando en eso, cuando sonó el teléfono y ella asumió su tono profesional para contestar.

– Habla Brian Rawlings, del despacho de “Burton y Bowett” -se presentó el hombre que hablaba y, como Kelsa no pensó que eran abogados de la compañía, le iba a pasar la bocina a Nadine, pero él continuó-: ¿Hablo con la señorita Stevens? -preguntó, cortés y profesional.

– Sí -respondió ella, extendiendo la mano para pasar la llamada al teléfono de Nadine. Pero de pronto, su mano se quedó inmóvil, pues, siendo abogado, él tenía que asegurarse con quién estaba hablando.

– ¿La señorita Kelsa Primrose March Stevens? -preguntó.

– Sí -volvió a responder, confundida y hasta un poco divertida. Pero su diversión se acabó abruptamente cuando él le informó:

– Es importante que se presente usted en nuestras oficinas hoy a las dos de la tarde -y mientras Kelsa parpadeaba, él preguntó-: ¿Sabe usted dónde quedan?

– Sí, pero… pero… -a duras penas pudo Kelsa formar una frase-: Perdone mi extrañeza -dijo- pero, ¿me puede decir para qué? Quiero decir, ¿respecto a qué asunto? -por lo que Kelsa recordaba, Nadine y el señor Hetherington eran los únicos que trataban los asuntos relacionados con Burton y Bowett.

– El testamento -explicó él-. El testamento del señor Garwood Hetherington.

– ¡Su testamento!-exclamó Kelsa, notando que Nadine levantó la vista para ver si necesitaba ayuda.

Kelsa negó con la cabeza y prestó mayor atención a lo que decía Brian Rawlings.

– Le pido disculpas por no escribirle antes; pensaba hacerlo hoy, pero ésta es mi primera mañana de trabajo, después de mis vacaciones en el extranjero y apenas me enteré del deceso del señor Hetherington.

– ¿Usted… iba a escribirme? -fue lo que concluyó Kelsa de lo que él había dicho.

– Claro que sí y, desde luego, lo haré -afirmó él-: pero tuve una llamada de la señora Edwina Hetherington esta mañana y ella insiste en que se lea hoy el contenido del testamento de su difunto esposo.

– Ah, ya… veo -dijo Kelsa lentamente, sin entender una sola palabra.

– ¡Bien! ¿Entonces estará usted ahí a las dos, señorita Stevens?

– Ah… sí -convino ella.

– Entonces, espero con interés verla ahí -murmuró él cortésmente y Kelsa colgó la bocina, mirando a Nadine, consternada.

– ¿Está todo bien? -preguntó Nadine, dispuesta a ayudar en lo que fuera.

– Era el señor Rawlings, de Burton y Bowett.

– Ah, ya regresó de sus vacaciones -comentó Nadine.

– Está de regreso y quiere que yo vaya a sus oficinas hoy a las dos -informó Kelsa y admiró la calma de Nadine, cuando ella también debía pensar que se trataba de algún asunto de la compañía.

– ¿Quiere verte a ti a las dos? -preguntó suavemente… y Kelsa le dio un resumen de la conversación que tuvieron, después de lo cual, Nadine comentó que era posible que el señor Hetherington le hubiera dejado a Kelsa algún legado.

– ¿Tú también tuviste una llamada del señor Rawlings? -fue la pregunta natural de Kelsa.

– No -repuso Nadine y cuando vio que Kelsa empezaba a preocuparse, dijo-: No te alteres por eso. He estado consciente de que, desde que tú entraste a trabajar aquí, mientras el señor Hetherington tenía en alta estima mis habilidades de secretaria, parecía tener una comunicación afectiva especial contigo. ¡No te preocupes! -continuó rápidamente-; es probable que te haya dejado un pequeño recuerdo de esa empatía que ustedes dos compartían. Tan sólo preséntate en Burton y Bowett a las dos y luego… -sonrió-, luego ven corriendo de regreso a contarme lo que pasó.

A Kelsa le causó alivio la calma de Nadine en las horas que faltaban para el almuerzo, pues varios pensamientos le atravesaron la mente. Uno de ellos era que, puesto que no hacía tanto tiempo que conocía al señor Hetherington, el testamento en el que figuraba su nombre debió haber sido redactado recientemente. Y mientras, por un lado, Kelsa hubiera preferido que el señor Hetherington no la hubiera elegido a ella para dejarle algo, ahora, recordándolo con afecto, advirtió que sí le gustaría tener un pequeño recuerdo de él.

Lo malo era quedara reclamar ese pequeño recuerdo, tenía que estar ahí durante la lectura del testamento; era obvio que ahí también estaría la señora Edwina Hetherington, la aristocrática esposa de Garwood Hetherington. Pero mientras Kelsa reconocía que encontrar a esa señora no representaba un problema, deseaba poder decir lo mismo de su hijo, puesto que él también se presentaría ahí; y estaba segura de que Lyle Hetherington estaría furioso de que, por la lectura del testamento, su madre tuviera que pasar, aunque fuera un minuto, en la misma habitación con la mujer que él creía fue la amante de su padre.

A la una de la tarde, Kelsa llegó a la conclusión de que podían llevar a cabo la lectura del testamento sin ella; Brian Rawlings había dicho que le escribiría, de todos modos.

Habiendo tomado esa decisión, fue a la cafetería a comer algo y después caminó hacia el taller pensando en recoger su coche. Sin embargo, mientras esperaba que la atendieran, su fibra moral de pronto se rebeló y empezó a preguntarse desde cuándo se había vuelto tan cobarde.

No era como si la señora Hetherington pensara que ella era la amante de su esposo, ¿verdad? Era sólo Lyle el que pensaba así y ella le aclaró muchas veces que nunca hubo nada entre ella y su padre. Si Lyle Hetherington tenía una mente maligna, ése era problema de él, no de ella.

Habiéndose encolerizado por la etiqueta que Lyle le adjudicó tan injustificadamente, Kelsa decidió que no lo aceptaría. No sería una cobarde; no dejaría que él la sometiera.

– ¡Vine por mi coche! -le exigió en tono agresivo al asistente que por fin vino a atenderla.

– Yo… me temo que todavía no está listo -repuso él con timidez y Kelsa sintió deseos de disculparse por su agresividad.

– Es el Fiesta rojo -dijo con un tono más gentil.

– Lo sé, señorita Stevens -dijo él con más confianza-; pero todavía no está listo.

Eso resolvería el asunto, pensó Kelsa al salir del taller. Sin su coche, no llegaría a Burton y Bowett a las dos. Miró su reloj y advirtió que sería difícil que llegara a ese lugar a las dos, con su coche.

Empezó a caminar de regreso a Hetherington, resignada al hecho de que, mientras su interior se rebelaba contra el calificativo de “cobarde”, ignoraría la llamada de Brian Rawlings de esa mañana.

Sin embargo, casi llegando a Hetherington, tomó un atajo por una calle cuando ahí, en un sitio donde casi nunca se veía un taxi, apareció uno que venía hacia ella. ¡Estaba destinado! En un segundo, le hizo la señal de parada, dio al chofer la dirección y empezó a sentir un vuelco en su estómago por la emoción.

Cuando el taxi se detuvo frente al despacho, a las dos y cinco minutos, Kelsa pensó que realmente no debería de entrar; pero sí entró y mientras le daba su nombre a la recepcionista y le informaba a quién venía a ver, pensó que ya que Garwood Hetherington había sido tan gentil en recordarla en su testamento, ella debería hacer cualquier esfuerzo necesario para reclamar su legado.

– Ah, sí, señorita Stevens -dijo la recepcionista-. El señor Rawlings pidió que subiera de inmediato, en cuanto llegara. Están todos ahí, esperándola a usted.

“¡Qué barbaridad!”, pensó Kelsa mientras subía por la escalera, para llegar a la oficina del señor Rawlings; pues mientras ella esperaba confundirse con los demás legatarios presentes, parecía que el señor Rawlings esperaba que llegara el último de todos, por más baja posición que tuviera, para empezar la lectura.

Todavía había tiempo para que ella se arrepintiera, pero sabía que no lo haría. Y, encontrando la puerta que buscaba, tocó con firmeza en la madera.

Abrió de inmediato un hombre de unos treinta años, con modales encantadores.

– ¿Señorita Stevens? -preguntó.

– Así es.

– Brian Rawlings -se presentó él, extendiendo una mano-. Por favor, pase -le sonrió y la guió al interior de la oficina, donde, para sorpresa de Kelsa, sólo había tres personas: Lyle Hetherington, la mujer a quien había escoltado el día anterior, seguramente su madre, y otra mujer de unos cuarenta años.

Kelsa no fue la única sorprendida, advirtió al entrar, pues aunque de Lyle Hetherington sólo percibió una fría hostilidad, la madre de él se vio muy irritada y la otra mujer la miró con gran interés.

– ¿Quién es esta mujer? -preguntó la señora Hetherington en forma autoritaria, antes que Brian Rawlings pudiera decirle nada, y Kelsa comprendió que no le gustaría ser contrincante de ella-. ¿Y por qué está aquí?

– Es la señorita Kelsa Stevens -la presentó él, mientras Kelsa, pensando que no debió haber asistido, se concentró en una pintura de yates en la pared. Brian Rawlings continuó-: La señorita Stevens está aquí por la misma razón que todos los demás: la lectura del testamento.

– ¿Quiere decir que ella está incluida ahí? -exclamó la viuda.

– Todo se aclarará en un momento, señora Hetherington -repuso él y trató de presentar a Kelsa con los demás-: Señorita Stevens, esta es la viuda de Garwood Hetherington -empezó y la señora Hetherington ni se dignó ofrecer su mano-. Señora Ecclestone -se volvió hacia la otra mujer-, la señorita Stevens -a Kelsa le pareció que la señora Ecclestone estaba algo agitada, dudando si sería por la actitud de la señora Hetherington o porque a ella tampoco le agradaba su presencia ahí. Luego, Brian Rawlings miró a Kelsa y a Lyle y comentó-: supongo que no necesito presentarte a la señorita Stevens, ¿verdad, Lyle? Ella trabaja en…

– ¡No hace ninguna falta! -lo cortó Lyle, fulminándola con la mirada y luego, ignorándola-. Cuando estés listo, Brian -sugirió.

Con ese nada sutil recordatorio del motivo de que estuvieran todos ahí, Brian Rawlings invitó a Kelsa a ocupar la única silla que quedaba vacante y luego empezó los trámites.

– Este es el último testamento de Garwood David Hetherington, con fecha… -se detuvo, tosió un poco y reveló que ese testamento fue hecho recientemente.

– ¿Hizo un nuevo testamento? -exclamó la señora Hetherington, mostrando con el tono cultivado de su voz que no estaba nada complacida con eso y que no había sido consultada por su esposo. Y, refiriéndose a la fecha que mencionó Brian Rawlings, calculó-: Pero eso fue tan sólo hace dos semanas.

– Y… así es -pero, aunque sonreía amablemente, él pareció decidir que podrían estar ahí todo el día, si no apresuraba las cosas-. Mencionaré los legados pequeños primero.

“Bien”, pensó Kelsa. En cuanto oyera el motivo de su presencia ahí, podría irse. Pero no fue tan simple; porque, a medida que las cantidades y los bienes se iban anunciando en escala ascendente, ella se iba incomodando al oír cantidades de mil libras y dos mil libras, sin que la mencionaran a ella. Cuando, antes que el de ella, el nombre de Nadine Anderson y la cantidad de tres mil libras se mencionó, por el leal y dedicado servicio de Nadine todos esos años, Kelsa empezó a sentirse realmente aprensiva. ¿Qué le habría dejado a ella el señor Hetherington?

Sintiendo el rubor hasta las orejas, mientras Brian Rawlings continuaba lo único que Kelsa esperaba era que su nombre estuviera incluido hasta el final, como una idea tardía con una nota de que el señor Hetherington quería que ella se quedara con alguna chuchería.

– Esto concluye los legados menores -dijo Brian Rawlings alzando la vista. La boca de Kelsa formó una “O”, pero cuando iba a comentar que ella no debía estar ahí, que todo era un error, el abogado, como queriendo acabar pronto, continuó-: A mí hermana Alicia Helen Ecclestone, de… -a Kelsa se le hizo un blanco en la mente, por el pánico de preguntarse qué era lo que sucedía. De seguro…- a mi esposa, Edwina Sibilla Hetherington… -Kelsa oyó la voz de Brian Rawlings, que continuaba, mientras cada nervio de su cuerpo se rebelaba y rechazaba la noción de que su nombre podría ser el próximo que se pronunciara. El legado a la señora Hetherington, con una mención de que ella tenía su propia fortuna, era detallado y extenso. Ella tendría la casa y el terreno de jardines que, sin duda, a la larga, llegarían a manos de su hijo. También había otras propiedades y bienes para ella. Posteriormente, Brian Rawlings se aclaró la voz-: A mi querido hijo Carlyle Garwood Hetherington -empezó, dando la dirección de Lyle en Berkshire, y, para asombro de Kelsa, continuó-: y para mi querida Kelsa Primrose March Stevens, de… -a pesar de la sorda exclamación que soltaron las otras dos mujeres, él continuó con determinación y, después de dar su dirección, leyó-: les dejo, por partes iguales, conjuntamente, toda mi participación en el negocio, mis acciones y valores en el Grupo Hetherington, todo mi… -hasta ahí pudo llegar antes de que estallara el alboroto.

– ¡No! -Lyle se puso de pie, furioso. Fue el primero que estalló-. ¡Esto es absurdo! ¡Ultrajante!

– ¡Escandaloso! -la señora Hetherington también se había puesto de pie-. ¡No puede ser legal! ¡Lo impugnaremos! -declaró con ponzoña.

– Sí es legal -Brian Rawlings trató de apaciguarlos-. Y me temo que impugnar el testamento de su difunto marido no servirá de nada, señora Hetherington. Yo estaba de vacaciones cuando vino el señor Hetherington a ver a un socio mayoritario del bufete para que le hiciera la nueva redacción. El señor Wendell y los testigos no tienen la menor duda de que él estaba en su sano juicio y bajo ninguna coacción. De hecho, me asegura el señor Wendell que el señor Hetherington se veía más contento que nunca, así que…

– ¡Así que nada! -exclamó bruscamente la señora Hetherington-. Mi hijo ha trabajado tanto como su padre para ese sitio y es injusto que esa mujer sea…

¡Esa mujer! Kelsa estaba sentada, tan sorprendida que no podía ni hablar; pero esas dos palabras tan desdeñosas, dirigidas a ella, le llegaron hasta el fondo y, sintiendo la hostilidad, se puso de pie y se dirigió hacia la puerta.

El escándalo continuaba cuando, totalmente atónita e incrédula, Kelsa salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí.

Estaba segura de que en medio de tanto alboroto, nadie notaría que había salido; pero, al llegar al primer descanso de la escalera, una dura mano la tomó de un brazo y le dio la vuelta. Ella alzó la vista, con sobresalto, y se encontró con un par de encendidos ojos grises. Entonces, se dio cuenta de que Lyle Hetherington no había pasado por alto su salida. No sólo la percibió sino que, furioso, la había seguido y la asía de un brazo que apretaba con mano de hierro.

– ¡Ahora dígame que no había nada entre usted y mi padre! -tronó con una ira apenas contenida.

La intensidad de su ira era alarmante, pero Kelsa, con la poca capacidad de razonar que le quedaba, advirtió que ése no era el momento adecuado para repetirle, una vez más, que nunca había sido la amante de su padre. Pensando que él la estrangularía si expresaba una sola palabra en su defensa, se sacudió violentamente de su mano y bajó corriendo por la escalera. Para su alivio, él no la siguió.

Una vez en la calle, no se decidía hacia dónde ir. Instintivamente, quería estar sola. Pero, contra eso, tenían mucho trabajo en la oficina y ya se había tomado algo de tiempo. Por el bien de Nadine, tomó un taxi y regresó al edificio Hetherington. Aturdida, llegó a la oficina y cuando Nadine le dijo:

– Hola… ¡Dios mío! Te ves horrible. ¿Quieres hablarme acerca de eso? -Kelsa se dio cuenta de que le urgía confiar en alguien.

– No lo vas a creer… Yo apenas puedo asimilarlo, pero…

Unos minutos después, Nadine también estaba alteradísima.

– ¡No puedo creerlo! -exclamó.

– ¿Y cómo crees que me siento yo?

– ¿Cómo lo tomó Lyle? -preguntó Nadine.

– Como si con gusto me fuera a estrangular.

– ¡Qué barbaridad! -murmuró Nadine-. ¿Y qué hacía Brian Rawlings mientras tanto?

– Trataba de calmar los ánimos, creo. Fue un estallido tal para mí, que no me daba muy bien cuenta de las cosas. Actuaba automáticamente -explicó Kelsa-. Aunque apuesto que él y Lyle se hablan de tú, sin mencionar la cantidad de negocios que tenemos con ellos, supongo que no podrá ser tan imparcial como trataba de ser.

– Él y Lyle son amigos desde la escuela -informó Nadine… luego se interrumpió cuando sonó el teléfono-. Hola, señor Ford -saludó y dedicando su profesionalismo a tomar unas notas de Ramsey Ford y a darle unas respuestas, Kelsa sacó algo de trabajo y se le quedó mirando.

Mas era inútil. Mucho de la actitud profesional de Nadine se le había contagiado en el poco tiempo que llevaba trabajando con ella, pero, al ver que las palabras y los números danzaban sin sentido ante sus ojos, tuvo que enfrentarse al hecho de que todavía estaba consternada.

– Es imposible -le dijo a Nadine cuando ésta colgó el teléfono-; mi cerebro parece estar muerto.

– No me sorprende -Nadine le sonrió compasivamente.

– ¿Te importaría mucho si me fuera a mi casa?

– ¿Pero estarás bien? Todavía te veo muy pálida.

– Estaré bien, gracias -le aseguró Kelsa y salió del edificio, dándose cuenta de lo desorientada que estaba cuando, en el estacionamiento, no encontraba su coche; finalmente recordó que estaba en el taller.

Entonces le pareció buena idea concentrarse en una cosa a la vez y, lo más importante primero, decidió caminar hasta el taller para recoger su coche… si ya estaba listo. La entrada al estacionamiento le quedaba más cerca al camino que debía tomar; pero, acababa de cruzar hasta ese punto, cuando entró rápidamente un elegante coche Jaguar negro que casi la atropella.

Instintivamente, saltó fuera de su camino, pero cuando el coche se detuvo y Kelsa caminó unos pasos hacia la ventanilla del conductor, se confirmaron sus temores, al mirar los hostiles ojos de Lyle Hetherington.

Como ella, él también había sufrido un choque emocional ese día; pero una mirada a su expresión iracunda le confirmó a Kelsa que a él no le hubiera molestado en lo absoluto haberla atropellado. De pronto, el brío que la había abandonado, le revivió.

– ¡Me iré antes de los tres meses, si tanto le molesta! -explotó; lo que no se esperaba era que él la atacara con una expresión malévola y volcánica:

– ¿Para qué irse? ¡Si es propietaria de la mitad del maldito negocio!

Aunque aturdida, Kelsa trataba de encontrar una réplica áspera; pero lo único que se le ocurrió fue alzar la barbilla y replicar desdeñosamente:

– ¡No había pensado en eso!

– ¡Cómo no! -gritó él y estaba tan encendido que, sin importarle que ella estuviera cerca del coche, puso el pie en el acelerador y arrancó rápidamente.

“¡Cerdo!”, pensó ella y quedó tan alterada por ese encuentro, que después no recordó cómo llegó al taller automotriz.

Capítulo 5

El chisme en la oficina acerca de la herencia de Kelsa, fue el tema dominante el siguiente par de días.

– Supongo que me corresponde felicitarla -dijo cortésmente Ramsey Ford, que era más o menos de la misma edad que Garwood Hetherington, al detenerse frente al escritorio de Kelsa, el viernes.

– Gracias -murmuró ella, mirando el sagaz semblante. Parecía sincero.

– No creo que piense quedarse como asistente de Nadine, ¿verdad? -comentó él con la misma sonrisa cortés.

Si él sugería que, con su nueva riqueza y las acciones de la compañía, ella pensaba en formar parte de la junta directiva, Kelsa no se sintió capaz de enfrentarse a eso y sólo respondió amablemente:

– No tengo planes por el momento, mas que seguir trabajando con Nadine unos meses hasta que las cosas se estabilicen.

– Muy bien -él le dirigió otra sonrisa y siguió su camino.

Ese mismo viernes, aunque ambas estaban muy ocupadas, parecía que había un solo tema que dominaba sus conversaciones.

– ¿Todavía sientes el impacto del choque? -preguntó Nadine, cuando se tomaron cinco minutos para tomar una taza de té, en la tarde.

– Son tantas cosas que tengo que absorber -suspiró Kelsa-. Todavía me parece increíble… Desde luego, me agradaba mucho el señor Hetherington.

– Uno no podía trabajar todos los días con él y no apreciarlo -convino Nadine, comprensivamente.

– Pero hasta hace seis semanas, yo nunca lo había conocido. Sólo porque él recordó mi nombre, me incluyó en el grupo que tú entrevistaste cuando… -algo en la expresión de Nadine hizo que Kelsa se interrumpiera-. ¿Acaso dije algo malo?

– Pues… tal vez no debiera decirte esto -repuso Nadine pensativamente-; pero, de hecho, tú fuiste la única que entrevisté.

– Yo… -Kelsa no le veía ni pies ni cabeza al asunto. Aunque sólo se trataba de ser la asistente de la secretaria particular, era un empleo muy apreciado y muy confidencial-. No lo entiendo -tuvo que confesar.

– Tampoco lo entendía yo; pero el señor Hetherington nunca hacía nada sin un motivo, así que cuando me dijo tu nombre y que te entrevistara, pero que… pasaras la prueba o no, que te contratara yo, pues…

– ¿Qué? -exclamó Kelsa, traumatizada nuevamente, y empezó a preguntarse hasta cuándo terminaría de recibir esos impactos, desde que murió su patrón.

– No te preocupes -la tranquilizó Nadine-; has demostrado tu valía desde que trabajas conmigo.

Pero Kelsa sí estaba preocupada y lo único que se le ocurrió decir fue:

– Tú sabes que no había nada… nada… entre el señor Hetherington y yo… ¡Que no tenía una aventura amorosa con él!

– Conociéndote a ti y conociéndolo a él, estoy segura de que no había nada entre ustedes -le aseguró Nadine.

– Quisiera que Lyle Hetherington fuera tan fácil de convencer -suspiró Kelsa.

– ¿Él piensa…? ¡Oh, Dios mío! -exclamó Nadine, pero después de un instante, agregó-: Bueno, no puedes esperar… -titubeó y luego continuó-: Para ser justos, Kelsa, él ha recibido un choque tremendo -y mientras Kelsa se abstuvo de contarle que él la había acusado de tener relaciones amorosas con su padre antes que éste muriera y que se leyera el testamento, Nadine prosiguió-: El que tú hayas heredado en esa forma, puede perjudicar seriamente sus planes futuros.

– ¿Cómo? -exclamó Kelsa.

– Fácil. Aunque él tenía sus propias acciones antes que su padre le dejara la mitad de sus valores, eso todavía no le da el control mayoritario de la compañía, que él necesita.

– ¿Y si su padre le hubiera dejado todo a él, tendría el cincuenta y uno por ciento de los valores? -preguntó Kelsa, sin saber mucho de cómo funcionaban esas cosas, pero suponiendo que eso sería lo que él necesitaría.

– Probablemente más -conjeturó Nadine-. Aunque no conozco los detalles de los planes de diversificación de Lyle, diría yo que él necesita mucho dinero para llevarlos a cabo. Ahora que ha perdido la fuerza del voto de su padre, creo que tú, Kelsa, tienes el poder de bloquearlo.

– ¡Santo cielo! -exclamó Kelsa y se fue a su casa esa noche, con muchas cosas en qué pensar.

Nuevamente, no partió hacia Drifton Edge y para el lunes, tuvo que reconocer que, aunque había aprendido mucho en su trabajo, todavía era una novata en cuestión de grandes negocios. El correo del sábado le trajo un grueso sobre de Burton y Bowett abogados, con una carta de Brian Rawlings describiendo detalladamente toda una lista de sus bienes, finanzas y valores, con la seguridad de que cualquier problema o duda que tuviera no vacilara en comunicarse con él.

¿Dudas? ¡Le tomaría un año analizar todo!

Después de una hora de examinarla, dejó la carta a un lado y salió a caminar un poco para despejar la mente.

