Paraíso tropical Martha Shaw era una madre soltera que acababa de convertirse en la niñera de la sobrina del guapísimo Lewis Mansfield… y estaba a punto de pasar seis meses en una isla tropical con él y con los niños. Martha no tardó en enamorarse locamente de su atractivo jefe, pero él parecía feliz en su condición de soltero despreocupado y sin planes de pasar por el altar. ¿Sería capaz de arriesgarlo todo y decirle lo que sentía por él?

Su nuevo jefe era realmente irresistible…

Jessica Hart.

Paraíso Tropical

Título original: Her Boss's Baby Plan

CAPÍTULO 1

MARTHA miró su reloj: Eran las cuatro menos veinte. ¿Cuánto tiempo más la haría esperar Lewis Mansfield?

Su secretaria lo había disculpado cuando llegó a las tres, la hora acordada. Le dijo que el señor Mansfield estaba muy ocupado. Martha sabía lo que significaba estar ocupado, pero en su situación no podía dar media vuelta e irse. Lewis Mansfield era la única oportunidad que tenía de ir a San Buenaventura, así que no le quedaba más remedio que esperar.

Confiaba en que se diera prisa. Noah se había despertado y estaba inquieto en su cochecito. Martha lo tomó en brazos y se acercó a mirar las fotografías en blanco y negro que colgaban de las paredes. No mostraban nada interesante: una carretera en medio de un desierto, una pista de aterrizaje, un puerto, otra carretera, esta vez con un túnel, un puente… Eran buenas fotos, pero Martha las prefería con algo de vida. Si al menos apareciera una persona, eso daría un sentido de la proporción a las estructuras. Una modelo en medio de…

– No puedo seguir pensando como una editora de moda -le dijo en voz baja a Noah-. Será mejor que cambie, ¿no? Ahora tengo una nueva profesión.

¿Ser niñera durante seis meses era una profesión? desde luego, no era la idea que tenía en mente cuando acabó la universidad. Martha recordó su apasionante trabajo en Glitz y suspiró. Ser niñera no era precisamente deslumbrante.

Noah, de ocho meses, golpeó suavemente su frente contra el rostro de Martha y ella lo abrazó. Él estaba por encima de cualquier trabajo, por muy interesante que fuera.

Por fin, la puerta del despacho de Lewis Mansfield se abrió y apareció la secretaria.

– Lewis la recibirá ahora. Siento que haya tenido que esperar tanto -se disculpó y miró a Noah-. ¿Quiere que me quede con él?

– Gracias, pero ahora que se ha despertado, será mejor que esté conmigo -contestó-. ¿Puedo dejar el cochecito del bebé aquí?

– Claro -dijo la secretaria y bajando la voz, le advirtió-: Hoy no está de buen humor.

– Quizá se anime cuando descubra que yo soy la respuesta a sus oraciones -bromeó Martha. La secretaria le devolvió una fría sonrisa.

– ¡Buena suerte!

Tras la puerta cerrada, Lewis revolvía los papeles de su mesa mientras esperaba a Martha, malhumorado. Había tenido un día horrible. Savannah se había presentado muy temprano en su casa en un estado lamentable, perseguida por numerosos reporteros deseosos de conocer todos los detalles del último episodio de su larga y tormentosa relación con Van Valerian.

Más tarde, tras conseguir tranquilizar a su hermana, había tenido que atravesar la nube de paparazzi que se encontraba apostada a la puerta de su casa. Había tardado más de lo habitual en llegar al trabajo debido al intenso tráfico y no habían parado de surgir problemas, uno tras otro, que había tenido que resolver con urgencia. Para acabar de arreglar las cosas, la niñera había aparecido a mediodía diciendo que su madre había sido ingresada en un hospital, dejando a Viola a su cargo hasta la noche.

«Al menos Viola se está portando bien», pensó Lewis, y miró hacia el rincón donde dormía plácidamente en su cochecito.

Tenía que aprovechar al máximo lo que quedaba de día. Le hubiera gustado no tener que recibir a Martha Shaw, pero Gilí había insistido tanto en que su amiga era la persona perfecta para cuidar a Viola, que no había tenido otra opción que acceder.

Pero Lewis no estaba tan seguro. Gilí era una amiga de Savannah y trabajaba en una prestigiosa revista. No podía imaginársela amiga de una niñera, y menos aún de la niñera tranquila, sensible y seria que él necesitaba.

La puerta se abrió.

– Martha Shaw -anunció su secretaria, y dejó paso a una mujer estilosa, precisamente del tipo que menos deseaba ver en aquel momento.

«Tenía que haberlo sospechado», pensó con amargura al ver lo atractiva que era. Tenía una bonita melena morena y una amplia sonrisa, pero era demasiado delgada. Se la veía frágil, como si se fuera a romper en dos, y a Lewis eso no le gustaba.

No parecía una niñera seria y sosegada. Martha Shaw transmitía nerviosismo. Estaba tensa y sus grandes ojos marrones se veían cansados. Además, no venía sola.

– ¿Eso es un bebé? -dijo Lewis sin ni tan siquiera molestarse en saludar.

Martha observó como miraba a Noah, que no dejaba de chuparse el dedo mientras con sus grandes ojos azules curioseaba a su alrededor. Estaba claro que no se le escapaba un detalle a Lewis Mansfield, pero sus modales dejaban mucho que desear.

– Eso parece -contestó divertida.

– ¿Qué está haciendo aquí?

Su alegría se topó con el gesto malhumorado de Lewis. No sólo era un maleducado, sino que además carecía de sentido del humor. Sintió que el corazón se le encogía. Aquel no era un buen comienzo para la entrevista.

– Este es Noah -dijo con su mejor sonrisa, en un intento de suavizar las cosas.

No recibió respuesta. Lewis Mansfield era la seriedad personificada. Era alto y fuerte, con un rostro serio y anguloso y unos ojos reservados. Era difícil creer que tuviera algo que ver con la glamurosa Savannah Mansfield, toda una celebridad famosa por su estilo de vida y su inestable forma de ser.

Gilí la tenía que haber informado mejor. Le había comentado que, aunque Lewis podía parecer grosero, en el fondo era encantador.

– Seguro que os llevaréis muy bien -le había dicho.

Por el modo en que la miraba, Martha lo dudó. Se entretuvo estudiando el rostro de Lewis a la espera de que se disculpara por la larga espera o al menos que la invitara a sentarse. Tenía unas cejas muy oscuras y espesas que casi se unían sobre su nariz, lo que le daba un aspecto de enfado permanente. Buscó alguna señal de simpatía en sus ojos o en su boca, pero no tuvo suerte. Estaba enfadado y malhumorado. ¿Aquel hombre encantador? Desde luego que no.

Consciente de que no recibiría disculpa alguna, no estaba dispuesta a seguir perdiendo el tiempo, así que decidió ser ella la que rompiera aquel silencio.

– Se porta muy bien -dijo acariciando el pelo de Noah. Y cruzando los dedos, añadió-: No causará ningún problema.

– Ya he oído eso antes de otras mujeres que me han entregado a su bebé y luego se han marchado, dejándome solo con la responsabilidad de cuidarlo -protestó Lewis, y se levantó de su mesa.

Aquello no iba bien. Martha suspiró. Gilí le había dicho que Lewis Mansfield era ingeniero y que dirigía su propia compañía. Además se estaba ocupando de cuidar al hijo de su hermana. No le había dicho claramente que él estuviera desesperado, pero Martha se había imaginado que así sería. Sin embargo, bastaba una mirada a Lewis Mansfield para comprender que en absoluto estaba desesperado.

Pensó en San Buenaventura y esbozó una sonrisa. Ese era su motivo para estar allí.

Decidió sentarse en uno de los sofás de cuero negro, sin esperar a que se lo ofreciera. Noah pesaba mucho y estaba cansada.

Colocó a Noah junto a ella, haciendo caso omiso a la cara de horror de Lewis. Pero, ¿qué pensaba que Noah podía hacer a su sofá? ¿Llenarlo de babas? Tan sólo tenía ocho meses.

– Gilí me ha dicho que lleva unos meses cuidando al bebé de su hermana. Que se marcha una temporada a una isla del Océano índico con la niña y necesita a alguien que le ayude a cuidarla. Gilí sugirió que yo podría hacerme cargo de ella y así evitarle problemas durante su viaje.

– Es cierto que necesito una niñera -reconoció Lewis-. Savannah, mi hermana, está pasando una mala época. Se le hace difícil cuidar del bebé y más ahora que quiere ingresar en una clínica para recuperarse -añadió, como si Martha no estuviera al tanto de la azarosa vida sentimental y del actual divorcio de su hermana, del que informaban al detalle las páginas de Hello

Martha sabía de todo aquello. En su trabajo en Glitz tenía que leer Hello y esa costumbre había sido imposible de dejar. No podía reprochar a Lewis el tono de disgusto en su voz. Savannah Mansfield era toda una belleza, pero Martha intuía que seguía siendo una chiquilla mimada que cada vez que no se salía con la suya, pataleaba. Su matrimonio con la estrella de rock Van Valerian, que no era conocido precisamente por su buen carácter, había sido sentenciado desde el mismo momento en que anunciaron su compromiso en las portadas de las revistas, luciendo ostentosos anillos de diamantes.

Ahora Savannah iba a ingresar en una clínica famosa por su clientela, celebridades que, a juicio de Martha, acudían a ella para poder soportar la presión de ser tan ricos. Mientras, la pequeña Viola Valerian había sido abandonada por sus padres y dejada a cargo de su tío.

Martha sintió lástima por ella. Lewis Mansfield parecía una persona responsable, pero en absoluto alegre y cariñoso. Era un hombre atractivo. Seguro que si sonriera, tendría otro aspecto. Estudió su boca tratando de imaginárselo sonriendo o en actitud cariñosa. Sintió un escalofrío en la espalda y rápidamente desvió la mirada.

– ¿Quién cuida actualmente de Viola? -preguntó, en un intento por alejar sus pensamientos.

– La misma niñera que se ha ocupado de Viola desde que nació, pero se va a casar el año que viene y no quiere estar lejos de su novio tanto tiempo -dijo. Finalmente añadió-: Necesito alguien que tenga experiencia con bebés y esté dispuesto a pasar seis meses en San Buenaventura.

Por el tono de su voz, Lewis parecía molesto por el hecho de que aquella mujer no estuviera dispuesta a alejarse del hombre al que amaba.

– ¡Soy su chica! – dijo Martha alegremente, feliz de que por fin hubiera mencionado el motivo de la entrevista-. Usted necesita una persona que sepa cuidar de un bebé. Yo sé hacerlo. Busca a alguien que esté dispuesto a pasar seis meses en San Buenaventura. Yo quiero ir allí y estar seis meses. Yo diría que nos necesitamos mutuamente, ¿no?

Lewis la miraba con recelo. Estaba siendo demasiado locuaz.

– Usted no tiene aspecto de niñera -dijo él al cabo de un rato.

– Las niñeras de hoy en día no son aquellas regordetas y sonrosadas matronas de antes.

– Ya veo -contestó secamente. Estaba claro que él esperaba encontrar una mujer mayor que estuviera dispuesta a permanecer con la familia durante generaciones y que se dirigiera a él como señorito Lewis.

Ahora que lo pensaba, ¿cómo era que los Mansfield no tenían a una persona así? No sabía mucho sobre ellos, pero siempre había pensado que esa famosa familia era muy rica, de las que organizan fiestas inolvidables, viven intensos romances y disfrutan de la vida sin hacer nada de provecho. Hasta que vio a Lewis. Quizás él fuera la oveja negra.

– Que no llevemos moño no quiere decir que las niñeras actuales no sepamos cuidar perfectamente a los niños -dijo orgullosa y miró a Noah, que golpeaba el sofá con su mano regordeta.

– Ya lo veo -dijo Lewis sin mucha convicción, mientras miraba de reojo al bebé.

Martha buscó en la amplia bolsa que llevaba y sacó un sonajero con el que distraer a Noah. Este lo tomó y lo agitó, haciéndolo sonar. Aquel sonido siempre le divertía y le hacía sonreír dulcemente. Era tan adorable… ¿Cómo podía alguien resistirse a la ternura de un bebé?

Miró a Lewis y observó que miraba indiferente al niño. Al menos, se había sentado en el sofá frente a ella.

– ¿Es esta su ocupación actual? -le preguntó.

– Es mi única ocupación -contestó Martha lentamente-. Noah es mi hijo -añadió.

– ¿Su hijo? Gilí no me dijo que tuviera un hijo.

Gilí tampoco había mencionado que fuera frío como un témpano de hielo, pensó Martha. No podía reprochárselo. Se había hecho con el puesto de editora de Glitz y ahora estaba ansiosa de deshacerse de ella y de mantenerla alejada, para asegurarse de que no trataría de recuperar su antiguo trabajo.

Todo parecía ir de mal en peor. A ese paso no conseguiría ir a San Buenaventura.

– Lo siento, pero creí que Gilí le habría hablado de Noah.

– Tan sólo me dijo que se le daban bien los bebés, que estaba libre los próximos seis meses y que podría partir de inmediato. Y que deseaba ir a San Buenaventura.

– Es cierto. Lo estoy… -Martha fue interrumpida por Noah, que arrojó su sonajero a Lewis y rompió a llorar-. Tranquilo, cariño -lo consoló, mientras recogía el sonajero.

Pero ya era demasiado tarde. El bebé que dormía en un rincón se había despertado y comenzaba a lloriquear.

– ¡Lo que faltaba! -protestó Lewis.

Martha se puso en pie de un salto, tomó a Viola y la meció en sus brazos, hasta que el llanto se transformó en sollozos. Entonces, se sentó de nuevo en el sofá y la puso sobre su regazo.

– Deja que te vea -dijo Martha observando al bebé-. Eres preciosa, ¿lo sabes, verdad?

Martha pensaba que todos los bebés eran adorables, pero Viola era especialmente bonita. Tenía el cabello rubio y ondulado y los ojos azules, con largas pestañas que brillaban humedecidas por las recientes lágrimas derramadas. Sorprendida, no quitaba ojo a Martha, que la miraba sonriente.

– ¿Qué tiempo tiene? -le preguntó a Lewis, mientras hacía cosquillas a Viola provocando sus carcajadas-. Parece de la misma edad que Noah.

Aturdido por la sonrisa cálida del rostro de Martha, Lewis se esforzó en responder:

– Tiene unos ocho meses -dijo después de hacer los cálculos necesarios.

– ¡Como Noah! -exclamó ella.

El niño empezaba a estar celoso por la atención que estaba recibiendo Viola, así que Martha puso a ambos sobre la alfombra. Los bebés se observaron fijamente.

– Parecen gemelos, ¿verdad?

– Si olvidamos que una es rubia y el otro moreno -repuso Lewis, dispuesto a no hacer ninguna concesión.

– Bueno, no gemelos idénticos -dijo Martha conciliadoramente-. ¿Cuándo es el cumpleaños de Viola?

– Creo que es el nueve de mayo.

– ¿De verdad? -preguntó Martha sorprendida-. Ese día también es el cumpleaños de Noah. ¡Qué coincidencia! -exclamó, y observó a los bebés, que continuaban sobre el suelo, mirándose desconcertados-. ¡Esto es una señal! -añadió mirando a Lewis.

No parecía impresionado. Martha estaba segura de que él no creía en las casualidades del destino, así que no tenía ningún sentido preguntarle por su signo del horóscopo. Seguramente ni siquiera lo sabría.

– No me ha dicho por qué quiere ir a San Buenaventura -dijo él distraídamente. Se estaba fijando en el modo en que Martha sujetaba a Viola, en cómo sonreía a los dos bebés, en el resplandor que iluminaba su rostro. De repente, pensó que tenía que dejar de fijarse en aquellos detalles. No tenía tiempo para eso.

– ¿Tiene que haber una razón para que alguien quiera pasar seis meses en una isla tropical? -dijo Martha.

Su tono de voz era neutro, pero Lewis tuvo el presentimiento de que escondía algo y frunció el ceño.

– Quiero asegurarme de que la niñera que venga con nosotros sabe en lo que se está metiendo -dijo secamente-. San Buenaventura está aislado, en medio del Océano índico. La ciudad más cercana está a cientos de kilómetros. La isla es muy pequeña y no hay donde ir, salvo unas cuantas islas cercanas que son todavía más pequeñas.

En ese momento, Viola empujó a Noah y éste rompió a llorar. Lewis estaba al límite de su paciencia.

Quizá no había sido una buena idea poner juntos a los bebés. Martha recogió a ambos y los sentó sobre su regazo. Le dio el sonajero a Noah y un osito de peluche a Viola, que rápidamente se lo llevó a la boca.

– Lo siento -dijo Martha, y se giró hacia Lewis-. ¿Qué me estaba diciendo?

Lewis observaba a su sobrina, que miraba a Noah con el mismo gesto de soberbia que su madre y, por un momento, casi estalló en carcajadas. Reparó en Martha. Tenía que admitir que, a pesar de que no tenía aspecto de niñera, no se le daba nada mal.

De repente, recordó que Martha le había hecho una pregunta y que todavía no la había respondido. Se arrepintió de haberse distraído.

– Me estaba hablando de San Buenaventura -le dijo Martha afablemente.

Aquello lo irritó todavía más. Estaba quedando como un tonto. Se puso rápidamente de pie y caminó por la habitación.

– Un ciclón arrasó la isla el año pasado y destruyó muchas construcciones. Por eso tengo que ir. El Banco Mundial financia la construcción de un puerto y un aeropuerto, además de las carreteras de acceso. Es un gran proyecto.

– Pero todo eso llevará más de seis meses, ¿no? -preguntó Martha sorprendida.

Lewis soltó una carcajada.

– ¡Por supuesto! Nosotros nos vamos a encargar de diseñar el proyecto y de supervisar la construcción.

Habrá un ingeniero allí destinado, pero quiero estar presente al menos durante la primera fase. Es un proyecto de gran envergadura y, en estos momentos, la compañía pasa por un momento difícil. Necesitamos que sea un éxito.

– Así que pasará seis meses preparando todo y luego volverá a Londres.

– Esa es la idea. Quizá tenga que permanecer algún tiempo más, depende de cómo vayan las cosas. Tendremos que hacer varias comprobaciones sobre el terreno, lo que puede provocar cambios de última hora en el diseño y, además, es importante establecer una buena relación con las autoridades locales. Esas cosas llevan su tiempo -dijo Lewis mientras sentía los ojos de Martha sobre él. Deseaba que dejara de mirarlo con aquella oscura e inquietante mirada que tanto lo turbaba, por lo que bruscamente concluyó-: De todas formas, Savannah estará recuperada y podrá hacerse cargo de Viola en seis meses. En cuanto al puesto de niñera, se trata de un trabajo para seis meses.

No tenía por qué darle explicaciones a Martha sobre el proyecto ni sobre los motivos por los que éste era tan importante, pensó Lewis. Podía estar dando la impresión de que le interesaba su opinión.

– Entiendo -dijo Martha.

– Lo que quiero decir es que no se trata de unas largas vacaciones en la playa. San Buenaventura no está preparado para el turismo y la comunidad extranjera es pequeña. Estaré muy ocupado y probablemente pase todo el día trabajando, incluso algunas noches. La persona que se encargue de Viola va a aburrirse unos cuantos meses. Tendrá que cuidar de la niña. El clima es fantástico, pero aparte de la playa no hay mucho más que hacer. Perpetua, la capital, es pequeña y las tiendas son escasas, con gran cantidad de productos importados. En ocasiones, pueden llegar a estar vacías durante meses.

– Ya veo -dijo Martha sonriendo.

Lewis frunció el ceño y metió las manos en los bolsillos.

– Quiero que tenga claro que si lo que espera encontrar es un paraíso, será mejor que lo olvide.

– No busco el paraíso en San Buenaventura -dijo Martha mientras lo miraba a los ojos.

– ¿Qué busca entonces?

Por un momento, Martha dudó. Había confiado en no tener que contarle toda la historia en aquel momento, pero sería mejor ser franca desde un principio.

– Estoy buscando al padre de Noah.

– ¿Cómo puede haber perdido a alguien tan importante? -preguntó y, con gesto burlón, añadió-: ¿O fue él quien la perdió?

Martha se sonrojó.

– Rory es biólogo marino. Está haciendo la tesis sobre algo relacionado con corrientes marinas y bancos de coral en un atolón de San Buenaventura.

– Si sabe dónde está, ¿por qué tiene que ir hasta allí para contactar con él? Seguro que tiene correo electrónico. Hoy en día, hay muchas maneras de comunicarse.

– No es tan fácil -dijo Martha-. Necesito verlo. Rory no sabe que existe Noah y no es una noticia para darle a través del correo electrónico. ¿Qué debería decir? Algo así como: «¿Sabes que tienes un hijo?»

– ¿Es eso lo que le va a decir cuando lo vea?

– Creo que será mejor que se lo diga cara a cara. Así también conocerá a Noah.

– Y de paso, podrá sacarle un dinero, ¿verdad?

– No es una cuestión de dinero -repuso Martha. Sus oscuros ojos brillaban con furia-. Rory es bastante más joven que yo. Está todavía estudiando y apenas tiene recursos para vivir él, mucho menos para mantener un bebé. Económicamente no puede hacerse cargo de Noah y tampoco yo lo pretendo.

– Entonces, ¿para qué buscarlo?

– Creo que Rory tiene derecho a saber que tiene un hijo.

– ¿Aunque no se haya preocupado de mantener el contacto?

Aquello era difícil de explicar a alguien como Lewis.

– Conocí a Rory a comienzos del año pasado. No fue una aventura. Me gustaba mucho y lo pasábamos muy bien juntos, pero éramos conscientes de que lo nuestro no duraría. Para empezar, nuestras vidas eran totalmente diferentes. Él estaba en Gran Bretaña asistiendo a unas conferencias para preparar su tesis y yo tenía un buen trabajo en Londres. Siempre supimos que él volvería a San Buenaventura para terminar sus estudios y para los dos fue… -se detuvo pensando las palabras adecuadas- un bonito encuentro.

– ¿Él no supo que se quedó embarazada?

– Sí. Me enteré antes de que se fuera y se lo dije. Tenía que decírselo.

– ¿Y aun así se fue? -preguntó interesado, y Martha lo miró con curiosidad.

– Lo discutimos y decidimos que ninguno de los dos estaba preparado para formar una familia. Yo estaba muy metida en mi trabajo, no podía imaginar un bebé en mi vida. El caso es que le dije que yo me ocuparía de todo, que no tenía por qué preocuparse – se detuvo recordando aquellos momentos. Todavía podía ver la expresión de alivio de Rory cuando oyó aquellas palabras-. Parecía lo más sencillo para todos, así que él volvió a San Buenaventura y yo cambié de opinión.

Martha miró a Noah y le acarició el pelo. Sólo pensar lo cerca que había estado de deshacerse de él, la estremeció.

Lewis la miraba con reservas. Estaba convencido de que todas las mujeres tenían por costumbre cambiar continuamente de opinión, sin preocuparse de las consecuencias que eso tenía para los demás.

– Déjeme adivinarlo. Su reloj biológico estaba corriendo, sus amigas estaban teniendo hijos y jugando a ser madres y usted también quiso probarlo -le dijo él secamente.

Martha se asustó por el tono amargo de su voz. ¿Qué pretendía? No podía dejarse amilanar; era su pasaje para San Buenaventura.

– Quizá tenga razón en lo del reloj biológico -admitió-. Tengo treinta y cuatro años y ninguna relación seria. Podía ser mi última oportunidad para tener un hijo. Antes, nunca me había preocupado ese asunto. Tuve un novio durante ocho años y, para los dos, nuestro trabajo era lo primero. Nunca hablamos de tener hijos y pensé que era un tema que no me importaba, hasta que me quedé embarazada. Es difícil de explicar, pero todo cambió cuando Rory se fue. Supe que no podría hacerlo y decidí quedarme con el bebé.

Lewis se mostraba indiferente.

– ¿Por qué no le dijo que había cambiado de opinión?

– Sabía que él no podría hacer nada para ayudar. De todas formas, la última decisión era mía. No quería que Rory se sintiera responsable.

– ¿También ha cambiado de opinión respecto a eso?

Martha lo miró con cautela. Había un tono de hostilidad en su voz que no lograba entender. No estaba segura de si era un odio hacia las mujeres en general o a las madres solteras en particular. Era una lástima. Se había hecho ilusiones al oírlo hablar de su proyecto con aquel entusiasmo, caminando enérgicamente por su oficina. Se había mostrado más cálido y accesible. Más atractivo. Incluso había llegado a pensar que no sería tan terrible pasar seis meses con él después de todo.

Ahora, ya no estaba tan segura.

CAPÍTULO 2

MARTHA alzó la barbilla. Lo importante era convencer a Lewis para que le diera el trabajo. Necesitaba ir a San Buenaventura y le tenía que hacer entender lo importante que era para ella.

Miró a su hijo. El era el motivo por el que estaba allí.

– Cuando Noah nació, mi vida cambió -comenzó a decir. Hizo una pausa para escoger las palabras, antes de continuar-. Bueno, es difícil de explicar a alguien que no tiene hijos. Las cosas que antes parecían importantes, ya no lo son. Ahora lo principal es Noah. Quiero darle todo lo que un niño necesita. Amor, seguridad, apoyo… -Martha se detuvo y suspiró-. Por eso quiero que conozca a su padre. Cuanto más crece, más consciente soy de que necesita un padre. No pretendo que Rory se sienta obligado, pero quiero darle la oportunidad de que elija si quiere ser parte de la vida de su hijo. Me gustaría que lo viera crecer y compartiera su vida, pero no quiero hacerme ilusiones hasta que Rory lo conozca. Por eso quiero ir cuanto antes a San Buenaventura.

Lewis no respondió inmediatamente. Volvió a sentarse y se quedó mirándola con una expresión indescifrable.

– Si es tan importante para usted, ¿por qué no compra un billete de avión y va hasta allí? -preguntó por fin-. No será difícil dar con él. ¿Para qué complicarse la vida y trabajar como niñera?

– Porque no puedo permitírmelo -contestó Martha con franqueza-. Usted mismo ha dicho antes que no es un destino turístico. El viaje es muy caro, especialmente si no sé cuánto tiempo voy a tardar en encontrar a Rory. No dispongo de tanto dinero en estos momentos.

– No soy ningún experto -dijo incrédulo, levantando una ceja-. Pero la ropa que lleva parece cara. Parece imposible que no pueda pagarse el viaje.

La miró de arriba abajo. Llevaba pantalones de ante, una bonita blusa y unas botas de tacón alto.

– Esta ropa me la compré antes de tener a Noah. Ahora, aunque pudiera no me la compraría -dijo mirando las manchas en los pantalones-. No es apropiada para cuidar a un bebé.

– Cuando dijo que tenía un buen trabajo, ¿no sería como niñera, verdad? -preguntó él irónicamente.

– No. Entonces era editora de moda de Glitz, una prestigiosa revista femenina. Me encantaba mi trabajo y tenía un buen sueldo -hizo una pausa y añadió-: Disfrutaba de un alto nivel de vida. Solía comer en restaurantes, pasaba maravillosas vacaciones… Pero nunca me preocupé de ahorrar. Vivía el momento y el futuro no me preocupaba.

Martha suspiró y recordó con qué facilidad se había gastado el dinero en zapatos y ropa de última moda. Sólo con el dinero que había gastado en taxis, hubiera tenido suficiente para vivir un año en San Buenaventura.

– Pero el futuro llega. ¿No puede volver a su trabajo?

– Lo intenté después de tener a Noah, pero fue difícil. Estaba tan cansada que no podía centrarme. Después de varios errores, la editora me dijo que iba a prescindir de mí -Martha se estremeció y continuó-: No la culpo. Las sesiones de fotos cuestan mucho dinero y no se puede perder ni un minuto porque la editora de moda no sepa ni en qué día vive.

– Tenía que haberlo pensado antes de tener al bebé -dijo Lewis fríamente.

– Y claro que lo hice. Por eso no tuve hijos antes, pero no me arrepiento de haber tenido a Noah. No quiero un trabajo absorbente que me haga tener que dejar al niño al cuidado de otra persona durante todo el día. Quiero estar con él ahora que es pequeño. He hecho algún trabajo por mí cuenta, pero no me da lo suficiente para seguir pagando la hipoteca de la casa que compré justo antes de tener a Noah -Martha se detuvo pensativa y continuó-: Es un piso fabuloso, con vistas al río, pero no puedo vivir allí y hacer frente a los gastos. Lo tengo alquilado y con la renta que obtengo, pago la hipoteca. Nosotros vivimos en un pequeño estudio y, francamente, apenas puedo pagar el alquiler en este momento.