Mientras caminaba y pensaba en todo el tiempo que necesitaría para entender sus nuevas finanzas, se le ocurrió que probablemente a los señores Burton y Bowett también les tomaría como un año terminar su parte del asunto. Con los impuestos a la sucesión y los impuestos sobre utilidades del capital de los que ella había oído hablar, empezó a pensar que en Burton y Bowett tendrían demasiado trabajo.

Por primera vez en mucho tiempo, Kelsa se sintió un poco más relajada y entonces pudo llegar a la conclusión de que, si era probable que pasara todo un año antes que sucediera algo, ella podía tomarse su tiempo para llegar a una decisión.

Le tomó un buen rato asimilar la impresión que había recibido, y cuando empezaba a recuperarse, su primera reacción fue decirle a los abogados que ella no quería el dinero o las acciones o lo que fuera. Pero Nadine aseguró que el señor Hetherington nunca hacía nada, sin un motivo y desde entonces, esas palabras le daban vueltas en la cabeza.

Supuso que por el impacto emocional que recibió, no se había preguntado el porqué, antes. Porque ahora eso obsesionaba a Kelsa y sabía que no estaña tranquila hasta que lo supiera. Lo único que se le ocurría era que se llevaban muy bien los dos, que habían compartido la misma empatía y que el señor Hetherington, probablemente sentía por ella el mismo afecto que ella sentía por él.

Lo cual, pensó mientras conducía a la oficina, de ninguna manera era motivo para que él le dejara la mitad de su fortuna… Kelsa todavía seguía intrigada cuando Nadine entró a la oficina.

– No me dijiste que el señor Hetherington se había acordado de en su testamento -mencionó Nadine complacida, después de saludar.

– Lo siento -se disculpó Kelsa-. No estaba captando las cosas. ¿También recibiste una carta el sábado?

– Sí; notificándome el legado del señor Hetherington. Todavía no tengo el dinero, desde luego -sonrió-, ni lo tendré en mucho tiempo -agregó, de acuerdo con la idea de Kelsa-; pero es agradable saber que se acordó de mí.

Ambas se pusieron a trabajar, y media hora más tarde, se abrió la puerta y entró Lyle Hetherington; su sombría expresión le indicó a Kelsa que él también había recibido la notificación el sábado. El corazón de la joven se aceleró inmediatamente cuando, con un saludo a Nadine, él se volvió hacia ella y le dijo con brusquedad:

– ¡Tengo que hablar con usted!

Nadine, diplomáticamente, se levantó y los dejó solos, lo cuál desconcertó a Kelsa por un momento; pero aunque él la perturbaba y estaba confundida por la herencia que le dejó su padre, no por eso iba a permitir que la humillaran.

– ¡Pues dispare de una vez! -dijo con frialdad y vio que a él no le gustó mucho su tono de voz.

– ¡No aquí! -gruñó él con impaciencia-. No podemos hablar aquí. La veré esta noche para cenar, a las siete…

– Sucede que sí estoy libre esta noche -interrumpió ella, controlando la asombrosa sensación agitada que la invadió… como si estuviera atraída por él y le gustara la invitación a cenar. ¡Qué cosa!-. Lo que sea que quiera usted discutir conmigo, preferiría no echar a perder mi digestión -la sorprendió qué él se quedara todavía parado, sin estrangularla… aunque, por la forma en que Lyle cerró los puños a los lados del cuerpo, como si luchara por controlarse, Kelsa supuso que él estaba muy cerca de hacerte-. Si quiere ir a mi apartamento por unos cinco minutos, cuando se desocupe aquí esta bien conmigo -ofreció.

La respuesta de él fue salir dando un portazo. “¡Vaya qué genio!”, pensó ella y luego se dio cuenta de que temblaba como una hoja al viento, por ese encuentro. ¡Con un demonio! ¿Por qué lo había invitado a su apartamento?

Sin embargo, se calmó unos minutos después, advirtiendo que, no queriendo él discutir nada en la oficina y ella prefiriendo no salir a cenar con él, a menos que tuvieran una “charla” en la calle, no le quedaba otra opción que su apartamento. Puesto que probablemente él no sería más amable con ella de lo que había sido, no quiso agradecerle que la invitara a charlar durante la cena… como si considerara que un restaurante sería terreno neutral.

“¡Al diablo con él!”, pensó, furiosa, pues algo en Lyle la corroía. Nunca estuvo más complacida de ver a Nadine, cuando ésta entró.

– ¿Está el terreno despejado? -preguntó.

– Sí. Él quiere hablar conmigo… pero no aquí -reveló Kelsa-. Le sugerí mi apartamento.

– No se necesita mucho para adivinar el tema que se va a tratar -comentó Nadine y se concentró en el trabajo que había interrumpido.

Poco después llegó el señor Ford y entró a la otra oficina; pero él no era el señor Hetherington y cuando Nadine salió, después de haber estado encerrada con él unos quince minutos, dejó la puerta entreabierta y Kelsa lo vio sentado detrás del escritorio del señor Hetherington. Sintió que se sofocaba.

Con todo, estaba contenta de estar ocupada, pues eso le daba poco tiempo para pensar en la visita de Lyle Hetherington esa noche. No es que él hubiera aceptado su improvisada invitación, pero Kelsa sabía que estaría ahí. Como comentó la señora Hetherington, él había trabajado muy duro para ese negocio y eso significaba mucho para él.

Cuando Kelsa llegó a su apartamento esa noche, se apartó de su rutina usual. Primero se dio una ducha, luego se aplicó la pequeña cantidad de maquillaje que usaba y, aunque se reprendía por ser tan tonta… ¡Como si él lo notara! ¡Como si a ella le importara!… se cepilló muy bien el largo y rubio cabello. Desechó el usual pantalón de mezclilla que usaba, para ponerse uno elegante y una blusa de seda.

Su estómago estaba tan retorcido, que no quiso prepararse nada para cenar, así que se entretuvo pensando en la hora en que él podría llegar. La única vez que había ido a su apartamento, fue como a las ocho y media, recordó Kelsa. Por otro lado, Lyle iba a sugerir que salieran a cenar como a las siete y media… Entonces, ¿a qué hora vendría él?

Kelsa estaba lista a las siete y deseaba haber sugerido una hora específica, en vez de “cuando se desocupe”. Si hubiera estado tan calmada por dentro como trataba de parecer, pudo haber sugerido cierta hora.

Sus pensamientos se ofuscaron por un momento al recordar la vez anterior que Lyle la visitó… y cómo la hizo perder la cabeza con sus besos. ¿Dónde estuvo entonces su estricta educación familiar? Tragó en seco ante el recuerdo… Nunca se imaginó que podría reaccionar de esa manera ante un hombre; que podría desear a un hombre como deseó a Lyle en ese momento.

Estaba sentada tomando a sorbos una taza de café, cuando de pronto se le ocurrió que tal vez por esa educación moral, no le parecía correcto desistir de la herencia del señor Hetherington sin antes saber por qué él lo había hecho.

Una vez más, le daba vueltas en la cabeza el “porqué”, sin más éxito que antes, cuando sonó el timbre de la puerta y, aunque ella lo esperaba, saltó del susto. Tratando de calmarse, caminó hacia la puerta, pero necesitó un par de segundos más para respirar profundamente, antes de abrirla.

Supuso que era natural, bajo esas circunstancias, que los latidos de su corazón se acelerarán al ver al hombre alto, bien vestido, que estaba parado frente a ella. Puesto que estaba segura de que él no iba a perder el tiempo en saludos, ella tampoco lo saludó.

– Pase -lo invitó y, tratando de siquiera empezar la reunión con cortesía, preguntó-: ¿Le puedo ofrecer un café?

La respuesta inicial fue quedarse mirando fríamente los bellos ojos azules; pero después de unos segundos, él contestó secamente:

– Mientras más pronto exponga el asunto, más rápido podré irme a mi casa.

Con esa respuesta, y al percibir la sugerencia de que él no podía soportar estar en su compañía, Kelsa supuso que le hablaría a ella, no con ella.

– Si va a ser breve, podemos quedarnos parados -encontró bastante valor para decir.

– Entraré después de usted -espetó él y esperó a que ella se sentara en el único sillón que había; luego se sentó en el sofá-. Supongo que ya recibió la notificación del contenido del testamento de mi padre -empezó sin ningún preámbulo.

– Sí; recibí el sábado una carta detallando todo -convino ella-. Todo lo que me concierne a mí -agregó; luego confesó-: Todo parece muy complicado y no puedo empezar a comprender… -se interrumpió al ver, por la expresión del semblante de él, que no tenía ninguna duda de que, si ella hubiera encontrado algo muy complicado en su nueva riqueza, habría corrido de inmediato a ver a los abogados; pero como ella estaba en su escritorio, desde temprano en la mañana cuando él entró, Kelsa supuso que eso era todo lo que necesitaba para creer que ella había comprendido todo perfectamente bien-. El caso es que -dijo con sequedad, alzando la barbilla ante ese cínico monstruo-, yo puedo manejar mis problemas. ¿Cuál es el suyo?

El entrecerrar de ojos ante el tono insolente de Kelsa, mostró que ella tampoco era persona muy grata para él. Bueno, ya estaba cansada de esa actitud, de todos modos.

– Usted no es tonta, señorita Stevens -dijo él bruscamente-. Mi problema es obvio -Kelsa percibió que Lyle miraba la larga y esbelta columna de su cuello y se preguntó si había sido lo bastante inteligente encerrándose con él en su apartamento… ¿Acaso todavía podía estrangularla? Sin duda, eso le daría una enorme satisfacción-. Pero -agregó él con tono cortante-, yo puedo arreglármelas, si… -un músculo saltó en su sien y Kelsa comprendió que lo que estaba a punto de decir se le atoraba en la garganta-; si usted suspende el fuego.

Ella no tenía idea de lo que Lyle hablaba, pero si él le pedía un favor… y ella creía que de eso se trataba… entonces tenía mucho que aprender acerca de pedir favores.

– ¿Suspender el fuego? -repitió-. Yo… ¿Puede ser más específico? -preguntó y recibió una de sus miradas fulminantes. Pero, como seguía sin entender lo que él quería decir, se quedó sentada en silencio, con la mirada en el hostil, pero bien parecido rostro. Él le lanzó una dura mirada y empezó a explicarse, conteniendo a duras penas el sarcasmo.

– No habrá estado trabajando con Nadine Anderson y con mi padre, sin tener una idea de que estoy trabajando en un amplio plan de expansión del negocio.

– Algo he oído acerca de eso -convino ella.

– Así que también sabrá, que necesito todo el respaldo que pueda recibir para esa empresa.

¿Acaso él le pedía que ella votara con sus acciones por su plan? ¿Acaso ella tenía el derecho a votar? No tenía la menor idea.

– ¿Y? -murmuró.

– Y -repuso él con aspereza y desagrado- puesto que, para el buen futuro de la compañía, es vital que consiga todo el financiamiento posible quedo muy presionado para obtener recursos adicionales.

– ¿Necesita… recursos adicionales? -preguntó Kelsa.

– ¡No se haga la tonta, señorita Stevens! -explotó él-. Bastante duro es para mí, tener que venir a pedirle que se contenga antes de succionar a la compañía, hasta que yo esté en una posición financiera en que pueda comprar sus…

– ¿Succionar a la compañía? -interrumpió ella y su expresión era tan genuinamente sobresaltada, que por primera vez Lyle Hetherington pareció darle un poco de crédito.

– Que venda alguno de los bienes que le dejó mi padre -explicó él y su mirada ya no era totalmente hostil, ni furiosa, sino con reflexión-. Si usted dispone de sus acciones antes que…

– ¡No sabía que podía hacerlo! -exclamó Kelsa con sorpresa.

– ¿No ha tratado de venderlas? -preguntó él con la mirada más calmada, pero con la rudeza habitual por si ella trataba de engañarlo.

Kelsa notó que su tono no era burlón, ni sarcástico y de pronto empezó a sentirse mejor y más animada.

– ¡Claro que no! -repuso francamente-. Nunca pensé que todo el papeleo involucrado en una herencia, tardara menos de un año. Y -se apresuró a decirle ahora que parecía dispuesto a creerle- ni en sueños tocaría yo un centavo de lo que me dejó el señor Hetherington. No…

– ¡Vamos! -exclamó él, furioso. Obviamente, su confianza en lo que ella tuviera que decir duró muy poco-. Que…

De pronto, ambos estuvieron de pie, Kelsa tan furiosa como él, cuando lo interrumpió:

– ¡A ver si se calla y me deja terminar!

– Usted tiene la palabra… Yo ya me voy -sentenció él y ya estaba en camino a la puerta cuando Kelsa, frustrada a lo máximo, lo siguió.

– ¡Me va a escuchar!-gritó, con los ojos llameantes de ira y, habiendo perdido la paciencia, lo asió de un brazo.

Lyle Hetherington se detuvo y se volvió, con una mirada furiosa, clavándola en los chispeantes ojos azules de Kelsa. En seguida, su mirada bajó a la mano que detenía su brazo y, al instante, ella quitó la mano. Luego, fijando la mirada en el ruboroso e iracundo rostro, expresó con tono cortante:

– Estoy escuchando.

– Pues termine de escucharme -replicó ella y de inmediato empezó su explicación-: Soy buena en mi trabajo porque lo conozco y, en el poco tiempo que he trabajado con Nadine, he aprendido mucho. Pero no conozco el trabajo de usted, y no lo comprendo, así como no comprendo otros trabajos para los que no he sido capacitada. Así que, aunque como dijo usted, no soy tonta, como no he tenido nada que ver con acciones y valores, ni bienes de los que me dejó su padre, sé muy poco acerca de eso -se detuvo a tomar aire.

– ¿Es eso todo? -gruñó él.

– ¡Todavía no termino! -exigió Kelsa-. Cuando dije que ni en sueños tocaría yo un centavo de esa herencia, lo dije en serio, porque -continuó con firmeza-, porque yo tampoco entiendo por qué me dejó algo a mí.

– ¿Acaso quiere que se lo dibuje yo? -soltó él con tono punzante, antes que ella recobrara el aliento.

– ¡Acabe de escucharme! -gritó ella, a punto de darle un puñetazo. Él se encogió de hombros y Kelsa continuó, mientras él todavía estaba ahí-: Hasta que no sepa yo por qué, no voy a tocar lo que el señor Hetherington me dejó.

Él no le creía, eso lo podía ver Kelsa; se notaba en su postura tensa e incrédula.

– ¿Ya es todo? ¿Ha terminado?

– Sí; ya terminé -repuso ella, habiéndola abandonado de pronto su ira.

– ¿Y todavía insiste en llamar a mi padre “señor Hetherington”?

– Así lo llamaba siempre en la oficina.

– Y fuera de ella…

Kelsa aspiró profundamente para calmarse. O era eso o era pegarle al incrédulo cerdo.

– Fueron muy pocas las veces en que estuve fuera de la oficina con su padre, pero en esas pocas ocasiones, siempre fue el señor Hetherington para mí.

– ¿Sigue sosteniendo que no había algo entre ustedes, más que negocios? -preguntó él con rudeza.

– No; no es eso lo que digo -replicó ella y retrocedió un paso al ver la mirada iracunda que él le lanzó, ante lo que parecía ser una confesión-. Y antes que se vuelva furioso y acusador -se apresuró a añadir-, su padre era un hombre maravilloso para trabajar con él, siempre amable y cortés, tanto así, que no creo que haya nadie que no se haya encariñado con él.

– Así que… estaba encariñada con él -dijo él, tenso.

– Sí; nos llevábamos bien. Tal vez él era así con todos… no lo sé; pero -se sintió ridícula al decirlo, pero le enseñaron a decir la verdad ante todo y tuvo que seguir-: yo sentía que había entre él y yo una corriente afectiva.

– ¡Qué tierna! -interrumpió él con acidez y Kelsa sintió comezón en la mano derecha.

– ¡Pues sí era tierna la relación! -explotó ella-. Me llevaba muy bien con su padre.

– ¡Vaya que se llevaba bien!

– ¡Él me apreciaba! -ella ignoró la ironía y prosiguió antes que él pudiera lanzarle otro comentario mordaz-. Y debe de haberme apreciado mucho para dejarme toda esa fortuna. Pero… -de pronto, su ira se desvaneció nuevamente- le juro que nunca hubo algo más que eso entre nosotros -declaró sinceramente.

– ¿Me va a decir que mi padre nunca visitó este apartamento? -preguntó él, cuando sabía muy bien que sí lo había hecho.

– Sólo una vez, cuando me trajo a casa y luego recordó…

– Que tenía que hacer una llamada telefónica -interrumpió él fríamente.

– ¡Así fue! -protestó ella-. Mi coche tiene la costumbre de descomponerse y esa noche…

– Tampoco cenó con él, ¿verdad? -volvió a interrumpir él con aspereza.

– Obviamente se refiere a aquella noche, hace un par de semanas. Esa noche que nos vio usted… -Lyle estuvo ahí con una hermosa morena del brazo, recordó Kelsa y, curiosamente, sintió un piquete que, en otras circunstancias, habría parecido de celos. ¡Qué tontería!-. Habíamos trabajado tarde esa noche, los tres…

– ¿Los tres?

– Nadine Anderson estaba ahí, también -explicó Kelsa-. Nadine se comprometió hace poco y supongo que todavía no está acostumbrada a usar un anillo en el dedo. El caso es que regresó al tocador, para recoger el que había olvidado ahí al lavarse las manos… -de pronto, Kelsa se detuvo abruptamente-. ¡Oh! ¡Qué caso tiene! -suspiró con desaliento y, volviéndole la espalda a Lyle, caminó hacia el centro de la habitación. Ya no aguantaba más. Había tratado de explicarle, pero él no quería saber nada.

Sin embargo, inesperadamente, cuando estaba segura de que el próximo sonido que oiría sería el portazo de él al salir, lo que oyó fueron sus pasos al acercarse a ella.

– Parece estar harta de todo -comentó él y su voz no se oía iracunda, ni glacial.

– Eso es subestimar la realidad -replicó ella sin volverse.

– ¿Y no tiene otros “amiguitos?” -preguntó él y Kelsa se volvió.

– ¡Oiga! -replicó ella-. Por última vez, su padre nunca fue un “amiguito” mío en ese sentido -iba a volverle la espalda de nuevo, cuando recordó nuevamente a la acompañante morena de Lyle del restaurante y le pareció cuestión de honor contestarle-: Claro que tengo otros amigos… no soy una monja.

– ¡Pero es una virgen! -le lanzó él vivamente.

Kelsa suspiró. Jamás ganaría con él.

– Y no muy inteligente -repuso, de pronto cansada de tener que defenderse ante ese hombre-. He estado dándole vueltas y vueltas en la cabeza, al porqué su padre me dejó la mitad de su fortuna -se detuvo y luego lo retó-: Dicen que dos cabezas funcionan mejor que una… ¿Por qué usted no trata de solucionarlo?

– ¿Quiere decir, si tomo todo lo que me ha dicho, como una verdad indisputable?

– Categóricamente, me niego a repetir -explotó ella- que nunca fui la amante de su padre.

– Pues acaba de hacerlo -replicó Lyle y, después de dirigirle una larga mirada, caminó hacia la puerta y, desde ahí, para asombro de Kelsa, comentó en voz baja-: Veré qué puedo hacer -y se fue.

Unas horas más tarde, Kelsa se fue a dormir, tratando de registrar el hecho de que, por el último comentario de Lyle Hetherington, parecía que finalmente estaba dispuesto a creerle. Con una sonrisa en los labios, cerró los ojos.

Capítulo 6

Sin darse cuenta, Kelsa cantaba en la ducha a la mañana siguiente. Mientras se secaba, se percató de que se sentía muy feliz. Hasta tenía hambre.

Mordiendo unas rebanadas de pan tostado con mermelada, pensó en la visita de Lyle Hetherington la noche anterior. Entonces, advirtió que estaba bastante animada por el hecho de que Lyle parecía finalmente dispuesto a cambiar de opinión sobre ella y quizá creería que tal vez no era tan pecaminosa como él la consideraba. Más o menos, había prometido ayudarle a averiguar por qué su padre le había dejado esa fortuna, así que las cosas lucían mejor.

De hecho, cuando el coche de Kelsa arrancó al primer intento, todo le pareció mucho más brillante esa mañana. También llegó quince minutos antes a la oficina, así que podría adelantar algo de trabajo, antes que los teléfonos empezaran a sonar.

Con mucho mejor humor de lo que había estado últimamente, caminó por los corredores hacia su oficina, pero seguía siendo Lyle Hetherington el que ocupaba sus pensamientos.

Sin embargo, en los siguientes dos segundos, descubrió que había tenido una felicidad engañosa al pensar eso. Pues, saliendo de la oficina de su padre y caminando hacia ella, con el rostro hecho una máscara de piedra, estaba Lyle.

– Buenos… -el saludo murió en la garganta de Kelsa cuando, sin mirarla, sin hablarle, con la mirada fija hacia adelante… como si la visita de la noche anterior no hubiera existido… él abrió la puerta y salió.

Desconcertada por lo que acababa de suceder, Kelsa se quedó mirando la puerta. Conteniendo el aliento por el impacto, la cerró lentamente y se dejó caer en su silla. ¡Y la joven creía que él cambiaría su opinión sobre ella!

Le gustaría creer que Lyle, pasando junto a ella como si no existiera, tendría quizá otra interpretación que la obvia. Pero ya se había equivocado la noche anterior, pensando que él le creería. Ya no volvería a engañarse. Él tenía todo el derecho de estar en la oficina de su padre… más derecho que cualquiera. Pero, mientras en el fondo ella quisiera pensar que tal vez, al recoger él unos papeles de su padre, lo conmovió su reciente muerte y quedó trastornado, estaba segura de que no era así. Obviamente, Lyle lamentaba haberle dado un instante de crédito y la odiaba con renovado vigor esa mañana.

Kelsa quería estar furiosa por ese hecho, pero no podía. En cambio, se sentía herida y vulnerable en lo que a él concernía.

Habiendo llegado temprano para adelantar algo del trabajo, descubrió que no había hecho absolutamente nada, cuando Nadine entró.

– ¿Todo bien en tu esquina? -preguntó Nadine.

– Muy bien -repuso Kelsa, forzando una sonrisa.

– Tienes una mirada pensativa en esos ojos -comentó Nadine.

– Tengo mucho en qué pensar estos días.

– Pues si necesitas otra cabeza, tan sólo tienes que pedirlo.

– Gracias, Nadine -dijo Kelsa, pero sintió que no había mucho que pudiera confiarle o en lo que Nadine le pudiera ayudar, más de lo que ya sabía; pues Nadine sabía más que otros, que Garwood Hetherington le había dejado la mitad de su fortuna y que su hijo no estaba nada contento con eso. Y si Nadine tuviera alguna idea acerca del motivo por el que el señor Hetherington la hubiera mencionado en su testamento, Kelsa estaba segura de que aquella ya se lo habría dicho.

Las dos se pusieron a trabajar, cuando a las doce y media, entró la secretaria particular de Lyle por unos documentos que le había dejado Ramsey Ford con Nadine el día anterior.

– Lyle quiere revisarlos antes de la junta de esta tarde -explicó Ottilie.

– ¿Mucho trabajo? -preguntó Nadine.

– Hasta el tope. Aunque, gracias a Dios, Lyle salió por un par de horas en la mañana y eso me dio oportunidad de terminar los papeles que quiere para esta tarde.

Y mientras Kelsa se preguntaba si Lyle saldría del edificio inmediatamente después que ella lo vio, Nadine comentó:

– Parece trabajo muy pesado.

– ¿Qué te puedo decir? -respondió Ottilie-. Lyle está tan determinado, que si tiene que suplicar, pedir prestado o robar, lo haría para financiar sus planes -con eso, recogió los papeles que quería y salió.

– Así que la junta de esta tarde debe ser acerca de… los planes de diversificación de Lyle -sugirió Kelsa y Nadine sonrió.

– Ya estás aprendiendo.

– ¿Y los asuntos en que se ocuparía Lyle hoy temprano consistirían en ver a banqueros, expertos en finanzas y otros por el estilo?

– Sigue así y pronto estarás en mi puesto -sonrió Nadine.

Kelsa se fue a su casa ese día, más perturbada que nunca. Mientras se preparaba algo ligero para cenar recordó el comentario de Nadine acerca de que ella ocupara su puesto. Con el lugar del presidente vacío, había rumores en Hetheringtons de un reacomodo general entre los altos ejecutivos. Y mientras era seguro que Lyle sería el nuevo presidente, Nadine no había mencionado si le habían ofrecido un ascenso, dejando su puesto libre para Ottilie Miller, o cuáles eran sus planes. Y mientras Kelsa fantaseaba acerca de que ella y no Ottilie Miller, ocuparía el puesto de secretaria particular del presidente, se sintió muy excitada. Ver a Lyle todos los días…

Con la misma brusquedad con que le hubieran echado un cubo de agua fría encima, Kelsa salió disparada de su ensueño. Sabía que ella no tenía la suficiente experiencia como para que le ofrecieran el puesto de secretaria particular del presidente. ¡Pero como si lo quisiera! ¡Como si quisiera verlo todos los días! ¡Debía estar volviéndose loca! Esa preocupación de la herencia que le dejó el señor Hetherington debía estarla afectando. ¡Si ni siquiera le gustaba Lyle Hetherington!

Rápidamente, Kelsa se controló. Lo cierto era que ella no le agradaba nada a él; ni él querría verla todos los días. Aún más, probablemente se volvería loco de gusto, si nunca la volviera a ver.

Habiendo aclarado ese punto, Kelsa cenó y luego lavó los trastos. Cuando estaba decidiendo qué haría, sonó el timbre de la puerta.

Pensando que posiblemente era alguno de sus vecinos, se dirigió a abrir y, mientras el corazón le daba un brinco, descubrió que, por algún motivo, Lyle Hetherington si quería volver a verla. Pues era él, con la misma máscara de emoción controlada, quien estaba parado ahí.

“Parece cansado”, pensó Kelsa y comprendió que él debió de haber tenido una junta muy difícil esa tarde. ¿Habría tenido tiempo de comer?, se preguntó. Pero al darse cuenta de que estaba pensando en ofrecerle algo de comer, al ver su fruncido entrecejo porque ella no lo invitaba a entrar, advirtió que tenía que endurecer su actitud.

– Si ha venido a reafirmar su creencia de que yo era la amante de su padre, ¡Eso ya lo he oído antes! -dijo con aspereza, viendo por su expresión sombría, que podía olvidarse de cualquier cortesía.

– ¡No he venido a eso! -aclaró él con tono cortante.

– ¿No? -Kelsa se le quedó mirando y vio un tic nervioso en su sien. De pronto, con la misma corriente afectiva que sentía a veces por su padre, advirtió que Lyle estaba sumamente tenso por algo-. Pase usted -lo invitó por fin, pensando que, si no había ido a reclamarle de nuevo el mismo tema, entonces estaría ahí para insistir en que no se acabara el dinero de la compañía-. ¿Se quedará aquí mucho rato? -preguntó al pararse frente a él, en el centro de la alfombra.

– ¡Quiero que me dé muchas respuestas! -advirtió él y se apartó de ella, como si estuviera contaminada y no quisiera acercársele.

Descubrió Kelsa que eso le dolía mucho. Con un piquete de orgullo, estuvo a punto de reiterarle que ya le había dado su palabra de no tocar un centavo de su herencia, hasta saber el porqué su padre la había nombrado beneficiaría en su testamento.

Pero su altivez se desvaneció al ablandarse su corazón de sólo pensar en el día tan pesado que seguramente Lyle tuvo.

– Tome asiento -le dijo con frialdad, señalando el sofá y, volviéndole la espalda, fue a sentarse en el sillón donde estuvo la noche anterior-. Así que -empezó a decir fríamente, decidida a ser tan dura como él-, no vino usted a acusarme otra vez de ser la…

– ¡Ya le dije que no! -la interrumpió él agresivamente y agregó, para asombro de Kelsa-: Ahora sé que ustedes no eran amantes. Tengo la prueba.

Toda la frialdad que ella se esforzó en aparentar, se desvaneció de pronto por un instante, se le quedó mirando con la boca abierta.

– ¿Lo sabe? -exclamó ella-. ¿La tiene? -preguntó, confundida porque él, en vez de mostrarse feliz por ese descubrimiento, parecía todo lo contrario-. ¿Cómo? -tuvo que preguntar, extrañada de que si ella no podía probarlo, él sí.

Sin embargo, la respuesta la dejó igual de desconcertada que antes, pues no era tal respuesta, sino una tensa acusación.

– ¿Por qué no me lo dijo?

– ¿Decirle? -exclamó Kelsa, furiosa de pronto con ese hombre que nunca creyó ni una palabra de lo que ella decía y ahora la acusaba de ocultarle hechos que ella le había repetido mil veces-. ¡Santo cielo! ¡Traté de decírselo! ¡Hasta me ponía morada al tratar de decirle que su padre y yo no éramos…!

– ¡Eso no! -rezongó él, interrumpiéndola como de costumbre.

– Si no eso, ¿entonces qué?-se enfureció ella.

– ¿Insiste en que no lo sabe? -la retó él y Kelsa observó que Lyle estaba perdiendo la paciencia.

– Estoy perdida -confesó ella, aunque no era muy cierto.

– ¡Cómo no! -gritó él.

– ¡No tengo idea de lo que me está hablando!

– ¿Sí? -el fuego de la ira ardía en los grises ojos-. ¿Fue pura coincidencia que vino a trabajar a Hetherington?

Completamente desconcertada, Kelsa se le quedó mirando con los ojos muy abiertos.

– Pues no sé qué coincidencia pueda haber en ello. Yo vivía en Herefordshire cuando…

– ¿No Warwickshire? -interrumpió él.

– Mi madre venía de Warwickshire; yo…

– Sé que ella venía de Warwickshire -gruñó él-. Ya he…

– ¿Cómo diantres sabe eso? -lo interrumpió a su vez Kelsa-. Le mencioné a su padre que mi madre venía de un lugar llamado Inchborough, pero no creí que eso fuera tan importante para él como para transmitírselo a…

– ¡Importante! ¡Vaya! El… -de pronto, parecía como si Lyle no pudiera soportar más la presión, pues se puso de pie bruscamente y con un tono más controlado; preguntó-: ¿Por qué no me dijo que… -la miró directamente a los ojos- es usted mi hermana?

– ¿Hermana? -exclamó, del todo pasmada.

Ella todavía lo miraba tontamente, cuando él reveló:

– Mi padre también venía de Inchborough.

– ¿De veras? -Kelsa se quedó otra vez boquiabierta-. No me dijo nada cuando le conté que mi madre venía de allá -comentó, sorprendida, pero cuando empezó a aclarar sus ideas, afirmó-: Bueno, pero eso no quiere decir que yo sea su hermana. Eso es ridículo.

– Ridículo, ¿eh? Dígame, ¿cuál era el apellido de su madre antes de ser Stevens?

– Whitcombe -replicó ella, aunque no le veía el caso-; su apellido de soltera era Whitcombe…

– Entonces sí es usted mi hermana.

– ¿Y cómo llega a esa conclusión? -exclamó ella y, tratando de entender el razonamiento de Lyle, supuso que provenía de la afirmación de él de que tenía la prueba de que ella no era la amante de su padre-. Esa prueba que dice usted tener de que su padre y yo no éramos amantes debe basarse en que, por la coincidencia de que el señor Hetherington y mi madre provenían del mismo pueblo, usted supone que yo soy… la hija de su padre. ¿Y qué? Usted no puede relacionar ese hecho con que, habiéndome tropezado con su padre…

– Usted le dijo su nombre… y rápidamente la ascendieron a esta oficina -terminó él por ella.

– ¡Pero eso no quiere decir que él fuera mi padre! -insistió ella. Por algún motivo, no le gustaba la idea de que Lyle fuera su hermano-. Frank Stevens era mi padre -afirmó categóricamente- y no veo cómo pueda usted probarme lo contrario.

– Ah, pues sí puedo probarlo -replicó él con dureza, todavía de pie, guardando la distancia, como si temiera la contaminación.

– Está bien -retó ella-; ¿dónde está esa prueba? ¿Dónde y cuándo la encontró usted?

– La prueba la tengo aquí y provino de un cajón cerrado con llave, del escritorio de mi padre, esta mañana.

– ¿Esta mañana? Usted salía de la oficina de su padre cuando yo llegaba…

– Así es -asintió él y se ablandó lo suficiente como para explicar-: Ramsey Ford me mencionó ayer, que había un cajón cerrado con llave en el escritorio de mi padre y del cual él no encontraba la llave. Esta mañana fui con las llaves de mi padre a revisar ese cajón, para ver si no había nada personal o privado, antes de entregarle la llave a Ramsey -Lyle se detuvo y metió una mano en el bolsillo interior de su chaqueta-. Pues encontré algo muy personal y muy privado -dijo con tono cortante y sacó una hoja de papel doblada-. Encontré esto… Y mientras contesta muchas preguntas origina muchas más.

– ¿Qué es?

– Un acta de nacimiento de una niña, llamada Kelsa Primrose March.

– ¡Mis nombres! -exclamó Kelsa.

– Una niña cuyos padres fueron March Whitcombe y Garwood David Hetherington -continuó Lyle.

– ¡No! -exclamó ella y tan sobresaltada que sintió que palidecía, un hecho que no escapó a los duros ojos de Lyle, pues de pronto su tono cambió.

– ¿Está usted bien? -preguntó con algo de preocupación-. Parece que se va a desmayar.

Ella negó con la cabeza mientras trataba de dominarse.

– Estoy bien -murmuró-; un poco consternada, pero…

– ¿No lo sabía?

– ¡Eso no es verdad! -negó ella-. Mi padre era…

– Lo lamento; pero así es -y acercándose a ella, le mostró el acta de nacimiento.

Kelsa tomó la hoja de papel, pero, al bailar las letras delante de sus ojos, pasó un par de segundos antes que pudiera leer que el siete de diciembre, en el Hospital General de Inchborough, March Whitcombe dio a luz una niña, llamada Kelsa Primrose March. El padre de la niña era Garwood David Hetherington.

– ¡No lo puedo creer! -murmuró ella, todavía temblorosa.

– Yo tampoco podía creerlo -agregó Lyle-, pero no hay equivocación posible. De acuerdo con ese documento, mi padre fue personalmente a registrar su nacimiento. No sólo declaró que él era el padre, sino que dio la dirección de donde vivía entonces… la dirección donde él y mi madre vivían, antes que compraran su casa actual -Kelsa no sabía si él pensaba en su madre y en cómo su marido le fue infiel, pero apareció un tono de dureza en su voz al preguntarle-: ¿No tenía usted idea?

– En lo absoluto -replicó ella, perpleja, sintiendo una explosión de emociones tan conflictivas en su interior, que lo único que podía hacer era quedarse mirando el papel fijamente. Hubo silencio un momento, tal vez porque Lyle Hetherington advirtió la impresión que le había producido a Kelsa y dejaba que ella asimilara la noticia. Kelsa seguía sentada, apabullada, con la vista en el acta de nacimiento que tenía en las manos. De pronto exclamó con fuerza-: ¡Él no era!

– ¿Quién no era? -la retó Lyle, mirándola como si hubiera perdido el juicio.

– ¡El señor Hetherington… él no era mi padre!

– ¡Caramba! ¿Qué mas prueba quiere que esa acta de nacimiento?

– ¡Pero no es mía! -exclamó ella-. No es mi acta de nacimiento.

– ¿Usted no es Kelsa Primrose March…?

– Lo soy, pero mi cumpleaños es el cuatro de diciembre y…

– Pudo haber un error.

– ¡Y el año está mal! Yo tengo veintidós años. Esta Kelsa Primrose March tiene veinticuatro -dijo y cuando Lyle se acercó a tomar el acta de nacimiento, continuó-: Y yo no nací en Inchborough -entendió que, después del tremendo impacto que había recibido, no se hubiera dado cuenta antes, de lo equivocada que estaba el acta-. Yo no nací en un hospital, sino en la casa de mis padres, en Drifton Edge, Herefordshire -Lyle volvió su seria mirada del acta hacia Kelsa, dudando obviamente de lo que ella decía-. Y yo -dijo ella- puedo probarlo.

– ¿Puede? -preguntó él, con tensión en la voz.

– Sí puedo.

– ¡Pues hágalo!-expresó él con aspereza.

Kelsa ya estaba en camino de su escritorio.

– Yo no tenía idea de que mí madre y su padre se conocían, mucho menos de que eran amigos. Él nunca…

– ¡Amantes! -interrumpió él con brusquedad-. ¡Eran amantes!

– Puede ser que fueran amantes -convino ella-; pero… -sacó un sobre de un cajón- esto demuestra quién era realmente mi padre -no pudo continuar porque Lyle, siempre impaciente, le arrebató el sobre de la mano y lo abrió-. ¡Vea! -señaló ella, extendiendo el brazo sobre el de él, indicando la sección que estaba leyendo-: Lugar de nacimiento… mi casa de Drifton Edge… y observe la fecha: dos años después de la fecha de su acta de nacimiento. Nombre de la madre, la misma March Whitcombe; pero el nombre del padre es Frank Thomas Stevens. Hasta tengo su acta de matrimonio, si la quiere ver.

– Eso no tiene importancia -dijo Lyle con viveza, pero ella advirtió que aunque el estaba tenso, se mostraba un poco menos forzado que antes. También se dio cuenta de que, aunque él podía leer muy bien sin su ayuda, ella seguía parloteando por el impacto. Y luego supo que había más evidencia física, además de su palidez, de su estado emocional-. Le está temblando la mano -dijo él y Kelsa metió rápidamente las manos en los bolsillos de su pantalón de mezclilla.

– Me ha lanzado un bombazo -replicó ella y, habiéndose repuesto de la breve creencia de que Lyle podía ser su hermano, tenía que enfrentarse al nuevo choque de saber que su santa madre había tenido una aventura amorosa… y con un hombre casado-. Nunca supe que mi madre había tenido otra hija.

– ¿Tiene algo de coñac? -preguntó él, con la mirada menos dura.

– ¿Quiere usted tomar algo?

– ¡Para usted, tonta! -repuso él y, por primera vez desde que lo conocía, le sonrió.

– Pues… no tengo nada de eso -replicó ella, sintiendo algo raro en su interior-. ¿Le gustaría tomar un café?

– Yo lo prepararé -dijo él de inmediato y, para asombro de Kelsa, él se dirigió a adueñarse de la cocina.

Cuando regresó, Kelsa se había dejado caer en el sofá, con la cabeza llena de confusión y recuerdos incongruentes.

– Esto no es café… ¡Es té! -exclamó al probarlo.

– Dicen que es bueno para los sustos -le informó él y fue a sentarse junto a ella en el sofá-. ¿Ya se siente mejor?

– Bastante desconcertada -confesó ella, sintiendo tal corriente afectiva hacia él, que parecía que nunca hubo un momento en que ella quisiera golpearlo, ni él estrangularla-. Me vienen a la mente pequeñeces, cosas a las que no había prestado atención antes, pero ahora que ya sé… que su padre creía que yo era su hija… empiezan a tener significado.

– ¿Cómo cuáles? -la instó él.

– Ah… mi primer encuentro con él. Yo me parezco mucho a mi madre y ahora me doy cuenta de que su padre notó ese parecido inmediatamente. Mencionó mi sonrisa, que es como la de ella, y me preguntó mi nombre.

– Y usted le dijo que era Kelsa Prim…

– ¡No! ¡Eso no lo haría yo! Sólo dije que era Kelsa Stevens y él comentó que era un nombre poco usual y me preguntó si tenía otros nombres.

– Qué raro que no le dio un ataque al corazón cuando se los dijo usted -comentó Lyle en voz baja.

– ¿Sí cree usted que fue una coincidencia que haya yo venido a trabajar a Hetheringtons? Le aseguro que no sabía nada acerca de su padre y mi madre.

– Eso es obvio -convino Lyle, al ver la evidencia ante sus ojos-. Está pálida y temblorosa por lo que le lancé. Pero prosiga. Usted le dijo a mi padre que se llamaba Kelsa Primrose March… ¿Cómo reaccionó él?

– Sugirió, por mi tercer nombre, que tal vez había yo nacido en marzo.

– Vaya que podía ser astuto el viejo -comentó Lyle-. Y, desde luego, usted le dijo que había nacido en diciembre.

– Sí; y también, que me pusieron el nombre de March por mi madre.

– Y en unos minutos, él redondeó la idea. Y lo siguiente que usted supo fue que la transfirieron de la sección de Transportes a la oficina de mi padre.

– Yo soy buena en mi trabajo -aclaró Kelsa, pero también sintió que debía confesar-: Aunque apenas el viernes pasado Nadine me confesó que el señor Hetherington le pidió que me diera el empleo, cualquiera que fuera el resultado de la entrevista.

– Es obvio, ¿no?, que habiendo sido privado de conocer a su hija Kelsa todos esos años, la quería tener donde pudiera verla todos los días y conocerla mejor.

Kelsa advirtió que probablemente Lyle tenía razón en eso.

– ¿Pero por qué nunca me dijo nada acerca de que él creía que yo era su hija? -preguntó.

– ¿Quién sabe? Hay varias posibilidades. Pudo pensar que usted sabía que él era su padre, pero que fue legalmente adoptada por Frank Stevens. O s que no lo sabía y que nunca había visto el original de su acta de nacimiento. Pero sea lo que fuere lo que él creía al respecto, me hace pensar que planeaba en un corto plazo, anunciar el hecho públicamente o, cuando menos, decirme a mí que tenía yo una hermana.

– Ah… ahora recuerdo… Su padre quería decirle algo muy personal cuando regresó usted de Australia.

– Brillante deducción -Lyle sonrió-; pero… nunca encontré el tiempo para tener esa charla privada.

– Lo lamento -murmuró Kelsa y luego agregó-: ¿Por qué no volvió él a verificar todo otra vez?

– ¿Por qué iba a hacerlo? -replicó Lyle-. Todo coincidía. Él tenía los nombres de usted, el hecho de que nació en diciembre, de que su madre se llamaba March y también el que ella provenía de Inchborough… ¿Qué tenía que revisar otra vez? Además, el que usted se parezca a su madre y…

– Ah, acabo de recordar -interrumpió Kelsa-. Esa noche, la noche en que él me trajo a mi apartamento y entró a hacer una llamada telefónica… -continuó, consciente de que ahora Lyle la miraba con ojos más amistosos que antes y que no dudaba de que sí existió tal llamada-, llegamos a hablar de mis padres y él dijo que le daba gusto que le hubiera yo dicho que éramos una familia muy feliz. Entonces, me señaló que no veía ninguna foto de mis padres y yo le enseñé una que tenía… y él comentó que yo era igual a mi madre.

– Así que, habiendo visto por sí mismo que la mujer que la dio a luz, era la misma que había dado a luz a su Kelsa Primrose March, ¿qué otra cosa tenía él que buscar?

Sólo la fecha exacta del nacimiento, pensó Kelsa; pero él no lo hizo y… todo eso era traumatizante. Kelsa todavía estaba muy conmocionada y parecía que entre Lyle y ella habían examinado en detalle todo lo que sabían; pero eso no era suficiente.

– ¿Todavía está alterada? -preguntó él, mirando el pálido rostro.

– Quiero… necesito saber más.

– Sí, hay algunas cuestiones sin respuesta -convino él y fue derecho a lo práctico-: Usted habló de su madre en tiempo pasado.

– Ella murió -aclaró Kelsa con sequedad.

– ¿Podría su padre llenar los huecos? Tal vez él sepa…

– Él murió junto con mi madre. Tuvieron un accidente en un coche rentado, cuando estaban de vacaciones el año pasado, en Grecia.

– Pobre Kelsa -dijo Lyle suavemente y tocó su mano en un momento de compasión.

Mientras la piel le cosquilleaba a Kelsa por el contacto, él se puso de pie, con un aspecto inquieto, y llevó la charola con las tazas de nuevo a la cocina. Para cuando él regresó, ella ya se había repuesto del inesperado contacto.

– ¿Cree que su madre sabía algo? -preguntó ella.

– Conociendo a mi padre, creo que no sería probable que le confesara una aventura amorosa extramarital, a menos que fuera necesario. Pero, aun cuando lo sepa, me temo que ahora no es el momento adecuado para remover una herida antigua.

– Tiene razón, desde luego -convino ella al instante-. No pienso bien ahora o nunca habría sugerido algo así -se disculpó y trató de pensar con lógica-. Nunca he estado en Inchborough, pero creo que es ese el sitio donde debo empezar.

– ¿Piensa en Inchborough?

– Si puedo encontrar a alguien que haya vivido ahí al mismo tiempo que mi madre, podría… -se interrumpió, al ver algo en la expresión de Lyle que le indicó que él había pensado en algo-. ¿Qué es? -preguntó con urgencia.

– Mi tía… mi tía Alicia. Ella nació y creció en Inchborough.

– ¿Cree que podría saber algo? -preguntó ella con ansiedad.

– Tal vez -murmuró él, pensativo-. Aunque es dudoso. Había unos veinte años de diferencia entre ella y mi padre y él se fue de la casa poco después que ella naciera. Pero es posible que haya oído algún chisme al respecto. Ahora que lo pienso -recordó de pronto-, me pareció que estaba muy alterada cuando la vio a usted en Burton y Bowett, el miércoles pasado. Yo estaba demasiado furioso entonces para prestarle mucha atención, pero… ¿Tal vez?

Kelsa no había olvidado la ira de Lyle ese día; pero por ahora tenía otras prioridades.

– ¿Podría telefonearle… ahora?

– ¿Es tan importante para usted? -Lyle la miró a los hermosos ojos azules.

Kelsa apartó la vista. Era raro que le confiara a alguien sus sentimientos íntimos, pero… curiosamente, dados los antecedentes… tenía la impresión de que Lyle la comprendería.

– A veces me siento solitaria, desde que perdí a mis padres. No tengo otros parientes, pero habiendo descubierto que tengo una hermana en alguna parte y, aunque debe de haber sido adoptada y probablemente tenga otro nombre, tengo que encontrarla.

– ¡Ah, Kelsa! -murmuró Lyle y, con asombrosa ternura, tocó su frente con sus labios. Sin embargo, de inmediato se retiró, preguntando-: ¿Dónde está su teléfono?

Kelsa se quedó sentada, pálida y ansiosa, mientras Lyle se comunicaba primero a Información del Directorio para averiguar el número telefónico de su tía en Essex. Poco después, marcó nuevamente, pero mientras más tiempo pasaba él con el auricular pegado a su oído izquierdo, más segura estaba Kelsa de lo infructuoso de su llamada.

– No contestan -confirmó él al colgar el auricular y, ante su expresión decaída, agregó-: No se preocupe, no puede estar siempre fuera de casa.

– Fue muy amable de su parte hacer el intento -agradeció ella con cortesía y advirtió, cuando él dio unos pasos hacia la puerta, que había muy poco más que decir.

– ¿Estará bien si me voy? -preguntó él.

– Claro que sí -mintió ella.

– Estaré en contacto -declaró él.

– Buenas noches, Lyle -sonrió ella y lo acompañó a la puerta.

– Buenas noches -asintió él y se fue rápidamente, mientras Kelsa regresaba al sofá.

Se quedó ahí durante horas… no tenía mucho caso ira acostarse, ¿pues cómo iba a poder dormir? Tenía una medio hermana en algún sitio… y Lyle Hetherington no era siempre el canalla que ella había considerado. De hecho, una vez que aclaró que ella no era su hermana y que no sabía que su padre creía que lo era, Lyle demostró un aspecto mucho más sensible. Aún más, estuvo maravilloso.

Comprendiendo que no estaría en condiciones de trabajar al día siguiente, si no descansaba un poco, Kelsa se fue a acostar a la medianoche, para estar medio despierta y excitada. Aunque entre los muchos pensamientos que revoloteaban en su mente, nunca encontró la respuesta al porqué, si tanto deseaba encontrar a su hermana, no quería tener a Lyle como hermano.

Capítulo 7

Kelsa casi no pudo dormir, pero no fue ése el motivo de que, al estar sentada tras su escritorio la mañana siguiente, no pudiera concentrarse en su trabajo. Todavía estaba aturdida por la impresionante información que Lyle le dio la noche anterior.

Parecía increíble que ella tuviera una hermana de la que nunca escuchó hablar. ¿Habría la otra Kelsa tratado de encontrar a su familia?, se preguntó. Era un terreno muy sensible, si ella también había sido dejada en la ignorancia o si… horrible pensamiento… no quería que la encontraran.

¡Pero sí debía querer! Si se parecía en algo a su hermosa madre, sería cálida, amorosa y… Los pensamientos de Kelsa volaron a su madre, como sucedía con frecuencia desde su charla con Lyle. Su pobre y querida madre… Había tanto que Kelsa querría saber. ¿Cómo había roto con Garwood Hetherington? ¿Había sido decisión de ella o de él? No cabía duda de que, de cualquier manera, ella debió de haber sufrido mucho, pues nadie daba un bebé en adopción sin tener un gran dolor.