– ¿Y por qué no vende su piso? Si es tan bonito como dice, no será difícil hacerlo.

Lewis tenía una mentalidad evidentemente práctica, lo que no era extraño en un ingeniero, a juicio de Martha.

– Probablemente lo haga -dijo-. Pero no quiero tomar ninguna decisión hasta que haya hablado con Rory. Una vez lo haya hecho, sabré qué hacer. Por eso cuando Gilí me dijo que necesitaba una niñera para ir a San Buenaventura, me pareció una oportunidad perfecta.

Sus ojos se encontraron con la fría mirada de Lewis.

– Para usted quizás pero yo no tengo garantías de que tan pronto llegue, dedique todo su tiempo a buscar a su amigo.

Martha respiró profundamente en un intento de mantener la paciencia.

– Le aseguro que cumpliré el contrato. En esos seis meses, tendré tiempo suficiente para encontrar a Rory, que conozca a Noah y se acostumbre a la idea de que tiene un hijo. Así no se sentirá obligado a tomar una rápida decisión. Si después de eso quiere que nos quedemos, bien. Si no, volveremos con usted y Viola. Al menos habré hecho lo posible para que conozca a su hijo.

Viola se estaba aburriendo. Había tirado el oso de peluche que había estado chupando y comenzaba a estar inquieta. Martha la puso sobre su regazo y le dio otro juguete de su bolsa para distraerla. La niña lo tomó alegremente.

Noah recogió el osito, molesto por la atención que su madre estaba prestando a su rival. Lewis miró como Martha se las apañaba con los dos bebés y frunció el ceño.

– No puede ser niñera -dijo bruscamente-. Apenas puede arreglárselas con dos bebés.

– ¿Cómo que no? Ninguno está llorando -repuso Martha, deseando que Viola y Noah permanecieran tranquilos.

– Todavía no. Pero sentarlos en su regazo y entretenerlos con juguetes está bien durante un rato. ¿Qué pasará cuando los dos se pongan a llorar o sea la hora de comer?

– Las madres de gemelos consiguen arreglárselas -repuso Martha.

– Pero ellas están acostumbradas.

– Yo también me acostumbraré -dijo ella desafiante.

– Sea realista -dijo él. Estaba aturdido por la manera en que ella, sentada frente a él, lo miraba con aquellos grandes ojos marrones-. Tiene aspecto de no haber dormido bien últimamente. No creo que pueda ocuparse de dos bebés a la vez. No quiero tener que cuidar de usted y de Noah, además de Viola.

Lewis pensó que a aquella mujer le vendrían bien seis meses de sol para relajarse y recuperar el sueño perdido. Pero se detuvo y recapacitó. Los problemas de Martha Shaw no eran asunto suyo.

– Soy más fuerte de lo que parece -afirmó Martha-. Llevo ocho meses cuidando a un bebé y sé mejor que usted lo que eso supone. Estoy segura de que me las apañaré. Por favor, lléveme con usted. Viola es un encanto y cuidaré de ella como si fuera hermana gemela de Noah. Creo que nos necesitamos mutuamente.

Lewis arqueó una de sus cejas. Al momento, Martha se arrepintió de lo que acababa de decir. Por si fuera poco, sintió que se ruborizaba.

– Sé lo que quiere decir -dijo él secamente, y se puso de pie. Dio unos pasos y por fin, añadió-: He de decirle que accedí a verla por Gilí. Insistió en que usted era la persona que necesitaba.

– Y así es -afirmó Martha dispuesta a no cometer más errores.

Lewis no estaba tan seguro. No podía imaginarse compartiendo una casa con ella durante seis meses.

Aquellos ojos, aquellos labios carnosos… podían ser muy tentadores. Además, tampoco parecía el tipo de niñera que él necesitaba.

– Debí haberle dicho a Gilí que tenía otra candidata para el puesto -dijo, tratando de olvidar la idea de vivir con Martha durante seis meses-. He conocido a otra persona esta mañana y tengo que reconocer que me gustó mucho. Eve es una niñera con gran experiencia, muy… -aburrida, fue la única palabra que se le vino a la mente. Se detuvo un momento para buscar la palabra adecuada y concluyó-: Eficiente.

– Los bebés no necesitan eficiencia. Necesitan amor, paciencia y una rutina.

– Eve tiene muy buenas referencias. Estoy seguro de que sabe exactamente lo que un bebé necesita. Es una mujer muy sensible y no tiene compromisos. Así se podrá centrar en el cuidado de Viola, al contrario que usted. He de tener en cuenta que la niñera de Viola vivirá conmigo durante seis meses, así que es importante que nos llevemos bien. Eve parece seria y responsable, por lo que confío en que se adapte rápidamente.

– Entiendo -dijo ella, y se puso en pie. Dejó a Viola en su carrito y se despidió-. En ese caso, no hay nada más que decir. Gracias por su tiempo.

Recogió los juguetes y tomó a Noah en brazos.

– Lo siento -dijo Lewis bruscamente, como si le costara trabajo pronunciar las palabras-. No creo que hubiera funcionado.

Martha tomó otra cucharada de puré y se la ofreció a Noah. Éste apretaba los labios y sacudía la cabeza, negándose a abrir la boca.

– ¿Por qué los hombres sois tan difíciles? -dijo empezando a impacientarse.

Noah ni se inmutó. Permanecía con la boca cerrada. En ocasiones, podía ser muy cabezota. Como Lewis Mansfield.

Martha suspiró. Se metió la cuchara en la boca y siguió leyendo los anuncios del periódico. Había decidido olvidarse de momento de San Buenaventura y buscar otro trabajo. El problema de muchos trabajos es que no pagaban lo suficiente para cubrir los gastos de guardería, así que estaba considerando seriamente un puesto de niñera o de empleada de hogar en el que pudiera tener a Noah con ella.

Continuó jugueteando con la cuchara mientras leía. De repente, el teléfono sonó. Sería Liz, que como todos los días llamaba para animarla.

– ¿Hola? -dijo ladeando la cabeza para sujetar el aparato con su hombro, sin molestarse en sacar la cuchara de su boca.

– ¿Martha Shaw?

Se le cayó el teléfono de la impresión. Era la voz de Lewis Mansfield. Recogió el teléfono antes de que llegara a tocar el suelo y se sacó la cuchara.

– Sí, soy yo -contestó Martha sorprendida.

– Soy Lewis Mansfield. Quería saber si seguía interesada en venir a San Buenaventura a cuidar de Viola.

Estaba enfadado. Era obvio que habría hecho cualquier cosa antes que llamarla, así que algo no había salido como él esperaba. Debía de estar desesperado, así que Martha decidió hacerle sufrir.

– Creí que ya tenía la candidata perfecta. ¿Cómo se llamaba?

– Eve -contestó Lewis molesto.

– Eso es, Eve. ¿No aceptó el trabajo?

– En un principio sí, pero una vez que hice todos los arreglos necesarios, me llamó y me dijo que no estaba interesada.

– ¡Qué falta de seriedad! -exclamó Martha con ironía, disfrutando de la situación.

– El asunto es que nos vamos este fin de semana y no tengo tiempo de seguir buscando niñera. Si puede estar lista para entonces, me ocuparé de los billetes de avión para usted y su hijo.

– Pero usted cree que no nos llevaremos bien -le recordó Martha.

– Nunca dije eso.

– Lo dio a entender.

– Los dos tendremos que esforzarnos -dijo Lewis, que comenzaba a estar impaciente-. De todas formas, tendré mucho trabajo y apenas nos veremos. Si viene a San Buenaventura no tendremos más remedio que llevarnos bien.

– Lástima que se haya quedado sin una persona tan seria y responsable, tan…, ¿cómo era la palabra? ¡Ah, sí! Eficiente.

– La ventaja de Eve es que no tenía compromisos -dijo Lewis, enojado-. Confío en que usted sepa ser seria, responsable y eficiente. Y fuerte. Va a tener que serlo.

– ¡Claro que lo seré!

– Francamente, estoy desesperado -admitió Lewis-. Usted me dijo que quería ir a San Buenaventura y ahora le estoy ofreciendo la oportunidad de hacerlo. Si acepta el trabajo, le enviaré rápidamente los billetes. Si no, dígamelo y buscaré otra solución.

Martha no estaba dispuesta a dejarlo escapar. -Lo acepto.

En el avión, Martha tomó un sorbo de champán y trató de olvidar que Lewis estaba sentado al otro lado de los asientos. Les habían puesto en la primera fila para que los bebés pudieran dormir en unas cunas especiales. Cada uno se sentó en un extremo, dejando libres los cuatro asientos intermedios. Apenas habían tenido ocasión de hablar en el aeropuerto debido al voluminoso equipaje que llevaban y a las gestiones que tuvieron que hacer para facturarlo. Además, los bebés habían estado todo el tiempo despiertos y habían tenido que entretenerlos hasta que embarcaron.

Ahora Viola y Noah dormían. El avión había alcanzado su altura de crucero y había un suave murmullo producido por el resto de los pasajeros, a la espera de que les sirvieran el almuerzo.

Martha se sentía incómoda por el silencio que había entre ellos. Cada uno estaba en un extremo, lo que hacía imposible mantener una conversación. Lo peor era que el vuelo sería largo. Decidió acercarse a él, lo que supuso una serie de equilibrios para sujetar su copa y, a la vez, plegar las bandejas. Por no hablar de toda la parafernalia de juguetes que tuvo que mover de un asiento a otro. Finalmente, se sentó dejando un asiento libre entre ella y Lewis.

– ¿Qué está haciendo?

– Intento ser sociable -dijo mientras se retiraba un mechón de pelo de la cara-. No podemos estar hablándonos a gritos todo el viaje hasta Nairobi.

– Creí que preferiría descansar.

Aquello sorprendió a Martha.

– Todavía no nos han servido el almuerzo. Además, no tengo sueño -sonrió-. Parece un buen momento para irnos conociendo. Después de todo, vamos a estar juntos seis meses y tenemos que irnos haciendo a la idea. Además, el vuelo desde Nairobi lo vamos a hacer en un avión más pequeño que éste y nos sentaremos muy cerca.

– Eso será lo más cerca que estemos el uno del otro -dijo Lewis secamente.

Martha suspiró.

– Mire, si lo prefiere me vuelvo a mi asiento. Siento haberme acercado -dijo a la vez que se desabrochaba el cinturón de seguridad.

– ¡Quédese donde está! -exclamó enojado. Suspiró y cambiando el tono de su voz, añadió-: Discúlpeme, pero estoy muy preocupado últimamente y pierdo la paciencia enseguida. Las cosas en la oficina no van bien, la mitad de los proyectos están dando problemas, las negociaciones del puerto de San Buenaventura están paralizadas. Por si fuera poco, también está Savannah. Tiene razón, será mejor que nos vayamos conociendo.

Martha sintió lástima por él. Había leído en las revistas la última escena que había montado su hermana. Incluso había acudido la policía. Al final, el mismo Lewis la había llevado a la clínica ante la presencia de los periodistas, que no habían dejado de golpear las ventanillas del coche y de hacer preguntas sobre detalles íntimos de la vida de su hermana. Parecía cansado.

– No se preocupe. Ha tenido muchos problemas de los que ocuparse.

Martha estaba desconcertada. Ya se había acostumbrado a su carácter tan seco y, de repente, era amable y considerado.

– ¿Cree que podemos empezar de nuevo? -preguntó Lewis, amablemente.

– Desde luego -contestó Martha y, alargando su mano, añadió con alegría-. Soy Martha Shaw.

– Encantado de conocerla -dijo Lewis sonriendo a la vez que tomaba su mano y la estrechaba entre la suya.

Martha deseó que no lo hubiera hecho. Sintió el roce de sus dedos fuertes y cálidos y se estremeció.

Rápidamente ella retiró su mano y tomó un largo sorbo de champán. No supo por qué había pedido aquella bebida. Había escrito numerosos artículos sobre la deshidratación que los vuelos largos producían y la necesidad de beber mucha agua para evitarla. Pero cuando vio que Lewis pedía una botella de agua decidió llevarle la contraria y pedir una copa de champán.

Había sido una tontería por su parte, especialmente ahora que Lewis parecía tan amable e incluso sonriente.

No sabía qué más decir. Miraba fijamente la pantalla que indicaba la ruta del avión, que en aquel momento volaba en dirección sur.

– ¿Qué le pasó a Eve? -preguntó Martha por fin.

– ¿Eve?

– La niñera perfecta -le recordó-. Aquella que era tan seria, responsable y eficiente. Aquella que no tenía compromisos.

– Ah, sí. Resulta que se enamoró -respondió Lewis distraídamente.

Se sentía aturdido. No sabía si era la sonrisa de Martha o el brillo de sus ojos. Miró el vaso de agua que sostenía en su mano. Desde luego, el alcohol no era el culpable. Lo más probable es que fuera la presión, pensó.

Martha se giró en su asiento y lo miró sorprendida.

– ¿Se enamoró?

– Eso me dijo. La entrevisté el lunes, el martes aceptó el trabajo y el miércoles conoció a un hombre en una fiesta. El jueves me llamó y me dijo que iba a pasar el resto de su vida con él y que no quería venir a San Buenaventura.

– ¿De verdad? -dijo Martha entre risas-. Así que después de todo, no era tan responsable.

– Eso parece. Ha dejado un buen trabajo para irse con un hombre al que acaba de conocer; es lo más ridículo que he oído nunca.

– A menos que se haya enamorado de verdad.

– ¿Cómo puede haberse enamorado? -preguntó Lewis-. Apenas conoce a ese hombre.

– Entonces, ¿no cree en el amor a primera vista?

– ¿Usted sí? -preguntó Lewis.

– Antes sí.

– ¿Y qué le hizo cambiar de opinión?

– Descubrí que el amor a primera vista no dura -dijo Martha con una triste sonrisa. Se quedó mirando el vacío mientras lo recordaba-. Cuando conocí a Paul parecía el hombre perfecto. Nuestros ojos se encontraron y supe que era el hombre ideal. Pasé el resto de la noche con él y nos fuimos a vivir juntos una semana más tarde. Éramos almas gemelas. Al menos no hicimos la tontería de casarnos.

Aquella descripción de cómo se había enamorado incomodó a Lewis.

– ¿Qué pasó?

– Lo habitual: la convivencia, las mentiras, el trabajo… Paul y yo hicimos cuanto pudimos, pero al final tuvimos que dejarlo. Separarnos fue difícil, después de todos los planes que habíamos hecho juntos -se quedó pensativa unos instantes, antes de continuar-. Tomé la decisión de no volver a pasar por lo mismo otra vez. Una relación ha de basarse en algo más que en la atracción física.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó Lewis, enarcando una ceja.

– Quiero decir que es mejor ser realista que dejarse llevar por el romanticismo. Para que una relación funcione, es más importante la amistad y el respeto que la atracción física.

– ¿Fue eso lo que pasó con el padre de Noah? -preguntó Lewis y descubrió, sorprendido, que se sentía celoso.

– No, fue algo más que un flechazo. Ocurrió poco después de romper con Paul. Mi autoestima estaba por los suelos y entonces conocí a Rory en una fiesta. Era más joven que yo y muy atractivo. Acababa de llegar de San Buenaventura y su piel bronceada contrastaba con su cabello rubio. Había muchas mujeres bonitas en la fiesta y podría haberse quedado con cualquiera de ellas, pero se quedó conmigo toda la noche. Me sentí muy halagada. Si hubiéramos seguido más tiempo juntos, ¿quién sabe? -dijo, y sonrió-. Pero Rory tenía que volver a San Buenaventura. Los dos sabíamos que lo nuestro no podía durar, así que procuramos divertirnos y pasarlo lo mejor posible.

Lewis escuchó con atención sus palabras mientras observaba su rostro. A pesar de las finas arrugas alrededor de sus ojos, era muy atractiva. Sus labios carnosos eran tremendamente tentadores. No le sorprendía que Rory la hubiera escogido.

– ¿Y el embarazo? -preguntó Lewis, que se estaba cansando de oír hablar de Rory.

– Fue un accidente -dijo Martha-. Fuimos a pasar el fin de semana a París y la última noche cenamos ostras. Yo tomaba anticonceptivos y aquellas ostras me sentaron mal. Estuve vomitando dos días y bueno… ocurrió. No fue la mejor manera de iniciar una familia, pero no cambiaría a Noah por nada del mundo -hizo una pausa antes de continuar-. De todas formas, no tiene por qué preocuparse. No saldré corriendo detrás del hombre de mis sueños como Eve. Soy mucho más realista ahora respecto al amor y, francamente, no quiero enamorarme otra vez.

CAPITULO 3

LEWIS recorrió con la mirada el rostro de Martha y se detuvo en sus ojeras. -Parece cansada -dijo él.

– Lo estoy. No recomendaría a nadie criar a un hijo solo, especialmente si le gusta dormir -dijo ella con una amarga sonrisa-. Uno no se hace a la idea de lo cansado que puede ser hasta que no tiene un hijo. Entonces descubres lo que es pasar las noches sin dormir.

– Si es tan duro, ¿por qué todas las mujeres están deseando tener hijos?

– Porque la alegría que te proporcionan merece cualquier esfuerzo -dijo Martha, y se inclinó a acariciar la mejilla de Noah-. Merece la pena cada momento que pasas preocupándote de si estará bien o si será feliz o si le podrás dar todo lo que necesita.

– Todo eso suena muy bien, pero en mi opinión, hay muchas mujeres que tienen hijos sólo para satisfacer sus propias necesidades -afirmó Lewis con amargura-. Se preocupan más de sus deseos que de las necesidades de los niños. Y cuando ya no pueden más, ¿qué hacen?

– ¿Entregárselos a sus hermanos para que los cuiden? -adivinó Martha, en clara referencia a Savannah.

– O a cualquiera que esté dispuesto a hacerse cargo para seguir haciendo lo que le dé la gana.

Se hizo un tenso silencio. Martha tenía la sensación de estar entrando en terreno peligroso.

– ¿Por qué accedió a cuidar a Viola? -preguntó curiosa.

– ¿Qué otra cosa podía hacer? -dijo Lewis encogiéndose de hombros-. Mi hermana estaba histérica, el bebé no dejaba de llorar… Savannah es muy inestable y últimamente no lo ha pasado bien. En su situación, no puede hacerse cargo de la niña. Además, el padre de Viola está en Estados Unidos o, al menos, allí estaba la última vez que supe de él -suspiró-. Soy el único que puede ocuparse de ella en estos momentos.

Martha lo observaba conmovida. Lewis había sido muy frío la primera vez que se habían visto. Le había parecido un hombre antipático y descortés, pero ahora se daba cuenta de que era un hombre bueno y decente.

– Debe de estar muy unido a su hermana si ella recurre a usted en busca de ayuda -dijo Martha después de un rato.

– En parte, es culpa mía que sea como es. Su madre había heredado una gran fortuna y la dejó cuando tenía cuatro años. Era una mujer muy guapa y caprichosa, como Savannah. Cuando se divorció de mi padre, se marchó a vivir a Estados Unidos, y dos años más tarde murió en un accidente de tráfico. Toda la herencia fue depositada en una fundación hasta que mi hermana cumpliera los dieciocho años, y desde entonces Savannah ha estado malgastando su fortuna -admitió con tristeza-. Es catorce años más joven que yo y no tuvo una niñez feliz. Siempre estuvo atendida por niñeras porque mi padre se desentendió de ella. Siempre estaba ocupado con su trabajo. Yo trataba de pasar las vacaciones con ella. Cuando ella tenía dieciséis años, mi padre murió. Siempre andaba metida en problemas y yo era quien resolvía todo. Tenía que haber sido más severo con ella. Quizás ahora no sería tan caprichosa.

– No fue culpa suya. Tuvo que ser difícil ocuparse de una adolescente. Seguro que lo hizo lo mejor que pudo.

– Helen siempre me decía que tenía que ser más estricto con Savannah -dijo Lewis abstraído.

– ¿Quién es Helen? -preguntó ella con curiosidad.

– Mi novia.

¿Su novia? Martha sintió un pellizco en el estómago. Estaba sorprendida. ¿Cómo no había pensado que pudiera tener una novia? Tenía casi cuarenta años. Era inteligente, decidido, seguro y atractivo. Era lógico que tuviera novia.

– Estuvimos juntos algunos años -continuó Lewis-. Pero acabó cansándose de las escenas de Savannah cuando venía borracha o de sus llamadas en mitad de la noche. Helen tenía razón. He hecho que Savannah dependa de mí y nunca he dejado de mimarla. Pero su vida no ha sido fácil y no puedo volverle la espalda cuando me necesita. Al fin y al cabo, es mi hermana pequeña.

Martha se tranquilizó al escucharlo hablar en tiempo pasado.

– Parece usted un hombre muy familiar. ¿No le gustaría tener hijos? -dijo Martha mirándolo fijamente.

– No -contestó él tajante-. Con Savannah ya tengo suficiente familia.

– Pero sería diferente si tuviera sus propios hijos.

– Usted misma ha dicho que dan mucho trabajo, por no hablar de las preocupaciones…

– Y muchas alegrías -lo interrumpió Martha.

– Eso era lo que decía Helen.

– ¿Ya no están juntos?

– No. Helen y yo teníamos lo que se dice una relación ideal. Es una mujer guapa e inteligente. Estuvimos juntos mucho tiempo. Por aquel entonces, yo viajaba mucho y ella ejercía de abogada. Éramos muy independientes, pero nos gustaba disfrutar del tiempo que pasábamos juntos. Todo fue perfecto hasta que sus hormonas se revolucionaron -dijo Lewis y cambió la expresión de su rostro-. Quiso tener hijos. No dejaba de decir que era el momento apropiado.

– Quizá lo fuera para ella -dijo Martha.

– No lo era. Había dedicado mucho esfuerzo a su trabajo y no podía tirarlo todo por la borda.

– Es sorprendente a lo que una mujer es capaz de renunciar por tener un bebé -dijo ella pensando en sus propias circunstancias.

– Helen no estaba dispuesta a renunciar a su trabajo. Ella quería tener un bebé y seguir trabajando en la firma de abogados. No entiendo para qué tener un hijo y dejarlo al cuidado de una niñera -sonrió y añadió con tono irónico-: Y según ella, el egoísta era yo.

– ¿Qué pasó?

– Me dio un ultimátum. O teníamos un bebé o me dejaba. Así que me dejó -dijo esbozando una triste sonrisa.

– ¿Se ha arrepentido alguna vez de su decisión?

– No -contestó Lewis-. A veces, la echo de menos. Si soy sincero, bastante a menudo -añadió mientras miraba pensativo el vaso que tenía entre las manos-. Es una persona muy especial. Fuerte, muy inteligente y, desde luego, muy guapa. ¡A saber qué habría sido de nosotros si hubiéramos tenido un hijo!

– Seguro que ahora sería feliz.

Martha se había imaginado muchas veces la sensación de aterrizar en San Buenaventura. Había pasado tantos meses pensándolo que no podía creer que ese momento por fin hubiera llegado. Se imaginaba mirando desde la ventanilla del avión el intenso azul del mar, las blancas playas con sus palmeras y el reflejo del sol en el agua. Pero la realidad fue muy diferente.

Unos cuarenta minutos antes de aterrizar, empezó a llover. Las turbulencias despertaron a los dos bebés, que se pusieron a llorar molestos por el cambio de presión que sentían en sus oídos.

Martha tomó a Noah y trató de calmarlo. Lewis no tenía problemas con Viola. Estaba tranquilo, como si no se percatara de los bruscos movimientos que el viento provocaba en el avión. Sus manos fuertes sujetaban a la niña, que, apoyada sobre su pecho, parecía más tranquila.

Martha era consciente de que estaba transmitiendo su propio pánico a Noah, lo que no ayudaba a calmarlo. Pero, ¿cómo podía tranquilizarse con todas aquellas sacudidas?

Lewis la miró preocupado.

– ¿Está bien?

– En mi vida he estado mejor -dijo Martha con ironía. Se mordió el labio con tanta fuerza que se hizo sangre.

Lewis sujetó a Viola con una mano y con la otra se las arregló para soltar su cinturón de seguridad y sentarse junto a Martha.

– Déme su mano -le dijo, y se abrochó el cinturón.

Martha sujetó a Noah sobre su regazo. Se sentía avergonzada por estar tan asustada y, aunque le costara admitirlo, necesitaba sentir el contacto de Lewis. Si ella misma conseguía tranquilizarse, lo mismo haría Noah.

Cambió a Noah de posición y dejó una mano libre que Lewis estrechó firmemente.

– No hay ningún problema -le susurró con voz suave-. Esto suele ocurrir en la época de lluvias. Los pilotos están acostumbrados. En cuanto estemos bajo las nubes, todo volverá a la calma. Enseguida aterrizaremos. ¿Se encuentra mejor?

Lo que realmente la estaba haciendo sentir mejor era la calidez de sus dedos y la suavidad de su voz. Viéndolo allí sentado, con el bebé en sus brazos, transmitía una gran serenidad.

Martha se tranquilizó. También Noah se había calmado y se había acomodado sobre su pecho. Ella lo estrechó con su único brazo libre, deseando poder hacer lo mismo con Lewis y sentir la fortaleza de su cuerpo contra el suyo.

«Estoy perdiendo la cabeza», pensó. «Qué tonterías estoy pensando? Deben de ser las turbulencias»

A pesar de sus pensamientos, no le soltó la mano.

– En ocasiones, me gustaría poder llorar como un bebé -dijo temblando, más preocupada por las ideas que asaltaban su mente que por las sacudidas.

– Sé lo que quiere decir.

– ¿De verdad? -preguntó Martha, observándolo de reojo. No era especialmente guapo. Tenía la nariz algo grande y las cejas espesas, pero había algo en él que lo hacía muy atractivo. Su mandíbula era prominente y la expresión de su cara era de permanente seriedad.

– Los bebés tienen una vida muy cómoda. Duermen lo que quieren, comen cuando quieren y pueden demostrar a los demás cuáles son sus verdaderos sentimientos. Cuando eres un bebé no tienes que pretender estar feliz cuando no lo estás o ser valiente cuando sientes pánico -dijo, y se giró sonriente a Martha antes de continuar-. O pretender que alguien te gusta, cuando no es así.

Algo más tarde, Martha trató de recordar lo que habían hablado durante el aterrizaje, pero no pudo. Había estado tan preocupada por agarrar la mano de Lewis y escuchar su cálida voz para tranquilizarse que no había prestado atención a sus palabras.

Martha se alegró. Por fin estaban en tierra. Ya no había motivo para agarrarse a su mano.

– ¿Está bien? -se interesó él mientras desabrochaba su cinturón de seguridad.

– Sí -respondió Martha. Soltó la mano de Lewis y abrazó a Noah-. Gracias. No suelo ser tan miedosa.

– No se preocupe -dijo Lewis, y dejó a Viola en su cuna para agacharse a recoger los juguetes del suelo-. Se pasa mucho miedo la primera vez que se atraviesa una turbulencia como esa.

Mientras esperaban el equipaje en la terminal del aeropuerto, los bebés estaban inquietos. Martha se sentó. Parecía que llevaba toda la vida viajando. No sabía qué hora sería en San Buenaventura ni la diferencia horaria con Londres. Estaba cansada y le costaba un enorme trabajo mantener los ojos abiertos. Temía dormirse, así que se puso en pie y dio unos pasos mirando a su alrededor.

– Ahora entiendo por qué necesitan un aeropuerto nuevo -le dijo a Lewis, que examinaba con detenimiento el edificio-. Si no salen pronto nuestras maletas, creo que me voy a desmayar aquí mismo.

Cuando por fin finalizaron los trámites de la aduana, un agradable joven que se presentó como Elvis salió a su encuentro.

– Soy su conductor. Bienvenidos a San Buenaventura.

Martha nunca había visto llover con tanta intensidad. Apenas pudo ver el paisaje de camino a la ciudad. De pronto, Viola rompió a llorar con furia.

– No eres la única que está cansada -le susurró Martha. En momentos como ese, entendía la decisión de Lewis de no querer hijos.

Sentado en el asiento delantero, Lewis se giró y frunció el ceño.

– ¿No puede hacer algo para que se calle? -gritó para hacerse entender.