¿Era por eso que su madre la había educado tan estrictamente? ¿Para salvaguardarla? ¿Porque, consciente de los peligros latentes de la vida, no quería que su hija conociera los desgarradores sentimientos que ella vivió?

Con los pensamientos oscilando, de su madre a su necesidad de encontrar a su hermana, y luego a Garwood Hetherington, Kelsa advirtió que su medio hermana también lo era de Lyle. No parecía muy entusiasmado de tener una hermana, pensó al recordar su actitud la noche anterior, cuando ella le comprobó que ellos no estaban emparentados. Lo cual, pensó, hacía que Lyle fuera una persona bastante agradable, pues, aunque podía no tener mucho interés en encontrar a su medio hermana, sí había tratado de ponerse en contacto con su tía, cuando vio que, a pesar de lo alterada que estaba Kelsa, también estaba decidida a encontrar a su hermana mayor.

¿Se comunicaría con ella, como dijo? ¿O habría cambiado de opinión acerca de buscar a su tía para ver si sabía algo?

Media hora después, como a las diez y media, cuando sonó el teléfono de comunicación interna de su escritorio, Kelsa tuvo la respuesta.

– ¿Kelsa? -la profunda voz de Lyle le crispó los nervios.

– Sí -confirmó en voz baja.

– Ya logré comunicarme con mi tía.

– ¿Y? -preguntó ella con ansiedad, sin dejarlo continuar.

– Que iremos a verla.

– ¿Iremos? -preguntó Kelsa, temblando, pues era seguro que si Lyle pensaba ir a ver a su tía con ella, significaba que la señora Ecclestone debía saber algo.

– Tengo un día muy ocupado -continuó Lyle, dando por sentado el “nosotros”-; pero puedo tomarme un par de horas esta tarde. ¿Cómo anda usted?

¡Esta tarde! Las cosas estaban moviéndose rápido; Kelsa sabía que tenía que aprovechar la disposición de Lyle, y ordenó sus pensamientos.

– Esto es lo bastante importante para mí, como para encontrar el tiempo necesario -dijo con toda la calma que pudo.

– Nos vemos a las dos, entonces -acordó él y colgó.

Kelsa estaba temblorosa, y supuso que tendría un aspecto alterado, pues cuando vio a Nadine, advirtió que la miraba con preocupación.

– Estoy bien -le aseguró Kelsa rápidamente y continuó-: Era Lyle. Hay… un asunto importante que surgió y vamos a ir a… tratarlo esta tarde -tragó en seco y luego preguntó-: ¿No hay problema si me tomo un par de horas?

Por un momento, Nadine le examinó el rostro y cuando vio que le regresaba el color, sonrió.

– ¡Tú eres la que manda aquí! -le recordó.

Y, mientras Kelsa retornó a su trabajo, también recordó que ahora tenía la respuesta a las preguntas que tanto la atormentaban cuando consideraba que Garwood Hetherington nunca hacia nada sin un motivo. Pues, aunque desde luego ella no era la que mandaba ahí, era obvio que el buen hombre la había dejado tan bien provista, sólo porque creía que ella era su hija. Y como era igualmente obvio que ella no lo era, naturalmente renunciaría a todos sus derechos sobre la herencia.

Durante unos segundos, Kelsa reflexionó sobre la corriente afectiva que compartía a veces con Garwood Hetherington. ¿Sería por el hecho de que tenía el modo de ser de su madre por lo cual existía esa empatía entre ellos? Eso la llevó a recordar la corriente de afecto que sintió con Lyle la noche anterior; pero como el ser hija de su madre no explicaba ese sentimiento, se dio por vencida.

De todos modos, había cuestiones mucho más importantes que atender, aparte de la empatía o los legados. Lyle la iba a llevar a ver a su tía, la hermana de Garwood Hetherington, esa tarde y…

De pronto, se le ocurrió a Kelsa que tal vez su hermana estaba casada y tenía sus propios hijos. Esbozó una sonrisa… ¡Qué maravilla! Ella podía ser también una tía; tener un sobrino o una sobrina… o los dos.

Por los nervios, no pudo probar bocado a la hora del almuerzo, así que se quedó trabajando en la oficina. A las dos menos veinte, fue a lavarse las manos y de pronto advirtió que Lyle no acordó con ella el lugar donde iban a verse.

Ya tenía el abrigo puesto sobre un suéter color de rosa y una falda plisada de fina lana gris. Eran diez para las dos y estaba a punto de salir de la oficina, cuando se abrió la puerta y entró Lyle.

– ¿Lista? -preguntó, recorriendo con los ojos grises el brillante cabello y el espléndido cutis.

Por toda respuesta, ella lo alcanzó en la puerta y, con un torbellino en su interior, advirtió que, aunque ella era alta, apenas le llegaba al hombro a Lyle. Junto a él, recorrió los corredores y bajó en el ascensor.

– ¿Comió algo? -preguntó él cuando se detuvieron en la mesa de recepción y la ruborosa joven que estaba ahí le entregó una bolsa de papel.

– No pude -replicó Kelsa y cuando estaba sentada junto a él en el Jaguar, él abrió la bolsa y compartió el botín con ella, pasándole un paquete envuelto en celofán.

– Pruébelo -sugirió él y puso en marcha el motor. Kelsa comprendió que él tampoco había tenido tiempo de comer.

– Lo lamento -se disculpó-. Lo estoy haciendo pasar por muchas molestias.

– No; esto me concierne a mí también, ¿sabe?

– Ah, lo siento -se disculpó por segunda vez-. Kelsa es hermana de usted también, pero… -ya no siguió. Si, después de todo, él sí estaba interesado en encontrar a su hermana, no sería muy cortés mencionarle que él había demostrado lo contrario.

– Coma su emparedado -ordenó él.

– Es una buena manera de decirme que me calle -comentó ella y, al mirarlo de reojo, se sorprendió de verlo sonreír. Hubo poca conversación por pocos minutos, pero los nervios de Kelsa estaban más tensos cada vez. ¡Pronto sabría algo!-. ¿Qué le dijo su tía? Quiero decir… ¿Qué le dijo usted cuando la llamó? -explotó cuando ya no pudo contenerse más.

– No fue una conversación muy larga -replicó Lyle, mirando de reojo su tensa expresión-. Empecé preguntándole si el nombre March Whitcombe significaba algo para ella.

Obviamente sí significó algo, pensó Kelsa; de otro modo, no estaría sentada junto a Lyle en camino a verla.

– ¿Y qué contestó ella? -preguntó de todos modos.

– Cuando me dijo: “Ya me extrañaba que nadie me preguntara eso”, comprendí que ella tenía la clave de muchas de nuestras dudas, Lo confirmó cuando le dije que March Whitcombe ya había muerto, pero que me gustaría ir a verla en compañía de la hija de March.

– ¿No… le molestó? -preguntó Kelsa en voz baja.

– Se alteró bastante al oír que la madre de usted había muerto… Parece ser que fueron muy amigas durante un tiempo.

– ¿De veras? -preguntó Kelsa, anhelante.

– Eso dijo la tía Alicia. En fin, cuando le dije que usted tenía urgencia por conocer ciertas respuestas, me respondió que ella sentía que le debía a usted explicaciones para llenar los huecos.

Eso era mucho mejor de lo que había esperado, pensó Kelsa. ¡Llenar los huecos! ¡Había vastos precipicios que llenar! Después de eso, se hizo el silencio en el coche y mientras más se acercaban a Olney Priors, donde vivía la señora Ecclestone, Kelsa sentía un vacío en el estómago, que iba en aumento.

Una vez que llegaron, fue obvio que no había cercanía entre los hermanos, por el hecho de que Lyle tuvo que pedir indicaciones para llegar a la casa de su tía. Desde luego, él nunca había estado ahí. Pero en unos minutos, encontró la dirección que buscaba y se detuvo frente a una modesta casa sola.

Kelsa caminó junto a Lyle por el sendero que daba a la puerta de entrada y trató de controlar sus emociones cuando él, al ver el estado en que estaba, la tomó de una mano y le dio un apretón. Entonces se abrió la puerta y la mujer de cuarenta y tantos años que Kelsa vio con los abogados, les dio una cálida bienvenida.

– Cuando la vi y oí su nombre, supe de inmediato quién era usted, querida -dijo, estrechando la mano de Kelsa y, sin poder contener su emoción, le dio un beso en la mejilla. Luego, los pasó a la sala y le quitó el abrigo a Kelsa-. ¿Puedo servirles una taza de té? La tetera está hirviendo -ofreció.

– Si no le importa, tía Alicia, Kelsa está ansiosa por oír lo que tenga usted que decirnos -declinó la invitación Lyle por los dos y Kelsa le lanzó una mirada de agradecimiento.

– ¿Nos sentamos, entonces? -sonrió Alice Ecclestone y una vez sentados, miró a Kelsa y le preguntó-: ¿Qué es lo que quiere saber? Con gusto ayudaré en lo que pueda.

– Hay muchas cosas que desconozco -explicó Kelsa-; pero Lyle me dijo que usted y mi madre eran amigas y… -se aclaró la voz- y yo me preguntaba, si usted sabía que mi madre… tuvo un bebé… antes que a mí.

– ¿No lo sabía usted? ¿Su madre nunca le dijo que…?

– Apenas anoche -intervino Lyle-, cuando le mostré el acta de nacimiento que encontré entre los documentos personales de mi padre, Kelsa se enteró de que mi padre y su madre se conocían… y no sabía que tuvieron un bebé.

– ¡Qué barbaridad! -exclamó su tía-. Seguramente fue una impresión tremenda para usted Kelsa… y para ti también, Lyle -agregó.

– Vaya que si lo fue -comentó él, pero sonrió.

– ¡Cómo te pareces a tu padre! -exclamó ella-. No tanto en el aspecto, aunque sí tienes el aire de los Hetherington; pero en tu modo de ser… He seguido tu progreso en los periódicos -confesó-. El tener pocas relaciones con tu padre todos estos años, no me ha hecho olvidar al joven que eras tú… Hasta que te vi en la oficina de los abogados la semana pasada, no te había visto en unos dieciséis años.

– Creo que Kelsa también se parece mucho a su madre -Lyle trajo su atención de nuevo a lo que le interesaba.

– Es el vivo retrato de ella. Lo siento -se disculpó con Kelsa-, usted está ansiosa por saber todo lo que sucedió antes que naciera y aquí estoy, sintiéndome culpable por no haberme reconciliado con Garwood, cuando él fue tan generoso de recordarme en su testamento.

– Está bien -repuso Kelsa en voz baja y la tía de Lyle la favoreció con una sonrisa de gentileza, que la hizo controlarse.

– Empezaré por el principio, pues, pero díganme si menciono algo que ya sabían.

– Bien, tía -convino Lyle y, con la misma atención de Kelsa, escuchó mientras su tía regresaba veinticinco años.

– Mmm… -titubeó Alicia Ecclestone, como sin saber por dónde empezar y luego declaró-: Bien, para enterarlos un poco de los antecedentes… aunque si les parece demasiado doloroso, deténgame -sonrió antes de continuar-. Garwood y yo proveníamos de una familia bastante pobre; si bien, lo que a mi hermano le faltaba en dinero, le sobraba en cerebro, astucia y empuje.

– Siempre iba a llegar a la cumbre -comentó Lyle.

– De eso no cabía ninguna duda… Siempre fue uno de los ganadores en la vida -convino ella-. Él tenía diecinueve años, cuando nací yo y, según mis padres, ya estaba lleno de ideas y de ambición -su sonrisa se desvaneció y sus ojos se llenaron de tristeza cuando reveló-: Vi por mí misma lo ambicioso que era, cuando abandonó a mi amiga.

– ¿Abandonó a mi madre? -preguntó Kelsa rápidamente, al registrar su mente lo que dijo la tía de Lyle.

– Temo que así fue -confirmó ella, pero agregó-: Aunque tal vez… yo no lo veía así. Entonces… él no tenía muchas alternativas. Pero… -se detuvo-, me estoy saltando cosas. Yo era todavía una niñita cuando Garwood se fue de la casa y no significó mucho para mí cuando él, a los veintiún años de edad, se casó con la heredera de una fortuna.

– Mi madre -concluyó Lyle.

– Así es -convino ella-. Fue el dinero de Edwina lo que le dio a Garwood el apoyo financiero que necesitaba, para establecer el Grupo Hetherington y…

– Pero no en todo el volumen del financiamiento que él requería -intervino Lyle.

– Tú probablemente sabes más de esos antecedentes que yo -su tía sonrió y luego afirmó-: Lo que sí sé, porque más tarde salió a flote cuando todo explotó con la pobre y querida March, era que Edwina tenía también una mente muy sagaz, cuando se trataba de dinero.

Sobresaltada, porque por lo que parecía, Edwina Hetherington sabía que su marido le había sido infiel, Kelsa miró rápidamente a la señora Ecclestone y a Lyle; pero si él pensaba lo mismo que ella, no lo demostró.

– Continúe, tía -la instó con voz calmada-. Decía que mi madre convino en darle a mi padre el dinero que él…

– En realidad, no se lo dio, sino que convino en adelantarle ciertas cantidades, si tu padre encontraba un banco que pudiera igualarlas.

– Lo cual él hizo.

– Así es -convino ella-. Y de ahí en adelante, tu padre trabajó día y noche, así que era una conclusión segura que el negocio prosperaría. Pero Garwood seguía estando lleno de ideas y de ambición; quería abrir otra fábrica más grande. Lo cual, después de volver a pedir prestado dinero, logró hacer.

– Esa sería nuestra planta de Midlands.

– Así es. En fin -resumió ella-, para cuando tenía yo diecisiete años, las cosas estaban un poco mejor económicamente en mi casa y yo pude ir a estudiar para secretaria en Inchborough. Tú tenías unos doce años entonces, Lyle, y fuiste a estudiar a un internado. Perdóname que me extienda -se disculpó-, pero desde que me llamaste esta mañana, he estado repasando las cosas en mi mente y viendo que Kelsa no sabe mucho al respecto, estoy tratando de relatar las cosas en una secuencia de los hechos.

– Estás haciéndolo muy bien, tía -la animó Lyle y ella continuó el relato.

– Veíamos muy poco a Garwood en Inchborough, por aquellos días. Para mí, era sólo un hombre que venía a visitarnos cada Navidad con regalos, y no un hermano. Pero esa Navidad de mis diecisiete años, había yo invitado a una amiga del colegio a pasar unos días con nosotros.

– Mi madre -adivinó Kelsa, con el estómago contraído, porque parecía que se acercaban al punto que ella quería conocer.

– Su madre -convino Alicia-. Sus padres, o sea los abuelos, ya eran algo grandes cuando ella nació y eran bastante represivos en la forma en que la criaron. A March y a mí nos pareció un milagro que la hubieran dejado venir a quedarse a mi casa toda una semana -se detuvo un instante y luego continuó-: March estaba en mi casa cuando mi hermano nos hizo su visita anual.

– Así fue como se conocieron -agregó Kelsa suavemente.

– Sí. Ella tenía diecisiete años, ninguna experiencia mundana y era muy hermosa. Y Garwood, aunque le doblaba la edad y estaba casado y con un hijo, a la primera mirada se enamoró de ella.

– ¿Y… mi madre? -preguntó Kelsa con voz ahogada.

– ¡La arrebató de pasión! No conocía hombres, nunca tuvo un novio y simplemente perdió la cabeza. Esa fue la única Navidad en que Garwood no vino sólo a dejar los regalos y a desaparecer hasta la siguiente Navidad.

– ¿Se quedó más tiempo esa vez? -preguntó Kelsa.

– Se quedó bastante tiempo… y regresó… y para la siguiente Navidad, March había dado a luz una niña.

– Mi hermana -murmuró Kelsa con voz ronca; pero con su tono reveló la emoción que sentía al saber que tenía una hermana, porque Alicia Ecclestone, con suavidad y tristeza en la voz, contestó rápidamente:

– Lo lamento, querida, pero tengo que decirle que el bebé no sobrevivió.

– ¡No! -exclamó Kelsa, sin querer creerlo, sin querer ver que le habían arrebatado su oportunidad de tener una familia.

– ¿Lo sabe usted con seguridad? -preguntó Lyle.

– Sí; murió cuando tenía un mes. Lo sé, porque yo fui la única de la familia que asistió al sepelio del bebé -respondió Alicia con tristeza.

Kelsa vio evaporarse todas sus esperanzas y sintió ganas de llorar; pero logró controlarse.

– El señor Hetherington… -empezó a decir, temblorosa y se esforzó por contener sus emociones. De pronto, comprendió algo que era muy obvio-. Iba yo a preguntar si el señor Hetherington no fue al funeral; pero desde luego que no, pues no sabía que la niña murió. De otro modo, no habría creído que yo era su hija.

– No; no lo sabía -convino Alicia-. Como dije antes, se enamoró de su madre… -se volvió hacia Lyle-. Lamento si esto es doloroso para ti, pero…

– Lo puedo tolerar -aseguró él- y me gustaría oír todo.

– Muy bien -aceptó ella y continuó-: Nuevamente me salté lo que iba a decir, pero no tenía idea de que usted pensaba que el bebé estaba… Bueno, pensé que era mejor comunicárselo de una vez. Pero regresando a lo que decía antes, todo el tiempo que podía arrebatar Garwood de su trabajo y trabajaba mucho para instalar la nueva fábrica, lo aprovechaba para ir a Inchborough a ver a March. Para entonces, ella se había mudado de la casa de sus padres a un pequeño apartamento y al paso del tiempo, tuvo que decirle a Garwood que estaba embarazada.

– ¿Cómo lo tomó él? -preguntó Kelsa.

– Por lo que yo entendí, él estaba dispuesto a divorciarse y a casarse con ella.

– Mi madre… ¿supo de esa relación amorosa y del bebé? -preguntó Lyle.

– Sí -confirmó su tía-. Garwood le dijo todo, incluyendo que él creía que era lo único decente que podía hacer… March no tenía dinero y esperaba un hijo de él.

– Supongo que mi madre no lo tomó muy bien -opinó Lyle.

– Tienes razón; así fue. Todos podemos ser implacables a veces -comentó su tía-. Edwina siempre fue posesiva hacia ti y tu bienestar. Y desde luego le recordó a Garwood que ya tenía una esposa y un hijo y que tenía obligaciones con los dos… y que tanto él como su nueva familia, se quedarían sin un centavo, si él insistía en proseguir con su plan.

– ¿Lo amenazó con quitarle el apoyo financiero para su nuevo negocio? -conjeturó Lyle.

– Tenía el poder de hacerlo quebrar -explicó su tía y, mientras Kelsa oía cómo Lyle aspiraba profundamente, la señora agregó-: y lo habría utilizado.

– Lo que habría significado que todo por lo cual mi padre había trabajado todos esos años, resultara en vano -comentó Lyle.

– Precisamente -confirmó Alicia-. ¿Y qué podía él hacer?

– Al parecer, tenía que elegir.

– No tenía mucha elección. La mujer a quien amaba, con su hijo y la pobreza, contra el negocio por el que había luchado tanto para erigirlo, la mujer con quien estaba casado y el hijo a quien adoraba. Vio a March sólo dos veces más, una vez para comunicarle su decisión y la segunda vez, cuando March estaba en el hospital para dar a luz. Entonces, él pensó que lo único que podía darle al bebé, era su nombre -miró a Kelsa-. Fue a registrar a la niña con los nombres que March había escogido: Kelsa Primrose.

– ¿No March?-preguntó Kelsa.

– Eso fue idea de Garwood. Por lo que yo sé, después de eso, él nunca retornó a Inchborough.

– ¿Y la niña? -preguntó Kelsa suavemente.

– Era preciosa, pero delicada desde un principio. March se mudó de Inchborough cuando la nena tenía tres semanas y yo le ayudé a mudarse a su nuevo hogar en Tilsey…, que está en Gloucestershire. La niña parecía estar bien, pero menos de una semana después, tuvieron que llevarla de urgencia al hospital -Alicia tragó en seco por el doloroso recuerdo-. Fueron momentos terribles. March se volvía loca de angustia; pero habiendo roto con Garwood y orgullosa como era, hasta un poco amargada, me hizo prometerle que no le diría una palabra a Garwood sobre sus problemas.

– Una promesa que usted cumplió hasta el final -comentó Lyle.

– Así es. Probablemente era por el sentimiento de culpabilidad de que por mí se hubieran abandonado, así que cuando murió la niña Kelsa, juré no volver a hablarle a Garwood.

– ¿Y qué hizo mi madre después? -quiso saber Kelsa. Sentía el dolor de su madre como si fuera el suyo propio.

– No podía apaciguarse y se fue de Tilsey para establecerse en Drifton Edge, en Herefordshire. Y fue ahí -continuó Alicia con un tono más animado-, que conoció a Frank Stevens y se casó con él. Para entonces, yo conocí a John Ecclestone y con el tiempo, perdimos contacto March y yo. Lo que sí supe fue que March estaba nuevamente embarazada… lo cual me complació mucho.

– Eran felices… mi madre y mi padre -afirmó Kelsa, con lindos recuerdos de sus padres y, advirtiendo que probablemente ya había oído todo lo que había que oír, dijo-: Muchas gracias, señora Ecclestone, por revivir todo eso para mí.

– Es lo menos que podía hacer -repuso Alicia.

– ¿Y mi padre nunca sospechó siquiera que su hija no había sobrevivido? -preguntó Lyle.

– No por mí. Y por los sucesos recientes, parece que por nadie más. Cuando John y yo nos casamos, nos mudamos a su pueblo, no lejos de acá. Luego, la salud de mis padres se deterioró y les encontramos una casa cerca para poder vigilarlos. La siguiente vez que los vi a ustedes tres, después de mi boda fue, primero, en el funeral de tu abuelo y después, cuando murió tu abuela.

– Yo tenía como veinte años entonces -dijo Lyle.

– Y hecho en el mismo molde de tu padre… Ciertamente, ibas a llegar a la cumbre, también. Pero otra vez estoy divagando -Alicia sonrió-. Tu padre y yo no teníamos nada que decirnos y éramos más extraños que hermanos. Pero fue en el funeral de tu abuela cuando, encontrándome en un rincón aislado con tu madre… y tal vez porque ese funeral me trajo a la memoria otro… resulté contándole que la pequeña Kelsa había muerto.

– ¿Así que ella también lo sabía, pero no se lo dijo a mi padre? -dijo Lyle en voz baja.

– Yo sabía que no iba a decírselo, pues obviamente le desagradaba hablar de ese asunto. Y me dijo con toda firmeza que, ya que su matrimonio se había encarrilado, no tenía caso que Garwood lo supiera ahora. Y desde su punto de vista… perdóneme, Kelsa -se interrumpió para disculparse-, Edwina dijo que él había olvidado por completo que esa mujer existía.

– Lo cual, evidentemente, no fue así -intervino Lyle-. Yo creo que él supo más sobre Kelsa, respecto de su madre en el instante mismo en que se topó con ella, en el edificio de Hetherington.

– ¿Así fue como se conocieron? -preguntó Alicia con asombro y Kelsa le explicó cómo estuvo todo-. Garwood debe haber quedado aturdido cuando oyó su nombre -dijo la señora Ecclestone cuando Kelsa terminó su relato-. Además de su parecido con su madre. Yo tampoco tuve ninguna duda de quién era usted cuando oí que el abogado leía su nombre. De inmediato supe que era la segunda hija de March.

– ¿Lo habrá sabido mi madre también? -preguntó Lyle.

– Yo creo que sí -replicó su tía-. Estoy segura de que habrá recordado los nombres de Kelsa y de March. Agreguemos a eso el hecho de que Garwood le dejó a Kelsa la mitad de lo que poseía; eso lo confirmaría.

– Pero él me dejó todo eso, sólo porque creía que yo era su hija… pero no lo soy -Kelsa sintió que debía aclarar eso.

Alicia le sonrió de nuevo con gentileza.

– Es usted la hija de March, y Garwood ciertamente estaba muy obligado con ella. Es obvio para mí, que él debió sentirse muy culpable todos estos años y eligió este camino para enmendar el daño.

Pero él no sabía que iba a morir, pensó Kelsa, y nuevamente sintió tristeza por su fallecimiento y por todo lo que había oído ahora. De hecho, estaba tan deprimida que se sintió agradecida con Lyle, cuando la señora Ecclestone sugirió que tal vez quisieran comer algo y Lyle no aceptó en nombre de los dos.

– Debemos regresar -comentó con sencillez y se puso de pie.

– John lamentará no haberlos visto… Pronto regresará del trabajo -dijo Alicia, al darle el abrigo a Kelsa y acompañarlos a la puerta.

– Gracias, señora Ecclestone, por contarme… contarnos todo -Kelsa logró sonreír.

– Querida niña -Alicia la abrazó-. Cómo quisiera haberles dado mejores noticias.

Kelsa estuvo silenciosa en el camino de regreso. Tenía muchas cosas en la mente, pero más que nada, al desear tanto encontrar a su hermana, se sentía desolada al saber que había muerto hacía tantos años.

Trató de vencer el desaliento, pensando que su madre debió querer mucho a su primera hija, para ponerle los mismos nombres a la segunda, pero eso no la ayudó mucho, pues el querer tanto a su primera hija sólo le trajo a su madre mucho dolor.

Pero su padre había cuidado bien a su madre, pensó Kelsa, al buscar algo que le levantara el ánimo. Sus padres eran cariñosos y se amaban, recordó y advirtió que casi era seguro que su padre supiera todo acerca de las trágicas relaciones de su madre con Garwood Hetherington.

Kelsa sentía el dolor de su madre como si fuera el de ella; pero al mismo tiempo, cuando pensaba en cómo fue abandonada aquélla por el hombre a quien amaba, Kelsa no podía odiarlo. Lo había conocido y se había encariñado con él… y eso no podía cambiar.

Recordó a la esposa de Garwood, la madre de Lyle, aristocrática y autoritaria, cuando preguntó: “¿Quién es esta mujer?”. Kelsa no podía decir que le simpatizara la poco cordial señora, pero de todos modos comprendió qué a ella tampoco le había ido muy bien en ese asunto. Debió haber sido muy infeliz cuando su marido se enamoró de otra mujer.

Mientras Lyle conducía el coche en un área que le parecía conocida a Kelsa, ella de pronto se preguntó si el padre de Lyle estaría enamorado de su madre. Y recordando cómo se separó de ésta, cuando su esposa le dio un ultimátum, ¿se había casado Garwood con Edwina por su dinero?

Alicia Ecclestone no lo había dicho específicamente, pero siendo una persona sensitiva, no lo haría frente a Lyle. Sin embargo, ¿era a eso a lo que se refería cuando hablaba de su ambición, de su empuje, de que cuando conoció a una rica heredera, se casó con ella?

Los pensamientos de Kelsa vagaron de los padres de Lyle, a él, que estaría furioso por el dolor que su padre le había causado a su madre. Pero su meditación era melancólica, por la hermana que había perdido, cuando de pronto se dio cuenta de que Lyle estaba estacionándose frente al edifico donde ella vivía.

– ¡Yo voy de regreso a la oficina! -exclamó, sobresaltada.

– Rectifico… Yo voy a la oficina; usted, no.

– Pero…

– Pero nada -la interrumpió él-. Está emocionalmente trastornada. Ande, vamos -ordenó con calma.

Kelsa siempre pensó que le gustaba estar al mando de su propia vida, pero tuvo que reconocer que no era tan desagradable que alguien la dominara suavemente de vez en cuando. Tampoco lo era, que la cortés mano de Lyle detuviera su codo al escoltarla dentro del edificio y hasta la puerta de su apartamento.

– ¿Estará bien? -preguntó él con gentileza, al abrir la puerta y ver en los brillantes ojos azules que Kelsa luchaba contra la depresión.

– Sí, claro -respondió y, sintiéndose llorosa, dijo-: Me siento ridícula.

– No; no lo es -negó él en voz baja y entró con ella a la sala-. Quería una hermana y la acaban de privar de ella.

– También a usted lo privaron de una hermana -mencionó ella.

– Ah, pequeña Kelsa -murmuró él y la tomó en los brazos-. Yo tengo más familia -señaló y muy tiernamente le dio un leve beso en la boca.

– Ah… ¿Se supone que esto va a hacerme sentir mejor? -preguntó, luchando por controlar sus emociones.

– ¿No lo logré? -preguntó él y a ella le encantó su sonrisa. Su respuesta fue zafarse de sus brazos y él la soltó-. ¿Ya está bien? -preguntó él y ella comprendió que estaba por retirarse.

– Un poco nerviosa, pero en general bien -Kelsa sonrió-. Gracias por llevarme a ver a la señora Ecclestone.

– Creo que los dos necesitábamos saber la verdad -replicó él en voz baja.

Cuando Lyle estaba junto a la puerta, de espaldas a Kelsa, ella lo llamó. Él se detuvo y se volvió.

– ¿Qué sucede? -la ayudó él al ver que ella, al parecer, no sabía cómo continuar.

– Mi madre… -dijo ella- era buena y bondadosa. Era… una dama.

– ¿Qué está tratando de decirme?

– Ella… mi madre… -las lágrimas se le atoraban en la garganta- ella no era una prostituta -dijo solemnemente y él se le quedó mirando un buen rato.

– Lo sé -replicó él.

– ¿Lo… sabe?

Él sonrió y el corazón de Kelsa aceleró sus latidos cuando él dijo con suavidad:

– ¿Cómo podía serlo… y tener una hija como usted? -y al momento siguiente, él se había dado la vuelta y desaparecido.

Kelsa se hundió en su sillón, cuando se cerró la puerta tras Lyle y, una hora después, todavía seguía sentada ahí, pasmada. Porque, sin tener mucho tiempo de analizar el porqué se sentía tan feliz con las últimas palabras de Lyle, advirtió de pronto varias cosas a la vez. Que él hubiera dicho eso, significaba que no sólo ya no la consideraba una cazafortunas, sino que él… ¿la apreciaba un poco? Y Kelsa esperaba ansiosamente que así fuera, porque ahora sabía que estaba muy enamorada de él.

Cuando se fue a acostar esa noche, se preguntó por qué estaba tan sobresaltada al advertir sus sentimientos hacia Lyle. De seguro era obvio desde la primera vez que él la había besado, cuando ella le respondió con tan inusual abandono, que había algo en él muy especial que ella percibía.

Luego, aceptó la conclusión de que, después de tener tantas esperanzas de encontrar a su hermana, ahora sabía que no había ninguna hermana.

Sin embargo, cuando las imágenes de Lyle empezaron a penetrar en la tristeza de sus pensamientos, Kelsa las dejó entrar. Cuando por fin se durmió, supo que no había ninguna equivocación en lo que sentía por él.

Y si acaso pensaba que, al despertar el jueves, encontraría que se lo había imaginado todo, esa idea fue cancelada inmediatamente, pues él estaba en sus pensamientos aun antes de abrir los ojos. Y lo amó más, porque ella había dejado su coche en Hetherington el día anterior y cuando salió para tomar el autobús, se encontró con que su auto, mágicamente se encontraba en el área de estacionamiento de su edificio.

Condujo al trabajo con una sonrisa en los labios, porque Lyle debió arreglar que alguien lo trajera y, con suerte, podría verlo ese día.

Y sí tuvo suerte, pues alrededor de las diez, esa mañana, mientras Nadine estaba en la oficina interior con el señor Ford, se abrió la puerta exterior y alto, moreno, vestido inmaculadamente, entró Lyle.

– ¿Cómo está? -preguntó, acercándose al escritorio y apoyándose en él.

– Bien -sonrió ella y, aunque sabía que Lyle no había venido especialmente a verla, el corazón le latió más fuerte. Vio que la mirada de él iba de sus ojos a su sonriente boca y luego volvía a sus ojos.

– Una disculpa mía es muy atrasada -le dijo con seriedad-. ¿Me perdonará, Kelsa, por todas las cosas malas que le dije?

¿Cosas malas? ¡Eso no era nada!

– Desde luego -respondió con calma.

– ¿Entonces me permitirá invitarla a cenar esta noche? -preguntó él con sonrisa encantadora.

– ¿Quién puede resistir esa invitación? -se rió ella y mientras su corazón se aceleraba… ¡Iba a salir con él esa noche!… Lyle se apartó del escritorio.

– Pasaré por usted a las ocho -sonrió él y entonces se abrió la puerta de la oficina interior y Nadine salió, seguida por el señor Ford.

– ¡Ah, Lyle! -lo llamó él-. Quería hablar contigo. ¿Algo nuevo de tus planes para…?

– Estoy trabajando en eso, Ramsey -replicó Lyle y Kelsa observó cómo, de muy buen humor, entró a la oficina de su padre-. Anoche pensé en una manera excelente de conseguir el apoyo que necesito -comentó cuando se cerró la puerta tras los dos hombres.

Y entonces se acordó Kelsa de que no había tenido oportunidad de decirle a Lyle, que no creía tener algún derecho sobre la herencia de su padre, ni la quería y, lo que era más, tenía intenciones de renunciar a ella.

Pero… con una mirada soñadora y una sonrisa en los labios… tendría bastante tiempo para decírselo esa noche, pensó.

Capítulo 8

Lyle pasó por ella unos minutos antes de las ocho, pero Kelsa ya estaba lista desde las siete y media. Con una expresión apacible, en su elegante vestido de fina lana color salmón, sonrió serenamente al abrirle la puerta y esperó, al invitarlo a entrar, que él no advirtiera lo acelerado de los latidos de su corazón, al verlo.

– Sólo voy por mi bolso -murmuró con un tono de voz agradable y tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la vista de ésos cálidos ojos grises que, según le pareció, la admiraban. Caminó lentamente a su alcoba, pero una vez ahí, pasó saliva con fuerza, al advertir que estaba temblando por dentro; tomó su pequeño bolso, y todavía tuvo que esperar unos segundos para controlarse-. Lista -dijo con ligereza cuando regresó a la sala.

Creyendo que ya estaba tranquila, de inmediato se desmoronó cuando Lyle, deteniéndose un momento antes de partir, la miró a los brillantes ojos azules y le dirigió un cumplido:

– Kelsa, está encantadora.

– Ah, gracias -ella logró replicar, como si estuviera acostumbrada a recibir cumplidos de él todos los días-. Y gracias por mandarme mi coche, por cierto. Se me olvidó mencionarlo esta mañana.

– Fue un placer -murmuró él con ligereza y la escoltó del apartamento al coche y de ahí a un elegante, pero discreto restaurante.

El cenar con Lyle fue una de las más maravillosas experiencias de su vida, decidió Kelsa. Él era ingenioso y encantador y ella no podía recordar el tiempo en que lo consideraba un monstruo. Era un hombre experimentado y conocedor, pero al mismo tiempo le pidió su opinión sobre varios de los temas que trataron… ninguno relacionado con negocios; y así, la velada transcurrió rápidamente para Kelsa.

Kelsa casi no supo lo que comió; lo único que sabía era que Lyle parecía disfrutar de su compañía, igual que ella disfrutaba la de él… y eso hacía que el mundo de la joven fuera perfecto.

– Tomaremos café en el anexo -le sugirió Lyle a un atento camarero y, con sorpresa, Kelsa advirtió que se había acabado cuatro platillos, casi sin darse cuenta.

El anexo era una pequeña habitación a un lado del gran salón, y Kelsa se sintió más feliz cuando compartieron un sofá y su conversación se refirió por primera vez, a algo de la oficina, al revelarle Lyle:

– La murmuración en la sala de sesiones de la junta directiva es, que mi padre parecía ser completamente feliz las últimas semanas de su vida.

– Yo lo conocí durante poco tiempo -replicó Kelsa, sensible al hecho de que Lyle había estado en Australia esas últimas semanas de la vida de su padre y debía sentirse triste por eso-, pero, aunque algunas veces se enfadaba, como todos, a mí me parecía siempre feliz.

– Me parece, Kelsa, que él nunca se enfadó con usted. De hecho, estoy seguro de que nunca lo hizo.

Un poco intrigada por saber a dónde quería llegar él, aunque por su cálida y amigable mirada no parecía que fuera algo que la alterara, Kelsa comentó:

– No, en realidad, nunca lo vi irritado conmigo; pero… no entiendo a qué se refiere -tuvo que confesar.

– Dulce Kelsa -replicó él y si eso no fuera suficiente para que el corazón de ella se desbocara, la gentil sonrisa que Lyle le dirigió, hizo que ella se estremeciera de alegría-. Por lo visto, feliz con la mayor parte de su vida, tenía un rincón de su ser que debió haberle dado momentos de tristeza y de remordimiento.

– ¿Mi… madre? -preguntó ella tentativamente, sin querer ofenderlo, en caso de que Lyle se sintiera afligido acerca de su propia madre.

– Mi padre, por lo que dice mi tía, recibió un ultimátum; pero aunque abandonó a su amante y a su hija, habiendo tomado la decisión de no volver a verlas, no puedo imaginarlo, ya que era un hombre honorable en todos los aspectos, soportando tal situación, sin pagar un precio por ello.

– ¿Sintiéndose infeliz acerca de eso? -conjeturó Kelsa.

– Sí; infeliz y creo que, aunque aprendió a vivir con la decisión que tomó, una pequeña parte de su ser sentía que le faltaba algo… hasta que la vio a usted en los corredores de… -Lyle se interrumpió y luego agregó-: Encontró a la Kelsa equivocada, pero tengo que agradecerle a usted, querida, por el hecho de que, una vez que él supo que la madre de usted había muerto y por su creencia de que usted era la hija que había perdido, usted hizo que su vida fuera completa y que él se sintiera feliz.

– Ah, Lyle -dijo Kelsa con un suspiro-, qué cosa tan linda me dice. Gracias -agregó suavemente. Él ya se había disculpado por las cosas tan horribles que le había dicho y que ella ya le había perdonado; pero lo que acababa de decir borraba todo lo malo que él le había dicho antes. Trató de dominarse para que Lyle no notara lo mucho que le importaba su opinión sobre ella-. Fue una verdadera coincidencia encontrarme con él en el corredor.

– Estaba escrito en sus cartas desde el primer día que estuvo en el edificio… o hasta en el estacionamiento.

– Sí… supongo que sí -convino ella-, y creo que debe haber sido el destino todo el tiempo, porque nunca fue mi intención irme de Drifton Edge, cuando solicité el empleo de Hetheringtons.

– Desde Herefordshire -comentó él y ella sonrió porque él recordó de dónde venía ella-. Pero -continuó Lyle, con los ojos en la curva de los labios de Kelsa-, la persona que la entrevistó vio de inmediato su potencial y le ofreció un trabajo importante.

– No sé si vio mi potencial… Recuerde, subí con trabajos desde la sección de transportes -Kelsa sonrió con malicia, feliz porque él se rió-. Aunque es verdad -confesó, tratando de controlar los latidos de su corazón porque él se había reído de su broma-; sí me ofrecieron un puesto importante en otra sección… pero lo perdí porque estaba indecisa acerca de qué hacer y me tardé demasiado en resolver.

– ¿Por qué estaba indecisa? -preguntó él-. ¿Un amiguito?

– Ah, no -replicó ella con ligereza-. Supongo que por el hecho de haber nacido y crecido en Drifton Edge, me parecía un paso gigantesco empacar, y dejar todo. Principalmente teniendo una casa ahí.

– ¿Tenía una casa ahí? -la instó él y la conmovió su aparente interés.

– Todavía la tengo… era la de mis padres -explicó ella-. Supongo que pronto tendré que tomar una decisión acerca de qué hacer con ella… venderla o rentarla. Pero mientras tanto, regreso a Drifton Edge casi todos los fines de semana y…

– ¿Casi todos los fines de semana? -Lyle entrecerró los ojos-. ¿Está segura de que no tiene un amiguito escondido en las selvas de Herefordshire? -preguntó.

– ¡Segura!-se rió ella y por un loco instante pensó que él sonaba un poco celoso, lo cual era tan ridículo, que lo descartó de inmediato-. Sólo voy allá para ventilar el lugar, verificar si no hay tuberías congeladas, ver a mis amistades… -esperaba no estarlo aburriendo con sus historias, pero como él tenía la habilidad de mostrarse interesado en todos los detalles que ella mencionaba, le contó que su amiga más íntima, Vonnie, fue la que le dio el empujón para encontrar un trabajo más estimulante que el que ella hacía allá.

– Así que tenemos que agradecerle a su amiga Vonnie, el que nosotros la hayamos encontrado -comentó Lyle y, al acelerarse el corazón de Kelsa y estar sus ojos fascinados con la curva superior de la maravillosa boca de Lyle, la joven supo que éste no era uno de los momentos más maravillosos para ella, sino que era la más maravillosa experiencia de su vida. ¿Qué otra cosa podía ser? Estaba ahí, con el hombre a quien amaba y, aunque sabía que él debía conocer a muchas otras mujeres más sofisticadas, tan sólo por esa noche, él parecía estar disfrutando de su compañía.

Esa idea todavía estaba en su cabeza cuando, habiendo terminado su café, salieron del restaurante y Lyle la llevó a su apartamento. Al estacionarse frente al edificio, Kelsa sintió que no quería que terminara esa velada; y aunque acababan de tomar café, la joven tuvo la esperanza de que él tampoco quisiera despedirse todavía y se quedara, aunque fuera quince minutos más.

– Mi café es instantáneo, una pérdida de rango, después de lo que acabamos de tomar -se volvió hacia él para decirle rápidamente-, pero es bienvenido, si gusta…

– Me gustaría mucho -sonrió él-. Aún más, yo lo prepararé… ¿Qué tal? -ofreció.

El corazón de Kelsa dio un salto de júbilo, aunque rehusó.

– No, gracias, su café sabe a té.

Riéndose, entraron ambos al edificio y hasta la puerta del apartamento de Kelsa, donde él le tomó su llave y abrió la puerta. Juntos caminaron hasta el centro de la sala; pero cuando Kelsa se volvió para preguntarle si quería su café negro o con leche, lo miró a los cálidos ojos grises y al instante se le olvidó la pregunta que le iba a hacer.

Estaba parada muy cerca, casi tocándolo y no tenía idea de lo que él vio en sus ojos, pero lentamente Lyle extendió un brazo y lo colocó alrededor de sus hombros, volviéndola un poco más para que quedara frente a él y más cerca.

– Eres hermosa -jadeó, dándole todo el tiempo del mundo para apartarse, si así lo quería, y la acercó a su cuerpo, aún más.

Pero Kelsa no tenía deseo de apartarse.

– Ah, Lyle -susurró y, al juntarse ambos cuerpos, le rodeó el cuello con los brazos.

Él la besó con gentileza y ella le devolvió el beso con dulzura.

– Amor mío -dijo él con un suspiro y volvió a inclinar la cabeza.

Su beso fue más intenso esta vez y Kelsa, con el corazón acelerado y sus emociones sin control, se apoyó sobre él al entregarle sus labios. Lo amó al terminar ese beso y lo amó también cuando Lyle besó su cuello y la apretó aún más.

En la firmeza de sus brazos, ella se aferró a él. Quería gritar su nombre, pero su cálida y maravillosa boca había caído sobre la de ella nuevamente, esta vez con más intensidad y con tanto sentimiento, que la joven percibió cómo se encendían llamas de deseo en su interior.

Una vez más se besaron. Ella sintió que las manos masculinas bajaban a sus caderas y la apretaban más contra él. Oyó un gemido de deseo que salía de su boca y, al aumentar el deseo por él, Kelsa tuvo que exclamar su nombre.

– ¡Lyle! -sentía fuego en su cuerpo y se apretó más contra él… oyendo un gemido que era un eco de lo que ella sentía.

– Dulce amor -dijo él con voz ronca y con la pasión al máximo, con su boca sobre la de ella, se movieron juntos, instintivamente acercándose a la alcoba. Ante la puerta, él se detuvo y la miró a los ojos, con una pregunta en la mirada.

Pero ella lo amaba y quería más. Su respuesta fue alzar la cabeza y besarlo… Lo próximo que supo era que estaban dentro de la habitación, donde, habiendo él desechado la chaqueta por el camino, Lyle la guió para sentarse en su cama individual.

Estar tan cerca cuando él se quitó la corbata y ella le pasó las manos por la espalda, era una dicha; pero más emocionante era la forma en que él acariciaba sus senos y los moldeaba tiernamente.

Ella no supo cuándo, sin sentir vergüenza alguna, él le deslizó el vestido; pero después de un delicioso beso de deseo, de júbilo, ella se dio cuenta de que ambos estaban acostados en la cama, sin la ropa exterior. Pero fue timidez lo que hizo que Kelsa escondiera el rostro en el velludo pecho de Lyle.

– ¿Estás bien, pequeña? -preguntó él con ternura.

– Ah, Lyle -jadeó ella y con los cuerpos tan juntos en la estrecha cama, tan ardientes, alzó la cabeza y le rodeó el cuello con los brazos desnudos-. Sí, estoy bien -sonrió-, mejor que nunca.

Se besaron y ella sintió las manos de él que se entretenían con su sostén.

– Creí que no usabas esas cosas -murmuró Lyle, al desabrochar expertamente el sostén y, para crear más estragos en las emociones de Kelsa, sus manos tibias y tiernas acariciaron los sedosos senos que había descubierto.

Él inclinó la cabeza para saborear los endurecidos pezones y, fuera de sí por el deseo, Kelsa vagamente se dio cuenta de que él probablemente se refirió a que ella no llevaba sostén la última vez que estuvo en sus brazos.

– Es que estuve lavando mi ropa interior… Quiero decir… Yo siempre… -interrumpió su balbuceo y sintió el rubor en sus mejillas por lo torpe que sonaba. Lo que le preocupó fue que él advirtiera lo ingenua que era en esa situación. Quiso disculparse, pero Lyle se detuvo.

Algo cambió, advirtió Kelsa, cuando Lyle se apartó un poco y mirando su ansiosa expresión inquirió:

– Dime, Kelsa -hablando con voz grave, y la pasión acechando-, esa historia de que eres virgen, ¿es verdad?

– ¿Se… nota? -preguntó ella, sin aliento, con timidez, pero sin sospechar que sus palabras tuvieran el efecto que tuvieron en Lyle. Pues, para asombro de Kelsa, en un solo movimiento, él balanceó las piernas sobre la cama y, mostrándole la espalda desnuda a Kelsa, se sentó en el borde del lecho. Pero a pesar de la firmeza de su tono, su respiración era irregular.

– Kelsa, primor, eres una criatura hechicera y puede uno perder la cabeza contigo, pero… -empezó a decir, y se interrumpió; y pareciendo hacer un gran esfuerzo, juntó su ropa y pronunció las peores palabras que Kelsa había oído en toda la noche-. Más vale que me vaya.

– ¿Irte…? -repitió ella, demasiado aturdida, demasiado excitada para ocultar el hecho de que no quería que él se fuera. Pero sabía que Lyle hablaba en serio, pues aunque parte de su mente le decía que no era posible que él se fuera y la dejara así, se estaba poniendo los pantalones y tomando la camisa.

Él estaba a medio camino hacia la puerta cuando se volvió y le dijo en voz baja:

– Voy a salir del país por una semana -y luego prometió-: te llamaré cuando regrese -en seguida se fue.

El ruido de la puerta del apartamento al cerrarse, todavía resonaba en sus oídos cinco minutos después y Kelsa seguía sin poder creer que, así sin más, Lyle se había ido.

Eran cerca de las tres de la mañana cuando Kelsa pudo finalmente descansar un poco de todas las preocupaciones que se habían presentado, la principal de las cuales era: ¿Por qué desistió Lyle de hacerle el amor?

Bajo la fría luz del viernes en la mañana, luego de un sueño irregular, Kelsa pensó que ya tenía la respuesta. Iba camino a la oficina cuando, sin lugar a dudas, dedujo que Lyle al darse cuenta de lo ignorante que era ella cuando se trataba de hacer el amor, se había desanimado.

Fue una suerte que no hubiera tanto trabajo en la oficina ese día, porque Kelsa no podía concentrarse en lo absoluto en su trabajo. Sin embargo, alrededor del mediodía, se animó al recordar cómo, a pesar de su ingenuidad, él la había llamado una criatura hechicera y dijo que un hombre podía perder la cabeza por ella. Pero luego advirtió, sobresaltada, que el amor la hacía olvidadiza, pues de repente recordó que había planeado decirle durante la cena su intención de renunciar a la herencia que su padre le había dejado tan equivocadamente. Tan arrobada estaba por el hecho de estar con él que, aunque hablaron de muchos temas, a ella se le había olvidado el más importante.

– ¿Te importaría que me tomara una hora en cuanto pueda arreglar la cita? -le preguntó a Nadine, decidida a actuar ahora mismo, antes que el amor le borrara la memoria por completo-. Necesito hablar con Brian Rawlings.

– Claro que puedes -sonrió Nadine-. De todos modos, hoy no tenemos mucho trabajo.

Agradeciéndole con una sonrisa, Kelsa se comunicó con Burton y Bowett y luego con la secretaria de Brian Rawlings, sólo para, descubrir que el señor Rawlings iba a estar fuera todo el día.