– Puedo tirarla por la ventana, pero no creo que sea una buena idea -contestó ella irónicamente. Le dolía la cabeza. Todo lo que deseaba era dormir. En aquel momento, comenzó a llorar Noah también-. ¿Estamos cerca?

– En dos minutos llegaremos -le dijo Elvis.

Fueron los dos minutos más largos de su vida. Por fin llegaron a una casa de madera rodeada de un jardín espeso. Un amplio porche rodeaba la casa. Eso fue todo lo que Martha pudo ver mientras corrían del coche a la casa para protegerse del agua. A pesar de la escasa distancia, acabaron empapándose. Jadeante, Martha retiró el cabello mojado de su cara y se encontró frente a una mujer de aspecto maternal, no mucho mayor que ella.

– Esta es Eloise -dijo Lewis-. Vendrá todos los días a hacernos la comida y la limpieza, así usted sólo tendrá que ocuparse de los niños.

Martha cambió a Viola de brazo mientras Noah seguía llorando en su carrito. No iba a ser fácil cuidar de los dos niños.

Sonrió a Eloise, que ofreció sus brazos a Viola.

– Deje que tome a la niña -dijo la mujer cariñosamente-. Me encantan los bebés.

Viola miró con curiosidad aquella nueva cara y consintió que Eloise la agarrara. Dejó de llorar. Martha estiró sus brazos cansados y se inclinó para atender a Noah. Si a Eloise se le daban bien los niños, las cosas serían más fáciles.

Entraron en la casa. Era amplia y con escaso mobiliario. Probablemente fuera un lugar fresco y agradable si lo que se pretendía era huir del calor. Pero en aquel momento, a Martha le pareció húmedo y oscuro.

– ¿Siempre llueve así? -le preguntó a Eloise.

– Mañana brillará el sol -contestó sonriendo.

Cuando terminaron de recorrer la casa y de deshacer el equipaje de los niños, prepararon las cunas. Eran cerca de las seis de la tarde en San Buenaventura y se había hecho de noche. Eloise se despidió.

– He dejado la cena preparada. Sólo tendrán que calentarla. Que pasen buena noche.

– ¿Noche? -dijo Martha masajeándose el cuello mientras miraba a Eloise, que abría un gran paraguas y se marchaba-. ¿Cree que podremos irnos pronto a la cama? -le preguntó a Lewis.

– No, al menos que convenzamos a estos dos para que se duerman primero -dijo Lewis señalando hacia la alfombra donde Viola y Noah jugaban, golpeando el suelo con diferentes juguetes-. No parecen cansados.

Martha miró a los niños. Era cierto. Después de haber pasado la tarde llorando, los bebés estaban tranquilamente jugando.

– Les daré un baño y, con un poco de suerte, creerán que es hora de irse a la cama.

– ¿Necesita que la ayude? -preguntó él mientras sacaba diversos documentos de su maletín.

Martha dudó. Lo lógico era contestar que no. Era la niñera y había insistido en que podría arreglárselas ella sola con los dos bebés. Y claro que podría hacerlo, se dijo, una vez hubieran establecido una rutina.

– Está bien, pero sólo porque es la primera noche. Así acostaremos a los niños antes -admitió, tragándose su orgullo.

Lewis dejó los últimos papeles sobre la mesa.

– Muy bien. Vamos -dijo él con alegría.

Se sentó en un taburete mientras observaba como Martha bañaba a los bebés. Ella estaba de rodillas, con las mangas de la camisa subidas y el pelo recogido detrás de las orejas. Sus ojos eran grandes y destacaban sobre la pálida piel de su rostro. Se la veía cansada. Los bebés reían contentos mientras jugaban con el agua, sin dar señal alguna de cansancio.

Era lógico, pensó Lewis. Los niños habían dormido durante casi todo el viaje. Martha y él habían soportado el largo vuelo a Nairobi, además de un retraso interminable para tomar la pequeña avioneta que los había llevado a su destino final. Martha no se había quejado en ningún momento de lo incómoda y estrecha que era, pero quizá no había reparado en el roce de sus brazos o la cercanía de sus rodillas.

Se habían sentado tan próximos que Lewis había podido oler su perfume. A Helen siempre le habían gustado los aromas intensos. Sin embargo, el de Martha era fresco y le hizo recordar el olor de la hierba recién cortada. Todavía podía sentir los dedos de Martha aferrados a su mano, clavándole las uñas.

– ¡Ay! -exclamó Martha de repente y se echó hacia atrás, sentándose sobre sus talones. El agua había salpicado su cara-. Veo que algunos todavía tienen energía para pasarlo bien -añadió riendo y lo miró.

Sus ojos marrones brillaban con alegría y Lewis sonrió. El cansancio parecía haberse desvanecido. Se la veía muy diferente a aquella mujer que había acudido a su oficina. Lewis se sintió conmovido por un extraño sentimiento que crecía en su interior.

– ¿Algo va mal? -preguntó Martha, estudiando su rostro con preocupación.

– No -dijo Lewis, y desvió su mirada-. ¿Qué tengo que hacer?

Martha colocó una toalla sobre las rodillas de él. Sacó a Viola de la bañera y se la entregó, poniéndola sobre su regazo.

– ¿Puede secarla?

Sacó también a Noah y lo puso sobre una toalla que había extendido sobre el suelo. Lo rodeó suavemente con ella y lo secó. Lewis hizo lo mismo con Viola, sin dejar de prestar atención al modo en que Martha jugaba con el bebé, mientras le extendía polvos de talco y lo besaba sonoramente, provocando su risa.

Lewis imaginó la suave melena de Martha sobre su pecho y tragó saliva. Lo último que necesitaba en aquel momento era pensar en esas cosas. El era el jefe y tenía que tratarla con el debido respeto. ¿Por qué se había tenido que enamorar Eve? Ella hubiera sido la niñera perfecta y ahora él no estaría allí sentado, soñando con las caricias del cabello de Martha sobre su piel y sintiendo celos de un bebé. Eve se las hubiera arreglado para cuidar a Viola ella sola mientras él estaría revisando un contrato y no en el cuarto de baño con un bebé en su regazo.

– Tenga -le dijo Martha, y le dio el frasco del talco-. Juegue con Viola. Necesita atención.

Lewis contempló el rostro de su sobrina. En su opinión, la niña ya había conseguido que se le prestara la atención suficiente durante las últimas horas. Pero decidió distraerse con ella para olvidar la sonrisa de Martha y el modo en que jugaba con Noah y lo cubría de besos.

Hizo cosquillas a Viola y ésta le devolvió una dulce sonrisa. Volvió a hacerlo y la niña estalló en carcajadas, intentando agarrar sus dedos y haciéndolo reír.

Quizá todo aquel asunto de cuidar bebés no fuera tan complicado, pensó Lewis. Levantó la mirada y se encontró con los ojos de Martha.

– Le gusta -dijo ella-. Debería jugar con Viola más a menudo.

Se sintió como un tonto sin saber por qué y decidió estarse quieto.

– La finalidad de contratar a una niñera es evitar hacer estas cosas -dijo bruscamente, en un intento de disimular su aturdimiento.

– Deje de protestar -le dijo Martha, sin dejarse amedrentar por su mirada. Se estaba acostumbrando al carácter de Lewis. Intuía que era un mecanismo de defensa más que una muestra de disgusto-. Viola es parte de su familia. Tan sólo le he pedido que la secara. Déjemela.

Martha tomó a la niña del regazo de Lewis.

– No tenga miedo. Yo me ocuparé de ponerle el pañal. ¿Puede sujetar a Noah mientras lo hago o es pedir demasiado?

– Está bien -dijo Lewis refunfuñando.Se encontró con un rollizo bebé sobre su regazo. Recién bañado, desprendía un dulce olor. Ambos se miraron.

– ¡Ay! -exclamó él. Noah había pellizcado su nariz y estaba sonriendo al ver la reacción de Lewis.

Martha rió.-Es increíble la fuerza que tienen esos pequeños dedos, ¿verdad?

– Desde luego -dijo él frotándose la nariz-. La próxima vez seré yo quien se ocupe de los pañales.

– Se lo recordaré -dijo Martha, y meció a Viola en sus brazos-. Y ahora, a dormir.

CAPÍTULO 4

DIERON un biberón a cada bebé y los pusieron a dormir. Martha cerró la puerta suavemente y confió en que se durmieran pronto.

– Es curioso, pero ya no me siento tan cansada -dijo ella, mientras desentumecía los brazos-. Hace un rato me caía de sueño.

– ¿Quiere cenar? -le preguntó Lewis-. Eloise nos ha dejado algo preparado.

Martha lo siguió a la cocina para ver de qué se trataba. Después de todo, se sentía hambrienta.

Lo que encontraron no parecía muy apetecible: arroz, estofado y un cuenco con una salsa de color rojo.

– Quizá tenga mejor aspecto cuando esté caliente -sugirió Martha.

Se sentaron a la mesa del comedor para cenar. Después de servirse empezaron a comer, pero tras unos segundos, se detuvieron.

– Esto no hay quien se lo coma -dijo él.

– Está repugnante -confirmó ella, dejando el tenedor a un lado.

– ¿Qué es esto tan asqueroso? -preguntó Lewis mientras removía el estofado.

– No consigo distinguir ningún ingrediente -dijo, y tomó el cuenco con la salsa roja-. Quizá con esto mejore.

– Tenga cuidado -advirtió Lewis-. Seguro que es picante.

– Lo tendré -dijo ella, y se llevó el tenedor a la boca.

Martha nunca había probado nada como aquello. Sintió el ardor recorrer el interior de su nariz hasta llegar a los ojos, que se llenaron de lágrimas. Le quemaba la garganta y comenzó a toser bruscamente. Lewis se levantó y le trajo una botella de agua.

– Creo que me he envenenado -consiguió decir.

– Le advertí que tuviese cuidado -dijo Lewis.

– No me dijo que fuera una bomba.

– Nunca lo he probado, pero no confío en el aspecto de esas salsas.

Martha bebió más agua y alejó el plato.

– Pensé que la vida en una isla del Océano índico sería perfecta. El mar, el sol, la comida… ¿Y qué me encuentro nada más llegar? Un diluvio y un estofado con una salsa que me ha destrozado las papilas gustativas de por vida.

– El tiempo mejorará -la animó Lewis.

– ¿Y qué pasa con la comida? ¿Cree que esto es todo lo que Eloise sabe preparar?

– Probablemente. El gerente de la oficina la recomendó porque vivía cerca de aquí, pero no me dijo nada de que supiera cocinar.

– Cocinar es fácil. Una buena comida no necesita ser complicada, todo lo contrario, cuanto más sencilla, mejor -dijo Martha, encantada de hablar de su hobby favorito-. Además, teniendo en cuenta que estamos en una isla tiene que haber una gran variedad de pescados frescos que a la plancha con un poco de limón o mantequilla y una gran ensalada…

Se detuvo al ver que Lewis la observaba interesado.

– ¿Cómo? -dijo él sorprendido-. ¿Sabe cocinar?

– ¡Por supuesto que sé cocinar! -contestó Martha algo molesta-. ¡Me encanta cocinar! De hecho, si no hubiera sido periodista, me hubiera gustado ser… ¡Ah, no! De ninguna manera -dijo negando con la cabeza.

– ¿Por qué no?

– Por si no lo recuerda, tengo que cuidar a dos bebés. No tengo tiempo de cocinar.

– Eloise la puede ayudar con los niños. Estará encantada, ya vio como le gustan.

– Sí, pero…

– ¿No querrá comer esto durante seis meses? -la interrumpió señalando el estofado.

– No -dijo mirando con asco la comida que quedaba en el plato-. Sinceramente, no.

– ¿Por qué no cambiamos nuestro acuerdo? Eloise puede cuidar de los bebés mientras usted cocina. También puede ayudarla con los baños y las comidas de los niños, además de ocuparse de la limpieza de la casa.

– No sé -dudó Martha.

– ¿Qué le parece si le consigo un coche?

– Está dispuesto a cualquier cosa con tal de no comer este estofado, ¿verdad? -dijo mirándolo sorprendida.

– Así es. Ponga usted las condiciones.

– Esto se pone interesante -dijo divertida.

– Venga, Martha, ¿qué me dice?

Se quedó en silencio, haciéndole creer que lo estaba pensando. Pero ya había tomado una decisión. Eloise era encantadora, pero no tenía ni idea de cocinar a la vista de lo que había preparado. En cambio, ella disfrutaba cocinando. Podía ir al mercado y comprar fruta, verdura y pescado. De esa forma, comerían bien.

A Martha le gustó la idea. Si Eloise le echaba una mano con Viola y Noah, sería más fácil. Además, sería una agradable manera de distraerse.

– Está bien -dijo por fin.

Lewis sonrió. Martha advirtió que era la primera vez que lo veía sonreír. Había un brillo especial en sus ojos. Era tan sólo una sonrisa, pero no pudo evitar sentir un escalofrío en la espalda. La expresión de su cara se hizo más cálida. Parecía más joven y atractivo.

Martha se puso de pie, tratando de olvidar aquellos pensamientos.

– Veré si encuentro algo de fruta en la cocina -dijo ella.

Lewis la ayudó a recoger la mesa. Encontraron unos plátanos en la cocina y se fueron a la oscuridad del porche a comerlos.

– ¡Qué bien huele! -exclamó Martha-. Me gusta el olor a tierra mojada después de la lluvia. Por cierto, ¿estamos cerca del mar?

– Sí, cualquier sitio en San Buenaventura está cerca del mar -repuso Lewis secamente. Y señalando hacia el jardín, continuó diciendo-: ¿Ve aquellas palmeras?

Martha miró en la dirección que le indicaba.

– Sí.

– Pues allí está la playa. Escuche.

Martha prestó atención y escuchó el sonido de las olas al romper.

– Qué sonido tan agradable -dijo Martha con alegría. Miró a Lewis y sonrió-. Este sitio me empieza a gustar.

Lewis se inclinó, tomó un plátano del racimo y se lo ofreció. Sus ojos se encontraron. Por alguna extraña razón, Martha sintió que su corazón latía con más fuerza.

– Gracias -le dijo ella.

Martha se alegró de tener algo entre las manos. Comenzó a pelar el plátano lentamente, pero antes de terminar se ruborizó.

«No seas tonta. Es sólo un plátano», se dijo.

No sabía qué hacer. Miró de reojo a Lewis. Tenía los codos apoyados sobre sus rodillas y estaba comiendo tranquilamente su plátano mientras miraba hacia el jardín.

Martha abrió la boca y tomó un bocado. Justo en ese momento, Lewis se giró y la miró.

– ¿No le gustan los plátanos? -le preguntó mientras ella bajaba la mirada.

– Sí -dijo Martha.

Lewis terminó un plátano, dejó la cáscara sobre la mesa y tomó otro.

– ¿No tiene hambre?

– No.

¿Cómo que no? Estaba muerta de hambre.

Martha sintió que su rostro se sonrojaba y confió en que la tenue luz del porche no lo revelara. No podía continuar sentada allí con un plátano pelado entre las manos. En cualquier momento, Lewis preguntaría por qué no se lo estaba comiendo y entonces, ¿qué le diría ella? ¿Qué comer un plátano frente a él le parecía tremendamente erótico? Sería un tema de conversación muy interesante para tratar la primera noche a solas con su nuevo jefe.

Rápidamente, se metió el plátano en la boca. Pero, ¿ qué le sucedía esa noche? Ni que fuera una mojigata. Había hablado de sexo en muchas reuniones en Glitz para decidir los temas más interesantes para los lectores de la revista.

– ¿Quiere otro?

– No, gracias -dijo Martha. Tenía la boca llena y, en aquel momento, no quería saber nada más de comer plátanos.

– No ha estado mal, al menos hemos podido comer algo -dijo Lewis tras terminar su segundo plátano-. ¿Podría ir mañana de compras y llenar la nevera? Enviaré un coche a recogerla.

– Buena idea -contestó Martha-. Le pediré a Eloise que me enseñe dónde está el mercado y haré la compra.

Se quedaron en silencio. Se sentía más relajada por el cambio de conversación.

Hacía calor y la humedad era intensa. Martha escuchó el suave murmullo del mar. También podía oír el zumbido de los insectos y el sonido de la brisa entre las ramas de las palmeras. Sintió que la tensión se desvanecía. Los bebés dormían tranquilamente y Lewis estaba sentado junto a ella. Estaba cansada y necesitaba dormir, pero era maravilloso estar allí en el porche, disfrutando de la oscuridad. Era la primera vez que Martha se sentía relajada en meses, por no decir en años. Había tenido muchas preocupaciones últimamente. Su relación con Paul, su trabajo, el embarazo, el bebé, el dinero… Sí, hacía mucho tiempo que no se sentía así.

Martha cerró los ojos y bostezó. Se encontraba bien en aquel lugar.

Últimamente, se había dedicado a cuidar de Noah y a buscar la manera de llegar a San Buenaventura, pero por fin estaba allí y podía relajarse.

Abrió los ojos y vio que Lewis la estaba observando con una expresión indescifrable. Se quedó mirándolo y sintió que su tranquilidad se desvanecía. Su corazón se aceleró.

Martha desvió la mirada y se puso de pie.

– Voy a ducharme y a la cama -dijo con voz nerviosa.

– Buena idea -contestó Lewis, y miró de nuevo hacia la oscuridad del jardín, tratando de no imaginársela desnuda bajo el agua de la ducha. También él se daría una ducha, pero fría.

A la mañana siguiente, Martha se despertó tarde. Tardó unos segundos en recordar dónde estaba. Tumbada en la cama, se quedó mirando fijamente el ventilador del techo. A su lado, Viola se estiraba. Con cuidado para no despertar a Noah, Martha se incorporó y se retiró el pelo de la cara.

Había sido una noche muy larga. Había tardado en dormirse y cuando por fin lo había hecho, los bebés se habían despertado. Primero lo hizo Noah y luego Viola. Y así durante toda la noche. En cuanto uno se dormía, el otro empezaba a llorar de nuevo.

De repente, Lewis había llamado a su puerta para preguntar si necesitaba ayuda. ¿O había sido tan sólo un sueño? Martha frunció el ceño y trató de aclarar sus pensamientos. Tras unos minutos, lo recordó todo con claridad. Lewis había aparecido descalzo, con el torso desnudo. Tan sólo llevaba puesto el pantalón del pijama. Había estado allí, en su habitación, medio desnudo en mitad de la noche.

Aunque en aquel momento apenas le había prestado atención, el recuerdo de aquella imagen la perturbó. Lewis le había preguntado si necesitaba que la ayudara y ella le había contestado que no era necesario que los dos estuvieran levantados atendiendo a los niños. Más tarde, había decidido meter a los dos bebés en su cama junto a ella, confiando en que así se calmarían. Tras unos minutos, los niños se habían tranquilizado y terminaron por dormirse. Finalmente, pudo descansar.

De repente, Viola abrió los ojos y comenzó a balbucear.

– Ya estás despierta, ¿eh? -dijo Martha sonriendo, y la tomó en brazos-. Vayamos a ver qué podemos desayunar.

Se oía ruido en la cocina. Quizá Lewis ya estaba levantado, pensó.

Martha se miró al espejo antes de salir de la habitación. Se aseguró que no hubiera restos de maquillaje en sus ojos. Su cabello estaba revuelto, pero no podía hacer nada hasta que se duchara.

Dejó a Noah durmiendo en la habitación y se fue a la cocina con Viola.

Lewis no estaba allí. Se sintió sorprendida cuando tan sólo se encontró con Eloise. Le dio los buenos días.

– ¿Ha visto a Lewis? -preguntó Martha, tratando de no mostrar demasiado interés.

– Sí, ya se ha marchado a la oficina.

– ¿Tan pronto? -dijo mientras colocaba a Viola en su sillita-. ¿Qué hora es?

– Casi las once.

– ¡Las once! ¿Por qué no me ha despertado? -le preguntó a Eloise.

– El señor Mansfield me dijo que la dejara dormir -contestó-. Fue a verla a su habitación antes de irse, pero estaba durmiendo tan plácidamente que no quiso despertarla.

A Martha no le gustó la idea de que Lewis la hubiera observado mientras dormía. ¿Y si hubiera estado roncando o con la boca abierta? Aun así, le estaba agradecida, ya que había conseguido dormir unas cuantas horas seguidas y se sentía descansada.

Eloise se ofreció a cuidar de Viola mientras ella se duchaba. Cuando terminó, Noah ya se había despertado. Dio el desayuno a los niños y los vistió para ir a comprar. No fue hasta después de comer, mientras los niños dormían la siesta, cuando pudo recorrer toda la casa.

El lugar tenía un aspecto completamente diferente al de la noche anterior. La oscuridad y la humedad habían desaparecido. Hacía un día precioso. Lucía un sol brillante y soplaba una cálida brisa. Deslizó la puerta corredera de cristal que comunicaba el salón con el porche y salió.

– ¡Qué maravilla! -susurró.

Allí se había sentado la noche anterior con Lewis y, en la oscuridad, había tratado de imaginar cómo sería el jardín. Ahora lo tenía frente a ella. Era una extensión de hierba rodeada de altas palmeras y de arbustos de flores exóticas y hojas brillantes. Una buganvilla de intenso color rosa se extendía sobre la cubierta del porche y, al pie de la escalera, había un jazmín cuyo intenso aroma había percibido la noche anterior.

Martha bajó los escalones y caminó tranquilamente por el césped hacia las palmeras, a través de las que se adivinaba el intenso color azul del mar y el brillo del sol sobre el agua. En ese punto, la hierba daba paso a la arena y de pronto se encontró en una pequeña playa.

– ¡Oh! -exclamó Martha.

Se quedó fascinada contemplando el paisaje. Parecía estar viviendo un sueño.

Lejos de las sombras del jardín, hacía calor. Se quitó las sandalias y caminó plácidamente por la arena de la playa. Se acercó a la orilla y miró el mar. El agua tenía diversas tonalidades. De transparente pasaba a verde claro, a continuación a un intenso turquesa y, en el horizonte, se volvía azul oscuro.

Martha pensó en la lluvia del día anterior y en lo triste que se sintió cuando llegaron. Era como si ahora estuviera en otro lugar. Siguió caminando por la playa, sintiendo la calidez y suavidad de la arena en sus pies. Pensó que, por fin, había llegado al paraíso.

Lewis no regresó hasta las siete. Eloise había ayudado a Martha a bañar a los bebés antes de irse. Hacía rato que se había marchado, cuando Martha oyó el coche. En ese momento, sintió que su corazón se aceleraba.

Viola y Noah estaban sentados en el gran sofá del salón. Martha les estaba dando el último biberón.

¿Dónde se habría metido todo el día?, pensó. Tenía que buscar la manera de decirle a Lewis que era conveniente que pasara un tiempo con Viola antes de que la niña se fuera a dormir, pero no quería que él la mal interpretase y creyera que se había sentido sola o que lo había echado de menos.

Estaba dando el biberón a Noah cuando la puerta se abrió y apareció Lewis.

– Hola -dijo mirándolo por encima de su hombro. A pesar de que sintió deseos de hacerlo, decidió no preguntarle donde había estado todo el día.

Lewis parecía cansado.

– Siento llegar tarde -dijo, y puso su maletín sobre la mesa.

Tenía un aspecto extraño. No era sólo por la ropa que llevaba, sino por cómo la llevaba. Vestía unos pantalones elegantes y una camisa blanca de manga corta. No parecía encontrarse cómodo sin su traje y su corbata. Martha recordó sus días en Glitz. y lo impecablemente que vestían los hombres que allí trabajaban. Trató de imaginárselo en alguna fiesta de la revista. Hubiera parecido una criatura de otro mundo.

Quizás él pensaba lo mismo de ella, pensó Martha mientras miraba su camisa sin mangas y sus pantalones vaporosos. Estaban llenos de manchas de la papilla de los niños. Había sido uno de sus conjuntos favoritos durante el verano pasado debido a la gran calidad del tejido y al diseño de las prendas. Tampoco ella estaba vestida para ir a una fiesta.

– Ha sido un día agotador -dijo Lewis, y se sentó en el sofá junto a ella-. Quería haber llegado a casa antes.

– No se preocupe -respondió Martha, disimulando su malestar-. ¿Qué hora es?

Lewis miró su reloj. -Las siete menos seis minutos.

– ¡Qué exactitud! -dijo Martha en tono irónico.

– Lo siento, llevo todo el día preocupado con pequeños detalles -dijo mientras Martha le miraba fijamente. Después de un momento, Lewis rió y añadió-: ¿Qué puedo decir? Al fin y al cabo, soy un ingeniero.

– Y que lo diga -dijo Martha sonriendo. Dejó a Noah a un lado y tomó en sus brazos a Viola para darle su biberón.

– ¿Qué tal ha ido el día? -le preguntó Lewis mientras la observaba.

– Bien -contestó Martha sin dejar de mirar a Viola-. Este sitio es precioso. Llevé a los niños a jugar a la playa. Han disfrutado mucho del agua, pero hacía demasiado calor para ellos, así que al rato tuvimos que buscar una sombra. Después nos fuimos de compras. ¡Ah! Gracias por mandar el coche. El mercado estaba lejos para ir andando y hemos aprovechado para comprar muchas cosas.

– Eso suena tentador. No soportaría ese horrible estofado de Eloise otra vez.

– Eloise está encantada de no tener que cocinar.

– Eso me imaginé. Se puso muy contenta esta mañana cuando le hablé de los cambios. ¿Cree que funcionará?

– Por supuesto que sí -contestó ella. Se quedó callada unos instantes, mirando a Viola, antes de continuar-. Esta mañana nos levantamos muy tarde. Seguro que ya lo sabe.

Lewis se encogió de hombros. Deseaba poder olvidar la imagen de Martha cuando abrió la puerta de su habitación esa mañana. Era evidente que había hecho calor aquella noche. Se había asomado a su habitación y la había visto tumbada sobre las sábanas de la cama. Tan sólo llevaba puesta una camisa de hombre. Los niños habían pasado la noche junto a ella y, cuando se asomó, los tres dormían profundamente.

Lewis sintió que se le secaba la garganta y tosió. ¿Cómo era posible que se le secara la garganta en un clima tan húmedo?

– Debía de estar cansada -dijo él-. Los niños han pasado casi toda la noche despiertos.

– ¿Cómo lo sabe? ¿Acaso vino a mi habitación? -dijo, y lo miró fijamente con sus grandes ojos marrones.

– Sí, lo siento. Pensé que necesitaba ayuda. Llamé a la puerta, pero no me oyó y decidí entrar. Si prefiere que no lo vuelva a hacer, dígamelo.

– No, no importa -dijo Martha contrariada-. No estaba segura de si lo había soñado o no.

Aquella respuesta sorprendió a Lewis. Ambos se miraron en silencio. Martha se quedó pensativa y recordó el aspecto de Lewis. Todavía lo veía allí en su habitación, en mitad de la noche, descalzo y con el pecho desnudo mientras ella, con una amplia camisa, dejaba al descubierto algo más que sus muslos. Había usado aquella camisa de algodón para dormir desde que Noah había nacido.

Martha sintió un escalofrío recordando la escena. En aquel momento, hubiera sido muy fácil haber rozado la piel desnuda de Lewis. ¿Qué hubiera pasado entonces? De sólo pensar en ello se quedó sin aliento. Hizo un esfuerzo por apartar aquellos pensamientos.

– No quiero que se sienta obligado a ayudarme. Me ha contratado para que cuide a Viola, y si llora en mitad de la noche soy yo la que se tiene que ocupar.

No debía olvidar que la niñera era ella y él era su jefe.

Lewis se frotó la nuca.

– Ese es el problema con los bebés -se detuvo pensando las palabras-. Con ellos no es posible mantener la intimidad. Uno contrata a una niñera para que los cuide y antes de que se dé cuenta, está en su habitación medio desnudo en mitad de la noche.

Así que él también había estado pensado en aquella escena. Martha estaba aturdida. No sabía si alegrarse o no, por lo que decidió cambiar de tema.

– En cuanto los niños se acostumbren, dormirán de un tirón toda la noche -dijo ella-. Y nosotros no tendremos que andar paseando de madrugada medio desnudos.

Viola terminó de tomarse el biberón y Martha le dio ligeros golpecitos en la espalda para sacarle el aire, mirándola con una dulce sonrisa. Tras unos instantes, emitió un sonoro eructo que hizo que Lewis y Martha se rieran.

– ¡Esa es mi chica! -dijo Lewis.

Viola los miraba extrañada. Sin saberlo, había conseguido hacer desaparecer la tensión de aquel momento. De repente, lanzó los brazos hacia su tío.

– ¿Quiere tomarla en brazos? -preguntó Martha, y Lewis se sobresaltó.

– ¿Para qué?

– No se asuste. No tendrá que hacer nada. Sólo abrácela -dijo, y depositó a la niña en los brazos de Lewis antes de que siguiera quejándose-. Aquí tiene un cuento. Léaselo.

Intentó hacerlo, pero Viola no mostró ningún interés por el libro. Estaba más preocupada en el rostro de su tío y en meter sus pequeños dedos en su boca, en tocar su nariz y en tirarle del pelo.

– ¿Por qué no se está quieta como Noah? -protestó Lewis señalando al niño, que estaba tranquilamente sentado sobre el regazo de su madre siguiendo con atención el cuento.

– No tengo ni la menor idea -dijo Martha a punto de estallar en carcajadas-. Será una cuestión genética.

– Seguramente -convino Lewis pensando en su hermana. Aunque Viola tuviera sólo ocho meses, ya se hacía evidente que tenía el mismo carácter que Savannah.

– Espere que Viola crezca y empiece a discutir. Va a necesitar mucha disciplina.

– Eso será tarea de sus padres -dijo Lewis mientras sacaba los dedos de Viola de su oreja-. Eso no es asunto mío.

A Lewis, aquellas palabras le sonaron familiares.

CAPITULO 5

MARTHA sintió lástima de Lewis y tomó a Viola en sus brazos para llevársela a la habitación a dormir. La niña rompió a llorar.

– Creo que le ha gustado jugar con usted -dijo ella.

Lewis se frotó la nariz. Todavía sentía los pequeños dedos pellizcándolo.

Por fortuna, los dos bebés se durmieron enseguida.

– Rápido -dijo Martha-. Vamos a cenar, no vaya a ser que se despierten.

Había preparado una salsa para acompañar el pescado que había hecho a la parrilla. Lewis estaba sorprendido de aquella sencilla y deliciosa comida.

– Creo que al final ha sido una gran suerte que Eve se enamorara y renunciara al trabajo -dijo Lewis sonriendo.

– Muchas gracias -contestó Martha, molesta por el hecho de que le recordara que no había sido la primera elegida para el puesto.

La verdad era que también ella estaba contenta de que Eve se hubiera enamorado. De no haber sido así, no estaría ahora en aquel bonito lugar.

Lewis se ofreció para recoger la mesa.

– Ahora vaya y póngase cómoda -dijo él-. Voy a la cocina a preparar café.

Era maravilloso sentirse atendida. Martha se sentó en el porche y se relajó. Corría una suave brisa y se escuchaba el vaivén de las olas, además de los sonidos de la cocina. Era agradable la sensación de tener a Lewis cerca y saber que en cualquier momento aparecería en el porche y se sentaría junto a ella.

No es que lo estuviera deseando, pensó. Pero en el fondo se sentía confusa. ¿Por qué tuvo la sensación de que no podía respirar cuando Lewis apareció y le sirvió el café?

Martha le dio las gracias sin darle mayor importancia. Al fin y al cabo, tan sólo se trataba de un café.

Lewis se sentó a su lado y se echó hacia atrás, cerrando los ojos. Parecía muy cansado, pensó ella mientras contenía el impulso de acariciar su cabello.

El reflejo de la luz del salón a través de la puerta de cristal endurecía sus rasgos. Recorrió con la mirada su rostro, las marcadas mejillas, la prominente mandíbula… Se detuvo en los labios. Recordó cómo desaparecía la fría expresión de su rostro cada vez que sonreía.

Si una sonrisa tenía ese efecto, ¿qué pasaría con un beso? Lewis era tan introvertido y reservado que era difícil imaginárselo como amante. O quizá no. pensó Martha mientras con los ojos fijos en su boca lo imaginaba acercándose a ella y abrazándola estrechamente contra su cuerpo. Sus manos fuertes la recorrían mientras sus cálidos labios se unían a los suyos y…

Martha suspiró y desvió la mirada. Al pensar en el roce de aquellos labios sintió un profundo escalofrío que le recorrió la espalda.

Tomó un sorbo de café. Tenía que dejar de pensar en aquellas cosas, se dijo, y comportarse con normalidad.

– ¿Ha tenido un día difícil? -preguntó Martha con la voz entrecortada.

Lewis abrió los ojos y se giró para mirarla.

– Ha sido más bien frustrante -respondió-. Se tarda mucho en tener todo listo.

– Yo creí que según llegaba, comenzaba la construcción -dijo Martha.

– Tardaremos unos quince meses en ponernos manos a la obra.

– ¡Quince meses! -exclamó ella sorprendida. Tras unos instantes, añadió-: ¿Por qué se tarda tanto tiempo en empezar a construir?

– ¿Por qué este repentino interés por la construcción? -preguntó Lewis con suspicacia.

– Tan sólo quería sacar un tema de conversación -dijo Martha-. Además, si vamos a vivir juntos los próximos seis meses, será mejor que sepa a lo que se dedica.

Lewis pareció estar de acuerdo con aquella observación. Siguió hablando de informes y exploraciones. Iba a contratar a varios profesionales para realizar los estudios topográficos e hidrológicos, además de los análisis financieros.

– Tendré que organizar alguna cena cuando lleguen -dijo Lewis-. ¿Se atreve a prepararla usted misma o prefiere que encargue la comida a algún restaurante?

– No se preocupe, yo me puedo encargar -respondió Martha rápidamente-. Me gusta cocinar. Además, así podré conocer a otras personas.

Lewis pensó que, a pesar de llevar en la isla sólo un día, Martha ya extrañaba la vida social. Eso lo irritó.

– Está bien -dijo él, tratando de disimular su malestar.

Se quedaron callados. Martha estaba abstraída escuchando el ir y venir de las olas y el murmullo de la brisa. Mientras, Lewis seguía concentrado en sus propios pensamientos. El silencio era cada vez más tenso y ambos se encontraban incómodos.

– Siga hablándome del proyecto -dijo Martha.

Lewis siguió explicando las ventajas e inconvenientes de ocuparse del diseño y de la construcción de dos proyectos tan importantes.

Martha no prestó demasiada atención a lo que él decía. Le gustaba observarlo cuando hablaba y ver cómo se entusiasmaba con lo que decía. Para tratar de mostrarse interesada, de vez en cuando le hacía alguna pregunta.

– ¿Qué es un EIM?

– Son las siglas de Estudio de Impacto Medioambiental -contestó Lewis. El modo en que Martha lo miraba lo había desconcertado. Pero ahora que estaba explicando su proyecto, se sentía más tranquilo-. El Banco Mundial nos obliga a realizar estudios sobre el impacto que cualquier construcción pueda tener sobre el habitat local antes de financiarla. Así que un botánico se encargará de realizar los del aeropuerto y un biólogo marino, los del puerto. Vamos a tener que hacer una gran excavación para los barcos, y eso puede afectar a los peces de gran tamaño como los tiburones y… -se detuvo al ver la cara de sorpresa de Martha-. ¿Qué?

– ¿Va a contratar a un biólogo marino? -preguntó Martha. Se sintió culpable de no haberse acordado de Rory desde su llegada. El único motivo para ir hasta allí era encontrarlo. Ahora lo había recordado.

– ¿Qué sucede? -preguntó él. Sospechaba que Martha estaba pensando en el padre de Noah.

– Rory es biólogo marino y está especializado en este lugar.

Lewis frunció el ceño. Había sido un día muy largo y había conseguido relajarse después de disfrutar de la cena que Martha había preparado. Tras romper con Helen, se había acostumbrado a pasar las noches en solitario. Se sentía a gusto sentado allí en el porche y teniendo a alguien con quien hablar al final del día. Había llegado a olvidar el motivo por el que Martha estaba en San Buenaventura, pero era evidente que ella no.

– Estos proyectos son muy importantes -dijo él, y trató de que su enojo no se hiciera evidente-. No puedo ir por ahí buscando a algún Tom, Dick o Harry para que trabajen para mí, sólo porque sean novios de la niñera.

Martha se sonrojó.

– No le estaba pidiendo que contratara a Rory -dijo ella avergonzada-. Pensé que quizá diera con algún biólogo que lo conociera y así poder averiguar su paradero.

– Es posible que alguien lo conozca.-admitió Lewis secamente. De hecho, estaba seguro de que así sería, ya que no eran tantos los biólogos marinos que podían emitir un EIM en aquel lugar.

– Cuando contrate a ese biólogo, ¿le preguntará si conoce a Rory? -dijo Martha con tono amable. No lograba entender por qué Lewis estaba molesto.

– Si me acuerdo lo haré. Tengo cosas más interesantes que hacer que pensar que en buscar a su novio -repuso secamente Lewis-. De todas formas, antes de hacer el informe marino hay que ocuparse de otras cosas. Pasará algún tiempo hasta que necesitemos un biólogo.

– En ese caso, será mejor que yo misma me ocupe de buscar a Rory. No puede ser tan difícil dar con él en una isla tan pequeña.

– Imagino que no -contestó fríamente. Cada vez estaba más enfadado-. No es asunto mío lo que haga en su tiempo libre, pero le recuerdo que está aquí para cuidar de mi sobrina. No le permito que la deje aquí con Eloise mientras usted persigue a su biólogo.

Martha apretó los labios y se puso de pie. ¿Cómo se atrevía a insinuar que iba a olvidarse de Viola?

– No se preocupe, lo recordaré -dijo entre dientes. Se dio media vuelta y entró en la casa, tratando de tranquilizarse. No quería perder el control y decir algo de lo que luego tuviera que arrepentirse.

¿Por qué había tenido que mencionar a Rory?, pensó Martha. Hasta ese momento, la velada había sido muy agradable. Había disfrutado del olor de las flores, del murmullo del mar y de la suave brisa. Incluso se había sorprendido al comprobar que Lewis era un hombre muy interesante.

Ya en la cama, Martha retiró la sábana bruscamente. Hacía mucho calor y no tenía sueño. Además, estaba enfadada. Lewis había sido muy desconsiderado con ella, pensó. En el fondo, seguía siendo tan frío y grosero como la primera vez que lo vio en Londres. Se había sentido ofendida. Ella había sido franca y le había dicho por qué quería ir a San Buenaventura. ¡Ni que le hubiera pedido que recorriera la isla en busca de Rory! No necesitaba su ayuda y estaba dispuesta a demostrárselo. Ella sería la niñera perfecta y se ocuparía de buscar a Rory.

Por fin consiguió descansar, y a la mañana siguiente se sentía relajada. Antes de las siete ya estaba en la cocina con los niños, preparándoles el desayuno. Llevaba la vieja camisa que usaba para dormir y estaba descalza. El café se estaba haciendo cuando entró Lewis.

– Buenos días -dijo ella. Trató de mostrarse cordial y evitó mirarlo a los ojos.

Lewis estaba apesadumbrado.

– ¿Quiere algo para desayunar? -preguntó Martha, en un intento de demostrar su eficiencia.

– Tomaré un café, gracias -respondió. Parecía desconcertado.

– Está recién hecho -dijo señalando la cafetera.

Lewis se sirvió una taza. Observó que Martha le daba un vaso de plástico a cada bebé para entretenerlos. Llevaba puesta esa camisa otra vez, la que dejaba ver sus piernas desnudas. Cada vez que la veía no podía dejar de pensar que Martha estaba desnuda bajo aquella suave tela. Trató de olvidar ese detalle y se concentró en el café.

– Siento lo de anoche -dijo Lewis de repente.

Martha se giró.

– ¿Anoche?

Después de que Martha se hubiera ido a su habitación, Lewis se había quedado pensando. No le había gustado el modo en que se había comportado. Trató de convencerse de que todo lo había hecho para asegurarse de que Viola estuviera bien atendida y de que Martha no se olvidara de ella tan pronto como encontrara a Rory. Pero tenía la desagradable sensación de que se había comportado como un hombre celoso.

– Fui muy desconsiderado. Sé que está aquí para encontrar al padre de Noah -dijo Lewis-. Le será difícil encontrarlo en su tiempo libre. Así que preguntaré por ahí y trataré de averiguar algo de Rory. ¿Le parece bien?

Martha se quedó mirándolo fijamente. ¿Por qué se estaba disculpando? La noche anterior había sido muy descortés y ahora volvía a mostrarse amable. Aquel carácter tan cambiante la desconcertaba. Sería más fácil si fuera más estable, así sabría a qué atenerse. Pensó rechazar su ofrecimiento, pero no pudo.

– De acuerdo -dijo Martha por fin.

– En cuanto sepa algo se lo diré. Aunque no será hasta dentro de un tiempo -le advirtió.

– No se preocupe. No tengo prisa. Después de todo, tengo seis meses por delante.

Lewis dejó la taza en el fregadero.

– Será mejor que me vaya -dijo, y antes de salir por la puerta, añadió-: Por cierto, bonita camisa.

Martha se quedó paralizada en mitad de la cocina con una divertida expresión en su cara y un biberón en la mano. Miró sus piernas desnudas y recordó la expresión de Lewis. Noah emitió un gritó para llamar la atención de su madre y que, de una vez, le diera el desayuno.

«Bonita camisa». Martha sonrió recordando sus palabras y, por fin, atendió a Noah.

Tan sólo llevaba una semana en San Buenaventura y a Martha le parecía toda una vida. Había sido fácil adaptarse a vivir allí y, con la ayuda de Eloise, los días transcurrían apaciblemente. Desechó la ropa de su selecto vestuario y se limitó a vestir con camisetas de tirantes y pareos.

Cada día iba al mercado, cocinaba y conversaba con Eloise. Después jugaba con los niños, a los que había empezado a llamar los gemelos. Algunos días se quedaban en el porche. Otros, se ponían sombreros y bajaban a la playa. En la orilla, Noah disfrutaba chapoteando, pero Viola rompía a llorar en cuanto sus pies tocaban el agua.

Martha no se cansaba de observarlos. Savannah había enviado muchos juguetes para Viola, pero no eran necesarios. Una vieja cacerola y una botella de plástico eran suficientes para que la niña jugara.

Hacía años que no se sentía tan relajada, pensó mientras observaba a los gemelos durmiendo la siesta a la sombra de las palmeras. Cuando trabajaba en Glitz, había llevado un ritmo de vida frenético: los cotilleos, las fiestas, las continuas prisas para preparar los reportajes… Lo había pasado muy bien, pero no lo echaba de menos. Ahora, veía todo aquello muy lejano y superficial, como si perteneciera a otro mundo.

¿Cómo iba a echar de menos aquella vida si ahora estaba en el paraíso? Pero había algo que no la dejaba ser feliz, reflexionó.

Había conseguido un buen trabajo en un sitio precioso. Los bebés se portaban muy bien y no ocasionaban ningún problema. Parecía una vida feliz, pero en ocasiones se sentía sola.

Cada día, Martha esperaba el regreso de Lewis con anhelo. Aunque le costaba reconocerlo, se sentía feliz cada vez que lo veía entrando por la puerta. Era como si su día no empezara hasta que él llegaba a casa. En ese momento, Martha se sentía más viva. Y no era porque Lewis se mostrara dicharachero, al contrario. Muchas veces se mostraba serio y solía haber un tono amargo en sus palabras. Su afán de analizar cada cosa la molestaba y, en ocasiones, llegaban a discutir. El se sentaba meditabundo y reflexivo, pensando cada palabra antes de pronunciarla. Aquello la enojaba.

Necesitaba conocer a otras personas, decidió Martha. Ese había sido siempre el consejo en las páginas de Glitz- Tenía que hacer un esfuerzo y hacer más vida social. También tenía que tratar de encontrar a Rory.

Una mañana, Lewis le preguntó si tenía planes para el día. Martha lo miró sorprendida.

– ¿Planes? No, ¿por qué?

– Hoy es domingo, su día libre. Pensé que querría descansar. Si quiere, llévese el coche. Puede dejar a Noah y a Viola conmigo.

Martha no sabía qué decir.

– Bueno, la verdad es que no había pensado hacer nada especial -dudó-. Además, no quiero dejar a Noah y tampoco creo que sea una buena idea separarlo de Viola ahora que se han acostumbrado a estar juntos.

Era una mala excusa, pero Lewis pareció aceptarla.

– En ese caso, ¿qué le parece si comemos fuera? -sugirió él-. El gerente de la oficina me ha hablado de un restaurante que está al otro lado de la isla, donde el pescado es excelente. Así, no tendrá que cocinar hoy. No es más que una cabaña, pero está en la playa y los gemelos podrán jugar tranquilamente.

Martha lo miraba fijamente. Era imposible saber lo que Lewis pensaba en cada momento. ¿Por qué estaba siempre tan serio? ¿Realmente quería invitarla a comer o sólo pretendía ser cortés con ella? Martha decidió aceptar la invitación, fuera cual fuese la razón.

– Parece un plan perfecto -dijo-. Gracias.

– Es lo mínimo que puedo hacer. Usted me ha salvado de comer el estofado de Eloise -dijo Lewis con una tímida sonrisa en sus labios-. Y no olvide traerse el traje de baño. Me han dicho que esa playa es estupenda para nadar.

Llegaron al restaurante, que resultó ser tal y como le habían informado a Lewis, una cabaña. Las paredes eran de madera y planchas de hojalata y estaba abierta por un lado. Las mesas estaban colocadas bajo sombrillas hechas de hojas de palmeras y el menú estaba garabateado en una pizarra. Servían la cerveza muy fría y el pescado era el más fresco que Martha había probado nunca.

– ¡Qué sitio tan peculiar! Incluso parece que vamos a tener niñeras -dijo ella divertida al ver cómo Viola y Noah eran atendidos por las mujeres que ocupaban una mesa próxima a ellos. Viola estaba encantada de ser el centro de atención -. Su sobrina es muy coqueta. Mire cómo se comporta para que se fijen en ella. Me gustaría saber cuál es su secreto para mejorar mis técnicas.

Lewis contempló a Martha, que estaba sentada al otro lado de la mesa, frente a él. Sonreía mientras miraba a los bebés. Estaba bronceada y había ganado algo de peso. Parecía otra mujer distinta a la que había conocido en su oficina.

Lewis estudió su rostro con detenimiento. No era especialmente guapa. Tenía la nariz grande y los labios demasiado gruesos. Se adivinaban pequeñas arrugas alrededor de los ojos. Pero ahora que se la veía tan relajada estaba más atractiva. Se estaba acostumbrando a ella, a sus ojos, a su pelo, al modo en que sonreía a los bebés.

– No creo que su técnica necesite mejoras -comentó Lewis espontáneamente.

– Se sorprendería -dijo Martha con cierta ironía-. Desde luego, nunca he tenido la habilidad de Viola para llamar la atención.

– En ocasiones tiene muy mal genio -dijo él-. Noah es más tranquilo. Confío en que algo de esa tranquilidad se le pegue a Viola.

– Eso es difícil -contestó Martha mirando a su hijo con orgullo-. Noah tiene el mismo carácter que su padre: es tranquilo e independiente.

– ¿Realmente puede saber a quién se parece? Es sólo un bebé.

– Claro que sí. Físicamente no le encuentro parecido conmigo, y el carácter es el de su padre. Rory es muy tranquilo -afirmó Martha y sonrió-. Para mí, fue una novedad conocer a alguien tan dulce. Estaba todo el día rodeada de personas egocéntricas. Rory nunca se molesta en destacar ni en llamar la atención, no le hace falta.

– ¿No será que le da todo igual? -preguntó Lewis con voz grave.

Martha se quedó pensativa y tomó un sorbo de cerveza.

– No -dijo después de unos instantes-. Creo que lleva una vida muy cómoda y no necesita esforzarse por nada. Es muy guapo y simpático y congenia con todo el mundo. No le preocupa el dinero, lo único que le interesa es disfrutar de la vida.

– Eso está bien si hay alguien que se ocupe de resolver los problemas, de tomar decisiones y de asumir responsabilidades mientras uno se relaja y disfruta.

Había un tono amargo en su voz. Martha lo miraba con curiosidad.

– Parece que está pensando en alguna persona concreta. ¿Quizá su hermana?

– ¿Savannah? -Lewis se rió-. No, aunque sea irresponsable no es una mujer tranquila.

– Entonces, ¿de quién se trata?

– Pensaba en mi madre -admitió Lewis-. Nunca ha sabido asumir obligaciones.

– No sabía que tuviera madre. Nunca me ha hablado de ella -dijo Martha, y tomó otro sorbo de cerveza.

Lewis se encogió de hombros.

– Pasé poco tiempo con ella. No tardó en cansarse de mi padre y de mí. Nos abandonó cuando yo tenía seis años.

¡Seis años! Martha no podía creer que una madre fuera capaz de dejar a un hijo de seis años.

– ¿Por qué se fue?

– Quería encontrarse a sí misma. Creo que todavía no lo ha conseguido -dijo Lewis con amargura.

– ¿Todavía vive?

– Sí. Por lo que sé, se dedica a recorrer el mundo. No le gusta vivir siempre en el mismo lugar, y menos entre cuatro paredes. Siempre está en alguna comunidad buscando paz y amor. Creo que está convencida de que, si pasa un mes en la misma postura o comiendo determinados alimentos, el mundo cambiará.

Lewis tomó un sorbo de cerveza y miró al mar.

– ¿Alguna vez la ve?

– De vez en cuando. Para mí, mi madre es una desconocida excéntrica en continua búsqueda de nuevas terapias.

Martha miró a Noah, que estaba en brazos de una de las mujeres. No podía imaginarse abandonándolo. Sentía lástima por Lewis. Ahora comprendía el resentimiento que mostraba hacia las mujeres, después del modo en que se comportaban las de su propia familia.

Observó de reojo a Lewis, que estaba mirando el mar. Estaba serio, enfrascado en sus pensamientos.

– Yo siempre quise despreocuparme de todo, pero no pude -confesó Martha-. Fui una buena estudiante y tenía mucha ambición. Mi sueño era trabajar en una revista. Me gustaba mucho mi trabajo, pero se convirtió en el centro de mi vida. Siempre debía tener cuidado con los que me rodeaban. Estaban deseando que cometiera el más mínimo error para pisotearme -hizo una pausa y Lewis se giró para mirarla-. Con esa tensión, no consigues relajarte nunca y disfrutar de las cosas. Ahora me doy cuenta del estilo de vida que llevaba.

Lewis la miró a los ojos.

– Pero ahora su vida ha cambiado.

CAPÍTULO 6

MARTHA sonrió. -Noah es el que me ha cambiado. No creo que yo sola hubiera sido capaz de hacerlo. Nunca tenía tiempo ni para pensar las cosas -se quedó callada unos instantes, sumida en sus pensamientos, antes de continuar-. Cuando nació Noah, mi vida cambió totalmente. Tenía un trabajo fantástico, un buen sueldo y una intensa vida social y, de repente, todo desapareció. Pero no me arrepiento -dijo mirando a Lewis con una sonrisa en los labios-. Le agradezco que me haya dado este trabajo. Es fantástico poder tomarse la vida con calma en un sitio como éste. No sé cuánto tiempo más hubiera podido soportar. Sólo llevo aquí una semana y me siento mejor. Muchas gracias.

Se quedó pensativa recordando lo sola que se había sentido. La mayoría de sus amigos trabajaban en Glitz, así que tan pronto como dejó su trabajo, perdió el contacto con ellos. Llevaban ritmos de vida diferentes. Ellos no tenían compromisos ni hijos a los que atender. Trabajaban mucho y podían pasar las noches de fiesta en fiesta, igual que había hecho ella antes de nacer Noah.

– No tiene por qué dármelas -repuso Lewis-. Está haciendo un buen trabajo. Confío en que siga así durante los próximos seis meses.

Lewis miró al mar, pero la imagen de Martha sonriendo se había quedado fijada en su mente.

– Por supuesto que sí.

– ¿Seguro? Me ha hablado de su ritmo de trabajo, su intensa vida social, ¿no cree que esto pueda resultarle aburrido?

«No si estamos juntos», se dijo Martha. Por un momento pensó que había pronunciado aquellas palabras en voz alta. De haberlo hecho, ¿qué explicación le hubiera dado?

Martha contempló el reflejo del sol en la arena y los brillos del agua. Se quedó abstraída y se olvidó de que tenía una cerveza fría entre las manos y de que estaba sentada en una incómoda silla de madera. Tampoco fue consciente de las risas que provenían de la mesa de al lado, ni del aroma que desprendía el pescado cocinándose sobre la parrilla. En aquel momento, sólo existía Lewis, allí sentado frente a ella, intensamente atractivo.

– Tengo que hacer un esfuerzo por conocer a otras personas -dijo Martha en un intento por salir de su ensimismamiento-. Esta semana hemos estado muy ocupados organizándonos, pero ahora que ya nos hemos adaptado, me gustaría involucrarme en alguna actividad.

– ¿Qué le parece si un día de estos deja a los gemelos con Eloise y viene a comer a la ciudad? Le presentaré a algunas personas.

Martha lo miró con incertidumbre. ¿Por qué ese repentino interés en ampliar su vida social? A lo mejor se había cansado de ella. Si era así, tenía que demostrarle que era capaz de arreglárselas sola y que no dependía de él para nada, que tenía otras preocupaciones además de esperar su llegada a casa cada noche. Precisamente, era eso lo que había estado haciendo: depender de él, pensó Martha. Aquello tenía que cambiar.

– ¡Sería fantástico! -dijo Martha tratando de mostrar entusiasmo.

– La avisaré -repuso Lewis contrariado por su exagerada reacción.

Se acercaron a la mesa de al lado y recogieron a los bebés para darles de comer.

Entre dos era mucho más sencillo ocuparse de los niños, pensó Martha. Aunque Eloise siempre la ayudaba, con Lewis era diferente.

Mientras los bebés dormían a la sombra de las palmeras, Martha y Lewis comieron. El pescado era delicioso, pero Martha tenía la mente en otro sitio. Observaba atentamente a Lewis y apenas podía retirar la mirada de sus manos y de su boca. Deseaba acariciar aquellos fuertes brazos y entrelazar los dedos con los suyos.

Tragó saliva e intentó buscar un tema de conversación. Se sentía aturdida. Le hizo preguntas sobre el proyecto, la compañía y el amigo con el que había decidido asociarse tres años atrás.

– Tenemos pocos empleados en este momento -dijo Lewis contrariado ante el repentino interés de Martha. Había observado un cierto nerviosismo en ella-. Tenemos un ingeniero encargado del proyecto en cada lugar y yo hago visitas de vez en cuando para asegurarme de que todo va bien.

– Entonces, tendrá que viajar mucho, ¿no?

– Sí, Mike está casado y tiene niños pequeños. Trabaja en nuestras oficinas centrales de Londres. Como no tengo familia ni obligaciones que me retengan, yo soy el que viaja.

– ¿Y no se cansa?

– ¿De viajar? -preguntó Lewis.

– No, de estar solo y no tener quien lo espere en casa.

Se quedaron en silencio sin dejar de mirarse fijamente. Tras unos momentos, Lewis desvió la mirada.

– Hace tiempo que decidí no tener hijos -dijo seriamente-. No quiero ser responsable de traer niños al mundo y que pasen por lo mismo que pasamos Savannah y yo.

– No tiene por qué ser así. No todas las madres abandonan a sus hijos.

– Quizás -dijo Lewis con rostro severo-. Por cierto, ayer recibí un correo electrónico de Helen.

Helen. La novia perfecta. Aquella a la que tanto echaba de menos.

– ¡Qué bien! -dijo Martha tratando de mostrar emoción.

– Me dice que ha tenido una hija y que es muy feliz.

– Eso es estupendo -dijo Martha, preguntándose si realmente se alegraba o si en el fondo se sentiría celoso.

– Ya ha vuelto al trabajo. Me dice que la niñera es fantástica -dijo y en tono irónico, añadió-: Parece que soy el único que no tiene interés en formar una familia.

– Mire, estamos aquí disfrutando de una tranquila comida de domingo. Los bebés duermen la siesta. A la vista de los demás, parecemos una familia.

Lewis se giró y miró como dormían Noah y Viola.

– Pero no somos una familia.

– Oficialmente no. Pero somos un hombre y una mujer con dos niños que viven juntos. Somos una familia provisional.

– Esa es la cuestión. Una familia no puede ser provisional -protestó Lewis-. Las familias han de permanecer unidas.

La sonrisa se borró del rostro de Martha. Pensó en lo que quería para Noah y para ella. Desde luego, ella tampoco quería algo provisional.