– Y el lunes -se disculpó la secretaria- también tiene su agenda completa, señorita Stevens -y cuando le preguntó de qué asunto se trataba, y Kelsa le informó que era acerca de la herencia de Hetherington, la secretaria exclamó-: ¡Ah, esa señorita Stevens! -y como si el nombre Hetherington hubiera abierto una puerta mágica, dijo-: Creo que puedo abrirle un espacio a las cuatro y media, el lunes, si le parece bien.

– Perfecto -aceptó Kelsa y colgó para avisarle a Nadine que saldría de la oficina el lunes como a las cuatro.

Terminado eso, hizo un esfuerzo por dedicarse al trabajo, pero con Lyle en la mente, le fue muy difícil. Cuando por la tarde, trajeron un enorme arreglo floral a la oficina, ya fue imposible concentrarse en el trabajo.

– Alguien se interesa -murmuró Kelsa sonriente, mirando a Nadine y creyendo que las flores eran para ella, probablemente de su prometido.

– Ciertamente así es -sonrió Nadine y dirigió al mensajero al escritorio de Kelsa.

– ¿Para mí? -preguntó Kelsa, atónita y sintió que se sonrojaba de sorpresa y emoción cuando, viendo que, en efecto, el sobre venía dirigido a la señorita Kelsa Stevens, lo abrió y sacó una tarjeta que decía: “¿Puedo suponer que estás pensando en mí tanto como yo pienso en ti?” Y firmó “L”-. ¡Oh! -exclamó y no podía creerlo. ¿Tanto como él pensaba en ella? Pero si él estaba en su mente todo el tiempo-. Son… de un amigo -murmuró cuando vio que Nadine la miraba.

– Ya me lo imaginé -replicó Nadine con una sonrisa, aunque cuando vio que Kelsa no sería más explícita, volvió discretamente a su trabajo.

Diez minutos después, Kelsa todavía trataba de contener los acelerados latidos de su corazón. ¡Lyle le había mandado flores! ¡Unas flores bellísimas! Ella ni siquiera sabía en dónde estaba él… pero dondequiera que estuviese, pensaba en ella.

Todavía seguía exaltada y con los ojos brillantes cuando, con su precioso arreglo floral en el coche, conducía a su apartamento esa noche. ¡Lyle pensaba en ella! Él le había prometido comunicarse en cuanto regresara. Amándolo como lo amaba, Kelsa luchó contra el peligro de leer en sus palabras o sus acciones algo que pudiera no estar ahí; pero aun cuando se esforzaba por tener los pies en la tierra, sentía que podía estar segura de que, al mandarle flores y al sugerirle que pensaba en ella, seguramente significaba que al comunicarse, a su regreso, no sería por cuestión de negocios.

A causa de Lyle, porque él estaba en su mente y en su corazón y porque se sentía tan inquieta, no tenía deseos de encontrarse con los antiguos amigos; así que decidió nuevamente no ir a Drifton Edge ese fin de semana. No esperaba que Lyle se comunicara con ella tan pronto… Se acababa de ir… De ninguna manera podía estar de regreso todavía. Había dicho que sería como una semana; eso sería alrededor del jueves.

Pasó el sábado haciendo labores domésticas, sentada a ratos y mirando al espacio soñadoramente o admirando la canasta con flores, que tenía un sitio de honor en el centro de una mesita baja.

El domingo por la mañana, estaba ansiosa por ver a Lyle de nuevo y, siendo el amor un capataz terrible, empezó a sentirse enferma al advertir que, aun suponiendo que Lyle regresara a Inglaterra el jueves, eso no quería decir que ella lo vería inmediatamente. También descubrió que el amor quitaba el apetito, pues no deseaba comer al mediodía. Tal vez… tenía que enfrentarse a la horrible idea de que Lyle dejaría pasar una semana antes de comunicarse con ella.

Al atardecer, Kelsa seguía con la misma agitación mental. Sabía que, aun cuando vivía con la esperanza, la fría lógica tenía que declarar que una cena, unos cuantos besos, aun cuando fueran de calidad explosiva, más una preciosa canasta de flores, no podían constituir una prueba de que Lyle estaba interesado en ella. De pronto, sorpresivamente, alguien tocó el timbre de la puerta y los pensamientos de Kelsa quedaron suspendidos en el aire.

Aun cuando trataba de controlarse, de calmarse y de convencerse de que no fuera tan tonta y de que no era posible que Lyle ya estuviera de regreso, había esperanza en su corazón. Con las piernas temblorosas, fue a abrir la puerta.

Desde luego, no era Lyle la persona que estaba parada ahí… como si ella tuviera un poco de sentido común, debió saberlo desde un principio, sin excitarse tanto. Pero cuando reconoció a la mujer que había visto una vez en la iglesia y otra vez en la oficina de los abogados, supo que era un miembro de la familia de Hetherington.

– ¡Señora Hetherington! -exclamó, sorprendida, mientras la alta y majestuosa mujer, de expresión pétrea, la miraba autoritariamente.

– ¿Puedo tener unos minutos de su tiempo? -sugirió la madre de Lyle con una voz muy cultivada.

– Sí, claro -Kelsa recordó sus buenos modales-. ¿Gusta pasar? -invitó, pero por más que vagaban sus pensamientos en todas direcciones, no encontraba una respuesta al porqué la madre de Lyle tenía que visitarla. ¿Lyle? -preguntó de pronto con ansiedad-. ¿Está bien?

Su ansiedad fue, por lo visto, advertida por su visitante y la mujer apretó los labios.

– ¡Los hombres Hetherington siempre están bien! ¡Ellos se esmeran por estar siempre bien! -replicó la señora Hetherington con rigidez-. Son las mujeres en su vida las que sufren.

A Kelsa no le gustó lo que dijo, aunque tanto su madre, como la mujer que estaba frente a ella, habían conocido el dolor a través de Garwood Hetherington; no podía discutiese hecho. Sin embargo, como parecía que Lyle estaba bien de salud, de otro modo la señora Hetherington ya lo habría mencionado, Kelsa invitó:

– Por favor, tome asiento -y se preguntó si debía ofrecerle algo de beber. Ese pensamiento se desvaneció al instante, cuando su invitada se detuvo a observar las flores de la mesita. Y mientras Kelsa se arrepentía de haber puesto la tarjeta de Lyle en un lugar muy visible donde pudiera descubrirse, ya que significaba tanto para ella, la señora Hetherington se inclinó para echarle un vistazo.

– ¡Así que ya empezó! -declaró vagamente y como para ratificar el hecho de que ésa no era visita social y que no se quedaría mucho tiempo, la señora se sentó en el brazo de un sillón.

– ¿Perdón? -preguntó Kelsa, sentándose cortésmente frente a la mujer-. No entiendo…

– Las flores… obviamente, son de Lyle -y mientras Kelsa parpadeaba, la señora continuó con altanería-: Cuando mi cuñada me contó por teléfono, esta mañana, que usted, junto con mi hijo, fueron a verla el miércoles, supe de inmediato lo que él estaba tramando.

Kelsa se le quedó mirando con los ojos abiertos por la sorpresa.

– ¿Tramando? -repitió.

– Él, desde chico, fue una persona que siempre iba directo a conseguir lo que deseaba. Es obvio que sólo esperó que se leyera el testamento de su padre y va tras lo que está determinado á tener.

– ¿Determinado a tener? -atónita por la actitud agresiva de la mujer, Kelsa supo que la madre de Lyle no tenía ningún sentimiento cordial hacia ella. No que la culpara por eso; pero…

– Usted no creyó que Lyle iba sumisamente a permitir que usted se llevara lo que él considera que es legítimamente suyo, ¿verdad? -interrumpió la señora sus pensamientos con tono áspero.

– Pues… no -repuso Kelsa, aunque nunca pensó en eso; pero no podía imaginarse a Lyle dejando pasar algo sumisamente. Al empezar a despejarse su cerebro, sugirió-: Si habla usted del dinero, de los valores y…

– Mi hijo, señorita Stevens -interrumpió Edwina Hetherington con descortesía-, independientemente de lo que él le haya dicho, está dispuesto a pelear por lo que quiere. Sin importar lo que cueste, él irá tras su meta. Es inherente en él.

– Pero él no… -Kelsa iba a explicar que Lyle no tenía que pelear por nada en relación a la herencia, pues ella iba a renunciar voluntariamente a todos sus derechos a ella.

Sin embargo, no tuvo oportunidad de terminar lo que había empezado, pues, para su sobresalto, la señora Hetherington comenzó a decir con hostilidad:

– Déjeme aclararle esto, señorita Stevens. Mi única preocupación al venir a verla es que no la quiero como nuera.

– ¡Nuera! -exclamó Kelsa, atónita.

– No quiero que sea la esposa de mi hijo -se lo explicó más claramente la señora.

– Pero… -balbuceó Kelsa, sin poder creer lo que oía-… Lyle no me ha pedido…

– Si sé algo de los Hetherington… y viví con uno durante cuarenta años… es que él lo hará. Tiene la mirada puesta en su fortuna y, al igual que su padre, estará dispuesto a casarse para obtenerla.

– Yo… -trató Kelsa de interrumpirla.

– Y, al igual que su padre -continuó la señora Hetherington-, se casará con la heredera de una fortuna. Pero usted no tiene ninguna necesidad de despertar una mañana, como lo hice yo, para encontrarse con la cruda verdad de que no sólo se casó su marido con usted por su dinero, sino que incluyó una amante en el trato. Ya se lo advertí y, además, no tiene usted necesidad de casarse con él por su dinero, ya que está en buena posición de decir que no. O, lo que sería una mejor alternativa, puesto que Lyle heredó el habla persuasiva de su padre, niéguese a tener nada más que ver con él.

Mirando con asombro cómo esa mujer dominante le explicaba todos los detalles, Kelsa supo de cuál de sus padres había heredado Lyle su carácter agresivo, que le había visto al principio. Pero mientras que en todo lo que le había lanzado su madre, había mucho que asimilar; Kelsa empezó a sentir una extraña inquietud acerca de Lyle, en especial cuando se le ocurrió que precisamente en ese mismo sitio, cuando él creía que ella era su hermana, se había mostrado agresivo y hostil. En cambio, cuando supo que no estaban emparentados, cambió y se volvió amable y considerado. ¿Había sido eso porque de inmediato él advirtió que, por lo tanto, ella era… ¡casadera!?

De pronto, su mente empezó a registrar lo que decía la madre de Lyle y, aunque quería discutirle que estaba del todo equivocada, no podía dejar de preguntarse si ella misma tal vez lo estaba. Sintiendo náuseas por los nervios, Kelsa experimentó una urgente necesidad de estar sola. Bruscamente, se puso de pie. Más que nanea en su vida, supo que tenía que estar sola para poder pensar.

– Gra… cias por venir a… advertirme, señora Hetherington -sugirió y para su alivio, la señora se puso de pie.

– Tengo su palabra… -empezó la señora a decir altaneramente.

Pero Kelsa, aunque tenía cierta cortesía innata, ya no pudo más y su ánimo, que había estado por los suelos, de pronto se levantó.

– Me temo que no -replicó suavemente, pero con firmeza. Con desesperación deseaba que la señora se fuera.

– Usted ya tiene dinero, así que no tiene ninguna necesidad de casarse con él para obtenerlo -reafirmó la señora bruscamente. Kelsa no quiso refutar el argumento, aunque vio que la señora Hetherington no estaba nada complacida; y para rematar, la mujer declaró con frialdad-: Y si está enamorada de él, ¡más tonta es! -con eso, salió arrogantemente y, al cerrarse la puerta, Kelsa se dejó caer en una silla.

Una hora después continuaba ahí, repasando una y otra vez cada palabra que habían intercambiado ella y Lyle. Y para entonces comprendió la tonta enamorada que había sido.

Instintivamente, trató de ser objetiva; pero cuando repetía y examinaba todo, había más incidentes que la hacían creer que la madre de Lyle tenía razón y que él la engañaba para alcanzar sus propios fines, y menos muestras de que él genuinamente la quería.

Sin embargo, en cuanto a la afirmación de la señora Hetherington de que él se casaría con ella para apoderarse del dinero que su padre le había dejado… y Kelsa contuvo el aliento al recordar lo mucho que Lyle necesitaba ese financiamiento… ella no podía creer que él fuera capaz de algo así.

Teniendo en cuenta lo rudo que lo había visto en más de una ocasión, tal vez lo concebía planeando comprometerse con ella, convencerla de que le traspasase los bienes a él… y luego, rompería el compromiso. Pero que en realidad él llegara al grado de casarse con ella… no; eso no lo concebía. Aunque… ¿acaso no había pensado ella misma si su padre se habría casado con su madre por su dinero? ¿No lo había dicho la misma señora Hetherington una hora antes? ¿Y no había dicho la tía de Lyle lo mucho que se parecía él a su padre? ¿Que estaba hecho en el mismo molde?

A la medianoche, sintiéndose agotada de tanto pensar, Kelsa llegó a la triste conclusión de que los hombres Hetherington eran capaces de hacer cualquier cosa por dinero… incluso casarse, si tenían que hacerlo.

Una vez más, recordó el dramático cambio que hubo en Lyle, en cuanto supo que no era su hermana. Ahora que lo pensaba, él había pasado de detestarla a conseguirle una copa de brandy. ¡Vaya que pensaba rápido! En cuanto descubrió que no era su hermana, le preparó una taza de té. En unos segundos, había cambiado de un hombre que no tenía tiempo para ella, a un hombre que encontraría el tiempo para ella. Ella no tenía que descubrir cómo encontró él tiempo de su muy ocupado día el miércoles para llevarla a ver a su tía.

Para cuando se acostó, en la madrugada del lunes, Kelsa estaba exhausta. Había repasado cada detalle muchas veces. Recordó cómo Lyle le había llamado para pedirle que no exprimiera a la compañía hasta que él pudiera conseguir el financiamiento… supuestamente para comprarle sus valores. Pero lo que más salía a flote en sus pensamientos era la forma en que él la había llamado, cuando creía que estaban emparentados; pero debió pensar con extrema rapidez cuando supo que no era su hermana. Kelsa escondió la cabeza bajo la manta… ¡Había sido un blanco muy fácil!

Despertó a las seis y su primer pensamiento fue para Lyle. Durante unos diez segundos, estuvo segura de que estaba completamente equivocada y que también la madre de él tenía una idea del todo errónea. ¡Era demasiado increíble para ser creíble! Pero luego, la cruda realidad la dominó. Cruda, porque Lyle había dicho que un hombre podía perder la cabeza por ella… pero él no había perdido la cabeza, ¿verdad? Todo el tiempo que la estuvo conquistando, debió de tener la mente muy clara. A diferencia de ella, que entonces y desde entonces había sido completamente estúpida. ¡Qué inexperta era! La dolorosa verdad era que él nunca perdería la cabeza por ella. ¡Si ni siquiera le gustaban las rubias! Con demasiada claridad recordó a la hermosa y elegante mujer que lo había acompañado la última vez que ella y Nadine habían cenado con su padre y, bruscamente, saltó de la cama.

Entró a la sala, invadida por los celos, porque aunque Lyle la había sacado a cenar una vez, no eran las rubias las que le gustaban, sino que siempre preferiría a las morenas.

A Kelsa todavía se le hacía difícil creer, que él iría tan lejos como casarse, para obtener el control del Grupo Hetherington. Luego, de pronto recordó algo más que le cayó como un golpe y le heló la sangre. Sus pensamientos regresaron al jueves pasado. Ese había sido el día siguiente a aquél en que fueron a ver a su tía Alicia… cuando la señora Ecclestone había confirmado que ella no era la hermana de Lyle, porque su medio hermana había muerto desde pequeña. Lyle había pasado por la oficina de Kelsa el jueves y, después de unas palabras, la había invitado a cenar esa noche. Ella, desde luego, había aceptado y había estado hechizada por el encanto de él toda la velada. Pero regresando a la mañana en la oficina, cuando Ramsey Ford vio a Lyle y le preguntó acerca de sus planes de expansión, Lyle le respondió: “Estoy trabajando en eso”, y teniendo en cuenta que él y Kelsa no estaban emparentados, había dicho: “Anoche pensé en una manera excelente de conseguir el financiamiento que necesito”.

Atónita, al darse cuenta de que ella debía ser tan ingenua como su madre, Kelsa comprendió que había llegado el momento de tomar una decisión. Puesto que, de todos modos, tenía la intención de transferirle toda su herencia a Lyle, no tenía importancia si él se casaba con ella por interés o no. Lo que estaba en juego era su orgullo y cómo se sentiría cuando, al enterarse Lyle de que toda la fortuna era suya, olvidara por completo sus promesas de: “Me comunicaré contigo cuando regrese”, olvidara que le envió flores, y su mensaje de: “¿Puedo suponer que estás pensando en mí como yo pienso en ti?” y, probablemente, la ignoraría por completo la siguiente vez que se encontraran en los corredores de Hetheringtons. O lo que sería peor, ejecutaría su amenaza de despedirla, en cuanto él estuviera al mando. Sin pensarlo más, la cuestión estaba resuelta para Kelsa.

No fue a trabajar y como a las nueve y diez telefoneó a la oficina y pidió hablar con Nadine.

– Nadine…-empezó.

– Te dormiste -supuso Nadine.

– No; no es eso -corrigió Kelsa rápidamente y habiendo tenido tres horas para pensar lo que iba a decir, continuó-: ¿Te importaría mucho si no trabajo el resto del tiempo, de mi aviso de renuncia?

Hubo un silencio atónito en el otro extremo de la línea y luego Nadine, para alivio de Kelsa, recuperó su acostumbrada serenidad.

– Suenas muy seria, Kelsa. ¿Tienes algún problema en el que yo te pueda ayudar?

– No, no es ningún problema -tuvo que mentir Kelsa-. Sólo es que… estuve pensándolo el fin de semana… y… me parece que es lo que debo hacer. Si tú puedes arreglártelas…

– Claro que puedo arreglármelas… o buscar ayuda de alguien, ¿pero estás segura…?

Pasaron otros cinco difíciles minutos hasta que, sintiéndose bastante mal al concluir su trabajo en Hetheringtons, por fin colgó la bocina.

Hecho esto, telefoneó al agente por medio de quien había rentado su apartamento, para rescindir su contrato, ya que había decidido regresar a Drifton Edge al anochecer. Sabiendo que el agente no tendría ninguna dificultad para volver a alquilar su apartamento, Kelsa lo encontró muy dispuesto a comunicarse con los de la mudanza y otros servicios.

– Con que me entregue usted la llave cuando termine, lo demás no será problema -le aseguró-. Si es que ya está cerrada la oficina, eche aquella en el buzón… etiquetada, desde luego -le recordó él.

Kelsa pasó una mañana y parte de la tarde muy ocupada, empacando las cosas que pudiera transportar en el coche y pensando en cómo había coqueteado brevemente con Londres, y se había quemado los dedos; y ahora, mientras todavía le quedaba su orgullo, se iba de ahí.

Pero una prueba de lo mucho que deseaba quedarse, fue cuando iba a tirar la canasta de flores de Lyle y encontró que simplemente no podía hacerlo. Tenía la mano sobre el asa de la canasta, cuando se quedó inmóvil. ¡Maldito!, pensó, furiosa, y odió a Lyle como se odió a sí misma, por ser tan vulnerable. Aun cuando sabía que esas flores eran una mentira, no podía tirarlas.

Todavía tenía algunas cosas que hacer, cuando se dio cuenta de que debía dejar lo que estaba haciendo, si quería llegar a tiempo a la cita que tenía a las cuatro y media con Brian Rawlings.

Había pensado irse directamente a Drifton Edge de la oficina de los abogados, pero el tiempo estaba en su contra y se fue a su cita, sabiendo que tendría que regresar al apartamento.

– Pase, señorita Stevens -le sonrió Brian Rawlings, dándole la mano cuando la secretaria la introdujo a su oficina-. Dígame, ¿en qué puedo servirle?

La cita fue más larga de lo que Kelsa planeó, pues, aunque ella creía que simplemente tenía que decir que no quería el legado y ya, Brian Rawlings parecía dispuesto a ponerle obstáculos.

– Tiene usted que estar muy segura -insistió él-. A lo que usted piensa renunciar es…

– No pienso señor Rawlings -dijo Kelsa con firmeza-; lo hago. Y estoy muy segura… Y… -no sabiendo mucho del aspecto legal, empezó a sentir pánico-… y nadie puede obligarme a aceptarlo, si no lo quiero.

– Pero el señor Garwood Hetherington quería que usted…

Así continuó la discusión media hora más, hasta que por fin Kelsa convenció a Brian Rawlings de lo inflexible de sus intenciones. Le dio su dirección y el teléfono de Drifton Edge, para el caso de que necesitara alguna firma o tuviera alguna duda y salió de la oficina para ir a su apartamento por última vez.

Ahí, terminó de empacar y después de llevar el último bulto a su coche, regresó al apartamento a echar un último vistazo. Estaba a punto de salir, cuando sonó el teléfono. Se acercó, sabiendo que sería la última vez que lo contestaría en ese domicilio, y alzó la bocina.

– ¿Hola? -dijo y por poco se desmaya al oír la voz de Lyle.

– ¿Me extrañas? -preguntó él con suavidad, haciendo que el corazón de Kelsa se acelerara tontamente, a pesar del antídoto de orgullo que había recibido. Lo único que se le ocurrió era que tenía que desengañar a este hombre, dueño de su corazón, de cualquier noción de que ella lo encontraba maravilloso.

– ¿Extrañarte? -repitió, y con una risita-: ¡Pero si sólo has estado ausente cinco minutos!

El silencio que siguió a esas palabras era tangible, pero el tono de voz de Lyle era sereno cuando preguntó, un segundo después:

– ¿Pasa algo malo, Kelsa?

– ¿Malo? -replicó ella-. ¡No, nada! Sólo estoy apurada para salir.

– ¡Tienes una cita! -se molestó él.

– Yo… no quiero tenerlo esperando -aprovechó ella y de inmediato recibió una letanía del Lyle Hetherington que conoció al principio, pues él, con la rapidez de un rayo, vociferó:

– ¡Asegúrate de no ofrecerle tu virginidad tal como me la ofreciste a mí! -Kelsa estaba con la boca abierta, cuando él colgó la bocina violentamente.

Un instante después, la furia invadió a Kelsa también, de lo cual se alegró, pues o era furia o eran lágrimas. ¡El muy canalla! ¡Cómo se atrevía a echarle eso en cara! Por su saludo de “¿Me extrañas?”, supuso que él todavía estaba en el extranjero. Pues dondequiera que estuviera… y cada vez estaba más segura de que estaba de vacaciones con alguna morena… lo único que le deseaba era que le sucediera lo peor.

Ese último estallido no hizo nada para tranquilizarla y Kelsa casi olvidó dejar las llaves al agente. Pero, una vez hecho eso, sintió el impacto del carácter concluyente de sus acciones, así que para cuando se detuvo frente a su casa de Drifton Edge, hubiera querido estar furiosa de nuevo.

Dolida por dentro, sabiendo que era la única manera, ese día cortó de tajo las oportunidades de volver a ver a Lyle alguna vez. Kelsa metió el coche a la cochera, diciendo que desempacaría al día siguiente.

Entró a su antigua casa, encendió la calefacción, hizo un par de cosas y luego fue a acostarse, para tratar de encontrar un poco de reposo mental. Sin embargo, su sueño no fue nada tranquilo y todavía estaba oscuro cuando el jueves se levantó y tomó una ducha; luego se puso un pantalón de mezclilla y un suéter.

Como de costumbre, Lyle dominó sus pensamientos mientras se cepillaba el pelo, en su alcoba. Su meditación se interrumpió cuando, en la quietud de la casa, de pronto sonó el timbre de la puerta.

Kelsa pensó que Len, el lechero, debió haber visto luz en la casa y venía a preguntarle si necesitaba una entrega. Presurosa, bajó corriendo por la escalera y abrió la puerta… sólo para quedarse con la boca abierta por la sorpresa, porque, sabiendo que ya había cortado todas las oportunidades de ver a Lyle de nuevo y suponiendo que todavía estaba en el extranjero, ahí mismo estaba parado en la luz que salía del vestíbulo.

Un Lyle Hetherington que no parecía nada complacido de verla, advirtió Kelsa, cuando habiendo esperado bastante para que ella dijera algo, atacó:

– ¡Supongo que tu visitante ya se fue! -espetó agresivamente.

– Él… -logró decir ella, al comprender vagamente que debía referirse a la supuesta cita que tenía-. ¡No se quedó a dormir! -replicó, con el corazón acelerado, atónita, cuando él, con el rostro sombrío, dio unos pasos.