– ¿Qué va a hacer hoy? -le preguntó Lewis a la mañana siguiente mientras tomaba el último sorbo de su café.

– Lo de siempre -dijo Martha mientras le limpiaba las manos a Viola-. ¿Por qué?

– Quizá le gustaría venir a la ciudad a comer conmigo. Eloise se puede ocupar de los niños.

– Me encantaría -dijo Martha. Trató de no mostrar su entusiasmo ante la idea de Lewis. Se trataba de una comida, no de una cita. No había motivo para que su corazón se acelerase de aquel modo.

– ¿Sobre las doce y media le viene bien?

– Perfecto.

Esperó a que se fuera y entonces sonrió.

– No me miréis así -dijo a los niños, que se habían quedado embelesados mirándola-. No hay ningún inconveniente en que vayamos juntos a comer. No voy a hacer ninguna tontería.

Como enamorarse de un hombre que había dejado bien claro desde el principio que no quería formar una familia, pensó Martha. Noah necesitaba una familia. Lewis no había vuelto a hablar de buscar a Rory, pero ella no quería preguntarle. Realmente ni siquiera había vuelto a pensar en él.

Tenía que encontrar a Rory. Los días pasaban y ella ni siquiera lo había intentado. Había estado tantos meses pensando en cómo ir a San Buenaventura para que Noah conociera a su padre… Sin embargo, ahora no le preocupaba. Aquello estaba mal, pensó Martha. Rory era el padre de Noah y la razón por la que había ido hasta allí. Tenía que encontrarlo.

Quizá Lewis le presentara a algunas personas durante la comida. Podía preguntarles si conocían a Rory. Ese era un buen motivo para acudir. Además, prefería la compañía de otras personas a comer con Lewis a solas.

Eligió uno de sus vestidos favoritos: era de colores claros y muy vaporoso. Habían quedado en encontrarse en un restaurante de la calle principal de Perpetua. Martha planeó llegar antes que Lewis, pero en el último momento las cosas se complicaron y se le hizo tarde. Además, con las prisas se olvidó el paraguas en la casa y la lluvia que caía terminó por empaparla.

Llegó al restaurante veinte minutos tarde. Se detuvo en la entrada y trató de secarse la cara y mesarse los cabellos. Estaba completamente mojada. El vestido estaba empapado y revelaba el contorno de su cuerpo. Desde donde estaba, buscó con la mirada a Lewis y lo encontró sentado en una mesa al otro lado del restaurante. Estaba con una atractiva mujer de la edad de Martha. Era rubia y muy elegante. Por un momento, se olvidó de su vestido mojado y estudió la situación.

Lewis parecía sentirse a gusto en su compañía. Estaba sentado hacia delante, escuchando y, en ocasiones se le veía asentir con la cabeza.

A Martha se le encogió el corazón. ¿Por qué estaba aquella mujer allí? Quizás, al ver que ella no llegaba, Lewis la había invitado a su mesa y ahora disfrutaban de un agradable almuerzo, pensó. Entonces, ¿qué pintaba ella allí? Decidió que no tenía motivo para quedarse.

Pero se quedó paralizada en el sitio. No podía dejar de observarlos. De pronto, Lewis la vio y le hizo un gesto con la mano para que se acercara. Estaba serio y Martha no supo qué hacer. Ya no podía escapar. Atravesó el restaurante dejando un reguero de agua a su paso. Llevaba el vestido completamente pegado al cuerpo y el pelo caía mojado sobre su frente.

Lewis se levantó cuando llegó a la mesa.

– ¿Dónde se ha metido? Estaba empezando a pensar que le había pasado algo.

– Su sobrina no paraba de llorar. Cuando por fin conseguí calmarla ya era tarde y, para colmo, con las prisas me olvidé el paraguas.

– Ya veo -dijo Lewis observándola de arriba abajo. Le ofreció una silla entre él y su acompañante-. Será mejor que se siente.

– Gracias -dijo Martha. De cerca, aquella mujer era todavía más atractiva.

Lewis hizo las presentaciones. La mujer se llamaba Candace Stephens.

– Candace es la directora de un complejo hotelero que se acaba de inaugurar en la isla.

– Confiamos en beneficiarnos del nuevo aeropuerto y que muchos turistas vengan a visitarnos -dijo con una amplia sonrisa.

Martha la observó. Era evidente que aquella mujer estaba interesada en algo más que en el aeropuerto de Lewis.

– Martha es la niñera de Viola -dijo Lewis.

Estupendo, pensó Martha. Lewis la hizo sentir insignificante. Así que sólo era la niñera de Viola, ¿no?

– También soy la cocinera -añadió desafiante.

– Tiene que ser un trabajo fantástico. Tan sólo depende de uno mismo. Además, cocinar parece muy relajado, seguro que mucho más que pasar el día en aburridas reuniones. Y no me refiero a nuestras reuniones, Lewis -dijo con una amplia sonrisa mientras ponía su mano sobre la de él.

Martha observó a Candace con desagrado. Había dejado claro que ellos celebraban importantes reuniones sobre el modo de fomentar el turismo en la isla, mientras ella tenía un trabajo insignificante.

– Cuidar a dos bebés no es precisamente relajado -dijo Martha secamente.

– ¿Dos bebés? -preguntó Candace asombrada-. Creí que sólo estabas con tu sobrina -dijo girándose hacia Lewis.

Era evidente que entre Candace y Lewis había cierta familiaridad y que habían estado hablando de asuntos personales. Martha tomó la carta del menú y la abrió bruscamente. No sabía qué la había irritado más: si el hecho de que él le hubiera hablado de Viola o de que hubiera eludido mencionar a Noah.

– Noah es el hijo de Martha -aclaró Lewis-. Tiene la misma edad que Viola, así que están todo el día juntos.

Lewis evitó observar a Martha, pero le resultó imposible. Estaba sentada a su lado y era difícil quitar la vista del vestido mojado que llevaba y que era tan revelador. Vio que una gota de agua recorría su cuello hasta llegar al escote. Deseaba alargar la mano y tocar su piel húmeda.

No le había gustado la manera en que algunos de los hombres que estaban en el restaurante se habían girado para mirarla al pasar. Se arrepintió de haberla invitado a comer. Era difícil pensar que la atractiva mujer que estaba a su lado era la niñera de Viola y, por tanto, su empleada.

Le había prometido presentarle a otras personas y estaba decidido a cumplir su promesa. Pensó que congeniaría con Candace, pero ahora se daba cuenta de que se había equivocado: aquellas mujeres no se soportaban a pesar del intento que hacían por mostrarse educadas.

– Así que tiene un bebé, ¿eh? -preguntó Candace.

– Sí -contestó Martha secamente sin ni tan siquiera levantar los ojos de la carta-. Soy madre soltera.

– ¡Qué valiente! -exclamó Candace.

Martha la miró.

– ¿Por qué dice eso? -dijo Martha desafiante.

– Tiene que ser difícil criar a un hijo sola -dijo Candace en tono de lástima, lo que exasperó a Martha-. Tengo amigas que han pasado de ser brillantes mujeres de negocios a estar todo el día hablando de pañales y biberones. Tenían fantásticas carreras y lo han dejado todo por ser madres. ¿Y todo para qué? ¿Para estar todo el día pendientes de sus hijos y no poder dormir? -se detuvo y suspiró-. Francamente, la idea de ser madre no me atrae en absoluto.

– Desde luego, no creo que fuera una buena madre -le dijo Martha tranquilamente-. Tiene mucho en común con Lewis. Él tampoco tiene ningún interés en ser padre, ¿verdad?

Lewis frunció el ceño. Candace lo miró con mayor interés. A partir de ese momento, ignoró a Martha y acaparó totalmente la atención de Lewis hablando tan sólo de negocios.

Martha no supo qué hacer. Se concentró en la comida y en observar las tácticas de Candace. Trató de adivinar los pensamientos de aquella mujer. Probablemente se habría sentido defraudada al enterarse de que no comerían solos y que estarían acompañados por la niñera de Viola. Pero seguramente, cuando Candace la vio llegar, sus temores se desvanecieron al comprobar que Martha no era una rival a tener en cuenta a la vista del aspecto que presentaba. Además, la falta de interés en tener hijos era otro punto en común con Lewis a su favor.

Candace estaría pensando que era el prototipo de mujer que Lewis necesitaba. Una mujer profesional totalmente dedicada a su carrera. Ese debía de ser el motivo por el que una y otra vez hacía referencia a su trabajo. ¡Pero si era tan sólo directora de un hotel!, pensó Martha. No hacía falta ser un genio para organizar los turnos de los recepcionistas y asegurarse de que las camareras cambiaban las toallas de las habitaciones. Por la importancia que se daba, cualquiera diría que acababa de descubrir un remedio contra el cáncer.

Era difícil adivinar qué pensaba Lewis de ella. Martha lo estudiaba con detenimiento. Había hecho algún intento por incluirla en la conversación, pero Candace no lo había permitido. Estaba dispuesta a desplegar todos sus encantos para diferenciarse de Martha y no dejarla hablar.

Martha la observó detenidamente. Era alta y muy guapa. Tenía una piel maravillosa y los ojos verdes. Su dorada melena estaba recogida en una trenza. Pero era muy aburrida. Aunque quizás a Lewis eso no le importaba.

Suspiró y dejó caer el tenedor. Recordó la emoción con la que había acudido al restaurante. Se había hecho demasiadas ilusiones respecto a Lewis. Si hubiera sabido lo que iba a pasar…

– Será mejor que me vaya -dijo en cuanto terminó de comer-. No está bien dejar a Eloise sola con los niños tanto tiempo. No se levante -añadió mientras Lewis movía su silla hacia atrás-. Por favor, quédense y terminen de comer.

Lewis fue a decir algo, pero Candace la interrumpió.

– Me tomaré un café -dijo mostrando una amplia sonrisa de satisfacción.

– Hasta luego -se despidió Martha fríamente-. Gracias por la invitación.

– Está muy callada -dijo Lewis, mientras ella preparaba la cena de aquella noche.

– Ya sabe que mi único tema de conversación son los biberones y los pañales. No quiero aburrirlo.

Lewis la observaba pensativo. Cuando estaba con ella, nunca se aburría. Pero era evidente que en aquel momento estaba enfadada, y no era difícil conocer el motivo.

– Mire, siento mucho lo de la comida. Invité a Candace porque usted misma me dijo que quería conocer a otras personas. Creí que congeniarían.

– ¿De verdad? -dijo Martha mientras cortaba enérgicamente unas hojas de lechuga-. ¿Qué le hizo pensar eso?

Lewis se encogió de hombros.

– Parecen de la misma edad, las dos son solteras…

– Ah, claro, y por eso se supone que podemos hacernos amigas aunque no tengamos nada en común, ¿no? -lo interrumpió.

– Eso no lo sabía cuando invité a Candace a comer -dijo Lewis tratando de ser amable-. Me la presentaron en una reunión de trabajo. Acababa de llegar a la isla y estaba sola. Apenas la conozco.

– No me dio esa impresión. Ella parecía conocerlo muy bien -dijo Martha cortando bruscamente un tomate-. No hay ninguna duda de que tiene muy claro de quién quiere hacerse amiga.

Lewis la miró contrariado.

– ¿Qué quiere decir?

– Venga, Lewis, es evidente que Candace está interesada en usted. Nunca me he sentido tan fuera de lugar. Ella estaba deseando que me fuera y los dejara solos.

– Ya se lo he dicho. Apenas la conozco -dijo Lewis enojado.

– Bueno, eso siempre puede cambiar -repuso Martha con una sonrisa irónica-. Candace es la mujer perfecta para usted. Los dos están totalmente entregados a su trabajo. Para ustedes es más importante conseguir contratos que tener una familia. Además, así podrán reírse juntos de personas como yo, cuyas únicas preocupaciones son el amor y la dedicación a sus hijos.

Lewis apretó los labios. No entendía por qué estaba tan enfadada. El almuerzo no había ido bien, pero no era culpa suya que no hubieran congeniado. Al menos, él le había presentado a Candace y ella debería estar agradecida por ello. No soportaba que las mujeres actuaran tan irracionalmente.

Él también estaba enfadado. Además, no había podido evitar pensar en Martha durante toda la tarde y la sensualidad de su cuerpo bajo aquel vestido mojado.

Apenas había podido concentrarse en el trabajo esa tarde.

Cuando llegó a casa, la encontró con unos pantalones y una camisa sin mangas, totalmente diferente a como la había visto en el restaurante, con el vestido mojado y pegado a su piel, marcando cada una de sus curvas. Se sintió defraudado.

– ¿Cómo dice? -preguntó Lewis abstraído en sus pensamientos al percatarse de que ella le estaba hablando.

– Le estaba diciendo que viniera a sentarse a la mesa.

– Sí, por supuesto -dijo él.

Viola no dejó de llorar durante la cena y Martha se tuvo que levantar varias veces para atenderla.

– Creo que se ha resfriado -dijo mientras le tocaba la frente-. Si no se encuentra mejor por la mañana, llamaré a un médico.

Martha le dio un jarabe a la niña, pero apenas la calmó. La noche fue larga: Viola se despertaba una y otra vez llorando. Tan pronto como Martha conseguía que se durmiera, volvía a despertarse.

Una de las veces, Noah también se despertó y rompió a llorar. Martha trató desesperadamente de consolar a los niños. De repente, Lewis apareció.

– Parece que necesita que la ayude.

Martha estaba muy cansada para protestar. No sabía qué hora era y se estaba volviendo loca con los llantos de los bebés.

– ¿Puede ocuparse de Noah mientras yo le doy un poco de agua a Viola?

Martha fue a la cocina y preparó un biberón. Se sentó en el sofá del salón y acunó a Viola en sus brazos mientras la niña bebía. Por fin, dejó de llorar y todo se quedó en silencio.

Martha reclinó la cabeza en el respaldo del sofá y suspiró aliviada.

Lewis paseaba junto a las puertas correderas de cristal que daban al porche. Llevaba puestos unos pantalones grises de pijama y sujetaba a Noah contra su pecho desnudo con sus fuertes manos. Martha lo contempló. Estaba acariciando la espalda del niño mientras Noah se abrazaba a su cuello y se chupaba el dedo. Aquello era señal de que estaba a gusto.

– ¿Qué tal está Viola? -preguntó Lewis en voz baja.

– Mejor. Creo que podrá dormir.

– Parece que este jovencito también se ha dormido.

Se acercó y se sentó junto a ella. Martha sintió que cada uno de sus sentidos se agudizaba.

– Por fin podremos dormir esta noche -dijo él mientras estiraba las piernas.

– Sí -contestó ella sin quitar la mirada de sus pies. Quería evitar mirar cualquier otra parte de su cuerpo.

Estaba sentado muy cerca de ella, tanto que podía tocarlo. Sus manos deseaban acariciarlo y recorrer cada centímetro de su cuerpo. Pero no podía ser.

Noah necesitaba un padre y a Lewis no le gustaban los niños, así que no tenía ningún sentido iniciar una relación con un hombre que no quería formar una familia. Con él, ella y su hijo no tenían futuro.

Tampoco es que fuera un hombre guapo, pensó Martha. Su nariz era grande y sus cejas, muy marcadas. Era serio y severo, tremendamente racional. Era obstinado y riguroso. No había ningún motivo para encontrarlo atractivo.

Tampoco encontraba sentido al deseo que tenía de acariciarlo, de probar sus labios y sentir el calor de sus manos sobre su cuerpo.

No había ninguna razón para todo aquello. Martha dejó escapar un suspiró y Lewis se giró para mirarla.

– Debe de estar cansada. Voy a dejar a Noah en la cuna y enseguida vuelvo por Viola -dijo Lewis.

Eso debía de ser. El cansancio le hacía tener aquellos extraños deseos. Además, era de noche y muy tarde. La brisa tropical estaba intensamente perfumada y se oía el suave murmullo de las olas. Estaba cansada. Por eso, su corazón latía rápidamente y sentía que la sangre fluía con fuerza por sus venas.

– Me llevo a Viola también -dijo Lewis cuando regresó. Se inclinó y tomó a su sobrina de los brazos de Martha. El roce de sus manos sobre su piel desnuda fue suficiente para que el corazón de Martha latiera desbocado.

Tenía que levantarse e irse a dormir, pero estaba tan cansada que no podía moverse. Le temblaba todo el cuerpo.

«Es e! cansancio», pensó Martha. «Sólo eso, cansancio».

CAPÍTULO 7

ES HORA de irse a la cama -le dijo Lewis cuando volvió al salón. Se quedó de pie frente a ella.

Martha abrió sus grandes ojos. Había algo extraño en su voz, pero no supo distinguir el qué.

– Estoy demasiado cansada para moverme. Creo que me quedaré aquí a dormir.

– Será mejor que se vaya a la cama -le dijo Lewis, y alargó su mano.- Deje que la ayude a levantarse.

Martha miró su mano y se quedó pensativa. Parecía como si estuviera ante un momento crucial de su vida en el que tenía que tomar una decisión fundamental para su futuro. Si decidía aceptar su ayuda, su vida tomaría un rumbo y, si no lo hacía, tomaría otro.

Pero, ¿qué tonterías estaba pensando? Se encontraba tan cansada que no podía pensar con lucidez. Lewis tan sólo le estaba ofreciendo su ayuda para levantarse.

Lo miró y sonrió forzadamente.

– Lo siento, estoy agotada -dijo, y se agarró a su mano.

Tan pronto como sintió el roce de sus dedos, supo que había cometido un error. Lewis tiró de ella, pero sus piernas flaquearon y se hubiera caído si él no la hubiera agarrado por la cintura para evitarlo.

Martha dejó escapar un gemido al sentir su cuerpo tan próximo al de él. Era fuerte y firme como tantas veces había imaginado. El hombro desnudo de Lewis se hallaba a escasos centímetros de su boca. Podía sentir el olor de su piel.

Pensó en dar un paso y separarse de él, pero no se movió de donde estaba. Se sentía paralizada y su cabeza parecía no reaccionar. Algo surgió de su interior que le hizo levantar la cabeza y mirarlo a los ojos. Le costaba respirar.

Se quedaron allí parados mirándose intensamente durante unos instantes que se hicieron eternos. Lo que ocurrió a continuación, rompió el silencio. ¿Quién besó a quien? ¿Quién había tomado la iniciativa? Eso ya no importaba. Lo que realmente importaba era que toda la tensión se había desvanecido y que se estaban besando apasionadamente.

Jadeantes, se dejaron caer sobre el sofá sin parar de besarse. Martha lo estrechó entre sus brazos y lo atrajo hacia sí con fuerza. Se sentía al borde del desmayo. Por fin estaba tocando aquel cuerpo que tanto había deseado. Saboreó sus labios y acarició su espalda desnuda, desde la cintura hasta sus anchos hombros.

Lewis buscaba su boca con pasión. Sus manos ansiosas se deslizaban sobre ella, desde los muslos hasta la piel que escondía su camisa.

Martha se dejó llevar. Había tratado de convencerse de que no lo deseaba, pero ahora comprobaba que no era así. Lo rodeó con sus brazos mientras continuaban besándose. Rodaron y Lewis se colocó sobre ella. Inclinó suavemente la cabeza de Martha hacia atrás y comenzó a besar su cuello. El roce de sus labios sobre su piel la hicieron estremecer. La cabeza le daba vueltas. Lewis respiraba entrecortadamente.

De repente se escuchó el llanto de un bebé. Lewis apoyó su cabeza sobre el hombro de Martha. Tras unos segundos, se incorporó y la miró directamente a los ojos. La expresión de su mirada se había transformado.

– ¿Qué estoy haciendo? -dijo Lewis.

Nunca antes un hombre la había besado como lo había hecho él ni se había sentido tan deseada como con él. Pero nunca los besos habían acabado de manera tan brusca. Estaba claro por el gesto de su cara y por sus palabras que Lewis no había querido besarla y que se arrepentía de haberlo hecho.

– Viola está llorando -logró decir Martha-. Será mejor que vaya.

Lewis escondió el rostro en sus manos, mientras ella se levantaba y se colocaba la camisa. Con piernas temblorosas, llegó a la habitación y, tras unos momentos, la niña se tranquilizó y se volvió a dormir.

Martha se quedó observando a Viola. Le hubiera gustado estar dormida como ella.

Por la expresión que había visto en Lewis, era fácil adivinar que no volvería a tocarla. Martha se entristeció por ello. ¿Había sido culpa suya?, se preguntó. Quizá lo había obligado a besarla. Quizás él no se había atrevido a apartarse de ella para no hacerla sentir mal. No recordaba cómo había empezado todo. Se sonrojó pensando lo maravilloso que había sido acariciar su cuerpo y sentir sus labios fundiéndose en un beso.

Volvió a contemplar a los bebés y deseó estar junto a ellos, dormida. Así despertaría y descubriría que todo había sido un sueño y que no había hecho el ridículo frente a Lewis. Todavía podía sentir el calor de sus manos sobre su piel y el sabor de sus labios. Aquellas sensaciones no habían sido un sueño.

Tenía que regresar y hacerle frente. Pero, ¿qué le diría? «Lo siento Lewis, me he dejado llevar por las hormonas». Siempre podía decir que estaba aturdida por el cambio horario. Aunque eso tampoco era una buena excusa para revolcarse con Lewis en el sofá.

Martha se mesó los cabellos desesperada.

– ¿Viola está bien?

La voz de Lewis en el rellano de la puerta hizo que su corazón diera un vuelco. Tuvo que inspirar profundamente antes de contestar.

– Sí, está bien -dijo sin mirarlo.

– ¿Y usted? -preguntó dubitativo.

– Estoy bien.

Se quedaron callados. Entonces, Lewis se dio media vuelta.

– Me voy a dormir -dijo indiferente mientras salía de la habitación.

Instantes después, Martha escuchó cómo cerraba la puerta de su dormitorio.

Así que Lewis daba el asunto por resuelto. Si iba a pretender que nada había pasado entre ellos, no sería ella la que perdiera el tiempo en averiguar los motivos por los que había ocurrido.

Se sentía confundida. Por una parte, era un alivio olvidar lo que había pasado, pero por otra, no quería hacerlo. ¿Cómo podía Lewis olvidar lo ocurrido? Quizás hubiera sido ella la que lo había iniciado todo, pero aquello había sido cosa de dos. Si Viola no hubiera llorado…

Se quedó absorta en sus pensamientos. Imaginó lo que podía haber pasado si Viola no los hubiera interrumpido. Sentía unos deseos incontenibles de llamar a la puerta de Lewis y rogarle que terminara lo que había empezado.

Aunque, ahora que lo pensaba detenidamente, tenía que reconocer que lo mejor era olvidarlo todo. Martha dejó escapar un largo suspiro. Era una situación embarazosa para ambos, pero eran adultos y tenían que comportarse. Lo mejor sería ignorar que se habían besado. Olvidar sus caricias y el sabor de sus labios. Si Lewis podía hacerlo, ella también podría. Al menos, estaba dispuesta a intentarlo.

– Le debo una disculpa.

Lewis dejó su taza sobre la encimera y miró a Martha.

Apenas había dormido. Se sentía agotada y frustrada. Estaba convencida de que Lewis no diría nada de lo que había pasado la noche anterior y, por supuesto, ella tampoco lo haría.

Pero allí estaba él, sacando el tema a relucir. Martha no tenía fuerzas para hablar. Ni siquiera se había molestado en vestirse y en esos momentos se sentía muy incómoda. Ahora Lewis sabía que no llevaba nada bajo la camisa.

– No necesita disculparse -dijo ella.

– Yo creo que sí.

Lewis tensó los músculos de su mandíbula. Le hubiera gustado no volver a ver aquella camisa. Recordó como se había deslizado y había dejado al descubierto uno de sus hombros, mientras consolaba a Viola la noche anterior. No había podido quitar los ojos de su piel, imaginando su suavidad. En aquel momento, aunque se la veía cansada, la había encontrado muy sensual y atractiva.

Su intención no había sido besarla. Había intentado controlar sus emociones. Ella era su empleada y ese era motivo suficiente para evitarla. Cuando le tendió la mano, su único propósito había sido ayudarla a levantarse.

Pero Martha había tropezado y él la había sujetado por la cintura para impedir que se cayera. Había sentido su suavidad y calidez y no había podido evitar dejarse llevar. El olor de su piel, tan próxima, había hecho que su mente se quedara en blanco, y lo siguiente que supo fue que estaban retozando en el sofá. Todos sus propósitos e intenciones de respetarla habían desaparecido, y el deseo y la pasión se habían apoderado de él. Sólo un estúpido se hubiera detenido en aquel momento para evitar besarla.

– Nunca debí sobrepasarme con usted anoche -dijo, y se encogió de hombros-. No pretendía besarla. No sé cómo ocurrió, lo siento. Es imperdonable que la tomara de esa manera y que… -Lewis se detuvo sin saber cómo continuar. Ambos recordaron lo que había pasado después-. Quería decirle eso, que lo siento. Usted trabaja para mí y no me comporté correctamente anoche. La he contratado para que cuide de Viola no para que… -Lewis no se atrevió a terminar la frase. Si seguía así, iba a empeorar las cosas en vez de resolverlas-. Quédese tranquila. Le aseguro que no volverá a suceder.

Martha lo miró desconcertada. Lewis era un hombre orgulloso y tenía que ser difícil para él disculparse. No era justo que él se sintiera culpable por lo que había pasado entre ellos.

– No se preocupe. Son cosas que pasan. Los dos estábamos cansados y nos dejamos llevar. Ninguno de los dos fue consciente de lo que estábamos haciendo.

Lewis se quedó sorprendido. No parecía intimidada. ¿Cosas que pasan? ¿Es que acaso ella vivía situaciones como aquella con frecuencia? Al menos, debía alegrarse de que se lo hubiera tomado tan serenamente y no hubiera hecho la maleta o llamado a su abogado para presentar una demanda.

– Me alegro de que se lo tome así. Pero quiero que sepa que lo siento y que no volverá a ocurrir.

Martha hubiera preferido que sus palabras hubieran sido otras.

– Será mejor que ambos lo olvidemos -contestó Martha.

– Estoy de acuerdo, eso será lo mejor -asintió Lewis.

Claro, tenían que olvidarlo. ¿Cómo no se le había ocurrido a él sugerirlo? Hubiera sido más fácil que todo lo que había dicho.

Pero Lewis tenía muchas cosas en la cabeza y no pensaba con claridad. Los proyectos no iban todo lo bien que esperaba. Se habían encontrado con un problema legal para la adquisición de los terrenos colindantes con la ampliación del aeropuerto. Lo último que podía hacer era perder el tiempo por un simple beso. Tenía cosas más importantes de las que ocuparse.

A pesar de que evitaba pensar en Martha, le era difícil olvidar el calor de su boca y la suavidad de su piel. A medida que los días iban pasando, Lewis se

sentía más confuso. Los recuerdos volvían una y otra vez a su mente y no podía hacer nada por evitarlo.

Desesperado por no conseguir olvidar lo acontecido, estaba más malhumorado que de costumbre. Sus empleados trataban de evitarlo y, en casa, la situación era incómoda para ambos. A pesar del esfuerzo que tanto él como Martha hacían por continuar como si nada hubiera pasado entre ellos, la tensión era evidente.

Todo le recordaba a Martha: el salón, con el sofá que había sido el escenario donde todo había ocurrido; el porche, donde tantas veces se habían sentado por las noches a hablar. Ya nunca lo hacían y Lewis añoraba aquellas charlas.

Lewis la veía en la cocina cada mañana, preparando el desayuno de los niños. Apenas se daban los buenos días. La veía allí, descalza y con aquella camisa y sentía deseos de abrazarla y estrecharla entre sus brazos. Deseaba decirle que no soportaba más aquella situación, que así no podían seguir y que, por más que lo intentaba, no conseguía borrarla de sus pensamientos. Pero no podía hacerlo. Martha era la niñera de Viola y, por tanto, su empleada. ¿Por qué tenía que repetírselo una y otra vez? Además, era muy buena haciendo su trabajo. Dedicaba a los niños toda su atención y los trataba con mucho cariño. También era buena cocinera. No estaba dispuesto a perderla como empleada.

Lewis trató de convencerse de que Martha no era el tipo de mujer que le gustaba. A él siempre le habían atraído las mujeres independientes. Se ponía nervioso cuando le hablaban de compromisos. Era evidente que eso era lo que Martha buscaba: un compromiso. Tenía un hijo y quería formar una familia, con todas las complicaciones que ello implicaba. Lewis no tenía ningún interés en sentar la cabeza y formar una familia. Estaba claro que lo único que sentía por ella era una fuerte atracción física.

Además, Martha nunca había mostrado ningún interés por él, salvo aquella noche en el sofá. Había dejado claro desde el principio que su prioridad era encontrar al padre de Noah.

Necesitaba distraerse, decidió Lewis. Así que un día, al encontrarse con Candace a la salida de la oficina, decidió invitarla a comer. No estaba seguro de si lo hacía por él o por demostrar algo a Martha, pero aun así la invitó.

Candace era una mujer más de su estilo, se dijo Lewis mientras la observaba durante la comida. Era fría, racional y muy atractiva. Tenía claro que su prioridad era el trabajo. Candace no tenía tiempo para bebés. Tenía su vida organizada y no quería compromisos a largo plazo. Era perfecta para él.

– Mañana no cenaré en casa -anunció Lewis mientras cenaban aquella noche.

Martha se estaba sirviendo ensalada.

– ¿Por qué? -preguntó mirándolo.

– Hay una fiesta en el hotel que dirige Candace Stephens -dijo. Se sentía obligado a darle una explicación-. Me preguntó si quería acompañarla y pensé…

¿Por qué no reconocía que tenía una cita con Candace?

– No necesita darme explicaciones -lo interrumpió Martha-. Lo que haga con su vida es asunto suyo. Pero le agradezco que me lo diga -añadió cortésmente.

– ¿Estará bien aquí sola?

– Claro que sí -dijo con una sonrisa forzada-. Ya estoy acostumbrada.

No era cierto. Aunque ya no hablaban como antes, le gustaba saber que Lewis estaba cerca. Sus sentidos se ponían en alerta cada vez que llegaba a casa. Se despertaba a mitad de la noche y recordaba aquel cálido beso que se habían dado.

Ahora tenía que aceptar que Lewis iba a salir con Candace. Era duro verlo salir con otra mujer, pero tenía que acostumbrarse.

– Quizás Eloise se pueda quedar a hacerle compañía si usted quiere.

Martha lo miró fríamente.

– No se preocupe, sé cuidarme sola.

Lewis frunció el ceño. No le gustaba cuando se ponía sarcástica.

– Sólo quería asegurarme que estaría bien.

Si así fuera, no estaría dispuesto a salir con Candace.

– Por favor, acuérdese de preguntar por Rory, a ver si alguien lo conoce -dijo Martha levantando la barbilla.

Rory. El novio por el que estaba obsesionada. Lewis se había olvidado de él.

– ¿Todavía no lo ha encontrado? -preguntó Lewis arqueando las cejas.

– ¿Cuándo cree que puedo hacerlo? Me paso todo el día en casa.

– Creí que salía cada día.

– Sólo voy al mercado a hacer la compra.

Probablemente había muchas cosas que podía haber hecho, y más contando con la ayuda de Eloise.

Pero no estaba dispuesta a reconocer que ni siquiera había intentado buscar al padre de Noah.

Lo cierto era que había pensado más en Lewis que en Rory.

Aquella noche en la fiesta, Lewis no pudo dejar de pensar en Martha. Candace estaba muy guapa con un vestido plateado que acentuaba su gélida belleza. No pudo dejar de compararla durante toda la noche con Martha. Echaba de menos la mirada de sus ojos oscuros y su cálida sonrisa; era totalmente opuesta a Candace.

No soportaba los actos sociales y la velada se le hizo interminable. Candace estuvo ocupada saludando a otros invitados y Lewis no dejó de mirar la puerta. Era como si confiara en que Martha apareciera de un momento a otro.

Tan pronto como pudo, se despidió de Candace y se fue a casa, pero cuando llegó, Martha ya se había ido a la cama. Se sintió decepcionado y se sentó en la oscuridad del porche.

– ¿Se lo pasó bien anoche? -le preguntó Martha a la mañana siguiente.

Lewis se encogió de hombros.

– Era una de esas fiestas en las que estás con mucha gente pero no llegas a conocer a nadie -dijo Lewis, y la miró a los ojos-. Ninguna de las personas con las que hablé conocía a Rory.

Martha se quedó paralizada. Se había olvidado de que le había pedido que preguntara por Rory.

– Alguien lo tiene que conocer. Este sitio es pequeño.

– Quizás haya más suerte en la recepción que el Alto Comité celebra la próxima semana -dijo Lewis-. He aceptado una invitación en su nombre, así que usted misma podrá preguntar.

– ¿Una invitación? ¿Para mí? -dijo mientras limpiaba la nariz de Viola.

– Suelen invitar a todos los británicos que están en la isla -dijo Lewis, y tomó un sorbo de café, recordando el placer con el que había pronunciado su nombre la noche anterior-. Les hablé de usted y comenté que estaba deseando salir y conocer a otras personas. Así que me dijeron que nos harían llegar unas invitaciones para asistir. Si no encuentra a alguien en esa fiesta que conozca a Rory, es que no está en la isla.

– Muchas gracias por acordarse de mí -dijo Martha dubitativa-. Se lo agradezco.

Su voz había sonado triste. Tenía que haberse mostrado entusiasmada con la idea, pensó Martha. Gracias a Lewis, estaba más cerca de encontrar a Rory. Tenía que estarle agradecida por eso y porque se estuviese preocupando de incluirla en la vida social de la isla.

Quizás Lewis estuviese interesado en Candace. Martha pensaba que era una mujer muy fría, pero eso no era asunto suyo. Tenía que demostrarle que no le importaba lo que él hiciera con su vida.

Trató de contenerse. Sus pensamientos vagaban peligrosamente. Lewis había hecho un esfuerzo por ser amable con ella y estaba decidida a hacer lo mismo por él. Empezaría por ser agradable con Candace, o parecería que estaba celosa de ella.

Por supuesto, eso no era cierto. No era más que una tontería.

– Si quiere, puede corresponder la invitación de Candace invitándola a cenar en casa un día de estos. Estaré encantada de preparar la cena -dijo Martha-. Podría preparar algo especial, y no se preocupe por mí, prometo quedarme en la cocina y no molestar.

Tomó primero a Noah y después a Viola de sus sillitas y los dejó en el suelo. Los niños disfrutaban allí sentados golpeando una cacerola con cucharas de madera. Era una buena forma de mantenerlos entretenidos, aunque bastante ruidosa.

– Francamente, no creo que pudiera disfrutar de la comida sabiendo que estará encerrada en la cocina -dijo amablemente Lewis.

Se quedó pensativo. No tenía ningún interés en pasar una velada a solas con Candace.

– Como usted quiera.

– Le diré lo que podemos hacer: mañana llegan un ingeniero hidráulico, un botánico y un economista para preparar los informes para el Banco Mundial. Se quedan sólo unos días en el hotel de Candace y sería agradable ofrecerles una cena en casa en lugar de cenar todos los días en restaurantes. Podría invitarlos la próxima semana, y avisaría a Candace también.

Martha sonrió alegremente. Le gustaba cocinar y, además, en el fondo se alegraba de que Lewis no fuera a cenar a solas con Candace.

– Cocinaré algo especial -prometió Martha.

Eligió el menú para la cena con suficiente antelación. Ese día se levantó temprano para poder ir pronto al mercado y disponer del tiempo suficiente para hacer los preparativos y arreglarse para estar guapa. Había decidido preparar una cena exquisita. Quería ser la anfitriona perfecta y demostrar a Candace que tener un hijo no era impedimento alguno para hacer otras cosas. Todo iba a salir bien.

Y así habría sido si Eloise hubiera ido a trabajar, pero su madre se había caído y había tenido que llevarla al hospital. Martha tuvo que cocinar y limpiar la casa, sin dejar de atender a los gemelos. Viola estuvo especialmente caprichosa durante todo el día y Noah acabó vomitando sobre el sofá. Cuando llegó al mercado, no quedaba el pescado que había pensado cocinar.

A toda prisa, se aseguró de que Noah no estuviera enfermo y como pudo volvió a limpiar el salón. Al mismo tiempo, tuvo que calmar la rabieta de Viola y se olvidó de lo que tenía en el horno. De vuelta a la cocina, comprobó que ya era demasiado tarde: la salsa se había consumido, las verduras estaban deshechas y el postre que con tanto esmero había preparado se había quemado.

Cuando llegó Lewis la ayudó a acostar a los niños. Estaba tratando de improvisar algo para la cena, cuando los primeros invitados llegaron. No tuvo tiempo de arreglarse y convertirse en la anfitriona perfecta como había deseado.

Se secó las manos en un paño de cocina para recibir a los invitados. De camino a la puerta, se miró en el espejo y vio las manchas que lucían la camiseta y el pantalón que llevaba puestos.

Aquello le gustaría a Candace. Estaría encantada de confirmar sus expectativas y comprobar que no había podido organizar la cena. Era precisamente lo que esperaba de una mujer con hijos.

– ¡Parece cansada! -le dijo Candace a modo de saludo nada más verla.

Continuó haciendo comentarios sobre el aspecto de Martha hasta que consiguió que todos se fijaran en ella. Justo lo que Martha necesitaba.

Candace estaba impecable con un vestido blanco. Frente a ella, Martha parecía invisible. El botánico y el economista eran jóvenes y se les veía impresionados por la belleza de Candace.

El ingeniero hidráulico resultó ser una mujer con la que Martha congenió enseguida. Se llamaba Sarah, estaba a punto de casarse y deseaba tener hijos pronto.

Después de cenar salieron al porche y mientras Candace hablaba de negocios con los hombres, Martha y Sarah charlaron sobre bebés.

Martha se dio cuenta de que Lewis las observaba. No le importaba que se enterara de su conversación. Para ella, era más interesante hablar de Viola y Noah que de análisis financieros, proyectos, comprobaciones y todas aquellas cosas de las que discutían al otro lado del porche.

Sarah la había oído referirse a los niños como los gemelos y le confió que estaba preocupada porque en la familia de su prometido había varios gemelos.

– Debe de ser agotador criar a dos hijos a la vez -le dijo a Martha.

– No sé cómo se las arreglan algunas madres -dijo Martha pensando en el día que había tenido.

– Tienes suerte de tener a Lewis -observó Sarah, mirando cómo Lewis servía el café-. Es la primera vez que trabajo con él y estoy encantada. Su compañía tiene muy buena reputación. Seguro que está tan ocupado que no tiene muchas oportunidades de ejercer de padre.

_No se le da mal -dijo Martha, y pensó en cómo la había ayudado a acostar a los niños unas horas antes. De pronto, cayó en la cuenta-. ¿No creerás que…? No, Lewis no es el padre de ninguno de los dos.

– Yo creí que eras su esposa -dijo Sarah contrariada.

– No, no soy su esposa. Creí que lo sabías.

Martha contempló a Lewis, que estaba dejando la cafetera sobre la bandeja. Vio que sonreía y sintió un escalofrío en su interior. Como si hubiera oído lo que estaban hablando, Lewis la miró y Martha retiró rápidamente sus ojos de él.

– No creas, no está tan claro -dijo Sarah levantando las cejas. Se había estado fijando en el modo en que Lewis y Martha habían intercambiado miradas durante toda la noche.

CAPITULO 8

SE HIZO el silencio al otro lado del porche y las palabras de Sarah fueron oídas por todos. -¿Qué es lo que no está claro? -preguntó Candace.

Sentía curiosidad por saber qué no estaba claro para dos mujeres que no tenían nada mejor que hacer que pasarse la noche hablando de bebés.

– Sarah pensaba que Lewis y yo estábamos casados. Pero sólo soy la niñera.

– Siento el malentendido, Sarah -dijo Lewis-. Debí de haber presentado a Martha correctamente cuando llegasteis, pero estábamos solucionando un problema en la cocina -y mirando a Sarah, añadió-: Se está ocupando del cuidado de mi sobrina.

– Nos referimos a Viola y Noah como los gemelos porque nacieron el mismo día -explicó Martha.

– Entiendo -dijo Sarah, aunque no parecía haber entendido nada-. Entonces el padre de Noah…

– Está aquí en San Buenaventura -la interrumpió Martha-. De hecho, me preguntaba si alguno de ustedes lo conocería. Es biólogo marino y se llama Rory McMillan. Estoy tratando de localizarlo.

Sarah negó con la cabeza.

– Ese nombre no me dice nada, pero acabo de llegar aquí. Si oigo algo, te avisaré. ¿Qué aspecto tiene?

Martha miró a Lewis.

– Es impresionante. Alto, bronceado, rubio, ojos azules, con un cuerpo perfecto. Lo reconocerás en cuanto lo veas.

– Entiendo que tengas ganas de encontrarlo -dijo Sarah sonriendo con complicidad.

Lewis estaba apoyado en la barandilla del porche y parecía molesto.

– A mí tampoco me dice nada ese nombre -dijo Candace participando en la conversación-. Hay muchos proyectos marinos en otras islas cercanas y en ocasiones, los científicos se quedan en nuestro hotel cuando vienen a comprar cosas o a recoger el correo. Martha, si quiere, puedo preguntar por él.

Martha frunció el ceño. No quería nada que viniera de Candace. Agradecía cualquier ayuda que pudiera tener para encontrar a Rory, pero no quería que Candace metiera la nariz en sus asuntos. Era evidente que a aquella mujer le gustaba ser el centro de atención de todas las conversaciones y por algún motivo se veía amenazada por Martha.

– Es muy amable por su parte -respondió educadamente-. Pero no quiero que se moleste por mí. La semana próxima voy a ir a la recepción del Alto Comité. Yo misma podré preguntar si alguien lo conoce.

– ¡Ah! ¿La han invitado a la recepción? -preguntó Candace sorprendida. Por el tono de su voz, era evidente que no daba crédito a que Martha hubiera sido invitada.

El día de la recepción Noah y Viola se quedaron dormidos pronto, así que tuvo el tiempo necesario para ducharse con calma y arreglarse el pelo.

– Volveré pronto de la oficina -le dijo Lewis por la mañana-. Quizás podamos ir juntos.

Martha estaba contenta. En otro tiempo ni se hubiera molestado en acudir a una aburrida recepción diplomática, pero hacía tanto tiempo que no iba a ningún sitio ni tenía la oportunidad de arreglarse, que estaba muy excitada por la novedad.

Decidió ponerse uno de sus vestidos favoritos de la época de Glitz. Le había costado una fortuna, a pesar del descuento que le había hecho el diseñador.

En la percha no parecía gran cosa, pero una vez puesto era espectacular. La tela era suave y tenía una bonita caída que impedía que se arrugara. Martha se sentía muy favorecida con aquel vestido de color dorado, a modo de túnica y sin mangas. Iluminaba su piel y resaltaba su figura.

Era la primera vez que se lo ponía después del nacimiento de Noah y seguía quedándole sensacional. Se lo puso y se miró al espejo. Con aquel vestido, los zapatos y el maquillaje que llevaba puesto, parecía una persona completamente diferente. La antigua Martha había vuelto, aquella que nunca pensó que sería feliz de pasar el día en camiseta y pareos.

Últimamente no había cuidado su aspecto, pensó. Por eso Candace la veía como a una matrona. Esta noche le mostraría que una mujer además de ser madre podía seguir siendo atractiva.

Lewis estaba hablando con Eloise en el salón. Cuando Martha entró, él se giró y se quedó callado, mirándola anonadado. Llevaba una chaqueta de vestir blanca y pajarita negra y estaba tan atractivo que Martha se quedó sin aliento nada más verlo. También él parecía haberse impresionado al contemplarla. La sonrisa de su rostro se esfumó y durante unos minutos se quedó mirándola intensamente.

Martha se sentía feliz. Había conseguido sorprenderlo y llamar su atención, sacándolo de su estado de permanente enojo.

– Está muy… diferente -balbuceó Lewis.

¿Diferente? ¿Era eso todo lo que se le ocurría decir? Podía haber sido más directo y haberle dicho que no le gustaba. Martha se sintió herida y su autoestima comenzó a desvanecerse.

Entonces pensó que podía ser incluso peor. ¿Y si pensaba que se había puesto tan guapa sólo por él? Quizás pensaba que su intención era atraerlo para volver a besarlo. Aquella expresión en el rostro de Lewis podía ser reflejo del desagradable recuerdo que le producía aquel beso. Parecía temer que volviera a suceder.

Sólo de pensarlo, se sintió mortificada. Se le hizo un nudo en la garganta. Todavía le quedaba orgullo y decidió sacar fuerzas de flaqueza. Tenía que convencer a Lewis de que lo último que deseaba era volver a besarlo.

– Gracias -dijo Martha con una sonrisa-. Quería estar guapa. Como me dijo que todos los británicos estarán allí esta noche, es posible que me encuentre a Rory. Quiero que me vea lo mejor posible.

Se quedaron en silencio unos instantes.

– Claro -dijo Lewis-. Se me olvidaba que espera encontrárselo en esa fiesta.

– Para eso vine hasta aquí -dijo Martha sonriendo. Al menos si se lo repetía una y otra vez, ella misma se convencería de que su objetivo era Rory.

¿Cómo era posible que lo hubiera olvidado? ¿Por qué había sido tan estúpido de admitir que no lo recordaba? Lewis no dejó de hacerse esas preguntas una y otra vez. Martha nunca le había ocultado el verdadero motivo de haber aceptado ese trabajo allí.

No había sabido cómo reaccionar al verla salir de su dormitorio. Estaba acostumbrado a verla en camisetas o con pareos, o con aquella camisa con la que dormía. No le agradaba la ropa que Martha se había puesto aquella noche. Se la veía sofisticada y deseosa de pasárselo bien, además de atractiva.

Lewis prefería verla en la cocina, entre cacerolas, mientras probaba cada plato que preparaba. O sentada en el suelo jugando con los bebés. Le gustaba la niñera, no la editora de moda. Pero a Martha no le importaba lo que le gustaba a él.

– Será mejor que nos vayamos -dijo Lewis bruscamente-. No querrá que lleguemos tarde.

La recepción del Alto Comité se celebró en un gran edificio colonial rodeado de enormes jardines. Era uno de los eventos sociales más importantes del año en Perpetua. Había mucha gente y todo el mundo lucía sus mejores galas.

¿Y si Rory estaba también allí? Martha sintió pánico. ¿Qué le diría? Había hablado a Lewis tanto de él que no podría ignorar su presencia. Confiaba en que la idea de ponerse una chaqueta fuera motivo suficiente para que Rory no sintiera deseos de acudir a la recepción en caso de haber sido invitado.

– ¡Hola! -dijo Candace sonriente, y se aferró al brazo de Lewis. Era evidente que lo había estado buscando y se sentía encantada de tenerlo por fin a su lado-. Te estaba esperando.

– ¡Hola! -dijo Martha. Candace se quedó mirándola sorprendida.

– ¡Martha! -dijo Candace, y soltó el brazo de Lewis mientras la sonrisa de sus labios desaparecía-. Apenas la reconozco.

– Es que hoy es mi noche libre.

– En ese caso, tendremos que asegurarnos de que lo pase bien -dijo Candace tratando de contener sus celos-. Le presentaré a algunas personas.

Martha pensó que aquel ofrecimiento no era más que una estrategia para separarla de Lewis. Podía haberle dado las gracias y haberle dicho que no tenía por qué preocuparse. Lewis apenas le había dirigido la palabra en el coche. Estaba segura de que no aprobaba su aspecto. O quizás estaba asustado pensando que en cualquier momento se le podía insinuar. Fuera lo que fuera, no estaba dispuesta a soportar a aquellos dos durante toda la noche.

Martha levantó la barbilla.

– Se lo agradezco mucho, pero ya he estado en otras fiestas y creo que seré capaz de conocer a otras personas yo sola -dijo, y girándose hacia Lewis, añadió-: Lo veré más tarde.

Se despidió con la mano al estilo Glitz y se dio media vuelta. Se sentía segura con el vestido y los zapatos que se había puesto.

Después de tanto tiempo sin vida social, se asustó de encontrarse sola en medio de tantas personas desconocidas, pero la experiencia de las fiestas a las que había asistido pronto se hizo patente. Martha desplegó todos sus encantos y al cabo de un rato se sintió perfectamente integrada en la sociedad de Perpetua, como si llevara años allí.

Lo habría pasado mejor si no hubiera estado tan pendiente de Lewis. A pesar de que trataba de moverse por la fiesta, siempre lo veía. Trataba de ignorarlo pero inconscientemente sus sentidos parecían estar atentos a cada movimiento de Lewis.

Lewis no parecía estar disfrutando, pensó Martha. Era evidente que no se sentía a gusto en la fiesta. Daba la impresión de que estaba fuera de lugar. Sus sonrisas eran totalmente forzadas. Martha incluso sentía lástima por Candace, que no se había separado de su lado. Seguro que ella también se había dado cuenta de que Lewis se aburría. ¿Por qué había asistido a la fiesta?, se preguntó. Se podía haber quedado en casa. Ahora, estaría disfrutando del sonido del mar y de la tranquilidad del porche.

Estaba claro el motivo por el que Candace seguía junto a él, pensó Martha molesta. Lewis tenía un aspecto formidable y su porte lo hacía destacar del resto de los hombres.

De repente, Martha sintió deseos de irse de la fiesta. Como si hubiera leído sus pensamientos, Lewis la miró desde el otro lado del jardín y sus ojos se encontraron.

Fue como si el resto de las personas desaparecieran. Ella tampoco quería estar allí, conversando con extraños. Quería estar en el porche, junto a él.

– ¿Va todo bien?

De repente, Martha se dio cuenta de que el hombre con el que estaba hablando había detenido su conversación y la miraba preocupado. Retiró la mirada de Lewis y bebió de su copa.

– Si, lo siento. Estoy bien -se disculpó, pero no era cierto, no se encontraba bien. Se sentía asustada por lo que acababa de descubrir.

Deseaba a Lewis. No era el padre que buscaba para Noah ni el hombre perfecto para ella, pero lo deseaba como nunca había deseado a ningún hombre antes. Ansiaba acercarse a él y pedirle que la llevara a casa y que la besara como la había besado aquella noche. Quería volver a casa para rodearlo con sus brazos y entregarse a él.

¿Cuánto tiempo había permanecido mirando a Lewis? Martha se sintió aturdida y desorientada. Se arriesgó a mirarlo de nuevo, pero en aquel momento charlaba con otro invitado y parecía relajado. Parecía tranquilo, no como ella, que estaba temblando. Deseaba salir corriendo de la fiesta.

No había razón para seguir engañándose. Estaba enamorada de Lewis, a pesar de que no era el hombre adecuado para ella. Lo amaba y no podía hacer nada para impedir lo que sentía.

Todo lo que tenía que hacer era mantener la calma. Lo peor que podía hacer era confesarle sus verdaderos sentimientos. La rechazaría inmediatamente y ella y Noah tendrían que irse y nunca más volvería a verlo.

Era mejor mantener en secreto sus sentimientos. Todavía faltaban meses para que su contrato terminara y podían pasar muchas cosas en ese tiempo.

Por el momento, necesitaba concentrarse en sus sentimientos y en lo que iba a hacer. Los músculos de la cara comenzaban a dolerle de tanto sonreír. Estaba deseando irse a casa, pero temía quedarse a solas con él. Tenía que controlar sus emociones.

Por eso, cuando Lewis se acercó para preguntarle si quería volver a casa, Martha le dedicó una amplia sonrisa.

– La fiesta está empezando -dijo tratando de hacerle ver que se estaba divirtiendo.

– No quiero que se haga demasiado tarde para Eloise -dijo Lewis, que había conseguido por fin separarse de Candace -. No me parece justo.

– No creo que tenga inconveniente si nos quedamos un rato más.

Lewis frunció el ceño.

– No quiero quedarme más tiempo. Si quiere que la lleve a casa, tendrá que venirse ahora.

Martha deseaba abrazarlo y besarlo para hacer desaparecer su mal humor. ¿Cómo podía amar a un hombre tan difícil?, se preguntó.

– No se preocupe -dijo tratando de contenerse.

– Yo mismo la puedo llevar a casa si quiere -se ofreció el hombre que estaba junto a ella.

Martha había estado muy ocupada pensando en Lewis para fijarse en él, pero recordó que se lo habían presentado y que se llamaba Peter.

A Lewis no pareció gustarle aquel comentario.

– ¿De verdad podría llevarme? Sería muy amable por su parte. Muchas gracias -le dijo Martha, y le dedicó una gran sonrisa.

Se giró hacia Lewis. Se sentía mejor ahora que no tenía que volver a solas con él. No tendría que preocuparse por mantener sus manos controladas. Deseaba acariciarlo, confesarle sus sentimientos y pedirle que la abrazara ardientemente.

– Váyase -le dijo a Lewis-. Estaré bien.

– No es usted la que me preocupa -dijo Lewis secamente-. Pensaba en Eloise. Estará deseando irse a su casa.

– Usted estará allí -le recordó.

El rostro de Lewis se tensó.

– Por si se le ha olvidado, déjeme que le recuerde que yo no soy la niñera.

Martha dudó. La única manera que tenía de salir airosa de aquella situación era haciéndole frente. Con un poco de suerte, Lewis no se percataría del verdadero motivo por el que no quería volver a casa con él.

– Discúlpame -le dijo a Peter con tono de víctima-. Parece que voy a tener que irme. Mi jefe me reclama.

– Ahórrese sus palabras -le dijo Lewis, visiblemente irritado-. Si tiene tantas ganas de quedarse, quédese. Me da igual.

– ¡Perfecto! -contestó Martha. Era extraña la sensación que Lewis le producía. Por un lado, la irritaba, pero por otro deseaba arrojarse a sus brazos y pedirle que la llevara a casa con él.

Tuvo que contenerse para no salir corriendo tras él. Ahora tenía que quedarse en la fiesta y pretender que estaba pasando un buen rato con Peter. Éste insistió en llevarla a la única discoteca de Perpetua. En otra época, Martha era la última en abandonar la pista de baile, pero ahora todo lo que quería era irse a casa.

Eran casi las dos cuando Peter la llevó de vuelta. Habían sido las cuatro horas más aburridas de su vida. Temía el momento de la despedida, por si Peter se había hecho ilusiones de recibir una muestra física de gratitud. Por suerte, Lewis estaba sentado en el porche y se levantó al verlos llegar.

– Gracias por una noche tan agradable -dijo Martha mientras abría la puerta del coche.

– ¿Dónde ha estado? -le preguntó Lewis viéndola subir los escalones del porche. Peter arrancó el motor del coche y se marchó.

– Disfrutando de la vida nocturna de Perpetua.

– ¿Hasta las dos de la madrugada?

– Eso es lo que tiene la vida nocturna -dijo Martha con ironía-. Que sólo ocurre por la noche. Ya veo que para usted, la noche acaba a las diez, pero para los demás lo mejor viene después de la medianoche.

– Me podía haber avisado que no volvería a casa después de la recepción -protestó Lewis.

– Podía haberlo hecho, pero no lo hice por dos motivos -contestó ella, y pasó a su lado en dirección al salón, antes de continuar-: Primero, porque pensé que estaría en la cama durmiendo y segundo, porque no tengo que darle explicaciones de lo que hago en mi tiempo libre.

– No podía quedarme dormido sabiendo que no estaba en casa -dijo Lewis furioso-. No sabía dónde estaba o con quién. No sabía lo que estaba haciendo. ¿Y si la hubiera necesitado?

Martha se sentó en el brazo de sofá y se quitó los zapatos.

– ¿Para qué me podía necesitar?

– Podía haberles ocurrido algo a Viola o Noah -contestó Lewis tras unos instantes.

– ¿Están bien?

– Sí, no se preocupe.

Martha se frotaba los pies. Aquellos zapatos eran muy bonitos, pero incómodos para bailar.

– Le diré una cosa -dijo ella-. La próxima vez que salga, lo llamaré cada hora para decirle donde estoy. ¿Le parece bien?

Lewis se quedó serio ante su ocurrencia.

– ¿Qué quiere decir la próxima vez? -le preguntó-. ¿Va a verse con ese hombre otra vez?

Martha se quedó silenciosa.

– No hemos quedado en nada firme pero, ¿quién sabe? -dijo airosa-. Peter es muy agradable -mintió.

Las cejas de Lewis se fruncieron, uniéndose sobre la nariz.

– Creí que estaba buscando al padre de Noah.

– Claro que sí, pero no he encontrado a nadie que lo conozca.

– Y mientras, se entretiene buscando un sustituto, ¿no? -dijo Lewis, mientras caminaba de un lado a otro del salón. Martha lo miraba furiosa.