– Quiero hablar contigo -ordenó él bruscamente y, antes que ella pudiera detenerlo, la empujó y entró al vestíbulo.

– ¿Por qué no pasas? -preguntó ella ásperamente, pero cuando él se volvió y la fulminó con la mirada por su sarcasmo, Kelsa supo que él era de nuevo el bruto con el que había lidiado al principio. Sin tener la menor idea de por qué él estaba de regreso en Inglaterra, ni por qué la vino a visitar, lo único que esperaba era que ella no terminara dándole una bofetada por segunda vez.

Capítulo 9

Lyle tenía un aspecto decidido que no le gustaba nada a Kelsa y, aunque, a pesar del vigoroso latir de su corazón, no tenía ningún deseo de ser su amable anfitriona, de todos modos lo condujo a la sala.

Una vez ahí, habiendo encendido la luz, rápidamente se separó de él. Si iban a tener un pleito… y nadie la incitaba más al enfado que este hombre… no quería estar demasiado cerca de él, para no ceder a la tentación de darle una bofetada.

– Pensé que estabas en el extranjero -espetó de entrada.

– Regreso esta tarde -replicó él con sequedad, sintiéndose obviamente igual de cordial hacia ella como ella hacia él.

– ¿Ah, sí? -murmuró Kelsa y de inmediato aplastó la ridícula idea de que Lyle había volado especialmente para verla a ella-. Pues si has venido a recoger algo que olvidaste, deberías estar en tu oficina o en tu casa, no aquí.

Él la miró con expresión helada, que no revelaba nada de lo que ella pudiera inferir si él estuvo de vacaciones o de negocios. Pero esa mirada la hacía sentirse incómoda, como si ella hubiera hecho algo malo. Apartó la vista de él y se hundió más en el sofá, como si eso le sirviera de protección antes que empezara el ataque. Porque él lo haría, de eso estaba segura. Lo sentía, sentía su tensión, como si estuviera agazapado para saltar sobre ella.

Y no tuvo que esperar mucho, pues, al volver a mirarlo a los ojos, descubrió que la mirada de él no estaba helada, sino que ardía de ira. Eso lo demostró al retarla agresivamente:

– ¿Qué sucedió?

– ¿Sucedió?

Él le lanzó una mirada sombría, como queriendo ahorcarla por fingir que no sabía de lo que él hablaba.

– La última vez que te vi, eras una mujer cálida, cariñosa, sensible…

– ¡Por amor de Dios! -lo interrumpió ella-. ¿Cómo esperabas que fuera yo? Tú eras un hombre fuera de mi experiencia… Un…

– ¡No te atrevas a decirme que te comportas así con cualquier hombre! -interpuso él, furioso.

– ¡No te digo nada! -replicó ella, con pánico y con ira-. Ni quiero sostener esta conversación. Obviamente viniste con algún propósito, así que…

– ¿Qué sucedió? -insistió él-. Nos estábamos llevando bien. Yo pensé que… -se interrumpió, como si no estuviera seguro de lo que le podía confiar. Pero entonces Kelsa reaccionó. ¿Qué era lo que él pensaba? ¡Ese hombre estaba tratando de seducirla con engaños!

– Mira, Lyle -decidió ser afirmativa-. No sé que habrás interpretado en… mi… mmm -eso no era ser muy afirmativa-. De cualquier manera -reanudó rápidamente-, si criticas el hecho de que salí con otro hombre, entonces…

– ¿Y sí saliste con otro hombre? -preguntó él bruscamente y cuando ella se le quedó mirando, sin poder continuar con la mentira, él insistió-: ¡No pudo haber sido gran cosa de cita, si después viniste para acá!

– Bueno, tal vez no tuve una cita -se encogió de hombros ella y, al aumentar su tensión, estuvo a punto de decir que no había necesidad de toda esa farsa; de que él sugiriera que era importante si salía con un hombre o con cien además de él, porque ella de todos modos le transfería todos sus derechos a la herencia, así que él podía guardarse sus engaños y no quedarse ni un minuto más en Drifton Edge.

Pero él la observaba, la ponía nerviosa y no la dejaba pensar correctamente. También empezó a sentirse insegura y confundida, así que le pareció que, si quería salir de ese lío con su orgullo y su dignidad intactos, mientras menos le dijera, sería mejor. De todos modos, Brian Rawlings le diría todo lo necesario, una vez que ella firmara el documento que él redactaría.

Sin embargo, en ese momento Lyle la examinaba, pareciendo más relajado, apoyado indolentemente contra la chimenea y a ella le habría gustado saber en qué pensaba él. Pero sus ojos no revelaban nada, aunque la agresividad había desaparecido de su voz, al preguntar suavemente:

– ¿Por qué mentir, Kelsa?

– ¿Acaso es cuestión de vida o muerte? -lo retó ella, perturbada.

– ¡Estás nerviosa! -advirtió él y ella lo odió por ser tan perspicaz-. ¿Por qué estás intranquila?

– Oye… -exclamó ella, exasperada-, si tienes que tomar un avión para regresar a donde sea que tienes que estar esta tarde, más vale que te vayas, ¡ya!

– No antes de obtener lo que vine a buscar -repuso él.

Aunque ella sabía que debía preguntarle qué era lo que buscaba allí, la invadieron los nervios nuevamente. Además, le surgió el temor de que, en una discusión, ella podría revelar algo de lo que sentía.

– ¡Por amor de Dios, Lyle! Son las seis y media de la mañana -empezó como intentando desviar la atención.

– Y por tu aspecto lavado y el hecho de que estuvieras levantada y vestida cuando vine, yo diría que o tienes una cama muy incómoda o tienes problemas para dormir.

– Ah, por… -empezó ella con pánico y acabó volviéndole la espalda y estallando-: ¡Ya tuve bastante de ustedes los Hetherington! -y acabó con voz temblorosa-: Quisiera que te fueras.

Oyó que él se movía y apretó los puños cuando pareció que acataba sus deseos de que se fuera. Las lágrimas le ardían en los ojos y en la garganta y Hubiera querido voltear a verlo por última vez; pero no lo haría. Tenía que terminar ahora.

De pronto, la invadió la alarma, al siguiente sonido que oyó y las lágrimas se secaron al instante, pues en vez de escuchar la puerta que se abría y se cerraba, vio a Lyle frente a ella.

Abrió la boca para decirle nuevamente que se fuera, pero no salió ningún sonido, pues advirtió que él tenía una mirada muy sagaz y, demasiado tarde, Kelsa recordó su agilidad mental; cuando se trataba de pensar rápido, él era el mejor.

– Dijiste “ustedes, los Hetherington”, plural -le recordó él lo que ella había dicho, sin darse cuenta.

– ¿Lo dije…? -repitió ella, tratando de quitarle importancia.

– Apreciabas a mi padre, eso lo sé, así que no creo que lo incluyeras en ese despectivo “ustedes los Hetherington” -analizó él rápidamente-. Ni, a pesar de que mi tía Alice tuvo la desagradable tarea de informarte que no tenías una hermana, creo que la incluyeras a ella -Kelsa se le quedó mirando, sin habla. Al ver cómo funcionaba la mente de Lyle, tenía deseos de mentirle, de decirle que sí le tenía rencor a su tía por lo que le dijo, pero eso no era verdad y no pudo decir nada, mientras Lyle continuaba-: Así que eso sólo me deja a mí y… -hubo más viveza en su mirada-. Ah, Kelsa; eso es, ¿no? Mi madre habló contigo, ¿verdad?

– Yo… -ella quena negarlo, pero tampoco pudo, aunque sabía, con desesperación, que no quería que Lyle supiera la verdad… que su madre sí había hablado con ella y que ese era el motivo por el que había abandonado Londres, porque saber que Lyle sólo la estaba engañando para sus propios fines, era más de lo que ella podía soportar. Sin embargo, cuando le costaba trabajo estar en sus cinco sentidos, surgió en ella de pronto una habilidad de actuación que no sabía que tenía y con un tono sorprendido, preguntó-: ¿Por qué iba tu madre a querer hablar conmigo? -y tuvo que sufrir la mirada fija de Lyle sobre ella, examinándola.

Luego, dejándola atónita, dejó caer las palabras:

– Supongo que por la misma razón por la que me telefoneó a mi hotel de Suiza, el domingo.

Y Kelsa, aunque asimiló que él había estado en Suiza, se quedó tan asombrada, que incautamente jadeó:

– ¿Te telefoneó a ti después de que me vino a ver el domingo?

– ¡Vaya que eres un amor de ingenuidad! -comentó Lyle, impresionándola, al sonar tan natural.

– ¿Cómo? -preguntó ella, con el corazón acelerado, al tratar de que no la afectara cualquier palabra cariñosa, por más natural que sonara.

– Para que te enteres, mi madre logró comunicarse conmigo alrededor del mediodía, el domingo -dijo él-: pero gracias por confirmar esa terrible sospecha.

– ¡Eso no fue justo!

– ¿Qué diablos hay en este negocio? -quiso saber él y, al lanzarle Kelsa una mirada resentida por haberle sacado la información que no quería compartir con nadie, fue obvio que él tenía la mente en los negocios todo el tiempo-. ¿Vas a decirme para que fue a verte? -preguntó él con suavidad.

– ¡Tú eres muy inteligente; adivínalo! -lanzó ella con hostilidad y él rápidamente lo hizo.

– Es obvio que tiene una conexión con la llamada que me hizo -empezó él, pero dejando eso a un lado, él continuó con tensión-: Si mis conjeturas son correctas, tendré que… -se interrumpió y, poniendo una mano en el brazo de Kelsa, dijo-: Mira, Kelsa, independientemente de lo que te haya dicho mi madre, trata de confiar en mí. Confía en mí y escúchame.

– ¿Escucharte? -preguntó ella, haciendo tiempo para controlarse, pues el contacto de la mano de Lyle en su brazo la debilitaba.

– Tengo mucho que decirte, pero gracias a la interferencia de mi madre, para convencerte de mi sinceridad, tendré que dar un largo rodeo.

– Por primera vez para ti, de seguro -murmuró ella con acidez, sabiendo que él siempre iba derecho a lo que quería.

– Posiblemente, aunque desde que te conozco ha habido muchas primeras veces en varios aspectos.

– No lo dudo -comentó ella con escepticismo.

– Por lo que parece, mi madre hizo muy buen trabajo -observó él y luego preguntó-: ¿Me darás el tiempo que necesito para explicarte unas cosas? Me urge hablar contigo; créeme -subrayó él, con un aspecto tan sincero, tan tenso, que Kelsa, a pesar de haber endurecido su corazón contra él, se ablandó un poco.

– Adelante -ofreció sin pensar.

– Puede tomar un buen rato… ¿Nos sentamos? -sugirió él.

– ¡Luego me pedirás que te sirva café! -lanzó ella con irritación, aunque por el efecto debilitador de la mano de Lyle sobre su brazo, tomó asiento. Lo mismo hizo Lyle. Sin embargo, como era un sillón para tres personas, aunque él estaba más cerca de lo que ella hubiera deseado, no estaba presionándola. ¿Decías? -sugirió Kelsa.

– Decía -siguió él, titubeó y luego, volviéndose hacia ella, continuó-: Para comenzar por el principio, te vi por primera vez…

– Y de inmediato supusiste que era yo la amante de tu padre.

– ¿Lo voy a contar yo? -sugirió él.

– Adelante, por favor -se encogió de hombros ella. Tal vez fue muy débil al aceptar que él le hablara; pero, gracias a Dios, había sido advertida por su madre y si él trataba de convencerla por algún tortuoso camino, ante la sola mención de la palabra “compromiso”, ya no se diga “matrimonio”, recibiría una incisiva respuesta.

– Ahí estaba yo -reanudó él-, a punto de salir para Australia…

– Me viste por primera vez cuando regresaste.

– Te vi por primera vez antes de irme.

– ¿Sí? ¿Dónde? -preguntó Kelsa que habiéndose recuperado de su debilidad, no estaba dispuesta a creer nada sin cuestionarlo.

– En el estacionamiento de la compañía.

– Yo no te vi -lo habría recordado, pensó ella. Aun sin saber quién era, nunca habría olvidado al alto y sofisticado Lyle Hetherington.

– Yo no estaba en el estacionamiento. Estaba con prisa debido a mi tardanza inesperada en la oficina antes de irme por un mes a Australia. Por la impaciencia, no quise esperar el ascensor y, al empezar a bajar por la escalera, te vi por la ventana del descansillo. Tú salías de tu coche y yo… -se detuvo, aspiró profundamente y continuó-: Observé cómo caminabas, tan garbosa, y pensé que eras la mujer más hermosa que había yo visto jamás.

Ella se le quedó mirando, con la boca abierta. Quería creerle… ¡Ah, cómo quería creerle! Pero la señora Hetherington le había dicho… De pronto, Kelsa recordó, sin saber exactamente cuándo, que ella no pensaba que Lyle conocía su coche. Pero si él la vio salir del coche, como acababa de mencionar, entonces…

– Ah… Continúa -invitó, cuando pareció que él esperaba un comentario de ella, algo alentador, tal vez.

– Te vi y supe… que tenía que investigar quién eras. Habiéndote observado hasta que estabas fuera de mi visión, llegué a la planta baja cuando tú cruzabas el área de recepción, alejándote de mí. Con la ayuda de un joven que se hallaba cerca, pronto supe que eras Kelsa Stevens, la nueva secretaria de Ian Collins, de la sección de Transportes y…

– Dijiste que me alejaba de ti; también me alejaba del joven que te ayudó -intervino Kelsa, decidida a no dejarlo salirse con la suya, a pesar del impresionante comentario de Lyle, que la consideraba la mujer más bella que él había visto.

– Así era -convino él-; pero tus espléndidas piernas y tu rubia cabellera son conocidas a todo lo ancho y largo del edificio. Ha de haber pocos hombres en Hetherington, que no pudieran decirme quién eras.

– Ah -murmuró Kelsa, necesitando desesperadamente algo para endurecerse-. ¿Así que me viste y ya?

– Claro que no. Ya se me había hecho tarde y tenía que apresurarme para tomar mi avión; así que lo único que podía hacer era decidir darme una vuelta por la sección de Transportes, cuando regresara y…

– Pero en el mes que pasó, rápidamente te olvidaste de todo.

– ¿Olvidarte? ¡Jamás! -declaró Lyle con vehemencia y el corazón de Kelsa empezó a corretear de nuevo-. Regresé a la oficina matriz un lunes por la tarde -continuó él-. Sabía, o creía saber, que mi padre estaría en su habitual junta de los lunes en la tarde; pero yo ya había decidido que, en vez de interrumpir cualquier asunto que estuvieran discutiendo, primero me daría una vuelta por la sección de Transportes.

– ¿Fuiste ahí antes de ir a ver a tu padre? -jadeó Kelsa.

– ¿No te dije que te tenía en la cabeza? -repuso él y, mientras Kelsa luchaba por controlarse, él continuó-: Pero cuando llegué a la oficina de Ian Collins, no encontré ninguna cabellera rubia, sino a una secretaria amable, pero insignificante. Desde luego, le pregunté cómo estaba adaptándose a su trabajo.

– Desde luego -convino Kelsa, con un poco de cautela-. Y, obviamente, le pediste que te dijera qué había sucedido conmigo -sugirió, preguntándose si él estaría mintiendo. ¿Pero por qué mentir?

– No quería que trabajaras para ninguna otra compañía que no fuera Hetherington -explicó él-. Quería que estuvieras donde pudiera yo verte y comunicarme contigo.

– Ah, desde luego -murmuró ella, con incredulidad en la mirada.

– Trata de creerme -la instó él-. Te digo todo tal como sucedió, porque supongo que es difícil sacarte de la cabeza lo que pasó entre tú y mi madre ayer. Sé que ella puede ser ruda y contundente hasta llegar a la crueldad, si…

– ¡Pues tiene un hijo igual a ella! -interrumpió Kelsa con frialdad; pero pronto desapareció su soberbia cuando Lyle aceptó.

– Merezco eso y más; lo sé. Pero regresando a la oficina de Ian Collins, cuando le sugerí a la nueva secretaria que Kelsa Stevens no se había quedado mucho tiempo en la compañía, ella me replicó, para mi asombro, que no te habías ido, sino que te habían transferido a la oficina del presidente de la compañía. Todavía seguía yo rumiando el hecho de que, habiendo otras secretarias más experimentadas, que llevaban años trabajando en la compañía, te hubieran dado ese puesto tan ambicionado a ti, cuando regresé al área de recepción… sólo para recibir otro impacto que me anonadó.

– ¡Ah! -exclamó Kelsa, al empezar a funcionar su mente con agilidad-. Eso fue cuando nos viste a tu padre y a mí, saliendo… y riéndonos.

– Nunca había visto a mi padre tan feliz con la vida -agregó Lyle-. ¡Y me puse furioso!

– ¡Nos seguiste!

– Sí; y por poco y entro a tu apartamento para confrontarlos a los dos.

– ¿Ah, sí? -eso no lo sabía Kelsa.

– Sí. No podía soportarlo; pero me di cuenta de que tenía que pensarlo bien, antes de hacer algo.

– Generalmente, eres muy bueno para pensar con claridad.

– Pues en esa ocasión estaba yo demasiado afectado para hacerlo -reveló él-. Estaba muy alterado, pues no sólo parecía que mi padre había perdido el juicio, sino que lo había hecho con la mujer a quien yo… -Lyle se interrumpió y, mirándola a los ojos, continuó en voz baja-: de quien yo… me había enamorado.

– ¿Enamorado? -repitió ella, con la voz ronca, a pesar de sus firmes intenciones de no dejarlo entrever la forma en que él la afectaba-. Pero -protestó, cuando la fría cordura la invadió para pisotear sus esperanzas- tú ni siquiera habías hablado conmigo, entonces.

– Sé que parece una locura, pero no necesitaba yo hablarte; simplemente… ahí estaba el sentimiento.

¿Qué tanto estaba ahí?, quería ella preguntar. ¿Qué tanto estabas enamorado de mí? ¿Sería una décima parte de lo que yo me enamoré de ti? Si no hubiera recibido la visita de la señora Hetherington, tal vez lo habría preguntado. Así que Kelsa negó con la cabeza y, con un esfuerzo, encontró el valor para decirle:

– No necesito esto, Lyle. Quiero que te vayas.

– ¿Quieres que me vaya? ¿Antes que relate todo…?

– ¡No quiero oír nada más! -lo interrumpió ella, al agitarse y salir a flote todo lo que había pasado: su amor por él, su choque al recibir la visita de su madre, su huida de Londres, el impacto de estar con Lyle ahí-. Mira, Lyle Hetherington -estalló y se puso de pie-. ¡No quiero oír ni una sola mentira más! -él también se levantó y, temiendo ella que la volviera a asir del brazo, retrocedió un paso-. Tu madre me dijo cómo sería todo; cómo… -se detuvo bruscamente, consciente de pronto de que iba a revelar sus sentimientos más íntimos.

– No te detengas. ¡Dímelo! -la instó Lyle.

– ¡No!

– ¿Es justo esto?

– Sí; es muy justo -replicó ella con pánico-. ¡Tan sólo vete!

– ¿Y si me niego a irme? ¿Si me niego, hasta que me digas qué ideas falsas y descarriadas te metió mi madre en la cabeza? Si yo…

– ¡Ya basta! -gritó Kelsa.

– Así que me juzgas injustamente sólo porque…

– ¿Por qué no había de hacerlo? Tú también ¡me juzgaste injustamente!

– Dios mío, lo merezco. Sé que lo merezco -reconoció él-, pero…

– ¡Pero nada! -lo interrumpió ella, acalorada-. ¿No ves que no estoy interesada? -mintió, pero empezó a titubear de su decisión de no escucharlo, cuando vio que él palidecía.

– ¿No lo estás? -insistió él-. ¿De veras no lo estás? -y Kelsa supo entonces que, dondequiera que Lyle estuviera, no iba a rendirse fácilmente.

– ¡No! ¡No lo estoy! -la actriz volvió a surgir en ella.

– Pues mala suerte para ti -vociferó él, pero ella oyó cómo él aspiraba hondo antes de proseguir-: Me niego a que me arruinen la vida sólo porque…-se interrumpió y luego continuó-: Tal vez no quieras oír más, pero tendrás que oírlo. No querrás decirme de qué se trató la conversación entre tú y mi no muy piadosa madre el domingo, así que yo te diré cómo estuvo mi conversación con ella el domingo, cuando me localizó.

– Yo no… -Kelsa iba a decir que no quería oír nada más; pero sabía que ya era ridículo, puesto que no hablaban ya de sus emociones, así que se encogió de hombros y lanzó un despreocupado-: Supongo que no era nada muy importante.

Para su sorpresa, Lyle tomó su comentario con un leve entrecerrar de ojos y luego habló:

– Parece que fue lo bastante importante para ella, para conseguir inmediatamente tu dirección… Está en el testamento de mi padre, del cual tenemos cada quien una copia.

– ¿Acaso sugieres que la llamada que te hizo, originó su idea de visitarme?

– Estoy seguro de que así fue -dijo él y estiró la mano para tocar su brazo-. Vamos, Kelsa -dijo con gentileza-: sé que tanto mi madre como yo te hemos tratado muy mal; pero si alguna vez me permites que te lo compense, por favor olvida todo lo de la visita de mi madre el domingo.

¿No sabía él lo mucho que ella quería olvidarlo? ¿No sabía él lo maravillosa que había sido la sensación que siguió a la fascinante cena que tuvo con él, sus flores y el mensaje que venía con ellas? Qué maravilloso sería poder dar marcha atrás y volver a sentir lo que hasta antes de la visita de su madre.

– Pero sí me visitó -tuvo que decirle inexpresivamente.

Él apretó la mandíbula y apareció una mirada decidida en sus ojos.

– No voy a dejar que ella eche a perder todo para nosotros Kelsa -gruño el con calmada terquedad-. ¡No lo permitiré! -y mientras Kelsa estaba igualmente decidida a no excitarse por ese “para nosotros” Lyle como si considerara que ya había andado con rodeos bastante tiempo la acercó a él con gentileza; así que la única forma que Kelsa encontró de poner alguna distancia ente ellos fue volviendo a sentarse en el sillón. Lyle hizo lo mismo pero esa expresión decidida seguía en su semblante, cuando reanudó su relato-: Empezando con esa llamada que mi madre me hizo a Suiza, parece que, en un arranque de generosidad, telefoneó a la tía Alicia para ofrecerle como un recuerdo un juego de tapaderas de ollas que mi padre conservaba en su colección; y en la conversación que tuvieron parece que mi tía Alicia le contó que habíamos ido a visitarla el miércoles.

– Estoy… escuchando -murmuró Kelsa, no teniendo nada que objetar hasta el momento, pero atenta a cualquier cosa que sonara falsa.

– De ahí -continuó él, con los ojos grises fijos en los desconfiados y brillantes ojos azules-, salió a relucir el nombre de tu madre y, desde luego, el tuyo.

– Desde luego -convino ella, sin importarle que Lyle pensara que estaba muy poco comunicativa. No tenía intenciones de ayudar en nada.

– Siendo la única vez que discutía yo con ella el amorío de mi padre, le dije que lamentaba mucho el dolor que debe de haber pasado por eso, pero agregué que tú eras una mujer encantadora y que tal vez podría yo traerte para que te conociera.

– ¡No! -exclamó Kelsa.

– Tengo planes para ti y para mí, Kelsa -dijo francamente, con la mirada seria-. De ninguna manera te voy a tener escondida, como si tú y mis sentimientos por ti no existieran.

– ¡Lyle! ¡Ah, Lyle! -exclamó ella, con el corazón a punto de explotar y el alma atormentada. Si tan sólo pudiera creerle. Quería creerle… pero había sido advertida.

– Está bien -la calmó él, tomando su mano derecha-. No tienes por qué estar nerviosa. Nunca volveré a hacer algo que te lastime o te haga daño. Tan sólo trata de confiar en mí un poco más… ¡Te probaré que soy sincero! ¡Te lo juro!

– Yo… -jadeó ella, necesitando alguna ayuda para poder hablar. La encontró aferrándose a lo que él estaba diciendo antes de mencionar sus sentimientos por ella-. ¿Qué… dijo tu madre… cuando tú… sugeriste que podrías traerme para conocerla?-preguntó.

– Temo que no está muy receptiva por ahora y es comprensible, dadas las circunstancias.

– Lo cual significa que dijo: “Antes muerta” o algo similar -conjeturó Kelsa.