– ¿Qué quiere decir?

– He visto el modo en que hablaba con los hombres que había en la recepción -dijo él en tono acusador-. Parecía estar buscando una alternativa en caso de que Rory no aparezca.

Los ojos de Martha brillaban con furia.

– Mi hijo se merece lo mejor. Tiene derecho a tener un buen padre. Puede que su verdadero padre no quiera hacerse cargo de él, pero no por ello voy a dedicarme a buscar al padre perfecto en todas las fiestas a las que asista.

– ¿Y por qué no ha dejado de flirtear en toda la noche?

– No he estado flirteando. Usted y Candace me dejaron claro que estaba de más, así que decidí dejarlos solos. Mi única intención era ser amable.

– ¿Amable? -preguntó Lewis pronunciando lentamente cada sílaba-. ¿Qué quiere decir exactamente?

– Bueno, hace tiempo que no consulto su significado en el diccionario -dijo Martha con ironía, tratando de contener su enojo-. Pero creo que tiene que ver con ser educado, sonreír y mostrar interés por otras personas, que era exactamente lo que hice. No sé a dónde quiere ir a parar.

Se hizo una pausa. Lewis retiró su mirada.

– No me ha gustado -dijo. Parecía que le costaba hablar-. No me gusta verte prestando atención a otros hombres. Tampoco me gusta ver que otros hombres se interesan por ti. Estoy celoso -añadió tranquilamente, mirándola directamente a los ojos y tuteándola por primera vez-. Quiero que seas amable sólo conmigo.

Aquellas palabras fueron tan inesperadas que Martha se quedó ensimismada observándolo sin saber qué decir. No estaba segura de haber entendido bien lo que le acababa de decir.

– ¿Por qué? -preguntó de manera estúpida.

– ¿Que por qué? Mírate -dijo Lewis y se giró-. ¿Qué hombre no te desearía? Esta noche estás espectacular.

Martha abrió la boca para decir algo, pero se contuvo.

– Creí que no te gustaba mi vestido -fue todo lo que consiguió decir tras unos instantes.

– No es el vestido lo que no me gustó -dijo encogiéndose de hombros.- Lo que no me gustó fue que quisieras ir a esa fiesta. Habría preferido que te hubieras quedado en casa conmigo.

– ¿Por qué? -dijo Martha. Estaba confusa.

Lewis se acercó y tomó los zapatos de sus manos, dejándolos caer sobre el suelo de madera.

Martha sintió que el corazón le latía con fuerza. Tenía la boca demasiado seca para hablar. Sentía el calor de su mirada y no podía retirar sus ojos de los de él. Se quedó paralizada disfrutando de ese momento. Temía que, si se movía, aquel instante desapareciera.

– ¿Tú por qué crees? -le preguntó mirándola con intensidad-. Estoy seguro de que sabes que no he podido dejar de pensar en el beso que nos dimos y en desear volver a acariciarte. Cada vez que te veo con esa camisa que te pones para dormir, siento deseos de quitártela. Quiero desabrocharte los botones uno a uno muy lentamente. Quiero acariciarte como lo hice esa noche y acabar lo que empezamos.

Martha humedeció sus labios.

– Pero parecías molesto.

– No era la primera vez que deseaba besarte, pero no debí hacerlo de aquella manera.

– ¿Y si te digo que me gustó? -dijo Martha con voz temblorosa, y lo miró directamente a los ojos-. De hecho, yo también lo deseaba.

– ¿De verdad? -preguntó Lewis dubitativo.

Martha dejó escapar un largo suspiro. Quería olvidarse del futuro y pensar tan sólo en el presente y en lo que deseaba en ese instante. No quería pensar en nada más que no fuera en Lewis y en sus ojos, sus manos, su boca y en el calor de su cuerpo junto al suyo.

– Sí -contestó ella.

Lewis tomó las manos de Martha entre las suyas.

– ¿Estás segura?

– Lo estoy, ¿y tú?

– ¿Que si estoy seguro? -dijo Lewis, y soltó una carcajada-. Llevo tiempo pensando en esto. Sí, claro que estoy seguro.

Lewis inclinó su cabeza y sus labios se unieron en un cálido beso que se prolongó durante largos segundos hasta que tuvieron que separarse para recuperar el aliento. Lewis acarició con sus manos la suave melena de Martha.

– Estoy completamente seguro.

A partir de ese momento, no fueron necesarias más palabras.

Cuando Martha se despertó a la mañana siguiente, estaba apoyada contra la espalda de Lewis. Él estaba tumbado boca abajo y parecía estar dormido. Le besó el cuello.

Él se movió ligeramente y ella lo volvió a besar, esta vez en el hombro.

No obtuvo respuesta. Martha se incorporó y decidió emplearse a fondo. Comenzó a besarlo en el cuello y siguió hasta el lóbulo de la oreja, volviendo por su mejilla hasta la comisura de los labios.

– ¿Estás despierto? -susurró, al advertir una ligera mueca en sus labios.

– No -contestó suavemente Lewis.

– ¿Ni tan siquiera un poquito?

– No -dijo de nuevo él. Entonces, se giró por sorpresa, se colocó sobre ella y la besó.

Martha sonrió con satisfacción y se desperezó bajo el cuerpo de Lewis.

– ¿Qué hora es? -preguntó.

Lewis se incorporó para mirar el reloj que había sobre la mesilla de noche.

– Es demasiado pronto para levantarnos -contestó, y volvió a acomodarse sobre el cuerpo de Martha, descansando la cabeza sobre su cuello-. Parece que los bebés todavía duermen.

– En ese caso, siento haberte despertado -dijo Martha rodeándolo con sus brazos-. ¿Quieres seguir durmiendo?

Se quedaron en silencio y, por un momento, Martha pensó que dormía hasta que sintió sobre su piel cómo se reía.

– No creo que pueda hacerlo ahora -dijo Lewis mientras comenzaba a bajar besando su cuello-. ¿Y tú? ¿Tienes sueño?

– No -dijo Martha jadeante al sentir cómo sus manos la recorrían-. No tengo nada de sueño.

CAPÍTULO 9

ASÍ COMENZÓ una época dorada para Martha. En algunos aspectos nada había cambiado. Lewis iba a trabajar cada día y ella seguía ocupándose de la cocina y de los niños.

Pero otras cosas sí que habían cambiado. Martha nunca se había sentido tan realizada, tan completa, tan viva. Nunca antes había sentido que la felicidad pudiera llegar a ser una sensación física. Sentía un estremecimiento interior que se extendía por todo su cuerpo cada vez que estaba con él.

Era feliz cuando miraba a los bebés; cuando desde el porche vislumbraba el reflejo del mar entre las palmeras; cuando se despertaba cada mañana junto a Lewis y recorría con su mano su ancho pecho; cuando lo besaba y disfrutaba del olor de su piel.

Lewis estaba feliz. En ocasiones, Martha se detenía observando cómo jugaba con los niños y sentía que su corazón se derretía. Cuando llegaba a casa, lo primero que hacía era besarla y tomar en sus brazos a Noah o a Viola y hacerles carantoñas hasta hacerlos gritar de alegría. En esos momentos se sentía locamente enamorada de él.

Más tarde, cuando los bebés dormían, se sentaban en el porche y hablaban. Muchas veces Martha perdía el hilo de la conversación pensando en lo que sucedería un rato más tarde, en la cama. Entonces, sentía un escalofrío de placer. Sabía que una mirada era suficiente para que Lewis la hiciera sentar sobre su regazo. En cualquier momento, ella podía alargar su mano y acariciarlo. Y cuando no pudieran esperar más, él la llevaría a la cama y le haría el amor.

Nunca hablaban del futuro. En ocasiones, Martha trataba de imaginar lo que pasaría una vez transcurrieran los seis meses. Pero rápidamente se contenía. No quería pensar en ello. Sólo quería disfrutar el presente. Lewis también parecía feliz. Quizá se estuviera acostumbrando a vivir en familia, pero no quería preguntarle. Prefería que fuera él quien sacara el tema. En el fondo, Martha sabía que tenía que encontrar a Rory. Tenía que hablarle de su hijo, pero no tenía prisa por hacerlo. Todo lo que le preocupaba era el presente.

Así que disfrutaba de cada momento. Ella era feliz y Noah también. No podía pedir más.

– ¿Qué te parece si organizamos otra cena? -le preguntó Lewis un día.

Ella puso una cacerola sobre la lumbre y sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sonrió.

– ¿A quién quieres invitar? -dijo, mientras Lewis la tomaba por la cintura.

– Al ingeniero residente y su esposa, al gerente y a un par de contratistas. También podemos invitar a Candace.

– ¿Candace? -dijo Martha sorprendida-. ¿Por qué?

– Tiene muchos contactos y pueden venirnos bien -respondió Lewis-. Será de gran ayuda.

Martha apretó los labios tratando de contenerse y se deshizo de los brazos de Lewis. Pretendió estar consultando una receta.

– Está bien -dijo Martha por fin.

– ¿No estarás celosa de Candace, verdad? -preguntó él con tono de sorna.

– No -mintió ella, pero sus ojos se encontraron con los de él y no le quedó más remedio que admitir lo evidente-. Bueno, quizás un poco. Es tan perfecta…

Lewis la hizo girar y la tomó con fuerza por la cintura. La miró fijamente.

– No tienes por qué estar celosa de ella -le dijo.

Martha observó la expresión de su rostro y lo que allí vio hizo que su corazón latiera desbocado. Ningún hombre miraría a una mujer de aquella manera si estuviera interesado en otra, y menos un hombre como Lewis. Estaba siendo inmadura.

– Sí, lo sé -dijo por fin. Pero no sentía ningún deseo de volver a ver a Candace.

Esa vez, la cena no fue el desastre que había sido la vez anterior. Martha controló todo a la perfección e incluso tuvo tiempo suficiente para arreglarse. Pero no pudo dejar de sentirse intimidada por la estricta perfección de Candace. Parecía que, hiciera lo que hiciera, siempre había algún descuido y ello se debía al hecho de ser madre.

Pero no le importaba. Si tenía que elegir entre ser la mujer perfecta o ser madre, tenía clara cuál sería su elección. Aun así, era un placer poder combinar ambas facetas.

Lewis y ella se comportaron como si nada ocurriera entre ellos. Pero Candace enseguida se percató que había algo entre ellos. Martha se dio cuenta de que no dejaba de observarlos con sus fríos ojos azules.

Candace no hizo ningún comentario, pero en cuanto se produjo el primer silencio en la conversación, aprovechó la ocasión y, dirigiéndose hacia Martha, le preguntó si había conseguido encontrar a Rory.

Martha miró a Lewis y observó con disgusto cómo la expresión de su rostro se endurecía al oír mencionar el nombre de Rory. Si la intención de Candace era recordar el propósito de su viaje, había acertado plenamente.

– No, todavía no -respondió Martha tras unos instantes de duda.

– Es una historia muy romántica -dijo Candace dirigiéndose al resto de invitados-. Martha perdió el contacto con el padre de su bebé y ha venido hasta aquí sólo para buscarlo, así que si alguno conocéis a algún biólogo marino, tenéis que avisarla.

Aquel comentario era una manera indirecta de decir que se acostaba con cualquiera, que se había quedado embarazada en un descuido y, por ello, había decidido atravesar continentes en busca de Rory, el padre de su hijo, con quien ni siquiera se había molestado en mantener el contacto.

Estaba claro que Candace estaba decidida a hacer todo lo posible por alejarla de la vida de Lewis, pensó Martha. Si hubiera estado segura de los sentimientos de Lewis, aquella situación habría sido divertida. Pero tenía la impresión de que sus desagradables comentarios lo estaban afectando.

Candace trató de sacar el tema de la maternidad y lo difícil que parecía ser para Martha, pero nadie mostró interés, así que acudió a otro de sus temas favoritos: los niños. Lo hizo de una forma muy astuta, elogiando en primer lugar a Martha por su paciencia.

A continuación recordó a los presentes, principalmente a Lewis, lo absorbentes que podían ser los bebés. Por último, preguntó a Lewis si esperaba tener noticias de su hermana en breve.

– Savannah debe de estar deseando tener a su hija de vuelta con ella -dijo Candace-. Debo decir que es admirable cómo te has ocupado del cuidado de Viola, trabajando a la vez en esos proyectos tan importantes.

– Es Martha quien se ha ocupado de cuidarla -dijo con tono cortante, que Candace pareció no advertir.

– Sí, cierto. Sé que es una niñera maravillosa -dijo poniendo a Martha en su sitio-. Pero no has tenido más remedio que hacerte cargo de tu sobrina. Recuerdo cuando me dijiste lo importante que era para ti tener una casa ordenada y tranquila. Estoy totalmente de acuerdo. Con un bebé cerca, eso será imposible, ¿no?

Le faltó recordarle que su vida volvería a ser perfecta tan pronto como se deshiciera de Viola y, de esa manera, ya no tendría sentido que Martha y Noah permanecieran allí, pero poco le faltó para hacerlo. Lewis permanecía callado y Martha temía que las palabras de Candace hubieran provocado el efecto que tanto buscaba.

Martha sintió que se le helaba la sangre. Habían sido muy felices. Candace no podía echarlo todo a perder de aquella forma.

Temía el momento en que los invitados se marcharan. Imaginaba que Lewis estaría recordando cómo solía ser su vida. Pero en cuanto la puerta se cerró después de que se hubieran ido, él suspiró aliviado.

Martha estaba recogiendo las tazas de café, convencida de que le diría que no quería continuar su relación con ella. Por eso, cuando Lewis se acercó y tomó sus manos, se sorprendió.

– Déjalo -le dijo Lewis-. Podemos recoger todo esto mañana. Vámonos a la cama.

No dijo nada más. Le hizo el amor con tanto apasionamiento que Martha se quedó temblando. Se sentía satisfecha y a la vez preocupada. Él también estaba pensativo.

– ¿Qué pasa? -le preguntó en voz baja, tumbados uno junto al otro.

– Nada -respondió Lewis.

No podía explicarle lo que había sentido mientras escuchaba los comentarios de Candace. Había deseado que se callara de una vez. No le gustaba oír hablar de Rory ni pensar en el futuro, pero Candace le había obligado a imaginar cómo sería su vida sin Martha y los bebés.

Por primera vez, Lewis se cuestionaba qué era lo que quería realmente. Le gustaba estar con Martha. La deseaba y se sentía a gusto en su compañía. ¿Estaba preparado para sentar la cabeza y pasar el resto de su vida con ella?

No, aquello no era amor, se dijo Lewis. Tan sólo era que se había acostumbrado a ellos y no podía imaginar cómo sería su vida lejos de su lado, cómo sería volver a casa y encontrársela vacía.

Eso es lo que pasaría si Savannah aparecía y decidía llevarse a Viola. Y todo era posible conociendo lo caprichosa y variable que era su hermana. Tomar precipitadamente un avión para recoger a su hija se correspondía con la manera irreflexiva de ser de Savannah.

Claro que tampoco quería ocuparse de Viola de por vida ni pretendía que Martha se quedase con él para siempre. Lo que quería era… El caso es que no sabía qué quería. Se sentía cansado y confundido, y eso no le gustaba.

Nada había cambiado, se dijo para reconfortarse. Martha era tan reacia como él a implicarse en una relación más seria. Había dejado claro que estaba buscando al padre de Noah y él no estaba preparado para asumir ese papel, así que si transcurrían los seis meses sin señales de Rory, ella se iría.

Y ahí acabaría todo.

Inconscientemente, abrazó a Martha con fuerza.

– ¿Eres feliz? -le preguntó.

Ella se incorporó y lo miró tiernamente.

– ¿Ahora mismo? -preguntó, y se inclinó ligeramente para besarlo-. Sí, lo soy.

En aquel momento, era muy feliz, se dijo Martha. No quería pensar en el futuro, ya que era evidente que Lewis tampoco quería hacerlo.

Los días fueron pasando y después las semanas, y cada vez era más difícil sacar el tema. Era más sencillo evitarlo, ya se preocuparían del futuro cuando llegara.

Una tarde, apareció Candace en el porche.

– Pasaba por aquí -dijo-. Pensé en pasar a saludar.

Martha no pudo disimular su sorpresa.

– Lewis aún está trabajando -respondió en un intento de ser amable-. No volverá hasta dentro de un rato.

– No he venido a verlo a él, sino a usted -dijo Candace.

No le quedó más remedio que invitarla a tomar algo. Hablaron de cosas triviales mientras Martha preparaba té. Después, salieron al porche a tomarlo, donde Martha había colocado a los niños en sus sillitas. Les dio unas galletas para mantenerlos tranquilos.

– Tenía que venir a felicitarla -dijo Candace mirando con desagrado el modo en que Viola estaba manchándose mientras comía la galleta.

Martha estaba atendiendo a Noah, por lo que creyó no haber escuchado bien las palabras de Candace.

– Perdón, ¿a quién quería felicitar? -le preguntó Martha una vez Noah se quedó tranquilo.

– A usted -dijo, y la miró de manera extraña-. Tiene que estar emocionada.

Martha comenzó a tener una sensación desagradable. No sabía de qué se trataba pero estaba segura de que no le iba a gustar.

– Si supiera de qué está hablando, quizás.

– De haber encontrado al padre de Noah.

Martha se quedó paralizada.

– ¿Rory? -preguntó lentamente.

– Sí, Rory McMillan. ¿Es él, verdad? -dijo Candace y se acomodó en su silla, disfrutando del efecto que sus palabras habían producido en Martha-. Es una coincidencia que esté en el equipo que Lewis ha formado para realizar el estudio del puerto.

«Sí, una coincidencia», pensó Martha.

– ¿Dónde lo ha conocido?

– Lo cierto es que no lo he conocido -dijo Canda-ce-. Vinieron al bar del hotel el otro día. Cuando me enteré de que trabajaban en un proyecto marino, Rory ya se había ido. Les pregunté si lo conocían y fue cuando me enteré de que trabajaba para Lewis.

Candace se quedó mirando fijamente a Martha, que se contenía. Deseaba matar a Lewis, o mejor primero a Candace y luego a Lewis.

– Podía haberle enviado un mensaje a Rory pidiéndole que se pusiera en contacto con usted, pero pensé que si trabajaba con Lewis, él mismo se lo diría.

– Desde luego -dijo Martha entre dientes.

Pero lo cierto, era que no se lo había dicho.

Cuando Lewis llegó a casa esa noche, enseguida se dio cuenta de que algo no iba bien.

Aunque Martha trataba de contenerse, la tensión era evidente. No quería decir nada hasta que los bebés se hubiesen dormido.

– ¿Me vas a contar qué es lo que sucede? -le preguntó Lewis nada más cerrar la puerta de la habitación.

– Estoy muy enfadada -dijo Martha. Entró en el salón y se cruzó de brazos intentando mantener el control. Temía romper a llorar de la ira que sentía.

Se giró y miró a Lewis desde una distancia considerable.

– Me he enterado de que has contratado a unos biólogos para que elaboren el estudio sobre los efectos medioambientales que conlleva la construcción de un puerto.

La expresión del rostro de Lewis se heló. Aquel era el momento que tanto había temido.

– Sí -dijo confiando en que no conociera toda la verdad.

– Uno de ellos es Rory McMillan, ¿verdad? El hombre al que he estado buscando desesperadamente desde que llegué aquí.

Estaba claro que Martha lo sabía todo. En el fondo, Lewis lo había sospechado desde el momento en que llegó a casa esa noche. Pero no estaba de acuerdo en que lo hubiera buscado desesperadamente.

– ¿Quién te lo ha dicho? -preguntó Lewis.

Los ojos de Martha brillaban con furia.

– Desde luego, no la persona que tenía que haberlo hecho. Por desgracia, me he tenido que enterar por tu amiga Candace. No ha podido esperar a contármelo ella misma.

– ¿Candace? -dijo Lewis y frunció el ceño-. ¿Cómo lo ha sabido?

– Eso no importa. Lo que importa es que tú lo sabías y no me lo dijiste.

¿Acaso no se daba cuenta que eso le había dolido? Martha tragó saliva y contuvo las lágrimas.

– ¿Cuánto tiempo hace que conoces a Rory?

– No lo conozco -contestó Lewis poniéndose a la defensiva-. Yo sólo hablo con el jefe del proyecto, un tal Steve. Decidió enviar a un par de biólogos. Se presentaron como John y Rory. No tenía ninguna certeza de que se tratara de él.

– Pero podías haberlo imaginado.

– Sí -admitió, recordando cómo había reconocido a Rory desde el mismo momento en que entró en su oficina. Impresionante era la palabra que Martha había utilizado para describirlo. Alto, bronceado, rubio, de vivos ojos azules. Aquel era el hombre que tenía frente a él. Desde ese mismo instante, lo odió.

– ¿Cuánto hace de eso? -preguntó Martha con tono frío.

Lewis suspiró.

– Unos diez días.

– ¡Diez días! -exclamó Martha. Deseaba gritar del mismo modo en que solía hacerlo Viola cuando se encaprichaba de algo. En su lugar, decidió caminar enérgicamente de un lado a otro del salón.

Lewis se quedó pensativo. ¿Por qué no se lo había dicho antes? Era difícil explicar la terrible sensación que lo invadió, tan cercana al pánico, cuando conoció a Rory. Estaba claro que aquello suponía el fin de su relación con Martha. Temía que tan pronto como lo viese, cayera rendida a sus pies.

Era un hombre joven y atractivo, y desprendía un encanto innato del que él carecía. Además, era el padre de Noah. ¿Qué podía él ofrecer comparado con todo aquello?

No estaba dispuesto a admitir que tenía miedo de que Martha tomara a Noah y lo abandonara a él por Rory. Por eso decidió que no había necesidad de que Martha supiera en aquel momento que había localizado a Rory. Pensaba decírselo más adelante, cuando Rory hubiera regresado al atolón. Así Martha daría con él cuando hubieran transcurrido los seis meses.

– Pensaba decírtelo, pero nunca encontraba el momento adecuado -dijo por fin. Aquella no era una buena excusa, pero tenía que intentar arreglar las cosas-. Quería que Rory se concentrara en el informe. Tiene que estar listo cuanto antes y tampoco tenías necesidad de contactar con él inmediatamente.

– Claro, lo primero es el informe -explotó Martha-. ¿Acaso se te había olvidado que él era la razón por la que vine hasta aquí?

Lewis se sentía acorralado. Todo lo que hacía parecía empeorar las cosas.

¿Sería Martha la que le hacía perder la calma? Lewis era conocido por su habilidad para resolver los problemas inmediatamente y su capacidad de tomar decisiones rápidas en las más duras negociaciones. Pero ahí estaba, tartamudeando y dando estúpidas explicaciones.

– Viola estaba enferma y tú tenías muchas cosas en la cabeza.

– Sí, una de ellas era encontrar al padre de Noah. Me habría gustado que hubieras sido tú el que me hubiera dado las buenas noticias.

– No sabía que sería una noticia buena -repuso Lewis.

Ella lo miró furiosa.

– ¿Qué quieres decir?

– Me dijiste que eras feliz -le recordó.

– Eso era antes de saber que eres capaz de mentirme sobre algo tan importante para mí.

Lewis tensó los músculos de la mandíbula.

– Además, no creo que Rory sea un buen padre para Noah. Es demasiado joven y no parece que se preocupe por nada. No me lo imagino cambiando pañales. Cuando está aquí, no sale de los bares y el resto del tiempo lo dedica al proyecto que está llevando a cabo en una minúscula isla deshabitada. Un atolón no es lugar para criar a un bebé.

– No eres tú el que tiene que decidir quién es buen padre para Noah y quién no -dijo Martha mirándolo con frialdad-. Lo cierto es que Rory es su padre y no hay nadie que pueda negar eso. Y francamente, tú no eres el mejor para hablar de la paternidad. Probablemente, Rory es mejor padre que tú. Al menos, él no es un mentiroso.

– Yo no he mentido.

– Entonces, cuando te pregunté si te había ocurrido algo interesante durante el día, como hacía cada noche cuando volvías a casa, y tú no me contaste que habías estado con el padre de mi hijo, el hombre al que llevaba meses buscando, ¿no me estabas mintiendo?

Lewis se dejó caer en una de las sillas y apoyó los codos sobre las rodillas, dejando escapar un suspiro.

– Mira, lo siento -dijo después de un largo silencio-. Pero no es el fin del mundo. Rory no va a ir a ningún sitio. Querías encontrarlo y lo has hecho. No entiendo cuál es el problema.

Martha lo miró con incredulidad. ¿De verdad no entendía cuál era el problema? Era como hablar con un ser de otro planeta.

– Haces que parezca que estoy haciendo una montaña de un grano de arena. ¿Puedes imaginar cómo me sentí cuando Candace vino a hablarme de Rory? Vino y se sentó ahí a regodearse. Sabía que tú no me habías dicho nada. ¿Tienes idea de lo humillada que me sentí? -se detuvo y tomó aire antes de continuar. No podía evitar que su voz temblara-. ¿Tienes idea de lo que se siente cuando descubres que el hombre con el que duermes y en el que confías, te miente para evitar contarte algo tan importante y además es tan estúpido que no entiende por qué te enfadas?

A pesar de su disgusto, Martha tenía esperanzas de que Lewis le dijera que no se lo había contado por miedo a perderla.

– No quería que olvidaras que si estás aquí es porque estás contratada. ¿Cómo iba a ocuparme de cuidar a Viola mientras tú ibas tras Rory McMillan?

¿Contratada? ¿Era eso todo lo que le preocupaba? Sintió que su corazón se encogía y los ojos se le llenaron de lágrimas.

– No te preocupes, no olvido el contrato -dijo ella secamente-. Pero no hay nada en él que diga que no puedo hablar con Rory hasta que transcurran los seis meses -se paró al escuchar la bocina de un coche-. Ese debe de ser mi taxi.

¿Taxi? ¿Qué taxi? Lewis la observó cruzar el salón y tomar su bolso. Se sentía sorprendido y a la vez defraudado.

– ¿A dónde vas?

– Voy a buscar a Rory y a hablar con él.

– ¿Ahora? -preguntó, poniéndose de pie.

– Sí, ahora. No se me ocurriría interrumpirlo mientras está trabajando en ese informe tuyo, así que por la noche es el mejor momento para buscarlo. Dijiste que pasa todo su tiempo libre en los bares, así que no será difícil encontrarlo. La ciudad es pequeña.

– Y, ¿qué pasa con los bebés?

– Puedes encargarte tú -le contestó-. Dadas las circunstancias, es lo menos que puedes hacer.

Lewis la miró desesperado. Martha se iba; tenía la mano en el pomo de la puerta. Deseaba salir tras ella y rogarle que se quedara, pero estaba demasiado enfadada. No creería nada de lo que le dijera en ese momento.

– ¿Cuándo volverás?

– Cuando haya hablado con Rory -contestó ella desde la puerta. Su mirada era gélida-. No me esperes levantado.

Cerró la puerta y se fue.

Encontró a Rory en el tercer bar. Estaba sentado con otras personas, todos vestidos con pantalones cortos y camisetas. Eran jóvenes y estaban bronceados. Parecían salidos de una película.

Martha miró a Rory desde el otro extremo del bar y dudó. Era totalmente diferente a Lewis. Parecía más joven de lo que recordaba, pero su encanto era evidente a la vista de la joven rubia que estaba sentada junto a él, que no dejaba de mirarlo y de reír a carcajadas.

No era el momento adecuado. Rory estaba ocupado y, a juzgar por la situación, no deseaba ser interrumpido.

Pero, ¿qué podía hacer? La única alternativa que tenía era volver a casa con Lewis. En el fondo era lo que quería hacer, pero recordó con tristeza los motivos que le había dado para ocultarle el paradero de Rory: el informe medioambiental y su contrato. ¿Cómo iba a volver y admitir que ni siquiera había hablado con Rory?

Martha tomó aire y se dirigió a la mesa de Rory.

– Hola, Rory.

Rory la miró y, tras unos segundos, la reconoció.

– ¿Martha?

– Creí que no te acordarías de mí -dijo Martha forzando una sonrisa.

– Claro que sí -aseguró. Se puso de pie y la abrazó-. Me alegro de verte. Eres la última persona que esperaba encontrarme aquí, por eso he tardado en reconocerte. Además estás muy cambiada.

– ¿De verdad? -preguntó Martha sorprendida-. ¿En qué he cambiado?

Pero Rory estaba acercando una silla para que se sentara y no contestó. Llamó a la camarera y le pidió otra cerveza.

– Chicos, moveos -dijo Rory a sus acompañantes, haciéndole sitio a su lado.

A pesar de que la joven rubia disimuló su enfado, Martha se sintió incómoda. No quería que su presencia molestase a nadie.

– Os presento a Martha -dijo Rory, y a continuación le fue diciendo el nombre de todos los demás, aunque el único nombre que Martha consiguió retener fue el de Amy, la chica rubia-. Conocí a Martha el año pasado cuando estuve en Londres. Es editora de moda.

Nadie dijo nada, pero todos la miraron incrédulos. Fue la prueba de lo mucho que San Buenaventura la había cambiado. Se había ido de casa tan enfadada que no se había cambiado de ropa ni se había maquillado. Se sentía avergonzada de las arrugas alrededor de sus ojos y de las canas que asomaban en su oscura melena.

– ¿Y qué estás haciendo aquí? -le preguntó Rory con entusiasmo.

– Estoy trabajando -dijo Martha.

– ¿Un reportaje de bikinis en la playa?

– No exactamente -contestó Martha. Aunque no le apetecía, tomó un sorbo de cerveza-. De hecho, estoy trabajando como niñera.

Se hizo una larga pausa y finalmente Rory rompió en carcajadas.

– Me tomas el pelo, ¿verdad? No te imagino con niños.

Martha mantuvo la sonrisa con dificultad.

– Es verdad.

Rory la miró fijamente.

– Siempre pensé que eras muy elegante -dijo él desconcertado- ¿Por qué dejaste tu estupendo trabajo para ser niñera?

– Quizá necesitaba un cambio de aires.

Rory ladeó la cabeza, sorprendido todavía por su cambio de imagen. No estaba seguro de que Martha estuviera bromeando.

– ¿De verdad trabajas como niñera?

– Sí -asintió y suspiró-. Creo que incluso conoces a la persona para la que trabajo: Lewis Mansfield.

Incluso pronunciar su nombre le producía malestar.

– ¿Lewis? Sí, lo conozco -dijo Rory, y sonrió-. Ese hombre da miedo. Por cierto, ¿lo has visto sonreír alguna vez?

Martha pensó en su sonrisa cada vez que la hacía sentar en su regazo, cada vez que se bañaba con Noah en el mar, cada vez que acariciaba su piel.

Martha tragó saliva. Tenía que contenerse y no romper a llorar.

– A veces.

– A mí no me sonríe nunca -afirmó Rory tomando su cerveza-. Creo que no le gusto.

– Pero, ¿por qué no ibas a gustarle? -intervino Amy.

– Creo que está celoso de mí -bromeó Rory-. ¿Tú que crees, Martha? Debes de conocerlo bien.

– Sí, bastante bien -dijo Martha sintiendo una ligera presión en el pecho.

– Parece un tipo muy serio. Me recuerda a mi profesor de matemáticas.

– A mí me recuerda al de geografía -dijo alguien más de la mesa-. Cuando se te queda mirando, sientes que tienes doce años y que está a punto de castigarte por hablar en clase.

Todos estallaron en carcajadas y Martha se mordió el labio.

– Lleva un tiempo conocerlo -dijo Martha.

Ya no podía soportarlo más. No quería seguir en aquel ruidoso bar, oyendo como aquellos jóvenes criticaban a Lewis. No lo conocían como ella. No tenían ni idea de cómo era.

Además, allí no iba a poder hablar con Rory tranquilamente. No era la situación adecuada para comunicarle que era padre, con sus amigos allí presentes. Es más, tendría que gritar para hacerse oír por encima de la música.

Así que siguió sonriendo, terminó su cerveza y entonces se despidió.

– Será un placer quedar otro día para seguir charlando -le dijo a Rory-. ¿Qué tal si quedamos mañana para comer?

– Bien -contestó sorprendido. La rodeó con sus brazos-. Me alegro de verte otra vez, Martha. Me acuerdo mucho de lo bien que lo pasamos en Londres. Disfrutamos mucho juntos, ¿verdad?

– Sí -contestó Martha, y se deshizo de su abrazo.

Debía sentirse feliz de que él estuviera tan contento de verla. Pero pensar en retomar la relación que mantuvieron no le agradaba en absoluto. Y no era que él no fuera atractivo. Lo era y mucho. Pero sencillamente, no era Lewis.

CAPITULO 10

AL DÍA siguiente, Martha se llevó a Noah a su cita y se aseguró de llegar pronto para conseguir una mesa tranquila. Al llegar, Rory no se sorprendió de verla con un bebé y le hizo unas cuantas carantoñas al niño mientras se sentaba a la mesa.

– Así que trabajas como niñera, ¿eh? ¿Es éste el bebé al que cuidas?

– Es mi hijo Noah -contestó Martha con cierta cautela.

– ¿Tu hijo?

Se quedó pensativo y rápidamente llegó a la conclusión acertada. Después de todo no era estúpido. Su cara cambió.

– Sí, eso es -dijo suavemente Martha, segura de que ya Rory lo había adivinado-. Y también es hijo tuyo.

Al principio, Rory se quedó tan impresionado que no pudo articular palabra. Lo único que hizo fue quedarse observando a Noah fijamente, casi sin pestañear.

Martha lo convenció de que no quería pedirle ningún tipo de ayuda económica.

– No es por el dinero -insistió-. Sólo quiero que Noah conozca a su padre.

Rory se tranquilizó al comprobar que no iba a tener que destinar una parte de su sueldo para el cuidado del niño. Se fue haciendo a la idea de que era padre y empezó a entusiasmarse.

En otra época, Martha había encontrado aquel entusiasmo entrañable, pero ahora le parecía ingenuo e infantil. Al contrario de Lewis, Rory no sabía lo que implicaba cuidar de un bebé. No quería desanimarlo ya que, después de todo, había ido tan lejos sólo para darle aquella noticia.

Rory propuso que ella y Noah se fueran a vivir con él y Martha se sintió arrinconada.

– Los demás vuelven mañana al lugar donde se está realizando el estudio, pero yo me quedo para terminar el informe del puerto -explicó Rory-. Me quedaré un mes aproximadamente y tendré la casa sólo para mí. Tú y Noah podéis venir a vivir conmigo y así nos iremos conociendo.

Ese era su sueño. ¿No era eso lo que quería cuando decidió ir a San Buenaventura? Debería de estar encantada de que todo estuviera marchando tan bien, pensó. Rory había reaccionado estupendamente, mejor de lo que ella imaginaba. Rory tenía a Noah sobre sus rodillas y lo estaba haciendo reír. Todo parecía perfecto.

Pero no lo era. Martha no quería mudarse a vivir con él inmediatamente. No quería dejar a Viola. Ni a Lewis.

– Sería maravilloso -dijo ella-. Pero no podemos hacerlo ahora mismo. Tengo que cuidar de otro bebé y el contrato no se acaba hasta dentro de dos meses.

– Para entonces, ya habré vuelto al proyecto. Allí dormimos al aire libre, así que será difícil hacerlo con Noah. Seguro que se nos ocurre qué hacer con el otro bebé. ¿Por qué no le preguntas a Lewis?

Aquello era sorprendente: el padre de Noah estaba deseando pasar un tiempo con su hijo. ¿Cómo podía negarse a ello?

– Está bien -contestó Martha-. Le preguntaré.

– ¿Qué tal fue tu comida? -le preguntó Lewis aquella noche cuando llegó a casa.

La noche anterior había estado pensando en el modo tan estúpido en que se había comportado. Se había convencido de que aquello era lo más adecuado después de todo. Si las cosas hubieran seguido como estaban, pronto se habría encontrado comprometido con el tipo de relación que siempre había evitado.

Quizás era lo mejor que Rory hubiera aparecido. Confiaba en que Martha se hubiera calmado y así poder terminar las cosas de manera civilizada.

No había podido dejar de torturarse durante todo el día con la imagen de Rory y Martha juntos.

– Muy bien -dijo Martha.

Estaba más tranquila. La furia de la noche anterior había desaparecido, pero se la veía cansada y tensa. Lewis deseaba estrecharla entre sus brazos y abrazarla hasta que la tensión de su cuerpo desapareciera.

Desvió la mirada. Deseaba pedirle perdón, pedir que olvidara lo que había pasado y que volvieran a estar como antes. Pero era muy tarde para eso.

– ¿Ha conocido Rory a su hijo? -preguntó Lewis, tratando de olvidar sus pensamientos.

– Sí -contestó Martha-. Quiere que pasemos con él las próximas semanas, pero le he explicado que tengo que cuidar de Viola hasta que termine el contrato.

– No te preocupes por eso -dijo Lewis, haciendo un gran esfuerzo-. Él era el motivo de que quisieras venir a San Buenaventura, así que ya lo he arreglado todo con Eloise. Ella cuidará de Viola durante el día.

Martha tragó saliva.

– ¿Y por las noches?

– Me las arreglaré yo solo -dijo Lewis con indiferencia-. Tampoco soy un inútil.

– ¿Y qué pasa con el contrato? -preguntó Martha.

¿Cómo era posible que no le preocupara más el dichoso contrato? Lewis se había referido a él una y otra vez para hacer que ella y Noah se quedaran y de repente ahora, parecía estar deseoso de librarse de ellos.

– No seré yo el que rompa una familia feliz -dijo Lewis con tristeza-. No soy ningún monstruo. Estaba claro lo que querías y ahora que lo has conseguido, no voy a insistir en que cumplas tu contrato.

– Podríamos considerar que se trata de unos días libres -dijo Martha. No quería parecer desesperada, pero no sabía lo que Lewis pretendía.

– No creo que quieras comprometerte a nada -dijo él-. No sabemos lo que va a pasar. Quizás a Rory le guste tanto la vida en familia que no quiera volver al proyecto. Mañana llamaré a Savannah, a ver si está lista para hacerse cargo de Viola. Si es así, ya no te necesitaré.

Aquello le dolió. Ni siquiera iba a intentar persuadirla.

No tenía elección. No podía insistir en quedarse con Viola después de lo que había dicho la noche anterior, pero decir adiós a aquella preciosa niña era una de las cosas más difíciles que había hecho nunca. Había llegado a quererla mucho y la iba a echar de menos. A ella y a su tío.

Hasta el último minuto Martha tuvo esperanzas de que Lewis cambiara de opinión. Su última mañana transcurrió con una extraña normalidad. Viola y Noah se habían despertado temprano y estaban desayunando en la cocina cuando entró Lewis. Se sirvió una taza de café.

Martha cerró los ojos y deseó dar marcha atrás en el tiempo. Él se acercaría como cada mañana y la besaría. Luego, por la noche, cuando volviera de trabajar reiría y jugaría con los niños. Pero ya nada de eso iba a suceder. Esa noche, cuando volviera, ella ya se habría ido. Por mucho que lo deseara, las cosas no iban a cambiar.

Lewis terminó su café y dejó la taza. Su cara parecía una máscara, pero vio como sus ojos se posaban sobre Noah y, por un momento, la expresión de su rostro se suavizó.

– Tengo que irme -dijo bruscamente-. Gracias por todo.

¿Gracias por todo? ¿Así se despedía? Martha pensó en todo lo que habían compartido, en las conversaciones en el porche y en las cálidas noches de las que habían disfrutado. Sintió deseos de arrojarle algo a la cabeza.

Estaba enfadada con Lewis y con ella misma, pensó mientras hacía la maleta. Sabía cómo era él y lo que quería. ¿Por qué entonces se había dejado llevar por sus sentimientos?

Todo era culpa suya. Había terminado olvidándose de lo que era su prioridad. Noah necesitaba un padre y ella tenía que haberse preocupado de procurarle una buena familia, no de las caricias y los besos de Lewis.

Ahora tenía la oportunidad de arreglarlo. Rory era el padre de Noah y parecía encantado con la idea de ser padre. Era la oportunidad de construir un futuro para su hijo.

Martha cerró de golpe la maleta. Se dijo que ella era una mujer práctica y no estaba dispuesta a dejarse llevar por romanticismos. Era hora de dar por concluida su relación con Lewis y de seguir con su propia vida.

Pero primero tenía que despedirse de Viola. Esa mañana, la niña estaba muy simpática. Era encantadora cuando estaba así, pensó Martha sintiendo un nudo en la garganta. Cuando el taxi llegó y la niña se dio cuenta de que Martha y Noah se marchaban dejándola allí, rompió a llorar.

Eloise no podía consolarla.

– Debería quedarse -dijo Eloise a Martha con tristeza-. Éste es su sitio.

Martha apenas podía hablar.

– No puedo -dijo con voz entrecortada.

– No sé por qué tiene que irse.

Lo cierto era que Martha tampoco lo sabía. Sólo sabía que Lewis le había dicho que ya no la necesitaba.

Las lágrimas corrían por las mejillas de Martha al despedirse de Viola.

– Volveré a verte -prometió Martha-. Ahora, será mejor que me vaya.

En aquel momento, Eloise también había comenzado a llorar.

Rory no entendió por qué Martha estaba tan triste.

– No te preocupes, Viola estará bien -le dijo Rory después de explicarle Martha lo difícil que había sido despedirse-. Al fin y al cabo, los bebés no se enteran de quién los cuida.

Llevaba cinco minutos ejerciendo de padre y, de repente, ya era todo un experto en bebés, pensó Martha. Estaba demasiado cansada para corregirlo. Aun así, hizo un esfuerzo y trató de mostrar entusiasmo cuando él le enseñó la casa.

– ¿Qué te parece? -le preguntó cuando acabaron de recorrerla.

Martha pensó que era horrible. Era una casa pequeña y cuadrada, con pocos y destartalados muebles. La nevera estaba llena de cervezas y poco más. Parecía un basurero más que una casa.

El jardín estaba descuidado y lleno de botellas vacías. El salón estaba repleto de papeles, tubos de ensayo, latas de refresco vacías y revistas científicas. El aire acondicionado emitía un molesto ruido.

Descorazonada, Martha abrazó a Noah mientras miraba a su alrededor. No había porche, ni ventiladores de techo ni playa al otro lado del jardín. Y lo que era peor, no estaban Eloise ni Viola ni Lewis.

Aunque ahora estaba a punto de formar una familia.

– Esta es mi habitación -dijo Rory. Estaba tan desordenada que el resto de la casa parecía impecable en comparación.

Retiró la ropa que estaba en el suelo y se sentó sobre la cama.

– Tendremos que retomarlo donde lo dejamos -dijo sonriendo con picardía.

Martha trató de animarse. Rory era guapo, rubio, atractivo y la deseaba a ella, con sus patas de gallo y sus estrías. Debería estar feliz, pero no lo estaba.

– No creo que sea una buena idea -dijo Martha desde la puerta-. Al menos de momento. Será mejor que nos vayamos conociendo poco a poco antes de dormir juntos.

Quién sabe si después de todo sería mejor estar con un hombre joven con encantadores ojos azules y cuerpo perfecto que con un hombre maduro.

– Antes tampoco nos conocíamos -dijo Rory sorprendido.

Era cierto, pensó Martha con tristeza.

– Entonces era diferente -fue todo lo que pudo decir para tranquilizarlo-. Además es posible que Noah se despierte en medio de la noche. Será mejor que duerma con él hasta que se acostumbre. Así tendremos tiempo de conocernos y después, ¿quién sabe?

Era una buena idea, pero no parecía una manera alegre de iniciar una nueva vida en familia para Noah.

Martha recordó las largas noches que había pasado con Lewis, llenas de pasión y deseo. Pero rápidamente apartó esos pensamientos. Estaba intentando crear una familia para Noah.

Tal y como Martha había dicho, Noah estuvo intranquilo aquella primera noche. No paró de llorar y ella, cansada, sintió deseos de hacer lo mismo. Echaba de menos la casa en la playa. Echaba de menos a Viola y echaba de menos a Lewis.

Hizo cuanto pudo por tranquilizar a Noah y que dejara de llorar, pero las paredes parecían de papel y el llanto se oía por toda la casa. A la mañana siguiente, Rory estaba agotado.

– Imagino que son los inconvenientes de ser padre -bromeó.

– Me temo que sí -dijo Martha. Aunque lo justo era que se turnaran para atender al bebé por la noche, pensó ella. Incluso Lewis se levantaba alguna noche para que Martha pudiera descansar.

Tenía que dejar de pensar en Lewis.

– ¿Quieres que prepare algo para cenar? -preguntó ella.

Rory no mostró ningún entusiasmo. Martha pensó que con el poco dinero del que disponía, era probable que prefiriera gastarlo en cerveza. Una rápida mirada a la cocina revelaba los escasos enseres de los que disponían.

Dedicó todo el día a recoger y limpiar la casa, lo que fue un gran error. Cuando Rory llegó a casa se enfadó mucho.

– Pero, ¿qué has hecho? -preguntó mientras miraba a su alrededor-. Ahora, ¿cómo sabremos dónde está cada cosa?

Más tarde, tras darse una ducha, Rory se disculpó.

– Lo siento, he tenido un mal día. No sé qué tiene ese Lewis contra mí, pero parece que no hago nada bien -dijo, y sonrió antes de continuar-. Venga, vamos a dar una vuelta y a tomar una copa.

Martha tuvo que recordarle que era la hora de dormir de Noah.

Rory trató de consolarse jugando con Noah, pero era evidente que se aburría. Una vez Martha acostó al niño, ambos se sentaron a la luz de la única bombilla del salón y hablaron de muchas cosas.

«Es un buen chico», pensó Martha. «Es inteligente, guapo y divertido. Además, es el padre de Noah. Seguro que nos llevaremos bien.»

En el fondo de su corazón, sabía que se estaba equivocando. Rory no era Lewis.

Martha oyó que Viola estaba llorando cuando llamó a la puerta. Después de unos minutos, Lewis abrió.

– ¿Sí? -dijo Lewis sin mirar. De repente, advirtió que era Martha y se quedó petrificado.

Llevaba a Viola en brazos, envuelta en una toalla.

_La niña lloraba con fuerza. Era maravilloso volver a verlos otra vez, pensó Martha, y sonrió satisfecha.

Noah también parecía contento de ver a Lewis y a Viola.

– ¡Martha! -dijo Lewis dando un paso hacia ella. En su rostro había una expresión de felicidad que Martha supo reconocer, pero enseguida Lewis trató de disimularla.

Podía disimular cuanto quisiera. Martha sabía que también estaba feliz de volver a verla.

– ¿Puedo ayudar? -sugirió Martha, y dando un paso hacia él, tomó a Viola en brazos a la vez que le entregaba a Noah.

Lewis deseó estrecharla entre sus brazos y asegurarse que no se trataba de un sueño, que era cierto que Martha estaba frente a él.

– Venga, vamos a secarte -dijo Martha a Viola, y se dirigió al cuarto de baño.

Lewis no supo qué decir al ver pasar a Martha a su lado. Se fijó en las maletas que un taxista estaba dejando en el porche y después miró a Noah y le sonrió. El niño golpeó su frente contra Lewis a modo de saludo.

– Bienvenido -le dijo en voz baja-. Me alegro de verte otra vez.

Dio media vuelta y se dirigió al cuarto de baño.

– Martha, ¿qué sucede? -dijo tratando de mantener el control-. ¿Qué haces aquí?

– He venido a cumplir mi contrato -contestó sin molestarse en mirarlo.

Lewis cerró los ojos. Había deseado tanto oír aquellas palabras que temió que fueran parte de un sueño. Cuando volvió a abrirlos, allí seguía ella.

– ¿Qué ha sido de Rory? -preguntó Lewis.

Martha se quedó quieta y lo miró directamente a los ojos.

– Me equivoqué. Creí que lo que necesitaba Noah por encima de todo era un padre y una familia pero, ¿y si la familia no es feliz? -dijo, y continuó poniendo el pañal a Viola-. He estado pensando mucho estos dos días y he cambiado de opinión. Lo que realmente necesita Noah es tener unos padres felices, tanto si estamos juntos como si estamos separados. ¿Hay leche?

El brusco cambio de tema dejó a Lewis sin habla. Tras unos instantes, contestó.

– Sí, en la cocina.

Lewis preparó dos biberones y cada uno se sentó en un lado del sofá para dárselo a los bebés.

– ¿Qué le dijiste a Rory? -preguntó Lewis.

– Le dije que no iba a funcionar, que pasara lo que pasara, él seguiría siendo el padre de Noah y que confiaba en que mantuviéramos el contacto para que Noah pueda conocerlo cuando sea mayor. Pero que era mejor que cada uno siguiera con su vida. Así que me fui.

– ¿Cómo reaccionó?

– Creo que fue un alivio para él -dijo Martha reflexionando-. Rory estaba dispuesto a intentarlo, pero después de estos días se ha dado cuenta de que no está preparado para asumir compromisos. También me ha dicho que vendrá de vez en cuando para ver a Noah.

– ¿Y qué pasa contigo? -dijo Lewis mientras incorporaba a Viola.

– Yo intentaré ser feliz.

– ¿Cómo?

– Para empezar, espero que me dejes volver a mi trabajo.

– ¿Aunque me haya comportado como un estúpido?

– No eres ningún estúpido -contestó Martha mientras le daba unos golpecitos en la espalda a Noah-. Echaba de menos a Viola y Noah también. Así que decidimos hacer un esfuerzo y soportarte para poder estar con ella.

Lewis la miró. No sabía si estaba bromeando hasta que Martha lo miró y estalló en carcajadas. Aquello lo tranquilizó.

No hablaron más hasta que pusieron a los dos bebés a dormir, pero era como si todo estuviera dicho.

Se sentaron en el porche. Martha respiró los aromas de la noche. Disfrutó de la brisa y del familiar sonido de las olas. A su lado estaba Lewis. Cerró los ojos y recordó la expresión de su cara cuando la vio llegar. Sólo había estado tres días fuera, pero sentía como si hubiera vuelto a casa tras un largo viaje.

– ¿Así que has regresado para estar con Viola? -preguntó Lewis.

– Sí, en parte -contestó Martha sin abrir los ojos.

– ¿Hay algún otro motivo?

Martha abrió los ojos y contempló la buganvilla.

– Este es el lugar donde más feliz he sido en toda mi vida. Nunca hubiera sido feliz con Rory. Es una gran persona pero… -giró la cabeza y mirándolo, añadió-: Él no es como tú.

Por fin lo había dicho. Tomó aire y se relajó.

Se hizo una larga pausa.

– ¿Has vuelto por mí? -pregunto Lewis en un tono de voz que la hizo estremecer.

– Sé que lo nuestro no durará eternamente. Sé que no quieres tener una familia. Pero pensé que podíamos aprovechar estos dos meses y pasar el tiempo que nos queda juntos -dijo Martha, y suspiró antes de continuar-. No pido nada más. Sólo dos meses, sin compromisos ni obligaciones.

– Nuestras obligaciones son hacia Viola y Noah.

– Sí, pero me refiero a nosotros.

– ¿Será eso suficiente para que seas feliz? ¿Dos meses y adiós?

– Quiero disfrutar de este tiempo contigo y pensar sólo en el presente.

– ¿Por qué? -preguntó Lewis suavemente.

– Sabes perfectamente por qué.

– Quiero que lo digas -dijo él, y la atrajo para que se sentara sobre su regazo-. Ven aquí y siéntate.

– Te quiero, te necesito -dijo Martha. Fue más fácil pronunciar aquellas palabras de lo que había imaginado.

Lewis sonrió y acarició su espalda, haciéndola estremecer.

– Dilo otra vez -susurró él.

– Te quiero con pasión. Te deseo como nunca antes había deseado a ningún hombre. No me siento completa si no estoy contigo. Te he echado tanto de menos…

– ¡Vaya cambio! -exclamó Lewis sonriendo-. Antes tenías otra idea del amor, mucho más práctica.

– Es cierto que he cambiado -dijo Martha mientras le daba suaves besos-. Me gusta verte sonreír, cómo me acaricias y me haces estremecer. Me gusta dormir junto a ti y sentir que mi corazón…

– Yo también te quiero -la interrumpió Lewis.

– ¿De verdad?

– No te sorprendas -dijo él mientras acariciaba su melena. Se puso serio antes de continuar-. Yo también te he extrañado. Cuando te fuiste… no sé cómo explicar lo que sentí. Fue como si mi mundo se hubiera quedado a oscuras. Cuando te vi esta tarde en la puerta, todo volvió a resplandecer -la miró profundamente a los ojos y añadió-: Te quiero, Martha.

Él se inclinó y la besó. Martha se entregó al placer de corresponderlo, y lo atrajo hacia sí, mientras se fundían en un largo y cálido abrazo. Se sentía amada e inmensamente feliz. Todo lo que deseaba era acariciarlo, besarlo y sentir su calor.

Se pusieron de pie y Lewis la llevó a su habitación. Cayeron juntos sobre la cama y se entregaron el uno al otro.

Pasó un largo rato hasta que volvieron a hablar. Estaban tumbados, con sus cuerpos entrelazados, disfrutando del momento que acababan de compartir.

– No será ésta una manera de convencerme para que te readmita en tu trabajo, ¿verdad? -dijo Lewis mientras ella acariciaba su pecho.

Martha rió y besó su hombro.

– ¿Y crees que funciona? -dijo ella divertida.

– No lo sé. Hay un pequeño problema. Creo que no voy a necesitar una niñera. He hablado con Savannah -explicó Lewis ante la atónita mirada de Martha-. Ha dejado la clínica y está dispuesta a rehacer su vida.

– ¡Eso es fantástico! -dijo Martha, tratando de mostrarse entusiasmada.

Suspiró. Era mentira. No se alegraba en absoluto de la noticia. Incluso se sentía celosa. Acababa de regresar y no quería volver a perder a Viola. Pero, ¿cómo podía decirle lo que realmente sentía? Al fin y al cabo, Savannah era la madre de Viola.

– ¿Cuándo vendrá Savannah a recogerla?

– No, no vendrá. En la clínica ha conocido a un hombre que trabaja en la televisión y que la ha convencido para que presente un programa. Quiere llevársela a Estados Unidos, así que me ha pedido que me ocupe de la niña durante otros seis meses.

– ¿Y qué le has dicho?

– Le he dicho que no puede dejar a Viola cada vez que le venga bien, que si deja a Viola conmigo es para siempre. Está claro que es su madre y que puede verla cuando quiera, pero la niña necesita saber que tiene un hogar, independientemente de lo que su madre haga. Y ese hogar estará junto a mí.

– ¿Qué le pareció a Savannah?

– Le pareció una buena idea -contestó Lewis mirándola de reojo. Sonrió-. Ella no es tan buena madre como tú.

– Pero a ti no te gustan los niños, ¿no?

– Ya ves, yo también he cambiado de opinión -aseguró Lewis. Se incorporó y se apoyó sobre un codo, sin dejar de mirarla-. Me he acostumbrado a vivir en familia y cuando tú y Noah os fuisteis, en seguida me di cuenta de que me iba a ser muy difícil volver a estar solo. Sin vosotros, está claro que esto no es un hogar -acarició la mejilla de Martha antes de continuar-. Ahora que has vuelto, todo vuelve a ser perfecto.

Martha sonrió y lo rodeó con sus brazos.

– Sigo sin comprender por qué no vas a necesitar una niñera, especialmente a partir de ahora que Viola va a vivir contigo.

– No, no necesito una niñera -dijo Lewis, sacudiendo la cabeza-. Te necesito a ti. Necesito estar contigo para hacer de cada sitio nuestro hogar. Creo que tendrás que quedarte conmigo más de dos meses.

– Por mí no hay inconveniente. ¿Cuánto tiempo crees que será necesario?

– Mucho, mucho tiempo.

– Creo que no habrá problema.

– ¿Estás segura? -dijo Lewis.

– Estoy más segura de lo que nunca he estado en mi vida -contestó Martha, y le dio un dulce y largo beso.

– Entonces, me gustaría que fuera para siempre.

– Espero que pagues un buen sueldo -bromeó Martha.

– No estaba pensando en un sueldo -dijo mirándolo a los ojos-. Estaba pensando en casarme contigo.

– ¿Y qué obtengo yo de todo esto? -preguntó ella divertida.

– Formarás una familia para Noah, conmigo y con Viola -Lewis se puso serio y continuó-: ¿Qué me dices?

– La verdad es que no podría pedir más.

– ¿Es eso un sí?

– Depende de cuál sea la pregunta -dijo ella mientras él la abrazaba.

– Y si la pregunta fuera: ¿quieres casarte conmigo?

– Entonces, mi repuesta sería: ¡sí!

Jessica Hart

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