– Más bien era algo así como “¿Por qué quieres que conozca bien a la hija de la amante de tu padre?” Aunque, siendo siempre una mujer astuta, antes de que pudiera yo decirle algo, me preguntó: “No has perdido la cabeza por ella, ¿o sí?” Mi respuesta -continuó él- es lo que debió motivarla a decidir poner el freno a esto, antes que fuera más adelante. Lamento mucho, querida, que, en vez de discutirlo conmigo, ella haya optado por ir a visitarte a ti.

Para entonces, Kelsa ya no sabía en qué mundo estaba. Lyle la miraba con tanta calidez en los ojos, que no la dejaba pensar.

– ¿Cuál fue… tu respuesta? -tuvo que preguntar.

– La verdad -replicó él-. Había pensado en ti todo el tiempo que estuve fuera. Hacía planes, pensaba y esperaba; y por esa llamada del domingo supe que, si mis planes y mis esperanzas se realizaban, mi madre tendría que saberlo bastante pronto.

– Ya veo -pero, ciertamente, sólo lo dijo por hablar, mientras reunía el valor para preguntar-: ¿La verdad?

– La verdad, mi querida Kelsa -repuso él con ternura-, es que estoy locamente enamorado de ti.

– Ah, Lyle -tartamudeó ella con agitación-. Ya no sé qué creer y qué no creer.

– Dulce amor mío, mi madre realmente te convenció, ¿verdad? Pero olvídate de ella -la instó-. Sólo piensa en ti y en mí y lo que tú sabes… lo que tú sientes. Aférrate al hecho de que te amo mucho y te he amado desde el primer día que te vi.

– ¡Amor a primera vista! -susurró ella.

– Parece que soy el hijo de mi padre, en ese aspecto -Lyle le sonrió con gentileza-. Según mi tía, él miró a tu madre y quedó locamente enamorado de ella. Y yo, mi amor, te miré y, aunque mi cabeza me decía que las cosas no suceden así, mi corazón sabía que tú eras la mujer para mí.

– ¡No!-negó ella.

– Pero sí -insistió él-. Era amor y es amor; y por primera vez en mi vida, odié mi trabajo, porque me hacía irme a Australia, cuando lo que más quería, era seguir a ti.

– Ah… Lyle -murmuró Kelsa, temblorosa, todo en ella urgiéndola a confiar en él le había pedido, pero…

– Te haré creerme -prometió él-. Te llevaré a mi madre y haré que ella repita la conversación telefónica que tuvimos. Ella te dirá, sin que yo la fuerce, cómo, no habiéndole confesando nunca nada así, le dije de mi profundo y eterno amor por ti.

– ¿Harías… eso… por mí?

– Si quieres, vamos ahora -declaró él y estaba a punto de ayudarle a Kelsa a levantarse del sillón, cuando ella lo detuvo.

– ¡No! ¡No me apresures! ¡Todavía no estoy lista! -dijo rápidamente Kelsa-. Necesito tiempo… para asimilar, para ordenar mis ideas. Necesito repasar…

– Tenemos todo el tiempo del mundo -dijo Lyle con gentileza-. Si hay algo que quisieras saber, que quieras repasar, tomaremos el tiempo necesario. Tan sólo créeme que mi amor por ti no desaparecerá; un amor que me ha atormentado, que ha afectado mis comidas y mi sueño; sin mencionar los celos, porque surgen en mí por cualquier pequeño detalle.

– ¡Has estado celoso!

– ¿Celoso? Estaba totalmente invadido de celos; tan impregnado de ellos que, al pensar que el “asunto personal” que mi padre quería discutir conmigo, era la revelación de que pensaba vivir contigo, decidí no darle la oportunidad de hacerlo.

– ¡Cuando en realidad lo que él quería era confiarte su creencia de que yo era su hija! -Kelsa se le quedó mirando.

– Y yo estaba demasiado agitado para darle la oportunidad, así que, en cambio, muy a mi pesar, fui a verte a ti con mis viles acusaciones y mi mal genio.

– No podías saberlo -lo disculpó Kelsa suavemente y le sonrió; pero de pronto, el demonio de los celos de Kelsa afloró y su sonrisa se desvaneció.

– ¿Qué sucede? -preguntó Lyle al instante.

Ahora, advirtió Kelsa, no era el momento de ser tímida.

– ¿Qué puede suceder? -lo retó-. Estabas tan enamorado de mí que en cuanto regresaste de Australia, saliste a cenar con una encantadora morena.

– ¡Eso me encanta! ¡Tú también estabas celosa! -exclamó él, con una sonrisa tan cautivadora, que Kelsa podía haberle pegado.

– ¡Claro que no! -negó ella.

– ¿Ayudaría en algo si confesara yo que conozco a Willa Jameson desde hace años y que, en un ridículo y fracasado intento de convencerme de que no me importaba en lo absoluto una mujer llamada Kelsa Stevens, le telefoneé para invitarla a salir?

– Desde luego, en una forma puramente platónica -replicó Kelsa.

– Sí, querida -sonrió Lyle-; puedes estar segura de eso. Sin embargo, lo que había yo olvidado era que la madre de Willa y mi madre eran amigas.

– ¡Ah! -exclamó Kelsa con la mente funcionando a toda prisa-. Parecías tan furioso en el restaurante, que estaba yo segura de que ibas a acercarte para darnos a tu padre y a mí un fuerte regaño.

– Estuve a punto de hacerlo -confesó él-; pero muy a tiempo me di cuenta de que no quería que en el círculo de amigas de la madre de Willa, que era también el círculo de mi madre, se supiera que mi padre tenía una aventura amorosa. Esa fue la noche en que, con mi madre viajando en un crucero, decidí que, independientemente de mis sentimientos, arreglaría yo las cosas antes que ella regresara. Decidí ver a mi padre el fin de semana, pero mientras tanto…

– Mientras tanto, viniste a verme y me ofreciste dinero para librarte de mí -recordó Kelsa.

– ¡No me lo recuerdes! No sabes los remordimientos que he tenido por insultarte en la forma en que lo hice, asustándote a morir, cuando estaba tan furiosamente decidido a hacerte pagar por haberme abofeteado. Sin embargo… hasta hoy todavía no sé cómo encontré la forma de controlarme cuando, deseándote con locura, me pude ir esa noche.

– Sí… bueno -balbuceó Kelsa, recordando su cálida reacción a las caricias de Lyle. Buscó un cambio de tema y recordó con tristeza-: Pero ya no llegaste a ver a tu padre ese fin de semana, pues fue cuando murió.

– Tantas cosas se han aclarado desde entonces -comentó Lyle en voz baja-. Mi padre quería que estuvieras con él en el hospital, pero ya no tuvo fuerzas para decirme que tú eras mi hermana.

– Pero él sabía que tú lo averiguarías -murmuró Kelsa suavemente-. Tan sólo mi nombre significaría algo para tu madre y para tu tía. Y si ambas decidieran quedarse calladas al respecto, estaba el acta de nacimiento, esperando para ser encontrada.

– No quiero acordarme de dicha acta de nacimiento -dijo Lyle con rudeza-. Salí disparado de la oficina cuando la encontré.

Kelsa recordaba ese día. Kyle había pasado junto a ella, sin decir ni una palabra y sin verla.

– Ottilie Miller mencionó que saliste durante varias horas por la mañana -recordó ella.

– Necesitaba despejar mi mente, para tratar de pensar debidamente.

– ¿Fue… un mal momento para ti?

– ¿Malo? Sentí como si me hubieran pegado en el hígado, cuando encontré esa acta.

– ¿No te dio gusto… saber que yo no tuve una aventura amorosa con tu padre? -preguntó ella, titubeante.

– ¡Gusto! -exclamó él-. ¿Cómo me iba a dar gusto? Quería casarme contigo… ¡y tú eras mi hermana!

Kelsa soltó el aliento con fuerza y, con los ojos muy abiertos, gritó:

– ¿Querías casarte conmigo?

– Quería y quiero -repuso él con viveza- y lo haré, si las cosas resultan como quiero. ¿Por qué crees que he estado explicando todo esto, si no es porque quiero que comprendas que eres la única mujer que hay para mí… que eres mi amor, mi vida?

– Ah, Lyle -susurró Kelsa, temblorosa.

– ¿Me dirás que me amas?

– No -repuso ella, pero se dio cuenta de que él ya sabía lo que ella sentía por él.

– Está bien, mi amor -convino él con gentileza-. ¿Qué más puedo decirte? Te diré que, antes de saber que no pudiste tener una aventura amorosa con mi padre, noté que eras orgullosa y me pregunté si, a pesar de todas las evidencias, tal vez estaba yo equivocado. Y descubrir al día siguiente, cuando se dio lectura al testamento de mi padre, que él te había dejado la mitad de sus negocios, fue una confirmación de que algo había entre ustedes. ¿Qué más puedo decirte? Que, aunque quería que te salieras de la compañía, no podía despedirte, porque eso significaría que no podría verte todos los días laborables -Kelsa todavía estaba agitada por esas palabras, cuando él continuó-: Te diré que cuando fui a tu apartamento la noche antes de encontrar esa acta, con tu belleza, tus ojos llameantes y tu sinceridad, en verdad deseaba creerte.

– Dijiste que verías qué podías hacer -recordó Kelsa-. Parecía que estabas dispuesto a creerme… y -confesó con timidez- yo estaba feliz.

– ¿Lo estabas, amor? -suspiró él suavemente y Kelsa sintió que se le derretían los huesos; pero lo único que se atrevió a murmurar fue:

– Mmm…

– Ah, cariño, ¡cómo tornas esto tan difícil! -murmuró Lyle, pero varonilmente se controló-. Sabes, desde luego, que me muero por tenerte en mis brazos -y al no recibir respuesta, continuó-: Igual que cuando quise abrazarte y consolarte, cuando estabas tan destrozada al enterarte de que mi padre conoció a tu madre.

– ¿En verdad?

– Sí; pero no podía. Me sentía vulnerable y todavía sin poder creer que no eras mi medio hermana. Me daba miedo tomarte en mis brazos, aunque sólo fuera para consolarte. Entonces, tú confesaste que a veces te sentías muy sola y eso me conmovió tanto, que tuve que darte un beso en la frente… y luego sentí que debía apartarme.

– Y yo sabía -confesó Kelsa- que, mientras ansiaba tanto encontrar a mi hermana, no te quería tener a ti por hermano.

– Tengo la esperanza, queridísima Kelsa, de que ese sentimiento provenga de la misma razón que el mío.

– Dijiste, justo antes de ir a ver a tu tía, que averiguar la verdad te concernía a ti también.

– Definitivamente sí -declaró él con firmeza-. Necesitaba tener toda la evidencia de que no eras mi hermana, para poder, en un día cercano, pedirte que te casaras conmigo.

– Y… -Kelsa trataba de pensar con claridad, pero con las palabras de Lyle, sabía que no lo estaba haciendo muy bien-. Así que… una vez que lo confirmó tu tía, tú… me invitaste a cenar.

– Y pasé una velada maravillosa -convino él-. Estabas tan encantadora esa noche mi amorcito, que no es de extrañar que, cuando regresamos a tu apartamento y te tomé en mis brazos, por poco pierdo la cabeza.

– Pero no la perdiste -murmuró ella con voz ahogada.

– Estuve cerca -reconoció él-; pero me invadió un sudor frío cuando descubrí que realmente eras virgen y que seguramente no habías tomado ninguna precaución, y que, igual que tu madre, estabas en peligro de quedar embarazada por un Hetherington.

– ¡Ah! -exclamó ella con sorpresa, pues no se le había ocurrido nada de eso.

– No podía tomar ese riesgo. No quería hacer nada que te causara preocupación o infelicidad; nada que te lastimara. Y en esos momentos de excitación, sólo podía pensar en ti, no en mí.

– ¡Oh, Dios! -suspiró Kelsa, y supo entonces que Lyle era muy diferente a su padre. Garwood Hetherington le había hecho el amor a su madre, sin pensar en las consecuencias. En cambio, Lyle… la amaba con un amor que sólo quería lo mejor para ella-. Así… que te fuiste y al día siguiente, me mandaste flores a la oficina.

– No podía mandarlas a tu apartamento, por si acaso venías para acá directamente de la oficina. Y quería que supieras que pensaba en ti ese fin de semana.

– Tu madre vio las flores y tu nota. Ella… me pidió que le diera mi palabra de que no me casaría contigo.

– ¡Con un demonio! -explotó él-. ¿Y qué le dijiste tú? ¿Le diste tu palabra? -preguntó con tensión.

– Yo… le dije que no sería posible.

– ¡Mi encanto! ¡Mi amor! -exclamó Lyle, jubiloso, y la tomó en sus brazos. Kelsa, con el calor de ese abrazo, quedó completamente sin resistencia-. Al fin, llegamos al punto de por qué fue a visitarte mi madre -murmuró él, pareciendo querer aclarar cualquier duda que la perturbara.

– No precisamente -tuvo que decir Kelsa. Si estaba soñando, no quería despertar nunca.

– No te detengas -la instó él, abrazándola y mirándola a los ojos.

– Bueno -dijo ella con la respiración entrecortada-, en la opinión de tu madre… -de pronto, se detuvo. Por más desagradable que hubiera estado la señora Hetherington, no era correcto, después de lo que ella pasó, denigrar su nombre.

– Vamos, querida -la presionó Lyle y, como si supiera lo que sentía, continuó-: Ahora, sólo importamos tú y yo. Más adelante, si quieres, veré la forma de reconciliarnos con mi madre; pero por ahora, piensa sólo en nosotros, en lo mucho que significas para mí y que no quiero estar en la ignorancia de cualquier detalle, por pequeño que sea, que pudiera causarnos disgustos.

– Tienes razón, desde luego -repuso ella y él le dio un apretón con los brazos, que rodeaban sus hombros, para animarla a seguir-. La señora Hetherington parecía pensar, que no había nada que no harías tú para apoderarte de la herencia que me dejó tu padre; y eso incluía, casarte conmigo para obtenerla -por fin pudo sacarlo y, mirando a Lyle, vio que él alzó la cara con sorpresa.

– ¡Ah, mi queridísima Kelsa! -suspiró él-. ¿Y tú le creíste?

– Pues todo concordaba -explicó ella, temblorosa-. La forma en que cambió tu actitud cuando supiste que yo era… casadera.

– Ah, cariño. Ya te expliqué eso. Era porque, después de la visita a mi tía, supe con seguridad que no estábamos emparentados y sólo entonces podía empezar a cortejarte en serio. Demonios… -gimió-; eso funcionaría en ambos casos, ¿verdad? -luego, con un tono más decidido, dijo-: Tendrás que ir conmigo a ver a mi madre. La confrontaremos juntos y la obligaremos a repetir palabra por palabra, la conversación telefónica que tuve con ella.

– No creo que eso sea necesario -murmuró Kelsa.

– ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó él vivamente-. ¿No estás rechazándome? ¿No vas a dejar que ella…?

– Lo que quiero decir -interrumpió Kelsa con una sonrisa- es que confío en ti. Lo cual, a su vez, quiere decir que no hay ninguna necesidad de confrontar a tu madre.

– ¡Confías en mí! -repitió él-. Ah, cariño -murmuró y se inclinó para colocar un tierno beso en los labios entreabiertos-. Mi querida Kelsa. Confías en mí, a pesar de lo que parecía cuando te mandé flores, cuando… Con razón fingiste que tenías una cita cuando te llamé anoche.

– Lo lamento -se disculpó ella, con los ojos brillantes de amor y el corazón latiendo con un encantador ritmo. Lyle la amaba… ¡Ah, era tan fantástico!-, Aunque…

– ¿Aunque qué, mi amor? No quiero que quede nada oculto entre nosotros.

– En realidad no es nada importante. Sólo que después de la visita de tu madre, estuve muy atormentada -el tierno beso de Lyle en su mejilla era todo el bálsamo que necesitaba y continuó-: Tenía que creerle que… cuando menos… te comprometerías conmigo, especialmente cuando recordé que el jueves por la mañana, el día después de que visitamos a tu tía, oí que le decías a Ramsey Ford que ya se te había ocurrido la noche anterior una excelente forma de conseguir el financiamiento que necesitabas.

– ¿Y pensaste que me refería… a ti? -preguntó él, con un asombro tan real, que Kelsa no podía ponerlo en duda-. ¡Con un demonio! Nunca, ni por un momento… -se interrumpió y luego continuó, acalorado-: ¡Cómo quisiera haber dejado esa puerta abierta! Si lo estuviera, habrías oído cómo le explicaba a Ramsey el plan que tenía para proponérselo a unos banqueros suizos, con los qué había hecho cita unos minutos antes. Y el financiamiento que les pido, mi amor -reveló con una mirada amorosa-, parece virtualmente seguro.

– Ah, Lyle -suspiró ella y luego recordó algo-. Pensabas comprar mi parte, ¿no?

– Ese era mi plan -aceptó él-. Yo tengo bastante dinero por mi cuenta, y pensé que, independientemente de la compañía…

– ¡Pero no tienes que comprar mi parte! -lo interrumpió ella-. Ya estoy haciendo todos los trámites para transferirte todo lo que me dejó tu padre -dijo ella sonriendo… y un instante después se quedó mirándolo, atónita.

– Lo sé -sonrió él- y…

– ¡Lo sabes! -exclamó ella.

– Brian Rawlings me lo dijo cuando…

– Pero… pero…

– ¿Qué sucede, amor? -preguntó él con gentileza, al ver que ella no podía hilar las palabras.

– Pero si tú ya sabías eso… antes de venir acá, entonces eso confirma que no estás… que no piensas casarte conmigo por la herencia -balbuceó ella.

– ¿Te das cuenta, querida mujer, que acabas de aceptar casarte conmigo? -preguntó Lyle con una amplia sonrisa y, sin esperar la respuesta, continuó-: Sin o con esa condenada fortuna, Kelsa Stevens -dijo con seriedad-, tú me perteneces. Ahora, ¿vas a decirme que…?

– Un momento -interrumpió ella-. Dijiste que Brian Rawlings te lo dijo, pero apenas ayer en la tarde fui a verlo.

– Eso me dijo. Yo le telefoneé a su casa, después que tuve una llamada telefónica muy poco satisfactoria contigo.

– Desde Suiza -aclaró ella, algo avergonzada.

– Desde Suiza -convino él-. En mi ira y mis celos, al pensar que salías con otro hombre, sabía que tenía que concentrarme en alguna otra cosa o me volvería loco. Regresé a mi escritorio y vi que necesitaba una asesoría legal sobre algo que podría traerme algún problema, así que llamé por teléfono y lo discutí con Brian. Pero cuando acabamos de hablar de ese asunto, para mi asombro, Brian me dijo que tú lo habías ido a ver, para renunciar a tu herencia y que querías que lo hiciera lo más rápido posible.

– Ah, Lyle -suspiró Kelsa. Ella había confiado en él y ésa era la recompensa por esa confianza. Él la amaba y quería casarse, y no tenía nada que ver con lo que su padre le había legado a ella… porque él sabía desde antes, que eso sería de él, de todos modos.

– Me gusta cómo dices mi nombre -murmuró y la atrajo hacia él. Con ternura, la besó y luego se apartó para revelar-: Mi pequeña, quedé atónito cuando Brian me dijo que renunciaste a tu trabajo, entregaste tu apartamento y que te mudarías de regreso a Drifton Edge.

– Entonces, ¿así fue como supiste que estaría yo aquí?

– No, no entonces. Al principio, estaba tan aturdido que me tomó un buen rato para razonar bien. Pero no podría estar tranquilo y sabía que nunca lo estaría hasta que te viera. De inmediato arreglé mi vuelo de regreso y mis planes para hoy.

– ¡Ah, no has dormido! -gritó ella, viendo las líneas de cansancio alrededor de sus ojos.

– ¿Cómo podía dormir con la cabeza tan llena de dudas? ¿Por qué habías hecho lo que hiciste? ¿Por qué, cuando por la forma en que hablaste conmigo por teléfono, parecía que no podías ni verme y por qué me transferías toda la fortuna?

– Tu… madre no está interesada en la compañía -mencionó Kelsa- y yo no siento tener algún derecho sobre ese dinero.

– Eso no lo sé -sonrió Lyle-, aunque, cuando seas mi esposa, de todos modos, todo será tuyo. Pero, para continuar, estaba tan enamorado de ti y la cabeza me daba vueltas… De pronto, empecé a tener esperanzas.

– ¿Esperanzas?

– Esperanzas de que tú sintieras por mí otra cosa que no fuera odio.

– ¿Cómo me puse en evidencia? Creí haber sido muy cuidadosa.

– No, no fue así. Es decir, sólo cuando reuní varios detalles sueltos, comencé a darme cuenta del todo.

– Alguna vez te acusé de ser demasiado inteligente -se rió ella.

– Uno hace lo mejor que puede -sonrió él.

– Dime, pues.

– Hubo entre nosotros una corriente de atracción desde un principio. Tú me respondiste aquella terrible noche en que empecé a querer violarte.

– Desde entonces me di cuenta yo también de que debía de haber algo especial de ti hacia mí -confesó Kelsa y recibió un besó como recompensa.

– Luego recordé que el jueves que cenamos juntos, había sido una velada maravillosa y cómo parecías sentir lo mismo que yo… Podría jurar que no estaba equivocado. Recordé cómo, cuando nos abrazamos y besamos esa noche, me miraste con ojos amorosos; cómo, sabiendo que tú no eras promiscua… te habrías entregado a mí completamente y tuve que preguntarme, siendo tú tan parecida a tu madre, ¿serías igual a ella en otros aspectos, entregándote por completo, pero sólo cuando había amor? ¿Estarías enamorada de mí? Para cuando aterrizó el avión, yo ya no sabía en qué mundo estaba y me fui de prisa a tu apartamento…

– ¿Fuiste a mi apartamento primero?

– Sí y, aunque tu coche no estaba en el lugar de costumbre, me apoyé en el timbre de tu puerta un largo rato, antes de decidirme a venir hacia acá.

– ¿Brian Rawlings te dio mi dirección?

– Estaba yo tan aturdido, que se me olvidó preguntársela; pero por suerte, tengo una mente que archiva las cosas que pueden ser importantes y recordé la dirección, por tu acta de nacimiento.

– Y viniste en el coche para acá de inmediato -Kelsa lo miró amorosamente.

– De seguro no iba yo a dormir -le aseguró él y continuó-: Cifrando mis esperanzas en el hecho de que tu casa todavía fuera la misma en donde naciste o que Drifton Edge fuera tan pequeño que alguien me indicara dónde vivías… estaba demasiado agitado para buscarlo en el sitio lógico: el directorio telefónico… así que llegué acá, vi las luces encendidas y, por primera vez en mi vida, me dio un ataque de nervios.

– Querido mío -susurró ella-. ¿Fue por eso que te comportaste tan brutalmente cuando llegaste?

– ¿De ese “querido mío”, puedo inferir que me has perdonado? -preguntó él y cuando ella sonrió, continuó-: La cosa empezó a mejorar una vez que empezamos a hablar. Entonces, pude vislumbrar por momentos, a la joven con quien cené el jueves. Cuando me dijiste cómo te visitó mi madre el domingo, me sentí más seguro de tus sentimientos hacia mí.

– Porque, después de su visita, ¿renuncié a mi trabajo y huí?

– Por lo que he sabido de ti, cariño, recordando nuestras riñas, diría yo que no eres del tipo que huye.

– No lo soy -convino ella.

– A menos que hubiera sucedido algo… emocionalmente… que temieras que fuera mucho más terrible, si te quedabas a enfrentártele.

– ¡Sí eres avispado! -sonrió Kelsa.

– Así que deja de tenerme en suspenso y dile a este hombre, que no es tan avispado como te imaginas, que quiere por esposa a una bella mujer con los más maravillosos ojos azules… ¿Sí o no me amas? ¿Estás enamorada de mí o no?

– Sí -susurró ella-. Te amo, Lyle. Estoy enamorada de ti.

– ¿Y te casarás conmigo? -preguntó él con júbilo en los ojos.

– Y me casaré contigo -aceptó ella.

– Mi ángel -suspiró él-. ¡Te adoro! -la acercó más a sí y declaró con voz ronca-. No puedo soportar la idea de estar separado de ti más tiempo, mi amor. ¿Vendrás conmigo a Suiza esta tarde?

– ¡Ah, Lyle! -exclamó ella-. ¿Yo? ¿Esta tarde?

– ¿Y bien? ¿Aceptas?

Kelsa aspiró profundamente y luego aceptó:

– Sí -y al unirse sus labios y acelerarse su corazón, Kelsa supo que ella tampoco podría estar separada de él por más tiempo.

Jessica Steele

***